miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 11

 El club de duelo:


— Ahí acaba — dijo el chico de Ravenclaw. Dejó el libro en la tarima y se apresuró a sentarse.

— Sigamos, entonces. Tenemos mucho que leer hoy — dijo Dumbledore poniéndose en pie. — El siguiente capítulo se titula: El club de duelo.

Se escucharon murmullos de interés. Muchos alumnos dirigían miradas a Harry, recordando aquel infame club de duelo y todo lo acontecido en él.

Harry tragó saliva. Entre la poción y su capacidad de hablar pársel, tendría suerte si alguna persona aún confiaba en él al acabar de leer el capítulo.

— ¿Alguien se ofrece voluntario para leer? — preguntó Dumbledore.

La mayoría de manos levantadas pertenecían a alumnos de años inferiores. Sin embargo, también hubo alumnos mayores que se ofrecieron, entre ellos Michael Corner, quien fue elegido por el director.

Mientras Corner caminaba hacia la tarima, Harry escuchó a Ginny bufar. Vio a Hermione inclinarse para susurrarle algo a la pelirroja, quien murmuró algo y rodó los ojos.

Al lado de Harry, Ron fruncía el ceño, tratando de escuchar la conversación entre Hermione y su hermana, sin éxito.

— El club de duelo — leyó Corner.

Al despertar Harry la mañana del domingo, halló el dormitorio resplandeciente con la luz del sol de invierno, y su brazo otra vez articulado, aunque muy rígido.

Por algún motivo, a Harry se le hacía tan raro escuchar a Corner llamarlo Harry como cuando lo había tenido que hacer el mismísimo Crabbe.

No es que tuviera nada en contra de Corner. No lo conocía lo suficiente como para tener una opinión formada de él, pero precisamente por eso se le hacía tan extraño escucharlo referirse a él por su nombre de pila en lugar de usar su apellido.

Se sentó enseguida y miró hacia la cama de Colin, pero estaba oculto tras las largas cortinas que el propio Harry había corrido el día anterior. Al ver que se había despertado, la señora Pomfrey se acercó afanosamente con la bandeja del desayuno, y se puso a flexionarle y estirarle a Harry el brazo y los dedos.

Por el tono de su voz, quedaba claro que a Michael no le hacía mucha ilusión leer delante de todos. ¿Por qué se había ofrecido voluntario? A juzgar por su ceño fruncido, Ron parecía preguntarse lo mismo que él.

Todo va bien —le dijo, mientras él apuraba torpemente con su mano izquierda las gachas de avena—. Cuando termines de comer, puedes irte.

Harry se vistió lo más deprisa que pudo y salió precipitadamente hacia la torre de Gryffindor, deseoso de hablar con Ron y Hermione sobre Colín y Dobby, pero no los encontró allí. Harry dejó de buscarlos, preguntándose adónde podían haber ido y algo molesto de que no parecieran interesados en saber si él había recuperado o no sus huesos.

Harry hizo una mueca a la vez que Hermione, alarmada, se giraba para mirarlo directamente.

— ¡Harry! Claro que nos interesaba, pero…

— Lo sé. Me lo explicasteis después, ¿recuerdas?

Hermione asintió.

Cuando pasó por delante de la biblioteca, Percy Weasley precisamente salía de ella, y parecía estar de mucho mejor humor que la última vez que lo habían encontrado.

Percy saltó en su asiento al escuchar su nombre tan de repente.

¡Ah, hola, Harry! —dijo—. Excelente jugada la de ayer, realmente excelente. Gryffindor acaba de ponerse a la cabeza de la copa de las casas: ¡ganaste cincuenta puntos!

Harry y Percy intercambiaron miradas durante un momento, incómodos.

Según lo que había dicho Ron, Percy estaba arrepentido por todo lo que le había hecho pasar a su familia. ¿Significaba eso que también se arrepentía de haberle enviado a Ron esa horrible carta en la que le aconsejaba que se distanciara de Harry? Aunque no se lo diría a nadie, la verdad era que esa carta le había dolido.

Harry no sabía cómo sentirse acerca de Percy, pero sí que tenía clara una cosa: quería que los Weasley estuvieran felices y eso no sucedería hasta que Percy volviera a casa y se disculpara.

¿No has visto a Ron ni a Hermione? —preguntó Harry.

No, no los he visto —contestó Percy, dejando de sonreír—. Espero que Ron no esté otra vez en el aseo de las chicas…

Harry forzó una sonrisa, siguió a Percy con la vista hasta que desapareció, y se fue derecho al aseo de Myrtle la Llorona.

Algunos rieron. Varios profesores se inclinaron hacia delante, recordando lo que el trío pretendía hacer. Harry escuchó a Hermione tomar aire varias veces para relajarse.

No encontraba ningún motivo para que Ron y Hermione estuvieran allí, pero después de asegurarse de que no merodeaban por el lugar Filch ni ningún prefecto, abrió la puerta y oyó sus voces provenientes de un retrete cerrado.

Harry oyó a un amigo de Cormac McLaggen soltar una risotada.

— Así que Weasley y Granger se encerraron juntos en un baño solitario…

Ron se puso rojo hasta las orejas, mientras que Hermione abrió mucho los ojos y, ruborizada a más no poder, ni siquiera fue capaz de articular palabra para defenderse. En su lugar, Ginny se giró de mala gana y replicó:

— Tenían doce años.

El chico frunció el ceño.

— ¿Y qué?

Ginny rodó los ojos y volvió a girarse, considerando que no merecía la pena discutir.

Soy yo —dijo, entrando en los lavabos y cerrando la puerta. Oyó un golpe metálico, luego otro como de salpicadura y un grito ahogado, y vio a Hermione mirando por el agujero de la cerradura.

— ¿Salpicadura? — preguntó Hannah Abbott, sorprendida. — ¿De verdad estabais intentando hacer la poción?

El trío mantuvo el silencio. Hermione tenía la mirada fija en un punto del suelo y Harry podía notar lo tensa que estaba.

¡Harry! —dijo ella—. Vaya susto que nos has dado. Entra. ¿Cómo está tu brazo?

Bien —dijo Harry, metiéndose en el retrete. Habían puesto un caldero sobre la taza del inodoro, y un crepitar que provenía de dentro le indicó que habían prendido un fuego bajo el caldero. Prender fuegos transportables y sumergibles era la especialidad de Hermione.

Snape parecía estar viendo sus teorías confirmadas.

— Eso va contra las normas — dijo, mirando directamente a Dumbledore, quien asintió levemente.

Harry comenzaba a ponerse todavía más nervioso.

Pensamos ir a verte, pero decidimos comenzar a preparar la poción multijugos —le explicó Ron, después de que Harry cerrara de nuevo la puerta del retrete. Hemos pensado que éste es el lugar más seguro para guardarla.

— Lo peor es que es cierto — se escuchó decir a Alicia Spinnet. — Nadie quiere entrar ahí.

Harry empezó a contarles lo de Colin, pero Hermione lo interrumpió.

Ya lo sabemos, oímos a la profesora McGonagall hablar con el profesor Flitwick esta mañana. Por eso pensamos que era mejor darnos prisa.

Cuanto antes le saquemos a Malfoy una declaración, mejor —gruñó Ron—. ¿No piensas igual? Se ve que después del partido de quidditch estaba tan sulfurado que la tomó con Colin.

— Eso es ridículo.

Para sorpresa de Harry, no era Malfoy quien había hablado, sino Astoria Greengrass. Malfoy parecía tan sorprendido como él. McGonagall parecía frustrada.

— Ningún alumno tiene el poder necesario para petrificar a alguien. Que no se os olvide.

Muchos asintieron gravemente. Aquellos que recordaban cómo habían tratado a Harry durante aquel año parecían avergonzados.

Hay alguien más —dijo Harry, contemplando a Hermione, que partía manojos de centinodia y los echaba a la poción—. Dobby vino en mitad de la noche a hacerme una visita.

Ron y Hermione levantaron la mirada, sorprendidos. Harry les contó todo lo que Dobby le había dicho… y lo que no le había querido decir. Ron y Hermione lo escucharon con la boca abierta.

— Os pasan cosas muy raras — se quejó Parvati. — De verdad, no me extraña que siempre estéis cuchicheando por los rincones.

Neville bufó.

— Un año de su vida es más interesante que mi vida entera — dijo, haciendo reír a algunos.

¿La Cámara de los Secretos ya fue abierta antes? —le preguntó Hermione.

Es evidente —dijo Ron con voz de triunfo—. Lucius Malfoy abriría la cámara en sus tiempos de estudiante y ahora le ha explicado a su querido Draco cómo hacerlo. Está claro. Sin embargo, me gustaría que Dobby te hubiera dicho qué monstruo hay en ella. Me gustaría saber cómo es posible que nadie se lo haya encontrado merodeando por el colegio.

— Quizá es invisible — sugirió una chica de tercero de Gryffindor.

— O es muy pequeño y puede esconderse fácilmente — replicó un chico de segundo, de Hufflepuff esta vez.

Ambos miraron a Harry como pidiendo respuestas, pero él fingió no darse cuenta.

Quizá pueda volverse invisible —dijo Hermione, empujando unas sanguijuelas hacia el fondo del caldero—. O quizá pueda disfrazarse, hacerse pasar por una armadura o algo así. He leído algo sobre fantasmas camaleónicos…

Tanto el Hufflepuff como la Gryffindor sonrieron y Hermione les sonrió de vuelta.

Lees demasiado, Hermione —le dijo Ron, echando crisopos encima de las sanguijuelas. Arrugó la bolsa vacía de los crisopos y miró a Harry—. Así que fue Dobby el que no nos dejó coger el tren y el que te rompió el brazo… —Movió la cabeza—. ¿Sabes qué, Harry? Si no deja de intentar salvarte la vida, te va a matar.

Algunos se echaron a reír, apreciando la ironía de la situación. Harry no sabía si reír o no.

La noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como muerto en la enfermería se extendió por todo el colegio durante la mañana del lunes.

Dennis Creevey pegó un salto cuando Corner leyó la palabra "muerto". Aunque ya respiraba con normalidad, seguía estando muy pálido y sus amigos no se habían separado de su lado. Colin volvió a inclinarse para susurrarle algo.

El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.

Los del año de Ginny parecían angustiados con solo recordar el miedo que habían pasado. Sin embargo, eran los alumnos que actualmente estaban en primero los que parecían más asustados.

— Todo eso ya no puede pasar, ¿no? — se escuchó la vocecita tímida de una niña de primero.

— Claro que no — le aseguró McGonagall.

Eso pareció tranquilizarla.

Ginny Weasley,

Corner levantó la vista una décima de segundo para mirar a Ginny, quien le sostuvo la mirada.

que se sentaba junto a Colin Creevey en la clase de Encantamientos, estaba consternada, pero a Harry le parecía que Fred y George se equivocaban en la manera de animarla. Se turnaban para esconderse detrás de las estatuas, disfrazados con una piel, y asustarla cuando pasaba. Pero tuvieron que parar cuando Percy se hartó y les dijo que iba a escribir a su madre para contarle que por su culpa Ginny tenía pesadillas.

Ahora eran Fred y George los que parecían consternados. Ambos miraron a Ginny y abrieron la boca para disculparse con ella, pero una mirada desafiante por parte de la chica hizo que se callaran.

En ese momento, Ron se levantó del sitio que ocupaba justo al lado de Harry y se sentó en el suelo, junto a Ginny, a los pies de Harry y Hermione.

Ron le pasó un brazo por encima de los hombros a su hermana, cuya primera reacción fue indignarse. Sin embargo, tras unos segundos, pareció pensárselo mejor y se apoyó más contra Ron. Hermione sonreía ampliamente.

Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el colegio un mercado de talismanes, amuletos y otros chismes protectores.

Algunos profesores tenían caras de sorpresa.

Neville Longbottom había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían que alejaba el mal, un cristal púrpura acabado en punta y una cola podrida de tritón antes de que los demás chicos de Gryffindor le explicaran que él no corría peligro, porque tenía la sangre limpia y por tanto no era probable que lo atacaran.

Muchos se rieron del pobre Neville, quien estaba rojo como un tomate.

— Menudo idiota — resopló Pansy Parkinson. Si bien algunos Slytherin asintieron a su comentario, la mayoría del comedor pasó olímpicamente de ella.

Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara redonda—, y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.

— No lo eres — dijo Harry rápidamente. Neville lo miró con una ceja arqueada.

Como nadie dijo nada más, Corner siguió leyendo. Harry aprovechó que la gente estaba distraída con la lectura para inclinarse y susurrarle a Neville:

— Has mejorado mucho en el tiempo que llevamos con el ED. Puedes hacer muchas cosas, Neville…

El chico se ruborizó.

— Gracias, Harry.

Sintiendo calor en sus mejillas, Harry volvió a sentarse bien. Notó que Hermione lo miraba

Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades. Harry, Ron y Hermione firmaron en la lista; habían oído que Malfoy se quedaba, lo cual les pareció muy sospechoso. Las vacaciones serían un momento perfecto para utilizar la poción multijugos e intentar sonsacarle una confesión.

Cada vez que se mencionaba la poción, el ambiente se tensaba un poco. La mayoría de alumnos no parecían creer que el trío pudiera hacer una poción tan complicada. Lo mismo pensaban muchos profesores, como McGonagall, quien había rodado los ojos al escuchar esas últimas palabras. Sin embargo, la expresión en el rostro de Snape era suficiente para demostrar que, si bien el trío probablemente no había conseguido hacer la poción, había intentado robar los ingredientes.

Ver a Snape tan enfadado era suficiente para que los alumnos se tensaran y no se atrevieran a comentar mucho sobre el tema.

Por otro lado, los aurores que se hallaban allí presentes tampoco parecían tener muchas esperanzas en las capacidades del trío de hacer semejante poción. Moody había soltado una risa que sonaba como un graznido, mientras que Tonks y Kingsley intercambiaban miradas que, a ojos de Harry, claramente decían "No lo van a conseguir".

Sin embargo, en la zona de Slytherin había tres personas que se lo estaban tomando muy en serio. Malfoy, Crabbe y Goyle miraban a Harry cada vez que se mencionaba la poción. Si bien los dos últimos no parecían entender del todo lo que se estaba leyendo, Malfoy estaba inquieto y parecía muy preocupado.

Por desgracia, la poción estaba a medio acabar. Aún necesitaban el cuerno de bicornio y la piel de serpiente arbórea africana, y el único lugar del que podrían sacarlos era el armario privado de Snape. A Harry le parecía que preferiría enfrentarse al monstruo legendario de Slytherin a tener que soportar las iras de Snape si lo pillaba robándole en el despacho.

Muchos asintieron a eso. Harry, que tenía la vista fija en Snape, vio que el profesor arqueó una ceja y que, durante un instante, su boca se movió como si fuera a sonreír. Solo duró un segundo antes de que volviera a poner su típica cara de póker.

Lo que tenemos que hacer —dijo animadamente Hermione, cuando se acercaba la doble clase de Pociones de la tarde del jueves— es distraerle con algo. Entonces uno de nosotros podrá entrar en el despacho de Snape y coger lo que necesitamos. — Harry y Ron la miraron nerviosos—. Creo que es mejor que me encargue yo misma del robo —continuó Hermione, como si tal cosa—. A vosotros dos os expulsarían si os pillaran en otra, mientras que yo tengo el expediente limpio. Así que no tenéis más que originar un tumulto lo suficientemente importante para mantener ocupado a Snape unos cinco minutos.

Durante unos segundos, se hizo un silencio total. Muchos miraron a Hermione como si no la hubieran visto jamás. Los profesores eran los que más sorprendidos estaban, hasta el punto de que el profesor Flitwick pegó un saltito en la silla y la profesora Trelawney murmuró:

— Oh, lo veía venir.

McGonagall tenía la mirada fija en Hermione, quien, a su vez, seguía mirando el suelo y no tenía ninguna intención de levantar la cabeza.

Fue Ron el que, viendo las miradas que estaba recibiendo la chica, frunció el ceño y alargó el brazo para coger a Hermione por la barbilla y obligarla a levantar la mirada.

— Ron… — murmuró ella, luchando para volver a agachar la cabeza. Pero Harry entendió lo que Ron pretendía hacer. Siguiendo su ejemplo con Ginny, le pasó el brazo por encima a Hermione y, con la otra mano, la obligó a mirarlo a la cara.

— No hiciste nada malo — dijo en voz alta. — Los hijos de muggles estaban siendo atacados y tu vida estaba en peligro. Nadie — se giró para mirar directamente a los profesores — puede culparte por querer averiguar quién estaba provocando los ataques. Sobre todo teniendo en cuenta todo lo que pasó después.

Dijo eso último mirando fijamente a Dumbledore, quien, como ya era costumbre, no lo miraba a él. Snape fue el primero en hablar:

— Nada justifica robar ingredientes peligrosos de los armarios privados de un profesor— dijo. Su tono de voz provocó escalofríos a muchos alumnos. Neville empalideció con tan solo escucharlo.

— ¿Ni siquiera si gracias a hacerlo consigues salvar vidas de inocentes? — replicó Harry.

Se oyeron jadeos.

— Dudo mucho que tres alumnos realizando una poción peligrosa de forma ilegal ayudaran a descubrir al causante de los ataques.

Snape tenía los ojos fijos en Harry, quien le sostuvo la mirada, desafiante, hasta que el director le pidió a Corner que siguiera leyendo.

Harry sonrió tímidamente. Provocar un tumulto en la clase de Pociones de Snape era tan arriesgado como pegarle un puñetazo en el ojo a un dragón dormido.

Ahora que había estado cerca de un dragón y sabía lo voraces que podían ser, seguía prefiriendo el puñetazo antes que volver a robarle a Snape.

Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más espaciosas. Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica.

La profesora McGonagall entornó los ojos. No parecía nada contenta.

Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacía burla con los ojos a Ron y Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos de lo que se tarda en decir «injusto».

Muchos Gryffindor asintieron con solemnidad.

— No pueden estar pensando en robarle a Snape de verdad — murmuró Angelina. Tenía los ojos muy abiertos y observaba el libro como si pudiera explotar.

Viendo la cara de Snape, Harry estaba seguro de que el que iba a explotar era él.

A Harry la pócima infladora le salía demasiado líquida, pero en aquel momento le preocupaban otras cosas más importantes. Aguardaba una seña de Hermione, y apenas prestó atención cuando Snape se detuvo a mirar con desprecio su poción aguada. Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a Neville, Hermione captó la mirada de Harry; y le hizo con la cabeza un gesto afirmativo.

— Dios mío — dijo Cho Chang. — Lo van a hacer de verdad…

— Imposible — bufó Terry Boot. Parecía aterrorizado ante la mera idea de causar un alboroto en clase de pociones.

Harry se agachó rápidamente y se escondió detrás de su caldero, se sacó de un bolsillo una de las bengalas del doctor Filibuster que tenía Fred, y le dio un golpe con la varita. La bengala se puso a silbar y echar chispas. Sabiendo que sólo contaba con unos segundos, Harry se levantó, apuntó y la lanzó al aire. La bengala aterrizó dentro del caldero de Goyle.

Mientras muchos de los alumnos estallaban en gritos y vítores, la voz de Snape retumbó sobre todas las demás.

— Castigado, señor Potter — dijo. Sus ojos negros parecían arder a causa de la rabia que sentía. El hecho de que Sirius estuviera riendo a carcajadas no ayudaba a calmar sus ánimos.

La poción de Goyle estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Malfoy le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Harry vio a Hermione aprovechar la confusión para salir discretamente por la puerta.

— Granger y Weasley también están castigados — volvió a tronar Snape, furioso.

Algunos de los alumnos que habían estado en aquella clase miraban al trío con reproche. Harry recordaba que a Lavender se le había hinchado mucho la mitad de la mano y ahora la chica los fulminaba con la mirada.

Pero nadie los miraba tan mal como Malfoy, quien estaba casi tan furioso como Snape. Centró sus ojos en Harry antes de articular sin hacer sonido alguno unas palabras que Harry comprendió perfectamente: "Pagarás por eso, Potter".

La verdad, no le preocupaba mucho lo que Malfoy quisiera hacerle ahora mismo. Cuando leyeran la conversación en la sala común de Slytherin, seguramente su enfado aumentaría y querría hacerle algo mucho peor.

Cuando el barullo se hubo calmado, Corner siguió leyendo de mala gana.

¡Silencio! ¡SILENCIO! —gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto…

Muchos miraron a Snape en ese momento, sin atreverse a mantener la mirada fija mucho rato. La expresión del profesor de pociones era tal que Harry pensó que los alumnos de primero tendrían pesadillas esa noche.

Harry intentó contener la risa cuando vio a Malfoy apresurarse hacia la mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón.

Definitivamente, Draco no se estaba ganando muchos amigos con la lectura de los libros. La mitad de los alumnos se echó a reír al escuchar esa descripción y algunos valientes incluso imitaron a Malfoy caminando con la cabeza agachada y un narizón enorme.

Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios, Harry vio que Hermione volvía a entrar en la mazmorra, con un bulto debajo de la túnica.

— Granger tendrá un castigo doble — anunció Snape con la voz llena de veneno. — Uno por inventar el plan y otro por robar a un profesor.

Hermione asintió, nerviosa.

Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas hinchazones remitieron, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.

Si averiguo quién ha arrojado esto —susurró Snape—, me aseguraré de que lo expulsen.

Snape y Harry cruzaron miradas. El comedor se sumió en un silencio incómodo.

— Sobre eso — dijo Snape lentamente — hablaremos más tarde.

Harry soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo.

Los miedos de Hermione de pronto se le hicieron totalmente comprensibles. Snape iba a conseguir que lo expulsaran, estaba seguro de ello. Si no lo hacía por lo del caldero, sería por la poción, o por lo de Sirius en tercer año, o por el ED, o por cualquier otra cosa.

Decidido a no pensar en ello, Harry siguió escuchando a Corner, quien continuaba leyendo sin muchas ganas.

Harry puso una cara que esperaba que fuera de perplejidad. Snape lo miraba a él, y la campana que sonó al cabo de diez minutos no pudo ser mejor bienvenida.

Sabe que fui yo —dijo Harry a Ron y Hermione, mientras iban deprisa a los aseos de Myrtle la Llorona—. Podría jurarlo.

Por la expresión de Snape en el presente, claramente no lo había sabido.

Hermione echó al caldero los nuevos ingredientes y removió con brío.

Estará lista dentro de dos semanas —dijo contenta.

En ese momento, la profesora Umbridge habló con voz suave:

— Es imposible que tres alumnos de segundo puedan realizar una poción tan delicada como la poción multijugos — dijo. Parecía estar saboreando cada palabra. — Sin embargo, si ese fuera el caso, los tres alumnos deberían ser expulsados de inmediato.

A juzgar por la cara de Snape, odiaba estar de acuerdo en algo con Umbridge.

— Nadie va a ser expulsado hasta que no terminemos la lectura de los siete libros — intervino finalmente Dumbledore. — Les recuerdo que solamente vamos por el segundo. Todavía pueden pasar muchas cosas.

— Las cosas que pasen en el futuro no cambian los hechos ya sucedidos — replicó Umbridge. — Y lo que ya ha sucedido es que esos tres alumnos han puesto en peligro la salud de sus compañeros, han robado a un profesor y han tratado de realizar una poción extremadamente peligrosa y prohibida.

— No sabemos si lo consiguieron — gruñó McGonagall. — Ni sabemos qué consecuencias pudo tener. No tiene sentido discutir esto ahora.

Le hizo una seña a Corner para que leyera. El chico lo hizo, claramente incómodo.

Snape no tiene ninguna prueba de que hayas sido tú —dijo Ron a Harry, tranquilizándolo—. ¿Qué puede hacer?

Conociendo a Snape, algo terrible —dijo Harry, mientras la poción levantaba borbotones y espuma.

Harry seguía pensando lo mismo.

Una semana más tarde, Harry, Ron y Hermione cruzaban el vestíbulo cuando vieron a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan y Dean Thomas les hacían señas, entusiasmados.

Seamus y Dean se sonrieron.

¡Van a abrir un club de duelo! —dijo Seamus—. ¡La primera sesión será esta noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles en estos días…

¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin? — preguntó Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.

Harry bufó. Ahora que sabía qué era el monstruo de Slytherin, pensaba que ninguna clase de duelo del mundo podría preparar a alguien para luchar contra él.

Podría ser útil —les dijo a Harry y Hermione cuando se dirigían a cenar—. ¿Vamos?

Harry y Hermione se mostraron completamente a favor, así que aquella noche, a las ocho, se dirigieron deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas de comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.

— No han vuelto a hacer ningún club de duelo — se quejó un chico de segundo. — Es injusto.

Muchos alumnos de cursos inferiores le dieron la razón.

Me pregunto quién nos enseñará —dijo Hermione, mientras se internaban en la alborotada multitud—. Alguien me ha dicho que Flitwick fue campeón de duelo cuando era joven, quizá sea él.

Se oyeron murmullos de interés y el profesor se ruborizó.

— ¿Es verdad? — preguntó Cormac McLaggen. Por su tono, parecía escéptico.

— Así es — asintió Flitwick, provocando que decenas de alumnos exclamaran y le pidieran que hiciera una demostración.

Halagado, el profesor prometió hacerlo en el futuro. Algunos Hufflepuff parecían especialmente emocionados con la idea.

Con tal de que no sea… —Harry empezó una frase que terminó en un gemido: Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su túnica color ciruela oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.

La emoción que había en el comedor se evaporó instantáneamente. Poca gente todavía creía en las capacidades de Lockhart, después de lo del brazo de Harry y de los duendecillos, pero los que sí que confiaban en él mantenían sus expectativas altas.

Los demás suponían que el duelo iba a ser un desastre.

Corner siguió leyendo de mala gana.

Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo:

¡Venid aquí, acercaos! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oís todos? ¡Estupendo! El profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este modesto club de duelo, con la intención de prepararos a todos vosotros por si algún día necesitáis defenderos tal como me ha pasado a mí en incontables ocasiones (para más detalles, consultad mis obras).

Algunos bufaron. El tono aburrido en el que estaba leyendo Corner quedaba muy bien con esa parte, pensó Harry, pero no con todo lo demás.

Empezaba a molestarle. Si no quería leer, ¿para qué se ofrecía voluntario?

Miró a Ginny de reojo. La menor de los Weasley había parecido molesta durante gran parte del capítulo. Harry recordaba que el día anterior Corner se había sentado con ella, pero hoy estaban en puntas separadas del comedor. ¿Qué había pasado entre ellos? ¿Acaso habían cortado?

»Permitidme que os presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo Lockhart, con una amplia sonrisa—. Él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse, y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de empezar. Pero no quiero que os preocupéis los más jóvenes: no os quedaréis sin profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no temáis!

Se volvieron a escuchar bufidos.

¿No estaría bien que se mataran el uno al otro? —susurró Ron a Harry al oído. En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio.

Algunos parecieron escandalizados, como la madre de Ron, mientras que muchos otros, principalmente estudiantes, se reían por lo bajo. Snape lo fulminó con la mirada.

Harry se preguntaba por qué Lockhart continuaba sonriendo; si Snape lo hubiera mirado como miraba a Lockhart, habría huido a todo correr en la dirección opuesta.

Eso pareció divertir a Snape. De nuevo, Harry vio el amago de una sonrisa en su boca, pero apenas duró un instante.

Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo menos, la hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía la cabeza de mal humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos, como si fueran espadas.

Algunos rieron por la comparación.

Como veis, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional —explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar.

Yo no estaría tan seguro —susurró Harry, viendo a Snape enseñar los dientes.

Snape rodó los ojos. Los alumnos estaban divididos entre los que consideraban que lo que estaban leyendo era divertido y los que parecían preocupados por la vida de Lockhart.

Una…, dos… y tres.

Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante. Snape gritó:

¡Expelliarmus!

Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo.

Se oyeron grititos ahogados. Muchos parecían preocupados.

Harry dio un salto al darse cuenta de que había sido Snape quien le había enseñado ese hechizo por primera vez. Le había sido muy útil unos meses atrás, en el cementerio.

Con una punzada, se obligó a no pensar en ello. Cada vez que le venían recuerdos de esa noche sentía que se ahogaba.

Malfoy y algunos otros de Slytherin vitorearon. Hermione se puso de puntillas.

¿Creéis que estará bien? —chilló por entre los dedos con que se tapaba la cara.

¿A quién le preocupa? —dijeron Harry y Ron al mismo tiempo.

Snape los miró mal.

Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su pelo ondulado se le había puesto de punta.

¡Bueno, ya lo habéis visto! —dijo, tambaleándose al volver a la tarima—. Eso ha sido un encantamiento de desarme; como podéis ver, he perdido la varita… ¡Ah, gracias, señorita Brown! Sí, profesor Snape, ha sido una excelente idea enseñarlo a los alumnos, pero si no le importa que se lo diga, era muy evidente que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido impedírselo, me habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería instructivo dejarles que vieran…

Muchos escuchaban con incredulidad, preguntándose si de verdad Lockhart era tan patético como lo estaba pareciendo.

Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo:

¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor Snape, si es tan amable de ayudarme…

— Snape y amable no quedan bien en la misma frase — murmuró Ron. Harry asintió con fervor.

Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con Justin Finch-Fletchley, pero Snape llegó primero hasta donde estaban Ron y Harry.

Ya es hora de separar a este equipo ideal, creo —dijo con expresión desdeñosa—. Weasley, puedes emparejarte con Finnigan. Potter…

Harry se acercó automáticamente a Hermione.

Algunos rieron. Se escuchó algún silbido sugerente que Harry y Hermione prefirieron ignorar.

Me parece que no —dijo Snape, sonriendo con frialdad—. Señor Malfoy, aquí. Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter. La señorita Granger que se ponga con Bulstrode.

— No me parece una buena combinación — dijo Luna. Harry no podía estar más de acuerdo.

Malfoy se acercó pavoneándose y sonriendo. Detrás de él iba una chica de Slytherin que le recordó a Harry una foto que había visto en Vacaciones con las brujas. Era alta y robusta, y su poderosa mandíbula sobresalía agresivamente. Hermione la saludó con una débil sonrisa que la otra no le devolvió.

En el presente, Millicent fulminaba a Harry con la mirada, a la par que se oían risitas disimuladas.

¡Poneos frente a vuestros contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre la tarima— y haced una inclinación!

Harry y Malfoy apenas bajaron la cabeza, mirándose fijamente.

Todo lo contrario pasaba ahora. Ni Malfoy ni Harry tenían ninguna intención de mirarse el uno al otro, sabiendo exactamente cómo había ido ese duelo.

¡Varitas listas! —gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecutad vuestros hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y… tres.

Harry apuntó la varita hacia los hombros de Malfoy, pero éste ya había empezado a la de dos.

— Tramposo — bufó Angelina.

— Era de esperar — dijo Fred. — No se puede confiar en un hurón.

Malfoy, que se había ruborizado ligeramente, los fulminó con la mirada. A Harry le agradaba ver que todo el colegio iba a saber lo cobarde que era el Slytherin.

Su conjuro le hizo el mismo efecto que si le hubieran golpeado en la cabeza con una sartén. Harry se tambaleó pero aguantó, y sin perder tiempo, dirigió contra Malfoy su varita, diciendo:

¡Rictusempra!

Un chorro de luz plateada alcanzó a Malfoy en el estómago, y el chico se retorció, respirando con dificultad.

¡He dicho sólo desarmarse! —gritó Lockhart a la combativa multitud cuando Malfoy cayó de rodillas; Harry lo había atacado con un encantamiento de cosquillas, y apenas se podía mover de la risa.

Algunos alumnos rieron y aplaudieron.

Harry no volvió a atacar, porque le parecía que no era deportivo hacerle a Malfoy más encantamientos mientras estaba en el suelo, pero fue un error. Tomando aire, Malfoy apuntó la varita a las rodillas de Harry, y dijo con voz ahogada:

¡Tarantallegra!

— Eres demasiado noble — le reprochó Hermione.

— Tendrías que haberle atacado — dijo Ron al mismo tiempo.

Harry rodó los ojos.

Un segundo después, a Harry las piernas se le empezaron a mover a saltos, fuera de control, como si bailaran un baile velocísimo.

¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart, pero Snape se hizo cargo de la situación.

¡Finite incantatem! —gritó. Los pies de Harry dejaron de bailar, Malfoy dejó de reír y ambos pudieron levantar la vista.

Cosa que no sucedía en el presente, donde Malfoy fulminaba a todo el mundo con la mirada excepto a Harry. Harry tampoco tenía ganas de mirarlo, aunque lo hacía de reojo.

Era muy incómodo leer ese duelo infantil sabiendo todo lo que sabían ahora.

Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala. Tanto Neville como Justin estaban tendidos en el suelo, jadeando; Ron sostenía a Seamus, que estaba lívido, y le pedía disculpas por los efectos de su varita rota; pero Hermione y Millicent Bulstrode no se habían detenido: Millicent tenía a Hermione agarrada del cuello y la hacía gemir de dolor. Las varitas de las dos estaban en el suelo. Harry se acercó de un salto y apartó a Millicent. Fue difícil, porque era mucho más robusta que él.

— He ahí la razón por la que no se ha vuelto a realizar un club de duelo — dijo McGonagall.

Muchachos, muchachos… —decía Lockhart, pasando por entre los estudiantes, examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate, Macmillan…, con cuidado, señorita Fawcett…, pellízcalo con fuerza, Boot, y dejará de sangrar enseguida…

— Eso no funcionó, tuve que ir a ver a la señora Pomfrey después — se escuchó decir a Terry Boot.

»Creo que será mejor que os enseñe a interceptar los hechizos indeseados —dijo Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del comedor. Miró a Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de inmediato—. Necesito un par de voluntarios… Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal vosotros?

Muchos se echaron a reír.

— Al profesor Lockhart le aterrorizaba el profesor Snape — dijo Lavender, incrédula. — ¿Cómo no nos dimos cuenta? — añadió, mirando a Parvati.

— Ni idea. Siempre parecía tan seguro de sí mismo…

Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un murciélago grande y malévolo—.

Se oyeron risitas ahogadas. Snape le lanzó una mirada asesina a Harry, quien se sintió indignado por ello. ¡Ni que él tuviera la culpa de lo que un desconocido hubiera escrito en esos libros!

Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples, tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas. —La cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y Potter? —dijo Snape con una sonrisa malvada.

— ¿Por qué quieres ver el mundo arder? — bufó exasperada la profesora McGonagall.

— Simplemente, consideré que ese duelo sería más interesante de ver — dijo Snape elegantemente.

Nadie se creyó su excusa.

¡Excelente idea! —dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio—. Veamos, Harry —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte con la varita, tienes que hacer esto.

Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo. Snape sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo:

¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa!

— Inútil — bufó George.

Era muy curioso ver cómo los fans de Lockhart cada vez tenían caras de decepción más evidentes.

Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído. Malfoy también sonrió. Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:

Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de interceptar?

¿Asustado? —murmuró Malfoy, de forma que Lockhart no pudiera oírle.

Eso quisieras tú —le dijo Harry torciendo la boca.

— Tenía yo razón — dijo Malfoy arrastrando las palabras. — Estabas asustado.

— Ni de broma — resopló Harry, pero Malfoy tenía una sonrisa de suficiencia que ese comentario no consiguió borrar.

— Lo acabamos de leer. ¿Puedes volver a leer esa frase, Corner?

Durante un segundo, Michael Corner pareció estar a punto de negarse, pero luego miró a Harry durante un momento, su expresión se endureció y repitió:

Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:

Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de interceptar?

Se oyeron risas en la zona de Slytherin, por donde Malfoy estaba sentado. Harry, que sentía su cara arder, replicó:

— Al menos yo no necesité hacer trampas durante el duelo.

— No hice trampas — se defendió Malfoy. — Solo usé un hechizo que tú desconocías.

— Tú tampoco lo conocías. Fue Snape quien te lo dijo.

Malfoy bufó.

— ¿Y qué? El caso es que gané el duelo, Potter.

Indignado, Harry se puso en pie.

— ¡No ganaste! Si tanta confianza tienes en tus habilidades, ¿por qué no eres capaz de tener un duelo conmigo sin tener que recurrir a tus matones?

Crabbe y Goyle, confusos, no parecían haberse dado por aludidos. A pesar de ello, miraban a Harry con rabia.

— Podemos luchar cuando quieras — replicó Draco. Su tono de voz había cambiado: Harry había logrado enfadarlo.

— Suficiente — intervino McGonagall. — Nadie va a pelear con nadie.

Muchos alumnos que se habían emocionado ante la idea de ver un duelo en vivo y en directo se sintieron visiblemente decepcionados.

Furioso, Harry se obligó a sí mismo a sentarse de nuevo y escuchar la lectura. Ya vería Malfoy… le haría ver…

Al otro lado del comedor, los pensamientos del Slytherin iban por el mismo camino que los de Harry.

Lockhart dio una palmada amistosa a Harry en el hombro.

¡Simplemente, hazlo como yo, Harry!

¿El qué?, ¿dejar caer la varita?

— ¿En serio le dijiste eso? — preguntó Neville, con los ojos muy abiertos. Pero Harry no escuchaba, todavía sumido en su enfado con Malfoy.

Pero Lockhart no le escuchaba.

Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó.

Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó:

¡Serpensortia!

Hubo un estallido en el extremo de su varita. Harry vio, aterrorizado, que de ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo entre los dos y se erguía, lista para atacar. Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo.

El comedor se sumió en el silencio a causa de la impresión.

Los que habían estado allí aquel día se prepararon mentalmente para escuchar de nuevo ese momento. Harry vio como muchos se inclinaban en sus asientos, deseando saber cómo había sido ese momento desde el punto de vista de Harry.

Justin Finch-Fletchley estaba extremadamente pálido.

No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando claramente de la visión de Harry, que se había quedado inmóvil, mirando a los ojos a la furiosa serpiente—. Me encargaré de ella…

Sirius gruñó y miró mal a Snape, pero no dijo nada.

¡Permitidme! —gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente y se oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha hacia Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, enseñando los colmillos venenosos.

Muchos miraron con preocupación a Justin, como buscando señales en su cuerpo de que hubiera sido atacado por una serpiente. El Hufflepuff, cuyo rostro estaba blanco como la nieve, no hizo caso a las miradas.

Harry se habría preocupado por Justin si no fuera porque le ponía nervioso saber lo que estaban a punto de leer. Todos sabían que podía hablar pársel; lo habían descubierto al leer aquella vez que habló con una serpiente en el zoo. Sin embargo, le inquietaba no saber exactamente cómo se describiría ese momento.

Para él, no había pasado nada raro. Recordaba haberle gritado a la serpiente que dejara a Justin, pero en su mente no había cambiado de lengua. No le preocupaba especialmente lo que la gente pudiera pensar de él, pero sí la reacción que pudieran tener el ministro y la profesora Umbridge. Ella ya lo había acusado de ser un mago oscuro en potencia al descubrir que tenía esa habilidad. Escuchar cómo la utilizó sin siquiera darse cuenta podría darle aún más razones para convencer al ministro de que Harry debía ser expulsado de Hogwarts, y la situación ya estaba bastante mal en ese sentido como para echar más leña al fuego.

Harry no supo por qué lo hizo, ni siquiera fue consciente de ello. Sólo percibió que las piernas lo impulsaban hacia delante como si fuera sobre ruedas y que gritaba absurdamente a la serpiente: «¡Déjale!» Y milagrosa e inexplicablemente, la serpiente bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa manguera negra de jardín, y volvió los ojos a Harry. A éste se le pasó el miedo. Sabía que la serpiente ya no atacaría a nadie, aunque no habría podido explicar por qué lo sabía.

El comedor escuchaba en silencio. Si bien muchos parecían confundidos, la mayoría había comprendido lo que estaba sucediendo.

Tal como había temido, muchos lo miraban con cautela. Se comenzaron a escuchar susurros apresurados y, por el rabillo del ojo, Harry vio a Fudge inclinarse para murmurar algo al oído de la profesora Umbridge. La expresión de Umbridge era la de alguien a quien le han dicho que va a tener un doble regalo de navidad. Sin embargo, la profesora no dijo nada en voz alta.

Sonriendo, miró a Justin, esperando verlo aliviado, o confuso, o agradecido, pero ciertamente no enojado y asustado.

¿A qué crees que jugamos? —gritó, y antes de que Harry pudiera contestar, se había dado la vuelta y abandonaba el salón.

Se oyeron jadeos de sorpresa.

— ¿Qué te pasa? — le espetó un chico de tercero. — ¡Te acaba de salvar!

Varios amigos de Justin saltaron en su defensa, hasta que él dijo:

— No era lo que parecía — se excusó Justin. — Todo lo que oí fueron silbidos raros, y entonces la serpiente empezó a moverse. Parecía como si…

— ¿Pero no viste que la serpiente se alejaba de ti? — le preguntó Lavender, curiosa. Justin se encogió de hombros.

— Admito que estaba tan asustado que solo pensé en que Harry quería atacarme. Pensadlo, ya le tenía miedo de antes… — miró a Harry con rostro culpable. — Por lo de los petrificados y todo eso.

Varias personas quisieron hablar a la vez, por lo que el comedor acabó dividido en múltiples conversaciones. Algunos consideraban que la reacción de Justin era comprensible, pero otros creían que debía haber juzgado mejor la situación y no haberle respondido así a Harry.

Entre todo el jaleo, Justin se acercó a dónde estaba sentado Harry, caminando medio agachado para no llamar la atención de todos los que discutían.

— Hey… — dijo al llegar a su lado. — Lo siento. De verdad.

— No te preocupes — se apresuró a responder Harry, sorprendido. — Eh… no te guardo rencor. Sé lo que parecía.

Justin le sonrió y, tras darle un golpe incómodo en el hombro a modo de saludo, volvió a su asiento.

Un minuto después, la profesora McGonagall consideró que ya habían perdido suficiente tiempo discutiendo y obligó a los alumnos a guardar silencio.

Snape se acercó, blandió la varita y la serpiente desapareció en una pequeña nube de humo negro. También Snape miraba a Harry de una manera rara; era una mirada astuta y calculadora que a Harry no le gustó.

Durante un momento, Harry y Snape cruzaron miradas. Apenas duró un instante, porque Harry apartó la suya de inmediato.

Fue vagamente consciente de que a su alrededor se oían unos inquietantes murmullos. A continuación, sintió que alguien le tiraba de la túnica por detrás.

Vamos —le dijo Ron al oído—. Vamos…

Ron lo sacó del salón, y Hermione fue con ellos.

— Eres un buen amigo — dijo Luna en voz alta.

Ron se ruborizó.

Al atravesar las puertas, los estudiantes se apartaban como si les diera miedo contagiarse.

Hermione soltó un bufido.

Harry no tenía ni idea de lo que pasaba, y ni Ron ni Hermione le explicaron nada hasta llegar a la sala común de Gryffindor, que estaba vacía. Entonces Ron sentó a Harry en una butaca y le dijo:

Hablas pársel. ¿Por qué no nos lo habías dicho?

¿Que hablo qué? —dijo Harry.

Se oyeron resoplidos por parte de muchos alumnos, todos ellos provenientes de familias de magos.

¡Pársel! —dijo Ron—. ¡Puedes hablar con las serpientes!

Lo sé —dijo Harry—. Quiero decir, que ésta es la segunda vez que lo hago. Una vez, accidentalmente, le eché una boa constrictor a mi primo Dudley en el zoo… Es una larga historia… pero ella me estaba diciendo que no había estado nunca en Brasil, y yo la liberé sin proponérmelo. Fue antes de saber que era un mago…

— Ya lo sabemos — se quejó Zacharias Smith, mirando directamente a Harry como si él tuviera la culpa de que se estuviera repitiendo información.

Harry rodó los ojos e ignoró al chico. Delante de él, Ron parecía dispuesto a responderle, pero una mirada de Hermione hizo que cerrara la boca.

Harry se fijó entonces en Ginny, quien seguía pareciendo molesta por algo. Tenía la vista fija en Michael Corner, quien seguía leyendo.

¿Entendiste que una boa constrictor te decía que no había estado nunca en Brasil? —repitió Ron con voz débil.

Se escuchó alguna risita disimulada.

¿Y qué? —preguntó Harry—. Apuesto a que pueden hacerlo montones de personas.

— Para nada — dijo Hannah Abbott, quien estaba algo pálida.

Desde luego que no —dijo Ron—. No es un don muy frecuente. Harry, eso no es bueno.

¿Que no es bueno? —dijo Harry, comenzando a enfadarse—. ¿Qué le pasa a todo el mundo? Mira, si no le hubiera dicho a esa serpiente que no atacara a Justin…

¿Eso es lo que le dijiste?

¿Qué pasa? Tú estabas allí… Tú me oíste.

Hablaste en lengua pársel —le dijo Ron—, la lengua de las serpientes. Podías haber dicho cualquier cosa. No te sorprenda que Justin se asustara, parecía como si estuvieras incitando a la serpiente, o algo así. Fue escalofriante.

Muchos de los que no habían estado allí, la mayoría de los cuales habían criticado a Justin hacía un minuto, parecían sentir más empatía por el chico ahora.

Harry se quedó con la boca abierta.

¿Hablé en otra lengua? Pero no comprendo… ¿Cómo puedo hablar en una lengua sin saber que la conozco?

— Esa es una muy buena pregunta — dijo Kingsley. Tanto él como Tonks, Lupin y Moody parecían muy intrigados con el asunto. Sirius, por otro lado, no parecía preocuparse mucho, algo que Harry agradecía.

Ron negó con la cabeza. Por la cara que ponían tanto él como Hermione, parecía como si acabara de morir alguien. Harry no alcanzaba a comprender qué era tan terrible.

¿Me quieres decir qué hay de malo en impedir que una serpiente grande y asquerosa arranque a Justin la cabeza de un mordisco? —preguntó—. ¿Qué importa cómo lo hice si evité que Justin tuviera que ingresar en el Club de Cazadores Sin Cabeza?

Justin hizo una mueca. Ernie, con la tez algo verdosa, dijo:

— ¿Hace falta que lo digas de esa forma?

— No ha dicho ninguna mentira — replicó Ron de mala gana.

Sí importa —dijo Hermione, hablando por fin, en un susurro—, porque Salazar Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes. Por eso el símbolo de la casa de Slytherin es una serpiente.

Harry se quedó boquiabierto.

— Oh, qué sorpresa — ironizó Nott. — Salazar Slytherin podía hablar con serpientes. Quién lo habría dicho.

Algunos Slytherin rieron. Con el ceño fruncido, Harry centró su vista en Corner para no responderle nada a Nott.

Exactamente —dijo Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú eres su tatara-tatara-tatara-tataranieto o algo así.

Pero no lo soy —dijo Harry, sintiendo un inexplicable terror.

Nott soltó una risita burlona.

Te costará mucho demostrarlo —dijo Hermione—. Él vivió hace unos mil años, así que bien podrías serlo.

Y toda sonrisa de Nott se borró de su cara.

— Es imposible que alguien como Potter esté emparentado con Salazar Slytherin — exclamó, asqueado.

— Tampoco querría estarlo — replicó Harry.

Eso abrió una nueva discusión entre Slytherins y Gryffindors que la profesora McGonagall tuvo que acallar.

Por orden de la profesora, Michael siguió leyendo.

Aquella noche, Harry pasó varias horas despierto. Por una abertura en las colgaduras de su cama, veía que la nieve comenzaba a amontonarse al otro lado de la ventana de la torre, y meditaba.

¿Era posible que fuera un descendiente de Salazar Slytherin? Al fin y al cabo, no sabía nada sobre la familia de su padre. Los Dursley nunca le habían permitido hacerles preguntas sobre sus familiares magos.

— Es totalmente imposible — escupió Malfoy, tan asqueado como Nott.

En voz baja, trató de decir algo en lengua pársel, pero no encontró las palabras. Parecía que era requisito imprescindible estar delante de una serpiente.

— Qué raro — escuchó murmurar a Ginny.

La curiosidad le pudo y se inclinó hacia delante para preguntarle.

— Oh, es que… — Ginny miró alrededor, asegurándose de que solo Ron y Hermione estaban escuchándolos, antes de añadir: — Cuando yo tenía que hablar en pársel, no tenía una serpiente delante. Tom podía hacerlo cuando quisiera.

— Creo que también sirve pensar en una serpiente — susurró Harry. — Yo también pude abrir la cámara.

Ginny hizo una mueca.

Decidiendo que era mejor dejar el tema, Harry volvió a sentarse correctamente.

«Pero estoy en Gryffindor —pensó Harry—. El Sombrero Seleccionador no me habría puesto en esta casa si tuviera sangre de Slytherin…»

«¡Ah! —dijo en su cerebro una voz horrible—, pero el Sombrero Seleccionador te quería enviar a Slytherin, ¿lo recuerdas?»

Algunos parecían estar encontrándole sentido a esa voz horrible.

Sin embargo, a Harry le daba igual. Le resultaba más curioso notar que, de pronto, el tono apagado y aburrido de Michael Corner se había endurecido. Era como si el chico se hubiera puesto de muy mal humor de repente.

Harry se volvió. Al día siguiente vería a Justin en clase de Herbología y le explicaría que le había pedido a la serpiente que se apartara de él, no que lo atacara, algo (pensó enfadado, dando puñetazos a la almohada) de lo que cualquier idiota se habría dado cuenta.

Tanto Justin como Harry hicieron muecas de incomodidad. Aunque no había rencor entre ellos, resultaba desagradable leer los momentos en los que sí que lo había habido.

A la mañana siguiente, sin embargo, la nevada que había empezado a caer por la noche se había transformado en una tormenta de nieve tan recia que se suspendió la última clase de Herbología del trimestre. La profesora Sprout quiso tapar las mandrágoras con pañuelos y calcetines, una operación delicada que no habría confiado a nadie más, puesto que el crecimiento de las mandrágoras se había convertido en algo tan importante para revivir a la Señora Norris y a Colin Creevey.

Michael había acelerado su ritmo de lectura y leyó esa parte muy deprisa.

Harry escuchó a Ginny resoplar.

Harry le daba vueltas a aquello, sentado junto a la chimenea, en la sala común de Gryffindor, mientras Ron y Hermione aprovechaban el hueco dejado por la clase de Herbología para echar una partida al ajedrez mágico.

Ginny volvió a soltar un bufido y Harry no pudo contener más su curiosidad. Inclinándose de nuevo, le preguntó en voz baja:

— ¿Ha pasado algo con Corner?

Ginny se giró. Por su expresión enfadada, quedaba clara la respuesta.

— ¿Qué ha hecho? — intervino Ron antes de que Ginny pudiera contestar.

— Ser un imbécil, eso es lo que ha hecho — replicó Ginny.

Hermione le puso una mano en el hombro en señal de apoyo.

— ¿Aún no has hablado con él desde lo de ayer? — preguntó. Ginny negó con la cabeza.

— ¿Te ha hecho algo? — gruñó Ron. Harry estaba seguro de que Ron no tardaría ni dos segundos en avisar a Fred y George si resultaba que Corner había hecho daño a Ginny.

— No — respondió ella, exasperada. — Solo se está portando como un idiota.

— Debería estar aquí contigo — se metió Luna. Harry no se había dado cuenta de que la chica podía escucharlos. — Con lo que vamos a leer, creo que debería estar aquí.

Hermione asintió con fervor. Harry no recordaba haberla visto nunca tan de acuerdo con Luna Lovegood en algo.

— No sabe que fui yo — objetó Ginny. — No se lo he dicho.

— ¿Por qué se ha ofrecido para leer? — susurró Harry. — No parece que le guste mucho hacerlo.

— Para llamar la atención de Ginny, obviamente — resopló Hermione. — No le ha gustado que ella lo haya ignorado desde ayer, así que se ha ofrecido a leer para obligarla a hacerle caso.

Harry y Ron intercambiaron miradas confusas.

— Pues no parece muy efectivo — bufó Ron. Ginny rodó los ojos.

— Pues lo es — replicó. — Ha conseguido que estemos hablando de él.

Los cinco se miraron y, no queriendo darle el gusto a Corner, dejaron de hablar en ese mismo momento.

¡Por Dios, Harry! —dijo Hermione, exasperada, mientras uno de los alfiles de Ron tiraba al suelo al caballero de uno de sus caballos y lo sacaba a rastras del tablero—. Si es tan importante para ti, ve a buscar a Justin.

De forma que Harry se levantó y salió por el retrato, preguntándose dónde estaría Justin.

Hermione hizo una mueca.

— No debería haber sugerido eso — dijo, ya en voz alta.

Algunos alumnos de primeros años la miraron con curiosidad.

El castillo estaba más oscuro de lo normal en pleno día, a causa de la nieve espesa y gris que se arremolinaba en todas las ventanas. Tiritando, Harry pasó por las aulas en que estaban haciendo clase, vislumbrando algunas escenas de lo que ocurría dentro. La profesora McGonagall gritaba a un alumno que, a juzgar por lo que se oía, había convertido a su compañero en un tejón.

— ¡Somos nosotros! — exclamó un chico de cuarto de Hufflepuff antes de chocar los cinco con otro.

Aguantándose las ganas de echar un vistazo, Harry siguió su camino, pensando que Justin podría estar aprovechando su hora libre para hacer alguna tarea pendiente, y decidió mirar antes que nada en la biblioteca.

— ¿Qué clase de gente dedica una hora libre a estudiar? — preguntó Fred.

— La clase de gente que quiere aprobar — replicó Katie Bell.

— Touché.

Efectivamente, algunos de los de Hufflepuff que tenían clase de Herbología estaban en la parte de atrás de la biblioteca, pero no parecía que estudiasen. Entre las largas filas de estantes, Harry podía verlos con las cabezas casi pegadas unos a otros, en lo que parecía una absorbente conversación. No podía distinguir si entre ellos se encontraba Justin. Se les estaba acercando cuando consiguió entender algo de lo que decían, y se detuvo a escuchar, oculto tras la sección de «Invisibilidad».

— Qué casualidad — rió Parvati.

— Y qué cotilla — se quejó Susan Bones.

Así que —decía un muchacho corpulento— le dije a Justin que se ocultara en nuestro dormitorio. Quiero decir que si Potter lo ha señalado como su próxima víctima, es mejor que se deje ver poco durante una temporada.

Se escucharon bufidos.

— ¡Pero si Potter lo salvó! — exclamó un Gryffindor de segundo, totalmente exasperado.

Muchos le dieron la razón.

Por supuesto, Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia muggle. Lo que Justin le dijo exactamente es que le habían reservado plaza en Eton. No es el mejor comentario que se le puede hacer al heredero de Slytherin, ¿verdad?

Ernie se había puesto rojo como un tomate. Por su expresión, Harry estaba seguro de que el chico estaba deseando que no se dijera su nombre.

¿Entonces estás convencido de que es Potter, Ernie? —preguntó asustada una chica rubia con coletas.

Ernie gimió cuando decenas de personas se giraron para mirarlo.

Hannah —le dijo solemnemente el chico robusto—, sabe hablar pársel. Todo el mundo sabe que ésa es la marca de un mago tenebroso. ¿Sabes de alguien honrado que pueda hablar con las serpientes? Al mismo Slytherin lo llamaban «lengua de serpiente».

— Ese es un muy buen argumento — comentó Umbridge. McGonagall la miró muy mal, pero no tan mal como Sirius, quien parecía tener ganas de batirse en duelo con ella.

Esto provocó densos murmullos. Ernie prosiguió:

¿Recordáis lo que apareció escrito en la pared? «Temed, enemigos del heredero.» Potter estaba enemistado con Filch. A continuación, el gato de Filch resulta agredido. Ese chaval de primero, Creevey, molestó a Potter en el partido de quidditch, sacándole fotos mientras estaba tendido en el barro. Y entonces aparece Creevey petrificado.

— Harry, tienes muy mala suerte — declaró Dean. Se oyeron murmullos de gente que estaba de acuerdo con él.

Harry no sabía cuántas veces le habían dicho eso desde que empezaron a leer, pero suponía que no dejaría de oírlo hasta que llegaran al quinto libro.

Pero —repuso Hannah, vacilando— parece tan majo… y, bueno, fue él quien hizo desaparecer a Quien-vosotros-sabéis. No puede ser tan malo, ¿no creéis?

Harry le sonrió a Hannah, quien sonrió de vuelta.

Ernie bajó la voz para adoptar un tono misterioso. Los de Hufflepuff se inclinaron y se juntaron más unos a otros, y Harry tuvo que acercarse más para oír las palabras de Ernie.

Nadie sabe cómo pudo sobrevivir al ataque de Quien-vosotros-sabéis. Quiero decir que era tan sólo un niño cuando ocurrió, y tendría que haber saltado en pedazos. Sólo un mago tenebroso con mucho poder podría sobrevivir a una maldición como ésa. —Bajó la voz hasta que no fue más que un susurro, y prosiguió—: Por eso seguramente es por lo que Quien-vosotros-sabéis quería matarlo antes que a nadie. No quería tener a otro Señor Tenebroso que le hiciera la competencia. Me pregunto qué otros poderes oculta Potter.

— Estás majareta — resopló Ron.

Ernie se encogió de hombros, aunque parecía muy incómodo.

— No puedes negar que todas las piezas encajaban — intentó defenderse el chico. — Y más aún con lo que pasó después.

Eso despertó murmullos de interés entre los estudiantes más jóvenes.

— Harry no es un mago oscuro — dijo Hermione exasperada.

— ¿Entonces por qué Quien-Tú-Sabes quiso matarlo? — preguntó un valiente Hufflepuff de primero al que inmediatamente le cayeron encima las miradas asesinas de gran parte del comedor.

— Ojalá lo supiera — gruñó Harry. — Pero no lo sé y vosotros tampoco, así que dejad de asumir que fue porque soy malvado.

Algunos tuvieron la decencia de parecer arrepentidos. Ernie estaba muy rojo, pero mantenía la cabeza alta a pesar de todo.

Sin que Harry lo supiera, fuera del comedor varias personas estaban hablando sobre él.

— Creo que deberíamos avisarle — dijo una voz. — Si se entera de lo de la profecía a la vez que el resto del comedor, no nos lo perdonará.

— Estoy de acuerdo — replicó otra voz. — ¿Qué hacemos, esperamos a que lean el quinto libro o se lo contamos antes?

— Mejor esperamos — se apresuró a decir otra persona. — Pensad que aún tiene que leer todo lo que pasó el día de la tercera prueba. No soportará hacerlo sabiendo lo de la profecía.

Con el plan ya decidido, todos los presentes se enfocaron en seguir monitoreando la lectura.

Harry no pudo aguantar más y salió de detrás de la estantería, carraspeando sonoramente. De no estar tan enojado, le habría parecido divertida la forma en que lo recibieron: todos parecían petrificados por su sola visión, y Ernie se puso pálido.

En el presente, todos los Hufflepuff que habían participado en aquella conversación parecieron avergonzados.

Hola —dijo Harry—. Busco a Justin Finch-Fletchley.

— ¡Harry! — exclamó Hermione exasperada mientras Ron y Ginny se reían a carcajadas y Sirius, Fred y George aplaudían.

— No sé si eso ha sido estúpido o genial — afirmó Sirius con una gran sonrisa.

Los peores temores de los de Hufflepuff se vieron así confirmados. Todos miraron atemorizados a Ernie.

¿Para qué lo buscas? —le preguntó Ernie, con voz trémula.

— Cobarde — bufó Angelina. Ernie pegó un pequeño salto en su asiento antes de mirar mal a la chica.

Quería explicarle lo que sucedió realmente con la serpiente en el club de duelo —dijo Harry.

Ernie se mordió los labios y luego, respirando hondo, dijo:

Todos estábamos allí. Vimos lo que sucedió.

— Vaya — Angelina estaba sorprendida. — Parece que no eres tan cobarde como parecías.

— No sé si tomarme eso como un halago o no.

Entonces te darías cuenta de que, después de lo que le dije, la serpiente retrocedió —le dijo Harry.

Yo sólo me di cuenta —dijo Ernie tozudamente, aunque temblaba al hablar— de que hablaste en lengua pársel y le echaste la serpiente a Justin.

Se escucharon resoplidos y suspiros a lo largo de todo el comedor.

— ¿Es que no tenéis ojos en la cara? — exclamó un Ravenclaw de primero.

¡Yo no se la eché! —dijo Harry, con la voz temblorosa por el enojo—. ¡Ni siquiera lo tocó!

Le anduvo muy cerca —dijo Ernie—. Y por si te entran dudas —añadió apresuradamente—, he de decirte que puedes rastrear mis antepasados hasta nueve generaciones de brujas y brujos y no encontrarás una gota de sangre muggle, así que…

Ernie gimió.

¡No me preocupa qué tipo de sangre tengas! —dijo Harry con dureza—. ¿Por qué tendría que atacar a los de familia muggle?

He oído que odias a esos muggles con los que vives —dijo Ernie apresuradamente.

Se oyeron jadeos. Al mismo tiempo que la mitad del comedor se giraba para encarar a Ernie, el chico exclamó:

— ¡No! ¡Lo retiro! Por Merlín, no sabía cómo eran.

Tenía la mirada fija en Harry. Era fácil ver que el chico se arrepentía de verdad.

Harry suspiró. Una parte de él, la que recordaba vívidamente todo lo que había tenido que pasar en segundo año por culpa de todos aquellos que lo consideraban el heredero de Slytherin, sentía ganas de reprocharle a Ernie y a Justin todo lo que habían dicho y hecho.

Por otro lado, ellos no eran los únicos que estaban viendo una perspectiva diferente sobre lo que había pasado. Tras leer estos capítulos, Harry no podía negar que las circunstancias lo señalaban directamente a él como culpable. Él había desconfiado de Malfoy por un solo comentario. ¿Por qué no iban Justin y Ernie a desconfiar de él tras ver que dos personas con las que había tenido algún problema habían aparecido petrificadas? Y eso sin contar con que habían descubierto que hablaba pársel.

Armándose de paciencia, porque sabía que era lo justo, Harry respondió en voz alta:

— No pasa nada. Entiendo que todo apuntaba a que era yo el que petrificaba a la gente. No os guardo rencor — dijo, mirando directamente al grupo de Hufflepuffs que habían estado presentes durante aquella conversación.

Aliviado, Ernie asintió. Corner prosiguió con la lectura al ver que nadie decía nada más.

No es posible vivir con los Dursley sin odiarlos —dijo Harry—. Me gustaría que lo intentaras.

A pesar de lo que Harry había dicho, Ernie hizo una mueca al leer eso. Hannah escondió la cara entre las manos y Justin parecía querer que el sofá se lo tragase.

Ron todavía los fulminaba a todos con la mirada.

Dio media vuelta y salió de la biblioteca, provocando una mirada reprobatoria de la señora Pince, que estaba sacando brillo a la cubierta dorada de un gran libro de hechizos. Furioso como estaba, iba dando traspiés por el corredor, sin ser consciente de adónde iba. Y al fin se dio de bruces contra una mole grande y dura que lo tiró al suelo de espaldas.

— Seguro que es Hagrid — dijo Lee Jordan.

¡Ah, hola, Hagrid! —dijo Harry, levantando la vista.

Tanto Hagrid como Lee sonrieron.

Aunque llevaba la cara completamente tapada por un pasamontañas de lana cubierto de nieve, no podía tratarse de nadie más que Hagrid, pues ocupaba casi todo el ancho del corredor con su abrigo de piel de topo. En una de sus grandes manos enguantadas llevaba un gallo muerto.

Se oyeron exclamaciones de horror.

— ¿Por qué lleva eso por el colegio? — se quejó Romilda Vane.

¿Va todo bien, Harry? —preguntó Hagrid, quitándose el pasamontañas para poder hablar—. ¿Por qué no estás en clase?

La han suspendido —contestó Harry, levantándose—. ¿Y tú, qué haces aquí?

Hagrid levantó el gallo sin vida.

El segundo que matan este trimestre —explicó—. O son zorros o chupasangres, y necesito el permiso del director para poner un encantamiento alrededor del gallinero.

— Ni zorros ni chupasangres — murmuró Ginny. Harry notó que se había puesto algo pálida.

Ron, quien seguía sentado al lado de Ginny, a los pies de Harry, le puso la mano en el hombro en señal de apoyo.

Miró a Harry más de cerca por debajo de sus cejas espesas, cubiertas de nieve.

¿Estás seguro de que te encuentras bien? Pareces preocupado y alterado.

La señora Weasley le sonrió a Hagrid, a la vez que Sirius le hacía un gesto de agradecimiento. Hagrid les sonrió de vuelta.

Harry no pudo repetir lo que decían de él Ernie y el resto de los de Hufflepuff.

No es nada —repuso—. Mejor será que me vaya, Hagrid, después tengo Transformaciones y debo recoger los libros.

— La próxima vez, cuéntame lo que te pasa — dijo Hagrid amablemente.

— Tienes una manía muy mala de guardártelo todo — habló Lupin, quien miraba a Harry con preocupación.

Incómodo, Harry se encogió de hombros y deseó que Michael siguiera leyendo cuanto antes.

Se fue con la mente cargada con todo lo que había dicho Ernie sobre él:

«Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia muggle…»

Algunos fulminaron a Ernie con la mirada. La mayoría de los que lo hicieron eran pelirrojos.

Harry subió las escaleras y volvió por otro corredor. Estaba mucho más oscuro, porque el viento fuerte y helado que penetraba por el cristal flojo de una ventana había apagado las antorchas. Iba por la mitad del corredor cuando tropezó y cayó de cabeza contra algo que había en el suelo.

Harry oyó a alguien decir la palabra "torpe", pero no supo quién fue.

Se volvió y afinó la vista para ver qué era aquello sobre lo que había caído, y sintió que el mundo le venía encima.

Corner tomó aire antes de leer:

Sobre el suelo, rígido y frío, con una mirada de horror en el rostro y los ojos en blanco vueltos hacia el techo, yacía Justin Finch-Fletchley.

El comedor se quedó en un completo silencio.

Tal como había pasado con Colin, Harry notó que los amigos de Justin se acercaban más a él. Hannah Abbott parecía estar a punto de llorar.

Y eso no era todo. A su lado había otra figura, componiendo la visión más extraña que Harry hubiera contemplado nunca.

La gente escuchaba conteniendo la respiración, queriendo saber cada detalle.

Se trataba de Nick Casi Decapitado, que no era ya transparente ni de color blanco perlado, sino negro y neblinoso, y flotaba inmóvil, en posición horizontal, a un palmo del suelo. La cabeza estaba medio colgando, y en la cara tenía una expresión de horror idéntica a la de Justin.

— ¿Por qué tenía esa cara? — preguntó un valiente chico de segundo.

— Porque había mirado al monstruo de Slytherin a los ojos — le espetó Ernie. A su lado, Justin estaba extremadamente pálido.

— ¿Lo viste? — preguntó Cormac McLaggen con interés. — ¿Qué era? Nunca lo supe.

— Ni tú ni nadie — se quejó Zabini. — Es el monstruo de Slytherin. Al menos los Slytherin deberíamos saber qué era, ¿no? Es nuestro derecho.

Eso inició una discusión muy fuerte entre los alumnos. Muchos insultaban al Slytherin; otros, llegaban al extremo de lanzarle cosas por "ser un insensible".

Mientras eso sucedía, Harry, quien prefería mantenerse al margen, vio que Ernie, Justin y Hannah hablaban en susurros. Hannah le dio un abrazo a Justin, quien pareció agradecerlo mucho.

Miró entonces a Ginny, quien observaba la discusión (y las almohadas volar de un lado a otro del comedor) con cara de tener muchas ganas de salir de allí.

Agradeció mucho cuando el profesor Dumbledore se puso en pie y consiguió que todo el mundo retornara a sus asientos. Zabini, a quien le había caído encima una docena de almohadas de diferentes tamaños, una de las cuales había impactado contra su cara con bastante fuerza, parecía de muy mal humor.

Con tono de estar deseando acabar, Corner siguió leyendo.

Harry se puso de pie, con la respiración acelerada y el corazón ejecutando contra sus costillas lo que parecía un redoble de tambor. Miró enloquecido arriba y abajo del corredor desierto y vio una hilera de arañas huyendo de los cuerpos a todo correr.

A Ron le dio un escalofrío.

Lo único que se oía eran las voces amortiguadas de los profesores que daban clase a ambos lados.

Podía salir corriendo, y nadie se enteraría de que había estado allí. Pero no podía dejarlos de aquella manera…, tenía que hacer algo por ellos. ¿Habría alguien que creyera que él no había tenido nada que ver?

— Eres demasiado amable para tu propio bien — dijo Bill. Harry hizo una mueca.

No consideraba que intentar hacer algo por otra persona en apuros fuera "ser demasiado amable".

Aún estaba allí, aterrorizado, cuando se abrió de golpe la puerta que tenía a su derecha. Peeves el poltergeist surgió de ella a toda velocidad.

Se oyeron gemidos. Todo el mundo podía imaginarse lo que iba a suceder.

¡Vaya, si es Potter pipí en el pote! —cacareó Peeves, ladeándole las gafas de un golpe al pasar a su lado dando saltos—. ¿Qué trama Potter? ¿Por qué acecha?

Tener que imaginar la voz aguda de Peeves mientras Corner leía con su tono neutral se hacía muy raro.

Peeves se detuvo a media voltereta. Boca abajo, vio a Justin y Nick Casi Decapitado. Cayó de pie, llenó los pulmones y, antes de que Harry pudiera impedirlo, gritó:

¡AGRESIÓN! ¡AGRESIÓN! ¡OTRA AGRESIÓN! ¡NINGÚN MORTAL NI FANTASMA ESTÁ A SALVO! ¡SÁLVESE QUIEN PUEDA! AGREESIÓÓÓÓN!

— Maldito Peeves — gruñó Ron por lo bajo.

Pataplún, patapán, pataplún:

Corner rodó los ojos.

una puerta tras otra, se fueron abriendo todas las que había en el corredor, y la gente empezó a salir. Durante varios minutos, hubo tal jaleo que por poco no aplastan a Justin y atraviesan el cuerpo de Nick Casi Decapitado.

Hannah soltó un gritito y cogió a Justin del brazo.

— ¿Me pisaron? — exclamó el chico.

— No, pero casi — respondió Harry.

Los alumnos acorralaron a Harry contra la pared hasta que los profesores pidieron calma.

Como no podía saber qué alumnos habían sido, Sirius lanzó miradas asesinas a tantos alumnos como pudo. Muchos parecían aterrados.

La profesora McGonagall llegó corriendo, seguida por sus alumnos, uno de los cuales aún tenía el pelo a rayas blancas y negras. La profesora utilizó la varita mágica para provocar una sonora explosión que restaurase el silencio y ordenó a todos que volvieran a las aulas. Cuando el lugar se hubo despejado un poco, llegó corriendo Ernie, el de Hufflepuff.

¡Te han cogido con las manos en la masa! —gritó Ernie, con la cara completamente blanca, señalando con el dedo a Harry.

Ernie volvió a gemir.

— Lo sé, lo sé — dijo cuando varias personas lo miraron muy mal.

¡Ya vale, Macmillan! —dijo con severidad la profesora McGonagall.

Peeves se meneaba por encima del grupo con una malvada sonrisa, escrutando la escena; le encantaba el follón. Mientras los profesores se inclinaban sobre Justin y Nick Casi Decapitado, examinándolos, Peeves rompió a cantar:

¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido, te cargas a los estudiantes, y te parece divertido!

Muchos bufaron, molestos con el poltergeist. Harry nunca había visto a los Hufflepuff tan enfadados.

¡Ya basta, Peeves! —gritó la profesora McGonagall, y Peeves escapó por el corredor, sacándole la lengua a Harry.

— ¿Por qué se permite la estancia de ese poltergeist en el colegio? — inquirió la profesora Umbridge, dirigiéndose directamente a Dumbledore.

Sin embargo, antes de que el director pudiera contestar, el ministro lo hizo:

— Aunque sea una molesta, Hogwarts es legalmente su hogar — gruñó. — La única forma de echarlo sería que el director del colegio y los jefes de las casas decidieran hacerlo y completaran todo el papeleo necesario en el ministerio. Pero…

No hacía falta que dijera cuál era ese pero. Todos suponían que Dumbledore se negaba a echar a Peeves del colegio.

Los profesores Flitwick y Sinistra, del departamento de Astronomía, fueron los encargados de llevar a Justin a la enfermería, pero nadie parecía saber qué hacer con Nick Casi Decapitado. Al final, la profesora McGonagall hizo aparecer de la nada un gran abanico, y se lo dio a Ernie con instrucciones de subir a Nick Casi Decapitado por las escaleras. Ernie obedeció, abanicando a Nick por el corredor para llevárselo por el aire como si se tratara de un aerodeslizador silencioso y negro.

A Ernie debió darle un escalofrío, porque Hannah lo abrazó también a él.

De esa forma, Harry y la profesora McGonagall se quedaron a solas.

Por aquí, Potter —indicó ella.

Profesora —le dijo Harry enseguida—, le juro que yo no…

Eso se escapa de mi competencia, Potter —dijo de manera cortante la profesora McGonagall.

Sirius miró a McGonagall como si lo hubiera traicionado. La profesora mantuvo su semblante neutral.

Caminaron en silencio, doblaron una esquina, y ella se paró ante una gárgola de piedra grande y extremadamente fea.

— ¿Fea? — exclamó Dumbledore, para sorpresa de muchos. — Yo la considero preciosa. No le gustará saber que hay quien no piensa lo mismo.

McGonagall puso los ojos en blanco, pero Dumbledore no la vio. Snape también parecía exasperado.

¡Sorbete de limón! —dijo la profesora.

Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos. Incluso aterrorizado como estaba por lo que le esperaba, Harry no pudo dejar de sorprenderse.

En el presente, Harry pensó que, con la cantidad de veces que había acabado en el despacho del director, ya ni siquiera se fijaba en la fea gárgola que lo protegía o en el espectáculo que era ver las escaleras de caracol aparecer frente a él.

Los que nunca habían estado en el despacho de Dumbledore escuchaban con atención.

Detrás del muro había una escalera de caracol que subía lentamente hacia arriba, como si fuera mecánica. Al subirse él y la profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse tras ellos con un golpe sordo. Subieron más y más dando vueltas, hasta que al fin, ligeramente mareado, Harry vio ante él una reluciente puerta de roble, con una aldaba de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.

— Sabemos lo que es un grifo — dijo un alumno de séptimo rodando los ojos.

Entonces supo adónde lo llevaba. Aquello debía de ser la vivienda de Dumbledore.

— Fin del capítulo — dijo Corner, visiblemente aliviado. Dejó el libro y bajó de la tarima, dirigiéndose directamente hacia el lugar que había ocupado antes junto a otros Ravenclaw de su año.

Ginny soltó un resoplido.

Harry no lo diría en voz alta, pero parecía que a la relación entre esos dos le quedaba muy, muy poco tiempo.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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