miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 12

 La poción multijugos:


Entonces supo adónde lo llevaba. Aquello debía de ser la vivienda de Dumbledore.

— Fin del capítulo — dijo Corner, visiblemente aliviado. Dejó el libro y bajó de la tarima, dirigiéndose directamente hacia el lugar que había ocupado antes junto a otros Ravenclaw de su año.

Ginny soltó un resoplido.

Harry no lo diría en voz alta, pero parecía que a la relación entre esos dos le quedaba muy, muy poco tiempo.

Sin perder un segundo, Dumbledore se puso en pie y volvió a tomar el libro.

— El siguiente capítulo se titula: La poción multijugos — anunció. Se escucharon jadeos y murmullos llenos de intriga. — ¿Quién se ofrece voluntario para leer?

Varias personas levantaron la mano. Harry oyó a Hermione coger aire antes de ponerse en pie, atrayendo la mirada de todos.

— Yo lo haré — dijo con voz firme. Ron la miraba con la boca abierta y Harry suponía que su propia cara de sorpresa debía ser muy similar.

Hermione parecía decidida, aunque le temblaban ligeramente las manos. Tras unos segundos, el director asintió y Hermione caminó con la cabeza bien alta hasta la tarima, donde abrió el libro por el capítulo marcado.

— La poción multijugos — leyó.

Esta vez, la mayoría de gente se quedó en silencio absoluto. Los profesores miraban a Hermione con cautela, claramente divididos entre los que pensaban que el trío había sido incapaz de completar la poción y entre los que creían que era muy posible que lo hubieran hecho. En este último grupo se encontraba Snape, cuya expresión desde el momento en el que Hermione se había ofrecido para leer habría sido suficiente para provocarle pesadillas a más de una persona.

Harry y Ron intercambiaron miradas, nerviosos. Ninguno llegaba a entender del todo por qué Hermione se había ofrecido voluntaria para leer, pero definitivamente no pensaban que fuera buena idea.

Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron. La profesora McGonagall pidió a Harry que esperara y lo dejó solo.

Harry miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más interesante. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsado del colegio, habría disfrutado observando todo aquello.

Harry vio a Dumbledore sonreír. El enfado contra el profesor que había tenido desde hacía meses regresó con fuerza, haciendo que tuviera que luchar para no rodar los ojos ante la muestra de felicidad del director.

Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

Los que jamás habían pisado el despacho de Dumbledore escuchaban con atención. Algunos tenían incluso la boca abierta, y Harry escuchó a más de uno murmurar lo mucho que le gustaría ver todo eso en persona.

Harry dudó. Echó un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en las paredes. Seguramente no haría ningún mal poniéndoselo de nuevo. Sólo para ver si…, sólo para asegurarse de que lo había colocado en la casa correcta.

— ¡Claro que te colocó en la casa correcta! — bufó McGonagall, ofendida.

Harry hizo una mueca. El resto de Gryffindor parecía tan molesto y sorprendido como McGonagall.

— ¿Dónde vas a estar mejor que en Gryffindor? — dijo Angelina.

— Piensa en la cantidad de partidos de Quidditch que habríamos perdido sin ti — añadió Wood, a quien parecía dolerle con solo pensarlo.

— Lo sé, lo sé — se defendió Harry.

No podían culparlo por haber dudado. Entre sus habilidades para hablar pársel, toda la historia del heredero de Slytherin, las palabras del sombrero en su primera noche en Hogwarts… Había tenido muchos motivos para dudar.

— Eres idiota — declaró Ron tranquilamente. Al ver la cara de indignación de Harry, se encogió de hombros y añadió: — Ya te lo hemos dicho. Eres demasiado Gryffindor como para pertenecer a otra casa. Eres el único que lo duda.

— Ya no lo dudo — replicó Harry.

Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto.

— A mí no se me caía cuando me lo puse — comentó un Hufflepuff de sexto.

— Eso es porque eres un cabezón — replicó un amigo suyo, ganándose un almohadazo en toda la frente.

Harry esperó pero no pasó nada. Luego, una sutil voz le dijo al oído:

¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Harry Potter?

— ¿Eso está permitido? — preguntó Malfoy arrastrando las palabras. — ¿Cualquiera puede entrar al despacho del director y probarse el sombrero?

— No veo por qué no — respondió el propio Dumbledore.

Ligeramente ruborizado, Malfoy cerró la boca.

Mmm, no —respondió Harry—. Esto…, lamento molestarte, pero quería preguntarte…

Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí…, tú fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo lo que dije… aunque —Harry contuvo la respiración— podrías haber ido a Slytherin.

— De eso nada — bufó Nott.

No fue el único. Muchos alumnos protestaron, tanto de Slytherin como de Gryffindor.

El corazón le dio un vuelco. Cogió el sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo en el estante.

Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero. Éste no se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo.

— ¿Para qué le preguntas si no quieres saber la respuesta? — preguntó Michael Corner.

A Harry le sorprendió su tono de voz. Parecía que el chico estuviera enfadado con él.

— ¿Para qué haces preguntas estúpidas si no te importa la respuesta? — replicó Ginny.

Se escucharon jadeos. Varias personas, que sabían que Ginny y Michael eran novios, parecían sumamente interesadas en lo que estaba sucediendo. De reojo, Harry vio a Lavender y Parvati inclinarse en sus asientos, con los ojos como platos fijos en Ginny y Corner.

Sin embargo, antes de que Corner pudiera replicar, Hermione siguió leyendo.

Entonces, un ruido como de arcadas le hizo volverse completamente.

— ¿De arcadas? — preguntó Dennis Creevey. Era la primera vez que hablaba desde que habían leído lo de Colin. — ¿El profesor Dumbledore estaba enfermo?

— No era él — aclaró Harry.

Podía sentir que Corner lo fulminaba con la mirada desde su asiento. Ginny estaba furiosa, si la forma en la que retorcía los bordes de la almohada en la que estaba sentada era indicativa de algo.

No estaba solo. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado.

— Pobre Fawkes — se oyó murmurar a Tonks.

Harry lo miró, y el pájaro le devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Harry lo miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.

Muchos de los alumnos que no sabían que Dumbledore tenía un fénix parecían muy confusos.

Estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba con él a solas en el despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.

Se escucharon gritos.

— ¡No puede ser! — bufó Ernie Macmillan.

— Pobrecito — gimió Lavender.

No era la única que sentía pena por el pobre Fawkes.

— Tienes muy mala suerte — dijo Lupin, compadeciéndose de Harry. A su lado, Sirius tenía la boca abierta.

— ¿Cómo puedes ser tan gafe? — exclamó su padrino. — Esto ya no es normal.

Harry bufó.

— Créeme, llevo años haciéndome esa pregunta.

Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio. Buscó por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno.

— Aguamenti — dijo un alumno de séptimo como si fuera lo más obvio del mundo. Harry lo miró mal.

— Estaba en segundo — le recordó al chico. — Aún no había estudiado ese hechizo.

El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.

Algunos escuchaban con horror.

La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro…, no pude hacer nada…, acaba de arder…

Para sorpresa de Harry, Dumbledore sonrió.

Varios alumnos miraron a Dumbledore como si estuviera loco. Sin embargo, el director ya estaba más que acostumbrado a esas miradas y ni siquiera se inmutó.

Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.

Se rió de la cara atónita que ponía Harry.

En el presente, algunos profesores sonreían. Hagrid parecía divertirse con la escena.

— ¿Que se diera prisa? ¿En morir? — preguntó Hannah Abbott. Tenía los ojos muy abiertos y observaba a Dumbledore con cautela.

Antes de que Dumbledore pudiera responder, Hermione siguió leyendo, exasperada. Harry supuso que la chica no podía creer que hubiera gente que no entendiera qué clase de criatura era Fawkes.

Fawkes es un fénix, Harry. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira…

Harry dirigió la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.

Muchos respiraron aliviados.

— ¿Sigue vivo? — preguntó un alumno de primero.

Dumbledore asintió con una sonrisa.

— Los fénix son inmortales — explicó. Por su tono de voz, parecía que estuviera dando clase. — Durante su vida, se queman y renacen de sus cenizas constantemente, sumidos en un ciclo vital que nunca termina.

Es una pena que lo hayas tenido que ver el día en que ha ardido —dijo Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.

El tono de Hermione también parecía el propio de una clase de cuidado de criaturas mágicas.

Con el susto del incendio de Fawkes, Harry se había olvidado del motivo por el que se encontraba allí, pero lo recordó en cuanto Dumbledore se sentó en su silla de respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en él sus ojos penetrantes, de color azul claro.

Durante un momento, Justin pareció molesto porque Harry se hubiera olvidado de por qué había acabado en el despacho del director.

Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.

— Este capítulo está siendo surrealista — dijo Bill Weasley, totalmente sorprendido.

— No para de pasar una cosa tras otra — asintió Charlie. — No sé cómo no te da algo con tanto estrés, Harry.

Harry se preguntaba lo mismo.

¡No fue Harry, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con él segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, él no tuvo tiempo…

— Claro que no fue él — dijo Sirius. — ¿Cómo podría un crío de segundo petrificar un fantasma?

— ¿Cómo podría un despiadado asesino escapar de la zona de alta seguridad de Azkaban? — intervino la profesora Umbridge con voz dulce.

Se hizo el silencio. Sorprendido, Sirius miró directamente a Umbridge, quien sonreía falsamente.

— Utilizando el cerebro, cosa que usted nunca ha hecho — replicó Sirius.

Se oyeron jadeos y alguna risita. La profesora, completamente ofendida, abrió la boca para responder algo hiriente, pero Hermione siguió leyendo como si no se hubiera dado cuenta.

Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.

— No voy a tolerar que…. — intentó interrumpir Umbridge, pero Hermione continuó con la lectura.

—… No puede haber sido él, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario…

— ¡Esto es una falta de respeto! — exclamó la profesora. A su lado, Fudge también parecía molesto, si bien su nivel de enfado no llegaba al de la furia de Umbridge.

Hagrid, yo…

Usted se confunde de chico, yo sé que Harry nunca…

— ¡Niña! ¡Deja de leer! — chilló Umbridge.

Mientras Hermione y Umbridge tenían esa batalla, la señora Weasley le sonreía ampliamente a Hagrid, agradeciéndole con la mirada el haber estado ahí para defender a Harry. Sirius también parecía agradecido.

¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que Harry atacara a esas personas.

Ron se estiró para susurrarle a Harry:

— ¿Te das cuenta de que ningún profesor está defendiendo a Umbridge? Creo que no ha hecho muchos amigos…

Tenía toda la razón. Incluso Snape, que odiaba a Hermione, no estaba aprovechando esa ocasión para ridiculizarla en público ni para castigarla.

Parece que habían encontrado a alguien a quien Snape toleraba aún menos que a Hermione.

¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—. Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.

Y, con cierto embarazo, salió del despacho.

Se oyeron risas.

— ¡Suficiente! — volvió a chillar Umbridge, poniéndose en pie. Su mirada furiosa pasaba desde Hermione hasta Sirius, así como sobre las caras de los alumnos que reían por lo bajo.

— Dolores — habló Dumbledore calmadamente. — ¿Tiene usted algo que decir?

— ¡Por supuesto! — exclamó ella, indignada. — No me puedo creer la falta de educación y respeto de este colegio. ¡Exijo que…!

— Lo siento si no me he expresado bien, Dolores — interrumpió Dumbledore. — Con algo que decir, me refiero a algo relevante para la lectura.

De nuevo, se oyeron risas y jadeos. Fudge estaba blanco.

— ¡Ya está bien! — estalló el ministro. Muchas de las risas pararon al ver su expresión. El hombre se había puesto en pie y los miraba a todos como si estuviera loco. — Desde que comenzamos la lectura, ha habido una falta de respeto tras otra. ¡Soy el ministro y Dolores es la Suma Inquisidora de Hogwarts! Basta ya de tonterías y de comentarios innecesarios.

— Precisamente — intervino McGonagall. — Si la Suma Inquisidora no hubiera hecho un comentario innecesario, no estaríamos teniendo esta discusión.

— ¿Cómo te atreves? — le espetó Umbridge.

McGonagall la miró como quien mira a un bicho que ha entrado por la ventana.

— Exijo una disculpa — declaró Umbridge, roja de ira. — Y tú serás la primera, jovencita — añadió, dirigiéndose directamente a Hermione.

A Harry le dieron ganas de levantarse y aplaudir cuando Hermione, con cara de malas pulgas, se giró para encarar a Umbridge y dijo:

— Discúlpese con Sirius Black y yo me disculparé con usted.

Se volvieron a oír jadeos de sorpresa. Algunos miraban a Hermione como si fuera totalmente impredecible. En cierto modo, Harry creía que lo era.

— ¿Cómo te atreves? — exclamó Umbridge, furiosa.

— Creo que no es una petición descabellada, Dolores — dijo McGonagall con calma. Sin embargo, la furia en sus ojos era más que obvia.

Con la boca abierta, totalmente muda de la impresión, la profesora Umbridge parecía incapaz de responder. Fudge no estaba en mejor condición que ella.

— No voy a tolerar esto — consiguió decir el ministro, escupiendo las palabras. — Ahora mismo me marcho de aquí. La lectura queda cancelada. ¡Y usted! — gritó, dirigiéndose a Dumbledore. — ¡Dejará de ser el director del colegio en menos de lo que canta un gallo!

En ese momento, se abrieron las puertas del comedor. Harry no necesitó girarse para saber que había entrado uno de los misteriosos encapuchados.

— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó el desconocido, con la voz hechizada a la que tan acostumbrados estaban ya todos. — Le parecerá bonito, ministro, malgastar el tiempo peleando como niños de primero.

Fudge pareció inmensamente ofendido. Sin embargo, la profesora Umbridge se lo tomó aún peor.

— ¡Ustedes! Ustedes tienen la culpa de que todos los alumnos se estén desmelenando y estén desafiando a la autoridad — escupió. — ¡Se acabó! Ya ha oído al ministro. Recoja sus estúpidos libros y váyase inmediatamente del colegio, usted y todos sus compañeros.

— No — replicó el encapuchado tranquilamente.

Harry saltó en su asiento al ver que el desconocido sacaba una varita. Antes de que Harry pudiera reaccionar, él había hecho un gesto tajante con la varita que había mandado volando a Fudge y a Umbridge a sus respectivos asientos.

— La lectura va a continuar, quieran ustedes o no — dijo, guardando la varita. Los únicos que habían reaccionado eran los miembros de la Orden. De reojo, Harry vio a Tonks y Kingsley guardar sus varitas, mientras que Moody todavía la tenía en la mano, y creyó ver a Lupin escondiendo su varita en la manga de su túnica.

Fudge abrió la boca para protestar, pero el encapuchado se le adelantó:

— No tenemos tiempo que perder. Hermione, — la chica pegó un salto — sigue leyendo, por favor.

Y sin darle tiempo a nadie a replicar, Hermione siguió leyendo.

¿Usted no cree que fui yo, profesor? —repitió Harry esperanzado, mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.

No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su rostro volvía a ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar contigo.

Todavía anonadado por lo que acababa de suceder, Harry sintió una punzada al escuchar esas palabras, seguida de otra oleada de resentimiento hacia el director. ¿Cómo habían llegado a esa situación, en la que Dumbledore ya ni siquiera quería mirarlo a los ojos?

Mientras tanto, todo el comedor se hallaba sumido en el silencio, asimilando lo que acababa de pasar y temiendo decir algo en caso de que el encapuchado (o Umbridge, o Fudge) volvieran a enfadarse. De hecho, el encapuchado no se había marchado del comedor, sino que se había quedado de pie junto a la puerta, vigilando.

Harry aguardó con ansia mientras Dumbledore lo miraba, juntando las yemas de sus largos dedos.

Quiero preguntarte, Harry, si hay algo que te gustaría contarme —dijo con amabilidad—. Lo que sea.

A Harry le dio un escalofrío.

Hermione siguió leyendo con voz suave.

Harry no supo qué decir. Pensó en Malfoy gritando: «¡Los próximos seréis los sangre sucia!», y en la poción multijugos, que hervía a fuego lento en los aseos de Myrtle la Llorona. Luego pensó en la voz que no salía de ningún sitio, oída en dos ocasiones, y recordó lo que Ron le había dicho: «Oír voces que nadie más puede oír no es buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.» Pensó, también, en lo que todo el mundo comentaba sobre él, y en su creciente temor a estar de alguna manera relacionado con Salazar Slytherin…

No —respondió Harry—, no tengo nada que contarle.

Hubo unos segundos de silencio. La expresión en el rostro de Dumbledore denotaba tristeza.

— Me habría gustado que confiaras en mí — dijo el director suavemente.

Harry no dijo nada. Sin embargo, alguien sí que lo hizo.

Desde la puerta, donde el encapuchado se encontraba apoyado, se escuchó un bufido bien alto y claro.

Sorprendido, Harry se giró a mirar al encapuchado, al igual que la mayoría de estudiantes. Dumbledore lo observaba con una expresión neutral.

— Sigue leyendo, Hermione — dijo el encapuchado de mala gana. La chica obedeció sin rechistar.

Harry no comprendía lo que acababa de suceder y, a juzgar por la expresión de Ron, él tampoco.

La doble agresión contra Justin y Nick Casi Decapitado convirtió en auténtico pánico lo que hasta aquel momento había sido inquietud. Curiosamente, resultó ser el destino de Nick Casi Decapitado lo que preocupaba más a la gente. Se preguntaban unos a otros qué era lo que podía hacer aquello a un fantasma; qué terrible poder podía afectar a alguien que ya estaba muerto. La gente se apresuró a reservar sitio en el expreso de Hogwarts para volver a casa en Navidad.

— Normal que la gente saliera corriendo — dijo Angelina en voz baja. — Yo no me habría quedado ni loca.

Si sigue así la cosa, sólo nos quedaremos nosotros —dijo Ron a Harry y Hermione—. Nosotros, Malfoy, Crabbe y Goyle. Serán unas vacaciones deliciosas.

Goyle soltó un gruñido, mirando fijamente a Harry, quien tuvo que contener las ganas de rodar los ojos.

Crabbe y Goyle, que siempre hacían lo mismo que Malfoy, habían firmado también para quedarse en vacaciones. Pero Harry estaba contento de que la mayor parte de la gente se fuera. Estaba harto de que se hicieran a un lado cuando circulaba por los pasillos, como si fueran a salirle colmillos o a escupir veneno; harto de que a su paso los demás murmuraran, le señalaran y hablaran en voz baja.

— Imbéciles — bufó Ron. Nadie pudo recriminarle el insulto, ya que, por un lado, los estudiantes que no habían vivido aquel año en Hogwarts no podían creer que Harry hubiera sido considerado capaz de petrificar un fantasma, mientras que los que sí que habían vivido en el colegio aquel año estaban viendo los hechos desde el punto de vista de Harry y comprendiendo que era imposible que un crío de segundo consiguiera petrificar a nadie por sí mismo.

Fred y George, sin embargo, encontraban todo aquello muy divertido. Le salían al paso y marchaban delante de él por los corredores gritando:

Abran paso al heredero de Slytherin, aquí llega el brujo malvado de veras…

Algunos rieron, incluido Sirius. Harry, agradecido, sonrió cuando Fred le guiñó un ojo.

Percy desaprobaba tajantemente este comportamiento.

No es asunto de risa —decía con frialdad.

Quítate del camino, Percy —decía Fred—. Harry tiene prisa.

Sí, va a la Cámara de los Secretos a tomar el té con su colmilludo sirviente — decía George, riéndose.

— Colmilludo era — resopló Harry en voz baja. Se arrepintió al instante al ver que a Ginny le daba un escalofrío. — Perdón — añadió rápidamente.

Ella le sonrió, aunque era más una mueca que una sonrisa verdadera.

— Tranquilo. Es que de pronto he recordado cuando desperté y esa cosa te había mordido…

Harry tuvo que luchar contra el escalofrío que recorría su espalda.

Ginny tampoco lo encontraba divertido.

¡Ah, no! —gemía cada vez que Fred preguntaba a Harry a quién planeaba atacar a continuación, o cuando, al encontrarse con Harry, George hacía como que se protegía de Harry con un gran diente de ajo.

Fred y George intercambiaron miradas.

— Vamos a pasar todo el libro leyendo lo estúpidos que fuimos — declaró George en voz baja.

— Gin, la próxima vez que estés en apuros, dilo directamente — dijo Fred con una mueca. — Porque claramente no somos capaces de ver más allá de nuestras narices.

A Harry no le importaba; incluso le aliviaba que Fred y George pensaran que la idea del heredero de Slytherin era para tomársela a guasa. Pero sus payasadas parecían enervar a Draco Malfoy, que se amargaba más cada vez que los veía con aquel pitorreo.

Eso es porque está rabiando de ganas de decir que es él —dijo Ron sentenciosamente—. Ya sabéis cómo aborrece que se le gane en cualquier cosa, y tú te estás llevando toda la gloria de su sucio trabajo.

— De eso nada— protestó Malfoy. — Me molestaba que Potter se tomara a broma la herencia de Slytherin.

Harry supuso que, si el misterio hubiera estado relacionado con Gryffindor en vez de con Slytherin y Malfoy se jactara de ser su descendiente, él también se enfadaría. Por ello, no replicó nada, ganándose un par de miradas confusas de Ron, Dean y Seamus.

No durante mucho tiempo —dijo Hermione en tono satisfecho—. La poción multijugos ya está casi lista. Cualquier día revelaremos la verdad sobre él.

La voz de Hermione se había endurecido al leer eso.

Con una punzada de nervios, Harry se dio cuenta de que había llegado el momento. El ambiente ya estaba muy tenso debido al estallido de Umbridge y de Fudge. ¿Qué harían los profesores cuando se supiera lo de la poción?

De momento, la mayoría de gente se mostraba escéptica. Snape se había inclinado un poco hacia delante en su asiento, o quizá Harry estaba tan nervioso que empezaba a ver cosas que no eran.

Por fin concluyó el trimestre, y sobre el colegio cayó un silencio tan vasto como la nieve en los campos. Más que lúgubre, a Harry le pareció tranquilizador, y se alegró de que él, Hermione y los Weasley pudieran gobernar la torre de Gryffindor, lo que quería decir que podían jugar al snap explosivo dando voces y sin molestar a nadie, o podían batirse en privado.

A pesar de todo, Harry recordaba esos días con cariño.

Fred, George y Ginny habían preferido quedarse en el colegio a ir a visitar a Bill a Egipto con sus padres.

— Vosotros os lo perdéis — dijo Bill, aunque sonreía. Ginny le sacó la lengua.

Percy, que desaprobaba lo que llamaba su infantil comportamiento, no pasaba mucho tiempo en la sala común de Gryffindor. Ya les había dicho en tono presuntuoso que se quedaba en Navidad porque era el deber de un prefecto ayudar a los profesores durante los períodos difíciles.

Percy parecía sumamente incómodo. Harry había notado que el chico no había hecho ningún intento por defender a Fudge o a Umbridge durante la discusión.

Amaneció el día de Navidad, frío y blanco. Hermione despertó temprano a Harry y Ron, los únicos que quedaban en aquel dormitorio. Iba ya vestida y llevaba regalos para ambos.

¡Despertad! —dijo en voz alta, abriendo las cortinas de la ventana.

Hermione…, sabes que no puedes entrar aquí —dijo Ron, protegiéndose los ojos de la luz.

— ¿Por qué las chicas pueden entrar al dormitorio de chicos pero los chicos no pueden entrar al de chicas? — preguntó un alumno de tercero de Gryffindor.

— Porque así son las reglas — replicó McGonagall, todavía de mal humor.

Feliz Navidad a ti también —le dijo Hermione, arrojándole su regalo—.

— Espero que se lo arrojaras de verdad y le dieras en la cabeza — dijo Ginny en voz alta. Hermione le sonrió débilmente.

Me he levantado hace casi una hora, para añadir más crisopos a la poción.

Cogió aire antes de leer:

Ya está lista.

El silencio expectante regresó al comedor. Harry se notaba más nervioso a cada momento.

Harry se sentó en la cama, despertando por completo de repente.

¿Estás segura?

Del todo —dijo Hermione, apartando a la rata Scabbers para poder sentarse a los pies de la cama—. Si nos decidimos a hacerlo, creo que tendría que ser esta noche.

— Es imposible — dijo la profesora Sprout, aunque tenía los ojos muy abiertos y miraba a Hermione con cautela.

Snape, por el contrario, parecía estar listo para explotar.

En aquel momento, Hedwig aterrizó en el dormitorio, llevando en el pico un paquete muy pequeño.

Hola —dijo contento Harry, cuando la lechuza se posó en su cama—, ¿me hablas de nuevo?

— ¿Hablar? — preguntó Cormac McLaggen con una ceja arqueada.

— Estaba enfadada desde hacía tiempo — explicó Harry.

La lechuza le picó en la oreja de manera afectuosa, gesto que resultó ser mucho mejor regalo que el que le llevaba, que era de los Dursley. Éstos le enviaban un mondadientes y una nota en la que le pedían que averiguara si podría quedarse en Hogwarts también durante las vacaciones de verano.

Se escucharon gruñidos y bufidos por todas partes. Sirius estaba furioso y Lupin tuvo que darle un puñetazo en el brazo para que dejara de gruñir.

El resto de los regalos de Navidad de Harry fueron bastante más generosos. Hagrid le enviaba un bote grande de caramelos de café con leche que Harry decidió ablandar al fuego antes de comérselos; Ron le regaló un libro titulado Volando con los Cannons, que trataba de hechos interesantes de su equipo favorito de quidditch; y Hermione le había comprado una lujosa pluma de águila para escribir. Harry abrió el último regalo y encontró un jersey nuevo, tejido a mano por la señora Weasley, y un plumcake.

Harry lo escuchaba todo con una sonrisa.

— Qué ganas de que llegue la Navidad — dijo Colin Creevey. No era el único que estaba pensando justamente eso.

Cogió la tarjeta con un renovado sentimiento de culpa, acordándose del coche del señor Weasley, que no habían vuelto a ver desde la colisión con el sauce boxeador, y de la cantidad de infracciones que habían planeado para el futuro inmediato.

Tanto el señor Weasley como la señora Weasley le sonrieron, dejando claro una vez más que no le guardaban ningún rencor por lo sucedido con el coche.

Nadie podía dejar de asistir a la comida de Navidad en Hogwarts, aunque estuviera atemorizado por tener que tomar luego la poción multijugos.

— Robar ingredientes prohibidos es razón suficiente para ser castigados — dijo Snape lentamente. Utilizó el tono aterciopelado que causaba más pesadillas a los alumnos. — Realizar una poción prohibida y peligrosa es motivo para ser expulsados. Beber dicha poción…

Le echó a Harry una mirada envenenada. Harry tragó saliva.

El Gran Comedor relucía por todas partes. No sólo había una docena de árboles de Navidad cubiertos de escarcha, y gruesas serpentinas de acebo y muérdago que se entrecruzaban en el techo, sino que de lo alto caía nieve mágica, cálida y seca. Cantaron villancicos, y Dumbledore los dirigió en algunos de sus favoritos. Hagrid gritaba más fuerte a cada copa de ponche que tomaba.

Hagrid se ruborizó.

Percy, que no se había dado cuenta de que Fred le había encantado su insignia de prefecto, en la que ahora podía leerse «Cabeza de Chorlito», no paraba de preguntar a todos de qué se reían.

Sin poder evitarlo, Fred soltó una risita. Él y Percy cruzaron miradas por un instante, antes de que Percy bajara la cabeza de nuevo. Harry comenzaba a sentirse frustrado, pero no más que Ron, quien observó el intercambio con el ceño fruncido.

Harry ni siquiera se preocupaba por los insidiosos comentarios que desde la mesa de Slytherin hacía Draco Malfoy, en voz alta, sobre su nuevo jersey. Con un poco de suerte, Malfoy recibiría su merecido unas horas después.

Aunque el Slytherin los fulminaba con la mirada, Harry podía notar lo nervioso que estaba.

Harry y Ron apenas habían terminado su tercer trozo de tarta de Navidad, cuando Hermione les hizo salir del salón con ella para ultimar los planes para la noche.

Aún nos falta conseguir algo de las personas en que os vais a convertir —dijo Hermione sin darle importancia, como si los enviara al supermercado a comprar detergente—.

Se oyeron risitas incrédulas.

Y, desde luego, lo mejor será que podáis conseguir algo de Crabbe y de Goyle; como son los mejores amigos de Malfoy, él les contaría cualquier cosa. Y también tenemos que asegurarnos de que los verdaderos Crabbe y Goyle no aparecen mientras lo interrogamos.

Moody asintió, satisfecho con el razonamiento de Hermione. La chica, sin embargo, se estaba poniendo muy roja. Volvió a coger aire antes de leer:

»Lo tengo todo solucionado —siguió ella tranquilamente y sin hacer caso de las caras atónitas de Harry y Ron. Les enseñó dos pasteles redondos de chocolate—. Los he rellenado con una simple pócima para dormir. Todo lo que tenéis que hacer es aseguraros de que Crabbe y Goyle los encuentran. Ya sabéis lo glotones que son; seguro que se los tragan. Cuando estén dormidos, los esconderemos en uno de los armarios de la limpieza y les arrancaremos unos pelos.

El comedor al completo se sumió en un silencio atónito que duró varios segundos. De reojo, Harry vio que Crabbe y Goyle se habían puesto muy pálidos.

Sin embargo, nadie estaba tan sorprendido como el profesorado. La cara de McGonagall se había congelado en una mueca de incredulidad. Flitwick, nervioso, daba saltitos en su asiento, mientras que Sprout tenía la misma expresión de quien está viendo una novela especialmente interesante. Snape estaba furioso, tan furioso que Harry solo se atrevió a mirarlo durante unos segundos. El profesor Dumbledore, sin embargo, estaba totalmente tranquilo.

Respecto a Umbridge, parecía que la dosis de humildad de unos minutos atrás había conseguido que mantuviera la boca cerrada, pero fulminaba a Hermione con la mirada y, definitivamente, la mujer estaba pensando en formas de conseguir que Hermione fuera expulsada del colegio.

Harry y Ron se miraron incrédulos.

Hermione, no creo…

Podría salir muy mal…

— No me lo puedo creer — dijo Lavender, atónita. — Ella es la que está convenciéndolos de romper las normas. No me lo puedo creer — repitió.

— Yo tampoco — respondió Parvati. Muchos asintieron, sorprendidos y, en algunos casos, admirados ante esta nueva faceta de Hermione.

Sin embargo, la chica lo estaba pasando fatal. Tenía la cara muy roja y Harry volvió a preguntarse por qué habría decidido leer ella esa parte.

Pero Hermione los miró con expresión severa, como la que habían visto a veces adoptar a la profesora McGonagall.

McGonagall estaba tan sorprendida que ni siquiera se inmutó al escuchar su nombre.

La poción no nos servirá de nada si no tenemos unos pelos de Crabbe y Goyle —dijo con severidad—. Queréis interrogar a Malfoy, ¿no?

De acuerdo, de acuerdo —dijo Harry—. Pero ¿y tú? ¿A quién se lo vas a arrancar tú?

¡Yo ya tengo el mío! —dijo Hermione alegre, sacando una botellita diminuta de un bolsillo y enseñándoles un único pelo que había dentro de ella—. ¿Os acordáis de que me batí con Millicent Bulstrode en el club de duelo? ¡Al estrangularme se dejó esto en mi túnica! Y se ha ido a su casa a pasar las Navidades. Así que lo único que tengo que decirles a los de Slytherin es que he decidido volver.

— ¿Te aseguraste de que era de Bulstrode? — preguntó Tonks. — Que estuviera en su túnica no quiere decir que fuera suyo.

Hermione hizo una mueca y siguió leyendo sin responder.

Al marcharse Hermione corriendo para ver cómo iba la poción multijugos, Ron se volvió hacia Harry con una expresión fatídica.

¿Habías oído alguna vez un plan en el que pudieran salir mal tantas cosas?

— Desde entonces, sí, muchas veces — murmuró Harry. Ron asintió.

Después de todo, aquello había salido medianamente bien.

Pero, para sorpresa de Harry y de Ron, la primera fase de la operación resultó tan sencilla como Hermione había supuesto. Se escondieron en el vacío vestíbulo después de la merienda de Navidad, esperando a Crabbe y a Goyle, que se habían quedado solos en la mesa de Slytherin, acometiendo cuatro porciones de bizcocho.

Algunos rieron, aunque el ambiente de expectación hacía que nadie quisiera hacer mucho ruido, por si acaso se perdían algo importante.

Harry había dejado los pasteles de chocolate en el extremo del pasamanos. Al ver a Crabbe y Goyle salir del Gran Comedor, Harry y Ron se ocultaron rápidamente detrás de una armadura, junto a la puerta principal.

¿Cuánto puede llegar uno a engordar? —susurró Ron entusiasmado al ver que Crabbe, lleno de alegría, señalaba a Goyle los pasteles y los cogía. Sonriendo de forma estúpida, se metieron los pasteles enteros en la boca. Los masticaron glotonamente durante un momento, poniendo cara de triunfo. Luego, sin el más leve cambio en la expresión, se desplomaron de espaldas en el suelo.

Snape se levantó, furioso. En vez de mirar a Hermione, Harry o Ron, dirigió su mirada directamente a Dumbledore.

— Han drogado a dos alumnos — dijo, tan enfadado que le costaba pronunciar cada sílaba. — Han tratado de realizar una poción prohibida, han robado ingredientes y han drogado a dos alumnos.

— Así es — respondió Dumbledore. Si bien su tono era neutral, sus ojos se habían endurecido.

— Serán expulsados — declaró Snape. Hermione jadeó.

— Nadie será expulsado hasta que terminemos la lectura — le recordó Dumbledore.

Pero el profesor Snape ya no estaba de humor para permitir que el director esquivara su petición.

— Podían haberlos matado — rugió. — Una pócima para dormir hecha por alumnos de segundo podría ser un brebaje fatal. Y lo sabes, Albus.

Dumbledore levantó la vista para mirar a Snape a los ojos. Durante unos momentos, ninguno de los dos dijo nada y a Harry le dio la sensación de que estaban hablando sin pronunciar palabra alguna.

El comedor observaba en silencio. Crabbe y Goyle no parecían especialmente molestos con lo que había sucedido. Malfoy, sin embargo, estaba lívido.

Después de unos segundos, Snape prácticamente ladró:

— ¡Granger! Sigue leyendo.

Asustada, con la voz temblorosa, Hermione le hizo caso.

Lo más difícil fue arrastrarlos hasta el armario, al otro lado del vestíbulo. En cuanto los tuvieron bien escondidos entre las fregonas y los calderos, Harry arrancó un par de pelos como cerdas, de los que Goyle tenía bien avanzada la frente, y Ron arrancó a Crabbe también algunos. Les cogieron asimismo los zapatos, porque los suyos eran demasiado pequeños para el tamaño de los pies de Crabbe y Goyle. Luego, todavía aturdidos por lo que acababan de hacer, corrieron hasta los aseos de Myrtle la Llorona.

La mayoría del comedor estaba completamente estupefacta. Neville tenía los ojos tan abiertos que Harry pensó que se le iban a salir de las cuencas. Dean y Seamus parecían sorprendidos, pero había cierto aire de admiración en sus expresiones que tranquilizó un poco a Harry.

Los Weasley, sin embargo, presentaban tanta variedad que parecía increíble que fueran la misma familia. Percy parecía estar en shock, mientras que Fred y George claramente aplaudían lo que Harry, Ron y Hermione habían hecho. Ginny estaba muy pálida, pero no tanto como la señora Weasley, quien pasó de estar blanca como la cera a ponerse muy, muy roja. El señor Weasley también parecía muy sorprendido, pero no enfadado.

Sirius definitivamente apoyaba el plan del trío, pero Lupin parecía contrariado. Y en cuanto a los profesores, Harry nunca pensó que vería a McGonagall tan sorprendida como para quedarse sin palabras.

Apenas podían ver nada a través del espeso humo negro que salía del retrete en que Hermione estaba removiendo el caldero. Subiéndose las túnicas para taparse la cara, Harry y Ron llamaron suavemente a la puerta.

¿Hermione?

Se oyó el chirrido del cerrojo y salió Hermione, con la cara sudorosa y una mirada inquieta. Tras ella se oía el gluglu de la poción que hervía, espesa como melaza. Sobre la taza del retrete había tres vasos de cristal ya preparados.

— No puede salir bien — dijo Terry Boot, casi en un susurro que se extendió por todo el comedor debido al silencio que había.

— Se van a envenenar — añadió Susan Bones, quien parecía preocupada.

Harry sacó el pelo de Goyle.

Bien. Y yo he cogido estas túnicas de la lavandería —dijo Hermione, enseñándoles una pequeña bolsa—. Necesitaréis tallas mayores cuando os hayáis convertido en Crabbe y Goyle.

Los tres miraron el caldero. Vista de cerca, la poción parecía barro espeso y oscuro que borboteaba lentamente.

Snape hizo un ruido que sonó como un graznido, aumentado gracias al silencio de los estudiantes.

Eso hizo que muchos se inclinaran en el asiento. ¿Significaba la reacción del profesor que la poción estaba bien hecha?

Con valentía, Hermione siguió leyendo.

Estoy segura de que lo he hecho todo bien —dijo Hermione, releyendo nerviosamente la manchada página de Moste Potente Potions—. Parece que es tal como dice el libro… En cuanto la hayamos bebido, dispondremos de una hora antes de volver a convertirnos en nosotros mismos.

— No es posible — resopló Tonks, atónita. — Si lo has conseguido, te convertirás en mi ídolo.

¿Qué se hace ahora? —murmuró Ron.

La separamos en los tres vasos y echamos los pelos.

Hermione sirvió en cada vaso una cantidad considerable de poción. Luego, con mano temblorosa, trasladó el pelo de Millicent Bulstrode de la botella al primero de los vasos.

La poción emitió un potente silbido, como el de una olla a presión, y empezó a salir muchísima espuma. Al cabo de un segundo, se había vuelto de un amarillo asqueroso.

Harry no quitó la vista de la cara de Snape. Vio cómo el profesor pasaba de estar furioso a sorprenderse y, después, estar más furioso todavía.

— Si la poción funcionó… — dijo con dificultad. — No me importa lo que digas, Albus. Se irán.

El director no respondió, prefiriendo mantener la vista fija en Hermione.

Aggg…, esencia de Millicent Bulstrode —dijo Ron, mirándolo con aversión—. Apuesto a que tiene un sabor repugnante.

Millicent fulminó a Ron con la mirada, pero el chico no se dio ni cuenta. Estaba demasiado ocupado mirando directamente a Hermione, cuyas mejillas rojas contrastaban con el tono decidido que acababa de adoptar.

Echad los vuestros, venga —les dijo Hermione.

Harry metió el pelo de Goyle en el vaso del medio, y Ron, el pelo de Crabbe en el último. Una y otra poción silbaron y echaron espuma, la de Goyle se volvió del color caqui de los mocos, y la de Crabbe, de un marrón oscuro y turbio.

— Qué asco — gimió Romilda Vane.

Muchas personas asintieron. Incluso los propios Crabbe y Goyle parecían asqueados.

Esperad —dijo Harry, cuando Ron y Hermione cogieron sus vasos—. Será mejor que no los bebamos aquí juntos los tres: al convertirnos en Crabbe y Goyle ya no estaremos delgados. Y Millicent Bulstrode tampoco es una sílfide.

De nuevo, la chica los miró muy mal. Aunque Harry sí que lo notó, decidió ignorarlo.

Bien pensado —dijo Ron, abriendo la puerta—. Vayamos a retretes separados.

Con mucho cuidado para no derramar una gota de poción multijugos, Harry pasó al del medio.

¿Listos? —preguntó.

Listos —le contestaron las voces de Ron y Hermione. —A la una, a las dos, a las tres…

Tapándose la nariz, Harry se bebió la poción en dos grandes tragos. Sabía a col muy cocida.

Muchos se inclinaron en sus asientos.

Inmediatamente, se le empezaron a retorcer las tripas como si acabara de tragarse serpientes vivas. Se encogió y temió ponerse malo. Luego, un ardor surgido del estómago se le extendió rápidamente hasta las puntas de los dedos de manos y pies. Jadeando, se puso a cuatro patas y tuvo la horrible sensación de estarse derritiendo al notar que la piel de todo el cuerpo le quemaba como cera caliente, y antes de que los ojos y las manos le empezaran a crecer, los dedos se le hincharon, las uñas se le ensancharon y los nudillos se le abultaron como tuercas. Los hombros se le separaron dolorosamente, y un picor en la frente le indicó que el pelo se le caía sobre las cejas.

Horrorizados, varios alumnos soltaron grititos ahogados. Otros alternaban la vista entre el libro y Harry, como queriendo confirmar que el chico había sobrevivido a la poción.

Se le rasgó la túnica al ensanchársele el pecho como un barril que reventara los cinchos. Los pies le dolían dentro de unos zapatos cuatro números menos de su medida…

— Oh, vaya…. — exclamó Katie Bell, tapándose la boca con las manos. A su lado, Angelina y Alicia parecían totalmente horrorizadas.

— Funcionó — declaró Dean en un susurro. — De verdad funcionó.

— Imposible — repitió Terry Boot, estupefacto.

Todo concluyó tan repentinamente como había comenzado. Harry se encontró tendido boca abajo, sobre el frío suelo de piedra, oyendo a Myrtle sollozar de tristeza al fondo de los aseos. Con dificultad, se desprendió de los zapatos y se puso de pie.

— No puede ser — murmuró esta vez McGonagall. — Una poción tan complicada…

— Podían haber salido mal tantas cosas — añadió la profesora Sprout, cuyos ojos casi se salían de sus órbitas.

— Sois brillantes — dijo Sirius, gratamente sorprendido.

Pero Harry tenía la vista fija en Snape, quien enseñaba los dientes y daba más miedo que nunca.

O sea que así se sentía uno siendo Goyle. Con una gran mano temblorosa se desprendió de su antigua túnica, que le quedaba a un palmo de los tobillos, se puso la otra y se abrochó los zapatos de Goyle, que eran como barcas.

Goyle escuchaba con curiosidad, pero no parecía tan molesto como Harry pensaba que lo estaría.

Se llevó una mano a la frente para retirarse el pelo de los ojos, y se encontró sólo con unos pelos cortos, como cerdas, que le nacían en la misma frente. Entonces comprendió que las gafas le nublaban la vista, porque obviamente Goyle no las necesitaba.

— De verdad funcionó — dijo Charlie Weasley, totalmente incrédulo.

Snape no pudo aguantarlo más.

Poniéndose en pie, caminó hacia Hermione y le arrancó el libro de entre las manos. La chica soltó un grito ahogado a la vez que daba un paso para atrás, asustada.

Lívido de ira, Snape recorrió la página con los ojos, escaneando en busca de información sobre lo que había pasado después.

Dumbledore se puso en pie.

— Severus…

— Lee esto — replicó Snape, entregándole el libro a Dumbledore con un gesto tajante. Tenía los labios tan apretados que Harry pensó que debía dolerle.

El director leyó la parte que Snape le señalaba, mientras todos esperaban ver su reacción, expectantes. Sin embargo, unos segundos después Dumbledore suspiró.

Harry notaba como si tuviera una piedra en el estómago. Ron estaba blanco como el papel, mientras que Hermione parecía al borde de las lágrimas.

— Vamos a hacer un descanso — declaró Dumbledore finalmente. Se escucharon jadeos, pero nadie se atrevió a rechistar. — Señorita Granger, señor Potter, señor Weasley, acompáñenme.

Y, dicho eso, se encaminó hacia las puertas del comedor.

Sin atreverse a mirar a nadie, Harry y Ron se pusieron en pie y se unieron a la comitiva que seguía a Dumbledore, formada por Snape, Hermione y la profesora McGonagall. Los seis salieron e, inmediatamente, el zumbido que había ido creciendo en intensidad en los oídos de Harry explotó cuando decenas de estudiantes dejaron de murmurar y pudieron hablar libremente.

Sin embargo, a Harry no le dio tiempo a entender nada de lo que decían antes de que las puertas del comedor se cerraran a sus espaldas.

En silencio, subieron hasta la planta donde se encontraba el despacho del director. Harry no se atrevía a mirar a la cara a sus amigos, y ellos tampoco parecían inclinados a hacerlo. Ron tenía la vista puesta en sus pies mientras andaba y, cada pocos segundos, un sollozo de Hermione rompía el silencio.

A Harry le habría gustado consolarla, pero no sabía cómo. Tampoco se sentía capaz de averiguarlo.

Llegaron hasta la gárgola que protegía la entrada del despacho del director. Por primera vez en mucho tiempo, Harry notó lo fea que era. Subieron sin que Harry supiera cuál era la contraseña, porque su cerebro estaba ocupado pensando otras cosas.

Había tenido sus dudas, pero, a fin de cuentas, no había creído que fueran a expulsarlos. Ahora, con Snape completamente furioso, Dumbledore sosteniendo el libro y McGonagall con los labios más apretados que nunca, pensó que quizá había subestimado la situación.

— Tomad asiento — indicó el director. El trío obedeció sin rechistar.

Hubo una pausa en la que Dumbledore se llevó sus dedos largos y arrugados a los ojos y apretó, como intentando aliviar un dolor de cabeza.

— Por favor — dijo finamente. Parecía tan cansado que Harry no pudo evitar sentir cierta lástima por él. — Justificad vuestras acciones.

Hermione abrió la boca para decir algo, pero de ella solo salió un sollozo. Incapaz de articular palabra, la chica se deshizo en lágrimas mientras Ron la miraba de reojo, impotente. Sintiendo que debía tomar las riendas, Harry habló el primero:

— Los nacidos de muggles estaban en peligro — empezó. Tragó saliva al notar la mirada ardiente de Snape. Decidió mirar fijamente un punto en el escritorio de Dumbledore, evitando cruzar miradas con nadie. — Malfoy había hecho ese comentario sobre que los siguientes serían…

— Todos lo hemos oído — le espetó Snape. — Sigue sin ser motivo suficiente para drogar a un par de alumnos, desnudarlos en un armario, suplantar sus identidades y entrar en la sala común de otra casa sin permiso.

— No los desnudamos — dijo Ron con una mueca. — Solo les quitamos los zapatos. El uniforme lo llevábamos ya puesto.

— Les robasteis los zapatos, querrás decir — replicó Snape. — Al igual que las túnicas de Slytherin, que fueron robadas de la lavandería.

— Fue por una buena causa — intervino Harry. Empezaba a enfadarse.

Snape lo miró con una ceja arqueada.

— ¿El comentario inadecuado de un niño de segundo es motivo suficiente para elaborar una poción prohibida? ¿Es motivo suficiente para drogar a dos alumnos y encerrarlos en un armario?

Dicho de ese modo, Harry no tenía ni idea de cómo responder.

— Lo que hicisteis no tiene justificación — continuó Snape. — Y lo peor es que ni siquiera os arrepentís. Vuestra arrogancia…

— Severus — interrumpió la profesora McGonagall. — Deja que hablen ellos.

Snape puso mala cara. Sin embargo, antes de que pudiera replicar, Hermione se adelantó:

— No me arrepiento — confesó, con voz temblorosa.

A su lado, Ron jadeó. Snape, furioso, miró a McGonagall como queriendo decir "¿Ve? Yo tengo razón".

— Gracias a lo que hicimos, descubrimos información que nos ayudó a atrapar al verdadero heredero de Slytherin — continuó Hermione. Su voz sonaba más firme, aunque sus ojos seguían anegados en lágrimas. — Si no lo hubiéramos hecho, quien sabe lo que podría haber pasado.

— ¿Estás diciendo —replicó Snape — que la seguridad de cientos de alumnos recayó en los hombros de tres niños de segundo? ¿Estás diciendo que, sin vuestra invaluable ayuda, alguien habría muerto?

Hermione levantó la mirada, llena de lágrimas, y fijó su vista directamente en Snape.

— Sí — afirmó.

— Explícate — pidió McGonagall. — Todos los presentes recordamos lo que sucedió ese año. Sabemos que Potter y Weasley bajaron a la cámara a rescatar a Ginny Weasley. ¿Qué relación tiene eso con el uso indebido de la poción multijugos?

— Ninguna — gruñó Snape. — Es imposible que un alumno de segundo pudiera darle a Potter y compañía información relevante para llegar a la cámara. Es absurdo.

— No es absurdo — replicó Ron. — Gracias a haber hecho la poción, descubrimos que la cámara se había abierto hacía cincuenta años, cuando el padre de Malfoy estudiaba aquí.

— Y Malfoy también nos dijo que alguien murió aquella vez — añadió Harry. Estaba tan nervioso que sentía como si tuviera piedras en el estómago, pero los argumentos de Ron le habían dado una renovada esperanza. — Y eso hizo que habláramos con Myrtle la Llorona y descubriéramos dónde estaba la entrada a la cámara de los secretos.

— Y gracias a eso, salvamos a Ginny — dijo Ron. A Harry le sorprendió ver que su amigo le mantenía la mirada a Snape, quien parecía un tigre a punto de saltar sobre su presa.

— El señor Malfoy no podía saber que Myrtle fue la persona que murió aquella vez — les espetó Snape. — Ni siquiera sabía de la existencia de dicho fantasma hasta la lectura de estos dichosos libros.

— Pero sabía que alguien murió — insistió Hermione. Ya no lloraba. — Y luego alguien nos dijo que había ocurrido en un baño…

— ¿Alguien? — inquirió McGonagall.

El trío intercambió miradas.

— Fue cuando se llevaron a Hagrid preso por un crimen que no cometió — respondió Harry. Estaban demasiado metidos en problemas como para mencionar que habían seguido a las arañas hasta el bosque prohibido, solos, durante la noche.

— Eso no responde a mi pregunta — replicó la profesora, enfadada. Harry hizo una mueca.

— Fue Aragog — dijo Hermione finalmente. Ante las miradas de confusión de Snape y McGonagall, añadió: — Fue una araña, amiga de Hagrid.

— ¿Hablasteis con una tarántula? — preguntó McGonagall. Se había puesto algo pálida. — ¿Dónde? ¿En qué momento?

De nuevo, el trío intercambió miradas, sin saber cómo responder sin meterse en más líos.

— Decid la verdad — les instó Dumbledore. Su voz cansada era casi un susurro. Tenía la nariz apoyada en las manos, en pose meditativa. — No os dejéis nada.

¿Quería la verdad? Pues tendría la verdad, pensó Harry.

— Hace cincuenta años — empezó —, Tom Ryddle abrió la cámara de los secretos mientras estudiaba en Hogwarts.

— Eso lo sabemos — gruñó Snape. — Ve al grano.

— Estoy yendo al grano — replicó Harry irritado. Ignorando la mirada asesina del profesor, siguió hablando: — Aquella vez, Myrtle murió y Ryddle acusó a Aragog, la tarántula de Hagrid, de ser el monstruo que la había matado. Hagrid fue expulsado y Aragog aún vive.

— ¿Dónde vive? — preguntó Snape.

Nervioso, Harry respondió:

— Aquí, en Hogwarts. Hablamos con ella cuando se llevaron a Hagrid a Azkaban y fue ella la que nos dijo que el crimen había sucedido en un cuarto de baño…

— ¿En Hogwarts, dónde? — insistió Snape.

Harry tragó saliva. No veía otra alternativa más que contar toda la verdad.

— En el bosque prohibido — confesó. A su lado, Ron gimió y Hermione agachó la cabeza.

McGonagall soltó un bufido que le hizo recordar a Harry que la profesora podía transformarse en gato.

— Entonces, a vuestra lista de infracciones se le debe sumar un viaje al bosque prohibido a charlar con criaturas peligrosas — dijo en tono irónico. — ¿Os dais cuenta de la cantidad de normas que habéis quebrantado?

— Hermione no estaba ese día — se apresuró a decir Ron. — Ya había sido petrificada cuando decidimos ir a hablar con Aragog.

Eso pareció ablandar a McGonagall, pero no a Snape.

— Basta de excusas — gruñó. — Es innegable que habéis roto tantas normas que vuestra expulsión ni siquiera puede ser cuestionada.

— Expúlseme, entonces — replicó Harry, enfadado. — No me arrepiento de nada.

— Potter… — empezó a hablar la profesora McGonagall, pero Snape la interrumpió:

— Claro que no te arrepientes. Eres tan arrogante como tu padre. Disfrutas ser el centro de atención, ¿verdad?

— Severus… — lo llamó Dumbledore, pero era demasiado tarde. Harry estaba harto.

Se puso en pie, arrastrando la silla con tanto ímpetu que cayó hacia atrás. Algunos cuadros de antiguos directores exclamaron o se llevaron las manos al pecho.

— Todos los años — replicó Harry, furioso —, todos los años pasa algo peligroso y yo acabo metido hasta el cuello. ¿Qué sentido tiene que un niño de primero tenga que salvar la piedra Filosofal? ¿Por qué un crío de segundo tiene que acabar luchando contra un basilisco?

Sabía que estaba subiendo demasiado el tono de voz, pero le daba igual. Estaba tan enfadado que temblaba.

— ¿Y el torneo? ¡Yo ni siquiera tenía que participar! ¡Me obligaron! ¿Y en tercero, cuando se suponía que un asesino me perseguía y nadie se paró a contarme nada sobre quién era en realidad? Siempre, siempre tengo que arreglar las cosas yo.

Los tres profesores, así como todos los cuadros de la pared, lo miraban estupefactos. Ron y Hermione, sin embargo, también se habían levantado y se habían posicionado a su lado, apoyándole.

— ¿Quién salvó la piedra? — gritó Harry. — ¿Quién derrotó al basilisco y salvó a Ginny?

— Harry… — empezó a hablar el profesor Dumbledore, pero Harry lo interrumpió.

— ¿Y sabe quién descubrió qué era el monstruo de Slytherin? ¡Hermione! ¿Y quién vino conmigo a la cámara? ¡Ron! No fueron los profesores, ni los jefes de las casas, ni usted — escupió Harry, mirando directamente a Dumbledore. — Si nosotros no hubiéramos roto todas esas normas, seguramente estaríamos muertos. Voldemort habría vuelto hace años y nosotros estaríamos criando malvas. Así que, si me quieren expulsar, ¡que lo hagan!

Tras su estallido, se hizo el silencio. Harry respiró hondo varias veces, tratando de recuperar todo el aire que había perdido de golpe y volver a respirar con normalidad.

— A mí también tendrán que expulsarme — habló Ron. Harry no estaba acostumbrado a escuchar a su amigo hablar en un tono tan serio. — Estuve con Harry en cada momento de ese año. Hicimos la poción, fuimos al bosque prohibido, bajamos a la cámara… Si nos tienen que expulsar, adelante. Yo tampoco me arrepiento. Mi hermana… — Ron se aclaró la garganta, que de pronto le había fallado, — mi hermana estaría muerta si no hubiéramos hecho todo eso.

— También tendrán que expulsarme a mí — dijo Hermione.

Aunque su voz sonaba triste, ya no había lágrimas en sus ojos, cosa que tranquilizó mucho a Harry. Por su parte, Ron la miró como si le hubiera salido una tercera cabeza.

— No, a ti no — replicó rápidamente. — Tú estabas petrificada.

— No cuando hicimos la poción — contestó ella. Parecía resignada.

— ¡Pero no estabas cuando fuimos al bosque! Ni cuando bajamos a la cámara. Solo has cometido una infracción y eres la mejor alumna del curso, a ti no pueden expulsarte — argumentó Ron. Hablaba con tanto ímpetu que se había puesto rojo.

— ¡Claro que pueden! — replicó ella.

— Pero no lo harán.

Mientras ellos dos discutían, Harry notó que los profesores intercambiaban miradas. Snape parecía más furioso que antes, si bien eso era difícil.

— Weasley, Granger, Potter — los llamó McGonagall. Ron y Hermione dejaron de discutir inmediatamente. — Por favor, esperad fuera del despacho mientras tomamos una decisión.

Sin rechistar, los tres salieron tan rápido como pudieron.

Una vez fuera, Ron se apoyó contra la pared, mientras que Hermione directamente se dejó caer al suelo, hecha pedazos.

— Esta podría ser nuestra última noche en Hogwarts — murmuró, más para sí misma que para que ellos la escucharan. — La última, para siempre.

— No lo va a ser — respondió Harry. Una parte de él, la parte que había gritado a los profesores, estaba segura de que no podían expulsarlos. Otra parte, la que pasaba cada verano encerrada en Privet Drive, estaba igual que Hermione: con ganas de dejarse caer en el suelo y llorar. — Y si lo es, pues… pues bueno — dijo, sintiéndose estúpido.

Ron se dejó resbalar por la pared hasta quedar sentado junto a Hermione.

— Si nos expulsan, os invito a pasar la Navidad en la Madriguera — dijo con voz débil. — No volveremos a Hogwarts, pero al menos tendremos regalos y dulces.

Hermione levantó la cabeza solo para juzgarle con la mirada.

— ¿Qué? Todo es mejor con regalos y dulces — se defendió Ron.

Para sorpresa de Harry, Hermione soltó una risita.

— Bueno, al menos tendrán que mantenernos aquí hasta que leamos todos los libros — dijo Harry, sentándose en el suelo junto a sus amigos. — Para cuando terminemos, será Navidad y podremos hincharnos a comer si queremos.

— Quizá en Beauxbatons me acepten… — murmuró Hermione.

— Pregúntale a Fleur si aceptan alumnos a mitad de curso — sugirió Ron. — Seguro que mi madre prefiere que estudie allí antes de que deje de estudiar. Lo malo es que no sé francés…

— Yo tampoco — admitió Harry. A pesar de ello, la idea de estudiar de Beauxbatons no le parecía tan mala, en caso de que los expulsaran de Hogwarts.

Hermione apoyó la cabeza sobre el hombro de Ron, a la vez que tomaba la mano de Harry.

— Yo sé un poco de francés, pero tendría que ponerme a estudiar en serio — dijo, mordiéndose el labio.

— También podemos ir a Dursmtrang — sugirió Harry. — Allí valoran mucho el quidditch, ¿no?

— No, allí no — gruñó Ron. — Hay más colegios… Seguro que en alguno nos aceptan.

Hermione habló, con una voz que era casi un susurro:

— Me da igual a dónde vayamos, mientras estemos los tres juntos.

Harry asintió, a la vez que Ron apoyaba su cabeza sobre la de Hermione.

Se quedaron en silencio. A pesar de sus palabras, los tres sabían que no querían dejar Hogwarts.

Ninguno de ellos supo cuánto tiempo había pasado. El reloj de Harry, que no había funcionado desde el año anterior, parecía burlarse de ellos, o eso se le figuraba a Harry. ¿Por qué seguía llevándolo? Era un trasto inútil que tendría que haber acabado en la basura hacía tiempo, pero el peso de la costumbre era más fuerte que la lógica.

Finalmente, las puertas del despacho se abrieron de golpe. Los tres saltaron, pero a ninguno le dio tiempo a levantarse antes de que Snape pasara de largo frente a ellos, hecho una furia.

Con el corazón en un puño, Harry, Ron y Hermione entraron al despacho. Dumbledore, quien parecía incluso más cansado que antes, los saludó con una débil sonrisa. La profesora McGonagall, sin embargo, no sonreía. Con un gesto, los invitó a tomar asiento frente al escritorio.

— Creo que es obvio por la reacción de Severus cuál es el veredicto — dijo en tono irónico.

Harry agradeció internamente el estar sentado, porque, si hubiera estado de pie, creía que las piernas no habrían podido sostenerle del alivio que sentía.

— ¿No nos van a expulsar? — preguntó Hermione, quien parecía no querer hacerse ilusiones precipitadas.

— No, señorita Granger — respondió Dumbledore. Hermione hizo un ruido, mitad sollozo mitad risa. Ron sonreía, con cara de estar un poco mareado. — Pero, por supuesto, vuestras acciones no pueden quedar impunes.

Harry se preparó mentalmente. Si no iban a expulsarlos, ¿qué clase de castigo les pondrían?

— Empecemos por ti, señor Weasley — dijo Dumbledore. Ron asintió, nervioso. — Serás castigado por realizar la poción multijugos, por ser cómplice del robo de ingredientes para pociones, por suplantar la identidad de un alumno, por utilizar dicha suplantación de identidad para entrar sin permiso a la sala común de otra casa y por ir al bosque prohibido.

Ron se quedó en shock, mirándolo con la boca abierta.

— He… he perdido la cuenta, señor — balbuceó. — ¿Cuántos castigos?

— Cinco — replicó Dumbledore. — El primer y el segundo castigo serán decididos por el profesor Snape, mientras que el resto los decidirá la profesora McGonagall.

— No seré benevolente — le advirtió McGonagall al notar la expresión de alivio de Ron.

— En cuanto a la señorita Granger, — siguió hablando Dumbledore, — será castigada únicamente por realizar la poción multijugos y por robar materiales del armario privado del profesor Snape. Consideramos que consiguió el permiso para entrar a la sección prohibida de forma lícita.

Mentalmente, Harry agradeció que Lockhart fuera tan estúpido.

— Tus castigos los decidirá el profesor Snape — le informó McGonagall.

Hermione asintió, con la cabeza gacha.

— Y, finalmente, señor Potter. — Los ojos de Dumbledore se posaron unos centímetros por encima de la cabeza de Harry. — Tenías un castigo pendiente por provocar la explosión de un caldero en clase de pociones.

— Eso lo planeamos los tres — intervino Ron. — ¿Por qué solo lo castigan a él?

— Porque fue quien tiró el objeto que provocó la explosión — replicó McGonagall con sequedad.

— Como decía, — siguió el director, mirando una hoja llena de apuntes— a ese castigo se le sumará uno más por ser cómplice del robo de ingredientes, otro por realizar la poción multijugos, otro por suplantar la identidad de un alumno, otro por entrar ilícitamente en la sala común de otra casa y otro por entrar al bosque prohibido.

— En total, toda una semana de castigos diarios — resumió McGonagall. — Todos ellos los decidirá el profesor Snape.

— ¿¡Todos!? — exclamó Harry. La mirada severa que le echó la profesora fue suficiente para obligarle a cerrar la boca.

— Sí, Potter. Todos — replicó de mal humor. — Y más os vale a los tres ser puntuales. No sé si os dais cuenta de la suerte que habéis tenido.

Harry se planteó si merecía la pena replicarle a McGonagall cuando estaba enfadada, pero se lo pensó dos veces y decidió que valoraba su vida.

— De acuerdo — respondió finalmente. — ¿Nos podemos ir ya?

— Si — asintió Dumbledore, poniéndose en pie. — De hecho, todos debemos regresar al comedor cuanto antes.

No esperaron a que lo dijera dos veces. Se levantaron y salieron del despacho rápidamente.

Cuando se giraron y vieron que McGonagall y Dumbledore no los seguían, Hermione pegó un salto y Ron echó a correr por el pasillo, riendo como un loco.

— ¡Nos hemos librado! — gritó, eufórico. A Hermione le dio la risa histérica.

— Nos han castigado — le recordó, pero fue incapaz de mantener el semblante serio el tiempo suficiente para que sus palabras tuvieran algún impacto en los chicos. Riendo, se abalanzó sobre Ron, quien la cogió en brazos y la hizo girar en el aire.

— Parecéis un par de locos — les dijo Harry con una gran sonrisa.

No se podía creer que se hubieran librado de verdad. Habían tenido tantas razones para echarlos que tener una semana de castigo no parecía nada en comparación con lo que podía haber sucedido.

Ron y Hermione le sonrieron, cruzaron miradas un momento y, segundos después, ambos se abalanzaron sobre Harry.

Riendo como locos, los tres cruzaron el pasillo medio saltando, medio corriendo, casi abrazados y más que histéricos.

Hasta que se dieron de bruces contra el suelo.

Doblados de la risa, tardaron unos momentos en darse cuenta de que alguien los observaba desde unos metros más allá. Harry se giró, agarrándose las costillas, y toda risa se esfumó al darse cuenta de que el profesor Snape los fulminaba con la mirada.

— ¡Shhh! — chistó, instando a Ron y Hermione a que pararan de reír.

— ¡Weasley! ¡Granger! — vociferó Snape. Ambos saltaron y Hermione soltó un grito ahogado. — Volved al comedor inmediatamente.

Harry dio unos pasos para seguirlos, pero Snape lo detuvo.

— No he dicho que te vayas, Potter — le espetó.

Ron y Hermione pararon en seco, dudando, pero Harry les hizo una seña para que se fueran sin él. Durante un momento, pareció que Ron iba a protestar, pero tras mirar unos segundos a Snape decidió cerrar la boca.

Ron y Hermione se marcharon hacia el comedor. El pasillo estaba completamente vacío excepto por el profesor Snape y el propio Harry, quien tragó saliva antes de mirar al profesor a la cara.

Snape no solo estaba furioso, estaba lívido. Muy pocas veces lo había visto tan enfadado.

— Espero que esta prueba de trato preferente no se te suba a la cabeza, Potter — dijo Snape. — Te puedo asegurar que no voy a ser tan indulgente en mis castigos como el director quiere que sea.

A pesar de que le aterraba pensar lo que Snape podría tener preparado para él, Harry lo miró a los ojos.

— De acuerdo, señor —dijo.

Su muestra de educación y cordialidad no pareció sentarle bien a Snape, quien frunció aún más el ceño.

— No me equivoqué contigo — dijo Snape.

— ¿Perdón?

— Eres igual que tu padre. Arrogante, ególatra…

— Mi padre no era nada de eso — replicó Harry. — Y yo tampoco soy así.

Snape soltó un bufido irónico que irritó aún más a Harry.

— ¿Ah, no? ¿Robar ingredientes prohibidos del armario de un profesor no te parece un acto arrogante, Potter?

— Teníamos un buen motivo para hacerlo — se defendió Harry.

— ¡Excusas! — le espetó Snape, dando un paso hacia él.

Instintivamente, Harry dio un paso atrás.

— No son excusas — dijo, tratando con todas sus fuerzas de mantenerle la mirada al profesor, quien había parado en seco. — Ningún estudiante murió aquel año gracias a todo lo que hicimos. Quizá si los profesores hicierais vuestro trabajo…

Se arrepintió de haber dicho eso último al ver la expresión iracunda de Snape.

— ¿Qué insinúas, Potter?

De perdidos al río, pensó Harry.

— No insinúo nada. Lo que digo es que, si los profesores hicierais bien vuestro trabajo, ni yo ni ningún otro alumno tendríamos que meternos en estos líos. ¿No se supone que tenéis que protegernos y velar por nuestra seguridad y esas cosas?

— No te permito que me hables en ese tono — replicó Snape. — Añadiremos un día más de castigo.

— Vale — contestó Harry de mal humor. — Pero tengo razón y usted lo sabe.

— La arrogancia…

— ¡No es la arrogancia de mi padre! — estalló Harry. — ¡Es mía! Si soy arrogante, ¡es porque soy así! ¡Ni siquiera lo conocí!

Antes de que Snape pudiera ponerle más castigos o enviarlo de nuevo al despacho del director, Harry echó a correr por el pasillo, lleno de ira.

¿Qué manía tenía Snape con compararlo con su padre? ¡Estaba harto! Igual que estaba harto de que tía Petunia lo tratara mal por ser hijo de quien era, y de que Sirius esperara que fuera una copia exacta de James Potter.

Jamás había conocido a sus padres. Aunque le gustaba pensar que había huellas de ellos en su personalidad, le irritaba de sobremanera el que lo compararan una y otra vez con ellos, y mucho más que lo juzgaran por cosas con las que él no tenía nada que ver.

Llegó al comedor en menos de un minuto, todavía echando humo. Paró frente a la puerta, escuchando las decenas de voces que hablaban en el interior, y tomó aire para prepararse mentalmente para estar rodeado de todo el colegio una vez más.

— Todo irá bien.

Fue una voz hechizada la que habló a sus espaldas. Harry pegó un salto.

— ¿Quién…?

Se giró, pero ya no había nadie.

Frustrado, entró al comedor, queriendo alejarse lo máximo posible del desconocido del futuro. No estaba de humor para misterios.

Cientos de personas se giraron para mirarlo cuando entró. Notó vagamente que Dumbledore y McGonagall ya estaban allí. Sin pararse a hablar con nadie, se dirigió al sitio que había ocupado junto a Ron y Hermione.

— ¿Qué quería Snape? — le preguntó Ron nada más sentarse.

— Tocarme las narices — respondió Harry.

Hermione lo regañó, pero el chico la ignoró totalmente.

— Ron y Hermione nos lo han contado todo — dijo Fred. A su lado, George asintió.

— Me alegro de que no os hayan expulsado — dijo Ginny. — Aunque parece que ha estado cerca…

Dos minutos después, Snape entró al comedor. Su cara daba tanto miedo que algunos alumnos bajaron la mirada cuando él pasó a su lado.

— Ya estamos todos — anunció Dumbledore alegremente. A Harry le sorprendió lo diferente que parecía del Dumbledore cansado que había visto en el despacho. — Si no recuerdo mal, teníamos un capítulo a mitad.

Hermione se puso en pie y se dirigió a la tarima con paso firme.

Se aclaró la garganta y, tras repetir las últimas líneas que había leído antes, siguió leyendo por donde lo había dejado.

Se llevó una mano a la frente para retirarse el pelo de los ojos, y se encontró sólo con unos pelos cortos, como cerdas, que le nacían en la misma frente. Entonces comprendió que las gafas le nublaban la vista, porque obviamente Goyle no las necesitaba.

Se las quitó y preguntó:

¿Estáis bien? —De su boca surgió la voz baja y áspera de Goyle.

Sí —contestó, proveniente de su derecha, el gruñido de Crabbe.

Se escucharon murmullos de interés. Harry supuso que a la gente le había dado tiempo a asimilar el hecho de que habían conseguido que la poción funcionara.

Harry abrió su puerta y se acercó al espejo quebrado. Goyle le devolvió la mirada con ojos apagados y hundidos en las cuencas. Harry se rascó una oreja, tal como hacía Goyle.

Goyle escuchaba la lectura con cara de estar alucinando.

Por su parte, Malfoy parecía estar escuchando una historia de terror, a juzgar por su expresión.

Se abrió la puerta de Ron. Se miraron. Salvo por estar pálido y asustado, Ron era idéntico a Crabbe en todo, desde el pelo cortado con tazón hasta los largos brazos de gorila.

— Hicisteis un buen trabajo — los felicitó Tonks. Cuando notó la mirada severa de McGonagall, la auror añadió: — Podían haberse envenenado. Mejor que funcionara bien, ¿no?

Ante eso, McGonagall no podía replicar.

Es increíble —dijo Ron, acercándose al espejo y pinchando con el dedo la nariz chata de Crabbe—. Increíble.

Mejor que nos vayamos —dijo Harry, aflojándose el reloj que oprimía la gruesa muñeca de Goyle—. Aún tenemos que averiguar dónde se encuentra la sala común de Slytherin. Espero que demos con alguien a quien podamos seguir hasta allí.

Malfoy gimió.

Ron dijo, contemplando a Harry:

No sabes lo raro que se me hace ver a Goyle pensando.

Se escucharon risas. Goyle gruñó, ofendido.

Golpeó en la puerta de Hermione.

Vamos, tenemos que irnos…

Una voz aguda le contestó:

Hermione hizo una mueca antes de leer:

Me… me temo que no voy a poder ir. Id vosotros sin mí.

Se oyeron murmullos de interés.

— ¿La de Hermione salió mal? — preguntó Hannah Abbott.

Incómoda, la chica siguió leyendo.

Hermione, ya sabemos que Millicent Bulstrode es fea, nadie va a saber que eres tú.

De nuevo, se oyeron risitas disimuladas y Millicent fulminó a Ron con la mirada.

— No eres quién para hablar de belleza, Weasley — le espetó la chica.

Ron, con las mejillas muy rojas, soltó un gruñido y fijó la vista en el libro.

No, de verdad… no puedo ir. Daos prisa vosotros, no perdáis tiempo.

Harry miró a Ron, desconcertado.

Pareces Goyle —dijo Ron—. Siempre pone esta cara cuando un profesor pregunta.

— Dejad de meteros con el pobre Goyle — dijo un alumno de Hufflepuff de segundo. — No es su culpa ser tan lento.

Goyle no parecía saber si tomárselo como un insulto o como una defensa legítima, así que simplemente miró mal a Harry.

Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry a través de la puerta.

Sí, estoy bien… Marchaos.

Harry miró el reloj. Ya habían transcurrido cinco de sus preciosos sesenta minutos.

Espera aquí hasta que volvamos, ¿vale? —dijo él.

— ¿La dejasteis allí sola? — dijo la señora Weasley, escandalizada. — ¿Sin saber si la poción le había sentado mal?

— Nos había hablado, así que tan mal no estaría — se excusó Ron.

Harry y Ron abrieron con cuidado la puerta de los lavabos, comprobaron que no había nadie a la vista y salieron.

No muevas así los brazos —susurró Harry a Ron.

¿Eh?

Crabbe los mantiene rígidos…

¿Así?

Sí, mucho mejor.

— Pasáis mucho rato mirando a Malfoy, Crabbe y Goyle, ¿no? — comentó Zacharias Smith.

Harry y Ron lo ignoraron.

Bajaron por la escalera de mármol. Lo que necesitaban en aquel momento era a alguien de Slytherin a quien pudieran seguir hasta la sala común, pero no había nadie por allí.

Muchos Slytherin se removieron, incómodos, preguntándose si Harry y Ron les habrían seguido a ellos.

¿Tienes alguna idea? —susurró Harry.

Cuando los de Slytherin bajan a desayunar, creo que vienen de por allí —dijo Ron, señalando con un gesto de la cabeza la entrada de las mazmorras. Apenas lo había terminado de decir, cuando una chica de pelo largo rizado salió de la entrada.

Perdona —le dijo Ron, yendo deprisa hacia ella—, se nos ha olvidado por dónde se va a nuestra sala común.

— Muy sutil — ironizó Ginny.

Me parece que no os entiendo —dijo la chica muy tiesa—. ¿Nuestra sala común? Yo soy de Ravenclaw.

Y se alejó, volviendo recelosa la vista hacia ellos.

Muchos se echaron a reír. Harry notó que Moody parecía decepcionado.

Algunos empezaban a pensar que Harry y Ron no habían llegado a la sala común de Slytherin.

Harry y Ron bajaron corriendo los escalones de piedra y se internaron en la oscuridad. Sus pasos resonaban muy fuerte cuando los grandes pies de Crabbe y Goyle golpeaban contra el suelo, pero temían que la cosa no resultara tan fácil como se habían imaginado.

— Teníais que haber descubierto dónde estaba la entrada días antes de probar la poción — les dijo Sirius.

En retrospectiva, habría tenido mucho más sentido hacerlo así, pensó Harry.

Los laberínticos corredores estaban desiertos. Fueron bajando más y más pisos, mirando constantemente sus relojes para comprobar el tiempo que les quedaba. Después de un cuarto de hora, cuando ya estaban empezando a desesperarse, oyeron un ruido delante.

— Ya habéis perdido veinte minutos — murmuró Luna. Parecía totalmente metida en la lectura.

¡Eh! —exclamó Ron, emocionado—. ¡Uno de ellos!

La figura salía de una sala lateral. Sin embargo, después de acercarse a toda prisa, se les cayó el alma a los pies: no se trataba de nadie de Slytherin, era Percy.

Percy soltó un bufido que se escuchó a lo largo de todo el comedor.

Su familia lo miró durante un momento, antes de que muchos pelirrojos le apartaran la vista.

¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, con sorpresa. Percy lo miró ofendido.

Eso —contestó fríamente— no es asunto de tu incumbencia. Tú eres Crabbe, ¿no?

Eh… sí —respondió Ron.

Percy escondió la cara entre las manos.

— ¿No se dio cuenta de que era su hermano? — dijo incrédulo un chico de tercero.

— Qué fuerte — rió Dennis Creevey.

Bueno, id a vuestros dormitorios —dijo Percy con severidad—. En estos días no es muy prudente merodear por los corredores.

Pues tú lo haces —señaló Ron.

Yo —dijo Percy, dándose importancia— soy un prefecto. Nadie va a atacarme.

Percy gimió a la vez que muchos se echaban a reír. Harry escuchó algunas voces llamando creído y prepotente a Percy.

— Claro, porque los prefectos son inmunes a los monstruos asesinos — ironizó Fred en voz alta.

— A los monstruos les aterroriza que les puedan quitar puntos e imponer castigos — siguió George.

— Callaos ya — gimió Percy. Fred y George abrieron la boca para replicar, pero una mirada suplicante de su madre fue suficiente para que decidieran callarse.

Repentinamente, resonó una voz detrás de Harry y Ron. Draco Malfoy caminaba hacia ellos, y por primera vez en su vida, a Harry le encantó verlo.

Que hubieran tenido piedad de Percy no significaba que los gemelos tendrían piedad de Harry, quien gimió nada más ver sus caras.

— Así que te encantó ver a Malfoy, ¿eh? — dijo George en tono sugerente.

— No empecéis otra vez — les pidió Harry.

Estáis ahí —dijo él, mirándolos—. ¿Os habéis pasado todo el tiempo en el Gran Comedor, poniéndoos como cerdos? Os estaba buscando, quería enseñaros algo realmente divertido.

— ¿Hablas así a tus amigos? — preguntó Angelina, asqueada.

Malfoy echó una mirada fulminante a Percy.

¿Y qué haces tú aquí, Weasley? —le preguntó con aire despectivo. Percy se ofendió aún más.

¡Tendrías que mostrar un poco más de respeto a un prefecto! —dijo—. ¡No me gusta ese tono!

— Quítales puntos y déjate de tonterías — resopló Sirius.

Percy pareció tremendamente disgustado. Harry se preguntó si esa era la primera vez que el mediano de los Weasley interactuaba con el temido Sirius Black.

Malfoy lo miró despectivamente e indicó a Harry y a Ron que lo siguieran. A Harry casi se le escapa disculparse ante Percy, pero se dio cuenta justo a tiempo.

Harry vio a Ron mirar fijamente a Percy. Ambos hermanos parecían estar comunicándose con los ojos, tras lo que Percy agachó la cabeza.

Él y Ron salieron a toda prisa detrás de Malfoy, que les decía, mientras tomaban el siguiente corredor:

Ese Peter Weasley…

Percy —le corrigió automáticamente Ron.

Se oyeron jadeos.

Como sea —dijo Malfoy—.

— ¿Cómo no te diste cuenta? — le preguntó Nott a Malfoy, quien respondió de mala gana:

— No tenía motivos para pensar que no eran ellos.

He notado que últimamente entra y sale mucho por aquí, a hurtadillas. Y apuesto a que sé qué es lo que pasa. Cree que va a pillar al heredero de Slytherin él solito.

— Menuda tontería — bufó Percy.

— ¿Entonces qué hacías allí? — replicó Malfoy. Percy se sonrojó al más puro estilo Weasley.

— Eso no es asunto tuyo.

Lanzó una risotada breve y burlona. Harry y Ron se cambiaron miradas de emoción.

Malfoy se detuvo ante un trecho de muro descubierto y lleno de humedad.

¿Cuál es la nueva contraseña? —preguntó a Harry.

Eh… —dijo éste.

¡Ah, ya! «¡Sangre limpia!» —dijo Malfoy, sin escuchar, y se abrió una puerta de piedra disimulada en la pared. Malfoy la cruzó y Harry y Ron lo siguieron.

— Quizá no te diste cuenta de que no eran tus amigos porque nunca los escuchas — razonó Daphne Greengrass.

Harry pensó que probablemente Malfoy no tenía mucho que escuchar, teniendo amigos que solo repetían lo que él decía sin pensar en sus propias opiniones.

La sala común de Slytherin era una sala larga, semisubterránea, con los muros y el techo de piedra basta. Varias lámparas de color verdoso colgaban del techo mediante cadenas. Enfrente de ellos, debajo de la repisa labrada de la chimenea, crepitaba la hoguera, y contra ella se recortaban las siluetas de algunos miembros de la casa Slytherin, acomodados en sillas de estilo muy recargado.

Los Slytherin parecían muy indignados.

— ¡No es justo! ¡La sala común de Slytherin no es para Gryffindors! — exclamó un alumno de tercero.

Muchos le dieron la razón.

— No te preocupes — replicó Lee Jordan. — Ningún Gryffindor en su sano juicio querría pasar más tiempo del necesario en vuestra sala común.

— Suena horriblemente incómoda — añadió Alicia. — ¿No hace frío?

— Que va — respondió Astoria Greengrass. — Se está bastante bien. Está muy bien caldeada.

Esperad aquí —dijo Malfoy a Harry y Ron, indicándoles un par de sillas vacías separadas del fuego—. Voy a traerlo. Mi padre me lo acaba de enviar.

Preguntándose qué era lo que Malfoy iba a enseñarles, Harry y Ron se sentaron, intentando aparentar que se encontraban en su casa.

— Pues debió colar si no os pillaron — dijo Dean.

Malfoy volvió al cabo de un minuto, con lo que parecía un recorte de periódico. Se lo puso a Ron debajo de la nariz.

Te vas a reír con esto —dijo.

Harry vio que Ron abría los ojos, asustado. Leyó deprisa el recorte, rió muy forzadamente y pasó el papel a Harry.

Harry, que recordaba lo que había leído en ese papel, pensó que ojalá Hermione leyera eso muy deprisa.

Era de El Profeta, y decía:

INVESTIGACIÓN EN EL MINISTERIO DE MAGIA

Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, ha sido multado hoy con cincuenta galeones por embrujar un automóvil muggle.

El señor Weasley, sorprendido, se sonrojó al notar las miradas de decenas de alumnos sobre él.

El señor Lucius Malfoy, miembro del Consejo Escolar del Colegio Hogwarts de Magia, en donde el citado coche embrujado se estrelló a comienzos del presente curso, ha pedido hoy la dimisión del señor Weasley.

— Pero si no fue su culpa — se quejó Katie Bell.

— Eso díselo a El Profeta — dijo Fred.

«Weasley ha manchado la reputación del Ministerio», declaró el señor Malfoy a nuestro enviado. «Es evidente que no es la persona adecuada para redactar nuestras leyes, y su ridícula Ley de defensa de los muggles debería ser retirada inmediatamente.»

Muchos nacidos de muggles parecieron extremadamente ofendidos. Miraban a Malfoy como si hubiera sido él, y no su padre, quien hubiera hecho esas declaraciones.

El señor Weasley no ha querido hacer declaraciones, si bien su esposa amenazó a los periodistas diciéndoles que si no se marchaban, les arrojaría el fantasma de la familia.

Se oyeron risas y Molly se puso muy roja.

¿Y bien? —dijo Malfoy impaciente, cuando Harry le devolvió el recorte—. ¿No os parece divertido?

Ja, ja —rió Harry lúgubremente.

El señor Weasley, cuyas mejillas aún estaban encendidas, le sonrió débilmente.

Arthur Weasley tiene tanto cariño a los muggles que debería romper su varita mágica e irse con ellos —dijo Malfoy desdeñosamente—. Por la manera en que se comportan, nadie diría que los Weasley son de sangre limpia.

A Ron (o, más bien, a Crabbe) se le contorsionaba la cara de la rabia.

— Dime que le pegaste un puñetazo — dijo Charlie. Ron negó con la cabeza.

— Por desgracia, no.

¿Qué te pasa, Crabbe? —dijo Malfoy bruscamente.

Me duele el estómago —gruñó Ron.

Bueno, pues id a la enfermería y dadles a todos esos sangre sucia una patada de mi parte —dijo Malfoy, riéndose—.

Hermione estaba tan enfadada que le costaba leer. Se oían murmullos de gente criticando a Malfoy.

¿Sabéis qué? Me sorprende que El Profeta aún no haya dicho nada de todos esos ataques —continuó diciendo pensativamente—. Supongo que Dumbledore está tapándolo todo. Si no para la cosa pronto, tendrá que dimitir. Mi padre dice siempre que la dirección de Dumbledore es lo peor que le ha ocurrido nunca a este colegio. Le gustan los que vienen de familia muggle. Un director decente no habría admitido nunca una basura como el Creevey ése.

— ¡Retira eso! — gritó Dennis Creevey, poniéndose en pie.

— Ni lo sueñes — replicó Malfoy.

Sin embargo, todos los amigos de Dennis, así como los de Colin, se pusieron de pie.

— Discúlpate — dijo uno de ellos. Harry recordaba haberlo visto ayudando a calmar a Dennis cuando le había dado un ataque de ansiedad.

— No tengo por qué…

— Señor Malfoy — lo interrumpió McGonagall. Parecía muy enfadada. — Haga lo que le piden.

Draco jadeó.

— Yo…

Pero debió pensar que la cantidad de gente en su contra era mucho mayor que la de gente que lo apoyaría si se negaba a disculparse. Con un hilo de voz, tan tenso que casi temblaba, Malfoy le pidió disculpas a los Creevey y a los Weasley.

Hermione siguió leyendo.

Malfoy empezó a sacar fotos con una cámara imaginaria, imitando a Colin, cruel pero acertadamente.

Potter, ¿puedo sacarte una foto, Potter? ¿Me concedes un autógrafo? ¿Puedo lamerte los zapatos, Potter, por favor?

— Me das asco — le dijo Lavender a Malfoy. Harry se preguntó cuántas personas se lo habrían dicho en los últimos días.

Bajó las manos y se quedó mirando a Harry y a Ron.

¿Qué os pasa a vosotros dos?

Demasiado tarde, Harry y Ron se rieron a la fuerza; sin embargo, Malfoy pareció satisfecho. Quizá Crabbe y Goyle fueran siempre lentos para comprender las gracias.

A juzgar por la expresión de Malfoy, así era.

San Potter, el amigo de los sangre sucia —dijo Malfoy lentamente—. Ése es otro de los que no tienen verdadero sentimiento de mago, de lo contrario no iría por ahí con esa sangre sucia presuntuosa que es Granger. ¡Y se creen que él es el heredero de Slytherin!

— Parece que el pequeño Malfoy reciprocaba los sentimientos de Harry — comentó George.

— Sí, no para de hablar de él — asintió Fred. — Quizá solo necesita un empujón para declararse.

Tanto Harry como Malfoy gimieron, rezando internamente para que los gemelos no intentaran hacer nada.

Harry y Ron estaban con el corazón en un puño; quizás a Malfoy le faltaban unos segundos para decirles que el heredero era él. Pero en aquel momento…

Me gustaría saber quién es —dijo Malfoy, petulante—. Podría ayudarle.

Los que, inocentemente, habían creído que Malfoy tendría la respuesta a ese misterio, parecieron muy decepcionados.

A Ron se le quedó la boca abierta, de manera que la cara de Crabbe parecía aún más idiota de lo usual. Afortunadamente, Malfoy no se dio cuenta, y Harry, pensando rápido, dijo:

Tienes que tener una idea de quién hay detrás de todo esto.

Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo Malfoy bruscamente—. Y mi padre tampoco quiere contarme nada sobre la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos. Aunque sucedió hace cincuenta años,

Harry miró directamente a Snape, quien lo fulminó con la mirada.

y por tanto antes de su época, él lo sabe todo sobre aquello, pero dice que la cosa se mantuvo en secreto y asegura que resultaría sospechoso si yo supiera demasiado. Pero sé algo: la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos, murió un sangre sucia. Así que supongo que sólo es cuestión de tiempo que muera otro esta vez…

Hermione suspiró antes de leer:

Espero que sea Granger —dijo con deleite.

Se hizo un silencio muy incómodo.

— Castigado, señor Malfoy — dijo el profesor Dumbledore. El brillo usual de sus ojos había desaparecido.

— Ya estoy castigado, señor — le recordó Draco.

— Se le sumará otro día de castigo — dijo McGonagall. Parecía sumamente decepcionada.

Ron apretaba los grandes puños de Crabbe. Dándose cuenta de que todo se echaría a perder si pegaba a Malfoy, Harry le dirigió una mirada de aviso y dijo:

¿Sabes si cogieron al que abrió la cámara la última vez?

Sí… Quienquiera que fuera, lo expulsaron —dijo Malfoy—. Aún debe de estar en Azkaban.

De nuevo, Harry miró a Snape, como queriendo decir "¿Ve? Conseguimos información importante". Pero Snape parecía negarse a ver el lado positivo de la situación.

¿En Azkaban? —preguntó Harry, sin entender.

Claro, en Azkaban, la prisión mágica, Goyle —dijo Malfoy, mirándole, sin dar crédito a su torpeza—. La verdad es que si fueras más lento irías para atrás.

— Lo mismo se puede decir de ti — dijo Angelina. Malfoy la miró con rabia.

Se movió nervioso en su silla y dijo:

Mi padre dice que tengo que mantenerme al margen y dejar que el heredero de Slytherin haga su trabajo. Dice que el colegio tiene que librarse de toda esa infecta sangre sucia, pero que yo no debo mezclarme.

— Deberías dejar de escuchar a tu padre — dijo Harry.

— Cierra la boca — replicó Draco.

— Harry tiene razón — habló, para sorpresa de todos, una voz desde la puerta.

El encapuchado que había entrado antes seguía allí. ¿Había llegado a marcharse? Se preguntó Harry.

— Si no empiezas a cuestionar las enseñanzas de tu padre, vas a acabar muy mal — le dijo el desconocido.

— No eres nadie para decirme lo que debo hacer — respondió Malfoy, enfadado.

— ¿Estás seguro de ello? — dijo el encapuchado.

Se hizo el silencio. Malfoy, sorprendido, no supo qué responder.

— Sigue leyendo, Hermione — pidió el desconocido en voz alta.

Naturalmente, él ya tiene bastantes problemas por el momento. ¿Sabéis que el Ministerio de Magia registró nuestra casa la semana pasada? —Harry intentó que la inexpresiva cara de Goyle expresara algo de preocupación—. Sí… —dijo Malfoy—. Por suerte, no encontraron gran cosa. Mi padre posee algunos objetos de Artes Oscuras muy valiosos. Pero afortunadamente nosotros también tenemos nuestra propia cámara secreta debajo del suelo del salón.

Malfoy gimió, escondiendo la cara en las manos. Entre las palabras del encapuchado y la lectura, sentía que lo estaban atacando por todos lados.

¡Ah! —exclamó Ron.

Malfoy lo miró. Harry hizo lo mismo. Ron se puso rojo, incluso el pelo se le volvió un poco rojo. También se le alargó la nariz. La hora de que disponían llegaba a su fin, de forma que Ron estaba empezando a convertirse en sí mismo, y a juzgar por la mirada de horror que dirigía a Harry, a éste le estaba sucediendo lo mismo.

Se pusieron de pie de un salto.

Muchos se tensaron. Harry escuchó algunas exclamaciones de sorpresa y preocupación.

Necesito algo para el estómago —gruñó Ron, y sin más preámbulos echaron a correr a lo largo de la sala común de Slytherin, lanzándose contra el muro de piedra y metiéndose por el corredor, y deseando desesperadamente que Malfoy no se hubiera dado cuenta de nada. Harry podía notarse los pies sueltos dentro de los grandes zapatos de Goyle, y tuvo que levantarse los bajos de la túnica al hacerse más pequeño. Subieron los escalones y llegaron al oscuro vestíbulo de entrada, en que se oían los sordos golpes que llegaban del armario en que habían encerrado a Crabbe y Goyle.

Snape gruñó y Harry y Ron bajaron la cabeza.

Dejando los zapatos junto a la puerta del armario, subieron corriendo en calcetines hasta los lavabos de Myrtle la Llorona.

— ¿De verdad no te diste cuenta de nada? — preguntó Zabini. — ¿Las caras de tus amigos empiezan a cambiar delante de ti y no lo ves?

— Cállate — bufó Malfoy.

Bueno, no ha sido completamente inútil —dijo Ron, cerrando tras ellos la puerta de los aseos—. Ya sé que todavía no hemos averiguado quién ha cometido las agresiones, pero mañana voy a escribir a mi padre para decirle que miren debajo del salón de Malfoy.

Malfoy fulminó a Ron con la mirada.

Harry se miró la cara en el espejo roto. Volvía a la normalidad. Se puso las gafas mientras Ron llamaba a la puerta del retrete de Hermione.

Hermione, sal, tenemos muchas cosas que contarte.

¡Marchaos! —chilló Hermione.

La chica parecía reticente a leer esa parte, pero, tras suspirar, siguió leyendo.

Harry y Ron se miraron el uno al otro.

¿Qué pasa? —dijo Ron—. Tienes que estar a punto de volver a la normalidad, nosotros ya…

Pero Myrtle la Llorona salió de repente atravesando la puerta del retrete. Harry nunca la había visto tan contenta.

— Eso no es bueno — murmuró Parvati.

¡Aaaaaaaah, ya la veréis! —dijo—. ¡Es horrible!

Oyeron descorrerse el cerrojo, y Hermione salió, sollozando, tapándose la cara con la túnica.

Se escucharon jadeos. Muchos parecían genuinamente preocupados por Hermione.

¿Qué pasa? —preguntó Ron, vacilante—. ¿Todavía te queda la nariz de Millicent o algo así?

Hermione se descubrió la cara y Ron retrocedió hasta darse en los riñones con un lavabo.

— Venga ya — se quejó Bill. — No puede ser tan malo.

— Ahora verás — dijo Ron.

Tenía la cara cubierta de pelo negro. Los ojos se le habían puesto amarillos y unas orejas puntiagudas le sobresalían de la cabeza.

¡Era un pelo de gato! —maulló—. ¡Mi-Millicent Bulstrode debe de tener un gato! ¡Y la poción no está pensada para transformarse en animal!

Muchos escuchaban con la boca abierta. Tras unos segundos de silencio atónito, medio comedor empezó a reír con ganas.

Hermione siguió leyendo de mala gana.

¡Eh, vaya! —exclamó Ron.

Todos se van a reír de ti —dijo Myrtle, muy contenta.

— Qué simpática — ironizó Ginny.

No te preocupes, Hermione —se apresuró a decir Harry—. Te llevaremos a la enfermería. La señora Pomfrey no hace nunca demasiadas preguntas…

— Y menos mal — dijo Ron, recordando lo del mordisco de dragón.

La señora Pomfrey pareció orgullosa de sí misma.

Les costó mucho trabajo convencer a Hermione de que saliera de los aseos. Myrtle la Llorona los siguió riéndose con ganas.

¡Pues ya verás cuando todos se enteren de que tienes cola!

Eso hizo que los que aún no estaban riendo comenzaran a hacerlo.

— Aquí termina — gruñó Hermione, cerrando el libro con ímpetu.

— Bien, bien — dijo Dumbledore, con una pequeña sonrisa.

Se acercó a la tarima y cogió el libro, volviendo a abrirlo por el capítulo que tocaba.

— El siguiente capítulo… — su expresión cambió. La sonrisa desapareció totalmente y a Harry le dio un vuelco el corazón. — El capítulo se titula: El diario secretísimo.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 



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