La cámara de los secretos:
—¿No pensarás… en Myrtle la Llorona?
— ¡Bingo! — exclamó Sirius.
— Aquí acaba — anunció Roger Davies, marcando la página y dejando el libro en el atril.
Volvió a su lugar y Dumbledore se puso en pie para coger el libro.
— El siguiente capítulo se titula: La Cámara de los Secretos. ¿Quién quiere leer?
Nadie se movió, ni siquiera un milímetro. Los estudiantes intercambiaban miradas, nerviosos, e incluso los profesores parecían tremendamente incómodos. Dumbledore esperó pacientemente a que alguien se ofreciera voluntario. Cuando miraba directamente a un alumno, éste apartaba la mirada o fingía buscar algo en el suelo.
Harry ya se preguntaba si el director se vería obligado a volver a elegir a alguien al azar, cuando la mano de Ginny Weasley se alzó en el aire.
— Ginny, no — susurró uno de los Weasleys. Harry no supo si había sido Charlie o George, pero poco importó. Ginny, ignorando totalmente la voz de su hermano, se puso en pie y caminó hacia la tarima sin siquiera esperar a que Dumbledore le diera el visto bueno.
Cogió el libro que el director le tendía amablemente y, con expresión decidida, leyó:
— La Cámara de los Secretos.
— ¿Qué cree que hace? — murmuró Ron, nervioso. — ¿Por qué quiere leer precisamente esto?
— Supongo que por la misma razón por la que yo decidí leer el capítulo sobre la poción multijugos — respondió Hermione.
— ¿Porque os gusta sufrir en público? — replicó Ron. Hermione frunció el ceño.
— No se trata de eso. En mi caso, lo hice para demostrar públicamente que no me arrepentía de nada.
— Pero Ginny sí que se arrepiente — dijo Ron. —Aunque no tiene por qué, no fue su culpa.
— Creo que por eso está leyendo — susurró Harry. — Para demostrar que acepta lo que hizo, aunque no le guste.
En cualquier caso, ninguno de los tres podía leer la mente de Ginny para saber qué le estaba pasando por la cabeza, así que se conformaron con escuchar la lectura y esperar que el capítulo acabara rápido.
—Con la cantidad de veces que hemos estado cerca de ella en los aseos —dijo Ron con amargura durante el desayuno del día siguiente—, y no se nos ocurrió preguntarle, y ahora ya ves…
— No teníais forma de saber que ella fue la víctima la última vez que se abrió la cámara — dijo Hannah Abbott.
— Sí, es entendible que no le preguntarais — añadió Ernie pomposamente. Harry contuvo las ganas de rodar los ojos.
La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura. Pero ahora, burlar a los profesores para poder meterse en un lavabo de chicas, pero no uno cualquiera, sino el que estaba junto al lugar en que había ocurrido el primer ataque, les parecía prácticamente imposible.
— Es curioso que sea más difícil entrar a un baño que al bosque prohibido — dijo Katie Bell.
Algunos profesores parecían algo preocupados con ese dato.
En la primera clase que tuvieron, Transformaciones, sin embargo, sucedió algo que por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la Cámara de los Secretos. A los diez minutos de empezada la clase, la profesora McGonagall les dijo que los exámenes comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba una semana.
— ¿Hubo exámenes? — exclamó un chico de tercero.
— No puede ser, ¿quién se va a poner a estudiar cuando hay un monstruo suelto? — dijo una chica de Hufflepuff, indignada.
— Eso mismo pensamos todos — gruñó Dean.
—¿Exámenes? —aulló Seamus Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de todo?
Sonó un fuerte golpe detrás de Harry. A Neville Longbottom se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre.
Se oyeron algunas risitas aisladas. Los nervios por lo que suponían que iban a leer no les permitían regodearse mucho de la mala suerte de Neville.
La profesora McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia Seamus con el entrecejo fruncido.
Seamus hizo una mueca. Enfadar a McGonagall nunca era buena idea.
—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas circunstancias es el de daros una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estéis todos estudiando duro.
Se escucharon bufidos y quejas a lo largo del comedor. Sin embargo, todos los que recordaban que finalmente no había habido exámenes estaban bastante tranquilos, para la confusión de los alumnos más jóvenes.
¡Estudiando duro! Nunca se le ocurrió a Harry que pudiera haber exámenes con el castillo en aquel estado. Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que provocó que la profesora McGonagall frunciera el entrecejo aún más.
—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su marcha con toda la normalidad posible —dijo ella—. Y eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto habéis aprendido este curso.
— Mejor no la enfadéis mucho — dijo Sirius en voz baja. — Esa mujer es peligrosa.
Los que estaban cerca y lo escucharon no pudieron evitar sentirse cohibidos al darse cuenta de que un ex convicto, supuesto asesino de una docena de personas, pensaba que había que tener cuidado con McGonagall.
Harry contempló el par de conejos blancos que tenía que convertir en zapatillas. ¿Qué había aprendido durante aquel curso? No le venía a la cabeza ni una sola cosa que pudiera resultar útil en un examen.
— Has aprendido a hacer una poción multijugos — dijo Angelina.
— Y a luchar contra tarántulas asesinas — añadió Fred, provocando que a más de uno le diera un escalofrío, incluido Ron.
En cuanto a Ron, parecía como si le acabaran de decir que tenía que irse a vivir al bosque prohibido.
—¿Te parece que puedo hacer los exámenes con esto? —preguntó a Harry, levantando su varita, que se había puesto a pitar.
Se oyó alguna risita. Ron hizo caso omiso, ya que se alegraba mucho de que su varita hubiera estado rota todo el curso.
Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la profesora McGonagall hizo otro anuncio a la clase.
—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en silencio, estalló en alborozo.
—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.
—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica desde la mesa de Ravenclaw.
Harry escuchó a alguien soltar un grito. Se giró y vio que, en la zona donde la mayoría de Ravenclaws se habían sentado, una chica estaba roja como un tomate. Algunos de sus amigos reían.
—¡Vuelven los partidos de quidditch! —rugió Wood emocionado.
— Qué sorpresa— dijo Alicia Spinnet, rodando los ojos. Wood rió por lo bajo.
Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:
—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace falta recordaros que alguno de ellos quizá pueda decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.
La voz de Ginny había ido bajando de intensidad conforme leía, pero se la escuchó perfectamente. Entre los estudiantes, nadie se percató de ese cambio, ya que estaban ocupados vitoreando y aplaudiendo. Se escucharon varios "¡Viva la profesora Sprout!" que hicieron que la susodicha se ruborizara hasta la raíz del pelo.
Hubo una explosión de alegría. Harry miró a la mesa de Slytherin y no le sorprendió ver que Draco Malfoy no participaba de ella.
Harry no pudo evitar mirar de reojo a Malfoy y se sorprendió al ver que éste lo miraba con una ceja arqueada. Decidió ignorarlo, no queriendo darle más razones a Fred y George para que se rieran de ellos.
Ron, sin embargo, parecía más feliz que en ningún otro momento de los últimos días.
—¡Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo a Harry—. ¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá loca cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está hasta que hubieran terminado.
Esta vez, muchos rieron. Hermione estaba indignada.
— ¡Claro que no! Me habría dado un infarto si me hubiera perdido los exámenes.
— Te habrían aprobado de todas formas — dijo Ron. — Y te habrías ahorrado tres días de sufrimiento.
Hermione lo miró mal.
En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron. Parecía tensa y nerviosa, y Harry vio que se retorcía las manos en el regazo.
Muchos miraron con curiosidad a Ginny. En el presente también se la veía tensa, aunque había algo en su pose y en su expresión que demostraba lo decidida que se sentía.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de avena.
Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada que a Harry le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.
Ginny levantó la mirada del libro para mirar a Harry, con las cejas alzadas en una pregunta silenciosa. Harry le hizo una señal para que siguiera leyendo, aunque no sabía si a la chica le haría mucha gracia saber a quién le había recordado.
—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.
Harry comprendió entonces a quién le recordaba Ginny. Se balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente igual que lo hacía
Ginny bufó.
exactamente igual que lo hacía Dobby cuando estaba a punto de revelar información prohibida.
Se escucharon algunas risitas. Sin embargo, la mayoría de la gente parecía haber intuido que Ginny tenía un papel importante en el capítulo. La miraban con curiosidad, a la par que se oían susurros desde varias partes del comedor. Muchos recordaban que ella había sido raptada por el monstruo. ¿Era lo que estaban a punto de leer?
—Tengo algo que deciros —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Harry.
Esta vez, fue Michael Corner quien bufó. Fulminó con la mirada a Harry y volvió a mirar a Ginny con una expresión amarga que provocó que, durante un segundo, Harry sintiera pena por él.
—¿Qué es? —preguntó Harry.
Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué? —apremió Ron.
— ¿Era algo sobre la cámara? — se escuchó preguntar a Padma Patil. — ¿Weasley sabía algo?
— No creo — respondió Terry Boot, aunque no parecía muy convencido.
— Seguro que sabía algo y por eso se la llevaron — dijo Ernie.
Ginny pareció tomar impulso al escuchar esas palabras y siguió leyendo.
Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran oír Ron y Ginny.
—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?
— Muy buenas preguntas — dijo Moody. — Lo mejor para interrogar a inocentes es hacer preguntas muy concretas.
Algunos asintieron, algo cohibidos.
Ginny cogió aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y fatigado.
Harry se fijó en Percy, quien se había puesto pálido de golpe.
—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.
A pesar de la seriedad de lo que estaba leyendo, Ginny inconscientemente imitó la forma de hablar de su hermano, sacándole una sonrisa a más de uno.
Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo.
A la par que Ginny terminaba de leer esa frase con cara de asco, Percy se tapaba el rostro con las manos.
Percy se sentó y cogió una jarra del centro de la mesa.
—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!
— No sabía cuánto — murmuró Ron. Harry asintió solemnemente.
Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.
—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.
Percy gimió.
—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir…
—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy.
— Soy un imbécil— gimió Percy en voz alta. Miró a Ginny y, tras unos segundos, su expresión derrotada cambió. Por primera vez, Harry vio algo de Gryffindor en los ojos del prefecto.
Ante la mirada atónita de todo el comedor, Percy se puso en pie y se acercó a Ginny.
— Lo siento — dijo, tragando saliva. — Por aquello y por todo lo demás. Lo siento.
Era curioso cómo, a pesar de que Ginny era mucho más baja que su hermano, parecía mil veces más grande en ese momento.
— ¿Lo dices de verdad? — preguntó ella, mirándole a los ojos. Harry no supo que fue lo que vio en ellos, pero algo debió ver que la convenció de que decía la verdad, porque, cuando Percy dijo que sí, ella asintió.
— Vale. Te creo.
Percy respiró aliviado. Todo el comedor los observaba con curiosidad, esperando a ver qué iba a suceder. Percy parecía totalmente inseguro y, si ya había parecido más pequeño de lo normal a causa de su arrepentimiento, el alivio que sentía ahora parecía haberle hecho perder unos centímetros más, o eso le pareció a Harry.
— ¿Lo ha perdonado? — se escuchó murmurar a Fred. — Porque yo no.
— Hasta que no le pida perdón a mamá y papá, no quiero saber nada de él — gruñó George por lo bajo, sorprendiendo a Harry.
Ginny volvió a mirar al libro para seguir leyendo. Sin embargo, cuando Percy se giró para volver a su sitio cerca del ministro, ella soltó el libro y lo agarró del brazo.
— ¿Dónde vas?
— Eh…
Ginny lo fulminó con la mirada. Con un gesto de la cabeza, le señaló hacia donde el resto de los Weasley estaban sentados. A Percy se le abrieron mucho los ojos y, lleno de pánico, negó con la cabeza, dando un par de pasos hacia atrás. Pero Ginny lo tenía bien agarrado. Pegó un tirón del brazo de su hermano y lo arrastró hasta bajar la tarima, ignorando los murmullos y las risitas aisladas que se oían. Percy trató de soltarse, pero una mirada de advertencia por parte de su hermana fue suficiente para que se dejara arrastrar lo que quedaba de camino hacia los Weasley.
De un empujón, lo obligó a sentarse en el sitio que ella había dejado libre, justo al lado de Harry.
— Te vas a quedar aquí. Y cuando acabe el capítulo, vas a hablar con mamá y papá y vas a disculparte. Si te arrepientes… demuéstralo.
Percy abrió la boca para decir algo, pero Ginny ya le había dado la espalda y se dirigía de nuevo a la tarima.
Percy se quedó allí sentado, tieso como una estatua, y con una cara que le hizo pensar a Harry que estaba a punto de sufrir un ataque de pánico.
Harry no tenía ni idea de qué hacer. ¿Debía saludarle? ¿Hablarle como si no pasara nada, a pesar de la carta horrible que le había escrito a Ron sobre él?
Hermione, quien estaba sentada al otro lado de Percy, también parecía bastante incómoda.
— Hey, Harry. ¿Me cambias el sitio? — dijo Ron.
Harry ni siquiera se lo pensó. Se levantó y le cedió el sitio a Ron, quien, nada más acomodarse, le pegó una colleja a Percy.
— Te dije que no tardaras en hacerlo.
Percy bufó, frotándose la zona adolorida. Abrió la boca para replicar, pero entonces vio que el resto de los Weasley lo miraban fijamente. A Harry le rompió el corazón ver lo ilusionada que parecía la señora Weasley, y pudo entender perfectamente por qué George se negaba a perdonar a Percy hasta que no arreglara las cosas con su madre.
Percy abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua y bajó la mirada, incapaz de sostenérsela a su familia. Por suerte, Ginny se apiadó de él y siguió leyendo.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.
—Bueno, si es imprescindible que te lo diga… Ginny, esto…, me encontró el otro día cuando yo estaba… Bueno, no importa, el caso es que… ella me vio hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría…
Aunque los estudiantes estaban bastante confusos con lo que acababa de suceder, muchos no pudieron evitar soltar risitas al imaginarse exactamente qué habría estado haciendo Percy, quien, por su parte, se había puesto rojo como un tomate. Ginny leía con una ceja arqueada, juzgando a su hermano sin necesidad de decir ni una sola palabra.
En otras circunstancias, los gemelos no habrían dejado pasar esa oportunidad de reírse de su hermano. Sin embargo, ambos se mantenían serios y había cierta tensión en su cuerpo que le hizo pensar a Harry que estaban listos para pelear con Percy si era necesario.
Harry nunca había visto a Percy pasando semejante apuro.
—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos reiremos.
— Vamos, Percy — se burló Wood. — Confiesa…
Percy se hundió en el asiento, tapándose la cara con las manos.
Percy no devolvió la sonrisa.
—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.
Se oyeron risas.
— Muy sutil — dijo Wood. Percy lo miró mal, a lo que el otro chico respondió con una gran sonrisa. — Venga, seguro que a Penélope no le habría molestado que le contaras lo vuestro a tus hermanos.
A la par que Percy balbuceaba y se ponía de color escarlata, una decena de personas reían con ganas, incluido Oliver.
A Harry le sorprendió ver a Wood siendo tan amigable con alguien como Percy. Y entonces cayó en la cuenta de que esos dos habían compartido dormitorio durante siete años. ¿Cómo habían sobrevivido? No podían ser más diferentes…
Harry sabía que todo el misterio podría resolverse al día siguiente sin la ayuda de Myrtle, pero, si se presentaba, no dejaría escapar la oportunidad de hablar con ella. Y afortunadamente se presentó, a media mañana, cuando Gilderoy Lockhart les conducía al aula de Historia de la Magia.
Se oyeron suspiros desde la mesa de profesores.
— Contratar a Lockhart fue la peor decisión educativa que has hecho nunca — gruñó McGonagall.
— No había otra opción — replicó Dumbledore, aunque, a juzgar por su expresión, se estaba planteando si cancelar el curso de Defensa Contra las Artes Oscuras habría sido mejor idea.
Lockhart, que tan a menudo les había asegurado que todo el peligro ya había pasado, sólo para que se demostrara enseguida que estaba equivocado, estaba ahora plenamente convencido de que no valía la pena acompañar a los alumnos por los pasillos. No llevaba el pelo tan acicalado como de costumbre, y parecía como si hubiera estado levantado casi toda la noche, haciendo guardia en el cuarto piso.
Se escucharon bufidos. Algunos todavía sentían cierta admiración por Lockhart, pero esos sentimientos se iban disolviendo con cada cosa que se leía sobre él.
— Solo le preocupaba no poder pasar una hora peinándose — resopló Angelina. — Y a los estudiantes que les den.
Muchos le dieron la razón, algo indignados.
—Recordad mis palabras —dijo, doblando con ellos una esquina—: lo primero que dirán las bocas de esos pobres petrificados será: «Fue Hagrid.» Francamente, me asombra que la profesora McGonagall juzgue necesarias todas estas medidas de seguridad.
Hagrid gruñó fuertemente, haciendo saltar a Umbridge en su asiento.
Con una sonrisa, Ginny leyó:
—Estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, y a Ron se le cayeron los libros, de la sorpresa.
Se oyeron risas.
— Veo lo que quieres hacer — rió Sirius.
—Gracias, Harry —dijo Lockhart cortésmente, mientras esperaban que acabara de pasar una larga hilera de alumnos de Hufflepuff—. Nosotros los profesores tenemos cosas mucho más importantes que hacer que acompañar a los alumnos por los pasillos y quedarnos de guardia toda la noche…
— Como planchar sus túnicas y arreglarse el pelo — bufó un chico de Slytherin.
—Es verdad —dijo Ron, comprensivo—. ¿Por qué no nos deja aquí, señor? Sólo nos queda este pasillo.
— Espero que no funcionara… — dijo McGonagall, aunque estaba claro por su tono que no tenía ninguna esperanza de que fuese así.
—¿Sabes, Weasley? Creo que tienes razón —respondió Lockhart—. La verdad es que debería ir a preparar mi próxima clase.
Y salió apresuradamente.
— No sé si sois unos genios o si Lockhart era muy estúpido — dijo Dean.
—A preparar su próxima clase —dijo Ron con sorna—. A ondularse el cabello, más bien.
Muchos asintieron, ya que nadie se había tragado la mentira de Lockhart.
Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego enfilaron por un pasillo lateral y corrieron hacia los aseos de Myrtle la Llorona. Pero cuando ya se felicitaban uno al otro por su brillante idea…
—¡Potter! ¡Weasley! ¿Qué estáis haciendo?
Harry y Ron intercambiaron miradas. Esto no iba a ser agradable.
A la vez, algunos de sus compañeros se llevaron las manos a la boca, medio riendo.
Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más apretados que nunca.
—Estábamos… estábamos… —balbució Ron—. Íbamos a ver…
—A Hermione —dijo Harry. Tanto Ron como la profesora McGonagall lo miraron—. Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó Harry, hablando deprisa y pisando a Ron en el pie—, y pretendíamos colarnos en la enfermería, ya sabe, y decirle que las mandrágoras ya están casi listas y, bueno, que no se preocupara.
— Castigados, Potter, Weasley — gruñó la profesora McGonagall. Indignado, Harry replicó:
— ¿Por qué? ¡Fuimos a la enfermería!
— Por mentir a un profesor.
— Pero si fuimos a la enfermería…
Mientras Harry trataba de hacer que McGonagall entrara en razón, Ron debió notar algo que Harry no, porque le dio un codazo.
— ¿Qué?
Ron le señaló a Hermione, quien estaba sentada al otro lado de Percy y parecía bastante disgustada.
— Oh…
Percy, incómodo, se movió para sentarse en el suelo, frente a Hermione. Tanto Ron como Harry hicieron el amago de acercarse a ella, pero Hermione levantó la mano y los frenó.
— Dejadlo.
— Pero…
La chica levantó la mirada y Harry se preguntó cómo podía parecer tan triste y furiosa al mismo tiempo.
— ¿En todo el tiempo que estuve petrificada, jamás se os ocurrió ir a visitarme? ¿Solo lo hicisteis para libraros de un castigo?
Todo el comedor observaba con atención. Se escuchaban algunos murmullos y Harry estaba seguro de que mucha gente estaba disfrutando el espectáculo.
— ¡De eso nada! — exclamó Ron. — La enfermería estaba cerrada, no podíamos ir a visitarte. No fue por decisión propia.
— Pues ahora estáis a punto de ir a visitarme — le espetó ella, señalando el libro.
— Solo porque le dimos pena a McGonagall — le recordó Harry. — En teoría, no podíamos ni acercarnos allí.
Pero Hermione no atendía a razones. Miró a Ginny y le pidió que siguiera leyendo, pero la chica apenas había leído una palabra antes de que Ron la cortara.
— ¿Qué culpa tenemos nosotros de que estuviera prohibido ir a la enfermería?
— Podíais haberlo intentado — sugirió Luna. — Por lo que se está leyendo, no parece que la echarais mucho de menos.
Ron jadeó y Harry, comprendiendo finalmente cuál era el problema, exclamó:
— ¡Claro que la echamos de menos!
— Tampoco habéis parecido muy afectados cuando se ha leído el momento en el que la petrificaron — dijo Lavender. — La verdad, no sé qué pensar…
Indignado, Ron exclamó:
— ¿Qué se supone que tenemos que hacer, ponernos a llorar? ¡Hace años de eso!
— No lo estás arreglando — le dijo Fred, señalando a Hermione, que parecía al borde de las lágrimas.
Harry, desesperado, le cogió la mano a Hermione y dijo:
— Piensa que no todo lo que pasó sale en los libros. Solo cuenta las cosas relevantes…
Hermione se soltó de su mano y lo fulminó con la mirada.
— Acabáis de admitir que ni siquiera intentasteis ir a visitarme. No intentes arreglarlo.
Ron bufó.
— Vale, no fuimos a visitarte. ¡Sabíamos que no podíamos entrar! Pero eso no significa que nos diera igual que estuvieras petrificada.
— Ginny, sigue leyendo — le pidió Hermione, pero Ron se puso en pie.
— ¡No! Ginny, espera. Hermione…
A su alrededor, muchas personas se habían unido a la discusión, poniéndose de parte de Hermione o de Ron y Harry. Neville, Dean y Seamus defendían a Harry y Ron a capa y espada, pero Parvati y Lavender parecían estar convencidas de que los chicos no querían en absoluto a Hermione. Se escuchó a alguien decir que quizá no consideraban a Hermione como su amiga, y eso fue lo que hizo que Harry decidiera contar toda la verdad, por vergonzosa que fuera.
— Hermione — empezó. Algo en su tono dubitativo hizo que la chica lo mirara, cosa que se negaba a hacer con Ron. — No ha salido en los libros, y me alegro, pero el día que te petrificaron, Ron y yo estuvimos dos horas llorando en el dormitorio.
Hermione bufó, incrédula.
— ¿Se supone que tengo que creerme eso?
— Es lo que pasó — le aseguró Harry, sintiendo cómo sus mejillas empezaban a arder. Ron había soltado un sonido extraño al escuchar la confesión de Harry, y también se estaba poniendo algo rojo.
— El día que la petrificaron, estuvisteis en la sala común y por la noche fuisteis a ver a Hagrid — dijo Angelina, haciendo memoria. — ¿Cuándo tuvisteis tiempo para pasar dos horas llorando?
— Por la tarde — confesó Ron, quien seguía de pie frente a ellos y parecía que quería que la tierra se lo tragase. — La gente en la sala común no paraba de hablar de la cámara, así que subimos un rato al dormitorio…
— No preguntes más — dijo Harry, abochornado.
Hermione los miraba, pensativa. Todo el comedor observaba atentamente.
— No sé si creeros — dijo finalmente. Ron bufó.
— Te vimos en la enfermería cuando McGonagall nos dijo lo que había pasado, fuimos a la reunión en la sala común, estuvimos allí un rato, subimos a los dormitorios a llorar como imbéciles y después esperamos a que todos se durmieran para ir a ver a Hagrid y tratar de descubrir cómo te había pasado eso — dijo Ron de carrerilla. — Y si no te lo quieres creer, pues, pues…
— Pues habrá que demostrárselo — dijo una voz desde la puerta.
Todo el mundo se giró al mismo tiempo, sabiendo que esa voz hechizada solo podía pertenecer a uno de los encapuchados.
El desconocido caminó hacia ellos y Harry notó que llevaba algo en la mano. Cuando sacó una varita y la apuntó a la cabeza de Ron, muchos gritaron y los señores Weasley casi saltaron hacia delante, protegiendo a su hijo.
— ¡Tranquilos, tranquilos! — exclamó el desconocido. Los Weasley tenían las varitas apuntándole directamente al pecho. — ¡Esto es un pensadero en miniatura! — levantó el objeto por encima de su cabeza, para que todo el comedor lo viera.
Ron, quien se había puesto muy pálido, entendió inmediatamente lo que el encapuchado pretendía hacer.
— Ah, no. No, no — dijo, dando un paso atrás. — De eso nada.
— ¿Quieres demostrarle a Hermione que la echasteis de menos? — preguntó el encapuchado. — ¿O preferís que piense que no os importa?
Harry y Ron se miraron. Todo el mundo estaba en silencio, esperando su respuesta.
— No pasa nada — dijo Hermione, mordiéndose el labio. — No me tienen que demostrar nada.
Pero eso tuvo el efecto contrario, ya que escuchar su tono triste le dio a Harry y Ron el empujón que necesitaban para abandonar toda dignidad.
— Vale, lo haré — dijo Ron, nervioso. — Pero no sé cómo se hace esto.
El encapuchado dio un paso hacia él. Nadie se esperaba que el señor Weasley se interpusiera.
— Si no le importa, yo mismo recogeré los recuerdos de Ron.
Con elegancia, el encapuchado aceptó las condiciones. A Harry le pareció que el desconocido no tenía pinta de habérselo tomado mal en absoluto.
— Ron, tienes que pensar en el momento que quieres que vea Hermione — le dijo Arthur. — Piensa en ese momento con todas tus fuerzas.
Ron cerró los ojos y siguió las instrucciones de su padre, quien acercó la varita a su sien y sacó una neblina blanca muy tupida que depositó en el pequeño pensadero que el desconocido le tendía.
Arthur se giró entonces hacia Harry, quien tragó saliva y pensó muy fuertemente en lo que quería que Hermione viera. Cuando abrió los ojos, el padre de Ron ya había depositado la neblina blanca en el pensadero.
— ¿Algún recuerdo más? — preguntó.
Harry dijo que no, pero Ron pareció pensarlo antes de asentir. Repitieron el proceso ante la atenta mirada de todos los profesores y estudiantes, quienes parecían sumamente interesados.
Cuando Ron había terminado de vaciar sus recuerdos, Harry decidió añadir otro más, decidiendo que, si iba a perder toda su privacidad y su dignidad, al menos no quería perder a una amiga.
— Ya está — anunció Arthur. Le tendió el pensadero a Hermione, quien pareció muy insegura.
— No sé si es buena idea. No quiero…
Miró a Harry y Ron.
— Confío en vosotros — dijo finalmente, devolviéndole el pensadero al desconocido. — No necesito ver pruebas.
Se escucharon quejas y aplausos a partes iguales.
— No pierdes nada por verlo — dijo Ginny desde la tarima. — Seguro que es buen material para hacerles chantaje en el futuro.
Se oyeron risas. Fred y George se miraron y Harry supo que les encantaría entrar en el pensadero para hacer exactamente lo que había dicho Ginny.
— Ya lo has oído, no pierdes nada — dijo el desconocido. Antes de que Hermione pudiera responder, puso la mano sobre su nuca y la obligó a agacharse sobre el pensadero, que se la tragó inmediatamente.
Se escucharon gritos de gente que no sabía cómo funciona un pensadero. Otros reían, y a Harry le habría gustado no prestarles atención, ya que ese momento de distracción sirvió para que el encapuchado pusiera el pensadero frente a él y, cogiéndolo de la nuca con mucha más fuerza de la que había usado con Hermione, lo obligara a entrar.
Con un grito ahogado, Harry sintió que caía al vacío, rodeado de una neblina de colores. La neblina se convirtió de pronto en la sala común de Gryffindor y vio que Hermione ya estaba allí, escuchando la conversación que había tenido lugar años atrás.
Dos segundos después, Ron se materializó junto a ellos.
— Ese tío es un bestia — se quejó, frotándose la nuca.
Hermione lo ignoró totalmente. Tenía los ojos fijos en los Harry y Ron de doce años, que escuchaban a Lee Jordan gritar que todos los Slytherin deberían ser expulsados.
— Podemos salir de aquí cuando queramos — dijo Hermione de pronto. — Si no queréis que vea estos recuerdos, no puedo obligaros.
Harry bufó.
— Tú no, pero el encapuchado sí. Casi me arranca la cabeza para meterme aquí dentro.
— Además — añadió Ron —, ya está. Los recuerdos están aquí. Tú los ves, te quedas tranquila, y nosotros nos vamos al bosque a ser la cena de navidad de Aragog para no tener que volver a mirarte a la cara.
Hermione les dio la espalda, pero Harry alcanzó a ver que intentaba disimular una sonrisa. Los tres se dispusieron a escuchar cada detalle del recuerdo.
Los Weasley hablaban entre sí, mientras Harry y Ron susurraban.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ron a Harry al oído—. ¿Crees que sospechan de Hagrid?
—Tenemos que ir a hablar con él —dijo Harry, decidido—. No creo que esta vez sea él, pero si fue el que lo liberó la última vez, también sabrá llegar hasta la Cámara de los Secretos, y algo es algo.
—Pero McGonagall nos ha dicho que tenemos que permanecer en nuestras torres cuando no estemos en clase…
—Creo —dijo Harry, en voz todavía más baja— que ha llegado ya el momento de volver a sacar la vieja capa de mi padre.
Esperaron unos minutos. En la sala común, todo el mundo hablaba sobre el mismo tema, y quedaba claro por las caras de Harry y Ron que necesitaban urgentemente huir de allí.
Eventualmente, los dos chicos se miraron y, tras excusarse con los gemelos, subieron al dormitorio.
Una vez allí, en silencio, cada uno se sentó en su cama. Ron estaba pálido.
— Bueno, las mandrágoras están creciendo bien — dijo con la voz algo ronca. — Seguro que la profesora Sprout consigue revivir a los petrificados.
— Sí, seguro — asintió Harry, aunque no se lo veía muy convencido.
Ron se quitó los zapatos y se acostó en su cama, corriendo la cortina. Harry lo imitó, dejándose caer de espaldas sobre el colchón y cerrando los ojos.
Harry nunca lloraba. Había aprendido desde muy pequeño que llorar no soluciona los problemas; no hace que los abusones lo dejen en paz, o que Tía Petunia le compre un regalo de cumpleaños, o que Tío Vernon lo lleve a esos parques de juegos en los que Dudley se lo pasaba tan bien. Llorar nunca había evitado que Tía Petunia lo encerrara en la alacena cada vez que se resfriaba, por miedo a que contagiara a Dudley.
Nunca lloraba. Pero, acostado en su cama de Gryffindor, en el momento en el que escuchó un sollozo ahogado venir desde la cama de Ron, supo que esta vez había perdido la batalla.
Harry, Ron y Hermione de quinto curso miraban la escena con cautela. Con suavidad, Hermione se sentó en la cama de Ron, quien se había tirado bocabajo y tenía la cara hundida en la almohada. Cada pocos segundos, se lo oía sollozar, si bien la almohada hacía un gran trabajo ahogando esos sonidos.
Hermione le pasó la mano por el pelo a Ron, casi atravesándolo, y se dirigió a la cama de Harry. Éste seguía bocarriba, mirando el techo, con lágrimas silenciosas resbalándole hacia el colchón. No sollozaba, no hacía ningún ruido, y eso le provocó un escalofrío a Hermione. ¿Qué clase de niño llora de esa forma? ¿Qué clase de infancia ha tenido que alguien que ha aprendido a llorar sin hacer ruido?
Harry y Ron seguían de pie, incómodos a más no poder. Hermione también pasó la mano por el pelo de Harry, que ni se inmutó. Unos segundos después, la escena a su alrededor se desvaneció, pero la neblina de colores volvió a formar el dormitorio de los chicos de segundo.
La escasa luz que entraba por la ventana mostraba el paso del tiempo. Harry seguía prácticamente en la misma posición, pero sus ojos estaban rojos y sus labios, cortados. Ron, sin embargo, se había hecho bola en su cama, dándole la espalda al mundo, y no podían verle la cara.
La puerta del dormitorio se abrió, haciendo que ambos chicos saltaran.
— Sigo pensando que el monstruo de Slytherin tiene que ser una serpiente — decía Seamus. — ¡Pensadlo! ¡Es Slytherin!
— No hay serpientes que puedan petrificar a la gente — dijo Dean, con tono de haber repetido esa misma frase varias veces.
Los chicos se acercaron a sus respectivas camas y abrieron los baúles para sacar sus pijamas y artículos de baño. Se los escuchaba hablar, hasta que Seamus comentó:
— ¿Y Harry y Ron? ¿Por qué tienen las cortinas echadas ya? Ni siquiera hemos cenado aún.
Harry se frotó la cara, tratando de eliminar cualquier rastro de líquido en sus ojos. Ron ni siquiera se movió.
— ¿Estáis bien? — se oyó la voz de Dean.
Luego, un susurro, de Neville.
— No, de eso nada — le respondió Dean.
Seamus le dio la razón a Neville, haciendo que Dean bufara. Antes de que los otros chicos pudieran detenerlo, Dean abrió de golpe las cortinas de Ron.
— Hora de levantarse. Nos van a subir la cena a la sala común.
Ron ni se inmutó, pero a Dean le dio igual. Estaba ocupado corriendo las cortinas de Harry.
— Venga, arriba esos ánimos — decía el chico. — La van a revivir, no os preocupéis.
— ¿Y tú qué sabes? — gruño Ron, sentándose en la cama de golpe. Tenía los ojos muy rojos e hinchados.
— Sé que la profesora Sprout es una experta en lo que hace — respondió Dean solemnemente. — Y que el profesor Snape también es un experto en pociones, aunque sea un imbécil. Y que el profesor Dumbledore es el mejor mago que jamás ha dirigido Hogwarts.
Aunque ni Harry ni Ron respondieron, ambos escuchaban cada palabra.
— Te he dicho que es mejor dejarlos en paz — murmuró Neville, pero Dean rodó los ojos.
— Venga, arriba, a cenar — insistió, cogiendo el pie a Harry y tirando de él. — ¿No queréis levantaros? Pues os vais a enterar.
Lo siguiente que supo Harry es que le había caído encima un elefante. Dean se había lanzado sobre él, cayéndole encima con todo su peso, y Seamus había comprendido lo que pretendía hacer Dean y le había seguido. Neville, algo inseguro, miraba de pie cómo Dean y Seamus aplastaban a Harry.
— ¡Ven tú también! — exclamó Seamus, sonriendo.
Neville no necesitó más. Saltó sobre la espalda de Seamus, provocando gritos por parte de Dean y Harry. El sándwich humano se tambaleó cuando Harry trató desesperadamente de salir de debajo de la pila de estudiantes. Finalmente, Harry consiguió salir, provocando que los otros tres chicos cayeran hacia los lados entre gritos y risas.
Ron los miraba sin entusiasmo, sentado en su cama. Resoplando y tratando de recuperar el aire perdido, Harry se puso en pie.
— ¿A qué ha venido eso? — exclamó.
Dean, de rodillas sobre la cama de Harry, le sonrió y dijo:
— Bueno, ahora que te has levantado, ¿bajas a cenar?
Incrédulo, Harry bufó.
— No tengo ganas — dijo, sentándose junto a Ron.
— Qué pena que eso nos de igual — dijo Seamus. Acto seguido, los tres chicos se lanzaron a coger a Harry y Ron de los brazos, obligándolos a levantarse contra su voluntad y a entrar en el baño.
La neblina volvió a perder su forma. De reojo, Harry vio que Hermione se limpiaba las lágrimas. Ron parecía tan incómodo como él se sentía.
Cuando los colores y formas volvieron a asentarse, vieron que estaban en la biblioteca.
Ron y Harry estaban sentados en una mesa larga, rodeados de libros y trozos de pergamino inservibles. Escribían, y de vez en cuando Ron resoplaba.
Entonces, Ron arrugó su pergamino y lo lanzó contra la mesa.
— Voy a sacar un cero — gruñó el chico. — Si Hermione estuviera aquí…
— Te diría que corrijas tu redacción en lugar de tirarla — le recordó Harry, devolviéndole la bola de pergamino, que había acabado sobre su propia redacción.
Ron ignoró el pergamino y apoyó la cabeza sobre la pila de libros.
— Quizá ella sabría explicarme qué narices es un — miró sus apuntes — espliego.
— Es una planta — dijo Harry sin mucho entusiasmo. — No recuerdo cuál.
Se quedaron en silencio. A juzgar por sus caras, parecía que estaban en un funeral.
La imagen volvió a cambiar a su alrededor. Cuando las formas y colores volvieron a formar algo reconocible, vieron que estaban de nuevo en el dormitorio de Gryffindor. Harry gimió: ese recuerdo era suyo.
Era de noche. Harry estaba sentado en su cama, con las cortinas echadas, tratando de respirar pausadamente. A juzgar por su cara de pánico y el sudor de su frente, acababa de despertarse de una pesadilla.
Tras un momento, las cortinas se abrieron y Ron se sentó junto a Harry, cerrándolas tras de sí.
Ninguno de los dos dijo nada. Harry volvió a tumbarse sobre la cama y Ron lo imitó, ocupando el espacio al lado de Harry.
— Esta era sobre Hermione, ¿verdad? — susurró Ron, tan flojito que Harry apenas lo escuchó.
Cuando hablaban en medio de la noche, acostumbraban a hablar de esa forma, para no despertar a ninguno de los otros. Con los ronquidos que se oían desde la cama de Neville, lo más probable es que no los oyera nadie aunque hablaran más alto, pero no querían correr riesgos.
Harry asintió.
— Yo también he soñado con ella — admitió Ron en un susurro. — Tenemos que encontrar al heredero, Harry…
— Lo sé — respondió.
No hizo falta que ninguno de los dos dijera nada más.
Esta vez, cuando la neblina comenzó a disiparse, ellos tres salieron despedidos del pensadero y aterrizaron en el suelo del Gran Comedor.
Lo primero que notó Harry fue que, comparado con el silencio del dormitorio de Gryffindor, el comedor era tremendamente ruidoso.
Lo segundo, fue que alguien con mucho pelo lo abrazaba, con la cabeza pegada contra su hombro.
Hermione tenía un brazo alrededor del cuello de Ron y otro alrededor del de Harry, abrazándolos a los dos al mismo tiempo y llorando desconsolada sobre sobre su hombro.
Harry le lanzó a Ron una mirada de pánico y, para sorpresa de Harry, Ron respondió cogiendo a Hermione entre sus brazos y abrazándola contra sí mismo, causando que la chica dejara de llorar sobre Harry, aunque todavía tenía un brazo extendido hacia él.
Todo el comedor los miraba. Tras unos segundos, en los que la gente valoró la situación, se empezaron a escuchar risitas y algún que otro aplauso.
Harry miró alrededor cuando escuchó las puertas del comedor cerrarse: el encapuchado se acababa de marchar, llevándose el pensadero.
— ¿Podemos seguir leyendo? — dijo Umbridge, molesta. — Creo que ya hemos pausado la lectura durante tiempo suficiente.
Pero nadie le hizo caso. Hermione siguió llorando, mientras Ron le daba palmaditas en la espalda. Harry le cogió la mano, porque la chica parecía reacia a soltarlo del todo. Fred y George sonreían y murmuraban cosas, haciendo pensar a Harry que usarían ese momento para burlarse de él y de Ron en el futuro. La señora Weasley tenía los ojos brillantes y una gran sonrisa.
Cuando Hermione finalmente se separó de ellos, cogiendo el pañuelo que le tendía la señora Weasley, Dumbledore se puso en pie.
— Ahora que todo está aclarado — dijo felizmente, — es hora de reanudar la lectura. Señorita Weasley, por favor…
Ginny, que había estado sentada con su familia mientras ellos veían los recuerdos, volvió a subir a la tarima. Harry, Ron y Hermione se levantaron y regresaron a sus asientos originales, rojos como tomates.
— Que sepas que había muchos recuerdos donde elegir — le susurró Ron a Hermione, aunque Harry también lo escuchó.
Hermione asintió, tan emocionada que ni siquiera podía hablar. Se inclinó y le dio un beso a Ron en la mejilla, provocando que el chico se pusiera tan rojo que Harry temió que iba a desmayarse.
Mientras tanto, Ginny siguió leyendo.
La profesora McGonagall seguía mirándolo, y por un momento, Harry pensó que iba a estallar de furia, pero cuando habló lo hizo con una voz ronca, poco habitual en ella.
—Naturalmente —dijo, y Harry vio, sorprendido, que brillaba una lágrima en uno de sus ojos, redondos y vivos—. Naturalmente, comprendo que todo esto ha sido más duro para los amigos de los que están… Lo comprendo perfectamente. Sí, Potter, claro que podéis ver a la señorita Granger. Informaré al profesor Binns de dónde habéis ido. Decidle a la señora Pomfrey que os he dado permiso.
— No me puedo creer que se lo tragara — dijo Fred, claramente admirado.
McGonagall parecía de muy mal humor.
Harry y Ron se alejaron, sin atreverse a creer que se hubieran librado del castigo. Al doblar la esquina, oyeron claramente a la profesora McGonagall sonarse la nariz.
— Pobrecita — dijo Parvati.
—Ésa —dijo Ron emocionado— ha sido la mejor historia que has inventado nunca.
Algunos asintieron, sorprendidos de que algo tan simple hubiera funcionado.
No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la señora Pomfrey que la profesora McGonagall les había dado permiso para visitar a Hermione.
Esta vez, Hermione no se sintió mal al escuchar que "no tenían otra opción". Ahora sabía que de verdad la habían echado de menos, aunque en los libros no se notara.
La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.
—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y ellos, al sentarse al lado de Hermione, tuvieron que admitir que tenía razón. Era evidente que Hermione no tenía la más remota idea de que tenía visitas, y que lo mismo daría que lo de que no se preocupara se lo dijeran a la mesilla de noche.
Algunos miraron a los petrificados, pidiendo confirmación. Colin asintió.
— No recuerdo absolutamente nada desde que fui petrificado hasta que me desperté.
—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el rostro rígido de Hermione—. Porque si se apareció sigilosamente, quizá no viera a nadie…
Hermione, que aún estaba sensible, gimió al escuchar que la miraba "con tristeza". Ron seguía rojo como un tomate y no parecía que su color fuera a cambiar pronto.
Pero Harry no miraba el rostro de Hermione, porque se había fijado en que su mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el puño un trozo de papel estrujado.
Se oyeron murmullos.
Asegurándose de que la señora Pomfrey no estaba cerca, se lo señaló a Ron.
—Intenta sacárselo —susurró Ron, corriendo su silla para ocultar a Harry de la vista de la señora Pomfrey.
— No podíais tocar a los petrificados — resopló la señora Pomfrey.
— Fue una buena idea hacerlo — respondió Harry. Ante las miradas curiosas de sus compañeros, Harry señaló al libro.
No fue una tarea fácil. La mano de Hermione apretaba con tal fuerza el papel que Harry creía que al tirar se rompería. Mientras Ron lo cubría, él tiraba y forcejeaba, y, al fin, después de varios minutos de tensión, el papel salió.
— Tienes mucha fuerza — le susurró Harry a Hermione, quien soltó una risita. Todavía tenía los ojos llorosos.
Era una página arrancada de un libro muy viejo. Harry la alisó con emoción y Ron se inclinó para leerla también.
Muchos se inclinaron en sus asientos, intrigados. Ginny cogió aire antes de leer:
De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido como el rey de las serpientes. Esta serpiente, que puede alcanzar un tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinario, pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir instantánea muerte. Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.
— No lo entiendo — dijo Susan Bones. — ¿Por qué tenías una página sobre basiliscos?
— ¿El monstruo de Slytherin era un basilisco? — preguntó Terry Boot, escéptico. — Porque dudo que pueda moverse por el castillo sin que lo vean.
Y debajo de esto, había escrita una sola palabra, con una letra que Harry reconoció como la de Hermione: «Cañerías.»
Eso calló de un golpe a Boot y a todos los que, como Harry aquel día, comprendieron de golpe lo que quería decir Hermione. Ginny continuó leyendo antes de que nadie pudiera decir nada.
Fue como si alguien hubiera encendido la luz de repente en su cerebro.
—Ron —musitó—. ¡Esto es! Aquí está la respuesta. El monstruo de la cámara es un basilisco, ¡una serpiente gigante! Por eso he oído a veces esa voz por todo el colegio, y nadie más la ha oído: porque yo comprendo la lengua pársel…
— Vale… — dijo Sirius lentamente. — Eso tiene sentido. ¿Pero por qué no ha muerto nadie, si los basiliscos matan con la mirada?
Se escucharon murmullos. Algunos alumnos parecían totalmente aterrorizados.
— Es imposible que hubiera un basilisco en el colegio — chilló una niña de primero. — ¡No cabe!
— Señor Dumbledore — dijo Umbridge lentamente. Se había puesto muy pálida. — Esto se trata de una conjetura y nada más, ¿verdad?
A Harry le agradó ver lo asustada que parecía.
Dumbledore no respondió, por lo que Ginny siguió leyendo.
Harry miró las camas que había a su alrededor.
—El basilisco mata a la gente con la mirada. Pero no ha muerto nadie. Porque ninguno de ellos lo miró directo a los ojos. Colin lo vio a través de su cámara de fotos. El basilisco quemó toda la película que había dentro, pero a Colin sólo lo petrificó.
— ¡Has mirado a un basilisco a los ojos! — exclamó uno de los amigos de Colin, mirándolo como si fuera su héroe.
Justin… ¡Justin debe de haber visto al basilisco a través de Nick Casi Decapitado! Nick lo vería perfectamente, pero no podía morir otra vez… Y a Hermione y la prefecta de Ravenclaw las hallaron con aquel espejo al lado. Hermione acababa de enterarse de que el monstruo era un basilisco. ¡Me apostaría algo a que ella le advirtió a la primera persona a la que encontró que mirara por un espejo antes de doblar las esquinas! Y entonces sacó el espejo y…
— Genial — dijo Tonks, admirada.
— No me puedo creer que resolvieras el misterio estando petrificada — dijo Angelina. Miraba a Hermione con renovado respeto, cosa que hizo que la chica se ruborizara.
— Técnicamente, lo resolví antes de…
— Da igual — dijo Ron. — La cosa es que sin ti no habríamos podido… ya sabes qué.
Hermione pareció muy contenta.
Ron se había quedado con la boca abierta.
—¿Y la Señora Norris? —susurró con interés.
Harry hizo un gran esfuerzo para concentrarse, recordando la imagen de la noche de Halloween.
— ¡Había agua! — saltó un chico de Ravenclaw. — En el suelo, aquella noche.
—El agua…, la inundación que venía de los aseos de Myrtle la Llorona. Seguro que la Señora Norris sólo vio el reflejo…
Con impaciencia, examinó la hoja que tenía en la mano. Cuanto más la miraba más sentido le hallaba.
—¡El canto del gallo para él es mortal! —leyó en voz alta—. ¡Mató a los gallos de Hagrid! El heredero de Slytherin no quería que hubiera ninguno cuando se abriera la Cámara de los Secretos. ¡Las arañas huyen de él! ¡Todo encaja!
Eso pareció confirmar para muchos la existencia del basilisco. Se armó un alboroto, entre los que felicitaban al trío por resolver el misterio y los que, aterrados, exigían saber si el basilisco seguía por ahí y cómo era posible que hubiera entrado en el castillo.
— ¿Cómo puede un bicho tan grande moverse por Hogwarts sin que nadie lo vea? — gritaba alguien.
Ginny siguió leyendo de mala gana.
—Pero ¿cómo se mueve el basilisco por el castillo? —dijo Ron—. Una serpiente asquerosa… alguien tendría que verla…
Harry, sin embargo, le señaló la palabra que Hermione había garabateado al pie de la página.
—Cañerías —leyó—. Cañerías… Ha estado usando las cañerías, Ron. Y yo he oído esa voz dentro de las paredes…
— ¿Las cañerías son tan grandes? — preguntó Lavender. Por su cara, Harry estaba seguro de que la chica le iba a coger pánico a ir al baño en el futuro.
De pronto, Ron cogió a Harry del brazo.
—¡La entrada de la Cámara de los Secretos! —dijo con la voz quebrada—. ¿Y si es uno de los aseos? ¿Y si estuviera en…?
—… los aseos de Myrtle la Llorona —terminó Harry.
Se hizo el silencio total. La emoción se podía palpar en el ambiente, y muchos miraban al trío como si fueran los héroes de una película.
Durante un rato se quedaron inmóviles, embargados por la emoción, sin poder creérselo apenas.
—Esto quiere decir —añadió Harry— que no debo de ser el único que habla pársel en el colegio. El heredero de Slytherin también lo hace. De esa forma domina al basilisco.
— Tiene que ser alguien de Slytherin — dijo un Gryffindor de segundo. — ¿Quién más va a saber hablar pársel?
— Te recuerdo que Potter es de tu casa — replicó un Slytherin de mal humor.
—¿Qué hacemos? ¿Vamos directamente a hablar con McGonagall?
—Vamos a la sala de profesores —dijo Harry, levantándose de un salto—. Irá allí dentro de diez minutos, ya es casi el recreo.
— Increíble — dijo Sirius. — ¿Vais a hablar con un profesor?
— ¡Al fin! — exclamó Molly. Sin embargo, un segundo después recordó cómo había acabado la situación y frunció el ceño.
Bajaron las escaleras corriendo. Como no querían que los volvieran a encontrar merodeando por otro pasillo, fueron directamente a la sala de profesores, que estaba desierta. Era una sala amplia con una gran mesa y muchas sillas alrededor. Harry y Ron caminaron por ella, pero estaban demasiado nerviosos para sentarse.
— Normal — bufó Lee Jordan.
Pero la campana que señalaba el comienzo del recreo no sonó. En su lugar se oyó la voz de la profesora McGonagall, amplificada por medios mágicos.
—Todos los alumnos volverán inmediatamente a los dormitorios de sus respectivas casas. Los profesores deben dirigirse a la sala de profesores. Les ruego que se den prisa.
Se hizo el silencio. Los alumnos más jóvenes parecían totalmente horrorizados.
Harry se dio la vuelta hacia Ron.
—¿Habrá habido otro ataque? ¿Precisamente ahora?
— ¡El monstruo sabe que lo habéis descubierto y ha atacado a alguien! — chilló un chico de segundo de Hufflepuff.
—¿Qué hacemos? —dijo Ron, aterrorizado—. ¿Regresamos al dormitorio?
—No —dijo Harry, mirando alrededor. Había una especie de ropero a su izquierda, lleno de capas de profesores—. Si nos escondemos aquí, podremos enterarnos de qué ha pasado. Luego les diremos lo que hemos averiguado.
— Increíble — resopló la profesora Sprout, alterada.
¿Eso también lo defiendes?
¿Qué otra opción tenían, Severus?
Volver a los dormitorios como se les había ordenado.
O quedarse en la sala de profesores y comunicar lo que habían descubierto, para tratar de ayudar.
Harry vio que el profesor Snape fruncía el ceño, y supuso que saber que lo había escuchado a hurtadillas le molestaba.
Se ocultaron dentro del ropero. Oían el ruido de cientos de personas que pasaban por el corredor. La puerta de la sala de profesores se abrió de golpe. Por entre los pliegues de las capas, que olían a humedad, vieron a los profesores que iban entrando en la sala. Algunos parecían desconcertados, otros claramente preocupados. Al final llegó la profesora McGonagall.
—Ha sucedido —dijo a la sala, que la escuchaba en silencio—. Una alumna ha sido raptada por el monstruo. Se la ha llevado a la cámara.
Se escucharon jadeos. Aunque todos los mayores sabían quién había sido esa alumna, los más jóvenes parecían pensar que la chica había muerto.
— Pobrecita — dijo una niña de primero, asustada. — ¿Quién fue? ¿La salvaron?
Ginny siguió leyendo.
El profesor Flitwick dejó escapar un grito. La profesora Sprout se tapó la boca con las manos. Snape se cogió con fuerza al respaldo de una silla y preguntó:
—¿Está usted segura?
A Harry se le hizo raro recordar que Snape había parecido genuinamente preocupado en ese momento.
—El heredero de Slytherin —dijo la profesora McGonagall, que estaba pálida— ha dejado un nuevo mensaje, debajo del primero: «Sus huesos reposarán en la cámara por siempre.»
La señora Weasley gimió. Varios de los Weasley se habían puesto pálidos, o tenían el semblante tan serio que cualquiera que hubiera estado prestándoles atención habría sabido a quién se había llevado el heredero.
El profesor Flitwick derramó unas cuantas lágrimas.
Algunos lo miraron con pena. Otros, enternecidos, parecieron valorar mucho que su profesor se preocupase tanto por ellos.
—¿Quién ha sido? —preguntó la señora Hooch, que se había sentado en una silla porque las rodillas no la sostenían—. ¿Qué alumna?
Ginny cogió aire antes de leer:
—Ginny Weasley —dijo la profesora McGonagall.
Se escucharon jadeos y grititos ahogados. Ginny mantuvo la cabeza bien alta y la expresión neutral.
Sin embargo, cuando sus ojos escanearon la siguiente línea, gimió y se llevó la mano a la boca. Con tono suave, leyó:
Harry notó que Ron se dejaba caer en silencio y se quedaba agachado sobre el suelo del ropero.
Ginny levantó la mirada para dirigirla hacia su hermano, llena de ternura y culpabilidad a partes iguales. Ron le sonrió, dándole ánimos con la mirada a pesar de que su semblante pálido demostraba lo mal que lo estaba pasando al recordar aquel horrible día.
Por otro lado, todos los alumnos tenían ahora la vista fija en ella, no de la forma casual con la que la habían mirado durante todo el capítulo, sino analizando cada una de sus reacciones. Ginny pareció notar el aumento de la atención de todos, porque volvió a coger aire antes de leer:
—Tendremos que enviar a todos los estudiantes a casa mañana —dijo la profesora McGonagall—. Éste es el fin de Hogwarts. Dumbledore siempre dijo…
La puerta de la sala de profesores se abrió bruscamente. Por un momento, Harry estuvo convencido de que era Dumbledore. Pero era Lockhart, y llegaba sonriendo.
—Lo lamento…, me quedé dormido… ¿Me he perdido algo importante?
— Será cabrón — dijo Dean.
— Ese imbécil — gruñó Fred. Harry estaba seguro de que, de estar Lockhart allí, Fred y George le habrían partido la cara.
No parecía darse cuenta de que los demás profesores lo miraban con una expresión bastante cercana al odio. Snape dio un paso hacia delante.
—He aquí el hombre —dijo—. El hombre adecuado. El monstruo ha raptado a una chica, Lockhart. Se la ha llevado a la Cámara de los Secretos. Por fin ha llegado tu oportunidad.
Algunos miraron a Snape con incredulidad.
— ¿El profesor Snape es fan de Lockhart? — se escuchó decir a alguien.
— ¡Claro que no! — gruñó Snape. — Sigue leyendo, Weasley.
Lockhart palideció.
—Así es, Gilderoy —intervino la profesora Sprout—. ¿No decías anoche que sabías dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos?
—Yo…, bueno, yo… —resopló Lockhart.
Entendiendo lo que estaba pasando, algunos alumnos no pudieron evitar sonreír.
—Sí, ¿y no me dijiste que sabías con seguridad qué era lo que había dentro? — añadió el profesor Flitwick.
—¿Yo…? No recuerdo…
Las sonrisas aumentaron.
—Ciertamente, yo sí recuerdo que lamentabas no haber tenido una oportunidad de enfrentarte al monstruo antes de que arrestaran a Hagrid —dijo Snape—. ¿No decías que el asunto se había llevado mal, y que deberíamos haberlo dejado todo en tus manos desde el principio?
— Genial — dijo Malfoy, admirado.
Lockhart miró los rostros pétreos de sus colegas.
—Yo…, yo nunca realmente… Debéis de haberme interpretado mal…
— Cobarde — dijo Sirius entre dientes. A Harry le sorprendió ver que el profesor Lupin parecía más enfadado que Sirius. Tenía una expresión llena de rabia que no pegaba en absoluto con su personalidad.
—Lo dejaremos todo en tus manos, Gilderoy —dijo la profesora McGonagall—. Esta noche será una ocasión excelente para llevarlo a cabo. Nos aseguraremos de que nadie te moleste. Podrás enfrentarte al monstruo tú mismo. Por fin está en tus manos.
— Entonces, ¿Lockhart atrapó al heredero? — preguntó una voz desde una zona llena de Hufflepuffs.
— Pfff, no — dijo McGonagall.
Lockhart miró en torno, desesperado, pero nadie acudió en su auxilio. Ya no resultaba tan atractivo. Le temblaba el labio, y en ausencia de su sonrisa radiante, parecía flojo y debilucho.
Los pocos fans que le quedaban entre el público parecieron sumamente decepcionados.
—Mu-muy bien —dijo—. Estaré en mi despacho, pre-preparándome.
Y salió de la sala.
—Bien —dijo la profesora McGonagall, resoplando—, eso nos lo quitará de delante.
Se oyeron algunas risas incrédulas.
Los Jefes de las Casas deberían ir ahora a informar a los alumnos de lo ocurrido. Decidles que el expreso de Hogwarts los conducirá a sus hogares mañana a primera hora de la mañana. A los demás os ruego que os encarguéis de aseguraros de que no haya ningún alumno fuera de los dormitorios.
— Difícil, cuando tienen capas de invisibilidad — dijo la profesora Sprout irónicamente.
— Por supuesto, a Potter se le pedirá que entregue la capa en cuanto terminemos de leer — añadió Umbridge.
— No he dicho eso — dijo Sprout rápidamente.
Ginny siguió leyendo, evitando así que Harry y Sirius le contestaran a Umbridge.
Los profesores se levantaron y fueron saliendo de uno en uno.
Ginny pareció sorprenderse antes de leer:
Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry.
Los que recordaban aquel día, podían entender por qué se había sentido así.
Él, Ron, Fred y George se sentaron juntos en un rincón de la sala común de Gryffindor, incapaces de pronunciar palabra. Percy no estaba con ellos. Había enviado una lechuza a sus padres y luego se había encerrado en su dormitorio.
— Percy… — Bill hizo amago de regañar a su hermano pequeño, pero éste parecía tan arrepentido que Bill cerró la boca.
Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la torre de Gryffindor había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez. Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Fred y George se fueron a la cama, incapaces de permanecer allí sentados más tiempo.
— Y vosotros os fuisteis a salvar a Ginny — dijo George en voz baja. — Nos tendríais que haber avisado.
—Ella sabía algo, Harry —dijo Ron, hablando por primera vez desde que entraran en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han raptado. No se trataba de ninguna estupidez sobre Percy; había averiguado algo sobre la Cámara de los Secretos. Debe de ser por eso, porque ella era… —Ron se frotó los ojos frenético—. Quiero decir, que es de sangre limpia. No puede haber otra razón.
Los que no habían caído en ese dato, se dieron cuenta en ese momento de que Ron tenía razón.
A Ginny parecía que le estaba costando mucho leer las reacciones de sus hermanos. Con voz suave, leyó:
Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el horizonte. Nunca se había sentido tan mal. Si pudiera hacer algo…, cualquier cosa…
Levantó la mirada y le sonrió débilmente a Harry, quien le devolvió la sonrisa. Nadie dijo nada, ni siquiera Corner.
—Harry —dijo Ron—, ¿crees que existe alguna posibilidad de que ella no esté…? Ya sabes a lo que me refiero.
Harry no supo qué contestar. No creía que pudiera seguir viva
Muchos jadearon. Harry nunca se había alegrado tanto de equivocarse en algo.
—. ¿Sabes qué? —añadió Ron—. Deberíamos ir a ver a Lockhart para decirle lo que sabemos. Va a intentar entrar en la cámara. Podemos decirle dónde sospechamos que está la entrada y explicarle que lo que hay dentro es un basilisco.
— Buena idea — dijo Tonks. Parecía preocupada.
Harry se mostró de acuerdo, porque no se le ocurría nada mejor y quería hacer algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y sentían tanta pena de los Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se levantaron, cruzaron la sala y salieron por el agujero del retrato.
McGonagall pareció algo frustrada con ese dato, pero, sabiendo que había tenido un final feliz, era difícil enfadarse.
Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les dio la impresión de que dentro había gran actividad: podían oír sonido de roces, golpes y pasos apresurados.
Ron bufó.
Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.
—¡Ah…! Señor Potter, señor Weasley… —dijo, abriendo la puerta un poco más —. En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa…
— Ocupado estaba — dijo Harry por lo bajo.
— Sí, siendo un cobarde — replicó Ron.
—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que le será útil.
—Ah…, bueno…, no es muy.. —Lockhart parecía encontrarse muy incómodo, a juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.
Abrió la puerta y entraron.
Enfadada, Ginny leyó:
El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados desordenadamente.
Se escucharon jadeos, exclamaciones y más de un insulto.
— ¿Estaba huyendo? — preguntó Tonks, como si no se lo creyera.
Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas en cajas encima de la mesa.
—¿Se va a algún lado? —preguntó Harry.
—Esto…, bueno, sí… —admitió Lockhart, arrancando un póster de sí mismo de tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente…, insoslayable…, tengo que marchar…
— ¿Cómo se puede ser tan cobarde? — exclamó Susan Bones. Parecía que se le había caído un mito.
—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.
—Bueno, en cuanto a eso… es ciertamente lamentable —dijo Lockhart, evitando mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el contenido en una bolsa—.
Con tono irónico, Ginny leyó:
Nadie lo lamenta más que yo…
Se escucharon más bufidos y quejas.
— No me puedo creer que admirara a ese imbécil — dijo Colin, asqueado.
—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! —dijo Harry—. ¡No puede irse ahora! ¡Con todas las cosas oscuras que están pasando!
—Bueno, he de decir que… cuando acepté el empleo… —murmuró Lockhart, amontonando calcetines sobre las túnicas— no constaba nada en el contrato… Yo no esperaba…
— Cobarde — gruñó Hagrid. — Idiota, inútil…
Era muestra de lo indignada que estaba la profesora McGonagall que ni siquiera le pidió a Hagrid que guardara la compostura.
—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Harry sin poder creérselo—. ¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?
—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart con sutileza.
—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.
— ¿Sus libros mienten? — preguntó alguien. Una decena de personas exclamaron al mismo tiempo que sí, seguro que era todo mentira.
—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con el entrecejo fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni la mitad de bien si la gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas. A nadie le interesa la historia de un mago armenio feo y viejo, aunque librara de los hombres lobo a un pueblo. Habría quedado horrible en la portada. No tenía ningún gusto vistiendo. Y la bruja que echó a la banshee que presagiaba la muerte tenía un labio leporino. Quiero decir…, vamos, que…
Conforme Ginny iba leyendo, el volumen de los murmullos iba aumentando, hasta que al final varias personas estallaron en gritos.
— ¡Voy a quemar todos sus libros en cuanto llegue a casa!
— Yo los voy a tirar al lago.
— ¡Hay que contárselo a El Profeta!
—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha hecho otra gente? — dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.
—Harry, Harry —dijo Lockhart, negando con la cabeza—, no es tan simple. Tuve que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esas personas, preguntarles cómo lo habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo desmemorizante para que no pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de orgullo son mis embrujos desmemorizantes. Ah…, me ha llevado mucho esfuerzo, Harry. No todo consiste en firmar libros y fotos publicitarias. Si quieres ser famoso, tienes que estar dispuesto a trabajar duro.
— HIPÓCRITA — gritó Lupin, para sorpresa de Harry.
— ¡Debería estar en Azkaban! — exclamó Charlie Weasley.
Muchos miraron al ministro, que levantó la mano para pedirle a la gente que guardara silencio.
— El señor Lockhart no puede ser enviado a Azkaban porque… bueno, lo vais a ver — dijo. Cuando muchos volvieron a protestar, añadió: — Está pagando por lo que hizo. Eso os lo puedo asegurar.
Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.
—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un detalle. Sacó su varita mágica y se volvió hacia ellos.
—Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora os tengo que echar uno de mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a todo el mundo mis secretos. No volvería a vender ni un solo libro…
Volvieron a escucharse jadeos. Los estudiantes estaban indignados.
Ya no quedaba ni un solo fan de Lockhart en todo el comedor.
Harry sacó su varita justo a tiempo. Lockhart apenas había alzado la suya cuando Harry gritó:
—¡Expelliarmus!
Lockhart salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los baúles. La varita voló por el aire. Ron la cogió y la tiró por la ventana.
Se oyeron aplausos.
— Trabajo en equipo — sonrió Harry, a la vez que Ron le chocaba los cinco.
El hechizo que le enseñaste le ha sido de mucha utilidad.
Snape no respondió. En cierta forma, su orgullo como profesor le hacía alegrarse de que Potter hubiera aprendido algo tan útil de él, pero jamás lo admitiría.
—No debería haber permitido que el profesor Snape nos enseñara esto —dijo Harry furioso, apartando el baúl a un lado de una patada. Lockhart lo miraba, otra vez con aspecto desvalido. Harry lo apuntaba con la varita.
Aunque un alumno estaba apuntando con la varita a un profesor, nadie era capaz de protestar. A Harry le hizo gracia notar que, irónicamente, la profesora Trelawney era la profesora que más sorprendida parecía.
—¿Qué queréis que haga yo? —dijo Lockhart con voz débil—. No sé dónde está la Cámara de los Secretos. No puedo hacer nada.
—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta de varita—. Creo que nosotros sí sabemos dónde está. Y qué es lo que hay dentro. Vamos.
— Sois geniales — dijo Colin. Algunos rieron, y un par de amigos suyos se burlaron de él.
Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieron por las escaleras más cercanas y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona.
— Podríais haber avisado a algún profesor de camino — los regañó McGonagall.
— Íbamos con un profesor — se defendió Ron.
— Un profesor competente.
Algunos rieron.
Hicieron pasar a Lockhart delante. A Harry le hizo gracia que temblara. Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.
—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres esta vez?
—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.
— Qué tacto — dijo Angelina irónicamente.
— A Myrtle le gustó — dijo Harry.
El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.
—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—.
— Qué chica tan rara — dijo Lavender, confusa.
Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces… —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.
— ¿Así, sin más? — preguntó Ernie.
— Se encontraría al basilisco de frente — respondió Justin.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando… —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.
— Demasiado tarde para arrepentirse — dijo Parvati tristemente.
—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry.
—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete.
Harry y Ron se acercaron a toda prisa. Lockhart se quedó atrás, con una mirada de profundo terror en el rostro.
Muchos bufaron.
— No me puedo creer que tuviéramos a ese cobarde de profesor — dijo George en tono amargo. Su padre asentía, con el semblante serio.
Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces Harry lo vio: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.
—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentaron accionarlo.
— ¿Me estás diciendo que la entrada estaba marcada con una serpiente? — dijo Sirius, incrédulo. — ¿Y que nadie nunca se dio cuenta?
— Es surrealista — dijo Lupin.
Harry supuso que estaban pensando en lo genial que habría sido incluir la cámara en el mapa del merodeador.
—Harry —dijo Ron—, di algo. Algo en lengua pársel.
— Buena idea, Ron — le felicitó Percy en voz baja. No quería llamar la atención de sus hermanos.
—Pero… —Harry hizo un esfuerzo. Las únicas ocasiones en que había logrado hablar en lengua pársel estaba delante de una verdadera serpiente. Se concentró en la diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad.
—Ábrete —dijo.
Miró a Ron, que negaba con la cabeza.
—Lo has dicho en nuestra lengua —explicó.
— No lo entiendo — dijo Lavender. — ¿No puedes controlarlo? ¿Ni aunque lo intentes?
— Solo funciona si estoy delante de una serpiente — explicó Harry. — O si me imagino que hay una serpiente real.
Harry volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse que estaba viva. Al mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de que la serpiente se movía.
—Ábrete —repitió.
Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido de él un extraño silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar. Al cabo de un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro.
La voz de Ginny había vuelto a bajar de intensidad, pero esta vez todos lo notaron. Nadie dijo nada, porque suponían que recordar el sitio donde casi habías muerto no era precisamente agradable.
Harry oyó que Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la vista. Estaba planeando qué era lo que había que hacer.
—Bajaré por él —dijo.
— Estás loco — bufó Seamus. Sin embargo, no había en su tono nada de la rabia y la falta de confianza que había sentido por Harry unos días atrás. Solo había admiración, y cierto sentimiento de culpa que no pasó desapercibido para Harry.
No podía echarse atrás, ahora que habían encontrado la entrada de la cámara. No podía desistir si existía la más ligera, la más remota posibilidad de que Ginny estuviera viva.
Ginny leyó esa parte con voz suave. Todos la escucharon en silencio, preguntándose qué habría pasado en la cámara, pero sin atreverse a hacer conjeturas.
—Yo también —dijo Ron. Hubo una pausa.
Percy se inclinó hacia Ron y le susurró:
— ¿Ves? Tomaste la decisión de bajar con él…
Ron hizo una mueca.
— Para lo que sirvió…
—Bien, creo que no os hago falta —dijo Lockhart, con una reminiscencia de su antigua sonrisa—. Así que me…
Puso la mano en el pomo de la puerta, pero tanto Ron como Harry lo apuntaron con sus varitas.
—Usted bajará delante —gruñó Ron.
— Así se habla, Ron — dijo Bill. Ron pareció muy orgulloso de sí mismo.
Con la cara completamente blanca y desprovisto de varita, Lockhart se acercó a la abertura.
—Muchachos —dijo con voz débil—, muchachos, ¿de qué va a servir?
— Menudo inútil — gruñó, para sorpresa de Harry, el inocente Neville.
Harry le pegó en la espalda con su varita. Lockhart metió las piernas en la tubería.
—No creo realmente… —empezó a decir, pero Ron le dio un empujón, y se hundió tubería abajo. Harry se apresuró a seguirlo. Se metió en la tubería y se dejó caer.
— Estáis como cabras — dijo Angelina. — No, peor. Estáis totalmente majaretas.
A juzgar por las miradas que les echaban, mucha gente opinaba lo mismo.
Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podía ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que iban, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente. Calculaba que ya estaban por debajo incluso de las mazmorras del castillo. Detrás de él podía oír a Ron, que hacía un ruido sordo al doblar las curvas.
— Eso debió doler — dijo Hermione con una mueca. Ron se encogió de hombros.
— Menos de lo que parece.
Y entonces, cuando se empezaba a preguntar qué sucedería cuando llegara al final, la tubería tomó una dirección horizontal, y él cayó del extremo del tubo al húmedo suelo de un oscuro túnel de piedra, lo bastante alto para poder estar de pie. Lockhart se estaba incorporando un poco más allá, cubierto de barro y blanco como un fantasma. Harry se hizo a un lado y Ron salió también del tubo como una bala.
—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Harry, y su voz resonaba en el negro túnel.
Se escucharon murmullos de intriga y emoción. A pesar de la situación tan dramática que estaban leyendo, el hecho de encontrar una cámara secreta a kilómetros del castillo resultaba emocionante para todos.
—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para vislumbrar los muros negruzcos y llenos de barro.
Los tres intentaron ver en la oscuridad lo que había delante.
—¡Lumos! —ordenó Harry a su varita, y la lucecita se encendió de nuevo—. Vamos —dijo a Ron y a Lockhart, y comenzaron a andar. Sus pasos retumbaban en el húmedo suelo.
El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta distancia. Sus sombras, proyectadas en las húmedas paredes por la luz de la varita, parecían figuras monstruosas.
— Yo habría sido incapaz — dijo Neville. — No sé cómo pudisteis entrar ahí…
— No nos quedaba otra opción — replicó Ron.
—Recordad —dijo Harry en voz baja, mientras caminaban con cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.
— Eres un líder nato, Potter — dijo Moody, haciendo que Harry se ruborizara.
Pero el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que oyeron fue cuando Ron pisó el cráneo de una rata. Harry bajó la varita para alumbrar el suelo y vio que estaba repleto de huesos de pequeños animales.
A Parvati le dio tal escalofrío que Harry la vio moverse desde donde estaba.
Haciendo un esfuerzo para no imaginarse el aspecto que podría presentar Ginny si la encontraban, Harry fue marcándoles el camino.
Algunos gimieron.
— ¿Tenías que pensar eso? — dijo Hermione con una mueca de disgusto. Molly parecía consternada.
— Perdón — dijo Harry, aunque se le hacía muy raro tener que pedir disculpas por sus pensamientos.
Por su parte, Ginny no parecía nada afectada por el comentario.
Doblaron una oscura curva.
—Harry, ahí hay algo… —dijo Ron con la voz ronca, cogiendo a Harry por el hombro.
Se quedaron quietos, mirando. Harry podía ver tan sólo la silueta de una cosa grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel. No se movía.
— ¿Los basiliscos duermen? — preguntó Dennis Creevey. Nadie supo responderle.
—Quizás esté dormido —musitó, volviéndose a mirar a los otros dos. Lockhart se tapaba los ojos con las manos. Harry volvió a mirar aquello; el corazón le palpitaba con tanta rapidez que le dolía.
— Eso es taquicardia — susurró Hermione. Harry rodó los ojos.
Muy despacio, abriendo los ojos sólo lo justo para ver, Harry avanzó con la varita en alto.
La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al menos siete metros.
—¡Caray! —exclamó Ron con voz débil.
Se escucharon exclamaciones similares. Muchos parecían aterrorizados.
Algo se movió de pronto detrás de ellos. Gilderoy Lockhart se había caído de rodillas.
—Levántese —le dijo Ron con brusquedad, apuntando a Lockhart con su varita.
— Bien, Ron — lo felicitó Dean.
Lockhart se puso de pie, pero se abalanzó sobre Ron y lo derribó al suelo de un golpe.
— ¡Maldito…! — exclamó Charlie. La señora Weasley estaba tan enfadada con Lockhart que ni siquiera le pidió a Charlie que se controlara.
Harry saltó hacia delante, pero ya era demasiado tarde. Lockhart se incorporaba, jadeando, con la varita de Ron en la mano y su sonrisa esplendorosa de nuevo en la cara.
— Pero la varita está rota —murmuró Neville, con los ojos muy abiertos. Harry y Ron le sonrieron, a la par que Harry le guiñaba un ojo.
—¡Aquí termina la aventura, muchachos! —dijo—. Cogeré un trozo de esta piel y volveré al colegio, diré que era demasiado tarde para salvar a la niña y que vosotros dos perdisteis el conocimiento al ver su cuerpo destrozado. ¡Despedíos de vuestras memorias!
— ¿Cómo puede ser tan retorcido? — dijo Colin. A Harry hasta le daba pena lo decepcionado que parecía.
Levantó en el aire la varita mágica de Ron, recompuesta con celo, y gritó:
—¡Obliviate!
La varita estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Harry se cubrió la cabeza con las manos y echó a correr hacia la piel de serpiente, escapando de los grandes trozos de techo que se desplomaban contra el suelo. Enseguida vio que se había quedado aislado y tenía ante si una sólida pared formada por las piedras desprendidas.
— ¿Se ha derrumbado la cámara? — chilló alguien de tercero.
— Solo la entrada — dijo Ginny, antes de seguir leyendo:
—¡Ron! —grito—, ¿estás bien? ¡Ron!
—¡Estoy aquí! —La voz de Ron llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras caídas—. Estoy bien. Pero este idiota no. La varita se volvió contra él.
— ¡La varita rota! — exclamó Ernie. — ¡Por eso te daba igual que lo estuviera!
— Exacto — confirmó Ron.
— Entre el coche y la varita, creo que venir a Hogwarts volando fue la mejor decisión de vuestras vidas — dijo Katie Bell. Muchos le dieron la razón, asombrados.
Escuchó un ruido sordo y un fuerte «¡ay!», como si Ron le acabara de dar una patada en la espinilla a Lockhart.
— Eso hice.
Nadie se lo reprochó.
—¿Y ahora qué? —dijo la voz de Ron, con desespero—. No podemos pasar. Nos llevaría una eternidad…
Harry miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas grietas considerables. Nunca había intentado mover por medio de la magia algo tan pesado como todo aquel montón de piedras, y no parecía aquél un buen momento para intentarlo. ¿Y si se derrumbaba todo el túnel?
— Estoy seguro de que se habría derrumbado si lo hubiéramos intentado —dijo Ron. — Las grietas que se veían desde mi lado eran inmensas.
Hubo otro ruido sordo y otro ¡ay! provenientes del otro lado de la pared. Estaban malgastando el tiempo. Ginny ya llevaba horas en la Cámara de los Secretos. Harry sabía que sólo se podía hacer una cosa.
Ginny levantó la vista para mirar a Harry antes de leer:
—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo. Si dentro de una hora no he vuelto…
El comedor volvió a quedarse en completo silencio. La admiración que sentían por Harry y Ron no hacía más que aumentar.
— Teníais doce años — dijo Lupin con voz queda. — No era vuestra responsabilidad, y aun así… Sois increíbles.
Para Harry, escuchar eso de parte de Lupin significaba mucho más de lo que podría expresar con palabras.
Hubo una pausa muy elocuente.
—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía hacer esfuerzos para que su voz sonara segura—. Para que puedas… para que puedas cruzar al volver. Y…
—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un tono de confianza.
Y partió él solo cruzando la piel de la serpiente gigante.
— Los tienes muy bien puestos, Potter — dijo Zacharias Smith, para sorpresa de Harry. — Pero sigo pensando que estás loco.
Harry podía vivir con eso.
Enseguida dejó de oír el distante jadeo de Ron al esforzarse para quitar las piedras. El túnel serpenteaba continuamente. Harry sentía la incomodidad de cada uno de sus músculos en tensión. Quería llegar al final del túnel y al mismo tiempo le aterrorizaba lo que pudiera encontrar en él. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vio delante de él una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes esmeraldas en los ojos.
A Ginny le dio un escalofrío que no pasó desapercibido para nadie en el comedor.
Harry se acercó a la pared. Tenía la garganta muy seca. No tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de verdad, porque sus ojos parecían extrañamente vivos.
Su voz había bajado de tono aún más, aunque se la escuchaba perfectamente porque el silencio era absoluto.
Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta, y le pareció que los ojos de las serpientes parpadeaban.
—¡Ábrete! —dijo Harry, con un silbido bajo, desmayado.
Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y Harry, temblando de la cabeza a los pies, entró.
— Aquí termina — dijo Ginny, aliviada.
Dumbledore volvió a ponerse en pie para tomar el libro. Mientras Ginny volvía a su asiento, con las miradas de todo el mundo siguiendo cada uno de sus pasos, Dumbledore anunció:
— El siguiente se titula: El heredero de Slytherin. Es el penúltimo capítulo.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
No hay comentarios:
Publicar un comentario