miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 15

 Aragog:


Umbridge cerró el libro de un golpe, soltando un suspiro de alivio.

Dumbledore se puso en pie de nuevo, pero, en vez de tomar el libro, dijo en voz alta:

— Creo que es hora de comer. Nos merecemos un descanso.

Para Harry, escuchar esas palabras fue como tomar un trago de agua fría en un caluroso día de verano. Se puso en pie junto a todos los demás alumnos para permitir que Dumbledore volviera a transformar los sofás y sillones en las habituales cuatro mesas de las casas.

Todavía no se habían sentado y la comida ya había aparecido sobre las mesas, haciendo que más de uno casi se lanzara a coger un muslo de pollo o un trozo de pan.

— ¿Cuántos capítulos hemos leído desde el desayuno? — preguntó Ron, que miraba toda la comida frente a él como si nunca hubiera visto algo tan bonito.

— ¿Diez? — sugirió Harry mientras se servía todo cuanto podía alcanzar.

— Creo que solo han sido cinco — dijo Hermione.

— Pues se me han hecho eternos — replicó Harry.

Con la boca llena, Ron asintió.

— Tendríamos que haber parado antes para comer — se quejó en cuanto consiguió tragar.

— Nosotros hemos tomado algo antes — dijo Ginny, quien estaba sentada justo al lado de Harry. Ron y Hermione se habían sentado frente a ellos. — Cuando os habéis ido a que os echaran la bronca del siglo.

Ron bufó.

— No te haces una idea de lo horrible que ha sido. Es un milagro que no nos hayan expulsado.

— Pero os van a castigar, ¿no? — se metió la señora Weasley, que estaba sentada a tan solo un par de asientos de ellos. — ¿Qué han decidido al final?

Así que, durante los siguientes diez minutos, Harry, Ron y Hermione relataron con pelos y señales toda la conversación que habían tenido en el despacho de Dumbledore con el director, McGonagall y Snape. Fred y George escuchaban con atención y Harry sospechaba que buscaban formas de poder librarse de castigos en caso de que fuera necesario.

— Bueno, cinco castigos no son nada — dijo Sirius, que escuchaba al trío con una sonrisa.

— Siete — le corrigió Harry.

A Sirius no pareció importarle el número.

— Lo que sea. Teniendo en cuenta que hicisteis una poción ilegal y os colasteis en la sala común de Slytherin…

— Después de dormir y meter a dos alumnos en un armario — añadió Lupin. Aunque tenía la mirada fija en su plato de carne y verduras, a Harry le pareció que no tenía pinta de estar decepcionado.

— ¡Es verdad! — exclamó Sirius. — Lo teníais todo controlado.

Estaba claro por su sonrisa que se sentía muy orgulloso de ellos, lo que le hizo a Harry notar una sensación cálida en el estómago que no tenía nada que ver con la comida caliente que estaba tomando.

Por otro lado, la señora Weasley no parecía muy contenta con ellos, pero tampoco les estaba regañando, algo que Harry agradecía internamente. En su lugar, simplemente se había conformado con lanzarles un par de miradas reprobatorias, pero parecía que pensaba que los castigos impuestos por los profesores serían suficiente para hacerles arrepentirse de sus actos.

Sin embargo, Harry estaba seguro de que jamás se arrepentiría de nada de lo que hizo en segundo curso. Estaba preparado para afrontar cualquier castigo que Snape decidiera imponerle, por duro que fuera.

Notó un cosquilleo en la nuca y supo que alguien lo miraba. Se había acostumbrado a que todos lo observaran desde que habían empezado a leer, pero, por algún motivo, sentir esa mirada en su nuca hizo que se le erizara la piel. Su primer impulso fue comprobar si era el profesor Snape, pero éste estaba ocupado moviendo sus verduras en el plato y frunciendo el ceño a cualquiera que intentara dirigirle la palabra.

Repasó con la mirada a toda la mesa de profesores. Umbridge y Fudge no estaban, pues habían salido del comedor en el momento en el que Dumbledore había anunciado que harían un descanso. A Umbridge no se la había visto muy contenta mientras caminaba apresuradamente hacia la puerta, seguida de un agotado ministro que parecía cargar con el peso de todo el mundo mágico sobre sus hombros. La presión provocada por todo lo leído y por la situación en la que se encontraban comenzaba a ser demasiada para Fudge, quien definitivamente estaba pasándolo mal.

Se lo merece, pensó Harry.

El resto de profesores comían y charlaban tranquilamente, o lo más tranquilamente que podían hacerlo sabiendo lo que se iba a leer tras el descanso. Las arrugas alrededor de los ojos de McGonagall mostraban lo preocupada que estaba, a pesar de que se la veía hablar con la profesora Sprout como si no pasara nada.

Harry volvió a notar esa sensación incómoda en la nuca. Inmediatamente, sus ojos buscaron entre las mesas de estudiantes que tenía a sus espaldas. Primero examinó a los Slytherin, fijándose especialmente en Malfoy, quien tenía la mirada fija en su plato a pesar de no estar comiendo casi nada. A su lado, Crabbe y Goyle comían como siempre. Harry no comprendía cómo podían parecer tan tranquilos después de todo lo que se había leído acerca de la poción multijugos. Si él descubriera que alguien lo había drogado, metido en un armario, robado sus zapatos y suplantado su identidad para entrar a la sala común de Gryffindor, se habría puesto furioso.

— ¿Todo bien? — preguntó Ginny en voz baja.

— Sí — respondió, dejando de buscar en la mesa de Slytherin. Sin embargo, dos segundos después volvió a sentir que alguien lo miraba. Frustrado, se giró de nuevo, buscando a alguien con la mirada, pero un bufido de Ginny hizo que la mirara a ella.

— Si buscas a quien te está intentando asesinar con la mirada, lo tienes ahí — dijo ella, señalando con un sutil gesto de la cabeza hacia la mesa de Ravenclaw.

Tenía razón. Allí, con el plato medio lleno y los ojos fijos en Harry, estaba Michael Corner.

Harry le mantuvo la mirada durante unos momentos, confuso, pero Corner rompió el contacto y volvió a centrarse en su comida.

— ¿Qué le pasa? — preguntó Harry. Ginny volvió a bufar.

— Que es idiota.

Pinchó con rabia sus patatas hasta casi convertirlas en puré.

— Eh…

Harry sentía que debía decir algo, pero no sabía qué. Aturdido, miró a Ron y Hermione, buscando ayuda desesperadamente, pero ellos se habían sumergido en una conversación sobre lo que acababan de leer y ya no le estaban prestando atención.

— Parece que las cosas no van muy bien con Corner — dijo finalmente. Al ver la expresión de Ginny, que lo miraba con una ceja alzada, quiso que la tierra lo tragase. ¿Por qué se le daba tan mal consolar a las chicas?

— ¿Tú crees? — ironizó ella. De pronto, dijo: — ¿Sabes por qué te mira así?

Confuso, Harry negó con la cabeza. Ginny le sonrió, aunque la sonrisa no le llegó a los ojos.

— Está celoso.

— ¿De mí? — preguntó Harry. — ¿Por qué iba a estar celoso de mí?

Ginny rodó los ojos.

— Ay, Harry. ¿Tú que crees? — pareció dudar unos segundos, pero entonces Harry vio en sus ojos el mismo brillo que solía ver en los ojos de los gemelos cada vez que iban a meterse en problemas. No le dio tiempo a prepararse mentalmente antes de que Ginny se inclinara hacia él, manteniendo el contacto visual, y le susurrara: — Tiene los ojos verdes…

Varias cosas pasaron al mismo tiempo.

Primero, Harry notó sus mejillas arder y supo que su cara estaba tan roja como un tomate. Segundo, se escuchó un ruido a sus espaldas, como si alguien hubiera tirado su copa al suelo. Lo siguiente que supo Harry fue que algo duro impactaba contra su espalda con tanta fuerza que le hizo chocar contra Ginny, cuya cabeza seguía demasiado cerca de la suya. Sus frentes impactaron y, a la vez que Ginny se apartaba, una mano cogía a Harry de la parte trasera de la túnica e intentaba hacer que se levantara.

Se giró y vio que la mano era de Michael Corner, quien, enfurecido, levantó el puño para darle un puñetazo en la cara, pero Neville se interpuso y trató de detener el ataque a base de agarrar el brazo de Corner y empujarlo hacia detrás.

Sin embargo, Corner fue más rápido, Le dio un manotazo a Neville y se lanzó contra Harry, quien apenas tuvo tiempo para prepararse para el ataque.

Sintió el puño de Corner impactar contra su barbilla y, decidiendo que no podía dejar que el Ravenclaw le diera una paliza, le devolvió el puñetazo con tantas ganas como pudo.

Al mismo tiempo, casi todos los Weasleys se pusieron en pie, así como Hermione, Lupin y Sirius, quien saltó por encima de la mesa para coger a Corner de la cintura y separarlo de Harry.

— ¡Te vas a enterar, Potter! — gritó Corner, luchando sin éxito contra el agarre de Sirius. — ¡Aléjate de mi novia!

— Cállate — gruñó Sirius.

Todo el comedor los miraba. La profesora McGonagall se acercó a toda prisa desde la mesa de profesores.

— ¿Qué significa todo esto? — exclamó, mirando directamente a Michael. — Cálmese, señor Corner.

Harry no podía estar más confundido. Le dolía mucho la barbilla, pero más aún le dolía la frente en el punto donde se había chocado contra Ginny.

— ¡Es su culpa! — dijo Corner, aún luchando contra el agarre de Sirius. Ginny parecía en shock.

— Suficiente — replicó McGonagall. — Corner, Potter, Weasley. Venid conmigo inmediatamente.

Ginny intercambió miradas con su madre, quien parecía consternada, antes de seguir a la profesora McGonagall hacia la puerta. Harry la siguió, no sin antes fijarse en los Weasleys, quienes estaban furiosos. Harry estaba seguro de que si Hermione no hubiera cogido el brazo de Ron, éste se había lanzado a pegarle a Corner.

Por su parte, Sirius dejó ir a Michael, quien lo fulminó con la mirada y siguió los pasos de Harry y Ginny. Bajo la atenta mirada del resto de estudiantes y profesores, rodeados de murmullos y alguna que otra risita, los cuatro salieron del comedor.

El camino hacia el despacho de la profesora McGonagall fue una de las experiencias más confusas e incómodas que Harry podía recordar. Ginny, quien había estado completamente aturdida en el comedor, parecía enfadarse más con cada paso que daba. Corner se mantenía alejado de ellos y Harry tenía un ojo fijo en él, por si acaso decidía volver a atacarle de la nada.

Nadie dijo una palabra hasta que entraron al despacho y McGonagall, tras cerrar la puerta con un movimiento de varita, les pidió que se sentaran.

— Ahora mismo me vais a decir qué es lo que ha pasado.

Ninguno de los tres habló.

— Estoy esperando — dijo McGonagall, visiblemente enfadada. Ginny fue la primera valiente en contestar.

— Michael ha atacado a Harry — dijo lentamente. Corner se giró para mirarla y Harry vio en su expresión que se sentía traicionado.

— ¿En defensa propia? — pregunto McGonagall, hablándole directamente a Michael, quien gruñó:

— No, profesora. Ha sido porque se estaba acercando demasiado a Ginny.

McGonagall alzó una ceja.

— Explícate.

— Yo no he hecho nada — se quejó Harry. Seguía sin entender nada de lo que acababa de pasar.

— He sido yo, profesora — dijo Ginny tranquilamente. A Harry le sorprendió cómo, a pesar de lo enfadada que estaba, podía aparentar tanta tranquilidad. — Después de lo que hemos leído, creo que Michael ha malinterpretado mi relación con Harry. No dejaba de mirarlo como si quisiera matarlo, pero Harry no entendía por qué. Y cuando me he acercado para explicárselo, Michael ha explotado.

— No hables cómo si solo te hubieras sentado a su lado — le espetó Michael. — Te has inclinado hacia él, como si…

— ¿Como si qué? — le retó Ginny.

— ¡Como si fueras a besarlo!

Ginny se puso en pie, tirando al suelo la silla.

— ¡Te recuerdo que soy tu novia! ¿En serio crees que te engañaría con otro? ¿Y delante de toda mi familia? ¿Qué clase de persona crees que soy?

Si Harry no hubiera estado sentado, habría retrocedido un par de pasos al ver su expresión de furia.

— He oído suficiente — declaró McGonagall. — Señor Corner, informaré al profesor Flitwick de que ha atacado sin motivo a otro alumno. Él se encargará de decidir el castigo correspondiente.

Michael, furioso y dolido, asintió sin mirar a la profesora.

— Potter — Harry tragó saliva. — Como en esta ocasión tus acciones han sido en defensa propia, no serás castigado. Aunque debo decir que, la próxima vez, espero que muestres un mejor talante y no te dejes llevar por la violencia física.

— Sí, profesora — respondió Harry entre aliviado y avergonzado.

McGonagall centró entonces su vista en Ginny.

— En cuanto a ti, Weasley… espero que ordenes tus ideas. Podéis marcharos. Id inmediatamente a la enfermería, Poppy os estará esperando allí.

Los tres salieron del despacho apresuradamente. Harry comenzó a andar muy deprisa hacia la enfermería, suponiendo que Ginny y Michael querrían hablar a solas.

Cuando, un minuto después, vio que no lo seguían, supo que no se equivocaba.

Llegó hasta la enfermería, donde, efectivamente, la señora Pomfrey ya estaba esperando. Con el ceño fruncido, lo hizo sentarse en una cama y soportar que le pasara la varita frente a las narices unas cinco veces. Después, cuando se dio por satisfecha con los resultados obtenidos, se metió en su despacho y salió cinco segundos después con un bote lleno de un ungüento espeso que colocó, sin mucho cuidado, sobre la frente y la barbilla de Harry.

— Esto bajará la hinchazón y quitará el dolor — le explicó. Harry asintió.

Entonces, notó cómo la mirada severa de la enfermera se suavizaba.

— Creo que te debo una gran disculpa, Potter — dijo.

— ¿Eh? ¿Por qué?

La señora Pomfrey le sonrió tristemente y, poniendo el bálsamo sobre la barbilla de Harry con más cuidado del que había tenido antes, respondió:

— Por no darme cuenta antes de la situación que vives con tu familia muggle.

Harry se tensó. Esta no era una conversación que quisiera tener.

— No pasa nada — dijo rápidamente. — Por cierto, ¿de qué está hecho este bálsamo? Funciona muy bien.

Aceptando el cambio de tema con elegancia, la señora Pomfrey respondió:

— Es una de las mejores recetas del profesor Snape. Si te dijera todo lo que lleva, probablemente no me dejarías ponértelo en la cara.

Harry bufó. Por suerte, antes de que a su mente le diera tiempo a pensar en la cantidad de bichos asquerosos triturados que seguramente tenía en la cara en ese momento, las puertas de la enfermería volvieron a abrirse y entraron Ginny y Corner.

La señora Pomfrey guió a Ginny para que se sentara en la cama que había junto a la de Harry, mientras que a Corner lo obligó a sentarse en la misma cama que ya ocupaba Harry.

— Estoy bien — se apresuró a decir el Ravenclaw, pero la enfermera ya estaba haciendo los mismos encantamientos diagnósticos que había realizado con Harry.

— Ponte esto sobre la zona adolorida — le indicó, pasándole el bote con el mismo ungüento que había usado Harry. Se giró entonces para realizar el mismo procedimiento con Ginny.

— ¿Puedo irme ya? — preguntó Harry. Se sentía extremadamente incómodo al estar sentado al lado de Michael.

— No — resopló la señora Pomfrey. — Espera a que la medicina se absorba.

Harry pensó que el bálsamo se absorbería igual de rápido si estaba en la enfermería que si estaba en el comedor, pero, viendo la expresión de la enfermera, no quiso discutírselo.

Cuando Corner acabó de ponerse la crema, le pasó el tarro a Ginny, quien lo cogió casi sin mirarlo.

— Podréis marcharos cuando se haya absorbido. Y espero no veros a ninguno aquí en una buena temporada.

Centró su mirada directamente en Harry, quien agachó la cabeza. Incluso sin clases, sin quidditch, sin torneos mágicos ni monstruos asesinos, había acabado en la enfermería. Solo por culpa de leer libros.

La señora Pomfrey salió de la enfermería y Harry supuso que iba a terminar de comer, cosa que a él le encantaría poder hacer… especialmente si eso hacía que pudiera evitar la situación tan incómoda en la que se encontraba.

Ginny y Corner no se miraban. Tras medio minuto de silencio, en el que Harry divisó tres excusas diferentes para irse antes de tiempo, Corner se levantó.

— Ya se ha secado, me voy — gruñó. Sin mirar a ninguno de los otros dos ocupantes de la sala, se marchó dando grandes zancadas.

En el momento en el que la puerta se cerró tras él, Ginny soltó un suspiro.

— Perdón por todo esto, Harry. No me esperaba que Michael reaccionara así. ¿Te ha hecho daño?

— Que va — se apresuró a decir Harry. — Tú… ¿estás bien?

Sabía que era una pregunta estúpida. Por las acciones de Corner y Ginny, estaba claro que la conversación privada no había ido muy bien.

— Sí — respondió ella. — Me duele la frente, pero al menos a mí no me han pegado un puñetazo.

— Me han dado golpes peores — dijo Harry, pensando en Dudley. Ginny asintió.

— Aun así, me sabe mal que haya pasado esto por mi culpa. Pensé que hacer eso podría molestar a Michael y no se me ocurrió pensar que lo pagaría contigo.

— ¿Qué mosca le ha picado? — dijo Harry. — Corner nunca me ha parecido de los que disfrutan pelearse.

— A mí tampoco — admitió Ginny. — Supongo que saber que a su novia le solía gustar otro chico ha sacado lo peor de él.

Harry hizo una mueca.

— De eso hace años — dijo, sintiendo cómo se ruborizaba. — Estáis juntos ahora. No debería desconfiar así de ti.

Ginny soltó una risa irónica.

— Ya no estamos juntos. Acabamos de cortar.

— Oh.

Harry no sabía qué decir. Se había esperado que Ginny cortara con Michael, ya que, en el fragmento de libro que pudo leer en el despacho de Dumbledore, ella estaba con Dean Thomas. Sin embargo, saber que la razón por la que habían cortado era él le hizo preguntarse por qué razón habrían cortado en el futuro.

— La verdad, creo que era cuestión de tiempo — dijo Ginny, interrumpiendo sus pensamientos. — Hacía tiempo que las cosas no iban muy bien.

— Sí, era cuestión de tiempo — asintió Harry. Se arrepintió al ver la ceja alzada de Ginny. — Eh… No puedo explicarte por qué, pero sé que en el futuro no estáis juntos.

Eso pareció avivar el interés de Ginny.

— ¿Sabes cosas del futuro?

— No sé mucho — admitió Harry. — Estando en el despacho de Dumbledore, Ron, Hermione y yo cogimos el sexto libro y leímos unas líneas.

— Vaya — dijo Ginny, sorprendida. — ¿Qué pasaba en esas líneas?

— Se supone que no puedo decírtelo — replicó Harry. Ginny bufó, pero no lo presionó.

— Vale, no preguntaré nada. Aunque me parece fatal que supieras que lo iba a dejar con Michael y no me lo hayas dicho.

Harry vio la boca para defenderse, pero entonces vio que Ginny intentaba disimular una sonrisa.

— La próxima vez que sepa que vas a decidir dejarlo con tu novio, te avisaré — dijo Harry solemnemente. Ginny soltó una risita.

Harry la contempló unos instantes, lleno de curiosidad. A pesar de que acababa de cortar con su pareja, no parecía muy afectada. No se dio cuenta de ella también lo miraba hasta que la escuchó volver a reírse.

— Estás muy ridículo ahora mismo.

Harry parpadeó un momento antes de darse cuenta de a lo que se refería. Tenía la cara llena de ese ungüento pegajoso que la señora Pomfrey le había puesto en cantidades industriales. Si Ginny estaba ridícula con esa cosa pegada en parte de la frente, él debía parecer un monstruo del circo.

— Tú también. Esa cosa en la frente no te favorece mucho — respondió, sonriendo. Ella trató de poner cara de ofendida, pero le dio la risa y no pudo hacerlo.

Viéndola allí, riendo con la frente llena de bichos aplastados, Harry no pudo evitar reír también.

— ¿Sabes? La señora Pomfrey me ha dicho que, si supiera qué lleva este bálsamo, jamás la dejaría ponérmelo en la cara — le informó Harry.

— Puaj. Bueno, al menos funciona. Ha dejado de doler.

En eso tenía razón. Harry nunca lo diría en voz alta, pero el talento que tenía Snape para las pociones y remedios era innegable.

— Espero que se seque pronto. Tiene que darnos tiempo a terminar de comer antes de seguir leyendo — dijo Harry.

Ginny frunció el ceño.

— ¿Qué toca leer ahora?

— Pues… no estoy seguro. Supongo que será cuando Ron y yo fuimos a hablar con Aragog.

— ¿La tarántula gigante? Ron estuvo mencionándola en pesadillas todo el verano.

— Sí, y después de eso… — se calló de golpe al darse cuenta de con quién estaba hablando.

Ginny asintió, solemne.

— La cámara. Lo sé.

— Eh…

Aunque su primer impulso fue volver a preguntarle si estaba bien, sabía por experiencia lo desagradable que era escuchar una y otra vez esa pregunta.

— Ya sabes. Si necesitas cualquier cosa, dímelo — dijo en su lugar. — Puedes salirte del comedor si ves que es demasiado. Yo lo hice cuando se leyó lo de Filch y embrujorrápid y no pasó nada.

— No saldré — dijo ella, decidida. — Ya tuve que vivir con él en mi cabeza. Leer sobre ello no es agradable, pero tampoco me va a hacer daño.

Harry asintió. Aunque no lo dijo en voz alta, en ese momento admiraba mucho a Ginny Weasley.

— El mío se ha secado — dijo Ginny, tocándose tentativamente la frente y comprobando que sus dedos seguían secos. — ¿El tuyo también?

Harry la imitó y vio que, efectivamente, su piel había absorbido la mayoría del bálsamo. Solo quedaba una capa brillante, casi como aceite, que cubría parte de su frente y barbilla.

— Sí, eso parece. ¿Volvemos?

Y, hablando durante todo el camino, ambos regresaron al comedor.

Cuando entraron, decenas de miradas curiosas se dirigieron hacia ellos, pero ellos caminaron directamente hacia la mesa de Gryffindor y ocuparon de nuevo sus asientos.

— ¿Estáis bien? ¿Qué os ha dicho McGonagall? — dijo Hermione rápidamente.

— Ese Corner — gruñó Ron. — Espero que le hayas puesto en su sitio, Ginny.

— ¿Estáis bien? — preguntó la señora Weasley. Miraba la frente ligeramente irritada de su hija con preocupación.

— Todo está bien — respondió Ginny. — A Michael lo han castigado por pelear, a Harry y a mí no.

— Genial — dijo Ron.

— Espero que lo hagan limpiar los baños sin magia — dijo Sirius. Harry bufó al imaginárselo.

— ¿Qué mosca le ha picado? — preguntó Neville. — ¿Por qué te ha atacado, Harry?

Harry, incómodo, se llenó la boca de patatas hervidas para evitar contestar. Sin embargo, Ginny no tuvo reparos en hacerlo.

— Porque se ha puesto celoso.

Fred y George intercambiaron miradas antes de decir:

— Si necesitas que le demos un escarmiento, lo haremos.

— No, no — dijo ella rápidamente. — Dejad las cosas como están.

Harry aprovechó que los Weasleys estaban centrados en Ginny para agradecerle a Neville por haberle defendido durante la pelea. Neville se atragantó con el zumo de calabaza y, rojo como un tomate, le dijo que no había de qué.

El resto de la comida, que no fue mucho tiempo, pasó sin que nadie atacara a nadie, aunque los gemelos estaban más que dispuestos a ir a la mesa de Ravenclaw y jugársela a Corner.

Cuando todos hubieron acabado de comer y todo el mundo hubo regresado al comedor, Dumbledore se puso en pie. No tuvo que decir nada, ya que todos se pusieron en pie para permitirle transformar de nuevo las mesas en sillones, sofás y almohadas.

— ¿Algún voluntario para leer el próximo capítulo? — dijo en voz alta. Había un ambiente de expectación que a Harry le sorprendió notar, especialmente sabiendo que los últimos capítulos que quedaban no eran exactamente agradables.

Ginny se había sentado a su lado en el sofá, con Hermione al otro lado, mientras que Ron estaba a la derecha de Harry. Delante de ellos, los gemelos ocupaban gran parte del suelo. Dean y Seamus se habían apretado para caber en un sillón individual, mientras que Neville estaba en el suelo, junto a Luna. El resto de los Weasley los rodeaban y Harry se alegró al ver que Sirius ahora estaba sentado más cerca que antes, en el suelo, al lado de los gemelos. El profesor Lupin estaba en un sillón justo detrás de él.

Muchas personas levantaron la mano. De entre todos, el director escogió a Roger Davies para leer. El chico de Ravenclaw subió a la tarima y cogió el libro:

— Aragog— leyó. Harry notó cómo a Ron le daba un escalofrío.

El verano estaba a punto de llegar a los campos que rodeaban el castillo. El cielo y el lago se volvieron del mismo azul claro y en los invernaderos brotaron flores como repollos.

— No serían muy bonitas — murmuró Seamus. Neville no parecía estar de acuerdo.

Pero sin poder ver a Hagrid desde las ventanas del castillo, cruzando el campo a grandes zancadas con Fang detrás, a Harry aquel paisaje no le gustaba;

Se escucharon varios "Ohhh". Hagrid, visiblemente emocionado, le sonrió a Harry.

y lo mismo podía decirse del interior del castillo, donde las cosas iban de mal en peor. Harry y Ron habían intentado visitar a Hermione, pero incluso las visitas a la enfermería estaban prohibidas.

— Oh — exclamó Hermione, algo sorprendida. Ron, incrédulo, se inclinó para mirarla sobre Harry y Ginny.

— ¿Qué pasa? ¿Te sorprende que fuéramos a visitarte?

— No lo sabía — admitió ella. Ron bufó.

No podemos correr más riesgos —les dijo severamente la señora Pomfrey a través de la puerta entreabierta—. No, lo siento, hay demasiado peligro de que pueda volver el agresor para acabar con esta gente.

Eso hizo que el ambiente de emoción se tensara inmediatamente. En ese momento, Harry se preparó para la recta final: quedaba por leer lo peor del libro.

Ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz. Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresara tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida.

— Qué deprimente — dijo un Gryffindor de segundo. Muchos de los alumnos mayores asintieron, recordando aquellos días como los peores de su época estudiantil.

Harry se repetía constantemente las últimas palabras de Dumbledore: «Sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.» Pero ¿con qué finalidad había dicho aquellas palabras? ¿A quién iban a pedir ayuda, cuando todo el mundo estaba tan confundido y asustado como ellos?

— A nosotros mismos — murmuró Ron por lo bajo. — Y a Fawkes.

La indicación de Hagrid sobre las arañas era bastante más fácil de comprender. El problema era que no parecía haber quedado en el castillo ni una sola araña a la que seguir.

— Espero que no le hicierais caso — se quejó Lavender. — ¿Vais a seguir a las arañas?

La respuesta era obvia con tan solo ver la expresión de Ron.

Harry las buscaba adondequiera que iba, y Ron lo ayudaba a regañadientes. Además se añadía la dificultad de que no les dejaban ir solos a ningún lado, sino que tenían que desplazarse siempre en grupo con los alumnos de Gryffindor. La mayoría de los estudiantes parecían agradecer que los profesores los acompañaran siempre de clase en clase, pero a Harry le resultaba muy fastidioso.

Aunque en ese momento Harry no lo supo, muchos de los adultos presentes en el comedor habían comprendido mejor que él lo que quería decir esa última frase. Molly y Arthur intercambiaron miradas, mientras que McGonagall bajó la mirada y apretó los labios inconscientemente. Para ellos, ahora era obvio que Harry consideraba un fastidio tener a los adultos "protegiéndole" porque nunca lo habían hecho de verdad.

Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente de aquella atmósfera de terror y recelo.

— ¿En serio? ¿Quién es el imbécil? — dijo Zacharias Smith con una mueca de desagrado.

Draco Malfoy se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual.

Muchos lo fulminaron con la mirada. Malfoy fingió no darse cuenta.

Harry no comprendió por qué Malfoy se sentía tan a gusto hasta que, unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentado detrás de él en clase de Pociones, le oyó regodearse de la situación ante Crabbe y Goyle:

— Idiota — gruñó Angelina.

Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja—. Ya os dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio.

Incluso ahora que no tenía a Dumbledore en alta estima, a Harry le molestaba escuchar eso.

Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos.

— Serás imbécil — dijo Ernie Macmillan poniéndose en pie. Al mismo tiempo, Dennis Creevey se levantó y, antes de que nadie pudiera detenerlo, le lanzó un hechizo a Malfoy que le impactó en plena frente.

— ¡Creevey! — exclamó la profesora McGonagall.

— Vas a pagar por eso — farfulló Malfoy, poniéndose en pie y sacando la varita. Sus labios se estaban hinchando y su frente se había llenado de granos.

Sin embargo, antes de que Malfoy pudiera vengarse, el profesor Flitwick hizo un movimiento de varita y eliminó la hinchazón y los granos en un segundo.

— Se acabaron las peleas — dijo con voz chillona.

Dándose cuenta de que pelear frente a los profesores sería muy estúpido, Malfoy y Dennis se sentaron, sin dejar de lanzarse puñales con la mirada.

McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional…

Snape pasó al lado de Harry sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Hermione.

Hermione no pareció sorprenderse en absoluto. Ron gruñó.

Señor —dijo Malfoy en voz alta—, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?

Se escucharon gemidos y más de una risita. Harry oyó varias voces llamar "pelota" a Malfoy, quien se había ruborizado.

Venga, venga, Malfoy —dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios—.

Imaginar a Snape sonriendo era difícil para muchos.

El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.

Ya —dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre le vote a usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.

Eso hizo que varias personas estallaran en risas. No ayudaba el hecho de que Roger Davies había utilizado un tono más agudo e infantil para leer esa frase.

Snape paseaba sonriente por la mazmorra, afortunadamente sin ver a Seamus Finnigan, que hacía como que vomitaba sobre el caldero.

Seamus, que era uno de los que reía, se aplaudió a sí mismo.

Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya todos el equipaje — prosiguió Malfoy—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger…

— ¿Otra vez? — dijo la profesora McGonagall. — Otro castigo, señor Malfoy.

Muchos miraban a Malfoy como si fuera la criatura más asquerosa de la tierra. Por su parte, Hermione hizo como que no le importaba, aunque Harry podía ver que estaba dolida.

La campana sonó en aquel momento, y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Ron había saltado del asiento para abalanzarse sobre Malfoy, aunque con el barullo de recoger libros y bolsas, su intento pasó inadvertido.

Eso hizo sonreír ligeramente a Hermione. Mientras tanto, Malfoy fulminaba a Ron con la mirada.

Dejadme —protestó Ron cuando lo sujetaron entre Harry y Dean—. No me preocupa, no necesito mi varita mágica, lo voy a matar con las manos…

— Así se habla — dijo Fred, aunque su madre lo regañó un segundo después.

Hermione parecía contenta.

— Le habría partido la cara si me hubierais dejado — dijo Ron. — Me tendríais que haber dejado.

— Creo que había merecido la pena — asintió Dean.

Daos prisa, he de llevaros a Herbología —les gritó Snape, y salieron en doble hilera, con Harry, Ron y Dean en la cola, el segundo intentando todavía liberarse. Sólo lo soltaron cuando Snape se quedó en la puerta del castillo y ellos continuaron por la huerta hacia los invernaderos.

— ¿Por qué no dejasteis que le pegara a Malfoy? — dijo un chico de segundo. — Se lo merecía.

— Podrían haberlo expulsado — respondió Harry.

La clase de Herbología resultó triste, porque había dos alumnos menos: Justin y Hermione.

Muchas miradas cayeron sobre ellos.

La profesora Sprout los puso a todos a podar las higueras de Abisinia, que daban higos secos. Harry fue a tirar un brazado de tallos secos al montón del abono y se encontró de frente con Ernie Macmillan.

Se escucharon varios jadeos.

— Espero que no lo vuelvas a acusar — dijo Angelina. — Porque creo que te lanzaría un maleficio.

Ernie tragó saliva.

Ernie respiró hondo y dijo, muy formalmente:

Sólo quiero que sepas, Harry, que lamento haber sospechado de ti. Sé que nunca atacarías a Hermione Granger y te quiero pedir disculpas por todo lo que dije. Ahora estamos en el mismo barco y…, bueno…

Avanzó una mano regordeta y Harry la estrechó.

Muchos silbaron y aplaudieron.

— ¡Al fin pasa algo bueno! — se oyó exclamar a alguien. Ernie se había puesto algo rojo, pero parecía orgulloso de sí mismo.

Ernie y su amiga Hannah se pusieron a trabajar en la misma higuera que Ron y Harry.

Ese tal Draco Malfoy —dijo Ernie, mientras cortaba las ramas secas— parece que se ha puesto muy contento con todo esto, ¿verdad? ¿Sabéis?, creo que él podría ser el heredero de Slytherin.

Y todo el orgullo se desvaneció inmediatamente al ver que Harry y Ron le llevaban meses de diferencia en cuanto a sus sospechas.

Esto demuestra que eres inteligente, Ernie —dijo Ron, que no parecía haber perdonado a Ernie tan fácilmente como Harry.

Muchos rieron.

¿Crees que es Malfoy, Harry? —preguntó Ernie.

No —respondió Harry con tal firmeza que Ernie y Hannah se lo quedaron mirando.

— Ahora entiendo eso — admitió Hannah.

Un instante después, Harry vio algo y lo señaló dándole a Ron en la mano con sus tijeras de podar.

¡Ah! ¿Qué estás…?

Harry señaló al suelo, a un metro de distancia. Varias arañas grandes correteaban por la tierra.

¡Anda! —dijo Ron, intentando, sin éxito, hacer como que se alegraba—. Pero no podemos seguirlas ahora…

— Muy sutil — dijo Hermione. Ron rodó los ojos.

Ernie y Hannah escuchaban llenos de curiosidad. Harry contempló a las arañas que se alejaban.

— Ahora todo tiene sentido — volvió a gemir Hannah. — A veces parece que estéis locos.

Eso le sacó una sonrisa a Harry.

Parece que se dirigen al bosque prohibido…

Y a Ron aquello aún le hizo menos gracia.

— Oh, no — dijo la señora Weasley, alerta. — Dime que no.

— Eh…

— ¡Ronald! ¡Harry! Decidme que no fuisteis allí.

Ambos chicos se miraron, intentando pensar algo que responder.

— Ahora se verá, mamá — dijo Ron rápidamente. La señora Weasley, alterada, le lanzó una mirada de advertencia antes de prestar atención a la lectura.

Al acabar la clase, el profesor Snape acompañó a los alumnos al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry y Ron se rezagaron un poco para hablar sin que los oyeran.

Tenemos que recurrir otra vez a la capa para hacernos invisibles —dijo Harry a Ron—. Podemos llevar con nosotros a Fang. Hagrid lo lleva con él al bosque, así que podría sernos de ayuda.

— Si alguna vez tenéis que ir al bosque, que sepáis que no, Fang no sirve de ayuda — dijo Ron en voz alta. Los alumnos de primero y segundo asintieron, como si estuvieran en clase tomando apuntes.

— Fang es un cobarde — rió Hagrid entre dientes.

De acuerdo —dijo Ron, que movía su varita mágica nerviosamente entre los dedos—. Pero… ¿no hay…, no hay hombres lobo en el bosque? —añadió, mientras ocupaban sus puestos habituales al final del aula de Lockhart.

— Normalmente no — fue Lupin quien respondió. Ron hizo una mueca, pero enseguida vio que el ex-profesor sonreía.

Prefiriendo no responder a aquella pregunta, Harry dijo:

También hay allí cosas buenas. Los centauros son buenos, y los unicornios también.

Ron no había estado nunca en el bosque prohibido. Harry había penetrado en él en una ocasión, y deseaba no tener que volver a hacerlo.

— Harry… ¿has entrado en el bosque todos los años? — le susurró Ron, pensativo.

Harry dudó. En primero, había ido con Hermione, Neville, Malfoy y Hagrid durante aquel castigo horrible en el que se había encontrado cara a cara con Quirrell. En segundo, habían visitado a Aragog. En tercero, habían recorrido el bosque huyendo del profesor Lupin. En cuarto, había ido a ver a los dragones. Y en quinto, Hagrid había impartido una de sus clases allí.

— Eso creo — le respondió a Ron. — Para ser un sitio prohibido, es demasiado fácil entrar, ¿no?

Ron bufó.

Lockhart entró en el aula dando un salto, y la clase se lo quedó mirando. Todos los demás profesores del colegio parecían más serios de lo habitual, pero Lockhart estaba tan alegre como siempre.

¡Venga ya! —exclamó, sonriéndoles a todos—, ¿por qué ponéis esas caras tan largas?

— Porque la gente está en peligro de muerte — replicó Lee Jordan de mala gana.

Los alumnos intercambiaron miradas de exasperación, pero no contestó nadie. —¿Es que no comprendéis —les decía Lockhart, hablándoles muy despacio, como si fueran tontos— que el peligro ya ha pasado? Se han llevado al culpable.

— ¿Cuándo ha pasado eso? — preguntó Neville, confuso.

¿A quién dice? —preguntó Dean Thomas en voz alta.

Mi querido muchacho, el ministro de Magia no se habría llevado a Hagrid si no hubiera estado completamente seguro de que era el culpable —dijo Lockhart, en el tono que emplearía cualquiera para explicar que uno y uno son dos.

Muchos bufaron. Dean parecía sentirse exasperado con tan solo recordar ese momento.

Ya lo creo que se lo llevaría —dijo Ron, alzando la voz más que Dean.

Me atrevería a suponer que sé más sobre el arresto de Hagrid que usted, señor Weasley —dijo Lockhart empleando un tono de satisfacción.

— Pues no — resopló Fred.

— Me fascina cómo conseguís estar en el sitio adecuado en el momento adecuado para enteraros de todo — dijo George.

— Es un don — dijo Ron.

— Es una maldición — dijo Harry a la vez.

Ron comenzó a decir que él no era de la misma opinión, pero se paró en mitad de la frase cuando Harry le arreó una patada por debajo del pupitre.

Nosotros no estábamos allí, ¿recuerdas? —le susurró Harry.

— Bien hecho — le felicitó Tonks.

Pero la desagradable alegría de Lockhart, las sospechas que siempre había tenido de que Hagrid no era bueno, su confianza en que todo el asunto ya había tocado a su fin, irritaron tanto a Harry, que sintió deseos de tirarle Una vuelta con los espíritus malignos a su cara de idiota. Pero en lugar de eso, se conformó con garabatearle a Ron una nota: «Lo haremos esta noche.»

De nuevo, fueron los adultos (y también muchos de los estudiantes) los que comprendieron mejor que Harry lo que significaban esas palabras. Los adultos que debían haber resuelto el problema eran tan ineptos que Harry, a pesar de tener doce años, sentía que no podía confiar en ellos y acababa enfrentándose a los problemas por su cuenta.

Espero que estés prestando atención, Severus.

Snape utilizó todo su autocontrol para no gruñirle al director, exigiéndole que saliera de su cabeza.

Ron leyó el mensaje, tragó saliva con esfuerzo y miró a su lado, al asiento habitualmente ocupado por Hermione. Entonces parecieron disiparse sus dudas, y asintió con la cabeza.

— Oh, Ron — gimió Hermione, emocionada. Ron se puso muy rojo.

— ¿Por qué sigues sorprendiéndote? Está claro que fui allí por ti.

Un segundo después, Hermione se lanzó a abrazar a Ron, casi aplastando a Harry y Ginny en el proceso. Él le dio unas palmaditas en la espalda, incómodo pero claramente complacido.

Aquellos días, la sala común de Gryffindor estaba siempre abarrotada, porque a partir de las seis, los de Gryffindor no tenían otro lugar adonde ir. También tenían mucho de que hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche.

— Mejor así — dijo un Gryffindor de sexto. — Daba más seguridad estar rodeado de gente hasta tarde.

Después de cenar, Harry sacó del baúl su capa para hacerse invisible y pasó la noche sentado encima de ella, esperando que la sala se despejara. Fred y George los retaron a jugar al snap explosivo y Ginny se sentó a contemplarlos, muy retraída y ocupando el asiento habitual de Hermione.

Ginny se tensó. Harry la miró de reojo, maldiciéndose mentalmente por haberse dado cuenta de esos detalles y no haber sido capaz de unir las pistas y comprender lo que sucedía frente a sus narices.

A su lado, estaba claro que Ron pensaba lo mismo que él.

Harry y Ron perdieron a propósito, intentando acabar pronto, pero incluso así, era bien pasada la medianoche cuando Fred, George y Ginny se marcharon por fin a la cama.

— No sé si ofenderme porque estuvieran deseando que nos fuéramos o si ofenderme porque no nos pidieron que fuéramos con ellos al bosque — dijo Fred.

— Las dos cosas — respondió George.

Harry y Ron esperaron a oír cerrarse las puertas de los dos dormitorios antes de coger la capa, echársela encima y salir por el agujero del retrato.

Este recorrido por el castillo también fue difícil, porque tenían que ir esquivando a los profesores. Al fin llegaron al vestíbulo, descorrieron el pasador de la puerta principal y se colaron por ella, intentando evitar que hiciera ruido, y salieron a los campos iluminados por la luz de la luna.

— No me puedo creer que lo vayáis a hacer de verdad — dijo Parvati.

— No sé si sois muy valientes o muy estúpidos — añadió uno de los amigos de Colin Creevey, cuyo nombre Harry no conocía.

Naturalmente —dijo Ron de pronto, mientras cruzaban a grandes zancadas el negro césped—, cuando lleguemos al bosque podría ser que no tuviéramos nada que seguir. A lo mejor las arañas no iban en aquella dirección. Parecía que sí, pero…

Su voz se fue apagando, pero conservaba un aire de esperanza.

Algunos soltaron risitas, pero no fueron muchos. La mayoría no podía evitar sentir cierta admiración hacia Harry y Ron: ellos ni de broma habrían salido de las salas comunes durante aquellos días oscuros, y mucho menos para seguir a las arañas hacia el bosque prohibido.

Llegaron a la cabaña de Hagrid, que parecía muy triste con sus ventanas tapadas. Cuando Harry abrió la puerta, Fang enloqueció de alegría al verlos. Temiendo que despertara a todo el castillo con sus potentes ladridos, se apresuraron a darle de comer caramelos de café con leche que había en una lata sobre la chimenea, de tal manera que consiguieron pegarle los dientes de arriba a los de abajo.

Eso sí que provocó risas. Incluso Hagrid reía, y Harry escuchó a Lupin comentar lo ingenioso que había sido ese plan.

Harry dejó la capa sobre la mesa de Hagrid. No la necesitarían en el bosque completamente oscuro.

— Me parece muy curioso que pudierais entrar en su cabaña así, como si nada — dijo Terry Boot. — ¿Es que nadie la cerró?

— No, se quedó abierta — dijo Harry. No le iba a decir que abrir esa puerta era extremadamente fácil cuando Hagrid no estaba allí.

Venga, Fang, vamos a dar una vuelta —le dijo Harry, dándole unas palmaditas en la pata, y Fang salió de la cabaña detrás de ellos, muy contento, fue corriendo hasta el bosque y levantó la pata al pie de un gran árbol. Harry sacó la varita, murmuró: «¡Lumos!», y en su extremo apareció una lucecita diminuta, suficiente para permitirles buscar indicios de las arañas por el camino.

Bien pensado —dijo Ron—. Yo haría lo mismo con la mía, pero ya sabes…, seguramente estallaría o algo parecido…

Se oyeron jadeos. Muchos habían olvidado que la varita de Ron seguía rota.

— ¿Fuiste al bosque prohibido de noche y sin varita? — gimió la señora Weasley. Fred y George lo miraban con renovado respeto.

— No tenía otra opción.

Harry le puso una mano en el hombro y le señaló la hierba. Dos arañas solitarias huían de la luz de la varita para protegerse en la sombra de los árboles.

Vale —suspiró Ron, como resignándose a lo peor—. Estoy dispuesto. Vamos.

— Debes querer mucho a Granger — dijo Romilda Vane con una sonrisita.

Hermione jadeó, a la par que Ron abría y cerraba la boca varias veces, como un pez fuera del agua.

— Claro que la quiere — respondió Luna como si fuera lo más obvio del mundo.

En ese momento, Harry habría jurado que podía sentir el calor que irradiaba la piel sonrojada de Ron. Muchos rieron por lo bajo, incluyendo a la mayoría de los Weasley. Hermione estaba roja como un tomate.

Por suerte para ellos, Roger Davies decidió seguir leyendo antes de que nadie dijera nada más.

De esta forma penetraron en el bosque, con Fang correteando a su lado, olfateando las hojas y las raíces de los árboles. A la luz de la varita mágica de Harry, siguieron la hilera ininterrumpida de arañas que circulaban por el camino. Caminaron unos veinte minutos, sin hablar, con el oído atento a otros ruidos que no fueran los de ramas al romperse o el susurro de las hojas. Más adelante, cuando el bosque se volvió tan espeso que ya no se veían las estrellas del cielo y la única luz provenía de la varita de Harry, vieron que las arañas se salían del camino.

— ¿Es que nadie va a decir nada al respecto? — interrumpió la profesora Umbridge. — Dos alumnos salieron del castillo ignorando el toque de queda y se adentraron en el bosque prohibido. ¿Acaso no merecen un castigo, señor director?

— Efectivamente — le respondió Dumbledore. — El señor Weasley y el señor Potter ya me han avisado, tanto a mí como a la jefa de su casa, de la existencia de esta pequeña excursión al bosque.

— Sus castigos ya han sido decididos, Dolores — dijo McGonagall. — A no ser que suceda algo durante el capítulo que ellos no nos hayan comunicado, no hay motivo para añadir más castigos a la lista.

Umbridge no pareció muy contenta, pero tuvo que resignarse.

Harry se detuvo y miró hacia donde se dirigían las arañas, pero, fuera del pequeño círculo de luz de la varita, todo era oscuridad impenetrable. Nunca se había internado tanto en el bosque. Podía recordar vívidamente que Hagrid, una vez que había entrado con él, le advirtió que no se saliera del camino. Pero ahora Hagrid se hallaba a kilómetros de distancia, probablemente en una celda en Azkaban, y les había indicado que siguieran a las arañas.

— ¿Y le vas a hacer caso? — dijo Cormac McLaggen. — Ese tipo de confianza ciega es muy peligrosa, Potter.

Harry no podía negar que tenía razón, pero aun así, no se veía capaz de desconfiar de Hagrid.

Harry notó en la mano el contacto de algo húmedo, dio un salto hacia atrás y pisó a Ron en el pie, pero sólo había sido el hocico de Fang.

Algunos rieron. Ron bufó.

— Eso dolió — le dijo a Harry, quien se disculpó con una sonrisa.

¿Qué te parece? —preguntó Harry a Ron, de quien sólo veía los ojos, que reflejaban la luz de la varita mágica.

Ya que hemos llegado hasta aquí… —dijo Ron.

— Eres más valiente de lo que pensaba — dijo Luna. Harry no sabía cómo lo hacía, pero cada vez que hablaba, dejaba a Ron sin palabras.

De forma que siguieron a las arañas que se internaban en la espesura. No podían avanzar muy rápido, porque había tocones y raíces de árboles en su ruta, apenas visibles en la oscuridad. Harry notaba en la mano el cálido aliento de Fang. Tuvieron que detenerse más de una vez para que, en cuclillas, a la luz de la varita, Harry pudiera volver a encontrar el rastro de las arañas.

— Los dos sois muy valientes — dijo Justin Finch-Fletchley solemnemente.

Muchos asintieron, especialmente aquellos que, como Ron, sufrían de aracnofobia.

Caminaron durante una media hora por lo menos. Las túnicas se les enganchaban en las ramas bajas y en las zarzas. Al cabo de un rato notaron que el terreno descendía, aunque el bosque seguía igual de espeso.

De repente, Fang dejó escapar un ladrido potente, resonante, dándoles un susto tremendo.

— Eso no es bueno — murmuró Neville, nervioso.

¿Qué pasa? —preguntó Ron en voz alta, mirando en la oscuridad y agarrándose con fuerza al hombro de Harry.

Más de uno soltó una risita al escuchar eso.

Algo se mueve por ahí —musitó Harry—. Escucha… Parece de gran tamaño.

Escucharon. A cierta distancia, a su derecha, aquella cosa de gran tamaño se abría camino entre los árboles quebrando las ramas a su paso.

¡Ah no! —exclamó Ron—, ¡ah no, no, no…!

Harry se habría esperado que más gente riera, pero parecía que saber que había "algo de gran tamaño" en el bosque les había quitado las ganas de reír.

Calla —dijo Harry, desesperado—. Te oirá.

¿Oírme? —dijo Ron en un tono elevado y poco natural—. Yo sí lo he oído. ¡Fang!

La oscuridad parecía presionarles los ojos mientras aguardaban aterrorizados. Oyeron un extraño ruido sordo, y luego, silencio.

— Me está dando muy mala espina — dijo Katie Bell. Por la forma en la que se pasaba las manos por los brazos, Harry supuso que se le había puesto la piel de gallina.

¿Qué crees que está haciendo? —preguntó Harry.

Seguramente, se está preparando para saltar —contestó Ron. Aguardaron, temblando, sin atreverse apenas a moverse.

¿Crees que se ha ido? —susurró Harry.

No sé…

— No, y menos mal — murmuró Ron. En el comedor, muchos alumnos parecían muy, muy nerviosos.

Entonces vieron a su derecha un resplandor que brilló tanto en la oscuridad que los dos tuvieron que protegerse los ojos con las manos. Fang soltó un aullido y echó a correr, pero se enredó en unos espinos y volvió a aullar aún más fuerte.

— ¿Qué diablos es eso? — exclamó Dean.

¡Harry! —gritó Ron, tan aliviado que la voz apenas le salía—. ¡Harry, es nuestro coche!

¿Qué?

¡Vamos!

— Tiene que ser una broma — dijo Alicia Spinnet, quien había estado agarrando el brazo de Angelina durante varios minutos.

— ¡El coche! Menos mal — respiró Neville.

Harry siguió a Ron en dirección a la luz, dando tumbos y traspiés, y al cabo de un instante salieron a un claro.

El coche del padre de Ron estaba abandonado en medio de un círculo de gruesos árboles y bajo un espeso tejido de ramas, con los faros encendidos. Ron caminó hacia él, boquiabierto, y el coche se le acercó despacio, como si fuera un perro que saludase a su amo. Un perro de color turquesa.

Se oyeron risitas incrédulas. El señor Weasley parecía tremendamente aliviado.

¡Ha estado aquí todo el tiempo! —dijo Ron emocionado, contemplando el coche—. Míralo: el bosque lo ha vuelto salvaje…

Los guardabarros del coche estaban arañados y embadurnados de barro. Daba la impresión de que el coche había conseguido llegar hasta allí él solo.

— ¿Qué clase de encantamiento tenía ese coche? — preguntó Terry Boot. — Es como si tuviera conciencia o algo.

El señor Weasley no respondió, pero sonrió de forma enigmática.

A Fang no parecía hacerle ninguna gracia, y se mantenía pegado a Harry, temblando. Mientras su respiración se acompasaba, guardó la varita bajo la túnica.

¡Y creíamos que era un monstruo que nos iba a atacar! —dijo Ron, inclinándose sobre el coche y dándole unas palmadas—. ¡Me preguntaba adónde habría ido!

— ¿Lo sigues teniendo? ¿Lo sacasteis del bosque? — preguntó Lavender. Ron negó con la cabeza.

Harry aguzó la vista en busca de arañas en el suelo iluminado, pero todas habían huido de la luz de los faros.

Hemos perdido el rastro —dijo—. Tendremos que buscarlo de nuevo.

Ron no habló ni se movió. Tenía los ojos clavados en un punto que se hallaba a unos tres metros del suelo, justo detrás de Harry. Estaba pálido de terror.

Roger Davies tomó aire antes de leer:

Harry ni siquiera tuvo tiempo de volverse.

La tensión volvió al comedor tan rápido que Harry podría haber jurado que la sentía en su piel. Todo el mundo se había callado, toda risa se había desvanecido.

Se oyó un fuerte chasquido, y de repente sintió que algo largo y peludo lo agarraba por la cintura y lo levantaba en el aire, de cara al suelo. Mientras forcejeaba, aterrorizado, oyó más chasquidos, y vio que las piernas de Ron se despegaban del suelo, y oyó a Fang aullar y gimotear… y sintió que lo arrastraban por entre los negros árboles.

A su lado, Ron palideció, pero no fue el único, ya que medio comedor parecía en shock.

— Arañas… ¿tan grandes que pueden levantarte en el aire? — dijo Neville con un hilo de voz. A Ron le volvió a dar un escalofrío.

Levantando como pudo la cabeza, Harry vio que la bestia que lo sujetaba caminaba sobre seis patas inmensamente largas y peludas, y que encima de las dos delanteras que lo aferraban, tenía unas pinzas también negras. Tras él podía oír a otro animal similar, que sin duda era el que había cogido a Ron. Se encaminaban hacia el corazón del bosque. Harry pudo ver a Fang que forcejeaba intentando liberarse de un tercer monstruo, aullando con fuerza, pero Harry no habría podido gritar aunque hubiera querido: parecía como si la voz se le hubiese quedado junto al coche, en el claro.

— Normal — bufó Sirius. Tenía los ojos muy abiertos y miraba a Harry y Ron con mucha admiración. — No me puedo creer que os acercarais a las tarántulas gigantes. De entre todas las criaturas del bosque prohibido, son de lo peor…

Era prueba de lo mucho que la existencia de las tarántulas gigantes inquietaba a los alumnos que nadie siquiera se giró a mirar a Sirius cuando habló.

Nunca supo cuánto tiempo pasó en las garras del animal, sólo que de repente hubo la suficiente claridad para ver que el suelo, antes cubierto de hojas, estaba infestado de arañas. Estaban en el borde de una vasta hondonada en la que los árboles habían sido talados y las estrellas brillaban iluminando el paisaje más terrorífico que se pueda imaginar.

Harry sentía que, si cerraba los ojos, podía ver aquella escena horrible frente a él. Ron estaba blanco como la cera. Todo el comedor se encontraba en silencio, ya que muchos alumnos estaban completamente horrorizados.

Arañas. No arañas diminutas como aquellas a las que habían seguido por el camino de hojarasca, sino arañas del tamaño de caballos, con ocho ojos y ocho patas negras, peludas y gigantescas.

Viendo las caras de los alumnos de primero, estaba claro que muchos de ellos tendrían pesadillas.

Pero a Harry le parecían más curiosas las caras de los Weasley. Fred y George estaban pálidos, pero a la vez parecían intrigados. Bill miraba a Ron cada pocos segundos y Harry supuso que, sabiendo la fobia tan fuerte que Ron le tenía a las arañas, a Bill le debía parecer increíble que Ron hubiera aguantado estar en esa situación. Lo mismo parecía pensar el señor Weasley, mientras que la señora Weasley se tapaba la boca con la mano, ocultando su expresión aterrorizada.

Miró a Ginny de reojo y vio que estaba pálida, pero algo en su mirada le hizo pensar que no le preocupaban las arañas. Durante un momento, le pareció que la chica se sentía culpable por haber provocado indirectamente que su hermano tuviera que pasar por ese horror, pero descartó la idea porque le pareció absolutamente ridícula.

El ejemplar que transportaba a Harry se abría camino, bajando por la brusca pendiente, hacia una telaraña nebulosa en forma de cúpula que había en el centro de la hondonada, mientras sus compañeras se acercaban por todas partes chasqueando sus pinzas, emocionadas a la vista de su presa.

— ¿Por qué les dijiste que siguieran a las arañas? — dijo la profesora Sprout. Tenía la voz más aguda de lo normal.

Hagrid, apenado, le respondió:

— Sé que no les harán daño. Solo están llevándolos hacia Aragog.

Aunque todos se preguntaban quién era Aragog, nadie se atrevió a preguntar. A Harry le preocupaba cómo reaccionaría Hagrid cuando viera lo que Aragog había hecho con ellos.

La araña soltó a Harry, y éste cayó al suelo de cuatro patas. A su lado, con un ruido sordo, cayeron Ron y Fang. El perro ya no aullaba; se quedó encogido y en silencio en el mismo punto en que había caído. Ron parecía encontrarse tan mal como Harry había supuesto. Su boca se había alargado en una especie de grito mudo y los ojos se le salían de las órbitas.

Nadie rió. Ni siquiera Malfoy, que no solía dejar pasar ningún momento en el que pudiera meterse con Ron, fue capaz de decir nada. Harry lo miró y vio que también estaba más pálido de lo normal. Supuso que incluso los hijos de los más allegados de las artes oscuras no disfrutaban saber que el sitio donde vivían durante gran parte del año estaba al lado del hogar de cientos de tarántulas.

De pronto Harry se dio cuenta de que la araña que lo había dejado caer estaba hablando. No era fácil darse cuenta de ello, porque chascaba sus pinzas a cada palabra que decía.

¡Aragog! —llamaba—, ¡Aragog!

— ¿Hablan? — gimió Padma Patil. Por su cara, estaba claro que se estaba planteando abandonar Hogwarts para siempre.

Y del medio de la gran tela de araña salió, muy despacio, una araña del tamaño de un elefante pequeño. El negro de su cuerpo y sus piernas estaba manchado de gris, y los ocho ojos que tenía en su cabeza horrenda y llena de pinzas eran de un blanco lechoso. Era ciega.

— Madre mía… — jadeó Hermione. También tenía la piel erizada.

¿Qué hay? —dijo, chascando muy deprisa sus pinzas.

Hombres —dijo la araña que había llevado a Harry.

¿Es Hagrid? —Aragog se acercó, moviendo vagamente sus múltiples ojos lechosos.

Desconocidos —respondió la araña que había llevado a Ron.

Matadlos —ordenó Aragog con fastidio—. Estaba durmiendo…

Se escucharon jadeos y exclamaciones. Harry tenía la vista fija en Hagrid, quien pareció sorprenderse mucho.

Somos amigos de Hagrid —gritó Harry. Sentía como si el corazón se le hubiera escapado del pecho y estuviera retumbando en su garganta.

Clic, clic, clic —hicieron las pinzas de todas las arañas en la hondonada. Aragog se detuvo.

— Bien hecho, bien hecho — murmuraba Moody.

Hagrid nunca ha enviado hombres a nuestra hondonada —dijo despacio.

Hagrid está metido en un grave problema —dijo Harry, respirando muy deprisa—. Por eso hemos venido nosotros.

¿En un grave problema? —dijo la vieja araña, en un tono que a Harry se le antojó de preocupación—. Pero ¿por qué os ha enviado?

— ¿La araña se preocupa por Hagrid? — dijo Demelza Robins, alterada. — ¿Son amigos? ¿Eso es posible?

— Claro que lo es — replicó Hagrid. — Crié a Aragog desde que era un bebé. Jamás me haría daño.

A ti no, pensó Harry amargamente.

Harry quiso levantarse, pero decidió no hacerlo; no creía que las piernas lo pudieran sostener. Así que habló desde el suelo, lo más tranquilamente que pudo.

Nadie se rió de él, como habría esperado. Al contrario, muchos parecían sentir cada vez más respeto por él y por Ron.

En el colegio piensan que Hagrid se ha metido en… en… algo con los estudiantes. Se lo han llevado a Azkaban.

Aragog chascó sus pinzas enojado, y el resto de las arañas de la hondonada hizo lo mismo: era como si aplaudiesen, sólo que los aplausos no solían aterrorizar a Harry.

Eso hizo bufar a más de uno. No estaban de humor para bromas.

Pero aquello fue hace años —dijo Aragog con fastidio—. Hace un montón de años. Lo recuerdo bien. Por eso lo echaron del colegio. Creyeron que yo era el monstruo que vivía en lo que ellos llaman la Cámara de los Secretos. Creyeron que Hagrid había abierto la cámara y me había liberado.

Todos escuchaban con atención. Muchos habían abrazado las almohadas que tenían más cerca, mientras que otros estaban encogidos en sus sillones, aterrorizados. Harry podía notar lo tenso que estaba Ron.

Y tú… ¿tú no saliste de la Cámara de los Secretos? —dijo Harry, notando un sudor frío en la frente.

¡Yo! —dijo Aragog, chascando de enfado—. Yo no nací en el castillo. Vine de una tierra lejana. Un viajero me regaló a Hagrid cuando yo estaba en el huevo. Hagrid sólo era un niño, pero me cuidó, me escondió en un armario del castillo, me alimentó con sobras de la mesa. Hagrid es un gran amigo mío, y un gran hombre. Cuando me descubrieron y me culparon de la muerte de una muchacha, él me protegió. Desde entonces, he vivido siempre en el bosque, donde Hagrid aún viene a verme. Hasta me encontró una esposa, Mosag, y ya veis cómo ha crecido mi familia, gracias a la bondad de Hagrid…

— ¡Así que es su culpa! — exclamó la profesora Umbridge. — ¡Por su culpa, el bosque está infestado de tarántulas!

— Es su hogar — se defendió Hagrid.

Harry reunió todo el valor que le quedaba.

¿Así que tú nunca… nunca atacaste a nadie?

Nunca —dijo la vieja araña con voz ronca—. Mi instinto me habría empujado a ello, pero, por consideración a Hagrid, nunca hice daño a un ser humano. El cuerpo de la muchacha asesinada fue descubierto en los aseos. Yo nunca vi nada del castillo salvo el armario en que crecí. A nuestra especie le gusta la oscuridad y el silencio.

— ¿En los aseos? — dijo Cho Chang. — ¿Acaso…?

Muchos parecían haber llegado a la misma conclusión.

Pero entonces… ¿sabes qué es lo que mató a la chica? —preguntó Harry—. Porque, sea lo que sea, ha vuelto a atacar a la gente…

Los chasquidos y el ruido de muchas patas que se movían de enojo ahogaron sus palabras. Al mismo tiempo, grandes figuras negras parecían crecer a su alrededor.

Hagrid frunció el ceño.

Lo que habita en el castillo —dijo Aragog— es una antigua criatura a la que las arañas tememos más que a ninguna otra cosa. Recuerdo bien que le rogué a Hagrid que me dejara marchar cuando me di cuenta de que la bestia rondaba por el castillo.

¿Qué es? —dijo Harry enseguida.

Se hizo el silencio absoluto. La pregunta parecía retumbar en las mentes de todos. ¿A qué diablos podía temer una tarántula del tamaño de un elefante?

Las pinzas chascaron más fuerte. Parecía que las arañas se acercaban.

¡No hablamos de eso! —dijo con furia Aragog—. ¡No lo nombramos! Ni siquiera a Hagrid le dije nunca el nombre de esa horrible criatura, aunque me preguntó varias veces.

— Pues qué útil — ironizó Seamus en voz baja.

Harry no quiso insistir, y menos con las arañas que se acercaban cada vez más por todos lados. Aragog parecía cansada de hablar. Iba retrocediendo despacio hacia su tela, pero las demás arañas seguían acercándose, poco a poco, a Harry y Ron.

Harry, aún con la vista fija en Hagrid, notó cómo su expresión se oscurecía.

En ese caso, ya nos vamos —dijo Harry desesperadamente a Aragog, al oír los crujidos muy cerca.

¿Iros? —dijo Aragog despacio—. Creo que no…

Pero, pero…

Mis hijos e hijas no hacen daño a Hagrid, ésa es mi orden. Pero no puedo negarles un poco de carne fresca cuando se nos pone delante voluntariamente. Adiós, amigo de Hagrid.

Se escuchó un crujido que hizo gritar a más de una decena de estudiantes. Hagrid había cogido el reposabrazos de su silla con tanta fuerza que lo había partido. A Harry le partió el corazón ver en la cara de Hagrid lo traicionado que se sentía.

— No me lo puedo creer…. — dijo finalmente. — Se lo he dado todo. ¿Y así me lo paga?

— Me temo que a veces, confiar en esas criaturas puede salir muy caro — dijo Dumbledore. Hagrid asintió lentamente.

Harry miró a todos lados. A muy poca distancia, mucho más alto que él, había un frente de arañas, como un muro macizo, chascando sus pinzas y con sus múltiples ojos brillando en las horribles cabezas negras.

— Oh, no — gimió Hagrid. Mirando directamente a Harry y Ron, dijo: — Lo siento. Lo siento.

— No pasa nada — respondió Harry con rapidez. — Todo salió bien.

Ron parecía más reticente a quitarle hierro al asunto, pero viendo lo mal que se lo estaba tomando Hagrid, se ablandó y dijo:

— No te preocupes, Hagrid. Conseguimos escapar y ni siquiera acabamos en la enfermería.

Hagrid asintió de nuevo, aunque parecía muy deprimido.

Al coger su varita, Harry sabía que no le iba a servir, que había demasiadas arañas, pero estaba decidido a hacerles frente, dispuesto a morir luchando.

Se oyeron jadeos.

— ¿Y aun así dudabas de si eras Gryffindor? — dijo Oliver Wood. — No puedes ser otra cosa, Harry.

Pero en aquel instante se oyó un ruido fuerte, y un destello de luz iluminó la hondonada.

El coche del padre de Ron rugía bajando la hondonada, con los faros encendidos, tocando la bocina, apartando a las arañas al chocar con ellas. Algunas caían del revés y se quedaban agitando sus largas patas en el aire. El coche se detuvo con un chirrido delante de Harry y Ron, y abrió las puertas.

— Gracias al cielo — gimió la señora Weasley, angustiada.

¡Coge a Fang! —gritó Harry, metiéndose por la puerta delantera.

Ron cogió al perro, que no paraba de aullar, por la barriga y lo metió en los asientos de atrás. Las puertas se cerraron de un portazo. Ni Ron puso el pie en el acelerador ni falta que hizo. El motor dio un rugido, y el coche salió atropellando arañas.

— Genial — dijo una chica de Hufflepuff.

— ¡Acaba con todas, Ron! — le animó el chico con el que había intercambiado cromos de las ranas de chocolate hacía unos días.

Subieron la cuesta a toda velocidad, salieron de la hondonada y enseguida se internaron en el bosque chocando contra todo lo que se les ponía por delante, con las ramas golpeando las ventanillas, mientras el coche se abría camino hábilmente a través de los espacios más amplios, siguiendo un camino que obviamente conocía.

Hermione lo escuchaba todo con la boca abierta.

— No me puedo creer que pasara todo eso — dijo con un hilo de voz.

— ¿Cómo que no? Si te lo contamos — replicó Ron. Pero Hermione negó con la cabeza.

— Sabía que habíais ido al bosque, que habíais hablado con Aragog y que os habían atacado, pero no me imaginaba lo horrible que fue — admitió. — En mi mente había muchas menos arañas…

Harry miró a Ron. En la boca aún conservaba la mueca del grito mudo, pero sus ojos ya no estaban desorbitados.

¿Estás bien?

Ron miraba fijamente hacia delante, incapaz de hablar.

De nuevo, nadie rió, ni siquiera los estudiantes de Slytherin. Muchos alumnos seguían pálidos, a pesar de que simplemente estaban leyendo lo que había sucedido. Más de uno estaba seguro de que, de haber tenido que vivir algo así, le habría dado un infarto.

Se abrieron camino a través de la maleza, con Fang aullando sonoramente en el asiento de atrás. Harry vio cómo al rozar un árbol arrancaba de cuajo el retrovisor exterior. Después de diez minutos de ruido y tambaleo, el bosque se aclaró y Harry vio de nuevo algunos trozos de cielo.

— Menos mal — respiró Ginny.

El coche frenó tan bruscamente que casi salen por el parabrisas. Habían llegado al final del bosque. Fang se abalanzó contra la ventanilla en su impaciencia por salir, y cuando Harry le abrió la puerta, corrió por entre los árboles, con la cola entre las piernas, hasta la cabaña de Hagrid. Harry también salió y, al cabo de un rato, Ron lo siguió, recuperado ya el movimiento en sus miembros, pero aún con el cuello rígido y los ojos fijos. Harry dio al coche una palmada de agradecimiento, y éste volvió a internarse en el bosque y desapareció de la vista.

— El coche os salvó la vida — dijo Daphne Greengrass. — Ahora entiendo por qué no os arrepentís de haber cogido el coche para venir a Hogwarts volando, a pesar de lo que pasó después.

Harry asintió con ganas.

Harry entró en la cabaña de Hagrid a recoger la capa invisible. Fang se había acurrucado en su cesta, temblando debajo de la manta. Cuando Harry volvió a salir, vio a Ron vomitando en el bancal de las calabazas.

— Pobrecito — dijo Lavender. — Fuiste muy valiente.

Ron se sonrojó.

Seguid a las arañas —dijo Ron sin fuerzas, limpiándose la boca con la manga—. Nunca perdonaré a Hagrid. Estamos vivos de milagro.

Hagrid hizo una mueca. Entre el dolor por la traición de Aragog y las palabras de Ron, a Harry no le habría sorprendido si Hagrid se hubiera echado a llorar.

Ron pareció notarlo también, porque enseguida dijo:

— No lo decía en serio, Hagrid. Claro que te perdono.

Hagrid asintió, agradeciéndoselo con la mirada. Viendo su expresión de culpabilidad, Harry se preguntó si Hagrid sería capaz de perdonarse a sí mismo.

Apuesto a que no pensaba que Aragog pudiera hacer daño a sus amigos —dijo Harry.

¡Ése es exactamente el problema de Hagrid! —dijo Ron, aporreando la pared de la cabaña—. ¡Siempre se cree que los monstruos no son tan malos como parecen, y mira adónde lo ha llevado esa creencia: a una celda en Azkaban! —No podía dejar de temblar—. ¿Qué pretendía enviándonos allá? Me gustaría saber qué es lo que hemos averiguado.

— Reitero, no lo decía en serio, Hagrid — dijo Ron.

— Tenías todo el derecho del mundo a estar enfadado — respondió Hagrid, quitándole importancia.

Que Hagrid no abrió nunca la Cámara de los Secretos —contestó Harry, echando la capa sobre Ron y empujándole por el brazo para hacerle andar—. Es inocente.

Ron dio un fuerte resoplido. Evidentemente, criar a Aragog en un armario no era su idea de la inocencia.

Ni tampoco la de muchos otros, a juzgar por la cantidad de bufidos que se escucharon a lo largo del comedor.

Al aproximarse al castillo, Harry enderezó la capa para asegurarse de que no se les veían los pies, luego empujó despacio la puerta principal, para que no chirriara, sólo hasta dejarla entreabierta.

Tiene una gran facilidad para entrar en sitios en los que no debería estar.

¿Y por qué crees que es, Severus?

Snape volvió a forzar a Dumbledore fuera de su mente. ¿Por qué iba a ser? Porque el chico disfrutaba trasgrediendo las normas.

Y porque había tenido que robar comida en casa para poder alimentarse, como bien le recordó su consciencia.

Callando esos pensamientos, Snape se obligó a prestar atención a la lectura.

Cruzaron con cuidado el vestíbulo y subieron la escalera de mármol, conteniendo la respiración al encontrarse con los centinelas que vigilaban los corredores. Por fin llegaron a la sala común de Gryffindor, donde el fuego se había convertido en cenizas y unas pocas brasas. Al hallarse en lugar seguro, se desprendieron de la capa y ascendieron por la escalera circular hasta el dormitorio.

— Tanta seguridad, tantos centinelas, ¿para qué? — dijo la profesora Sprout. — Si dos chicos de segundo pudieron entrar y salir del castillo, ¿qué no podría hacer el monstruo de Slytherin?

La verdad, ese pensamiento no resultaba nada tranquilizador.

Ron cayó en la cama sin preocuparse de desvestirse. Harry, por el contrario, no tenía mucho sueño. Se sentó en el borde de la cama, pensando en todo lo que había dicho Aragog.

La criatura que merodeaba por algún lugar del castillo, pensó, se parecía a Voldemort, incluso en el hecho de que otros monstruos no quisieran mencionar su nombre. Pero Ron y él no se encontraban más cerca de averiguar qué era aquello ni cómo había petrificado a sus víctimas. Ni siquiera Hagrid había sabido nunca qué se escondía en la cámara de los Secretos.

— Pensad en lo del baño — dijo Terry Boot. — Vamos, estáis muy cerca.

— A lo mejor no fue Myrtle — dijo una chica de segundo de Gryffindor. — Quizá fue otra persona que también murió en un baño.

Harry subió las piernas a la cama y se reclinó contra las almohadas, contemplando la luna que destellaba para él a través de la ventana de la torre.

— Me gustaría que nuestra sala común estuviera en una torre solo para poder hacer eso — dijo Hannah Abbott. Algunos Hufflepuff asintieron.

No comprendía qué otra cosa podía hacer. Nada de lo que habían intentado hasta el momento les había llevado a ninguna parte. Ryddle había atrapado al que no era, el heredero de Slytherin había escapado y nadie sabía si sería o no la misma persona que había vuelto a abrir la cámara. No quedaba nadie a quien preguntar. Harry se tumbó, sin dejar de pensar en lo que había dicho Aragog.

— Venga, haz la conexión — le instó Sirius. — Está claro que es Myrtle la Llorona.

Estaba adormeciéndose cuando se le ocurrió algo que podía ser su última esperanza, y se incorporó de repente.

Ron —susurró en la oscuridad—, ¡Ron!

Ron despertó con un aullido como los de Fang, abrió unos ojos desorbitados y miró a Harry.

Esta vez, sí que hubo algunas risitas. La gente empezaba a calmarse después de la tensión de todo lo leído.

Ron: la chica que murió. Aragog dijo que fue hallada en unos aseos —dijo Harry, sin hacer caso de los ronquidos de Neville que venían del rincón—. ¿Y si no hubiera abandonado nunca los aseos? ¿Y si todavía estuviera allí?

— Menos mal — dijo Daphne. Harry no pudo evitar sonreírle.

Bajo la luz de la luna, Ron se frotó los ojos y arrugó la frente. Y entonces comprendió.

¿No pensarás… en Myrtle la Llorona?

— ¡Bingo! — exclamó Sirius.

— Aquí acaba — anunció Roger Davies, marcando la página y dejando el libro en el atril.

Volvió a su lugar y Dumbledore se puso en pie para coger el libro.

— El siguiente capítulo se titula: La Cámara de los Secretos. ¿Quién quiere leer?


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 



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