miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 8

 El cumpleaños de muerte:


Y de pronto, un pensamiento se materializó en su cabeza con tanta fuerza como si le hubieran dado con una bludger en toda la frente. ¿Cómo no lo había pensado antes?, pensó, mitad emocionado y mitad nervioso.

Había una persona que sabía la identidad real de los encapuchados. Y esa persona estaba en Hogwarts.

El director se levantó y volvió a pedir voluntarios para leer, pero Harry no escuchaba. Su corazón latía con fuerza y sus ojos estaban fijos en la única persona allí presente que podía saber quién estaba bajo la capucha: Alastor Moody.

Si los desconocidos del futuro llevaban puestas esas capas que tapaban sus rostros, era porque podían ser reconocidos si alguien los veía directamente, ¿no? Pero Moody podía ver a través de los objetos. ¡Tenía que haber visto la cara del encapuchado que había estado leyendo!

Pero, ¿cómo podía hablar con él a solas? E incluso si conseguía acercarse a él, ¿le diría Moody quién estaba bajo esa capucha o tendría órdenes de Dumbledore de quedarse callado y evitar sus preguntas?

Tan metido estaba en sus cavilaciones que no se dio cuenta de que Dumbledore ya había escogido a alguien para leer hasta que vio a Daphne Greengrass subir a la tarima.

— Este capítulo se titula: El cumpleaños de muerte— dijo la chica.

A Harry le dio un escalofrío al recordar lo que había pasado aquella noche. Había sido la primera vez en la que…

Desvió su mirada hacia Ginny, quien estaba blanca como la cera. Michael Corner sostenía su mano con aire confundido. Harry intercambió miradas con Ron y Hermione, cuyos rostros también se habían vuelto sombríos.

Llegó octubre y un frío húmedo se extendió por los campos y penetró en el castillo. La señora Pomfrey, la enfermera, estaba atareadísima debido a una repentina epidemia de catarro entre profesores y alumnos.

— Como todos los años — bufó la enfermera. — Si tan solo se siguieran las indicaciones de prevención del contagio…

Su poción Pepperup tenía efectos instantáneos, aunque dejaba al que la tomaba echando humo por las orejas durante varias horas. Como Ginny Weasley tenía mal aspecto,

Ginny pegó un pequeño salto, confundiendo más a Corner. Harry, quien ya había estado preocupado por ella, se alegró mucho al ver que Hermione se movía para sentarse justo detrás de Ginny, a la izquierda de Harry, y le tomaba la otra mano.

Percy le insistió hasta que la probó. El vapor que le salía de debajo del pelo producía la impresión de que toda su cabeza estaba ardiendo.

Algunos rieron, los que no sabían exactamente por qué Ginny tenía ese mal aspecto. Todos los Weasley estaban mucho más serios de lo normal, pero nadie parecía tan afectado como Percy, cuyo rostro estaba tan blanco como el de Ginny.

Gotas de lluvia del tamaño de balas repicaron contra las ventanas del castillo durante días y días; el nivel del lago subió, los arriates de flores se transformaron en arroyos de agua sucia y las calabazas de Hagrid adquirieron el tamaño de cobertizos.

Se oyeron algunas exclamaciones de admiración.

El entusiasmo de Oliver Wood, sin embargo, no se enfrió, y por este motivo Harry, a última hora de una tormentosa tarde de sábado, cuando faltaban pocos días para Halloween, se encontraba volviendo a la torre de Gryffindor, calado hasta los huesos y salpicado de barro.

— Yo me habría negado — le dijo Lavender a Parvati, quien asintió con fervor.

Aunque no hubiera habido ni lluvia ni viento, aquella sesión de entrenamiento tampoco habría sido agradable. Fred y George, que espiaban al equipo de Slytherin,

Se escucharon quejas y gritos desde la zona donde la mayoría de Slytherins estaban sentados. Algunos parecían indignados; otros, contentos al ver que al fin se leía algo negativo del equipo de Gryffindor.

habían comprobado por sí mismos la velocidad de las nuevas Nimbus 2.001. Dijeron que lo único que podían describir del juego del equipo de Slytherin era que los jugadores cruzaban el aire como centellas y no se les veía de tan rápido como volaban.

Eso provocó muchas risas. Malfoy parecía especialmente contento y orgulloso, lo que hizo que a Harry le diera dolor de estómago.

Harry caminaba por el corredor desierto con los pies mojados, cuando se encontró a alguien que parecía tan preocupado como él. Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor, miraba por una ventana, murmurando para sí: «No cumplo con las características… Un centímetro… Si eso…»

De nuevo, Harry se preguntó dónde estarían los fantasmas. No fue el único en hacerlo, ya que muchos estudiantes giraban sus cabezas para examinar el resto del comedor, buscando alguna de las figuras translúcidas que siempre los rodeaban.

Hola, Nick —dijo Harry.

Hola, hola —respondió Nick Casi Decapitado, dando un respingo y mirando alrededor. Llevaba un sombrero de plumas muy elegante sobre su largo pelo ondulado, y una túnica con gorguera, que disimulaba el hecho de que su cuello estaba casi completamente seccionado. Tenía la piel pálida como el humo, y a través de él Harry podía ver el cielo oscuro y la lluvia torrencial del exterior.

Parecéis preocupado, joven Potter —dijo Nick, plegando una carta transparente mientras hablaba, y metiéndosela bajo el jubón.

— ¿Los fantasmas reciben cartas? — preguntó Dennis Creevey, con los ojos muy abiertos.

— ¡Encima la carta era transparente! — exclamó una chica de primero. — ¡Era una carta fantasma!

— Los espíritus — dijo la profesora McGonagall — tienen sus propios medios de comunicación ajenos a los de los seres vivos.

— ¿Cómo se hacen las cartas fantasma? — preguntó una chica de segundo a la que Harry le sonaba de haberla visto en los pasillos.

— Son creadas por el SCE — explicó Dumbledore. — También conocido como Servicio de Correo Espiritual. El mundo de los fantasmas puede llegar a ser fascinante.

Muchos alumnos parecían asombrados. Daphne siguió leyendo al ver que nadie más hacía preguntas.

Igual que usted —dijo Harry.

¡Bah! —Nick Casi Decapitado hizo un elegante gesto con la mano—, un asunto sin importancia… No es que realmente tuviera interés en pertenecer… aunque lo solicitara, pero por lo visto «no cumplo con las características». —A pesar de su tono displicente, tenía amargura en el rostro—. Pero cualquiera pensaría, cualquiera —estalló de repente, volviendo a sacar la carta del bolsillo—, que cuarenta y cinco hachazos en el cuello dados con un hacha mal afilada serían suficientes para permitirle a uno pertenecer al Club de Cazadores Sin Cabeza.

La mayoría de alumnos parecían confundidos.

— Espera, ¿le dieron cuarenta y cinco hachazos? — dijo Roger Davies, asombrado. — ¿Qué hizo para que alguien le odiara tanto?

— ¿Y qué hizo el Barón Sanguinario para estar lleno de sangre? — preguntó Susan Bones.

— Las respuestas a esas preguntas son muy personales y, por tanto, solo los fantasmas tienen derecho a responderlas — dijo McGonagall.

Daphne siguió leyendo.

Desde luego —dijo Harry, que se dio cuenta de que el otro esperaba que le diera la razón.

Por supuesto, nadie tenía más interés que yo en que todo resultase limpio y rápido, y habría preferido que mi cabeza se hubiera desprendido adecuadamente, quiero decir que eso me habría ahorrado mucho dolor y ridículo. Sin embargo…

— ¿Ridículo? — bufó Lee Jordan. — En todo caso, el que debería estar avergonzado es quién no fue capaz de realizar el corte bien, no Nick.

— Nick Casi Decapitado abrió la carta y leyó indignado: Sólo nos es posible admitir cazadores cuya cabeza esté separada del correspondiente cuerpo. Comprenderá que, en caso contrario, a los miembros del club les resultaría imposible participar en actividades tales como los Juegos malabares de cabeza sobre el caballo o el Cabeza Polo. Lamentándolo profundamente, por tanto, es mi deber informarle de que usted no cumple las características requeridas para pertenecer al club. Con mis mejores deseos, Sir Patrick Delaney-Podmore.

Muchos parecían aún más asombrados que antes. Harry escuchó a varias personas repetir las palabras "Cabeza Polo" y "Juegos malabares".

Indignado, Nick Casi Decapitado volvió a guardar la carta.

¡Un centímetro de piel y tendón sostiene la cabeza, Harry! La mayoría de la gente pensaría que estoy bastante decapitado, pero no, eso no es suficiente para sir Bien Decapitado-Podmore.

Esta vez, muchos rieron.

Nick Casi Decapitado respiró varias veces y dijo después, en un tono más tranquilo:

Bueno, ¿y a vos qué os pasa? ¿Puedo ayudaros en algo?

No —dijo Harry—. A menos que sepa dónde puedo conseguir siete escobas Nimbus 2.001 gratuitas para nuestro partido contra Sly..

Algunos Slytherin rieron con sorna.

El resto de la frase de Harry no se pudo oír porque la ahogó un maullido estridente que llegó de algún lugar cercano a sus tobillos. Bajó la vista y se encontró un par de ojos amarillos que brillaban como luces. Era la Señora Norris, la gata gris y esquelética que el conserje, Argus Filch, utilizaba como una especie de segundo de a bordo en su guerra sin cuartel contra los estudiantes.

Filch lo fulminó con la mirada, como si él tuviera la culpa de que el libro criticara a su gata.

Será mejor que os vayáis, Harry —dijo Nick apresuradamente—. Filch no está de buen humor. Tiene gripe y unos de tercero, por accidente, pusieron perdido de cerebro de rana el techo de la mazmorra 5; se ha pasado la mañana limpiando, y si os ve manchando el suelo de barro…

Harry escuchó reír a dichos alumnos de tercero, que ahora estaban en sexto.

— Fue un accidente — dijo uno de ellos, el único que parecía realmente arrepentido.

Bien —dijo Harry, alejándose de la mirada acusadora de la Señora Norris. Pero no se dio la prisa necesaria. Argus Filch penetró repentinamente por un tapiz que había a la derecha de Harry, llamado por la misteriosa conexión que parecía tener con su repugnante gata, a buscar como un loco y sin descanso a cualquier infractor de las normas.

— Tú sí que eres repugnante, Potter — le espetó Filch. — ¡Todos los alumnos lo son! Manchando, ensuciando, llenándolo todo de porquería…

Si bien los profesores no parecieron muy contentos, nadie le dijo nada al conserje.

Llevaba al cuello una gruesa bufanda de tela escocesa, y su nariz estaba de un color rojo que no era el habitual.

¡Suciedad! —gritó, con la mandíbula temblando y los ojos salidos de las órbitas, al tiempo que señalaba el charco de agua sucia que había goteado de la túnica de quidditch de Harry—. ¡Suciedad y mugre por todas partes! ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Sígueme, Potter!

— En parte lo entiendo — dijo Hermione por lo bajo. Al ver las miradas escandalizadas de Ron y Harry, añadió: — Estaba enfermo y Harry estaba ensuciando el castillo. Y él tenía que limpiarlo todo sin magia.

Harry comprendió lo que quería decir Hermione, aunque seguía pensando que Filch se había pasado aquel día.

Así que Harry hizo un gesto de despedida a Nick Casi Decapitado y siguió a Filch escaleras abajo, duplicando el número de huellas de barro.

— Eso es un poco contraproducente — dijo Ernie Macmillan.

Harry no había entrado nunca en la conserjería de Filch. Era un lugar que evitaban la mayoría de los estudiantes, una habitación lóbrega y desprovista de ventanas, iluminada por una solitaria lámpara de aceite que colgaba del techo, y en la cual persistía un vago olor a pescado frito.

Los que nunca habían pisado la conserjería escuchaban con atención.

En las paredes había archivadores de madera. Por las etiquetas, Harry imaginó que contenían detalles de cada uno de los alumnos que Filch había castigado en alguna ocasión. Fred y George Weasley tenían para ellos solos un cajón entero.

Se escucharon aplausos y Fred y George saludaron como si fueran reyes, consiguiendo que su madre los regañara y los obligara a sentarse.

Detrás de la mesa de Filch, en la pared, colgaba una colección de cadenas y esposas relucientes. Todos sabían que él siempre pedía a Dumbledore que le dejara colgar del techo por los tobillos a los alumnos.

Los de primero, que aún no habían tenido el placer de escuchar a Filch hablando sobre sus queridas cadenas, parecieron muy alarmados.

Filch cogió una pluma de un bote que había en la mesa y empezó a revolver por allí buscando pergamino.

Cuánta porquería —se quejaba, furioso—: mocos secos de lagarto silbador gigante…, cerebros de rana…, intestinos de ratón… Estoy harto… Hay que dar un escarmiento… ¿Dónde está el formulario? Ajá…

— Es un colegio — se quejó Susan Bones. — Estamos aquí para aprender. Es normal que acabemos ensuciando las clases cuando usamos ingredientes mágicos.

— Podríais limpiar lo que ensuciáis — resopló Filch, furioso. — Pero no, ¡todo el trabajo para mí!

— Para eso te pagan — le espetó Pansy Parkinson. — ¿Acaso no es esa tu función en el colegio?

— Suficiente — intervino McGonagall, mirando a Pansy con severidad. — El señor Filch es parte del equipo de mantenimiento del colegio y, como tal, merece ser tratado con respeto. Que no se os olvide.

Pansy, quien se había ruborizado, soltó un bufido y desvió la mirada hacia el libro, sin atreverse a mirar a la profesora.

Encontró un pergamino en el cajón de la mesa y lo extendió ante sí, y a continuación mojó en el tintero su larga pluma negra.

Nombre: Harry Potter. Delito: …

¡Sólo fue un poco de barro! —dijo Harry.

Sólo es un poco de barro para ti, muchacho, ¡pero para mí es una hora extra fregando! —gritó Filch. Una gota temblaba en la punta de su protuberante nariz—.Delito: ensuciar el castillo. Castigo propuesto: …

— ¿Una hora fregando? Eso se hace en un minuto con un hechizo desvanecedor — dijo Terry Boot. — ¿Por qué no usa la magia?

Filch gruñó y no respondió.

Secándose la nariz, Filch miró con desagrado a Harry, entornando los ojos. El muchacho aguardaba su sentencia conteniendo la respiración.

— Pobrecito — rió Angelina. — Te quedan muchos castigos por delante, ya te acostumbrarás.

— Eso fue hace años — le recordó Katie. Angelina rodó los ojos.

— Lo sé, lo sé.

Pero cuando Filch bajó la pluma, se oyó un golpe tremendo en el techo de la conserjería, que hizo temblar la lámpara de aceite.

¡PEEVES! —bramó Filch, tirando la pluma en un acceso de ira—. ¡Esta vez te voy a pillar, esta vez te pillo!

Y, olvidándose de Harry, salió de la oficina corriendo con sus pies planos y con la Señora Norris galopando a su lado.

— Demos gracias a Peeves — dijo Dean. — Por una vez hizo algo útil.

Peeves era el poltergeist del colegio, burlón y volador, que sólo vivía para causar problemas y embrollos. A Harry, Peeves no le gustaba en absoluto, pero en aquella ocasión no pudo evitar sentirse agradecido. Era de esperar que lo que Peeves hubiera hecho (y, a juzgar por el ruido, esta vez debía de haberse cargado algo realmente grande) sería suficiente para que Filch se olvidase de Harry.

Filch miró mal a Harry, sabiendo tanto cómo él que, efectivamente, se había olvidado de que debía castigarlo.

Pensando que tendría que aguardar a que Filch regresara, Harry se sentó en una silla apolillada que había junto a la mesa. Aparte del formulario a medio rellenar, sólo había otra cosa en la mesa: un sobre grande, rojo y brillante con unas palabras escritas con tinta plateada. Tras echar a la puerta una fugaz mirada para comprobar que Filch no volvía en aquel momento, Harry cogió el sobre y leyó:

— ¡No! — gritó Filch. Daphne Greengrass paró en seco de leer. — No quiero que se lea mi correspondencia privada delante de todo el colegio. ¡Pasa de página!

Ante eso, muchas voces se alzaron en protesta. Harry se encontraba dividido y tenía la mirada puesta en Dumbledore. ¿Qué haría el director? ¿Haría caso a la petición de Filch de saltarse esa parte de la lectura? Todas las veces que Harry había pedido que no leyeran algo, el director le había dicho que era necesario y que no tenía otra opción. ¿Haría una excepción por Filch, cuando no había sido capaz de hacerla por Harry, a pesar de haber leído cosas extremadamente personales sobre su vida?

Harry podía ver que el director se lo estaba planteando y, con cada segundo que pasaba, sentía la ira crecer en su interior. Si Dumbledore hacía caso a Filch… si accedía a no leer los detalles personales sobre su vida cuando no había tenido la misma compasión por Harry… ¿acaso podría perdonarlo? ¿Acaso podría justificar su decisión?

— Me temo — empezó a decir el director, consiguiendo que todos se callaran inmediatamente. — Que la correspondencia personal sobre Argus es irrelevante para comprender el resto del libro. Por tanto…

Pero Harry no quiso escuchar nada más. Se puso en pie, consciente de que todo el comedor se había girado para mirarlo pero sin que le importara lo más mínimo. Se dirigió a la puerta, ignorando a Hermione y a otros compañeros que lo llamaban para que se sentara de nuevo, y salió del comedor.

Una vez fuera, echó a correr por el primer pasillo que vio, queriendo alejarse lo máximo posible de allí antes de que nadie pudiera salir y seguirlo. Estaba furioso pero, sobre todo, y aunque jamás lo admitiría en voz alta, estaba dolido.

¿Por qué tenían que leer cada detalle embarazoso sobre su vida, cada momento, cada lágrima, cada vez que algo salía mal o que los Dursley lo trataban como si fuera una basura? Había accedido a leer todo eso porque, en teoría, era necesario. Incluso los encapuchados del futuro se lo habían dicho. "Harry, si no se lee esta parte, la gente no comprenderá esto otro". ¡Y una mierda! Habían leído la primera vez que había visto las caras de sus padres. Habían leído todas las veces que había ido a buscar el Espejo de Oesed, deseando poder pasar a través de él para estar con su familia. Habían leído cómo lo trataban los Dursley, cómo lo habían encerrado en su habitación y puesto barrotes en las ventanas para que no escapara. Habían leído sus sentimientos al ser ignorado por todos en el colegio, todos sus peores momentos de primer año, tanta información personal sobre su vida que no quería ni pensar en ello.

Y ahora, alguien decía que no quería que se leyera una página en la que había información personal sobre él y Dumbledore accedía. Así, sin más. ¿Dónde estaban los encapuchados? ¿Dónde estaban todos los que habían dicho que era necesario leer cada palabra de los libros?

Tenía ganas de gritar, pero se conformó con pegarle una patada a una armadura. Cojeando, caminó por los pasillos, sin saber a dónde ir.

Y entonces se le ocurrió a dónde ir. Solo había un lugar en Hogwarts en el que nadie podría encontrarlo si él no quería que lo hicieran. Subió las escaleras a toda prisa, directo hacia el séptimo piso y esperando no encontrarse a ninguno de los encapuchados por el camino, porque si lo hacía, seguramente les pegaría una patada y seguiría corriendo hacia la sala de los menesteres.

Sin embargo, al llegar al pasillo del séptimo piso, vio que ya había alguien en la puerta de la sala. Uno de los encapuchados estaba allí de pie, esperándolo.

— ¿Sabes? De todas las cosas que pensé que podrían hacerte estallar, no creí que Filch sería una de ellas — dijo el desconocido con tranquilidad. Harry bufó.

— Déjame pasar.

— No.

Harry lo fulminó con la mirada. No estaba de humor para juegos.

— Mira, si no me dejas pasar…

— ¿Qué harás? — preguntó el desconocido. A Harry le pareció que se divertía. — ¿Tendrás una rabieta? Venga ya, Harry.

— No me llames Harry — dijo él, tan enfadado que le temblaban las manos. — No te conozco. No sé quién eres, así que llámame Potter, no Harry.

— No te he llamado Potter en mi vida — dijo esa persona. Su voz, que estaba hechizada, sonaba más suave. — Y no creo que lo haga nunca.

— Pues entonces no me hables — le espetó Harry. — Estoy harto. Venís aquí, me obligáis a leer cosas personales delante de todo el mundo, ¿pero a Filch se lo perdonáis? ¿Su privacidad la respetáis, pero la mía no? ¡No es justo!

— No, no lo es — dijo esa persona. — Tienes toda la razón.

Harry maldijo por lo bajo. No necesitaba que le dieran la razón como si fuera un crío. Lo que quería era que terminara la lectura. Quería que todo el mundo volviera a sus salas comunes, que los encapuchados le dieran los libros a él, que Dumbledore lo mirara, y que después la Orden del Fénix leyera los libros y todos juntos se encargaran de acabar con Voldemort para que él pudiera vivir su vida en paz. Pero no, los malditos encapuchados habían preferido leer delante de todos, ¡y él lo había consentido!

¿Qué pasaría cuando todo acabara? Le daba vértigo pensar en toda la información personal que el resto del colegio sabía sobre él.

— Y si tengo toda la razón, ¿por qué seguimos leyendo? ¿Por qué tenemos que leer toda mi vida? — le espetó Harry. Sabía que estaba siendo muy maleducado, pero le daba igual. — ¡Es mi vida! ¡Nadie tiene derecho a saber las cosas que estamos leyendo!

— Pero es lo que hay.

Con la boca abierta, Harry se quedó mirando al desconocido. Había esperado que se disculpara, que le dijera veinte veces lo mucho que lo sentía y después lo obligara a volver al comedor, donde nada habría cambiado. Pero no se esperaba esa respuesta.

— ¿Es lo que hay? No puedes estar hablando en serio. Vosotros tenéis el poder, ¡podéis parar la lectura y llevaros los libros cuando queráis!

— No es tan fácil — explicó el desconocido. A Harry le pareció que empezaba a perder la paciencia. — No solo queremos que Voldemort sea derrotado, Harry. También queremos que Sirius sea exculpado y pueda vivir libremente, que Peter Pettigrew pague por lo que hizo, que Umbridge y Fudge comprendan lo que han estado haciendo y, sobre todo, queremos que esto no se repita.

— Ya, lo que dijisteis la otra vez. Que hay que leerlo todo para que la gente aprenda de esto y no se repitan otras guerras — gruñó Harry. — Si creéis que eso va a funcionar, sois demasiado inocentes. ¿Habéis visto las reacciones de los Slytherin? A nadie le importa cuando Malfoy hace comentarios en contra de los hijos de muggles, o cuando se mencionan las artes oscuras.

— Quizá ahora mismo no les importe tanto — dijo el desconocido. — Pero lo hará, cuando se lean los libros que hablan del futuro.

— Lo dudo — bufó Harry.

Sin embargo, en vez de enfadarse, el encapuchado lo tomó suavemente por los hombros.

— Harry — dijo seriamente. — Hemos tomado las decisiones que hemos tomado siendo conscientes de lo difícil que sería esto para ti. Y no solo para ti. Mucha gente va a sufrir leyendo, especialmente una vez que la guerra haya comenzado. Algunos ya están sufriendo.

Harry pensó en Ginny, quien estaba a punto de leer cosas extremadamente difíciles y personales.

— Pero lo hicimos así — siguió el encapuchado — porque no nos quedaba otro remedio. Este era el método más eficiente y rápido que podíamos pensar.

— ¿Quién eres? — preguntó Harry, casi por impulso. No tenía esperanzas de que se lo dijera, pero estaba sumamente incómodo hablando con alguien que lo sabía todo sobre él cuando él no sabía ni su nombre.

— ¿De verdad quieres saberlo?

A Harry le dio un vuelco el corazón. ¿Acaso se lo iba a decir?

— Sí.

El encapuchado dio un paso al frente, todavía con sus manos sobre los hombros de Harry, cuyo corazón latía a mil por hora. El encapuchado acercó su cara aún más a la de Harry, quien no podía ver a través de la tela que la cubría, y puso una mano sobre su cabeza mientras se inclinaba para darle un beso en la frente. La tela cayó, pero la mano del encapuchado presionaba ligeramente a Harry contra su hombro e impedía que levantara la mirada.

— Soy la persona que más te quiere en el mundo — susurró el desconocido. Harry casi saltó al escuchar por primera vez la voz real del encapuchado, que claramente era una mujer.

Antes de que pudiera alejarse y levantar la cabeza lo suficiente como para verle la cara, la encapuchada volvió a cubrirse la cara con la tela.

— Vuelve al comedor, Harry — dijo. Su voz, hechizada de nuevo, sonaba suave. — Se han saltado la parte sobre Filch y están a punto de leer el cumpleaños de muerte. Deberías estar allí.

— Vale — dijo él, aturdido. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el comedor, totalmente anonadado y sin saber muy bien a dónde iba, pero sintiéndose más tranquilo que antes.

Regresó al comedor, donde, al abrir la puerta, cientos de miradas se posaron sobre él. Sin saber muy bien cómo se sentía, caminando como si fuera sobre una nube, volvió a su asiento junto a sus amigos.

— ¿Estás bien? — preguntó Hermione inmediatamente. — Has estado un buen rato fuera.

— No nos han dejado salir a buscarte — dijo Ron. — ¿Todo bien?

— Sí, todo bien — respondió Harry. — Luego os cuento. ¿Me he perdido algo?

— No hemos leído lo de Filch, pero sí cómo Nick convenció a Peeves de que rompiera un armario evanescente sobre la conserjería para que te libraras del castigo — explicó Hermione. Parecía nerviosa. — ¿Seguro que estás bien?

Harry no sabía qué cara debía tener, pero asintió y dirigió su mirada hacia Daphne, quien siguió leyendo.

Pero hay algo que podríais hacer por mí —dijo Nick emocionado—. Harry, ¿sería mucho pedir…? No, no vais a querer…

¿Qué es? —preguntó Harry.

Bueno, el próximo día de Todos los Santos se cumplen quinientos años de mi muerte —dijo Nick Casi Decapitado, irguiéndose y poniendo aspecto de importancia.

¡Ah! —exclamó Harry, no muy seguro de si tenía que alegrarse o entristecerse— . ¡Bueno!

Algunos rieron, los que no estaban preocupados por si Harry volvía a salir del comedor en un arrebato de ira. Harry había notado que tanto Sirius como la señora Weasley lo miraban con preocupación, pero ignoró a ambos tanto como pudo.

— Dumbledore no parece muy contento — murmuró Harry. Ron asintió.

— No veas la cara que ha puesto cuando has salido. Que por cierto, ¿a dónde has ido?

— Quería ir al séptimo piso — susurró, mirando fijamente a Ron para que entendiera a qué se refería exactamente. — Pero me encontré a una de ellos.

— ¿Una?

— Era una mujer. No sé quién era, pero he escuchado su voz…

— ¿No te sonaba de nada? — se metió Hermione. Parecía muy emocionada.

— No lo sé. Solo dijo unas palabras. Pero…

— ¿Pero?

— No sé, se me hacía conocida — declaró Harry, haciendo un esfuerzo por examinar cada detalle de su conversación con la encapuchada. — Pero no estoy seguro.

El trío intercambió miradas pensativas antes de decidir seguir escuchando la lectura.

Voy a dar una fiesta en una de las mazmorras más amplias. Vendrán amigos míos de todas partes del país. Para mí sería un gran honor que vos pudierais asistir. Naturalmente, el señor Weasley y la señorita Granger también están invitados. Pero me imagino que preferiréis ir a la fiesta del colegio. —Miró a Harry con inquietud.

No —dijo Harry enseguida—, iré…

— Qué amable — dijo Luna.

— Qué tonto — dijo Lavender al mismo tiempo. — ¡Halloween es genial! Y te lo vas a perder.

— A lo mejor la fiesta de fantasmas es mejor que la del colegio — sugirió Neville. — Quiero decir, son fantasmas…

— Y por tanto no comen nada — interrumpió Angelina. — Así que van a pasar un hambre voraz.

¡Mi estimado muchacho! ¡Harry Potter en mi cumpleaños de muerte! Y.. — dudó, emocionado—. ¿Tal vez podríais mencionarle a sir Patrick lo horrible y espantoso que os resulto?

Por supuesto —contestó Harry.

Nick Casi Decapitado le dirigió una sonrisa.

— ¿Espantoso? ¿Nick? Si es muy simpático — rió Alicia Spinnet. — Nadie se va a creer que da miedo a los alumnos.

¿Un cumpleaños de muerte? —dijo Hermione entusiasmada, cuando Harry se hubo cambiado de ropa y reunido con ella y Ron en la sala común—. Estoy segura de que hay muy poca gente que pueda presumir de haber estado en una fiesta como ésta. ¡Será fascinante!

— Fascinante fue — admitió Ron. — Pero no para bien.

Los que lo habían escuchado lo miraron, extrañados.

¿Para qué quiere uno celebrar el día en que ha muerto? —dijo Ron, que iba por la mitad de su deberes de Pociones y estaba de mal humor—. Me suena a aburrimiento mortal.

— Qué gran verdad — Ron se dio la razón a sí mismo. Hermione rodó los ojos, divertida.

La lluvia seguía azotando las ventanas, que se veían oscuras, aunque dentro todo parecía brillante y alegre. La luz de la chimenea iluminaba las mullidas butacas en que los estudiantes se sentaban a leer, a hablar, a hacer los deberes o, en el caso de Fred y George Weasley, a intentar averiguar qué es lo que sucede si se le da de comer a una salamandra una bengala del doctor Filibuster.

— ¡Fred! ¡George! — exclamó su madre. — ¿Es que no tenéis compasión?

— A la salamandra le gustó, mamá — se defendió Fred. — Les gusta el fuego.

Fred había «rescatado» aquel lagarto de color naranja, espíritu del fuego, de una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y ahora ardía lentamente sobre una mesa, rodeado de un corro de curiosos.

— Debió de pasarlo bien — rió Hagrid. Al ver que Hagrid no estaba escandalizado, Molly se tranquilizó.

Harry estaba a punto de comentar a Ron y Hermione el caso de Filch y el curso…

Algunos se inclinaron ligeramente sobre sus asientos. Daphne se saltó esa palabra y siguió leyendo, haciendo que muchos se sintieran decepcionados.

cuando de pronto la salamandra pasó por el aire zumbando, arrojando chispas y produciendo estallidos mientras daba vueltas por la sala. La imagen de Percy riñendo a Fred y George hasta enronquecer,

Muchos rieron.

la espectacular exhibición de chispas de color naranja que salían de la boca de la salamandra, y su caída en el fuego, con acompañamiento de explosiones, hicieron que Harry olvidara por completo a Filch y el curso...

De nuevo, Daphne se saltó esa palabra.

— ¿Qué curso? — preguntó en voz alta Millicent Bulstrode. — Tenemos derecho a saberlo.

— No, no lo tenéis — le espetó Filch. — Así que calla la boca.

— Suficiente — intervino Snape de mala gana. — Siga leyendo, señorita Greengrass.

Cuando llegó Halloween, Harry ya estaba arrepentido de haberse comprometido a ir a la fiesta de cumpleaños de muerte. El resto del colegio estaba preparando la fiesta de Halloween; habían decorado el Gran Comedor con los murciélagos vivos de costumbre; las enormes calabazas de Hagrid habían sido convertidas en lámparas tan grandes que tres hombres habrían podido sentarse dentro, y corrían rumores de que Dumbledore había contratado una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo.

Los de primero parecieron indignados.

— Este año no ha habido esqueletos bailarines — se quejó uno de ellos.

Lo prometido es deuda —recordó Hermione a Harry en tono autoritario—. Y tú le prometiste ir a su fiesta de cumpleaños de muerte.

Así que a las siete en punto, Harry, Ron y Hermione atravesaron el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigieron sus pasos hacia las mazmorras.

— Teníamos que habernos quedado allí — se lamentó Ron. Aunque Harry y Hermione no dijeron nada, ambos estaban de acuerdo con él.

También estaba iluminado con hileras de velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos. La temperatura descendía a cada paso que daban. Al tiempo que se ajustaba la túnica, Harry oyó un sonido como si mil uñas arañasen una pizarra.

¿A esto le llaman música? —se quejó Ron.

Los alumnos que habían estado más emocionados al oír sobre el cumpleaños de muerte parecieron muy desilusionados.

Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado ante una puerta con colgaduras negras.

Queridos amigos —dijo con profunda tristeza—, bienvenidos, bienvenidos… Os agradezco que hayáis venido…

— No lo entiendo — dijo Seamus. — ¿Es una fiesta o un velatorio?

— Ambas cosas — le respondió Dean.

Hizo una floritura con su sombrero de plumas y una reverencia señalando hacia el interior.

Lo que vieron les pareció increíble. La mazmorra estaba llena de cientos de personas transparentes, de color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salía humo de la boca; aquello era como estar en un frigorífico.

— Bueno — dijo Luna. — Al menos era Halloween. Imaginad hacer esa fiesta en navidad.

Harry se imaginó a Nick con un sombrero de Papá Noel invitando tristemente a la gente a bailar un vals y le dio un escalofrío.

¿Damos una vuelta? —propuso Harry, con la intención de calentarse los pies.

Cuidado no vayas a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile. Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente.

Los Hufflepuff se alegraron al escuchar hablar sobre su fantasma, quien era el más querido del colegio.

Harry no se sorprendió de que los demás fantasmas evitaran al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas.

— ¿Son plateadas porque él es un fantasma o porque la sangre ya era plateada? — preguntó una chica de segundo de Hufflepuff. — ¿Y si mató a un unicornio?

— Si lo hubiera hecho no habría muerto — le respondió Terry Boot.

Oh, no —dijo Hermione, parándose de repente—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la Llorona.

¿Con quién? —le preguntó Harry, retrocediendo rápidamente.

Lo mismo se preguntaban muchos. A Harry se le hacía extraño darse cuenta de que tantos alumnos ni siquiera sabían de la existencia de Myrtle.

Ronda siempre los lavabos de chicas del segundo piso —dijo Hermione.

¿Los lavabos?

Sí. No los hemos podido utilizar en todo el curso porque siempre le dan tales llantinas que lo deja todo inundado. De todas maneras, nunca entro en ellos si puedo evitarlo, es horroroso ir al servicio mientras la oyes llorar.

Algunos hicieron muecas de desagrado.

¡Mira, comida! —dijo Ron.

Al otro lado de la mazmorra había una mesa larga, cubierta también con terciopelo negro. Se acercaron con entusiasmo, pero ante la mesa se quedaron inmóviles, horrorizados. El olor era muy desagradable. En unas preciosas fuentes de plata había unos pescados grandes y podridos; los pasteles, completamente quemados, se amontonaban en las bandejas; había un pastel de vísceras con gusanos, un queso cubierto de un esponjoso moho verde y, como plato estrella de la fiesta, un gran pastel gris en forma de lápida funeraria, decorado con unas letras que parecían de alquitrán y que componían las palabras: Sir Nicholas de Mimsy-Porpington, fallecido el 31 de octubre de 1492.

Los alumnos escuchaban con horror la descripción de la comida. Daphne parecía asqueada mientras leía.

— ¿Por qué estaba todo echado a perder? — preguntó un chico de tercero con un hilo de voz. Parecía algo mareado.

— Para que los olores y sabores sean más fuerte — contestó la profesora Sprout. El chico se puso verde.

Harry contempló, asombrado, que un fantasma corpulento se acercaba y, avanzando en cuclillas para ponerse a la altura de la comida, atravesaba la mesa con la boca abierta para ensartar por ella un salmón hediondo.

¿Le encuentras el sabor de esa manera? —le preguntó Harry.

Casi —contestó con tristeza el fantasma, y se alejó sin rumbo.

— No lo entiendo — dijo Demelza Robins. — ¿Los fantasmas pueden comer? ¿Cómo pudo ensartar el salmón en su boca si no es sólida?

— Quizá eran pescados fantasmas — sugirió una chica de primero. Algunos se rieron.

— Los asuntos del más allá son un misterio — gruñó Moody, haciendo saltar a más de uno. A Harry le resultaba divertido que pasara lo mismo cada vez que el auror abría la boca.

Y entonces volvió a recordar lo que había pensado antes de comenzar a leer el capítulo, antes de perder los nervios, salir del comedor y encontrarse con una encapuchada que lo había dejado totalmente aturdido. ¡Moody debía saber quién era ella! Y quiénes eran todos los demás. Le preguntaría al acabar la lectura, sin ninguna duda.

Supongo que lo habrán dejado pudrirse para que tenga más sabor —dijo Hermione con aire de entendida, tapándose la nariz e inclinándose para ver más de cerca el pastel de vísceras podrido.

Vámonos, me dan náuseas —dijo Ron.

— Normal — dijo Ginny con cara de asco.

Pero apenas se habían dado la vuelta cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente a ellos, suspendido en el aire.

Hola, Peeves —dijo Harry, con precaución.

— Esto no va a ser agradable — murmuró Neville. Harry asintió, recordando lo que había pasado después.

A diferencia de los fantasmas que había alrededor, Peeves el poltergeist no era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y malvada.

¿Picáis? —invitó amablemente, ofreciéndoles un cuenco de cacahuetes recubiertos de moho.

Se oyeron algunas risas aisladas.

No, gracias —dijo Hermione.

Os he oído hablar de la pobre Myrtle —dijo Peeves, moviendo los ojos—. No has sido muy amable con la pobre Myrtle. —Tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!

No, Peeves, no le digas lo que he dicho, le afectará mucho —susurró Hermione, desesperada—. No quise decir eso, no me importa que ella… Eh, hola, Myrtle.

Todos podían entender lo que iba a suceder a continuación.

— Debeguían echag a Peeves del colegio — dijo Fleur Delacour, quien claramente había tenido algún encontronazo con el poltergeist durante su estancia en el colegio. Algunos asintieron, aunque Harry no sabía si lo hacían porque estaban de acuerdo con ella o porque su belleza de veela los había dejado encandilados.

Hasta ellos se había deslizado el fantasma de una chica rechoncha. Tenía la cara más triste que Harry hubiera visto nunca, medio oculta por un pelo lacio y basto y unas gruesas gafas de concha.

¿Qué? —preguntó enfurruñada.

¿Cómo estás, Myrtle? —dijo Hermione, fingiendo un tono animado—. Me alegro de verte fuera de los lavabos.

— Qué falsa — dijo Marietta Edgecombe. Claramente, había tratado de decirlo en voz baja para que Hermione no lo escuchara, pero el comedor estaba tan silencioso que el susurro llegó perfectamente a oídos de los Gryffindor. Ambas chicas cruzaron miradas desafiantes y Ron bufó.

— Mira quién fue a hablar, la que no se atreve a decir las cosas en voz alta — dijo, mirando fijamente a Marietta, quien se ruborizó.

Antes de que ella pudiera contestar, Daphne siguió leyendo con aspecto de estar aburrida.

Myrtle sollozó.

Ahora mismo la señorita Granger estaba hablando de ti —dijo Peeves a Myrtle al oído, maliciosamente.

Sólo comentábamos…, comentábamos… lo guapa que estás esta noche —dijo Hermione, mirando a Peeves.

Myrtle dirigió a Hermione una mirada recelosa.

Te estás burlando de mí —dijo, y unas lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de las gafas.

— ¿Los fantasmas pueden llorar? — preguntó, asombrado, Colin. —¿Les salen lágrimas de verdad?

— Así es — respondió Sirius. Harry notó que nadie saltó al escuchar su voz. — Pero no mojan. Son como burbujas de luz, o algo así.

Colin parecía fascinado.

No, lo digo en serio… ¿Verdad que estaba comentando lo guapa que está Myrtle esta noche? —dijo Hermione, dándoles fuertemente a Harry y Ron con los codos en las costillas.

Sí, sí.

Claro.

— Tendrías que haber inventado una mentira más creíble — le dijo Fred a Hermione, quien rodó los ojos.

No me mintáis —dijo Myrtle entre sollozos, con las lágrimas cayéndole por la cara, mientras Peeves, que estaba encima de su hombro, se reía entre dientes—. ¿Creéis que no sé cómo me llama la gente a mis espaldas? ¡Myrtle la gorda! ¡Myrtle la fea! ¡Myrtle la desgraciada, la llorona, la triste!

Se te ha olvidado «la granos» —dijo Peeves al oído.

Myrtle la Llorona estalló en sollozos angustiados y salió de la mazmorra corriendo. Peeves corrió detrás de ella, tirándole cacahuetes mohosos y gritándole: «¡La granos! ¡La granos!»

¡Dios mío! —dijo Hermione con tristeza.

Lo mismo decían muchas personas en el comedor. Si bien algunos parecían divertirse (Malfoy tenía una gran sonrisa), otros parecían estar sufriendo al escuchar todo lo que se decía de la pobre Myrtle.

Nick Casi Decapitado iba hacia ellos entre la multitud.

¿Os lo estáis pasando bien?

¡Sí! —mintieron.

— Sois demasiado educados — dijo Sirius. — Yo le habría dicho que no y me habría ido al comedor a cenar.

— Ojalá hubiéramos hecho eso — dijo Harry. No tenía ningunas ganas de leer lo que iba a pasar tras la fiesta.

Miró de reojo a Ginny y le sorprendió verla más tranquila que antes. La más joven de los Weasley miraba a Daphne y escuchaba la lectura con calma, su piel de nuevo un tono normal en vez del blanco papel que había tenido desde que el capítulo había comenzado.

Ha venido bastante gente —dijo con orgullo Nick Casi Decapitado—. Mi Desconsolada Viuda ha venido de Kent. Bueno, ya es casi la hora de mi discurso, así que voy a avisar a la orquesta.

— ¿Por qué su viuda no vive en el castillo? — preguntó un chico de tercero. — ¿No deberían estar juntos?

— En vida, dejaron huella en lugares diferentes — explicó el profesor Dumbledore. — Pueden visitarse, pero vivir en el mismo lugar de forma permanente es muy difícil.

La orquesta, sin embargo, dejó de tocar en aquel mismo instante. Se había oído un cuerno de caza y todos los que estaban en la mazmorra quedaron en silencio, a la expectativa.

Ya estamos —dijo Nick Casi Decapitado con cierta amargura.

A través de uno de los muros de la mazmorra penetraron una docena de caballos fantasma, montados por sendos jinetes sin cabeza. Los asistentes aplaudieron con fuerza; Harry también empezó a aplaudir, pero se detuvo al ver la cara fúnebre de Nick.

— Eso fue muy amable por tu parte — dijo Ron. — Yo seguí aplaudiendo.

Los caballos galoparon hasta el centro de la sala de baile y se detuvieron encabritándose; un fantasma grande que iba delante, y que llevaba bajo el brazo su cabeza barbada y soplaba el cuerno, descabalgó de un brinco, levantó la cabeza en el aire para poder mirar por encima de la multitud, con lo que todos se rieron, y se acercó con paso decidido a Nick Casi Decapitado, ajustándose la cabeza en el cuello.

Muchos escuchaban con la boca abierta.

¡Nick! —dijo con voz ronca—, ¿cómo estás? ¿Todavía te cuelga la cabeza?

Rompió en una sonora carcajada y dio a Nick Casi Decapitado unas palmadas en el hombro.

Bienvenido, Patrick —dijo Nick con frialdad.

¡Vivos! —dijo sir Patrick, al ver a Harry, Ron y Hermione. Dio un salto tremendo pero fingido de sorpresa y la cabeza volvió a caérsele.

La gente se rió otra vez.

— No le veo la gracia — dijo Parvati, confundida.

— Quizá es de esas cosas que hay que ver para entender — sugirió Lavender, quien tampoco parecía divertirse con la escena.

Muy divertido —dijo Nick Casi Decapitado con voz apagada.

¡No os preocupéis por Nick! —gritó desde el suelo la cabeza de sir Patrick—. ¡Aunque se enfade, no le dejaremos entrar en el club! Pero quiero decir…, mirad el amigo…

Creo —dijo Harry a toda prisa, en respuesta a una mirada elocuente de Nick— que Nick es terrorífico y esto…, mmm…

— Tienes que aprender a actuar, Harry — dijo Sirius, quien obviamente sí que se estaba divirtiendo. Harry rodó los ojos.

¡Ja! —gritó la cabeza de sir Patrick—, apuesto a que Nick te pidió que dijeras eso.

— Era obvio — dijo Lupin. Ante la mirada indignada y traicionada de Harry, se echó a reír. — Lo siento, Harry. No fue una actuación muy convincente.

¡Si me conceden su atención, ha llegado el momento de mi discurso! —dijo en voz alta Nick Casi Decapitado, caminando hacia el estrado con paso decidido y colocándose bajo un foco de luz de un azul glacial.

»Mis difuntos y afligidos señores y señoras, es para mí una gran tristeza…

— Qué discurso tan raro — dijo Hannah Abbott.

Pero nadie le prestaba atención. Sir Patrick y el resto del Club de Cazadores Sin Cabeza acababan de comenzar un juego de Cabeza Hockey y la gente se agolpaba para mirar. Nick Casi Decapitado trató en vano de recuperar la atención, pero desistió cuando la cabeza de sir Patrick le pasó al lado entre vítores.

— Qué pena, con lo simpático que es — se lamentó Katie Bell.

— El tal Sir Patrick es un maleducado — se quejó Angelina. Muchos asintieron.

Harry sentía mucho frío, y no digamos hambre.

No aguanto más —dijo Ron, con los dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas volvieron al baile.

Vámonos —dijo Harry.

— Al fin, esa fiesta era un desastre — suspiró Corner, sin darse cuenta de que Ginny se había tensado a su lado.

Hermione, rápida como el rayo, volvió a coger la mano libre de Ginny entre las suyas, algo que la chica le agradeció con una sonrisa.

Fueron hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que los miraba, y un minuto más tarde subían a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.

— Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.

Y entonces Harry lo oyó.

—… Desgarrar… Despedazar… Matar…

El comedor al completo se quedó en silencio. Muchos abrieron los ojos, sorprendidos y aterrados.

Fue la misma voz, la misma voz fría, asesina, que había oído en el despacho de Lockhart.

Se oyeron gemidos de terror. Harry, que tenía la piel de gallina, tenía todos sus sentidos puestos en Ginny. La chica se había vuelto a quedar sin color en la piel, pero miraba el libro con expresión decidida. A su lado, Corner parecía estar más atento a las palabras de Daphne que a las reacciones de su novia, algo que a Harry no le agradó nada.

Trastabilló al detenerse, y tuvo que sujetarse al muro de piedra.

— Normal — dijo Lavender con un hilo de voz. Parecía aterrada.

Escuchó lo más atentamente que pudo, al tiempo que miraba con los ojos entornados a ambos lados del pasadizo pobremente iluminado.

Harry, ¿qué…?

Es de nuevo esa voz… Callad un momento…

—… deseado… durante tanto tiempo…

¡Escuchad! —dijo Harry, y Ron y Hermione se quedaron inmóviles, mirándole.

—… matar… Es la hora de matar…

Ginny seguía teniendo la misma expresión decidida, aunque apretaba tan fuerte la mano de Hermione que Harry estaba seguro de que dejaría marcas en su piel.

El resto del comedor escuchaba horrorizado. Todos los Weasley estaban pálidos y nerviosos, pero nadie los miraba porque estaban más atentos a las palabras del libro. Daphne parecía sumamente incómoda.

La voz se fue apagando. Harry estaba seguro de que se alejaba… hacia arriba. Al mirar al oscuro techo, se apoderó de él una mezcla de miedo y emoción. ¿Cómo podía irse hacia arriba? ¿Se trataba de un fantasma, para quien no era obstáculo un techo de piedra?

— ¿Cómo puede ser un fantasma? Estaban todos en la fiesta — dijo una chica de tercero, aterrada.

¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba hasta el vestíbulo. Allí era imposible oír nada, debido al ruido de la fiesta de Halloween que tenía lugar en el Gran Comedor. Harry apretó el paso para alcanzar rápidamente el primer piso. Ron y Hermione lo seguían.

— Estáis locos — dijo Fred. Estaba muy blanco. — ¿Oís una voz que promete matar a alguien y la seguís?

— Luego decís que nosotros nos jugamos la vida con nuestras bromas, lo vuestro es más grave — declaro George, quien los miraba como si nunca los hubiera visto. Harry podía ver la admiración y el miedo en sus ojos.

— Eso díselo a Harry — bufó Ron. — Nosotros no oíamos nada.

Harry, ¿qué estamos…?

¡Chssst!

Harry aguzó el oído. En la distancia, proveniente del piso superior, y cada vez más débil, oyó de nuevo la voz:… huelo sangre… ¡HUELO SANGRE!

Algunos saltaron. Ginny soltó un suspiro tembloroso que hizo que Michael la mirara y le susurrara algo por lo bajo. Ella asintió y siguió con la mirada fija en el libro.

El corazón le dio un vuelco.

¡Va a matar a alguien! —gritó, y sin hacer caso de las caras desconcertadas de Ron y Hermione, subió el siguiente tramo saltando los escalones de tres en tres, intentando oír a pesar del ruido de sus propios pasos.

— Teníais que haber buscado a un profesor — interrumpió la profesora McGonagall. Estaba blanca como la cera.

Harry bajó la mirada, consciente de que esa habría sido la opción más lógica.

Harry recorrió a toda velocidad el segundo piso, y Ron y Hermione lo seguían jadeando. No pararon hasta que doblaron la esquina del último corredor, también desierto.

Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara. Yo no oí nada…

Pero Hermione dio de repente un grito ahogado, y señaló al corredor.

¡Mirad!

En el comedor, todos escuchaban con el corazón en un puño. Los que recordaban aquella noche sabían lo que había sucedido. Filch se había sentado contra la pared, con la señora Norris entre sus brazos, y parecía no querer cruzar miradas con nadie.

Delante de ellos, algo brillaba en el muro. Se aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de altura.

LA CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.

TEMED, ENEMIGOS DEL HEREDERO.

A Ginny le dio un escalofrío y cerró los ojos. Tanto Hermione como Michael Corner le cogieron la mano con más fuerza. Harry se inclinó para ponerle una mano en el hombro. Ella se giró y le sonrió como diciendo "No pasa nada, estoy bien", pero Harry podía ver que no era así.

¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.

Al acercarse más, Harry casi resbala por un gran charco de agua que había en el suelo.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.

Ron y Hermione lo sostuvieron, y juntos se acercaron despacio a la inscripción, con los ojos fijos en la sombra negra que se veía debajo. Los tres comprendieron a la vez lo que era, y dieron un brinco hacia atrás.

— ¿Qué era? — preguntó en un susurro un alumno de primero. Harry estaba convencido de que más de uno iba a tener pesadillas esa noche.

La Señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.

Los que no habían estado allí escuchaban con la boca abierta en muecas de horror y espanto. Se escuchó un gran sollozo proveniente del sitio donde Filch se había sentado.

Durante unos segundos, no se movieron. Luego dijo Ron:

Vámonos de aquí.

No deberíamos intentar… —comenzó a decir Harry, sin encontrar las palabras.

Hacedme caso —dijo Ron—; mejor que no nos encuentren aquí.

— Cuánta razón tenías — murmuró Harry.

Pero era demasiado tarde. Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar. De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredor por ambos lados.

— Tenéis muy mala suerte — se quejó Sirius, quien también parecía muy sorprendido con lo que se estaba leyendo.

La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, Ron y Hermione estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.

Luego, alguien gritó en medio del silencio:

¡Temed, enemigos del heredero! ¡Los próximos seréis los sangre sucia!

Era Draco Malfoy, que había avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de la gata que colgaba inmóvil.

— HIJO DE PERRA — gritó Filch, poniéndose en pie. — MALDITO, TE VOY A…

— Argus — intervino Dumbledore, poniéndose en pie. Malfoy se había encogido ligeramente en su asiento. — Cálmate…

— ¿QUE ME CALME? ¡Lo ha oído! ¡Lo que ha dicho… lo que ha dicho!

Filch estaba fuera de sí. A sus pies, la señora Norris maullaba incesantemente.

— El señor Malfoy ya tiene un castigo pendiente — dijo la profesora McGonagall con frialdad. — Se le añadirá otro más por sus palabras.

Draco no se atrevió a discutir.

— Yo me encargaré de ese segundo castigo, Minerva — dijo Snape, poniéndose en pie con la mirada fija en Malfoy. Harry iba a protestar hasta que vio la expresión asustada de Malfoy.

— Hagamos una pausa — dijo Dumbledore con voz cansada. — Solo leeremos un capítulo más hoy. Se titula — cogió el libro que Daphne le tendía. — La inscripción en el muro.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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