La inscripción en el muro:
— El señor Malfoy ya tiene un castigo pendiente — dijo la profesora McGonagall con frialdad. — Se le añadirá otro más por sus palabras.
Draco no se atrevió a discutir.
— Yo me encargaré de ese segundo castigo, Minerva — dijo Snape, poniéndose en pie con la mirada fija en Malfoy. Harry iba a protestar hasta que vio la expresión asustada de Malfoy.
— Hagamos una pausa — dijo Dumbledore con voz cansada. — Solo leeremos un capítulo más hoy. Se titula — cogió el libro que Daphne le tendía. — La inscripción en el muro.
Aturdidos, muchos se pusieron en pie para salir del comedor durante el descanso. Harry vio cómo Snape y McGonagall se acercaban a Malfoy y salían con él del comedor. No pudo evitar sentir cierta satisfacción al ver la expresión del Slytherin, a quien parecía que lo estuvieran llevando al matadero.
— Nos tienes que dar más detalles sobre lo que ha pasado cuando has salido del comedor — le recordó Hermione, poniéndose en pie. Eso hizo que Harry recordara lo que había querido hacer desde hacía un buen rato.
— Luego — dijo y, rápidamente, se dirigió hacia Moody, quien seguía sentado y escuchaba hablar a Kingsley y a Lupin.
— Eh… — titubeó Harry al acercarse. Moody lo miró fijamente unos segundos antes de decir:
— Me preguntaba cuánto tardarías en venir a hablar conmigo, Potter.
Harry bufó. Estaba cansado de que todo el mundo supusiera cómo iba a reaccionar antes de que él mismo lo hiciera.
— ¿Podemos hablar en privado?
Moody asintió. Se levantó con ayuda de su bastón y ambos se dirigieron en silencio hacia las puertas del comedor, ignorando las miradas curiosas de algunos. Una vez fuera, buscaron un aula vacía en la que poder hablar y no tardaron en encontrar una.
Harry recordaba haber dado alguna clase de encantamientos en ese lugar, si bien era un aula que solo se utilizaba cuando los hechizos podían potencialmente dañar el mobiliario. El aula estaba llena de cachivaches, desde viejos libros y pergaminos rotos hasta viales vacíos que en algún momento habían contenido pociones.
— Pues… — empezó a hablar Harry en cuanto cerró la puerta.
— Espera — le cortó Moody. Antes de que Harry pudiera decir ni una sola palabra, el auror hizo varios movimientos de varita. Harry sintió una onda de aire caliente expandirse por el aula. Tras unos golpes de varita más, Moody pareció darse por satisfecho.
— No hay nadie escondido dentro del aula y nadie puede escucharnos desde fuera — le explicó. — Si vamos a hablar de temas serios, hace falta tomar precauciones. Nunca sabes quién puede estar escuchando.
— Usted sí que lo sabe, profesor — dijo Harry, señalando su ojo mágico. Moody hizo una mueca.
— No me llames profesor. ¿No te lo he dicho ya? Yo no te enseñé absolutamente nada.
— Ya, bueno…
— Supongo que no me has pedido que hablemos para pasar el rato — gruñó Moody. Se apoyó en una de las viejas mesas de estudiantes y, tras comprobar que la estructura aguantaba su peso, dejó el bastón a un lado. — Quieres saber si te puedo decir quiénes son los infames enviados del futuro.
— Sí — confirmó Harry, nervioso. Empezaba a sentirse muy tonto por no haberlo pensado antes. — Por favor.
— Bueno, pues la respuesta es no.
Harry se sintió como si le hubieran dado un puñetazo. Con la boca abierta, exclamó:
— ¡Pero tú puedes verlos!
— ¿Ahora sí me tuteas, Potter? — dijo Moody. Harry jadeó y pensó que el auror debía estar a punto de marcharse indignado, pero Moody se echó a reír. Se le hacía muy raro escuchar al paranoico auror reírse a carcajada limpia.
— Lo siento.
— No te preocupes — le dijo Moody. — Pero la respuesta sigue siendo no.
— ¿Por qué? Quiero decir… — Harry luchaba internamente para encontrar las palabras adecuadas. — Ese ojo mágico permite ver a través de las paredes, ¿verdad? Y también a través de la ropa, supongo.
— Así es — confirmó Moody. Con su ojo normal, miraba a Harry, pero el otro ojo, grande y azul, estaba girado completamente hacia atrás. Harry se preguntó vagamente hacia dónde estaría mirando.
— Entonces puedes verles las caras — insistió Harry. — Puedes ver lo que hay bajo sus capas.
— Cierto — repitió Moody. Harry tomó aire.
— Entonces sabes quiénes son — declaró. — Y puedes decírmelo.
— No, y no.
En un último intento desesperado, Harry volvió a preguntar por qué.
— Porque aunque puedo ver lo que hay debajo de sus capas, no puedo saber su identidad real — explicó Moody. Ante la mirada de confusión de Harry, elaboró: — A ver, chico. Piensa en la persona que nos dio la charla el primer día. ¿Quién crees que era?
— Eh…
Harry no sabía qué contestar. Le había pillado totalmente por sorpresa.
— Ni idea — replicó finalmente. — Si lo supiera no preguntaría.
— Obviamente — gruñó Moody. — Y si yo lo supiera, te lo diría, porque creo que tienes derecho a saberlo.
— ¿No podías ver a través de la tela de su capa? — aventuró Harry. — ¿Llevan capas resistentes a tu ojo mágico o algo así?
— No, puedo ver perfectamente las caras que hay debajo de ese pedazo de tela. El problema es que cada vez veo caras diferentes.
Completamente anonadado, Harry se esforzó por entender lo que Moody le estaba diciendo.
— Quieres decir que… ¿cambian de aspecto cada día?
— No solo cada día. Esta mañana, la desconocida que ha leído tenía la cara de Fleur Delacour.
Harry jadeó. ¡Fleur! ¿Era ella uno de los encapuchados?
— Pero — siguió hablando Moody. Su ojo mágico giraba dentro de la cuenca. — Ahora mismo, solo veo una Fleur Delacour en el castillo, y está sentada en el gran comedor hablando con Bill Weasley.
— ¿Es posible que haya salido del castillo?
— Lo dudo — gruñó el auror.
— ¿Quiénes son ahora mismo? — preguntó Harry con curiosidad. — Quiero decir, ¿qué caras ves?
— Uno tiene la cara de Fudge, aunque no parece que le haga mucha gracia — respondió Moody. Tras unos segundos, en los que su ojo giró varias veces, añadió: — Otra tiene la cara de Granger. A otro no lo reconozco. Y por algún motivo, hay dos iguales. Y otro…
— Espera — le paró Harry. — Llevas ya cinco. ¿No eran cuatro? ¿Cuántos hay realmente?
— No lo tengo muy claro — admitió Moody, que no parecía muy contento. — Se mueven y cambian demasiado. Y siempre hay uno que se queda fuera. Creo que se está escondiendo de los demás, pero no sé por qué.
— ¿El que vi en la lechucería? — aventuró Harry. Moody asintió.
— Sí, tenía la cara de Fred Weasley. O de George, no sé. Pero ya no. Es bastante confuso…
— Me pareció que era George — confesó Harry. — Pero si están tomando poción multijugos…
— Podría ser cualquiera — volvió a gruñir Moody. — Todos ellos, podrían ser cualquiera.
Sintiendo sus esperanzas desvanecerse, Harry se aferró al único dato que tenía.
—Sé que uno de ellos es una chica. He escuchado su voz, antes, cuando…
— Cuando te has enfurruñado y has salido del comedor — le interrumpió Moody. Ignorando la cara de indignación de Harry, dijo: — Lo he visto. Se te ha acercado bastante.
— ¿Le has visto la cara?
— Sí, pero dudo que sea la persona que he visto.
— ¿Quién era?
Harry notaba su corazón latir con tanta fuerza que temía que Moody lo escuchara.
— Hestia Jones, ¿la recuerdas? La conociste en ya-sabes-dónde.
Fue como si un globo se deshinchara en su interior. ¿Hestia Jones?
— No creo que fuera ella — dijo inmediatamente. — Solo la he visto una vez y la voz de la encapuchada se me hacía conocida.
— Si pudo hablarte con su voz normal, no estaba usando poción multijugos, sino algún hechizo para cambiar su físico — dijo Moody, pensativo. — En cualquier caso, no tenemos forma de saber quiénes son en realidad.
— En algún momento tendrán que enseñar sus caras, ¿no? — dijo Harry, aunque ya no tenía ninguna esperanza ni motivación para insistir. — Quizá si los miras continuamente…
— ¿Qué crees que he hecho desde que llegué? No les he quitado el ojo de encima, pero siempre tienen una cara nueva. Sean quienes sean, han venido bien preparados.
Deprimido, Harry le dio las gracias a Moody antes de salir del aula. El auror se encaminó de vuelta hacia el comedor, pero Harry decidió dar una vuelta. Necesitaba tiempo a solas para pensar.
Había tenido muchas esperanzas de descubrir las identidades reales de los encapuchados. Esa mujer, quien fuera, le sonaba tanto… pero no era capaz de adivinar quién era. La voz la había escuchado antes, eso seguro. ¿O no? Empezaba a dudar de sí mismo.
Estaba seguro de que no era Hestia Jones, pero entonces debía ser alguien que la conocía. Alguien de la Orden, probablemente… ¿Tonks? ¿Pero por qué Tonks le diría…?
Se ruborizó con tan solo pensar en lo que le había dicho la desconocida. Soy la persona que más te quiere en el mundo. ¡Y le había dado un beso en la frente! Durante un momento había pensado en darle esa información a Moody para ver si a él se le ocurría quién podía ser, pero solo pensar en ello ya era demasiado vergonzoso.
¿Quién era la persona que más lo quería? Inmediatamente pensó en sus padres, quienes definitivamente no podían ser. Con una punzada, pensó en la posibilidad de viajar atrás en el tiempo y salvarlos a ellos también. Al menos, podrían haber salvado a Cedric…
No. Ya había tenido esa conversación con Dumbledore y con los encapuchados del futuro. No se podía, la magia que habían usado no lo permitía. Y punto.
Volvió a centrarse en quién era la persona que más lo quería. Pensó en que las personas a las que él quería más eran Ron y Hermione. ¿Quizá era Hermione? Moody había dicho que uno de los encapuchados tenía su cara, y además ella conocía a Hestia Jones… ¿Pero por qué iba Hermione a decirle algo así? Y Ron definitivamente no era, la voz era de mujer.
¿Molly Weasley? No, con tantos hijos a los que querer, Harry definitivamente no estaba en el número uno. Además, la voz era más joven, estaba seguro de ello.
¿Quién quedaba que conociera a Hestia y pudiera quererlo? Siguió caminando, enumerando mentalmente a todas las mujeres de la orden o que, al menos, conocían tanto a Hestia como a él mismo.
Hermione. Tonks. La señora Weasley. Ginny. Fleur Delacour. ¿Fleur conocía a Hestia? Sí, ¿verdad? Si ambas estaban en la orden… Y también le habían hablado de Emmeline Vance. Y… ¿ya? Bueno, McGonagall.
Definitivamente no era McGonagall.
De entre todas ellas, si se quedaba solo con las más jóvenes, las candidatas eran Hermione, Tonks, Ginny, Fleur y Emmeline Vance. A la última no la conocía y al resto no podía creer que lo quisieran tanto. O quizá no es que lo quisieran tanto, sino que el resto de gente no lo quería mucho. "Soy la persona que más te quiere". Podían quererlo moderadamente y, si nadie lo quería mucho, serían las personas que más lo querían.
Empezaba a hacerse un lío y a deprimirse aún más. Agotado mentalmente, decidió volver al comedor.
— Sabes, deberías parar de dejarnos con la palabra en la boca y salir corriendo — bufó Hermione cuando Harry se sentó a su lado. El chico le sonrió con timidez.
— Perdona, tenía que hablar con Moody.
— Tenemos que hablar de muchas cosas — dijo ella lanzándole una mirada significativa. Harry asintió.
— Aún tenemos tiempo — intervino Ron, quien hasta hacía unos segundos había estado charlando animadamente con su familia. — Vamos fuera.
— Voy con vosotros — dijo rápidamente Ginny, levantándose de su lugar entre Hermione y Michael Corner. Antes de que el trío pudiera decir nada, Ginny ya había cogido el brazo de Hermione y casi la arrastraba hacia fuera.
Confundidos, Ron y Harry las siguieron. Harry los condujo a todos a la misma aula donde había estado hablando con Moody.
— Perdonad por acoplarme de esta forma — se disculpó Ginny, soltando finalmente a Hermione en el momento en el que Ron cerró la puerta. — Quería salir un rato. Si necesitáis hablar en privado, como siempre, me iré.
— Puedes quedarte — dijo Harry, a la vez que Ron decía "Vale". Hermione lo miró muy mal.
— Qué considerado eres — le dijo Ginny a Ron, rodando los ojos.
— Quédate, Ginny. Creo que puede interesarte lo que vamos a hablar — insistió Hermione, mirando de reojo a Ron para que no abriera la boca.
— Como queráis — respondió ella, tomando asiento sobre la misma mesa en la que Moody se había apoyado antes.
— Vale… por dónde empezar… — murmuró Hermione. Parecía nerviosa. — Vale, ya sé. Harry.
El chico dio un respingo.
— Dime.
— Primero nos tienes que contar lo que ha pasado cuando has salido.
— Os lo he contado ya — replicó él. Hermione rodó los ojos.
— Con detalles.
— A ver… — Harry hizo memoria, tratando de recordar cada palabra de la encapuchada.
Les contó cómo había subido hasta el séptimo piso, enfadado, y cómo esa desconocida había estado allí. Relató su conversación, tratando de no dejarse nada, y, finalmente, sintiendo su cara arder, les repitió las palabras que la encapuchada había susurrado mientras le daba un beso en la frente.
Ron se puso rojo y balbuceó varias veces antes de echarse a reír. Al verlo, Hermione también soltó una risita, que Ginny siguió un segundo después.
— Callaos — bufó Harry, rojo como un tomate.
— Así que — dijo Ron entre risitas — fuera quien fuera, te quiere.
Harry gimió mientras los demás reían más fuerte. Ya le estaban dando ganas de pegarse cabezazos contra la pared cuando Hermione consiguió parar de reír.
— Hay que ver el lado bueno — dijo con una gran sonrisa. — Eso significa que definitivamente no son enemigos nuestros.
— Encaja con lo que dijimos de que quizá uno de ellos era George — añadió Ron. — A lo mejor la persona a la que has visto es mi madre, eso del beso en la frente…
— No lo era— se apresuró a decir Harry. — Era más joven, estoy seguro.
— ¿Podía ser yo? — preguntó Hermione. Ron jadeó y se giró tan rápido para mirarla que se hizo daño en el cuello.
— ¿Por qué le dirías algo así? — bufó el chico, apretándose la zona adolorida con la mano.
Pero Harry y Hermione intercambiaron miradas.
— Sé que no eras tú — dijo él. — Porque Moody la ha visto.
Y procedió a relatarles toda la conversación que había tenido con el auror.
— Hestia Jones…
— Seguro que no era Hestia — intervino Ginny. — Hablé mucho con ella estas vacaciones, su voz es bastante…
— ¿Ronca? — sugirió Hermione. Ginny asintió.
— No creo que a Harry pudiera hacérsele conocida.
— Entonces quizá eras tú — dijo Ron. Ginny jadeó.
— Te recuerdo que tengo novio.
— Más bien, tienes un imbécil al que llamas novio.
— Cierra la boca — resopló Ginny, enfadada.
— ¡Ron! — exclamó Hermione. — No digas esas cosas.
— ¿Por qué? ¡Es la verdad! Y quién sabe, quizá en el futuro Ginny se ha hartado de Corner, lo ha mandado a paseo y se ha vuelto a enamorar de Harry.
— Cállate — dijo Harry. No sabía quién estaba más ruborizado, si Ginny o él mismo.
— A lo mejor estáis casados — sugirió Ron.
— ¿Y con hijos? — ironizó Hermione. Eso pareció frenar a Ron, quien abrió y cerró la boca varias veces.
— No, sin hijos. Ni de broma — miró a Harry de soslayo y luego a Ginny. — Ni de broma.
— Algún día Ginny se casará con alguien y tendrá hijos, si es lo que quiere hacer — le pinchó Hermione. — Quieras tú o no.
— Pero para entonces ya será mayor.
— ¡Nadie está hablando de tener hijos ahora! — exclamó Hermione exasperada.
— Y Harry tampoco tiene edad para tener hijos — insistió Ron.
— ¡Claro que no! — bufó Harry. — Deja de decir tonterías. Y por cierto, Hermione, ¿por qué has dicho que si podías ser tú?
— Oh — eso pareció devolver a Hermione al tema original. — Nada, es que me pareció…
— ¿Ver a algún encapuchado que te recordaba a ti misma? — sugirió Harry. Hermione asintió. Tanto Ginny como Ron, quienes estaban ocupados mirándose muy mal el uno al otro, volvieron a prestar atención al escuchar eso.
— ¿Hermione es una de ellos? — preguntó Ron con interés.
— No lo sé, pero Moody dijo que una tenía su cara. Pero no siempre la ha tenido, también ha tenido la cara de Fleur, y a saber cuántas más.
— ¡Fleur! — resopló Ginny. — Ninguno de los encapuchados es Fleur. Lo habríamos notado en el acento, ¿no?
— Seguramente — afirmó Harry. — ¿Existe algún hechizo que pueda cambiar la forma de hablar?
— No me suena — respondió Hermione. — En cualquier caso, creo que solo podemos sacar una cosa en claro.
— ¿El qué?
— Que en el futuro tienes novia — dijo con una risita.
Con la cara ardiendo, Harry soltó un bufido y se dirigió hacia la puerta, mientras sus amigos lo seguían entre risas. El tiempo de descanso se les acababa, así que se dirigieron hacia el comedor. Sin embargo, antes de entrar, Harry le hizo una seña a Ginny para que se quedara fuera.
— ¿Qué pasa? — preguntó Ron, girándose para mirarlos.
— Tenemos que hablar de una cosa, ahora vamos — le dijo Harry. Sintiendo los ojos de Ron fijos en su nuca, llevó a Ginny hacia un pequeño pasillo que había cerca y que, por lo general, solía estar vacío.
— No te tomes en serio nada de lo que diga Ron — dijo Ginny en cuanto pararon de caminar. — A veces pienso que mi madre lo dejó caer cuando era un bebé y se dio un golpe en la cabeza.
— No te preocupes por eso — respondió Harry, imitando a Ginny y apoyándose en la pared de piedra. Aunque estaba helada, era un alivio sentirla después de pasar tantas horas encerrado en el comedor, donde el calor que desprendían cientos de personas había conseguido que ni siquiera pareciera invierno. — Quería hablarte de otra cosa.
— Dime.
— ¿Estás bien?
Ginny lo miró con el ceño fruncido.
— No empieces como mi madre. Es lo primero que me ha preguntado nada más acabar de leer.
— Es que ha sido un capítulo difícil — se justificó Harry.
— Y más difíciles van a ser los siguientes — replicó Ginny. — Pero no por eso me voy a poner a llorar como una cría.
— No digo que vayas a hacerlo — se quejó Harry.
— Pues mis padres sí — bufó ella. — Se creen que me echaré a llorar en cuanto se lea el siguiente ataque.
— El siguiente… fue el de Colin.
— Lo sé — gruñó ella. Durante unos segundos, miró fijamente la pequeña vidriera que decoraba la pared frente a ellos. — Será difícil, pero puedo soportarlo — dijo, confiada.
Aunque no lo admitiría en voz alta, Harry sentía cierto orgullo al ver a Ginny así. No le había gustado nada verla tan pálida cuando se había leído el capítulo anterior.
— ¿Y tú qué? — preguntó Ginny. — ¿Estás mejor ahora? Lo de Filch ha sido bastante injusto.
Harry bufó.
— Si yo pido que no se lea algo, todo el mundo dice Oh, Harry, lo siento mucho, pero debemos leerlo todo, no hay otra opción… — dijo, malhumorado. — Pero llega Filch, pide que no se lea una cosa y eso es todo lo que hace falta para que Dumbledore le haga caso.
— No es justo — admitió Ginny. — Además, lo de Filch ni siquiera es tan grave.
— ¿Sabes lo que es?
— Que es un squib — afirmó Ginny. — Creo que me lo contó Ron. O no, no me acuerdo. En cualquier caso, no es para tanto.
— Eso pienso yo — bufó Harry. —Pero a él le hacen caso y a mí me obligan a leer cómo los Dursley me pusieron rejas en la ventana.
— Si te sirve de consuelo, no creo que lo de Filch se mantenga secreto durante mucho tiempo.
— ¿Qué quieres decir?
— Piénsalo. Yo lo sé, tú lo sabes, Ron y Hermione también, Daphne Greengrass lo ha leído y estoy segura de que se mencionará más veces, así que más gente lo leerá.
— Genial — ironizó Harry. — Vamos a tener que saltarnos más cosas para proteger su secreto, pero a mí que me den.
— Al menos ha salido algo positivo de esto — dijo Ginny. Ante la mirada confusa de Harry, sonrió abiertamente y añadió: — Has ligado gracias a Filch.
— ¡No he ligado! — farfulló Harry sintiendo cómo se ruborizaba. — No en el presente, al menos.
Ginny se echó a reír.
— Creo que en el presente también.
— ¿Eh?
— Romilda Vane no te quita los ojos de encima.
— Ya, bueno… — a Harry le dio un escalofrío, lo que hizo reír a Ginny.
— Va, ¿volvemos? — dijo ella. Harry asintió y ambos caminaron de regreso al gran comedor.
Sin embargo, estando ya cerca de la puerta, escucharon la voz inconfundible de Snape a unos metros de ellos.
— Espero que te haya quedado claro.
— Sí, señor.
Harry se giró y vio que Snape y Malfoy se dirigían también hacia el interior del comedor. Draco estaba muy, muy pálido, y Snape tenía la misma cara que ponía cuando Neville estropeaba alguna poción peligrosa.
Harry y Ginny se hicieron a un lado para dejarlos pasar primero sin llamar su atención e intercambiaron miradas una vez que alumno y profesor hubieron entrado. ¿Qué había sido eso?
— Parece que Snape ha castigado a Malfoy de verdad — susurró Ginny. Harry no podía creérselo.
— Supongo que solo le hará copiar unas líneas o algo así — dijo, aunque no estaba muy convencido. El semblante serio y casi asustado de Malfoy le intrigaba. ¿Qué le habría dicho Snape para que le afectara de esa manera?
No tuvo mucho tiempo para pensarlo, ya que entraron al comedor y regresaron a sus lugares, donde sus amigos y familiares ya estaban preparados para leer.
En cuestión de unos minutos, todo el mundo había regresado al comedor y había tomado asiento. Dumbledore se puso en pie y pidió un voluntario. Muy pocas manos se alzaron, como ya era costumbre, pero Padma Patil fue una de ellas. La Ravenclaw fue escogida y, tras tomar el libro, cogió aire y leyó:
— La inscripción en el muro.
El silencio era total. Harry estaba muy, muy contento de que ese fuera el último capítulo del día, porque no se sentía con energías para leer mucho más.
—¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa?
Atraído sin duda por el grito de Malfoy, Argus Filch se abría paso a empujones. Vio a la Señora Norris y se echó atrás, llevándose horrorizado las manos a la cara.
Si bien nadie le tenía cariño al conserje, nadie rió en ese momento. Todos escuchaban con solemnidad.
Sin embargo, una persona estaba tan molesta que apenas prestaba atención a la lectura. Michael Corner, quien volvía a estar sentado junto a Ginny, tenía el ceño fruncido y la miraba de reojo cada pocos segundos.
—¡Mi gata! ¡Mi gata! ¿Qué le ha pasado a la Señora Norris? —chilló. Con los ojos fuera de las órbitas, se fijó en Harry—. ¡Tú! —chilló—. ¡Tú! ¡Tú has matado a mi gata! ¡Tú la has matado! ¡Y yo te mataré a ti! ¡Te…!
Padma parecía nerviosa por leer esas palabras.
— ¿Qué harás qué? — dijo Sirius en voz alta, mirando fijamente a Filch. Si las miradas mataran, Filch habría caído en ese momento.
De nuevo, muchos miraron a Sirius con terror, haciendo que a Harry le dieran ganas de rodar los ojos y de pegarle una colleja a su padrino. ¿Es que no podía estarse callado?
—¡Argus!
Había llegado Dumbledore, seguido de otros profesores. En unos segundos, pasó por delante de Harry, Ron y Hermione y sacó a la Señora Norris de la argolla.
—Ven conmigo, Argus —dijo a Filch—. Vosotros también, Potter, Weasley y Granger.
— Siempre estáis donde no tenéis que estar — resopló Dean.
— Qué mala suerte — dijo Neville, compadeciéndose de ellos.
Lockhart se adelantó algo asustado.
—Mi despacho es el más próximo, director, nada más subir las escaleras. Puede disponer de él.
—Gracias, Gilderoy —respondió Dumbledore.
— Eso es para lo único que fue útil — bufó Ron por lo bajo.
La silenciosa multitud se apartó para dejarles paso. Lockhart, nervioso y dándose importancia, siguió a Dumbledore a paso rápido; lo mismo hicieron la profesora McGonagall y el profesor Snape.
Cuando entraron en el oscuro despacho de Lockhart, hubo gran revuelo en las paredes; Harry se dio cuenta de que algunas de las fotos de Lockhart se escondían de la vista, porque llevaban los rulos puestos.
Se escuchó alguna risita camuflada.
El Lockhart de carne y hueso encendió las velas de su mesa y se apartó. Dumbledore dejó a la Señora Norris sobre la pulida superficie y se puso a examinarla. Harry, Ron y Hermione intercambiaron tensas miradas y, echando una ojeada a los demás, se sentaron fuera de la zona iluminada por las velas.
— ¿Qué pasa? — murmuró Ginny.
— Nada — susurró Michael, aunque la tensión con la que apretaba la mandíbula indicaba lo contrario. Ginny arqueó una ceja.
— Entonces deja de mirarme así — susurró de vuelta.
Dumbledore acercó la punta de su nariz larga y ganchuda a una distancia de apenas dos centímetros de la piel de la Señora Norris. Examinó el cuerpo de cerca con sus lentes de media luna, dándole golpecitos y reconociéndolo con sus largos dedos. La profesora McGonagall estaba casi tan inclinada como él, con los ojos entornados. Snape estaba muy cerca detrás de ellos, con una expresión peculiar, como si estuviera haciendo grandes esfuerzos para no sonreír.
Algunos parecieron alarmados, pero nadie se lo tomó tan mal como Filch.
— Te alegró… ¿te alegró que mi Señora fuera petrificada? — inquirió. Por su tono, claramente se sentía traicionado.
— No me malentiendas — replicó Snape. — Me alegró ver que el inútil de Lockhart se estaba poniendo en evidencia.
Algunos parecieron confundidos, hasta que Padma siguió leyendo.
Y Lockhart rondaba alrededor del grupo, haciendo sugerencias.
—Puede concluirse que fue un hechizo lo que le produjo la muerte…, quizá la Tortura Metamórfica. He visto muchas veces sus efectos. Es una pena que no me encontrara allí, porque conozco el contrahechizo que la habría salvado.
Ahí, todos comprendieron al profesor Snape, quien contuvo las ganas de rodar los ojos.
Los sollozos sin lágrimas, convulsivos, de Filch acompañaban los comentarios de Lockhart. El conserje se desplomó en una silla junto a la mesa, con la cara entre las manos, incapaz de dirigir la vista a la Señora Norris. Pese a lo mucho que detestaba a Filch, Harry no pudo evitar sentir compasión por él, aunque no tanta como la que sentía por sí mismo. Si Dumbledore creía a Filch, lo expulsarían sin ninguna duda.
— Siempre estáis al borde de la expulsión — dijo Lavender. — No sé cómo no os han echado ya.
— Tenemos suerte — respondió Ron.
Dumbledore murmuraba ahora extrañas palabras en voz casi inaudible. Golpeó a la Señora Norris con su varita, pero no sucedió nada; parecía como si acabara de ser disecada.
Filch soltó un gemido lastimero.
—… Recuerdo que sucedió algo muy parecido en Uagadugú —dijo Lockhart—, una serie de ataques. La historia completa está en mi autobiografía. Pude proveer al poblado de varios amuletos que acabaron con el peligro inmediatamente.
— Que alguien haga que se calle— se quejó Justin Finch-Fletchley.
Todas las fotografías de Lockhart que había en las paredes movieron la cabeza de arriba abajo confirmando lo que éste decía. A una se le había olvidado quitarse la redecilla del pelo.
Se volvieron a escuchar risitas, si bien sonaban apagadas.
Finalmente, Dumbledore se incorporó.
—No está muerta, Argus —dijo con cautela.
Lockhart interrumpió de repente su cálculo del número de asesinatos evitados por su persona.
— ¿Qué pasa? — volvió a susurrar Ginny, esta vez con más énfasis.
— ¿Por qué tiene que pasar algo? — replicó Michael.
— Porque no dejas de mirarme como si hubiera pegado a un cachorrito — respondió Ginny, molesta. Tuvo mucho cuidado de mantener la voz tan baja que solo Michael pudiera escucharla.
— No pasa nada — gruñó él. Pareció pensárselo mejor durante unos segundos. — Bueno, sí que pasa. ¿Por qué has entrado sola con Potter?
Ginny jadeó.
— ¿Estás celoso otra vez?
— Responde a la pregunta.
Pero Ginny no quería hablar más. Furiosa, le giró la cara a Corner y fijó la vista en Padma Patil, quien seguía leyendo.
—¿Que no está muerta? —preguntó Filch entre sollozos, mirando por entre los dedos a la Señora Norris—. ¿Y por qué está rígida?
—La han petrificado —explicó Dumbledore.
Muchos alumnos de primero parecían horrorizados.
—Ah, ya me parecía a mí… —dijo Lockhart. —Pero no podría decir como…
—¡Pregúntele! —chilló Filch, volviendo a Harry su cara con manchas y llena de lágrimas.
—Ningún estudiante de segundo curso podría haber hecho esto —dijo Dumbledore con firmeza—. Es magia negra muy avanzada.
—¡Lo hizo él! —saltó Filch, y su hinchado rostro enrojeció—. ¡Ya ha visto lo que escribió en el muro! Él encontró… en la conserjería… Sabe que soy, que soy un… — Filch hacía unos gestos horribles—. ¡Sabe que soy un…
Padma abrió mucho los ojos. Miró a Dumbledore un momento, dubitativa.
— ¿Tengo que saltarme esto, verdad?
— Así es.
Sabe que soy un… algo —concluyó.
Algunos rieron.
— Venga ya, no nos puedes dejar con la incógnita — se quejó un alumno de sexto. — ¿Cuál es ese secreto de Filch?
— Yo también quiero saberlo.
— ¡Y yo!
Muchas voces se alzaron dando la razón al chico. No era algo para estar orgulloso y lo sabía, pero Harry se sentía justificado en sus emociones al ver que tanta gente sentía, como él, que era injusto que no se leyera el secreto de Filch.
— Es decisión del señor Filch si compartir o no compartir esa información — replicó Dumbledore, acallando las voces. — Si es tan amable…
Le indicó a Padma que siguiera leyendo.
—¡No he tocado a la Señora Norris! —dijo Harry con voz potente, sintiéndose incómodo al notar que todos lo miraban, incluyendo los Lockhart que había en las paredes—. Y ni siquiera sé lo que es un… algo.
Algunos volvieron a reír, pero la mayoría estaban bastante enfadados.
— ¿No se supone que teníamos que leerlo todo? — insistió Zabini. — Encima es un secreto a voces, ¿verdad?
Dijo eso último mirando a Draco. El chico, que había estado callado todo el tiempo, se encogió de hombros.
— Lo es — respondió, arrastrando las palabras.
— ¡¿Quién te lo ha dicho?! Mocoso…. — saltó Filch. Eso pareció reavivar a Malfoy.
— Cuidado con lo que dices, squib.
— ¡Señor Malfoy! — exclamó la profesora Sprout.
— ¡Serás hijo de…! — Filch dio un par de pasos hacia Malfoy antes de que algunos profesores, incluido Hagrid, se levantaran para pararlo.
— ¡Cálmate, Argus! — exclamó Flitwick. Su voz de pito parecía no llegar a los oídos del conserje, quien estaba decidido a atacar a Malfoy. El chico, mientras tanto, no se había movido de su sitio entre Crabbe y Goyle, quienes gruñían y se apretaban los puños.
— Qué violencia — jadeó Umbridge, escandalizada. — ¡Esto es intolerable!
— Siéntate, Argus — habló Dumbledore. Parecía muy, muy cansado, pero Harry no tenía energía como para sentir lástima por él.
— Añadiremos otro castigo más a tu lista, señor Malfoy — dijo McGonagall. Si hubiera mirado a Harry de la forma en la que estaba mirando a Draco, probablemente se habría puesto a temblar. — Y se enviará una carta disciplinaria a tu casa.
Ante eso, Malfoy pareció ponerse nervioso.
— Pero… ¡pero era obvio! ¿Por qué me castiga a mí cuando solo he dicho lo que todos estábamos pensando?
Malfoy miró alrededor, buscando apoyos, pero muy poca gente quería apoyarlo después de todo lo que habían leído.
— Ha sido ella — gruñó Filch. Harry tardó unos segundos en darse cuenta de que tenía la mirada fija en Daphne Greengrass. — ¡Ella fue la que leyó antes! Sabe que… ¡ella debió decírselo!
— Yo no le he dicho nada a nadie — se apresuró a decir Daphne.
— ¡Mentira!
— Argus — intervino Dumbledore. — Tranquilízate. No creo que la señorita Greengrass haya dicho nada sobre lo que leyó.
Filch claramente no estaba de acuerdo, pero no iba a contradecir al director.
— Greengrass no ha dicho nada — dijo Malfoy. — Lo he supuesto porque siempre limpia sin magia.
Filch abrió la boca para replicar, pero una mirada de Dumbledore fue suficiente para callarlo.
— Sigamos leyendo — dijo finalmente. Si Harry no hubiera estado tan molesto con el director esos días, le habría dado pena verlo tan agotado. — Ya no será necesario evitar ninguna palabra, señorita Patil.
Padma asintió. Cuando todos hubieron tomado asiento, siguió leyendo.
—¡Mentira! —gruñó Filch—. ¡Él vio la carta de Embrujorrápid!
— ¿Embrujoqué? — preguntó Angelina en voz alta.
— Era un curso para aprender magia — le explicó Harry. Cuando Filch lo fulminó con la mirada, añadió: — Ya no hace falta ocultarlo, ¿no?
El conserje murmuró algo por lo bajo, probablemente insultando a Harry y a toda su descendencia, pero al chico no podía importarle menos. Podía ser muy poco amable por su parte, pero en el fondo se alegraba de que se supiera lo de Filch.
—Si se me permite hablar, señor director —dijo Snape desde la penumbra, y Harry se asustó aún más, porque estaba seguro de que Snape no diría nada que pudiera beneficiarle—, Potter y sus amigos simplemente podrían haberse encontrado en el lugar menos adecuado en el momento menos oportuno
Muchos parecieron sorprendidos.
—dijo, aunque con una leve expresión de desprecio en los labios, como si lo pusiera en duda—; sin embargo, aquí tenemos una serie de circunstancias sospechosas: ¿por qué se encontraban en el corredor del piso superior? ¿Por qué no estaban en la fiesta de Halloween?
La sorpresa se desvaneció y fue sustituida por exasperación.
Harry, Ron y Hermione se pusieron a dar a la vez una explicación sobre la fiesta de cumpleaños de muerte.
—… había cientos de fantasmas que podrán testificar que estábamos allí.
—Pero ¿por qué no os unisteis a la fiesta después? —preguntó Snape. Los ojos negros le brillaban a la luz de las velas—. ¿Por qué subisteis al corredor?
— ¿Por qué no te callas? — preguntó Sirius con tono irónico.
— No creo que quieras volver a empezar una discusión, Black — replicó Snape en tono cortante. —Así que cierra la boca.
— ¿O qué, me la cerrarás tú?
— Os la cerraré yo — interrumpió McGonagall. La expresión en su cara hizo que a Harry le diera un escalofrío. — Si no sois capaces de comportaros como adultos, salid del comedor inmediatamente.
Nadie habló. Tanto Sirius como Snape evitaron cruzar miradas con la bruja, ambos tratando de mantener expresiones tan neutrales como fuera posible.
Ron y Hermione miraron a Harry.
—Porque…, porque… —dijo Harry, con el corazón latiéndole a toda prisa; algo le decía que parecería muy rebuscado si explicaba que lo había conducido hasta allí una voz que no salía de ningún sitio y que nadie sino él había podido oír—, porque estábamos cansados y queríamos ir a la cama —dijo.
— Tenías que haber dicho la verdad — comentó Katie.
— No le habrían creído — respondió Alicia Spinnet.
—¿Sin cenar? —preguntó Snape. Una sonrisa de triunfo había aparecido en su adusto rostro—. No sabía que los fantasmas dieran en sus fiestas comida buena para los vivos.
—No teníamos hambre —dijo Ron con voz potente, y las tripas le rugieron en aquel preciso instante.
Aunque el ambiente estaba muy tenso debido a lo de Filch y a Sirius y Snape, se escuchó alguna risita aislada.
La desagradable sonrisa de Snape se ensanchó más.
—Tengo la impresión, señor director, de que Potter no está siendo completamente sincero —dijo—. Podría ser una buena idea privarle de determinados privilegios hasta que se avenga a contarnos toda la verdad. Personalmente, creo que debería ser apartado del equipo de quidditch de Gryffindor hasta que decida no mentir.
Eso hizo que muchos se lanzaran a protestar.
— ¡Solo quiere castigarlo para que Slytherin gane! — rugió Wood. — ¡Injusticia!
—Francamente, Severus —dijo la profesora McGonagall bruscamente—, no veo razón para que el muchacho deje de jugar al quidditch. Este gato no ha sido golpeado en la cabeza con el palo de una escoba. No tenemos ninguna prueba de que Potter haya hecho algo malo.
Wood miró a la profesora con total admiración.
Dumbledore miraba a Harry de forma inquisitiva. Ante los vivos ojos azul claro del director, Harry se sentía como si le examinaran por rayos X.
—Es inocente hasta que se demuestre lo contrario, Severus —dijo con firmeza. Snape parecía furioso. Igual que Filch.
—¡Han petrificado a mi gata! —gritó. Tenía los ojos desorbitados—. ¡Exijo que se castigue a los culpables!
Ginny hizo una mueca que nadie notó, excepto Michael Corner, quien seguía mirando de soslayo a la chica de tanto en tanto.
— ¿Vas a seguir enfadada mucho rato? — preguntó en voz baja. Eso solo hizo que el enfado de Ginny aumentara más. Lo ignoró totalmente y centró su atención en la lectura.
—Podremos curarla, Argus —dijo Dumbledore armándose de paciencia—. La señora Sprout ha conseguido mandrágoras recientemente. En cuanto hayan crecido, haré una poción con la que revivir a la Señora Norris.
—La haré yo —acometió Lockhart—. Creo que la he preparado unas cien veces, podría hacerla hasta dormido.
Algunos gimieron.
— Que la haga cualquiera menos él — resopló Seamus.
—Disculpe —dijo Snape con frialdad—, pero creo que el profesor de Pociones de este colegio soy yo.
Hubo un silencio incómodo.
En el comedor, algunos reían.
—Podéis iros —dijo Dumbledore a Harry, Ron y Hermione.
Se fueron deprisa pero sin correr. Cuando estuvieron un piso más arriba del despacho de Lockhart, entraron en un aula vacía y cerraron la puerta con cuidado. Harry miró las caras ensombrecidas de sus amigos.
— Quedaros en un aula vacía no es muy inteligente por vuestra parte — comentó Luna.
— Os podían haber pillado otra vez — le dio la razón Neville.
El trío intercambió miradas.
— Supongo — admitió Hermione. — Pero teníamos muchas cosas de las que hablar y necesitábamos un sitio privado.
—¿Creéis que tendría que haberles hablado de la voz que oí?
—No —dijo Ron sin dudar—. Oír voces que nadie puede oír no es buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.
Había algo en la voz de Ron que hizo que Harry le preguntase:
—Tú me crees, ¿verdad?
—Por supuesto —contestó Ron rápidamente—. Pero… tienes que admitir que parece raro…
— ¿Raro? Más bien terrorífico — dijo Neville. Estaba algo pálido.
—Sí, ya sé que parece raro —admitió Harry—. Todo el asunto es muy raro. ¿Qué era lo que estaba escrito en el muro? «La cámara ha sido abierta.» ¿Qué querrá decir?
—El caso es que me suena un poco —dijo Ron despacio—. Creo que alguien me contó una vez una historia de que había una cámara secreta en Hogwarts…; a lo mejor fue Bill.
— Fui yo — dijo Charlie. Parecía ofendido.
—¿Y qué demonios es un squib? —preguntó Harry. Para sorpresa de Harry, Ron ahogó una risita.
—Bueno, no es que sea divertido realmente… pero tal como es Filch… —dijo—. Un squib es alguien nacido en una familia de magos, pero que no tiene poderes mágicos. Todo lo contrario a los magos hijos de familia muggle, sólo que los squibs son casos muy raros. Si Filch está tratando de aprender magia mediante un curso de Embrujorrápid, seguro que es un squib. Eso explica muchas cosas, como que odie tanto a los estudiantes. —Ron sonrió con satisfacción—. Es un amargado.
Filch soltó una retahíla de improperios contra Ron. Sin embargo, nadie le hacía ningún caso. Definitivamente no había ni un solo alumno que sintiera cariño por el conserje.
De algún lugar llegó el sonido de un reloj.
—Es medianoche —señaló Harry—. Es mejor que nos vayamos a dormir antes de que Snape nos encuentre y quiera acusarnos de algo más.
Snape y Harry cruzaron miradas. A Harry aún le intrigaba mucho qué podría haberle dicho Snape a Malfoy para haberlo dejado tan nervioso sobre su castigo. ¡Snape nunca castigaba a los Slytherin!
Durante unos días, en la escuela no se habló de otra cosa que de lo que le habían hecho a la Señora Norris. Filch mantenía vivo el recuerdo en la memoria de todos haciendo guardia en el punto en que la habían encontrado, como si pensara que el culpable volvería al escenario del crimen. Harry le había visto fregar la inscripción del muro con el Quitamanchas mágico multiusos de la señora Skower, pero no había servido de nada: las palabras seguían tan brillantes como el primer día. Cuando Filch no vigilaba el escenario del crimen, merodeaba por los corredores con los ojos enrojecidos, ensañándose con estudiantes que no tenían ninguna culpa e intentando castigarlos por faltas imaginarias como «respirar demasiado fuerte» o «estar contento».
Si había alguien que había sentido un poco de compasión por el conserje, ese recuerdo de cómo trataba a los alumnos hizo que esos sentimientos desaparecieran totalmente.
Ginny Weasley parecía muy afectada por el destino de la Señora Norris. Según Ron, era una gran amante de los gatos.
Ginny pegó un pequeño salto al escuchar su nombre. Ron gimió.
— Ciego… estaba ciego… — murmuró, con la vista fija en un punto en el suelo.
— Tú y todos nosotros — dijo Fred en voz baja.
—Pero si no conocías a la Señora Norris —le dijo Ron para animarla—. La verdad es que estamos mucho mejor sin ella. —A Ginny le tembló el labio—. Cosas como éstas no suelen suceder en Hogwarts. Atraparán al que haya sido y lo echarán de aquí inmediatamente. Sólo espero que le dé tiempo a petrificar a Filch antes de que lo expulsen. Esto es broma… —añadió apresuradamente, al ver que Ginny se ponía blanca.
— Al menos tú intentaste consolarla — dijo George, también hablando en voz baja para que el resto del comedor no escuchara nada. — Nosotros creo que empeoramos las cosas.
— ¿Cómo no pudimos darnos cuenta? — dijo Ron. — Leyendo esto parece tan obvio.
— Todo parece obvio cuando ya lo has vivido — susurró Hermione. — No es culpa vuestra.
— Claro que no es culpa suya — intervino Ginny, malhumorada.
Aquel acto vandálico también había afectado a Hermione. Ya era habitual en ella pasar mucho tiempo leyendo, pero ahora prácticamente no hacía otra cosa. Cuando le preguntaban qué buscaba, no obtenían respuesta, y tuvieron que esperar al miércoles siguiente para enterarse.
Algunos miraron a Hermione como si fuera un bicho raro.
Harry se había tenido que quedar después de la clase de Pociones, porque Snape le había mandado limpiar los gusanos de los pupitres. Tras comer apresuradamente, subió para encontrarse con Ron en la biblioteca, donde vio a Justin Finch-Fletchey, el chico de la casa de Hufflepuff con el que coincidían en Herbología, que se le acercaba. Harry acababa de abrir la boca para decir «hola» cuando Justin lo vio, cambió de repente de rumbo y se marchó deprisa en sentido opuesto.
Harry escuchó un gemido desde la zona de Hufflepuff. Se giró y vio que Justin había escondido la cara en una gran almohada.
— Perdón por eso — dijo el chico, levantando la cabeza. — Creo que vamos a leer muchas tonterías que hice y dije. Lo siento.
— No te preocupes — se apresuró a decir Harry. Muchos los miraban con curiosidad, los que no habían estado en Hogwarts aquel año y, por lo tanto, no sabían lo que le había pasado a Justin.
Harry encontró a Ron al fondo de la biblioteca, midiendo sus deberes de Historia de la Magia. El profesor Binns les había mandado un trabajo de un metro de largo sobre «La Asamblea Medieval de Magos de Europa».
—No puede ser, todavía me quedan veinte centímetros… —dijo furioso Ron soltando el pergamino, que recuperó su forma de rollo— y Hermione ha llegado al metro y medio con su letra diminuta.
A Harry le pareció escuchar a alguien decir la palabra "sabelotodo", pero no supo de dónde vino esa voz.
—¿Dónde está? —preguntó Harry, cogiendo la cinta métrica y desenrollando su trabajo.
—En algún lado por allá —respondió Ron, señalando hacia las estanterías—. Buscando otro libro. Creo que quiere leerse la biblioteca entera antes de Navidad.
— Ojalá pudiera hacer eso — dijo Hermione. Muchos la miraron como si tuviera tres cabezas. Sin embargo, hubo gente que parecía estar de acuerdo con ella. Harry se fijó en que la mayoría eran Ravenclaw.
Harry le contó a Ron que Justin Finch-Fletchey lo había esquivado y se había alejado de él a toda prisa.
—No sé por qué te preocupa, si siempre has pensado que era un poco idiota — dijo Ron, escribiendo con la letra más grande que podía—. Todas esas tonterías sobre lo maravilloso que es Lockhart…
Justin pareció contrariado, a la vez que algunos reían. Esta vez fue el turno de Harry de disculparse. El Hufflepuff no pareció enfadarse, así que Padma siguió leyendo.
Hermione surgió de entre las estanterías. Parecía disgustada pero dispuesta a hablarles por fin.
—No queda ni uno de los ejemplares que había en el colegio; se han llevado la Historia de Hogwarts —dijo, sentándose junto a Harry y Ron—. Y hay una lista de espera de dos semanas. Lamento haberme dejado en casa mi ejemplar, pero con todos los libros de Lockhart, no me cabía en el baúl.
— ¡Pero si hay decenas de ejemplares! — exclamó una chica de segundo.
—¿Para qué lo quieres? —le preguntó Harry.
—Para lo mismo que el resto de la gente —contestó Hermione—: para leer la leyenda de la Cámara de los Secretos.
—¿Qué es eso? —preguntó Harry al instante.
—Eso quisiera yo saber. Pero no lo recuerdo —contestó Hermione, mordiéndose el labio—. Y no consigo encontrar la historia en ningún otro lado.
— Podías haber pedido a tus padres que te enviaran el libro — dijo Ernie Macmillan.
— Lo pensé — admitió Hermione.
—Hermione, déjame leer tu trabajo —le pidió Ron desesperado, mirando el reloj.
—No, no quiero —dijo Hermione, repentinamente severa—. Has tenido diez días para acabarlo.
—Sólo me faltan seis centímetros, venga.
Sonó la campana. Ron y Hermione se encaminaron al aula de Historia de la Magia, discutiendo.
Algunos profesores (y la señora Weasley) miraron a Ron con severidad. El chico fingió que no se daba cuenta, pero Harry vio que tenía las orejas muy rojas.
Historia de la Magia era la asignatura más aburrida de todas. El profesor Binns, que la impartía, era el único profesor fantasma que tenían, y lo más emocionante que sucedía en sus clases era su entrada en el aula, a través de la pizarra. Viejo y consumido, mucha gente decía de él que no se había dado cuenta de que se había muerto. Simplemente, un día se había levantado para ir a dar clase, y se había dejado el cuerpo en una butaca, delante de la chimenea de la sala de profesores. Desde entonces, había seguido la misma rutina sin la más leve variación.
Harry volvió a preguntarse dónde estarían los fantasmas. ¿Por qué no había ninguno en el comedor?
Aquel día fue igual de aburrido. El profesor Binns abrió sus apuntes y los leyó con un sonsonete monótono, como el de una aspiradora vieja, hasta que casi toda la clase hubo entrado en un sopor profundo, sólo alterado de vez en cuando el tiempo suficiente para tomar nota de un nombre o de una fecha, y volver a adormecerse. Llevaba una media hora hablando cuando ocurrió algo insólito: Hermione alzó la mano.
— Bueno, insólito precisamente no es — dijo Terry Boot.
— En historia de la magia sí — replicó Hannah Abbott.
El profesor Binns, levantando la vista a mitad de una lección horrorosamente aburrida sobre la Convención Internacional de Brujos de 1289, pareció sorprendido.
—¿Señorita…?
—Granger, profesor. Pensaba que quizá usted pudiera hablarnos sobre la Cámara de los Secretos —dijo Hermione con voz clara.
— Muy inteligente — dijo Sirius, haciendo que ella se sonrojara ligeramente.
Dean Thomas, que había permanecido boquiabierto, mirando por la ventana, salió de su trance dando un respingo. Lavender Brown levantó la cabeza y a Neville le resbaló el codo de la mesa.
Algunos rieron.
El profesor Binns parpadeó.
—Mi disciplina es la Historia de la Magia —dijo con su voz seca, jadeante—. Me ocupo de los hechos, señorita Granger, no de los mitos ni de las leyendas. —Se aclaró la garganta con un pequeño ruido que fue como un chirrido de tiza, y prosiguió—: En septiembre de aquel año, un subcomité de hechiceros sardos…
Balbució y se detuvo. De nuevo, en el aire, se agitaba la mano de Hermione. —¿Señorita Grant?
—Disculpe, señor, ¿no tienen siempre las leyendas una base real?
El profesor Lupin se giró para mirar a Hermione.
— Podrías dedicarte a cualquier profesión que requiera tratar con las leyes. Tienes una gran capacidad argumentativa.
Hermione le sonrió agradecida.
El profesor Binns la miraba con tal estupor, que Harry adivinó que ningún estudiante lo había interrumpido nunca, ni estando vivo ni estando muerto.
— Más bien, ningún alumno ha mostrado interés en su case nunca jamás — dijo Lee Jordan. Muchos asintieron, dándole la razón.
—Veamos —dijo lentamente el profesor Binns—, sí, creo que eso se podría discutir. —Miró a Hermione como si nunca hubiera visto bien a un estudiante—. Sin embargo, la leyenda por la que usted me pregunta es una patraña hasta tal punto exagerada, yo diría incluso absurda…
— De eso nada — dijo Colin en voz alta. Los alumnos más jóvenes parecían confundidos, pero las caras sombrías de los estudiantes mayores eran prueba suficiente de que Colin decía la verdad.
La clase entera estaba ahora pendiente de las palabras del profesor Binns; éste miró a sus alumnos y vio que todas las caras estaban vueltas hacia él. Harry se sentía completamente desconcertado al ver unas muestras de interés tan inusitadas.
—Muy bien —dijo despacio—. Veamos… la Cámara de los Secretos… Todos ustedes saben, naturalmente, que Hogwarts fue fundado hace unos mil años (no sabemos con certeza la fecha exacta) por los cuatro brujos más importantes de la época. Las cuatro casas del colegio reciben su nombre de ellos: Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin. Los cuatro juntos construyeron este castillo, lejos de las miradas indiscretas de los muggles, dado que aquélla era una época en que la gente tenía miedo a la magia, y los magos y las brujas sufrían persecución.
Todos los alumnos escuchaban con atención. Muchos solo habían leído la historia en Historia de Hogwarts, así que oírla tan detallada por parte del profesor Binns era toda una novedad para ellos.
Se detuvo, miró a la clase con los ojos empañados y continuó:
—Durante algunos años, los fundadores trabajaron conjuntamente en armonía, buscando jóvenes que dieran muestras de aptitud para la magia y trayéndolos al castillo para educarlos. Pero luego surgieron desacuerdos entre ellos y se produjo una ruptura entre Slytherin y los demás.
— Qué sorpresa — ironizó Angelina. Algunos Slytherin la miraron mal.
Slytherin deseaba ser más selectivo con los estudiantes que se admitían en Hogwarts. Pensaba que la enseñanza de la magia debería reservarse para las familias de magos. Lo desagradaba tener alumnos de familia muggle, porque no los creía dignos de confianza. Un día se produjo una seria disputa al respecto entre Slytherin y Gryffindor, y Slytherin abandonó el colegio.
— ¿De ahí viene la enemistad entre Gryffindor y Slytherin? — preguntó un Gryffindor de primero. Muchos asintieron.
El profesor Binns se detuvo de nuevo y frunció la boca, como una tortuga vieja llena de arrugas.
Nadie rió. La historia de la cámara era demasiado importante como para distraerse.
—Esto es lo que nos dicen las fuentes históricas fidedignas —dijo—, pero estos simples hechos quedaron ocultos tras la leyenda fantástica de la Cámara de los Secretos. La leyenda nos dice que Slytherin había construido en el castillo una cámara oculta, de la que no sabían nada los otros fundadores.
Se oyeron jadeos de sorpresa y admiración.
»Slytherin, según la leyenda, selló la Cámara de los Secretos para que nadie la pudiera abrir hasta que llegara al colegio su auténtico heredero. Sólo el heredero podría abrir la Cámara de los Secretos, desencadenar el horror que contiene y usarlo para librar al colegio de todos los que no tienen derecho a aprender magia.
— ¿El horror? — exclamó una chica de segundo de Hufflepuff. — ¿Qué horror?
— Lo que empezó a petrificar a la gente — dijo un chico de séptimo con una mueca. La niña se quedó blanca como el papel.
Cuando terminó de contar la historia, se hizo el silencio, pero no era el silencio habitual, soporífero, de las clases del profesor Binns. Flotaba en el aire un desasosiego, y todo el mundo le seguía mirando, esperando que continuara. El profesor Binns parecía levemente molesto.
—Por supuesto, esta historia es un completo disparate —añadió—. Naturalmente, el colegio entero ha sido registrado varias veces en busca de la cámara, por los magos mejor preparados. No existe. Es un cuento inventado para asustar a los crédulos.
— Mentira — exclamaron muchos. Todos los alumnos menores parecían aterrorizados.
Hermione volvió a levantar la mano.
—Profesor…, ¿a qué se refiere usted exactamente al decir «el horror que contiene» la cámara?
—Se cree que es algún tipo de monstruo, al que sólo podrá dominar el heredero de Slytherin —explicó el profesor Binns con su voz seca y aflautada.
— Primero perros de tres cabezas, ahora monstruos asesinos — exclamó Umbridge. Estaba tan blanca como los alumnos de primero. — ¿Qué le sucede a este colegio? Ministro, ¿usted sabía todo esto?
— Claro que lo sabía — farfulló Fudge. — Visité el colegio muchas veces durante aquel año. ¡Estuve a punto de cerrarlo!
— ¿Por qué no lo hizo, si me permite preguntarle?
— Di la orden para hacerlo, pero… sucedieron cosas que…
A Harry le dio un escalofrío. Sabía qué era lo que había sucedido el día que Fudge había decidido ordenar el cierre de Hogwarts. Miró de reojo a Ginny y se sorprendió al ver que, en lugar de estar pálida o nerviosa, parecía enfadada.
La clase intercambió miradas nerviosas.
—Pero ya les digo que no existe —añadió el profesor Binns, revolviendo en sus apuntes—. No hay tal cámara ni tal monstruo.
—Pero, profesor —comentó Seamus Finnigan—, si sólo el auténtico heredero de Slytherin puede abrir la cámara, nadie más podría encontrarla, ¿no?
—Tonterías, O'Flaherty —repuso el profesor Binns en tono algo airado—
Algunos rieron, a pesar de todo.
si una larga sucesión de directores de Hogwarts no la han encontrado…
—Pero, profesor —intervino Parvati Patil—,
Padma sonrió al leer el nombre de su hermana.
probablemente haya que emplear magia negra para abrirla…
—El hecho de que un mago no utilice la magia negra no quiere decir que no pueda emplearla, señorita Patati —le interrumpió el profesor Binns—.
Algunos volvieron a reír. Padma no sabía si reír o no.
— Parvati Patati — rió Ron por lo bajo. — ¿Crees que Binns se acuerda de alguno de nuestros nombres?
— Lo dudo — respondió Harry, quien también intentaba ocultar una sonrisita. Por su parte, Parvati se reía abiertamente.
Insisto, si los predecesores de Dumbledore…
—Pero tal vez sea preciso estar relacionado con Slytherin, y por eso Dumbledore no podría… —apuntó Dean Thomas, pero el profesor Binns ya estaba harto.
—Ya basta —dijo bruscamente—. ¡Es un mito! ¡No existe! ¡No hay el menor indicio de que Slytherin construyera semejante cuarto trastero! Me arrepiento de haberles relatado una leyenda tan absurda. Ahora volvamos, por favor, a la historia, a los hechos evidentes, creíbles y comprobables.
Y en cinco minutos, la clase se sumergió de nuevo en su sopor habitual.
— Quizá por eso no hace las clases más interesantes — dijo Ernie Macmillan. — No sabe cómo responder ante un alumnado que presta atención y cuestiona lo que él ha dicho.
—Ya sabía que Salazar Slytherin era un viejo chiflado y retorcido —dijo Ron a Harry y Hermione, mientras se abrían camino por los abarrotados corredores al término de las clases, para dejar las bolsas en la habitación antes de ir a cenar—. Pero lo que no sabía es que hubiera sido él quien empezó todo este asunto de la limpieza de sangre. No me quedaría en su casa aunque me pagaran. Sinceramente, si el Sombrero Seleccionador hubiera querido mandarme a Slytherin, yo me habría vuelto derecho a casa en el tren.
Padma leyó todo eso muy rápido, sabiendo lo que se venía.
— ¡Dejad de decir esas cosas de Slytherin! — exclamó Pansy Parkinson. — Que tú no seas lo suficientemente bueno como para pertenecer a esta casa no significa que sea la peor.
— Si a mí me hubieran dicho que iba a estar en Gryffindor, también me habría vuelto a casa en tren — dijo Nott. Él y Ron cruzaron miradas desafiantes.
— Al menos nuestra casa no tiene un monstruo asesino intentando matar estudiantes — dijo George con frialdad. A Harry le sorprendió mucho el tono con el que habló. De nuevo, recordó al encapuchado de la lechucería y le dio un escalofrío.
— Apenas queda medio capítulo — dijo el profesor Dumbledore con aspecto de estar agotado. — Terminemos la lectura en paz.
Nadie se atrevió a cuestionarlo.
Hermione asintió entusiasmada con la cabeza, pero Harry no dijo nada. Tenía el corazón encogido de la angustia.
Harry gimió, suponiendo lo que se iba a decir ahora.
Harry no había dicho nunca a Ron y Hermione que el Sombrero Seleccionador había considerado seriamente la posibilidad de enviarlo a Slytherin. Recordaba, como si hubiera ocurrido el día anterior, la vocecita que le había hablado al oído cuando, un año antes, se había puesto el Sombrero Seleccionador.
— Se me había olvidado — bufó Dean. No fue el único.
Podrías ser muy grande, ¿sabes?, lo tienes todo en tu cabeza y Slytherin ayudaría en el camino hacia la grandeza. No hay dudas, ¿verdad?
Volver a escuchar las palabras del sombrero hizo que todo el mundo recordara aquel capítulo. Algunos miraban a Harry de reojo, curiosos por ver su reacción. El chico hizo todo lo posible por poner cara de póker.
Pero Harry, que ya conocía la reputación de la casa de Slytherin por los brujos de magia negra que salían de ella, había pensado desesperadamente «¡Slytherin no!», y el sombrero había terminado diciendo:
Bueno, si estás seguro, mejor que seas ¡GRYFFINDOR!
— El sombrero tomó la decisión correcta — dijo Hermione con fiereza, mirando directamente a los Slytherin que murmuraban cosas por lo bajo. No hacía falta ser un adivino para saber que estaban criticando a Harry.
Mientras caminaban empujados por la multitud, pasó Colin Creevey.
—¡Eh, Harry!
—¡Hola, Colin! —dijo Harry sin darse cuenta.
— ¿Cuántas veces al día pasaba eso? — rió Angelina. Colin volvió a ponerse ligeramente rojo.
—Harry, Harry.., en mi clase un chaval ha estado diciendo que tú eres…
Pero Colin era demasiado pequeño para luchar contra la marea de gente que lo llevaba hacia el Gran Comedor. Le oyeron chillar:
—¡Hasta luego, Harry! —Y desapareció.
Esta vez, más gente rió. Colin tenía cara de querer esconderse bajo una mesa y no salir nunca.
—¿Qué es lo que dice sobre ti un chaval de su clase? —preguntó Hermione.
—Que soy el heredero de Slytherin, supongo —dijo Harry, y el corazón se le encogió un poco más al recordar cómo lo había rehuido Justin Finch-Fletchley a la hora de la comida.
Harry y Justin intercambiaron miradas durante un segundo. Era obvio que el Hufflepuff sentía haber hecho que Harry se sintiera mal.
—La gente aquí es capaz de creerse cualquier cosa —dijo Ron, con disgusto.
— Excepto que Voldemort ha vuelto — gruñó Harry por lo bajo.
— Solo creen las cosas que les conviene creer — dijo Hermione con asco.
La masa de alumnos se aclaró, y consiguieron subir sin dificultad al siguiente rellano.
—¿Crees que realmente hay una Cámara de los Secretos? —preguntó Ron a Hermione.
—No lo sé —respondió ella, frunciendo el entrecejo—. Dumbledore no fue capaz de curar a la Señora Norris, y eso me hace sospechar que quienquiera que la atacase no debía de ser…, bueno…, humano.
— Me halaga, señorita Granger — dijo Dumbledore, que parecía más animado. Hermione se ruborizó.
Al doblar la esquina se encontraron en un extremo del mismo corredor en que había tenido lugar la agresión. Se detuvieron y miraron. El lugar estaba tal como lo habían encontrado aquella noche, salvo que ningún gato tieso colgaba de la argolla en que se fijaba la antorcha, y que había una silla apoyada contra la pared del mensaje: «La cámara ha sido abierta.»
—Aquí es donde Filch ha estado haciendo guardia —dijo Ron. Se miraron unos a otros. El corredor se encontraba desierto.
— No seáis tontos — dijo Susan Bones. Tenía los ojos muy abiertos. — Si os pillan ahí…
—No hay nada malo en echar un vistazo —dijo Harry, dejando la bolsa en el suelo y poniéndose a gatear en busca de alguna pista.
— ¿Quién te crees, Sherlock Holmes? — resopló Seamus, aunque sonreía.
Hacía tan solo unos días, Harry le habría contestado de mala gana y se habrían peleado, pero las cosas entre ellos habían mejorado mucho en ese tiempo.
— Pues se me da bien buscar pistas — respondió. — Descubrimos muchas cosas ese día.
Con interés, todos los que lo habían escuchado centraron su atención en la lectura, queriendo saber qué habían descubierto.
—¡Esto está chamuscado! —dijo—. ¡Aquí… y aquí!
—¡Ven y mira esto! —dijo Hermione—. Es extraño.
Harry se levantó y se acercó a la ventana más próxima a la inscripción de la pared. Hermione señalaba al cristal superior, por donde una veintena de arañas estaban escabulléndose, según parecía tratando de penetrar por una pequeña grieta en el cristal. Un hilo largo y plateado colgaba como una soga, y daba la impresión de que las arañas lo habían utilizado para salir apresuradamente.
A Ron le dio un escalofrío.
—¿Habíais visto alguna vez que las arañas se comportaran así? —preguntó Hermione, perpleja.
—Yo no —dijo Harry—. ¿Y tú, Ron? ¿Ron?
Volvió la cabeza hacia su amigo. Ron había retrocedido y parecía estar luchando contra el impulso de salir corriendo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Harry.
—No… no me gustan… las arañas —dijo Ron, nervioso.
Muchos se echaron a reír.
— Qué patético — se escuchó una voz desde donde estaba sentado Malfoy, pero no pudieron ver quién había hablado.
— No te da miedo buscar pistas sobre el monstruo que petrificó a la señora Norris, ¿pero te dan miedo las arañas? — dijo Sirius. — ¡Qué raro!
—No lo sabía —dijo Hermione, mirando sorprendida a Ron—. Has usado arañas muchas veces en la clase de Pociones…
—Si están muertas no me importa —explicó Ron, quien tenía la precaución de mirar a cualquier parte menos a la ventana—. No soporto la manera en que se mueven.
Hermione soltó una risita tonta.
En el comedor, algunos también reían, si bien sus risas se notaban algo forzadas. La tensión por lo que estaban leyendo y por todo lo sucedido no conseguía aflojarse.
—No tiene nada de divertido —dijo Ron impetuosamente—. Si quieres saberlo, cuando yo tenía tres años, Fred convirtió mi… mi osito de peluche en una araña grande y asquerosa porque yo le había roto su escoba de juguete. A ti tampoco te harían gracia si estando con tu osito, le hubieran salido de repente muchas patas y…
Muchos parecieron completamente horrorizados.
— Cuando acabemos de leer… — empezó a decir la señora Weasley.
— Ya me castigaste por esto, mamá — protestó Fred.
— ¡Pues otra vez! ¡Mira el trauma que le dejaste a tu hermano!
Fred bufó y no respondió nada, pero Ron parecía alegrarse mucho de que fuera a recibir un castigo.
Dejó de hablar, estremecido. Era evidente que Hermione seguía aguantándose la risa.
— Eso es cruel — dijo Lavender. — Cualquiera tendría miedo a las arañas si le hubiera pasado eso. No es cosa de risa.
Ron pareció muy agradecido con la chica. Hermione, por su parte, soltó un bufido y los ignoró a ambos.
Pensando que sería mejor cambiar de tema, Harry dijo:
—¿Recordáis toda aquella agua en el suelo? ¿De dónde vendría? Alguien ha pasado la fregona.
— Muy bien, recordáis detalles de esa noche… — dijo Tonks. Miraba el libro como si fuera un puzzle muy interesante. A Harry le sorprendió verla tan concentrada y, por primera vez, recordó que la chica era un auror altamente cualificado.
—Estaba por aquí —dijo Ron, recobrándose y caminando unos pasos más allá de la silla de Filch para indicárselo—, a la altura de esta puerta.
Asió el pomo metálico de la puerta, pero retiró la mano inmediatamente, como si se hubiera quemado.
— ¿La puerta te quemó? — preguntó Neville, sorprendido.
— No — gruñó Ron.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—No puedo entrar ahí —dijo Ron bruscamente—, es un aseo de chicas.
Esta vez, más gente se echó a reír.
—Pero Ron, si no habrá nadie dentro —dijo Hermione, poniéndose derecha y acercándose—; aquí es donde está Myrtle la Llorona. Venga, echemos un vistazo.
Y sin hacer caso del letrero de «No funciona», Hermione abrió la puerta.
— ¡Eh, no pueden hacer eso! — exclamó Demelza Robins. — ¡Es un baño de chicas!
— Que nadie usa — le recordó Hermione.
— ¿Y tú qué sabes? Podría haber alguien dentro — replicó Lavender de mala gana. — Ni Ron ni Harry podían estar ahí.
— No había nadie — se justificó Harry. — Solo Myrtle.
Era el cuarto de baño más triste y deprimente en que Harry había puesto nunca los pies. Debajo de un espejo grande, quebrado y manchado, había una fila de lavabos de piedra en muy mal estado. El suelo estaba mojado y reflejaba la luz triste que daban las llamas de unas pocas velas que se consumían en sus palmatorias. Las puertas de los retretes estaban rayadas y rotas, y una colgaba fuera de los goznes.
— Habría que arreglar ese baño — dijo la profesora Umbridge.
— A Myrtle le gusta así — explicó el director. — Además, el resto del colegio tiene muchos baños en mejor estado que ese. No hace daño a nadie el mantener ese lugar como Myrtle lo desea.
— Pues yo creo que es un desperdicio de espacio — insistió Umbridge. — Las chicas deben cambiar de planta para poder ir al baño, ¿le parece justo?
— Hay otro baño de chicas no muy lejos de ese, en la misma planta — replicó McGonagall. — Si solo hubiera un lavabo para alumnos en cada planta estarían siempre llenos.
Ante eso, Umbridge no supo qué replicar. Padma aprovechó su momento de duda para seguir leyendo.
Hermione les pidió silencio con un dedo en los labios y se fue hasta el último retrete. Cuando llegó, dijo:
—Hola, Myrtle, ¿qué tal?
Harry y Ron se acercaron a ver. Myrtle la Llorona estaba sobre la cisterna del retrete, reventándose un grano de la barbilla.
— ¿Los fantasmas tienen granos? — preguntó Dennis Creevey. Muchos parecían tan confundidos como él.
—Esto es un aseo de chicas —dijo, mirando con recelo a Harry y Ron—. Y ellos no son chicas.
—No —confirmó Hermione—. Sólo quería enseñarles lo… lo bien que se está aquí.
— En serio, Hermione — dijo Sirius. — Tienes que aprender a mentir mejor.
La chica hizo una mueca de desagrado.
Con la mano, indicó vagamente el espejo viejo y sucio, y el suelo húmedo.
—Pregúntale si vio algo —dijo Harry a Hermione, sin pronunciar, para que le leyera en los labios.
—¿Qué murmuras? —le preguntó Myrtle, mirándole.
—Nada —se apresuró a decir Harry—. Queríamos preguntar…
— Ya la has liado — rió Sirius.
—¡Me gustaría que la gente dejara de hablar a mis espaldas! —dijo Myrtle, con la voz ahogada por las lágrimas—. Tengo sentimientos, ¿sabéis?, aunque esté muerta.
—Myrtle, nadie quiere molestarte —dijo Hermione—. Harry sólo…
—¡Nadie quiere molestarme! ¡Ésta sí que es buena! —gimió Myrtle—. ¡Mi vida en este lugar no fue más que miseria, y ahora la gente viene aquí a amargarme la muerte!
— Si lo pasó tan mal en Hogwarts, ¿por qué no se va? — preguntó Hannah Abbott. La chica parecía realmente preocupada por Myrtle. — Quiero decir… ¿no sería más feliz en otro sitio?
— Los fantasmas no pueden moverse de un lugar a otro tan fácilmente como los humanos — explicó el profesor Flitwick. — El hogar de Myrtle es Hogwarts. Puede salir del castillo para visitar otros lugares, pero dentro de unos límites.
— Eso es muy triste — respondió Hannah. Muchos le dieron la razón.
—Queríamos preguntarte si habías visto últimamente algo raro —dijo Hermione dándose prisa—. Porque la noche de Halloween agredieron a un gato justo al otro lado de tu puerta.
—¿Viste a alguien por aquí aquella noche? —le preguntó Harry.
— En lugar de investigar — habló McGonagall— tendríais que haberos alejado de ese lugar.
— ¡Estaban acusando a Harry! — se defendió Ron.
— Y si no hubiéramos intervenido, a saber qué habría pasado — dijo Hermione. Ante eso, muchos se quedaron callados. La gran mayoría no conocía los detalles de lo sucedido en la cámara, pero los que lo sabían, muchos de los cuales eran pelirrojos, palidecieron con tan solo pensar en todo lo que podía haber sucedido.
—No me fijé —dijo Myrtle con afectación—. Me dolió tanto lo que dijo Peeves, que vine aquí e intenté suicidarme. Luego, claro, recordé que estoy…, que estoy…
—Muerta ya —dijo Ron, con la intención de ayudar.
Myrtle sollozó trágicamente, se elevó en el aire, se volvió y se sumergió de cabeza en la taza del retrete, salpicándoles, y desapareció de la vista; a juzgar por la procedencia de sus sollozos ahogados, debía de estar en algún lugar del sifón.
— Tienes menos tacto que Peeves — resopló Angelina, aunque parecía divertida. Ron gruñó.
Harry y Ron se quedaron con la boca abierta, pero Hermione, que ya estaba harta, se encogió de hombros, y les dijo:
—Tratándose de Myrtle, esto es casi estar alegre. Bueno, vámonos…
— Y tú no tienes corazón — dijo Parvati. — Pobre Myrtle…
— Sabes tan bien como yo que Myrtle siempre es así — bufó Hermione, molesta. — No te hagas la santa, te he oído hablar de ella varias veces.
— Que piense que es desagradable tenerla cerca no significa que me den igual sus sentimientos — se defendió Parvati.
Hermione abrió la boca para replicar, pero Padma siguió leyendo, subiendo el volumen de su voz para que todos le hicieran caso. Parvati le dedicó una sonrisa agradecida a su hermana, quien no la vio porque estaba demasiado ocupada leyendo.
Harry acababa de cerrar la puerta a los sollozos gorjeantes de Myrtle, cuando una potente voz les hizo dar un respingo a los tres.
—¡RON!
Percy Weasley, con su resplandeciente insignia de prefecto, se había detenido al final de las escaleras, con una expresión de susto en la cara.
—¡Esos son los aseos de las chicas! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
Muchos se echaron a reír.
— Tenían que pillaros justo ahí — resopló Dean entre risitas.
Por su parte, Percy parecía contrariado.
—Sólo echaba un vistazo —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Buscando pistas, ya sabes…
Percy parecía a punto de estallar. A Harry le recordó mucho a la señora Weasley.
Percy y su madre se miraron durante unos momentos. Él fue el primero en apartar la mirada.
—Marchaos… fuera… de aquí… —dijo, caminando hacia ellos con paso firme y agitando los brazos para echarlos—. ¿No os dais cuenta de lo que podría parecer, volver a este lugar mientras todos están cenando?
— Ahí tiene razón — repuso Bill a regañadientes. — Si os hubiera pillado cualquier otra persona, podría haber parecido lo que no era.
La expresión sorprendida de Percy fue reemplazada unos segundos después por el orgullo que sentía al escuchar a Bill darle la razón.
—¿Por qué no podemos estar aquí? —repuso Ron acaloradamente, parándose de pronto y enfrentándose a Percy—. ¡Escucha, nosotros no le hemos tocado un pelo a ese gato!
—Eso es lo que dije a Ginny —dijo Percy con contundencia—, pero ella todavía cree que te van a expulsar. No la he visto nunca tan afectada, llorando amargamente. Podrías pensar un poco en ella, y además, todos los de primero están asustados.
Y todo el orgullo que sentía desapareció de un plumazo. ¿Cómo no se había dado cuenta de lo que le pasaba a Ginny realmente?
Lo mismo pensaban todos los Weasley.
—A ti no te preocupa Ginny —replicó Ron, enrojeciendo hasta las orejas—, a ti sólo te preocupa que yo eche a perder tus posibilidades de ser Representante del Colegio.
Algunos jadearon.
—¡Cinco puntos menos para Gryffindor! —dijo Percy secamente, llevándose una mano a su insignia de prefecto—. ¡Y espero que esto te enseñe la lección! ¡Se acabó el hacer de detective, o de lo contrario escribiré a mamá!
Y se marchó con el paso firme y la nuca tan colorada como las orejas de Ron.
Algunos miraban a ambos hermanos con la boca abierta.
— ¡Le quitaste puntos a tu propia casa! — bufó Angelina.
— Era mi deber como prefecto — se defendió Percy, si bien parecía algo incómodo.
— No sería la primera vez que no cumples con tu deber — dijo Fred. Ambos se miraron durante un segundo y Harry se preguntó quién de ellos estallaría primero.
— Suficiente — intervino el señor Weasley. — Sigamos con la lectura, por favor.
Tanto Fred como Percy dejaron de mirarse de forma desafiante y centraron su vista en Padma, quien parecía algo nerviosa.
Aquella noche, en la sala común, Harry, Ron y Hermione escogieron los asientos más alejados del de Percy. Ron estaba todavía de muy mal humor y seguía emborronando sus deberes de Encantamientos. Cuando, sin darse cuenta, cogió su varita mágica para quitar las manchas, el pergamino empezó a arder. Casi echando tanto humo como sus deberes, Ron cerró de golpe El libro reglamentario de hechizos (clase 2).
Aunque no lo diría en voz alta, a Percy le sorprendió saber lo mucho que le había afectado a Ron su encontronazo con él aquel día. ¡Hasta había quemado sus deberes!
Con una punzada, pensó que quizá tenía más influencia sobre su familia de lo que creía.
Para sorpresa de Harry, Hermione lo imitó.
—Pero ¿quién podría ser? —dijo con voz tranquila, como si continuara una conversación que hubieran estado manteniendo—. ¿Quién querría echar de Hogwarts a todos los squibs y los de familia muggle?
—Pensemos —dijo Harry con simulado desconcierto—. ¿Conocemos a alguien que piense que los que vienen de familia muggle son escoria?
Decenas de miradas se fijaron en Malfoy, quien, tras un segundo de desconcierto, soltó un bufido y los ignoró a todos.
Miró a Hermione. Hermione miró hacia atrás, poco convencida.
—Si te refieres a Malfoy…
—¡Naturalmente! —dijo Ron—. Ya lo oísteis: «¡Los próximos seréis los sangre sucia!» Venga, no hay más que ver su asquerosa cara de rata para saber que es él…
— ¿A mí me castigan por todo pero a Weasley no le dicen nada por insultarme? — se quejó Draco.
— No compares decir cara de rata con… lo que tú dijiste de Granger — dijo Astoria Greengrass con frialdad.
— No lo estoy comparando con eso — dijo Malfoy rápidamente. Harry vio cómo miraba de reojo a Snape, quien se había pasado todo el capítulo con cara de pocos amigos. — Sino con todo lo demás.
— Has dicho tantas cosas que he perdido la cuenta — replicó Astoria antes de girarse e ignorar por completo al rubio. Padma siguió leyendo, sin darle oportunidad a Malfoy de que se defendiera.
—¿Malfoy, el heredero de Slytherin? —dijo escépticamente Hermione.
—Fíjate en su familia —dijo Harry, cerrando también sus libros—. Todos han pertenecido a Slytherin, él siempre alardea de ello. Podrían perfectamente ser descendientes del mismo Slytherin. Su padre es un verdadero malvado.
— Ni te atrevas a mencionar a mi padre, Potter.
Esta vez, estaba claro que se había enfadado de verdad. Harry lo ignoró.
—¡Podrían haber conservado durante siglos la llave de la Cámara de los Secretos! —dijo Ron—. Pasándosela de padres a hijos…
—Bueno —dijo cautamente Hermione—, supongo que puede ser.
Malfoy bufó al notar que muchos le encontraban sentido a las palabras de Ron.
—Pero ¿cómo podríamos demostrarlo? —preguntó Harry, en tono de misterio.
—Habría una manera —dijo Hermione hablando despacio, bajando aún más la voz y echando una fugaz mirada a Percy—. Por supuesto, sería difícil. Y peligroso, muy peligroso. Calculo que quebrantaríamos unas cincuenta normas del colegio.
Muchos profesores se inclinaron hacia delante, sorprendidos y, en algunos casos, claramente preocupados.
—Si, dentro de un mes más o menos, te parece que podrías empezar a explicárnoslo, háznoslo saber, ¿vale? —dijo Ron, airado.
— Eres un borde — resopló Ginny. Ron rodó los ojos.
— La tensión era alta en ese momento, ¿vale? Y ya estaba de mal humor por lo de Percy…
—De acuerdo —repuso fríamente Hermione—. Lo que tendríamos que hacer es entrar en la sala común de Slytherin y hacerle a Malfoy algunas preguntas sin que sospeche que somos nosotros.
—Pero eso es imposible —dijo Harry, mientras Ron se reía.
También algunos reían en el comedor. Los profesores se calmaron inmediatamente.
Hermione tragó saliva.
—No, no lo es —repuso Hermione—. Lo único que nos haría falta es una poción multijugos.
Eso provocó que las risitas se convirtieran en carcajadas. Incluso algunos docentes tenían pequeñas sonrisas que intentaban camuflar.
Todos, excepto Snape, a quien se le habían abierto mucho los ojos.
—¿Qué es eso? —preguntaron a la vez Harry y Ron.
—Snape la mencionó en clase hace unas semanas.
—¿Piensas que no tenemos nada mejor que hacer en la clase de Pociones que escuchar a Snape? —dijo Ron.
Harry tenía la vista fija en Snape. El profesor de pociones claramente recordaba los ingredientes perdidos aquel año…
¿Y si los expulsaban de verdad? Empezaba a estar preocupado.
—Esa poción lo transforma a uno en otra persona. ¡Pensad en ello! Nos podríamos convertir en tres estudiantes de Slytherin. Nadie nos reconocería. Y seguramente Malfoy nos diría algo. Lo más probable es que ahora mismo esté alardeando de ello en la sala común de Slytherin.
— Estáis locos — dijo Malfoy, a quien todo esto le había pillado totalmente por sorpresa.
—Esto del multijugos me parece un poco peligroso —dijo Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Y si nos quedamos para siempre convertidos en tres de Slytherin?
—El efecto se pasa después de un rato —dijo Hermione, haciendo un gesto con la mano como para descartar ese inconveniente—, pero lo realmente difícil será conseguir la receta. Snape dijo que se encontraba en un libro llamado Moste Potente Potions que se encuentra en la Sección Prohibida de la biblioteca.
— Libro que, por otra parte — empezó a hablar Snape fríamente — es imposible que unos alumnos consigan sin permiso de un profesor.
Con ello, parecía querer justificar el haberlo mencionado en clase.
Solamente había una manera de conseguir un libro de la Sección Prohibida: con el permiso por escrito de un profesor.
—Será difícil explicar para qué queremos ese libro si no es para hacer alguna de las pociones.
—Creo —dijo Hermione— que si consiguiéramos dar la impresión de que estábamos interesados únicamente en la teoría, tendríamos alguna posibilidad…
—No te fastidia… ningún profesor se va a tragar eso —dijo Ron—. Tendría que ser muy tonto…
— Oh, no — exclamó la profesora Sprout. Como ella, muchos se dieron cuenta de lo que iba a suceder.
— Espero — dijo McGonagall lentamente, — que el profesor Lockhart no cediera ante vuestra petición.
Harry, Ron y Hermione trataron de parecer inocentes.
— Y yo espero — habló Snape. Su tono de voz hizo que a Harry casi le diera un escalofrío. — Que los ingredientes que fueron robados durante ese curso no tuvieran nada que ver con vosotros, porque de lo contrario…
Los tres se quedaron paralizados. Sabían que, tras leer esto, estarían al borde de la expulsión.
— El capítulo termina ahí — anunció Padma. Cerró el libro y volvió a su lugar, mientras Dumbledore se ponía en pie.
— Hemos acabado por hoy. Pero, antes de que os marchéis, debo recordaros un par de reglas.
Algunos alumnos, que ya habían empezado a levantarse, volvieron a tomar asiento.
— En primer lugar, está prohibido salir del castillo, como bien sabéis — dijo. — En segundo lugar, toda correspondencia será controlada y examinada de forma exhaustiva a partir de mañana.
Se alzaron las protestas. Todos los alumnos llevaban días sin poder escribir ni una sola carta a sus casas, donde muchos padres ya debían estar preocupados.
— Si no tenéis intención de contar nada de lo que está sucediendo aquí — intervino McGonagall — no habrá ningún problema con que la correspondencia sea revisada.
— Eso es todo — anunció Dumbledore. — Podéis marcharos.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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