miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la piedra filosofal, capítulo 10

 Halloween:


El capítulo acaba aquí —les informó Susan antes de marcar la página y volver a su asiento. Dumbledore habló entonces:

¿Quién quiere leer ahora?

Hubo algunos voluntarios, y esta vez el director escogió al profesor Flitwick.

El siguiente capítulo se titula: Halloween.

Hubo murmullos emocionados y Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas, sabiendo lo que ese día significaba.

—Al menos dejaremos de ser unos bordes contigo —comentó Harry por lo bajo.

—Aunque… —intervino Ron, dubitativo. —Si no recuerdo mal… ese día de Halloween no es que fuéramos precisamente…

—Ya —le cortó Hermione. —Lo sé. Va a ser desagradable de leer.

—Lo siento —la sinceridad con la que habló Ron la dejó sin palabras. —Recuerda que todo lo que dije en aquel entonces, ahora no lo diría ni aunque me pagaran.

Hermione lo miró boquiabierta.

—¿Quién eres y qué has hecho con Ron? —hizo amago de tomarle la temperatura con la mano, haciendo que el pelirrojo se apartara, su rostro de un tono rojo brillante. —Estás siendo demasiado… amable.

—Eh, que puedo ser amable —se quejó el chico, haciendo reír a Harry.

Hermione seguía bastante perpleja, pero parecía alegrarle esta nueva actitud de Ron.

Malfoy no podía creer lo que veían sus ojos, cuando vio que Harry y Ron todavía estaban en Hogwarts al día siguiente, con aspecto cansado pero muy alegres.

—Tu plan se fue a la… al garete, se fue al garete —se corrigió Fred cuando vio la mirada de advertencia de su madre. Muchos soltaron una risita. Malfoy seguía manteniendo su cara de póker, pero Harry (después de muchos años de tratar de discernir las reacciones del Slytherin) sabía que estaba molesto, algo que le alegraba mucho.

En realidad, por la mañana Harry y Ron pensaron que el encuentro con el perro de tres cabezas había sido una excelente aventura, y ya estaban preparados para tener otra.

—No, por favor —murmuraba la señora Weasley. —Otra no.

Mientras tanto, Harry le habló a Ron del paquete que había sido llevado de Gringotts a Hogwarts, y pasaron largo rato preguntándose qué podía ser aquello para necesitar una protección así.

Es algo muy valioso, o muy peligroso —dijo Ron.

O las dos cosas —opinó Harry.

Harry y Ron se sintieron orgullosos al notar que los aurores asentían y murmuraban entre sí, claramente de acuerdo con sus deducciones.

Pero como lo único que sabían con seguridad del misterioso objeto era que tenía unos cinco centímetros de largo, no tenían muchas posibilidades de adivinarlo sin otras pistas.

Ni Neville ni Hermione demostraron el menor interés en lo que había debajo del perro y la trampilla. Lo único que le importaba a Neville era no volver a acercarse nunca más al animal.

Neville asintió vigorosamente.

—No me he vuelto a acercar a esa puerta. Y eso que han pasado años —dijo, haciendo reír a muchos.

Hermione se negaba a hablar con Harry y Ron, pero como era una sabihonda mandona, los chicos lo consideraron como un premio.

Hermione le atestó a cada uno un golpe en el brazo, tras lo que, aún en shock y frotándose la zona adolorida, ambos se disculparon por lo bajo.

Lo que realmente deseaban en aquel momento era poder vengarse de Malfoy

Algunos profesores los miraron con severidad, a modo de advertencia. Ambos chicos trataron de parecer lo más inocentes posible. La mirada de Snape era la única que, aparte de lo anterior, también irradiaba odio y rabia.

y, para su gran satisfacción, la posibilidad llegó una semana más tarde, por correo. Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre, la atención de todos se fijó de inmediato en un paquete largo y delgado, que llevaban seis lechuzas blancas. Harry estaba tan interesado como los demás en ver qué contenía, y se sorprendió mucho cuando las lechuzas bajaron y dejaron el paquete frente a él, tirando al suelo su tocino. Se estaban alejando, cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el paquete.

Harry abrió el sobre para leer primero la carta y fue una suerte, porque decía:

NO ABRAS EL PAQUETE EN LA MESA. Contiene tu nueva Nimbus 2.000,

Se escucharon muchas exclamaciones admiradas de parte de aquellos alumnos de entre el cuarto y el primer curso, así como quejas por parte de algunos a quienes no le parecía justo que a Harry le regalaran una escoba.

Por su parte, y ajeno a todo lo demás, Harry sonrió, recordando con toda claridad ese momento. Echaba mucho de menos su Nimbus (lo que no significaba en absoluto que la cambiaría por la Saeta).

pero no quiero que todos sepan que te han comprado una escoba, porque también querrán una. Oliver Wood te esperará esta noche en el campo de quidditch a las siete, para tu primera sesión de entrenamiento.

Profesora McGonagall

Harry tuvo dificultades para ocultar su alegría, mientras le alcanzaba la nota a Ron.

En este momento, no ocultó su alegría mientras le dedicaba una sonrisa a la profesora McGonagall, quien le sonrió de vuelta antes de, rápidamente, poner una expresión neutral.

¡Una Nimbus 2.000! —gimió Ron con envidia—. Yo nunca he tocado ninguna.

Salieron rápidamente del comedor para abrir el paquete en privado, antes de la primera clase, pero a mitad de camino se encontraron con Crabbe y Goyle, que les cerraban el camino. Malfoy le quitó el paquete a Harry y lo examinó.

Más miradas de advertencia cayeron sobre Malfoy, y Harry estaba seguro de que, de poder quitar puntos, McGonagall le habría quitado más de un par a Malfoy en aquel momento.

Es una escoba —dijo, devolviéndoselo bruscamente, con una mezcla de celos y rencor en su cara—. Esta vez lo has hecho, Potter. Los de primer año no tienen permiso para tener una.

Ron no pudo resistirse.

No es ninguna escoba vieja —dijo—. Es una Nimbus 2.000. ¿Cuál dijiste que tenías en casa, Malfoy, una Comet 260? —Ron rió con aire burlón—. Las Comet parecen veloces, pero no tienen nada que hacer con las Nimbus.

Algunos Slytherin miraron mal a Ron, quien los ignoró totalmente. Lo que no pudo ignorar fue la mirada severa de su madre, que le hizo bajar la cabeza y evitar hacer contacto visual con ella.

¿Qué sabes tú, Weasley, si no puedes comprar ni la mitad del palo? —replicó Malfoy—. Supongo que tú y tus hermanos tenéis que ir reuniendo la escoba ramita a ramita.

George ya había abierto la boca para soltarle algo muy feo a Malfoy, pero un gesto de Molly fue suficiente para detenerlo, por lo que se tuvo que contentar con lanzarle a Draco la mirada más fría y llena de asco que pudo.

Antes de que Ron pudiera contestarle, el profesor Flitwick apareció detrás de Malfoy

No os estaréis peleando, ¿verdad, chicos? —preguntó con voz chillona.

Se escucharon algunas risas. El profesor Flitwick, quien había dado un saltito al tener que leer su propio diálogo, se puso un poco rojo.

A Potter le han enviado una escoba, profesor —dijo rápidamente Malfoy.

Sí, sí, está muy bien —dijo el profesor Flitwick, mirando radiante a Harry—. La profesora McGonagall me habló de las circunstancias especiales, Potter. ¿Y qué modelo es?

Por la cara del profesor, tener que leer tus propias palabras en forma de diálogo debía ser lo más extraño del universo. Harry se preguntó qué pasaría si Ron o Hermione (¡o él mismo!) tuvieran que leer. No tenía ninguna intención de descubrirlo.

Una Nimbus 2.000, señor —dijo Harry, tratando de no reír ante la cara de horror de Malfoy—. Y realmente es gracias a Malfoy que la tengo.

Harry y Ron subieron por la escalera, conteniendo la risa ante la evidente furia y confusión de Malfoy.

Muchos en el comedor también reían, aunque algunos callaron al ver la mirada asesina de Snape.

Bueno, es verdad —continuó Harry cuando llegaron al final de la escalera de mármol—. Si él no hubiera robado la Recordadora de Neville, yo no estaría en el equipo...

¿Así que crees que es un premio por quebrantar las reglas? —Se oyó una voz irritada a sus espaldas. Hermione subía la escalera, mirando con aire de desaprobación el paquete de Harry

Pensaba que no nos hablabas —dijo Harry.

Sí, continúa así —dijo Ron—. Es mucho mejor para nosotros.

Hermione se alejó con la nariz hacia arriba.

—En serio, ¿cómo demonios os volvisteis amigos? —preguntó Dean, incrédulo.

—¿Y cómo podéis seguir siéndolo si sois tan diferentes? —preguntó Cho desde el sofá en el que estaba sentada con otros Ravenclaws. A Harry no le gustó nada la mirada que la chica le echaba a Hermione.

—¿Acaso no es obvio? — Luna intervino antes de que ninguno del trío pudiera decir nada. —Se necesitan.

Ante la mirada confusa de más de medio comedor, la chica continuó.

—Ellos son impulsivos y ella piensa demasiado.

—Entonces lo que quieres decir —habló Colin Creevey — ¿es que ella es el freno y ellos el acelerador?

—Supongo —respondió Luna, aunque no tenía mucha pinta de haber entendido del todo la referencia a los coches muggle. Ni ella ni mucha gente en el comedor.

—Habláis como si Hermione no pudiera ser impulsiva —comentó Ron irritado. —Esperad a que leamos la Navidad de ese año y luego me contáis.

Hermione susurró "¡Ron!" al tiempo que le atestaba otro golpe para hacerlo callar. El chico gruñó.

—¿Qué? Si lo van a leer igual, ¿de qué nos sirve ocultarlo? Estamos ya leyendo Halloween, seguramente leamos lo de Navidad hoy o mañana.

Ante eso Hermione no podía discutir, por lo que se contentó con mirarlo mal. Harry no pudo evitar ponerse algo nervioso al ver las miradas atónitas y, en algún caso, horrorizadas, de los profesores al escuchar que Hermione había hecho algo "impulsivo" aquella Navidad. Realmente agradecía la nueva norma de no poder quitar puntos a las casas por cosas que hubieran pasado en los libros. Solo deseaba que hubiera también una norma que impidiera expulsar a los alumnos por cosas que sucedieron hacía años.

Flitwick continuó leyendo, todavía con una expresión de total sorpresa ante la revelación de Ron.

Durante aquel día, Harry tuvo que esforzarse por atender a las clases. Su mente volvía al dormitorio, donde su escoba nueva estaba debajo de la cama, o se iba al campo de quidditch, donde aquella misma noche aprendería a jugar. Durante la cena comió sin darse cuenta de lo que tragaba, y luego se apresuró a subir con Ron, para sacar; por fin, a la Nimbus 2.000 de su paquete.

—Yo no habría aguantado tanto —comentó Lee. Muchos asintieron.

Oh —suspiró Ron, cuando la escoba rodó sobre la colcha de la cama de Harry. Hasta Harry, que no sabía nada sobre las diferencias en las escobas, pensó que parecía maravillosa. Pulida y brillante, con el mango de caoba, tenía una larga cola de ramitas rectas y, escrito en letras doradas: «Nimbus 2.000».

Wood sonreía como si estuvieran describiendo la cosa más hermosa del universo.

Cerca de las siete, Harry salió del castillo y se encaminó hacia el campo de quidditch. Nunca había estado en aquel estadio deportivo. Había cientos de asientos elevados en tribunas alrededor del terreno de juego, para que los espectadores estuvieran a suficiente altura para ver lo que ocurría. En cada extremo del campo había tres postes dorados con aros en la punta. Le recordaron los palitos de plástico con los que los niños muggles hacían burbujas, sólo que éstos eran de quince metros de alto.

Hubo muchas risas entre los hijos de muggles.

—Qué fuerte, ¿por qué nunca lo había pensado? —reía Dean mientras Seamus lo miraba como si le hubiera salido otra cabeza. Hermione también parecía divertida.

—A mí tampoco se me había ocurrido —dijo Dennis Creevey, a lo que su hermano mayor asintió. —¿Te imaginas hacer burbujas con eso? ¡Podríamos meter el castillo dentro!

Fred y George intercambiaron miradas.

—Disculpe, joven Creevey —dijo Fred. —¿Me puede explicar qué son exactamente esos… palos de burbujas?

—Y cómo se mete un castillo dentro —añadió George.

—¡George! —lo regañó Molly. George puso cara de inocente, pero luego siguió cuchicheando con Creevey.

Demasiado deseoso de volver a volar antes de que llegara Wood, Harry montó en su escoba y dio una patada en el suelo. Qué sensación. Subió hasta los postes dorados y luego bajó con rapidez al terreno de juego. La Nimbus 2.000 iba donde él quería con sólo tocarla.

En ese momento, mucha gente en el comedor deseaba poder estar volando en el campo de quidditch.

¡Eh, Potter, baja!

Había llegado Oliver Wood. Llevaba una caja grande de madera debajo del brazo. Harry aterrizó cerca de él.

Muy bonito —dijo Wood, con los ojos brillantes—. Ya veo lo que quería decir McGonagall, realmente tienes un talento natural. Voy a enseñarte las reglas esta noche y luego te unirás al equipo, para el entrenamiento, tres veces por semana.

Abrió la caja. Dentro había cuatro pelotas de distinto tamaño.

Bueno —dijo Wood—. El quidditch es fácil de entender; aunque no tan fácil de jugar. Hay siete jugadores en cada equipo. Tres se llaman cazadores.

—¿Tenemos que leer esto? —interrumpió Pansy Parkinson. —Todos sabemos cómo se juega al quidditch.

Aunque la chica le cayera mal, Harry tenía que admitir que estaba de acuerdo con ella (solo por esta vez). Era como lo de las descripciones de Hogwarts del día anterior: totalmente innecesario.

Se formó un barullo en el comedor al empezar todos a expresar su opinión sobre el tema. El profesor Fliwick miró a Dumbledore, esperando órdenes. Para sorpresa de Harry, el director se levantó de su asiento y se acercó a echarle un vistazo rápido a las siguientes páginas del libro.

—Además de la explicación sobre las reglas del quidditch —dijo —también hay… una mención de lo gran jugador que fue Charles Weasley —Charlie le sonrió a Wood, quien sonrió de vuelta —y una breve práctica con pelotas de golf. Creo que podemos saltarnos estas páginas.

La mayoría de los asistentes parecieron muy aliviados (menos Wood, a quien todo lo que fuera quidditch le parecía relevante). Harry suspiró de alivio, aunque trató de no hacerse muchas ilusiones. No porque se hubieran saltado unas páginas irrelevantes significaba que se saltarían los momentos que preferiría que continuaran siendo personales.

Durante un segundo, como un flash, el encontronazo con el Espejo de Oesed se le pasó por la mente. ¿Podría evitar que leyeran eso? Era demasiado personal.

Mientras él rumiaba estos pensamientos, Flitwick continuó la lectura unas páginas más adelante.

Tal vez fue porque estaba ocupado tres noches a la semana con las prácticas de quidditch, además de todo el trabajo del colegio, la razón por la que Harry se sorprendió al comprobar que ya llevaba dos meses en Hogwarts. El castillo era mucho más su casa de lo que nunca había sido Privet Drive.

Las miradas de pena y los cuchicheos volvieron en todo su esplendor, haciendo que Harry, irritado, mirara fijamente el libro e ignorara a absolutamente todo el mundo.

Sus clases, también, eran cada vez más interesantes, una vez aprendidos los principios básicos.

En la mañana de Halloween se despertaron con el delicioso aroma de calabaza asada flotando por todos los pasillos. Pero lo mejor fue que el profesor Flitwick anunció en su clase de Encantamientos que pensaba que ya estaban listos para empezar a hacer volar objetos, algo que todos se morían por hacer; desde que vieron cómo hacía volar el sapo de Neville.

El profesor parecía muy orgulloso al leer que "lo mejor" de Halloween había sido su clase. Con la voz incluso más chillona de lo normal (algo que hizo reír por lo bajo a muchos) y con mucho entusiasmo, siguió leyendo el capítulo.

El profesor Flitwick puso a la clase por parejas para que practicaran. La pareja de Harry era Seamus Finnigan (lo que fue un alivio, porque Neville había tratado de llamar su atención).

—Lo siento, Neville —se disculpó Harry rápidamente. —Es que ese año…

—No te preocupes —respondió el chico sonriendo amablemente. —Ese año hacía que explotara todo, lo sé.

—Bueno, en realidad… —intervino Ron. —Teniendo en cuenta cómo acabó esa clase, quizá deberías haberte puesto con Neville, Harry.

—¡Hey! —se quejó Seamus. Por la expresión de su rostro, Harry podía ver que Seamus no sabía muy bien si bromear con Ron o no. Definitivamente no se había acabado la tensión entre ellos, aunque la lectura estaba ayudando mucho.

Como Seamus no añadió nada más y Ron tampoco, el profesor siguió leyendo.

Ron, sin embargo, tuvo que trabajar con Hermione Granger. Era difícil decir quién estaba más enfadado de los dos. La muchacha no les hablaba desde el día en que Harry recibió su escoba.

—Oh, no —gimió Ron. —Lo que se acerca no va a ser agradable de leer…

—No me digas —ironizó Hermione, aunque se la veía nerviosa y, aunque jamás lo admitiría en voz alta, algo dolida. Ron parecía no saber dónde meterse, y Harry tenía cada vez más ganas de que se leyera lo del troll para que la tensión entre ellos se esfumara de una vez.

Y ahora no os olvidéis de ese bonito movimiento de muñeca que hemos estado practicando —dijo con voz aguda el profesor; subido a sus libros, como de costumbre —. Agitar y golpear; recordad, agitar y golpear. Y pronunciar las palabras mágicas correctamente es muy importante también, no os olvidéis nunca del mago Baruffio, que dijo «ese» en lugar de «efe» y se encontró tirado en el suelo con un búfalo en el pecho.

Era muy difícil. Harry y Seamus agitaron y golpearon, pero la pluma que debía volar hasta el techo no se movía del pupitre. Seamus se puso tan impaciente que la pinchó con su varita y le prendió fuego, y Harry tuvo que apagarlo con su sombrero.

—Qué bien nos habría venido saber usar aguamenti —comentó Harry mientras se escuchaban algunas risas de fondo. Seamus le sonrió, todavía dudoso sobre cómo actuar después de todo lo sucedido. Al final se decantó por decir:

—Es el hechizo más útil que he aprendido en la vida.

Dean y Ron bufaron, y Harry directamente se rió. Le agradaba ver que, poco a poco, su relación iba a volver a la normalidad.

Ron, en la mesa próxima, no estaba teniendo mucha más suerte.

¡Wingardium leviosa! —gritó, agitando sus largos brazos como un molino.

Se escucharon risas y Ron se puso muy rojo.

Lo estás diciendo mal. —Harry oyó que Hermione lo reñía—. Es Win-gar-dium levi-o-sa, pronuncia gar más claro y más largo.

Dilo, tú, entonces, si eres tan inteligente —dijo Ron con rabia.

Ron gimió, tras lo que Hermione soltó una risita.

Hermione se arremangó las mangas de su túnica, agitó la varita y dijo las palabras mágicas. La pluma se elevó del pupitre y llegó hasta más de un metro por encima de sus cabezas.

¡Oh, bien hecho! —gritó el profesor Flitwick, aplaudiendo—. ¡Mirad, Hermione Granger lo ha conseguido!

—Eso te pasa por abrir la boca —le dijo Fred a Ron, ganándose una mirada asesina.

Al finalizar la clase, Ron estaba de muy mal humor.

No es raro que nadie la aguante —dijo a Harry, cuando se abrían paso en el pasillo—. Es una pesadilla, te lo digo en serio.

Alguien chocó contra Harry. Era Hermione. Harry pudo ver su cara y le sorprendió ver que estaba llorando.

—Ronald… —empezó la señora Weasley, muy enfadada, pero paró al ver que Hermione le sonreía débilmente.

—No se preocupe, señora Weasley. Todo se arregló después. —Miró a Ron durante un momento antes de añadir: —Aunque sí es cierto que Ron actuó como un… como un…

—Adelante —dijo Ron. —Llámame lo que quieras. Me lo gané.

Pero la chica no dijo nada más, algo por lo que Harry se sintió muy aliviado. Puede que Ron estuviera tratando de llevar este asunto de forma madura, pero no sabía cuánto aguantarían los dos antes de volver a pelear.

Creo que te ha oído.

¿Y qué? —dijo Ron, aunque parecía un poco incómodo—. Ya debe de haberse dado cuenta de que no tiene amigos.

Muchos miraron a Hermione con pena, y otros fulminaban con la mirada a Ron. Algunos alumnos incluso cuchicheaban, claramente criticando al menor de los Weasley, quien parecía muy, muy incómodo. Y entonces Harry entendió lo que Hermione debía haber entendido antes: no hacía falta que la señora Weasley, ni nadie, regañara a Ron, porque el trato que iba a recibir por parte de todo el comedor iba a ser castigo suficiente. Y así lo era: Ron tenía la vista fija en el suelo y no parecía tener ninguna intención de levantarla.

Hermione no apareció en la clase siguiente y no la vieron en toda la tarde. De camino al Gran Comedor, para la fiesta de Halloween, Harry y Ron oyeron que Parvati Patil le decía a su amiga Lavender

Ambas chicas saltaron emocionadas al escuchar sus nombres de forma tan inesperada.

que Hermione estaba llorando en el cuarto de baño de las niñas y que deseaba que la dejaran sola. Ron pareció más molesto aún, pero un momento más tarde habían entrado en el Gran Comedor; donde las decoraciones de Halloween les hicieron olvidar a Hermione.

Ella los miró mal, tras lo que Harry se unió a Ron en mirar fijamente el suelo y tratar de no hacer contacto visual con ella.

Mil murciélagos aleteaban desde las paredes y el techo, mientras que otro millar más pasaba entre las mesas, como nubes negras, haciendo temblar las velas de las calabazas. El festín apareció de pronto en los platos dorados, como había ocurrido en el banquete de principio de año.

Harry se estaba sirviendo una patata con su piel, cuando el profesor Quirrell llegó rápidamente al comedor; con el turbante torcido y cara de terror.

Todos lo contemplaron mientras se acercaba al profesor Dumbledore, se apoyaba sobre la mesa y jadeaba:

Un trol... en las mazmorras... Pensé que debía saberlo. Y se desplomó en el suelo.

—¿Qué? —preguntó una chica de primero con los ojos muy abiertos. No era la única que estaba totalmente asombrada.

—Qué guay—Harry escuchó que decía Tonks a Remus. —Cuando yo estudiaba aquí no soltaban trols por Halloween.

—No creo que fuera intencionado —dijo Lupin seriamente, aunque parecía divertirle el entusiasmo de su amiga.

Se produjo un tumulto. Para que se hiciera el silencio, el profesor Dumbledore tuvo que hacer salir varios fuegos artificiales de su varita.

Prefectos —exclamó—, conducid a vuestros grupos a los dormitorios, de inmediato.

Percy estaba en su elemento.

¡Seguidme! ¡Los de primer año, manteneos juntos! ¡No necesitáis temer al trol si seguís mis órdenes! Ahora, venid conmigo. Haced sitio, tienen que pasar los de primer año. ¡Perdón, soy un prefecto!

Se oyeron muchas risas, aunque algunas (las de aquellos a los que la aparición del trol les había sorprendido más) sonaban algo nerviosas. Percy estaba tan rojo que la línea entre su pelo y su cara se difuminaba.

¿Cómo ha podido entrar aquí un trol? —preguntó Harry, mientras subían por la escalera.

No tengo ni idea, parece ser que son realmente estúpidos —dijo Ron—. Tal vez Peeves lo dejó entrar; como broma de Halloween.

Pasaron entre varios grupos de alumnos que corrían en distintas direcciones. Mientras se abrían camino entre un tumulto de confundidos Hufflepuffs, Harry súbitamente se aferró al brazo de Ron.

¡Acabo de acordarme... Hermione!

¿Qué pasa con ella?

No sabe nada del trol.

Ron se mordió el labio.

Oh, bueno —dijo enfadado—. Pero que Percy no nos vea.

—Tenían que haber avisado a un profesor —interrumpió el profesor Snape. —Como siempre, Potter y Weasley rompieron las reglas sin motivo.

—¿Sin motivo? —intervino el profesor Lupin. —Había una alumna en peligro.

—Reitero que…

—Sí, Severus —le cortó Lupin. —En eso estoy de acuerdo. Debían haber avisado a un profesor.

Lanzó a los chicos una mirada que claramente decía "Lo digo de verdad". Ellos trataron de parecer tan inocentes como pudieron, aunque ninguno se arrepentía lo más mínimo.

Se agacharon y se mezclaron con los Hufflepuffs que iban hacia el otro lado, se deslizaron por un pasillo desierto y corrieron hacia el cuarto de baño de las niñas. Acababan de doblar una esquina cuando oyeron pasos rápidos a sus espaldas.

¡Percy! —susurró Ron, empujando a Harry detrás de un gran buitre de piedra. Sin embargo, al mirar; no vieron a Percy, sino a Snape. Cruzó el pasillo y desapareció de la vista.

Muchos miraron a Snape sorprendidos. Otros, con sospecha.

¿Qué es lo que está haciendo? —murmuró Harry—. ¿Por qué no está en las mazmorras, con el resto de los profesores?

Snape dedicó a Harry una de sus miradas más mortíferas.

—Lo que haga un profesor no es de tu incumbencia, Potter.

—Teniendo en cuenta el historial de profesores que tengo —replicó Harry —creo que sí es de mi incumbencia.

Snape, enfurecido, abrió la boca para replicar, pero Dumbledore le interrumpió antes de que pudiera decir nada más.

—Por favor, prosigamos con la lectura —le pidió al profesor Flitwick, quien inmediatamente siguió leyendo. Harry y Snape siguieron mirándose con odio.

No tengo la menor idea.

Lo más silenciosamente posible, se arrastraron por el otro pasillo, detrás de los pasos apagados del profesor.

Se dirige al tercer piso —dijo Harry, pero Ron levantó la mano.

¿No sientes un olor raro?

Harry olfateó y un aroma especial llegó a su nariz, una mezcla de calcetines sucios y baño público que nadie limpia.

Solo con esa descripción Harry y Ron sentían como si volvieran a estar en aquel baño. Muchos alumnos (y algunos adultos) pusieron caras de asco.

Y lo oyeron, un gruñido y las pisadas inseguras de unos pies gigantescos. Ron señaló al fondo del pasillo, a la izquierda. Algo enorme se movía hacia ellos. Se ocultaron en las sombras y lo vieron surgir a la luz de la luna.

Era una visión horrible. Más de tres metros y medio de alto y tenía la piel de color gris piedra, un descomunal cuerpo deforme y una pequeña cabeza pelada. Tenía piernas cortas, gruesas como troncos de árbol, y pies achatados y deformes. El olor que despedía era increíble. Llevaba un gran bastón de madera que arrastraba por el suelo, porque sus brazos eran muy largos.

Algunos alumnos, especialmente los de los años inferiores, estaban algo pálidos. Si esto les parecía mucho, ¿qué pasaría cuando leyeran lo del basilisco en segundo año?

El monstruo se detuvo en una puerta y miró hacia el interior. Agitó sus largas orejas, tomando decisiones con su minúsculo cerebro, y luego entró lentamente en la habitación.

La llave está en la cerradura —susurró Harry—. Podemos encerrarlo allí.

Buena idea —respondió Ron con voz agitada.

Se acercaron hacia la puerta abierta con la boca seca, rezando para que el trol no decidiera salir. De un gran salto, Harry pudo empujar la puerta y echarle la llave.

¡Sí!

—No —gimió Ron.

Animados con la victoria, comenzaron a correr por el pasillo para volver, pero al llegar a la esquina oyeron algo que hizo que sus corazones se detuvieran: un grito agudo y aterrorizado, que procedía del lugar que acababan de cerrar con llave.

Oh, no —dijo Ron, tan pálido como el Barón Sanguinario.

¡Es el cuarto de baño de las chicas! —bufó Harry.

¡Hermione! —dijeron al unísono.

—Menuda puntería —bufó Ernie Macmillan.

Era lo último que querían hacer; pero ¿qué opción les quedaba? Volvieron a toda velocidad hasta la puerta y dieron la vuelta a la llave, resoplando de miedo. Harry empujó la puerta y entraron corriendo.

—¡La encerrasteis con un trol! —exclamó Ginny. —¿Cómo los perdonaste?

—No se dieron cuenta —contestó Hermione. —Además, volvieron a por mí.

Hermione Granger estaba agazapada contra la pared opuesta, con aspecto de estar a punto de desmayarse.

—Lo estaba —confirmó la chica por lo bajo, de forma que solo ellos dos pudieron oírla.

—Yo también —confesó Ron, sacándole una sonrisa a Hermione.

El personaje deforme avanzaba hacia ella, chocando contra los lavamanos.

¡Distráelo! —gritó Harry desesperado y tirando de un grifo, lo arrojó con toda su fuerza contra la pared.

El trol se detuvo a pocos pasos de Hermione. Se balanceó, parpadeando con aire estúpido, para ver quién había hecho aquel ruido. Sus ojitos malignos detectaron a Harry. Vaciló y luego se abalanzó sobre él, levantando su bastón.

Se escucharon gritos ahogados, y Harry vio cómo algunas personas se agarraban a los brazos de sus compañeros, asustados. En serio, ¿qué pasaría cuando se leyera lo del basilisco? ¿O lo de… la tercera prueba? Preferiría no pensarlo, pero no podía evitarlo.

¡Eh, cerebro de guisante! —gritó Ron desde el otro extremo, tirándole una cañería de metal. El ser deforme no pareció notar que la cañería lo golpeaba en la espalda, pero sí oyó el aullido y se detuvo otra vez, volviendo su horrible hocico hacia Ron y dando tiempo a Harry para correr.

El señor Weasley estaba blanco como la cera, y su mujer se mordía las uñas. De hecho, todos los Weasleys miraban el libro casi con ansia, a pesar de saber que Ron estaba sentado a su lado de una pieza. El chico parecía haberse dado cuenta y trataba de ocultar lo contento que estaba al respecto.

¡Vamos, corre, corre! —Harry gritó a Hermione, tratando de empujarla hacia la puerta, pero la niña no se podía mover. Seguía agazapada contra la pared, con la boca abierta de miedo.

Hermione hizo una mueca.

—Imaginad estar tranquilamente en el baño, daros la vuelta y encontraros con esa… cosa.

—A mí me habría dado un ataque al corazón —dijo Neville, sacando algunas risas de entre los Gryffindor que estaban escuchando.

Los gritos y los golpes parecían haber enloquecido al trol. Se volvió y se enfrentó con Ron, que estaba más cerca y no tenía manera de escapar.

Muchos se hicieron hacia delante en sus asientos, completamente metidos en la historia.

Entonces Harry hizo algo muy valiente y muy estúpido:

—¿Sabes? —dijo Ron. —Eso resume muy bien estos últimos cuatro años.

Harry bufó.

corrió, dando un gran salto y se colgó, por detrás, del cuello de aquel monstruo.

—¿Te colgaste del trol? —le preguntó Colin emocionado.

—¡Harry! —le regañó, para su sorpresa, la señora Weasley. —Eso fue una locura, cielo. Te podía haber matado.

Harry no supo qué responder, así que simplemente miró a la señora Weasley de una forma que esperaba que dijera "No había mucho más que pudiera hacer".

La atroz criatura no se daba cuenta de que Harry colgaba de su espalda, pero hasta un ser así podía sentirlo si uno le clavaba un palito de madera en la nariz, pues la varita de Harry todavía estaba en su mano cuando saltó y se había introducido directamente en uno de los orificios nasales del trol.

—Qué asco —gimió Parvati con una mueca.

Chillando de dolor; el trol se agitó y sacudió su bastón, con Harry colgado de su cuello y luchando por su vida. En cualquier momento el monstruo lo destrozaría, o le daría un golpe terrible con el bastón.

Esta vez nadie le dijo a Harry que estaba siendo dramático. De hecho, muchos alumnos seguían en el borde de sus asientos, ansiosos por saber cómo se salvaron los Gryffindor.

Hermione estaba tirada en el suelo, aterrorizada. Ron empuñó su propia varita, sin saber qué iba a hacer; y se oyó gritar el primer hechizo que se le ocurrió:

¡Wingardium leviosa!

—Menudo inútil —se le escuchó decir a Zabini, quien se ganó múltiples miradas asesinas por parte de la población estudiantil.

—Pues no fue tan mala idea —replicó Ron con la cabeza bien alta, a la vez que le hacía un gesto a Flitwick para que siguiera leyendo.

El bastón salió volando de las manos del trol, se elevó, muy arriba, y luego dio la vuelta y se dejó caer con fuerza sobre la cabeza de su dueño. El trol se balanceó y cayó boca abajo con un ruido que hizo temblar la habitación.

Hubo un silencio aturdido antes de que el comedor estallara en aplausos.

—¡Ron! ¡Te cargaste un trol! —gritó Dean. Neville lo miraba con los ojos como platos, así como los gemelos Weasley, quienes tenían la boca abierta. Arthur sonreía, aunque todavía estaba bastante pálido, y Molly parecía haberse quedado sin energía y sonreía débilmente.

—¡Es genial!

—¡Derrotaron al trol!

—¡Y estaban en primero!

—Qué fuerte.

Las exclamaciones de admiración y de sorpresa resonaban por el comedor, haciendo que Ron se sonrojara mucho y que el trío intercambiara miradas, sabiendo que esta no era más que la primera de muchas anécdotas donde sus vidas habían corrido peligro.

Cuando los estudiantes se hubieron calmado (y los profesores: Harry había visto a Hagrid emocionarse mucho y hacer un gesto de victoria con los brazos, y McGonagall todavía estaba tratando de ocultar una sonrisita minutos después) el profesor Flitwick siguió leyendo.

Harry se puso de pie. Le faltaba el aire. Ron estaba allí, con la varita todavía levantada, contemplando su obra.

Hermione fue la que habló primero. —¿Está... muerto?

No lo creo —dijo Harry—. Supongo que está desmayado.

Se inclinó y retiró su varita de la nariz del trol. Estaba cubierta por una gelatina gris.

Puaj... qué asco.

Eso mismo parecía pensar más de la mitad de los asistentes.

La limpió en la piel del trol.

Un súbito portazo y fuertes pisadas hicieron que los tres se sobresaltaran. No se habían dado cuenta de todo el ruido que habían hecho, pero, por supuesto, abajo debían haber oído los golpes y los gruñidos del trol. Un momento después, la profesora McGonagall entraba apresuradamente en la habitación, seguida por Snape y Quirrell, que cerraban la marcha. Quirrell dirigió una mirada al monstruo, se le escapó un gemido y se dejó caer en un inodoro, apretándose el pecho.

De nuevo, el trío intercambió miradas.

—Una cosa… —susurró Hermione. —¿Os habéis dado cuenta de que, quien fuera que escribiera esto, evita referirse a Snape como "profesor Snape"? Y tampoco llama "profesor" a Quirrell, pero a la profesora McGonagall sí.

—Bueno, quien lo haya escrito obviamente sabe todo lo que nosotros sabemos —respondió Harry. —Supongo que tampoco le caen bien ni Snape ni Quirrell.

—De todas formas no se merecen ser llamados profesores —intervino Ron. —Así que mejor así.

Snape se inclinó sobre el trol. La profesora McGonagall miraba a Ron y Harry. Nunca la habían visto tan enfadada. Tenía los labios blancos. Las esperanzas de ganar cincuenta puntos para Gryffindor se desvanecieron rápidamente de la mente de Harry.

Se escucharon risas que devolvieron a los tres amigos a la lectura.

¿En qué estabais pensando, por todos los cielos? —dijo la profesora McGonagall, con una furia helada.

—Qué poético suena —comentó Luna. Ciertamente, así era.

Harry miró a Ron, todavía con la varita levantada —. Tenéis suerte de que no os haya matado. ¿Por qué no estabais en los dormitorios?

Snape dirigió a Harry una mirada aguda e inquisidora. Harry clavó la vista en el suelo. Deseó que Ron pudiera esconder la varita.

Entonces, una vocecita surgió de las sombras.

—Vocecita —Ron soltó una risita. Hermione le atestó otro golpe, aunque estaba sonriendo.

Por favor; profesora McGonagall... Me estaban buscando a mí.

¡Hermione Granger!

Hermione finalmente se había puesto de pie.

Yo vine a buscar al trol porque yo... yo pensé que podía vencerlo, porque, ya sabe, había leído mucho sobre el tema.

Ron dejó caer su varita. ¿Hermione Granger diciendo una mentira a su profesora?

Muchas miradas incrédulas cayeron sobre Hermione, quien, con la cabeza bien alta (aunque ligeramente sonrojada), siguió mirando directamente al profesor Flitwick.

Si ellos no me hubieran encontrado, yo ahora estaría muerta. Harry le clavó su varita en la nariz y Ron lo hizo golpearse con su propio bastón. No tuvieron tiempo de ir a buscar ayuda. Estaba a punto de matarme cuando ellos llegaron.

Harry y Ron trataron de no poner cara de asombro.

Bueno... en ese caso —dijo la profesora McGonagall, contemplando a los tres niños—... Hermione Granger; eres una tonta. ¿Cómo creías que ibas a derrotar a un trol gigante tú sola?

Hermione bajó la cabeza. Harry estaba mudo. Hermione era la última persona que haría algo contra las reglas, y allí estaba, fingiendo una infracción para librarlos a ellos del problema. Era como si Snape empezara a repartir golosinas.

Se escucharon muchas risas, incluida la de Hermione. Snape los fulminó a todos con la mirada.

Hermione Granger, por esto Gryffindor perderá cinco puntos —dijo la profesora McGonagall—. Estoy muy desilusionada por tu conducta. Si no te ha hecho daño, mejor que vuelvas a la torre Gryffindor. Los alumnos están terminando la fiesta en sus casas.

Hermione se marchó.

La profesora McGonagall se volvió hacia Harry y Ron.

Bueno, sigo pensando que tuvisteis suerte, pero no muchos de primer año podrían derrumbar a esta montaña. Habéis ganado cinco puntos cada uno para Gryffindor. El profesor Dumbledore será informado de esto. Podéis iros.

—Encima ganaron puntos —bufó Nott. —Infringieron las normas. Tendrían que haber sido castigados.

—Derrotaron a un trol —replicó Cho Chang. —Merecían aún más puntos.

Flitwick siguió leyendo antes de que se pudiera meter más gente a la discusión.

Salieron rápidamente y no hablaron hasta subir dos pisos. Era un alivio estar fuera del alcance del olor del trol, además del resto.

Tendríamos que haber obtenido más de diez puntos —se quejó Ron.

Cinco, querrás decir; una vez que se descuenten los de Hermione.

Se portó muy bien al sacarnos de este lío —admitió Ron—. Claro que nosotros la salvamos.

No habría necesitado que la salváramos si no hubiéramos encerrado esa cosa con ella —le recordó Harry.

Hubo algunas risas.

Habían llegado al retrato de la Dama Gorda.

Hocico de cerdo —dijeron, y entraron.

La sala común estaba llena de gente y ruidos. Todos comían lo que les habían subido. Hermione, sin embargo, estaba sola, cerca de la puerta, esperándolos. Se produjo una pausa muy incómoda. Luego, sin mirarse, todos dijeron: «Gracias» y corrieron a buscar platos para comer.

Pero desde aquel momento Hermione Granger se convirtió en su amiga. Hay algunas cosas que no se pueden compartir sin terminar unidos, y derrumbar un trol de tres metros y medio es una de esas cosas.

Flitwick terminó de leer con una sonrisa, aunque no más grande que las sonrisas que tenían Harry, Ron y Hermione.

—Aquí termina.

—La verdad es que vuestra amistad empezó de forma muy rara —les sonrió Hannah Abbott. Muchos asintieron, perplejos.

—¿Cómo narices no nos enteramos de nada de esto? —preguntó George.

—No nos cuentas nada —Fred le hizo un puchero a Ron, quien trató de pegarle pero se detuvo al notar la mirada de su madre.

—¿Quién quiere leer ahora? —preguntó Dumbledore. De nuevo, muchos volvieron a levantar la mano. Tras echarle un ojo al título del siguiente capítulo, el director sonrió y dijo: — El señor Oliver Wood leerá el próximo capítulo.

Wood, que no había levantado la mano, lo miró confundido. Dumbledore solo le hizo un gesto para que se levantara y volvió a sentarse en su asiento. Sin entender nada (y sin hacerle mucha gracia tener que leer cuando ni siquiera se había presentado voluntario) Wood caminó hacia el atril y tomó el libro.

—El siguiente capítulo se titula… —se le formó una gran sonrisa — Quidditch.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 




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