Quidditch:
—La verdad es que vuestra amistad empezó de forma muy rara —les sonrió Hannah Abbott. Muchos asintieron, perplejos.
—¿Cómo narices no nos enteramos de nada de esto? —preguntó George.
—No nos cuentas nada —Fred le hizo un puchero a Ron, quien trató de pegarle pero se detuvo al notar la mirada de su madre.
—¿Quién quiere leer ahora? —preguntó Dumbledore. De nuevo, muchos volvieron a levantar la mano. Tras echarle un ojo al título del siguiente capítulo, el director sonrió y dijo: — El señor Oliver Wood leerá el próximo capítulo.
Wood, que no había levantado la mano, lo miró confundido. Dumbledore solo le hizo un gesto para que se levantara y volvió a sentarse en su asiento. Sin entender nada (y sin hacerle mucha gracia tener que leer cuando ni siquiera se había presentado voluntario) Wood caminó hacia el atril y tomó el libro.
—El siguiente capítulo se titula… —se le formó una gran sonrisa — Quidditch.
Muchos, lo más fanáticos del deporte, sonrieron ampliamente.
Cuando empezó el mes de noviembre, el tiempo se volvió muy frío. Las montañas cercanas al colegio adquirieron un tono gris de hielo y el lago parecía de acero congelado.
Algunos se estremecieron, sintiendo escalofríos solo con escuchar la descripción. Definitivamente había gente demasiado sensible y con mucha facilidad para meterse en la historia.
Cada mañana, el parque aparecía cubierto de escarcha. Por las ventanas de arriba veían a Hagrid descongelando las escobas en el campo de quidditch, enfundado en un enorme abrigo de piel de topo, guantes de pelo de conejo y enormes botas de piel de castor.
Iba a comenzar la temporada de quidditch. Aquel sábado, Harry jugaría su primer partido, después de semanas de entrenamiento: Gryffindor contra Slytherin. Si Gryffindor ganaba, pasarían a ser segundos en el campeonato de las casas.
Casi nadie había visto jugar a Harry, porque Wood había decidido que sería su arma secreta.
Wood sonrió con orgullo.
Harry también debía mantenerlo en secreto. Pero la noticia de que iba a jugar como buscador se había filtrado, y Harry no sabía qué era peor: que le dijeran que lo haría muy bien o que sería un desastre.
Era realmente una suerte que Harry tuviera a Hermione como amiga.
Sorprendida, la chica le dedicó una gran sonrisa, que él devolvió.
No sabía cómo habría terminado todos sus deberes sin la ayuda de ella, con todo el entrenamiento de quidditch que Wood le exigía. La niña también le había prestado Quidditch a través de los tiempos, que resultó ser un libro muy interesante.
—Venga ya —se quejó Fred. —El quidditch se juega, no se lee.
Harry se enteró de que había setecientas formas de cometer una falta y de que todas se habían consignado durante los Mundiales de 1473; que los buscadores eran habitualmente los jugadores más pequeños y veloces, y que los accidentes más graves les sucedían a ellos;
—No deberías leer eso antes de tu primer partido —comentó Luna. —Aunque supongo que es mejor estar preparado.
Hermione hizo un esfuerzo para no recordarle que todo lo que estaban leyendo ya había pasado.
que, aunque la gente no moría jugando al quidditch, se sabía de árbitros que habían desaparecido, para reaparecer meses después en el desierto del Sahara.
Algunos alumnos, sorprendidos (y algo asustados) por ese dato, miraron a la señora Hooch como pidiéndole confirmación. Cuando ella asintió, Harry tuvo que reprimir una sonrisa al ver las caras de espanto de muchos alumnos de primero.
Hermione se había vuelto un poco más flexible en lo que se refería a quebrantar las reglas, desde que Harry y Ron la salvaron del monstruo, y era mucho más agradable.
Hermione hizo una mueca, mientras algunos profesores la miraban con sospecha. Por la cara de Umbridge, era demasiado obvio que estaba esperando a que Hermione cometiera cualquier falta para echárselo en cara, como estaba haciendo con Harry.
El día anterior al primer partido de Harry los tres estaban fuera, en el patio helado, durante un recreo, y la muchacha había hecho aparecer un brillante fuego azul, que podían llevar con ellos, en un frasco de mermelada.
Umbridge abrió la boca para decir algo, pero el profesor Flitwick se adelantó.
—Eso es magia bastante avanzada para una alumna de primero. Muy buen trabajo, señorita Granger.
Hermione le sonrió agradecida, y Umbridge decidió guardarse sus palabras.
Estaban de espaldas al fuego para calentarse cuando Snape cruzó el patio. De inmediato, Harry se dio cuenta de que Snape cojeaba. Los tres chicos se apiñaron para tapar el fuego, ya que no estaban seguros de que aquello estuviera permitido.
—No hay ninguna norma contra ello —les informó la profesora McGonagall.
Por desgracia, algo en sus rostros culpables hizo detener a Snape. Se dio la vuelta, arrastrando la pierna. No había visto el fuego, pero parecía buscar una razón para regañarlos.
—¿Qué tienes ahí, Potter?
Era el libro sobre quidditch. Harry se lo enseñó.
—Los libros de la biblioteca no pueden sacarse fuera del colegio —dijo Snape—. Dámelo. Cinco puntos menos para Gryffindor.
—Seguro que se ha inventado esa regla —murmuró Harry con furia, mientras Snape se alejaba cojeando—. Me pregunto qué le pasa en la pierna.
—No sé, pero espero que le duela mucho —dijo Ron con amargura.
Algunos profesores parecieron escandalizados, y muchos Slytherin miraron mal a Ron, quien no dio más señal de haberse dado cuenta que lo rojas que se le habían puesto las orejas.
En la sala común de Gryffindor había mucho ruido aquella noche. Harry, Ron y Hermione estaban sentados juntos, cerca de la ventana. Hermione estaba repasando los deberes de Harry y Ron sobre Encantamientos. Nunca los dejaba copiar («¿cómo vais a aprender?»), pero si le pedían que revisara los trabajos les explicaba las respuestas correctas.
McGonagall miró a Hermione con orgullo, haciendo que la chica sonriera.
Harry se sentía inquieto. Quería recuperar su libro sobre quidditch, para mantener la mente ocupada y no estar nervioso por el partido del día siguiente. ¿Por qué iba a temer a Snape?
—Se me ocurren un par de razones —murmuró Dean, a lo que Neville asintió vigorosamente.
Se puso de pie y dijo a Ron y Hermione que le preguntaría a Snape si podía devolverle el libro.
—Yo no lo haría —dijeron al mismo tiempo, pero Harry pensaba que Snape no se iba a negar, si había otros profesores presentes.
Algunos miraron a Harry como si le hubiera salido otra cabeza.
—¿En serio pensabas que te lo daría? —le preguntó Fred incrédulo. Harry se encogió de hombros.
—Estaba en primero, era inocente.
Bajó a la sala de profesores y llamó. No hubo respuesta. Llamó otra vez. Nada. ¿Tal vez Snape había dejado el libro allí? Valía la pena intentarlo. Empujó un poco la puerta, miró antes de entrar... y sus ojos captaron una escena horrible.
Snape y Filch estaban allí, solos.
Wood arqueó las cejas, antes de que su cara formara una mueca de espanto.
Snape tenía la túnica levantada por encima de las rodillas.
Se hizo el silencio absoluto. El comedor al completo estaba tan horrorizado que nadie parecía capaz de decir nada.
—¡Siga leyendo, Wood! —bufó Snape enfadado. Harry trataba por todos los medios no echarse a reír, aunque una parte de él también estaba horrorizada ante la idea de ver a Snape y Filch juntos. Eso le habría traumatizado más que lo que vio realmente.
Una de sus piernas estaba magullada y llena de sangre. Filch le estaba alcanzando unas vendas.
Fue como si el comedor entero suspirara de alivio al mismo tiempo. Las caras asqueadas y sorprendidas dieron paso a risitas nerviosas y alguna que otra carcajada. Por su parte, Harry, Ron y Hermione estaban agarrándose las costillas y tratando de no reír.
—Esa cosa maldita... —decía Snape—. ¿Cómo puede uno vigilar a tres cabezas al mismo tiempo?
—Oh.
A Harry le sorprendió ver la cantidad de miradas acusadoras que se dirigieron hacia Snape.
Harry intentó cerrar la puerta sin hacer ruido, pero...
—¡POTTER!
El rostro de Snape estaba crispado de furia y dejó caer su túnica rápidamente, para ocultar la pierna herida. Harry tragó saliva.
—Me preguntaba si me podía devolver mi libro —dijo.
—¡FUERA! ¡FUERA DE AQUÍ!
Harry se fue, antes de que Snape pudiera quitarle puntos para Gryffindor. Subió corriendo la escalera.
—¿Lo has conseguido? —preguntó Ron, cuando se reunió con ellos—. ¿Qué ha pasado?
Entre susurros, Harry les contó lo que había visto.
Snape lo fulminó con la mirada.
—¿Sabéis lo que quiere decir? —terminó sin aliento—. ¡Que trató de pasar por donde estaba el perro de tres cabezas, en Halloween! Allí se dirigía cuando lo vimos... ¡Iba a buscar lo que sea que tengan guardado allí! ¡Y apuesto mi escoba a que fue él quien dejó entrar al monstruo, para distraer la atención!
—Casi, pero no —murmuró Ron. —¿No se te hace raro leer esto? Vamos a estar todo el libro con el culpable frente a nuestras narices y sin darnos cuenta.
—Es frustrante, pero al menos al final todo se aclarará.
—Espero que nadie ataque al profesor Snape antes de que lleguemos al final —dijo Hermione preocupada. Ron la miró con los ojos como platos.
—¿Bromeas? ¡Ojalá alguien lo haga!
—Ron, no era el culpable esa vez. Intentaba ayudar a Harry.
—Ya lo sé, pero… ¿y todas esas veces que sí ha sido el culpable? En tercer año, si él no se hubiera inmiscuido, el profesor Lupin habría seguido dando clase —insistió Ron. —¿Y lo de Sirius? Quizá si él nos hubiera escuchado…
—Estoy con Ron —dijo Harry. —Se ha ganado a pulso que la gente lo mire así.
Señaló a su alrededor mientras lo decía. Muchos alumnos miraban al profesor de pociones con desconfianza, y hasta los aurores estaban frunciendo el ceño. Lupin tenía una ceja arqueada y parecía estar disfrutando de la situación, y Snape no parecía estar nada contento.
—Eventualmente se leerá lo que pasó. Mientras tanto… no pasa nada por dejar que crean lo mismo que creímos nosotros —afirmó Ron. Hermione parecía dispuesta a replicar, pero se mordió el labio y, tras unos segundos, asintió y volvió a centrarse en la lectura.
—De todas formas —Harry puso una mano en el hombro de Hermione para llamar su atención. —El encapuchado dijo que estaba prohibido atacar a nadie antes de terminar la lectura, así que no debería haber ningún problema.
Eso pareció dejar más tranquila a la chica.
Hermione tenía los ojos muy abiertos.
—No, no puede ser —dijo—. Sé que no es muy bueno, pero no iba a tratar de robar algo que Dumbledore está custodiando.
—De verdad, Hermione, tú crees que todos los profesores son santos o algo parecido —dijo enfadado Ron—. Yo estoy con Harry. Creo que Snape es capaz de cualquier cosa. Pero ¿qué busca? ¿Qué es lo que guarda el perro?
—Sois unos entrometidos —les regañó el profesor Lupin, aunque sonreía. Los chicos le sonrieron de vuelta.
Harry se fue a la cama con aquellas preguntas dando vueltas en su cabeza. Neville roncaba con fuerza, pero Harry no podía dormir.
Neville se sonrojó y se escucharon algunas risitas.
Trató de no pensar en nada (necesitaba dormir; debía hacerlo, tenía su primer partido de quidditch en pocas horas)
Wood asintió vehementemente, sacándole algunas risas al alumnado.
pero la expresión de la cara de Snape cuando Harry vio su pierna era difícil de olvidar.
Al menos le quedaba ese consuelo a Snape. Potter no había podido dormir bien antes del partido gracias a él.
La mañana siguiente amaneció muy brillante y fría. El Gran Comedor estaba inundado por el delicioso aroma de las salchichas fritas y las alegres charlas de todos, que esperaban un buen partido de quidditch.
—Tienes que comer algo para el desayuno.
—No quiero nada.
—Aunque sea un pedazo de tostada —suplicó Hermione.
—No tengo hambre.
Harry se sentía muy mal. En cualquier momento echaría a andar hacia el terreno de juego.
—Ay, pobrecito.
Harry se sonrojó, sintiendo de nuevo el peso de las miradas femeninas sobre él.
—Harry, necesitas fuerza —dijo Seamus Finnigan—. Los únicos que el otro equipo marca son los buscadores.
—Gracias, Seamus —respondió Harry, observando cómo llenaba de salsa de tomate sus salchichas.
Ambos chicos cruzaron miradas por un momento. Harry asintió rápidamente, en señal de agradecimiento. Seamus le devolvió el gesto.
A las once de la mañana, todo el colegio parecía estar reunido alrededor del campo de quidditch. Muchos alumnos tenían prismáticos. Los asientos podían elevarse pero, incluso así, a veces era difícil ver lo que estaba sucediendo.
Ron y Hermione se reunieron con Seamus y Dean en la grada más alta. Para darle una sorpresa a Harry, habían transformado en pancarta una de las sábanas que Scabbers había estropeado.
Cada vez que se nombraba a Scabbers, Ron hacía una mueca. Definitivamente Harry no era el único que tenía muchas ganas de que se leyera el tercer libro.
Decía: «Potter; presidente», y Dean, que dibujaba bien, había trazado un gran león de Gryffindor. Luego Hermione había realizado un pequeño hechizo y la pintura brillaba, cambiando de color.
—Qué bonito suena —comentó Luna. Dean le sonrió agradecido.
Mientras tanto, en los vestuarios, Harry y el resto del equipo se estaban cambiando para ponerse las túnicas color escarlata de quidditch (Slytherin jugaba de verde).
Wood se aclaró la garganta para pedir silencio.
Lo mismo hizo en el comedor.
—Bueno, chicos —dijo.
—Y chicas —añadió la cazadora Angelina Johnson.
—Y chicas —dijo Wood—. Éste es...
—El grande —dijo Fred Weasley
—El que estábamos esperando —dijo George.
—Nos sabemos de memoria el discurso de Oliver —dijo Fred a Harry—. Estábamos en el equipo el año pasado.
—Callaos los dos —ordenó Wood—. Éste es el mejor equipo que Gryffindor ha tenido en muchos años. Y vamos a ganar.
Les lanzó una mirada que parecía decir: «Si no...».
Hasta el propio Oliver se rió.
—Bien. Ya es la hora. Buena suerte a todos.
Harry siguió a Fred y George fuera del vestuario y, esperando que las rodillas no le temblaran, pisó el terreno de juego entre vítores y aplausos.
El ambiente en el comedor empezaba a parecerse al que había justo antes de un partido real. La emoción parecía contagiarse rápidamente entre el alumnado.
La señora Hooch hacía de árbitro. Estaba en el centro del campo, esperando a los dos equipos, con su escoba en la mano.
—Bien, quiero un partido limpio y sin problemas, por parte de todos —dijo cuando estuvieron reunidos a su alrededor.
Harry notó que parecía dirigirse especialmente al capitán de Slytherin, Marcus Flint, un muchacho de quinto año. Le pareció que tenía un cierto parentesco con el trol gigante.
La mesa de Gryffindor estalló en risas, especialmente por parte de aquellos que habían conocido a Flint. Se escucharon siseos por parte de algunos Slytherin, quienes fueron ignorados totalmente.
Con el rabillo del ojo, vio el estandarte brillando sobre la muchedumbre: «Potter; presidente». Se le aceleró el corazón. Se sintió más valiente.
Dean parecía muy orgulloso de sí mismo, y Harry no pudo evitar sonreír.
—Montad en vuestras escobas, por favor.
Harry subió a su Nimbus 2.000.
La señora Hooch dio un largo pitido con su silbato de plata. Quince escobas se elevaron, alto, muy alto en el aire. Y estaban muy lejos.
—Y la quaffle es atrapada de inmediato por Angelina Johnson de Gryffindor... Qué excelente cazadora es esta joven y, a propósito, también es muy guapa...
—¡JORDAN!
—Lo siento, profesora.
Muchos rieron, y Oliver contempló el libro un instante antes de hacerle una señal a Lee, pidiéndole que se acercara.
No hizo falta que se lo pidiera dos veces. Lee Jordan subió a la tarima entre los aplausos de medio comedor, quienes ya podían ver cuál era la intención de Wood.
Ninguno de los profesores dijo nada al respecto. Es más, el profesor Dumbledore parecía divertirse, aunque Umbridge y Fudge tenían expresiones de hastío. Una vez estuvieron Oliver y Lee frente al libro, Wood siguió leyendo.
El amigo de los gemelos Weasley, Lee Jordan, era el comentarista del partido, vigilado muy de cerca por la profesora McGonagall.
Con el dedo, señaló la línea y Lee siguió con la lectura, utilizando su tono de comentarista habitual.
—Y realmente golpea bien, un buen pase a Alicia Spinnet, el gran descubrimiento de Oliver Wood, ya que el año pasado estaba en reserva... Otra vez Johnson y... No, Slytherin ha cogido la quaffle, el capitán de Slytherin, Marcus Flint se apodera de la quaffle y allá va...
Se escucharon aplausos de parte de algunos Slytherin.
Flint vuela como un águila... está a punto de... no, lo detiene una excelente jugada del guardián Wood de Gryffindor
Wood hizo un gesto de victoria.
y Gryffindor tiene la quaffle...
Aquí está la cazadora Katie Bell de Gryffindor; buen vuelo rodeando a Flint, vuelve a elevarse del terreno de juego y... ¡Aaayyyy!,
Muchos se echaron a reír. Con Lee Jordan comentando el partido, los estudiantes sentían que casi podían ver lo que estaba narrando. La emoción de todos era casi palpable, excepto la de los Slytherin de quinto curso en adelante, quienes sabían que ese partido había acabado mal para ellos.
eso ha tenido que dolerle, un golpe de bludger en la nuca... La quaffle en poder de Slytherin... Adrian Pucey cogiendo velocidad hacia los postes de gol, pero lo bloquea otra bludger, enviada por Fred o George Weasley, no sé cuál de los dos...
Ambos se levantaron e hicieron reverencias, causando que muchos rieran.
bonita jugada del golpeador de Gryffindor, y Johnson otra vez en posesión de la quaffle, el campo libre y allá va, realmente vuela, evita una bludger, los postes de gol están ahí... vamos, ahora Angelina... el guardián Bletchley se lanza... no llega... ¡GOL DE GRYFFINDOR!
Los gritos de los de Gryffindor llenaron el aire frío, junto con los silbidos y quejidos de Slytherin.
Lo mismo sucedía en el comedor. Angelina parecía estar pasándoselo en grande. Wood continuó leyendo.
—Venga, dejadme sitio.
—¡Hagrid!
Ron y Hermione se juntaron para dejarle espacio a Hagrid.
—Estaba mirando desde mi cabaña —dijo Hagrid, enseñando el largo par de binoculares que le colgaban del cuello—. Pero no es lo mismo que estar con toda la gente. Todavía no hay señales de la snitch, ¿no?
—No —dijo Ron—. Harry todavía no tiene mucho que hacer.
—Mantenerse fuera de los problemas ya es algo —dijo Hagrid, cogiendo sus binoculares y fijándolos en la manchita que era Harry.
—Eso no es algo que Potter sepa hacer —comentó la profesora Umbridge con desdén. Para Harry, fue como si le echaran un cubo de agua fría. Prácticamente se le había olvidado que la profesora seguía allí, tan metido como estaba en el partido.
Por encima de ellos, Harry volaba sobre el juego, esperando alguna señal de la snitch. Eso era parte del plan que tenían con Wood.
—Manténte apartado hasta que veas la snitch —le había dicho Wood—. No queremos que ataques antes de que tengas que hacerlo.
Cuando Angelina anotó un punto,
Esta vez fue Angelina quien hizo una señal de victoria.
Harry dio unas volteretas para aflojar la tensión, y volvió a vigilar la llegada de la snitch. En un momento vio un resplandor dorado, pero era el reflejo del reloj de uno de los gemelos Weasley; en otro, una bludger decidió perseguirlo, como si fuera una bala de cañón, pero Harry la esquivó y Fred Weasley salió a atraparla.
—¿Está todo bien, Harry? —tuvo tiempo de gritarle, mientras lanzaba la bludger con furia hacia Marcus Flint.
Lee tomó el relevo y siguió leyendo.
—Slytherin toma posesión —decía Lee Jordan—. El cazador Pucey esquiva dos bludgers, a los dos Weasley y al cazador Bell, y acelera... esperen un momento... ¿No es la snitch?
Siguió Oliver, y Harry tenía que admitir que hacían un buen equipo. Al leer entre los dos, la lectura se estaba haciendo más amena para todos.
Un murmullo recorrió la multitud, mientras Adrian Pucey dejaba caer la quaffle, demasiado ocupado en mirar por encima del hombro el relámpago dorado, que había pasado al lado de su oreja izquierda.
Harry la vio.
En el comedor, era como si la gente hubiera dejado de respirar. Los ojos de todos estaban fijos en el libro.
En un arrebato de excitación se lanzó hacia abajo, detrás del destello dorado. El buscador de Slytherin, Terence Higgs, también la había visto. Nariz con nariz, se lanzaron hacia la snitch... Todos los cazadores parecían haber olvidado lo que debían hacer y estaban suspendidos en el aire para mirar.
Harry era más veloz que Higgs. Podía ver la pequeña pelota, agitando sus alas, volando hacia delante. Aumentó su velocidad y..
Muchos estaban sentados en el borde de sus sillas, emocionados.
¡PUM! Un rugido de furia resonó desde los Gryffindors de las tribunas... Marcus Flint había cerrado el paso de Harry, para desviarle la dirección de la escoba, y éste se aferraba para no caer.
—¡Falta! —gritaron los Gryffindors.
Lo mismo gritaban en el comedor. Los gritos de "Tramposos" y "Siempre igual" tuvieron que ser acallados por la profesora McGonagall, quien lanzó chispas con su varita.
La señora Hooch le gritó enfadada a Flint, y luego ordenó tiro libre para Gryffindor; en el poste de gol. Pero con toda la confusión, la snitch dorada, como era de esperar, había vuelto a desaparecer.
Abajo en las tribunas, Dean Thomas gritaba. —¡Eh, árbitro! ¡Tarjeta roja!
—Esto no es el fútbol, Dean —le recordó Ron—. No se puede echar a los jugadores en quidditch... ¿Y qué es una tarjeta roja?
Dean comenzó a explicárselo por lo bajo, visiblemente emocionado. A Ron no parecía importarle mucho.
Pero Hagrid estaba de parte de Dean.
—Deberían cambiar las reglas. Flint ha podido derribar a Harry en el aire.
A Lee Jordan le costaba ser imparcial.
Lee bufó, claramente de acuerdo, antes de comenzar a leer.
—Entonces... después de esta obvia y desagradable trampa...
Wood hizo su mejor imitación de McGonagall.
—¡Jordan! —lo regañó la profesora McGonagall.
Hubo risas, y Lee siguió con la lectura dramática.
—Quiero decir, después de esta evidente y asquerosa falta...
—¡Jordan, no digas que no te aviso...!
Nadie podía negar que Oliver sabía imitar a McGonagall. Incluso la propia profesora sonreía, divertida. Cuando las risas se apagaron, Lee continuó leyendo.
—Muy bien, muy bien. Flint casi mata al buscador de Gryffindor, cosa que le podría suceder a cualquiera, estoy seguro, así que penalti para Gryffindor; la coge Spinnet, que tira, no sucede nada, y continúa el juego, Gryffindor todavía en posesión de la pelota.
Wood tomó el relevo.
Cuando Harry esquivó otra bludger, que pasó peligrosamente cerca de su cabeza, ocurrió. Su escoba dio una súbita y aterradora sacudida.
—¿Qué? —exclamó un alumno de segundo. —¿Eso es normal?
—Yo diría que no —le respondió la chica que estaba sentada junto a él, cuya expresión denotaba preocupación.
Durante un segundo pensó que iba a caer. Se aferró con fuerza a la escoba con ambas manos y con las rodillas. Nunca había experimentado nada semejante.
Sucedió de nuevo. Era como si la escoba intentara derribarlo. Pero las Nimbus 2.000 no decidían súbitamente tirar a sus jinetes. Harry trató de dirigirse hacia los postes de Gryffindor para decirle a Wood que pidiera una suspensión del partido, y entonces se dio cuenta de que su escoba estaba completamente fuera de control. No podía dar la vuelta. No podía dirigirla de ninguna manera. Iba en zigzag por el aire y, de vez en cuando, daba violentas sacudidas que casi lo hacían caer.
La emoción que inundaba el comedor se convirtió en aprensión, a pesar de que todos sabían que Harry seguía vivo.
Lee seguía comentando el partido.
Lo mismo hizo en el presente.
—Slytherin en posesión... Flint con la quaffle... la pasa a Spinnet, que la pasa a Bell... una bludger le da con fuerza en la cara, espero que le rompa la nariz (era una broma, profesora),
Algunos rieron. Ninguno de ellos era Slytherin.
Slytherin anota un tanto, oh, no...
Lee examinó la página por un momento antes de hacerle una seña a Wood y regresar a su asiento, donde lo recibieron con risas y palmas en la espalda.
Los de Slytherin vitoreaban. Nadie parecía haberse dado cuenta de la conducta extraña de la escoba de Harry Lo llevaba cada vez más alto, lejos del juego, sacudiéndose y retorciéndose.
—No sé qué está haciendo Harry —murmuró Hagrid. Miró con los binoculares —. Si no lo conociera bien, diría que ha perdido el control de su escoba... pero no puede ser...
Harry le sonrió a Hagrid.
De pronto, la gente comenzó a señalar hacia Harry por encima de las gradas. Su escoba había comenzado a dar vueltas y él apenas podía sujetarse. Entonces la multitud jadeó. La escoba de Harry dio un salto feroz y Harry quedó colgando, sujeto sólo con una mano.
Aunque ya se había dado cuenta de lo mucho que la gente se metía en la lectura, a Harry no pudo evitar sorprenderle lo ansiosos que estaban algunos alumnos, especialmente los de primero y segundo.
—¿Le sucedió algo cuando Flint le cerró el paso? —susurró Seamus.
—No puede ser —dijo Hagrid, con voz temblorosa—. Nada puede interferir en una escoba, excepto la poderosa magia tenebrosa... Ningún chico le puede hacer eso a una Nimbus 2.000.
Ante esas palabras, Hermione cogió los binoculares de Hagrid, pero en lugar de enfocar a Harry comenzó a buscar frenéticamente entre la multitud.
—¿Qué haces? —gimió Ron, con el rostro grisáceo.
—Lo sabía —resopló Hermione—. Snape... Mira.
Ron cogió los binoculares. Snape estaba en el centro de las tribunas frente a ellos. Tenía los ojos clavados en Harry y murmuraba algo sin detenerse.
El Gran Comedor estaba en completo silencio. El profesor Snape también se mantuvo callado a pesar de los cientos de miradas acusadoras que estaba recibiendo. Algunos alumnos parecían estar muy sorprendidos, e incluso había Slytherins de primer y segundo año que se habían puesto muy pálidos. Su primer impulso al ver a esos alumnos tan afectados fue abrir la boca para decir la verdad, pero decidió callarse en el último segundo.
—Está haciendo algo... Mal de ojo a la escoba —dijo Hermione. —¿Qué podemos hacer?
—Déjamelo a mí.
Snape entrecerró los ojos por un momento antes de abrirlos en una mueca de comprensión, inmediatamente seguida por una oleada de furia al darse cuenta de quién fue culpable del fuego.
Antes de que Ron pudiera decir nada más, Hermione había desaparecido. Ron volvió a enfocar a Harry. La escoba vibraba tanto que era casi imposible que pudiera seguir colgado durante mucho más tiempo. Todos miraban aterrorizados, mientras los Weasley volaban hacía él, tratando de poner a salvo a Harry en una de las escobas.
Molly, que estaba muy pálida, sonrió débilmente a los gemelos.
Pero aquello fue peor: cada vez que se le acercaban, la escoba saltaba más alto. Se dejaron caer y comenzaron a volar en círculos, con el evidente propósito de atraparlo si caía.
Marcus Flint cogió la quaffle y marcó cinco tantos sin que nadie lo advirtiera.
—Tramposo —resopló Angelina.
—Vamos, Hermione —murmuraba desesperado Ron.
Hermione había cruzado las gradas hacia donde se encontraba Snape y en aquel momento corría por la fila de abajo. Ni se detuvo para disculparse cuando atropelló al profesor Quirrell y,
El trio intercambió miradas.
cuando llegó donde estaba Snape, se agachó, sacó su varita y susurró unas pocas y bien elegidas palabras.
Unas llamas azules salieron de su varita y saltaron a la túnica de Snape.
Se escucharon exclamaciones de sorpresa y alarma. Snape parecía estar a punto de explotar.
El profesor tardó unos treinta segundos en darse cuenta de que se incendiaba. Un súbito aullido le indicó a la chica que había hecho su trabajo. Atrajo el fuego, lo guardó en un frasco dentro de su bolsillo y se alejó gateando por la tribuna.
Tras unos segundos de silencio sepulcral, alguien soltó un "¡Guau!" que desencadenó una oleada de exclamaciones, tanto a favor de Hermione como en contra. Muchos parecían indignados por el hecho de que le hubiera hecho algo así a un profesor mientras que otros parecían estar pasándoselo en grande, y algunos incluso felicitaron a Hermione, que no sabía dónde meterse.
Snape explotó.
—200 puntos menos para Gryffindor —El profesor no solo estaba furioso, estaba lívido.
—Lo siento, Severus, pero la regla de no quitar puntos a las casas por cosas del pasado sigue en pie —replicó Dumbledore.
—¿Y va a permitir que Granger se vaya de rositas? —le espetó Snape. —Trató de quemar a un profesor. Quemó mi túnica.
—Lo sé, y será castigada por ello —el director dirigió una mirada severa a Hermione, que se encogió ligeramente en su asiento. Todo el comedor estaba pendiente de la conversación. —No es correcto atacar a un profesor, pero las circunstancias hacen que sus actos sean comprensibles.
—¿COMPRENSIBLES? —estalló Snape. —¡¿Desde cuándo es comprensible quemar a un profesor?!
—Si es para salvar una vida —los ojos de Dumbledore se detuvieron por una milésima de segundo en Harry, antes de apartarse y volver a mirar a Snape. —No estoy justificando las acciones de la señorita Granger. Sin embargo, ya que disponemos del contexto en el que se produjo la falta, creo que es necesario tenerlo en cuenta. La joven consideraba que tú, Severus, estabas tratando de herir, incluso matar, a un estudiante. Por tanto, sus acciones son comprensibles, si bien probablemente no fue el modo de actuar más correcto.
Snape no parecía más calmado. Al contrario, parecía tener muchas ganas de estrangular al director. Sin embargo, una mirada severa de Dumbledore hizo que se forzara a respirar hondo y retomara su asiento, blanco de ira.
Por su parte, Hermione estaba al borde de las lágrimas, pero mantenía su expresión serena, como una criminal que hubiera aceptado su condena.
—Hablaremos de las consecuencias de sus actos más tarde, señorita Granger —McGonagall dio por cerrada la discusión y le hizo una seña a Wood para que continuara leyendo. El comedor al completo estaba sumido en silencio tenso, y Umbridge parecía contenta. A Harry se le revolvió el estómago solo con verla sonreír.
Snape nunca sabría lo que le había sucedido.
La ironía de esa frase no pasó desapercibida para nadie. Snape bufó, y Hermione, cabizbaja, no se atrevió a mirar a nadie. Discretamente y sin mover sus ojos de Wood y el libro, Ron le tomó la mano. La chica le devolvió el apretón, agradecida.
Fue suficiente. Allí arriba, súbitamente, Harry pudo subir de nuevo a su escoba.
La tensión aumentó ligeramente al darse cuenta muchos estudiantes de lo mismo que el trío había notado en aquel entonces: la maldición sobre la escoba de Harry había parado cuando Snape se había distraído.
—¡Neville, ya puedes mirar! —dijo Ron. Neville había estado llorando dentro de la chaqueta de Hagrid aquellos últimos cinco minutos.
Nadie rió, tan sumidos que estaban en el misterio que tenían delante. Harry le sonrió a Neville, quien le devolvió tímidamente una sonrisa.
Harry iba a toda velocidad hacia el terreno de juego cuando vieron que se llevaba la mano a la boca, como si fuera a marearse. Tosió y algo dorado cayó en su mano.
—¡Tengo la snitch! —gritó, agitándola sobre su cabeza; el partido terminó en una confusión total.
Esa misma confusión se reflejaba en las caras de los estudiantes que no habían estado allí ese día.
—No es que la haya atrapado, es que casi se la traga —todavía gritaba Flint veinte minutos más tarde. Pero aquello no cambió nada. Harry no había faltado a ninguna regla y Lee Jordan seguía proclamando alegremente el resultado. Gryffindor había ganado por ciento setenta puntos a sesenta.
Mientras los Gryffindor parecían bastante orgullosos de la extraña hazaña de su buscador, los Slytherin lo fulminaban con la mirada.
Pero Harry no oía nada. Tomaba una taza de té fuerte, en la cabaña de Hagrid, con Ron y Hermione.
—Era Snape —explicaba Ron—. Hermione y yo lo vimos. Estaba maldiciendo tu escoba. Murmuraba y no te quitaba los ojos de encima.
Las sospechas de muchos —y, en algunos casos, la absoluta certeza de otros —de que Snape realmente había tratado de matar a Harry aumentaron al notar todos que el profesor no trataba de defenderse. De hecho, Snape estaba sentado con los brazos y piernas cruzados, todavía blanco de ira. A Harry le recordó ligeramente a un niño enfurruñado, y tuvo que esconder una risita al imaginarse lo que diría el profesor si pudiera leerle la mente.
Para su sorpresa, Snape eligió precisamente ese momento para fulminarlo con la mirada, por lo que Harry inmediatamente comenzó a pensar en otra cosa. Por si acaso.
—Tonterías —dijo Hagrid, que no había oído una palabra de lo que había sucedido—. ¿Por qué iba a hacer algo así Snape?
Harry, Ron y Hermione se miraron, preguntándose qué le iban a decir. Harry decidió contarle la verdad.
—Descubrimos algo sobre él —dijo a Hagrid—. Trató de pasar ante ese perro de tres cabezas, en Halloween. Y el perro lo mordió. Nosotros pensamos que trataba de robar lo que ese perro está guardando.
Hagrid dejó caer la tetera. —¿Qué sabéis de Fluffy? —dijo.
—¿Fluffy?
Una gran cantidad de estudiantes miraron a Hagrid como si estuviera loco.
—¿Cómo puede llamar Fluffy a esa… cosa? —le susurró Dean a Seamus, quien se encogió de hombros.
—Ajá... Es mío... Se lo compré a un griego que conocí en el bar el año pasado... y se lo presté a Dumbledore para guardar...
McGonagall fulminó a Hagrid con la mirada, haciendo que el guardabosques se pusiera totalmente rojo.
—¿Sí? —dijo Harry con nerviosismo.
—Bueno, no me preguntéis más —dijo con rudeza Hagrid—. Es un secreto.
—Pero Snape trató de robarlo.
—Tonterías —repitió Hagrid—. Snape es un profesor de Hogwarts, nunca haría algo así.
—Entonces ¿por qué trató de matar a Harry? —gritó Hermione. Los acontecimientos de aquel día parecían haber cambiado su idea sobre Snape. —Yo conozco un maleficio cuando lo veo, Hagrid. Lo he leído todo sobre ellos. ¡Hay que mantener la vista fija y Snape ni pestañeaba, yo lo vi!
La mayoría del cuerpo estudiantil parecía estar de acuerdo con Hermione, a juzgar por sus expresiones y las cosas que susurraban. Solo la zona de Slytherin parecía tener algo de confianza en el profesor de pociones, aunque ni siquiera todas las serpientes estaban completamente seguras de su inocencia. También en la zona de Slytherin se escuchaban susurros.
—Os digo que estáis equivocados —dijo ofuscado Hagrid—. No sé por qué la escoba de Harry reaccionó de esa manera... ¡Pero Snape no iba a tratar de matar a un alumno! Ahora, escuchadme los tres, os estáis metiendo en cosas que no os conciernen y eso es peligroso.
—Por fin alguien les dice eso —dijo la señora Weasley aliviada.
Olvidaos de ese perro y olvidad lo que está vigilando. En eso sólo tienen un papel el profesor Dumbledore y Nicolás Flamel...
—¡Ah! —dijo Harry—. Entonces hay alguien llamado Nicolás Flamel que está involucrado en esto, ¿no?
Hagrid pareció enfurecerse consigo mismo.
La señora Weasley suspiró.
—Aquí termina el capítulo —dijo Wood antes de dejar el libro en la tarima y volver a su asiento.
Dumbledore se levantó.
—Bueno, creo que va siendo hora de hacer un pequeño descanso. Por favor, todos en pie.
Cuando todo el mundo se hubo levantado, Dumbledore hizo un par de movimientos con su varita y las mesas de las casas volvieron a aparecer. No habían pasado ni diez segundos antes de que el almuerzo apareciera sobre ellas.
Algunos alumnos de Hufflepuff se acercaron a las puertas, pero, una vez más, el director fue más rápido.
—Lo siento —les sonrió —pero hay ciertos asuntos que necesitan ser resueltos urgentemente.
Acto seguido, hizo un gesto a McGonagall y a Snape, así como a Hermione, para que lo siguieran.
Hermione miró con pánico a Harry y Ron, quien todavía le sostenía la mano.
—Vamos contigo —dijo Harry inmediatamente. —Te has metido en este lío por intentar salvarme, así que no pueden decirme que no es asunto mío.
Los tres amigos se levantaron y siguieron a los profesores fuera del comedor. Solamente Snape pareció molesto con la presencia de Harry y Ron.
Caminaron sin decir palabra hasta llegar al despacho de Dumbledore, donde Harry pudo suspirar aliviado. Durante todo el camino había sentido en la nuca un cosquilleo, como si alguien estuviera observándolo. Supuso que sería alguno de los encapuchados. (Y eso le llevó a preguntarse de nuevo cuántos habría.)
El profesor Dumbledore tomó asiento tras su escritorio e hizo aparecer una butaca para la profesora McGonagall y otra para Snape, quien se negó a sentarse. Hermione tomó la otra silla disponible, y Harry y Ron prefirieron quedarse de pie. Honestamente, a Harry no le hacía ninguna gracia estar en ese despacho, principalmente porque todavía estaba enfadado con el director por ignorarle todo el año. Incluso ahora que estaban leyendo libros sobre su vida parecía que Dumbledore se negaba a mirarle directamente. De hecho, el director no le había mirado durante toda la conversación que habían tenido el día que llegaron los libros. Harry suponía que tenía que estar agradecido de que el hombre le dirigiera la palabra, porque ni eso había estado haciendo antes de que todo el tema de los libros del futuro apareciera.
—Es necesario zanjar el asunto del… incidente en aquel partido de quidditch —empezó Dumbledore, sacando a Harry de sus (deprimentes) pensamientos.
—Estará de acuerdo conmigo, señor director —intervino Snape —en que tratar de quemar a un profesor es motivo de expulsión inmediata.
Hermione tragó saliva. Ron abrió la boca para defenderla, pero Harry le dio un codazo en las costillas.
—Así es—respondió Dumbledore, quien miraba un punto fijo de la mesa. —Sin embargo, en esta ocasión nadie ha tratado de quemar a un profesor.
Antes de que Snape pudiera responder, el director lo calló con un gesto de la mano. —La señorita Granger prendió fuego a tu capa, sí. Pero también recogió ese mismo fuego en un frasco antes de que pudiera siquiera tocar tu piel, Severus.
—También hay que tener en cuenta los motivos de Granger —comentó la profesora McGonagall. Si bien miraba a Hermione de forma severa, no se la veía enfadada. —A pesar de que creía que estabas tratando de asesinar a un alumno, no quiso hacerte daño, solo distraerte.
—¿VAIS A PERMITIR QUE QUEDE IMPUNE? —vociferó Snape.
—No, Severus —Dumbledore lo miró fijamente. —Pero tampoco podemos expulsar a un alumno por hacer algo que, no solo no perjudicó a nadie, sino que salvó la vida de alguien.
Le lanzó una mirada penetrante, instándole a recordar exactamente todo lo que había provocado la pequeña estrategia de Hermione.
Ante eso, Snape no pudo decir nada más. Entonces Dumbledore se dirigió directamente a la profesora McGonagall.
—Como jefa de la casa Gryffindor, te corresponde elegir el castigo adecuado para la señorita Granger —miró a Hermione por un momento. Sus ojos sonreían. —Después de todo, si bien sus actos tuvieron consecuencias muy buenas, prender fuego a la túnica de un profesor no era la única forma de resolver el asunto.
—Te quedarás aquí y copiarás líneas —decidió la profesora. —"En caso de emergencia avisaré a un profesor." Trescientas veces.
Hermione asintió, todavía nerviosa pero muy aliviada.
—Habiendo resuelto este asunto, creo que será mejor que salgamos y dejemos a la señorita Granger trabajar —dijo Dumbledore mientras se levantaba. Hizo una floritura con la varita y un trozo de pergamino apareció delante de Hermione, así como una pluma y tinta.
—¿No se supone que no podemos separarnos? —intervino McGonagall.
—No creo que haya ningún problema en esta ocasión, Minerva.
Snape fue el primero en salir, obviamente todavía enfurecido. McGonagall le siguió, y Dumbledore cerró las puertas del despacho, no sin antes guiñarle un ojo a Ron. A Harry, como ya era costumbre, ni siquiera lo miró.
Una vez se hubieron marchado los profesores, los tres amigos suspiraron de alivio.
—Madre mía —dijo Ron, dejándose caer en la silla que había desocupado McGonagall. —Si se ponen así por lo de la túnica, cuando lean lo del dragón nos van a expulsar a todos.
—No creo que lo hagan —respondió Harry. —Solo le han dado importancia a lo del fuego porque se trata de Snape. Con Norberto no atacamos a nadie.
—Más bien al contrario —resopló Ron. —Ese bicho me atacó a mí.
Hermione estaba muy concentrada y escribía a toda velocidad. Ni siquiera miró cuando apareció un plato lleno de empanadillas y un par de jarras con zumo de calabaza y agua.
Harry cogió una empanada y, mientras la mordía, se dedicó a mirar a su alrededor. Se le hacía raro estar en el despacho del director sin el propio Dumbledore. Lo bueno es que eso le permitía mirar más detenidamente todos los cachivaches extraños que poseía el viejo mago.
Fue entonces cuando los vio. Acomodados en orden detrás del escritorio de Dumbledore se encontraban cinco libros en cuyo lomo, en letras doradas, se podía leer Harry Potter. Dio un paso antes de parar en seco, dudando por un instante.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, quien ya iba por su tercera empanada. Hermione levantó la mirada de su pergamino. Harry les señaló los libros antes de dejar su media empanada en el plato y dirigirse hacia ellos.
—Harry, espera —dijo Hermione. —Ya estamos metidos en bastantes líos como para encima añadir más a la lista.
—Vamos a leerlos de todas formas —razonó Harry. —Además, cuentan mi vida. ¿Acaso no tengo derecho a leerlos?
—Tiene razón, Hermione —le defendió Ron, quien había terminado rápido su comida y miraba los libros con interés. —Lo justo habría sido que Harry los leyera antes que nadie. No se hizo así por falta de tiempo. No pasará nada porque echemos una ojeadita….
Hermione se mordió el labio. Harry podía ver lo mucho que le estaba costando a la chica decir que no a leer los libros del futuro. Sinceramente, dijera lo que dijera iba a leerlos, pero aun así se alegró cuando la chica asintió, visiblemente nerviosa pero decidida.
En dos zancadas Harry llegó al mueble donde estaban colocados los libros. Podía ver el hueco donde el primer libro debía estar, pero se sorprendió al darse cuenta de que había otro hueco al final de la hilera. Tampoco estaba el séptimo libro.
—¿Cuál cogemos? —preguntó Ron con entusiasmo.
—O el quinto o el sexto —respondió Hermione rápidamente. —Si coges el quinto, lee solo el final.
Harry estuvo a punto de hacer exactamente eso, pero un impulso le llevó a coger el sexto libro. Lo abrió por una página al azar, conteniendo la respiración, y comenzó a leer para sí mismo.
—Creo que «nada» ha ido a la parte de atrás a buscar más whisky de fuego — ironizó Hermione.
Ron ignoró la pulla y se puso a beber su cerveza de mantequilla a pequeños sorbos, sumido en lo que sin duda consideraba un silencio digno. Por su parte, Harry pensaba en Sirius y en que éste, de cualquier modo, detestaba aquellas copas de plata. Hermione tamborileaba con los dedos en la mesa y su mirada iba de la barra a Ron una y otra vez.
Harry no entendía absolutamente nada. Suponía que él, Ron y Hermione estaban en Hogsmeade, pero… ¿qué importaban las copas de plata de Sirius? ¿Y qué narices quería decir Hermione?
—Léelo en voz alta —pidió Hermione. Harry negó con la cabeza.
—Así iré más rápido. Luego os lo resumo.
Tan pronto Harry apuró el último sorbo de cerveza, Hermione propuso regresar al colegio. Los dos chicos asintieron; la excursión había sido un fracaso y el tiempo empeoraba. Volvieron a ceñirse las capas, enrollarse las bufandas y ponerse los guantes; luego salieron del pub detrás de Katie Bell y de una amiga suya y enfilaron la calle principal.
A Harry le dio una punzada de nerviosismo al darse cuenta de que nada de eso había ocurrido. Por primera vez desde que empezaron a leer los libros, se dio cuenta de que iban a leer el futuro. Ahora más que nunca le parecía estúpido dedicar tanto tiempo a leer el pasado, a pesar de que entendía las razones para hacerlo.
Con un nudo en el estómago debido a la emoción, siguió leyendo tan rápido como pudo.
Mientras avanzaba con dificultad por la nieve semiderretida que cubría el camino de Hogwarts, Harry pensó en Ginny, con quien no se habían encontrado. Supuso que habría ido con Dean al salón de té de Madame Pudipié; lo más probable es que pasaran la tarde bien calentitos, guarecidos en el refugio de las parejas felices.
¿Qué qué? ¿Ginny y Dean eran pareja? ¿Desde cuándo se hablaban siquiera? ¿Y Ginny había cortado con Corner?
Con gesto ceñudo, agachó la cabeza para protegerse de los remolinos de aguanieve y siguió avanzando trabajosamente.
Vale, eso era más raro. ¿Por qué parecía que le molestaba que Ginny y Dean estuvieran juntos? No tenía sentido.
Tardó un rato en darse cuenta de que las voces de Katie Bell y su amiga, que el viento arrastraba hasta él, se oían más fuertes y chillonas. Harry escudriñó sus figuras, que apenas lograba distinguir. Las dos chicas discutían acerca de un paquete que Katie llevaba.
—¡No es asunto tuyo, Leanne! —exclamó Katie, antes de que ambas desaparecieran tras un recodo del camino.
Fuertes ráfagas de aguanieve golpeaban a Harry y le empañaban las gafas. Al doblar el recodo fue a secárselas, pero en ese preciso instante vio que Leanne intentaba quitarle a Katie el paquete, ésta trataba de recuperarlo y en el forcejeo el paquete caía al suelo.
De inmediato, Katie se elevó por los aires,
Harry pegó un respingo, haciendo saltar a Ron y Hermione, que inmediatamente empezaron a hacer preguntas. Él los mandó a callar.
pero no como había hecho Ron (cómicamente suspendido por un tobillo),
¿Que Ron qué?
sino con gracilidad y con los brazos extendidos, como a punto de echar a volar. Sin embargo, en su postura había algo extraño, algo estremecedor… La ventisca le alborotaba el cabello y tenía los ojos cerrados y el rostro inexpresivo. Harry, Ron, Hermione y Leanne se detuvieron en seco, estupefactos.
Entonces, cuando estaba a casi dos metros del suelo, Katie soltó un chillido aterrador y abrió los ojos. Sin duda lo que veía o sentía le producía una tremenda angustia. No paraba de chillar. Leanne empezó a gritar también, y la agarró por los tobillos intentando bajarla al suelo. Los demás se precipitaron a ayudarla, y cuando lograron cogerla por las piernas Katie se les vino encima. Los dos chicos consiguieron atraparla, pero Katie se retorcía violentamente y apenas lograban sujetarla. La tumbaron…
La puerta del despacho se abrió de golpe, haciendo que los tres chicos saltaran. A Harry se le cayó el libro al suelo.
En la puerta se encontraba uno de los encapuchados.
—¿Qué has leído? —preguntó, de nuevo con esa voz encantada que Harry empezaba a odiar.
—Eh…
—No deberías haber hecho eso —replicó el encapuchado antes de que Harry pudiera siquiera comenzar a ordenar sus pensamientos. Lo que acababa de leer lo había dejado de piedra. Estaba sudando frío.
—¿Y bien? —insistió el desconocido.
—Era el sexto libro —le informó Hermione con voz queda. —Pero Ron y yo no sabemos qué…
—Katie —respondió Harry. Tuvo que aclararse la garganta antes de poder continuar. —Ron, Hermione y yo salíamos de Las Tres Escobas, y Katie y una amiga suya iban delante. Katie tenía un paquete… su amiga, Leanne, intentaba quitárselo, pero Katie se negaba, y entonces…
—Ya veo —dijo el encapuchado. —¿Hasta dónde has leído?
—Creo que había una maldición en el paquete… Katie… —tragó saliva. —Salió volando. Se quedó flotando, y entonces empezó a gritar. Y Leanne trató de bajarla, pero al tocarla también empezó a gritar. Y luego cayó.
Hermione y Ron lo miraban horrorizados. El encapuchado bajó ligeramente la cabeza.
—Si no has leído nada más, podéis iros. Pero ni se os ocurra volver a intentarlo.
—No podemos irnos —intervino Hermione tras unos segundos de silencio. —Tengo que copiar unas líneas.
El encapuchado se acercó a la mesa y leyó el pergamino donde Hermione había comenzado a escribir "En caso de emergencia avisaré a un profesor".
—¿Cuántas veces?
—Trescientas.
Entonces el desconocido sacó su varita, tocó el papel con la punta y susurró algo. Segundos después había exactamente trescientas frases escritas. A Harry le sorprendió ver que no eran todas iguales, sino que realmente parecían escritas a mano una a una.
—No sé si…
—Solo dale las gracias —le instó Ron.
—Pero… bueno, gracias.
—Sé que estarías más tranquila si las hubieras copiado de verdad —Harry estaba seguro de que el encapuchado (¿o encapuchada?) estaba sonriendo. —Pero os quiero fuera del despacho. Ya.
Los cuatro salieron rápidamente.
—Que sepáis que el único motivo por el que os han dejado solos es porque, si hay alumnos que no informarán a nadie sobre lo que está sucediendo aquí, sois vosotros. No abuséis de esa confianza.
Harry se habría sentido mal por las palabras del encapuchado si no fuera porque lo que acababa de leer le hacía sentir aún peor. ¿Se recuperaría Katie? ¿Y si no lo hacía? ¿Y si la maldición era demasiado fuerte? No quería pensarlo, pero con la forma en la que había sido descrita la escena… no podía dejar de imaginarlo.
Enseguida llegaron a las puertas del comedor, donde el encapuchado se despidió de ellos con un corto "Hasta otra". Los tres entraron y fueron a sentarse en la mesa de Gryffindor, evitando las miradas de muchos. Los ojos de Harry se fueron por un momento hacia Katie, quien charlaba animadamente con Alicia, y no pudo evitar estremecerse. A su lado, Hermione estaba blanca como la cera, y Ron estaba tan pálido que se le resaltaban todas las pecas.
—¿Qué os pasa? —preguntó Fred.
—Nada —respondió Hermione apresuradamente. —Casi me expulsan por lo del profesor Snape.
—¿En serio? —exclamó Dean. —¡No hiciste nada malo!
—Si hace falta iremos a defenderte —intervino George.
—No os preocupéis —respondió ella con una pequeña sonrisa. —Al final solo me han hecho copiar unas líneas. Pero el susto nos lo hemos llevado igual.
Todos parecieron aceptar que sus caras de preocupación se debían a lo que casi había sucedido por culpa de Snape, así que nadie más les preguntó nada. Intercambiaron miradas, aliviados.
Sin embargo, enseguida Harry llegó a una conclusión. Cuando viera a un encapuchado, le preguntaría por Katie. No podría soportar la tensión hasta llegar al sexto libro.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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