Norberto, el ridgeback noruego:
— ¿Quién quiere leer?
Esta vez casi nadie levantó la mano. Harry supuso que el hecho de que el director estuviera eligiendo a quien le daba la gana en lugar de a los voluntarios había hecho que muchos ni se molestaran en ofrecerse.
Dumbledore le hizo una seña a Tonks, quien había levantado la mano en varias ocasiones. La chica se levantó con tanto entusiasmo que casi acabó en el suelo.
Entre risas, subió a la tarima y leyó:
— El siguiente capítulo se titula: Norberto, el ridgeback noruego.
Hagrid casi saltó de la sorpresa. El trío intercambió miradas nerviosas mientras el resto del comedor murmuraba.
— ¿Eso no es un dragón? — escucharon decir a un Gryffindor de sexto. Hagrid se había puesto muy rojo y evitaba las miradas del resto de profesores, quienes parecían sospechar de él. Por otro lado, Charlie parecía muy contento.
El que no estaba nada contento era Harry.
— Perdonad — se puso en pie, llamando la atención de todo el mundo. — Creo que no deberíamos leer este capítulo.
Hubo una oleada de protestas, pero Harry no despegó los ojos de Dumbledore, cuya mirada estaba fija en el suelo. No podía permitir que leyeran cómo Hagrid había metido un dragón ilegal en el castillo y había dejado a tres alumnos de primero a su cuidado. ¿Y si lo despedían? Estaba seguro de que Dumbledore sabía lo del dragón, ¿pero y el resto del profesorado? ¿Qué diría Umbridge? ¿Y Fudge? Ya tenían a Hagrid en el punto de mira por ser un semi-gigante, no necesitaba más problemas.
— ¿Otra vez, señor Potter? — dijo la profesora Umbridge. — ¿No ha aprendido la lección?
Durante un momento, Harry pudo ver en su mente las horas en el despacho de Umbridge cortándose la mano con una pluma. Pero no era el momento de centrarse en eso.
— Lo siento, Potter — fue McGonagall quien habló esta vez. — Pero no creo que eso sea posible.
— No es necesario leer todo el libro — insistió Harry, intentando mantener un tono educado. El comedor estaba en silencio, observando la lucha entre Harry y los profesores. — No pasó nada por saltarnos partes del capítulo en el que aprendí a jugar al quidditch, ¿verdad? Era información irrelevante.
— Eso es cierto — respondió McGonagall. — Pero creo que los acontecimientos de este capítulo no son de conocimiento común.
— No tienen por qué serlo. No pasa nada en este capítulo que sea importante para derrotar a Voldemort.
Se escucharon grititos y jadeos por todo el comedor. Fudge se puso blanco, del mismo tono que Tío Vernon adoptaba cuando algo le preocupaba, y Umbridge parecía furiosa.
— Aún no hemos determinado que esa sea la causa por la que estamos aquí — le espetó Umbridge. Harry rodó los ojos. No tenía ganas de pelear con Umbridge, pero necesitaba que no leyeran ese capítulo. Por el bien de Hagrid.
Se abrieron en ese momento las puertas del comedor y entró un encapuchado. Harry estaba seguro de que era el mismo que le había dado ese consejo tan raro. Caminó directamente hacia el atril, donde Tonks sostenía el libro, y le hizo un gesto para que se lo entregara. Tonks lo hizo, sin dejar de mirar ni un momento a la figura del desconocido. Todos los alumnos, profesores y miembros de la Orden estaban en completo silencio.
— Ay, Harry — suspiró el encapuchado, de nuevo con esa voz encantada que no dejaba saber si era hombre o mujer. — Pides demasiado.
— No es demasiado — respondió Harry. — Seguro que lo único importante del capítulo es que acabé castigado, ¿verdad? No hace falta saber por qué.
— Pues a mí me da curiosidad — dijo alguien desde la zona de Hufflepuff. Muchos asintieron y enseguida se levantaron las voces que pedían que se leyera el capítulo al completo.
— Harry… entiendo lo que quieres hacer — dijo el encapuchado. Todo el mundo se calló instantáneamente. — Pero creo que no puedo ayudarte con esto. Se va a acabar sabiendo de todas formas.
— ¿Por qué? No ha vuelto a pasar nada así, no tiene por qué salir en otros libros.
— Creo que sí que se menciona un par de veces — respondió el desconocido. Tras echarle un ojo a las últimas páginas del capítulo, se lo entregó de nuevo a Tonks. — Lo siento, debe leerse al completo.
Harry, sintiéndose abatido, abrió la boca para protestar, pero Hagrid intervino antes de que pudiera hacerlo.
— No pasa nada, Harry — dijo con una sonrisa, pero la forma en la que jugaba con los bordes de su chaleco mostraba lo nervioso que estaba en realidad. — Deja que se lea todo. No hay ningún problema.
— Da igual que leamos el capítulo o no — para sorpresa de Harry, el que había hablado Draco Malfoy. ¿Estaba defendiendo la postura de Harry? — Si no lo leemos, yo os puedo decir lo que pasó.
Pues no, solo estaba siendo el mismo imbécil de siempre. Miraba a todos con arrogancia, como si supiera los secretos del mundo y los demás no.
— ¿Qué pasó? — preguntó Zabini.
— Tenían un dragón.
— Venga ya — bufó Dean. Muchos alumnos rodaron los ojos, bufaron o simplemente miraron mal a Malfoy, quien no dejó de sonreír con suficiencia en ningún momento.
— Es la verdad. Y si queréis pruebas, usad el cerebro y pensad en el título del capítulo.
Hagrid se puso en pie, llamando la atención de todo el mundo.
— Es cierto —dijo. A pesar de que estaba muy nervioso, tenía el aspecto de alguien que está muy seguro de lo que está haciendo. — El Ridgeback Noruego del título era mío.
Los estudiantes inmediatamente comenzaron a hacer preguntas, de forma que sus voces sonaban unas sobre otras y costaba entender lo que decían. Pero a Harry le daba igual lo que dijeran. ¿En qué demonios estaba pensando Hagrid? ¡Lo iban a despedir!
Por otro lado, los profesores también cuestionaban las palabras de Hagrid. Le hicieron multitud de preguntas sobre el paradero del dragón, sobre cuánto tiempo había permanecido en el castillo y cuántos alumnos se habían visto envueltos en esa aventura, pero Hagrid no respondía absolutamente nada. Tenía la vista fija en Dumbledore, quien no parecía nada sorprendido.
Cuando los profesores se hubieron rendido (McGonagall parecía especialmente enfadada), Dumbledore habló:
— Comencemos la lectura. Creo que allí encontraremos todas las respuestas que necesitamos.
— ¡De eso nada! — intervino Fudge. — ¡Trajo un dragón al colegio! ¡Debe ser arrestado inmediatamente!
— Exacto — la profesora Umbridge parecía tan feliz que a Harry le dieron ganas de seguir los pasos de Angelina y tirarle un zapato. — El híbrido debe ser puesto inmediatamente bajo control del ministerio.
— Cornelius, Dolores, me temo que no puedo permitir que suceda eso — dijo Dumbledore. — Continuaremos la lectura.
Antes de que pudieran protestar, el encapuchado se giró para encarar al ministro y a Umbridge.
— Les aconsejo que tomen asiento y dejen que la lectura continúe. Nadie va a arrestar a nadie hasta que se hayan leído los siete libros.
La frialdad de su tono no daba pie a réplicas. Fudge y Umbridge se sentaron, si bien de mala gana, mientras que el resto del comedor se mantenía en un silencio expectante. El encapuchado salió del comedor sin decir nada más, y Harry no tuvo más remedio que volver a sentarse en su sitio junto a sus amigos.
— Pues… —habló Tonks. — ¿Empiezo?
— Sí, por favor — dijo Dumbledore.
— Bien, eh…Sin embargo, Quirrell debía de ser más valiente de lo que habían pensado. En las semanas que siguieron se fue poniendo cada vez más delgado y pálido, pero no parecía que su voluntad hubiera cedido.
— Bien, bien — Harry escuchó a un Gryffindor de segundo murmurar. Le dieron ganas de decirle lo que Quirrell tenía en su nuca, pero se contuvo.
Cada vez que pasaban por el pasillo del tercer piso, Harry, Ron y Hermione apoyaban las orejas contra la puerta, para ver si Fluffy estaba gruñendo, allí dentro. Snape seguía con su habitual mal carácter, lo que seguramente significaba que la Piedra estaba a salvo.
Snape fulminó al trío con la mirada.
Cada vez que Harry se cruzaba con Quirrell, le dirigía una sonrisa para darle ánimo, y Ron les decía a todos que no se rieran del tartamudeo del profesor.
Ambos intercambiaron miradas, asqueados.
Hermione, sin embargo, tenía en su mente otras cosas, además de la Piedra Filosofal. Había comenzado a hacer horarios para repasar y a subrayar con diferentes colores sus apuntes. A Harry y Ron eso no les habría importado, pero los fastidiaba todo el tiempo para que hicieran lo mismo.
Algunos estudiantes bufaron y rodaron los ojos. Hermione mantuvo la cabeza bien alta, orgullosa de su trabajo.
—Hermione, faltan siglos para los exámenes.
—Diez semanas —replicó Hermione—. Eso no son siglos, es un segundo para Nicolás Flamel.
—Pero nosotros no tenemos seiscientos años —le recordó Ron—.
Hubo algunas risas.
De todos modos, ¿para qué repasas si ya te lo sabes todo?
Tonks rió e imitó a Hermione mientras decía:
—¿Que para qué estoy repasando? ¿Estás loco? ¿Te has dado cuenta de que tenemos que pasar estos exámenes para entrar en segundo año? Son muy importantes, tendría que haber empezado a estudiar hace un mes, no sé lo que me pasó...
Muchos rieron, aunque también había quien miraba a Hermione como si le hubiera salido una segunda cabeza. Un par de alumnos de primero parecían preocupados. Harry esperaba que no tomaran el ejemplo de Hermione como lo que debe hacerse, porque los pobres vivirían agobiados y no tendrían vida.
Pero desgraciadamente, los profesores parecían pensar lo mismo que Hermione. Les dieron tantos deberes que las vacaciones de Pascua no resultaron tan divertidas como las de Navidad. Era difícil relajarse con Hermione al lado, recitando los doce usos de la sangre de dragón o practicando movimientos con la varita.
— Era necesario — dijo ella, indignada. Ron rodó los ojos.
— Estábamos en primero, no hacía falta estudiar tanto.
— Que ahora te parezca fácil no significa que lo fuera en ese momento — miró directamente a los Gryffindor de primero, quienes escuchaban la conversación atentamente. — No le hagáis caso, tenéis que estudiar mucho para poder pasar de curso con buenas notas.
— No los asustes — se quejó Ron.
— No intento asustarlos, solo avisarlos. Somos prefectos, debemos dar ejemplo.
— Eso, Ronnie — se metió Fred. — Eres un prefecto. Da ejemplo.
Ron le atestó un golpe en el brazo, ganándose una reprimenda de Molly.
Quejándose y bostezando, Harry y Ron pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la biblioteca con ella, tratando de hacer todo el trabajo suplementario.
—Nunca podré acordarme de esto —estalló Ron una tarde, arrojando la pluma y mirando por la ventana de la biblioteca con nostalgia. Era realmente el primer día bueno desde hacía meses. El cielo era claro, y las nomeolvides azules y el aire anunciaban el verano.
— Ojalá hiciera ese tiempo ahora — dijo una chica de tercero de Gryffindor a su compañero.
Como muchos otros, Harry levantó la mirada hacia el techo del Gran Comedor. El día había amanecido muy nublado, por lo que unos grandes nubarrones grises se cernían sobre las cabezas de los alumnos. Parecía que fuera a llover.
Durante unos segundos, se animó al pensar que quizá nevaría, pero luego se dio cuenta de que no podría disfrutar de la nieve porque no podía salir del castillo. A juzgar por las caras de muchos de sus compañeros, no fue el único en pensar eso.
Harry, que estaba buscando «díctamo» en Mil hierbas mágicas y hongos no levantó la cabeza hasta que oyó que Ron decía:
—¡Hagrid! ¿Qué estás haciendo en la biblioteca?
Hagrid apareció con aire desmañado, escondiendo algo detrás de la espalda.
— ¿Llevaba un dragón? — preguntó una vocecita desde la zona de Hufflepuff. Alguien bufó.
— Claro que no. ¿Cómo iba a meter un dragón a la biblioteca?
El alumno que había hecho la pregunta agachó la cabeza, decepcionado.
Parecía muy fuera de lugar; con su abrigo de piel de topo.
—Estaba mirando —dijo con una voz evasiva que les llamó la atención—. ¿Y vosotros qué hacéis? —De pronto pareció sospechar algo—. No estaréis buscando todavía a Nicolás Flamel, ¿no?
—Oh, lo encontramos hace siglos —dijo Ron con aire grandilocuente—. Y también sabemos lo que custodia el perro, es la Piedra Fi...
—¡Shhh! —Hagrid miró alrededor para ver si alguien los escuchaba—. No podéis ir por ahí diciéndolo a gritos. ¿Qué os pasa?
Muchos rieron.
—En realidad, hay unas pocas cosas que queremos preguntarte —dijo Harry— sobre qué cosas más custodian la Piedra, además de Fluffy...
—¡SHHHH! —dijo Hagrid otra vez—. Mirad, venid a verme más tarde, no os prometo que os vaya a decir algo, pero no andéis por ahí hablando, los alumnos no deben saber nada. Van a pensar que yo os lo he contado...
—Te vemos más tarde, entonces —dijo Harry. Hagrid se escabulló.
— ¿Lo hicisteis a propósito? — preguntó Moody. Tanto Harry como Ron miraron a Hagrid por un momento antes de negar con la cabeza.
— Para nada.
— Solo fue suerte — dijo Harry. No quería que pensaran que Hagrid era tan fácil de manipular.
Moody pareció entenderlo, porque asintió y volvió a prestar atención a la lectura.
—¿Qué escondía detrás de la espalda? —dijo Hermione con aire pensativo. —¿Creéis que tiene que ver con la Piedra?
—Voy a ver en qué sección estaba —dijo Ron, cansado de sus trabajos. Regresó un minuto más tarde, con muchos libros en los brazos. Los desparramó sobre la mesa.
— La única vez que te veremos con libros en los brazos — dijo George.
— No sé, Gred — dijo Fred. —Ahora es un prefecto. Quizá se esté convirtiendo en un alumno ejemplar, modelo a seguir por todos.
— Cállate — protestó Ron.
— Dejad en paz a Ron — se metió Molly. —No habéis parado de meteros con él desde que empezamos la lectura. Os recuerdo que ya estáis castigados cuando acabemos de leer, ¿cuántos días queréis añadir al castigo?
Tras esa regañina, los gemelos guardaron silencio un rato.
—¡Dragones! —susurró—. ¡Hagrid estaba buscando cosas sobre dragones! Mirad estos dos: Especies de dragones en Gran Bretaña e Irlanda y Del huevo al infierno, guía para guardianes de dragones...
— Ese es bueno — dijo Charlie. — Aunque los hay mejores. Creo que deberían actualizar los libros de la biblioteca.
— Totalmente de acuerdo — intervino la bibliotecaria, Madame Pince. — Muchos de los libros están anticuados. Espero que la dirección del colegio tome nota y actualice la biblioteca.
— Hay muchas cosas de las que la dirección del colegio debe tomar nota — replicó McGonagall con los ojos fijos en Dumbledore. Parecía muy molesta con él, después de todo lo leído durante ese día y el anterior.
Tonks siguió leyendo para cortar la tensión que se acababa de crear en la mesa de profesores.
—Hagrid siempre quiso tener un dragón, me lo dijo el día que lo conocí —dijo Harry.
—Pero va contra nuestras leyes —dijo Ron—. Criar dragones fue prohibido por la Convención de Magos de 1709, todos lo saben.
Charlie pareció muy orgulloso de Ron.
— Me alegra ver que me escuchas cuando hablo.
Ron bufó.
— Como para no hacerlo. No hablas de otra cosa.
Era difícil que los muggles no nos detectaran si teníamos dragones en nuestros jardines. De todos modos, no se puede domesticar un dragón, es peligroso. Tendríais que ver las quemaduras que Charlie se hizo con esos dragones salvajes de Rumania.
—Pero no hay dragones salvajes en Inglaterra, ¿verdad? —preguntó Harry.
— Qué pregunta tan estúpida — habló un Slytherin de séptimo. Harry rodó los ojos, pero no contestó.
—Por supuesto que hay —respondió Ron—. Verdes en Gales y negros en Escocia. Al ministro de Magia le ha costado trabajo silenciar ese asunto, te lo aseguro. Los nuestros tienen que hacerles encantamientos a los muggles que los han visto para que los olviden.
—Entonces ¿en qué está metido Hagrid? —dijo Hermione.
Muchos alumnos parecían preguntarse lo mismo, a pesar de haber tenido confirmación directa de Hagrid sobre su posesión de un dragón.
—Es imposible que tuviera un dragón y no lo viéramos — Harry escuchó a un Gryffindor de cuarto decirle a otro. — Esos bichos son enormes, ¿te acuerdas de los del año pasado?
Ciertamente, los dragones de la primera prueba eran enormes. Aunque Harry preferiría enfrentarse a todos ellos mil veces antes que revivir la tercera prueba. Le dio un escalofrío solo de pensarlo.
Ginny lo miró con curiosidad. Harry negó con la cabeza, queriendo decir "no es nada", pero la chica arqueó una ceja y se inclinó para susurrarle:
— ¿Todo bien?
— Sí, sí. No te preocupes.
Se esperaba que Ginny siguiera insistiendo tal como haría Molly, pero no lo hizo. En su lugar, volvió a sentarse correctamente y siguió prestando atención a la lectura, cosa que Harry agradeció internamente.
Cuando llamaron a la puerta de la cabaña del guardabosques, una hora más tarde, les sorprendió ver todas las cortinas cerradas. Hagrid preguntó «¿quién es?» antes de dejarlos entrar, y luego cerró rápidamente la puerta tras ellos.
— Eso no es nada sospechoso, ¿verdad? — ironizó Dean.
— Qué va — respondió Seamus. — Yo siempre cierro las cortinas e interrogo a mis visitas antes de dejarlas entrar.
En el interior; el calor era sofocante. Pese a que era un día cálido, en la chimenea ardía un buen fuego. Hagrid les preparó el té y les ofreció bocadillos de comadreja, que ellos no aceptaron.
—Entonces ¿queríais preguntarme algo?
—Sí —dijo Harry. No tenía sentido dar más vueltas—. Nos preguntábamos si podías decirnos si hay algo más que custodie a la Piedra Filosofal, además de Fluffy.
— Demasiado directo — Tonks se interrumpió a sí misma. — Tienes que preguntar con más delicadeza, Harry.
El chico se sonrojó levemente mientras algunos reían.
Hagrid lo miró con aire adusto.
—Por supuesto que no puedo —dijo—. En primer lugar; no lo sé. En segundo lugar, vosotros ya sabéis demasiado, así que tampoco os lo diría si lo supiera. Esa Piedra está aquí por un buen motivo. Casi la roban de Gringotts... Aunque eso ya lo sabíais, ¿no? Me gustaría saber cómo averiguasteis lo de Fluffy.
— Lo averiguaron cuando casi se los come —dijo la profesora Sprout con una mueca. — Pudo haber ocurrido una desgracia.
Esa última frase se podía aplicar perfectamente a cualquier año desde que Harry había empezado Hogwarts. Hasta que el año anterior, efectivamente, había ocurrido una desgracia.
No pienses en eso.
La charla con Cho había traído de vuelta algunos pensamientos que llevaba tiempo intentando suprimir. Solo pensar en Cedric hacía que se le formara un nudo en el estómago. Aunque le costó, consiguió forzarse a seguir escuchando la lectura.
—Oh, vamos, Hagrid, puedes no querer contarnos, pero debes saberlo, tú sabes todo lo que sucede por aquí —dijo Hermione, con voz afectuosa y lisonjera. La barba de Hagrid se agitó y vieron que sonreía. Hermione continuó—: Nos preguntábamos en quién más podía confiar Dumbledore lo suficiente para pedirle ayuda, además de ti.
Con esas últimas palabras, el pecho de Hagrid se ensanchó. Harry y Ron miraron a Hermione con orgullo.
Del mismo modo miraba Moody a los tres amigos, quienes evitaban por todos los medios cruzar miradas con Hagrid. Sin embargo, Hagrid les sonreía, perfectamente consciente de que le habían sonsacado las respuestas que querían pero sin importarle lo más mínimo.
—Bueno, supongo que no tiene nada de malo deciros esto... Dejadme ver... Yo le presté a Fluffy... luego algunos de los profesores hicieron encantamientos... la profesora Sprout, el profesor Flitwick, la profesora McGonagall —contó con los dedos—, el profesor Quirrell y el mismo Dumbledore, por supuesto. Esperad, me he olvidado de alguien. Oh, claro, el profesor Snape.
—¿Snape?
Lo mismo se preguntaban muchos en el comedor. Las miradas de sospecha no habían dejado de caer sobre el profesor.
—Ajá... No seguiréis con eso todavía, ¿no? Mirad, Snape ayudó a proteger la Piedra, no quiere robarla.
— Pero intentó tirar a Harry de su escoba… — murmuró un Gryffindor de segundo. A su lado, varios le dieron la razón.
Harry sabía que Ron y Hermione estaban pensando lo mismo que él. Si Snape había formado parte de la protección de la Piedra, le resultaría fácil descubrir cómo la protegían los otros profesores. Es probable que supiera todos los encantamientos, salvo el de Quirrell, y cómo pasar ante Fluffy.
— ¿Habéis pensado en trabajar como aurores? — Tonks volvió a interrumpirse a sí misma. — Creo que se os daría bien.
Los tres sonrieron con orgullo. Por otra parte, la profesora Umbridge bufó.
— Dudo mucho que Potter, Granger y Weasley tengan las características necesarias para cumplir la función de auror en el ministerio.
Tonks siguió leyendo antes de que Umbridge hubiera terminado de hablar.
—Tú eres el único que sabe cómo pasar ante Fluffy, ¿no, Hagrid? —preguntó Harry con ansiedad—. Y no se lo dirás a nadie, ¿no es cierto? ¿Ni siquiera a un profesor?
—Ni un alma lo sabe, salvo Dumbledore y yo —dijo Hagrid con orgullo.
— Y ahora todo el colegio lo va a saber— rió una Hufflepuff de segundo.
—Bueno, eso es algo —murmuró Harry a los demás—. Hagrid, ¿podríamos abrir una ventana? Me estoy asando.
—No puedo, Harry, lo siento —respondió Hagrid. Harry notó que miraba de reojo hacia el fuego. Harry también miró.
—Hagrid... ¿Qué es eso?
Pero ya sabía lo que era. En el centro de la chimenea, debajo de la cazuela, había un enorme huevo negro.
— ¡El dragón! — exclamaron varios alumnos.
— ¿Pero era solo un huevo? ¿No se va a abrir? — preguntó Michael Corner.
— Ya lo verás — le dijo Ginny. Harry la miró de reojo. ¿Sabía lo del dragón? Supuso que no era ninguna sorpresa, teniendo en cuenta que su hermano Charlie era quien había sacado el dragón del castillo.
—Ah —dijo Hagrid, tirándose con nerviosismo de la barba—. Eso... eh...
—¿Dónde lo has conseguido, Hagrid? —preguntó Ron, agachándose ante la chimenea para ver de cerca el huevo— Debe de haberte costado una fortuna.
—Lo gané —explicó Hagrid—. La otra noche. Estaba en la aldea, tomando unas copas y me puse a jugar a las cartas con un desconocido. Creo que se alegró mucho de librarse de él, si he de ser sincero.
— Veo que es usted un gran ejemplo para los alumnos — ironizó Umbridge. — ¿También regresó al colegio borracho?
Hagrid se puso muy rojo y no contestó. Muchos alumnos, entre ellos Harry, lanzaban dagas con la mirada a Umbridge, quien ni se inmutó.
Mientras la lectura continuaba, en la torre de Gryffindor se encontraban todavía dos de los encapuchados.
— Venga, ya podemos mirar. Deben estar todos en el comedor ahora mismo — dijo uno de ellos, el que había estado andando impacientemente de un lado a otro de la habitación. El segundo encapuchado, que tenía el mapa en las manos, lo abrió de nuevo.
— A ver…
Ambos se sentaron a hojear el mapa del merodeador. Todos los estudiantes y profesores se encontraban en el Gran Comedor, de forma que apenas se podían distinguir sus nombres debido a la proximidad de todos ellos. Fuera del comedor, los puntos eran muy escasos.
— Ahí esta Nick…
— Sí, y aquí el Barón Sanguinario.
—Helena Ravenclaw está sola en la torre de Ravenclaw…
— Y Myrtle en el lavabo de los prefectos… otra vez.
— ¿Ves a alguien que no debería estar aquí?
— No — tras unos segundos de silencio, añadió: — Deberíamos llevarnos el mapa. Si Harry lo coge podrá ver quiénes somos, mira.
Señaló los dos puntos en la torre de Gryffindor, cuyos nombres podían leerse perfectamente.
— Sí, tienes razón… Pero aún no hemos descubierto quién fue el que echó a Nott de la lechucería.
— Debió ser un alumno — dijo, echándose de espaldas sobre la cama de Harry. — Fuera quien fuera, estará en el comedor.
La otra persona no pareció muy convencida. Repasó el mapa al completo varias veces, prestando especial atención a los pasadizos. Tras un rato, contuvo las ganas de romper el mapa y se dejó caer al lado de su compañero.
— No hay nada.
Le respondió un gruñido.
— No te duermas.
— No me duermo — gruñó de nuevo. Se dio la vuelta para encararle.
— Tú tampoco te duermas.
— ¿Me ves con cara de querer dormir?
— Sí.
Tras unos segundos de silencio, en los que ambos seguían acostados sobre la cama, uno de ellos suspiró.
— ¿Crees que hemos hecho lo correcto?
La otra persona tardó en responder.
— No lo sé. Creo que sí, ¿no? Quiero decir… tampoco teníamos muchas opciones.
— Ya, pero… — se giró para mirarle a los ojos. — ¿Y si nos hemos equivocado?
— ¿En qué? Teníamos que volver para salvar a los que…
— Lo sé — le interrumpió. — Pero, ¿y si tendríamos que haberlo hecho de otra manera?
— ¿De qué manera? Eh… espera, ¿cuál era tu nombre clave?
La otra persona soltó una risita.
— Me sorprende que te hayas acordado de no decir mi nombre en voz alta.
— ¡Oye! — la segunda persona fingió ofenderse. — Sé lo que nos jugamos. Pero en serio, ¿cuál era tu nombre clave?
— No tengo nombre clave, eres el único que ha accedido a esa tontería.
La segunda persona bufó.
— ¿De verdad crees que estamos haciendo las cosas bien? — volvió a preguntar la primera persona.
— ¿Qué podríamos haber hecho diferente?
— No leerlo todo delante del colegio entero.
— ¡Eh, yo voté en contra! Tú querías leerlo delante de todos.
— Sí, lo sé… es lo que tiene sentido. Es la única forma que se me ocurre de hacer que todos comprendan…
—¿Entonces? ¿Por qué dudas ahora?
— No lo sé. Tengo un mal presentimiento.
— Deja de preocuparte. Ya no podemos dar marcha atrás, así que no sirve de nada que te agobies.
— Lo sé, pero aun así…
Hubo unos segundos de silencio, rotos solo por el tintineo de la lluvia en los cristales. Había empezado a llover.
—Volvamos con los demás. A lo mejor está pasando algo interesante.
Ambos se levantaron, llevándose consigo el mapa del merodeador. En el comedor, la lectura continuaba con normalidad.
—Pero ¿qué vas a hacer cuando salga del cascarón? —preguntó Hermione.
—Bueno, estuve leyendo un poco —dijo Hagrid, sacando un gran libro de debajo de su almohada—. Lo conseguí en la biblioteca: Crianza de dragones para placer y provecho. Está un poco anticuado, por supuesto, pero sale todo. Mantener el huevo en el fuego, porque las madres respiran fuego sobre ellos y, cuando salen del cascarón, alimentarlos con brandy mezclado con sangre de pollo, cada media hora.
Muchos pusieron caras de asco.
Y mirad, dice cómo reconocer los diferentes huevos. El que tengo es un ridgeback noruego. Y son muy raros.
Parecía muy satisfecho de sí mismo, pero Hermione no. —Hagrid, tú vives en una casa de madera —dijo.
— Al menos sabemos que no se le prendió fuego — le dijo Dean a Seamus.
Pero Hagrid no la escuchaba. Canturreaba alegremente mientras alimentaba el fuego.
Así que ya tenían algo más de qué preocuparse: lo que podía sucederle a Hagrid si alguien descubría que ocultaba un dragón ilegal en su cabaña.
— Unos niños de primero no deberían tener que preocuparse de los asuntos ilegales del inepto de su profesor — dijo Umbridge en voz alta. A su lado, Fudge asintió vigorosamente. Hagrid se puso muy rojo.
—Me pregunto cómo será tener una vida tranquila —suspiró Ron,
— Todavía me lo pregunto.
— ¿"Vida tranquila"? — dijo Harry. — No me suena, ¿eso existe?
— Sí, es lo que yo tenía antes de conoceros — replicó Hermione.
mientras noche tras noche luchaban con todo el trabajo extra que les daban los profesores. Hermione había comenzado ya a hacer horarios de repaso para Harry y Ron. Los estaba volviendo locos.
Ella levantó la cabeza con orgullo, mientras ellos rodaban los ojos.
Entonces, durante un desayuno, Hedwig entregó a Harry otra nota de Hagrid. Sólo decía: «Está a punto de salir».
Ron quería faltar a la clase de Herbología e ir directamente a la cabaña. Hermione no quería ni oír hablar de eso.
— Hermione — dijo Fred. — Necesitas relajarte.
— O acabarás convirtiéndote en… bueno, en eso — dijo George señalando con un dedo a Percy, quien no podía escuchar nada de lo que estaban diciendo. Por su parte, Hermione simplemente rodó los ojos e ignoró a los gemelos.
—Hermione, ¿cuántas veces en nuestra vida veremos a un dragón saliendo de su huevo?
—Tenemos clases, nos vamos a meter en líos y no vamos a poder hacer nada cuando alguien descubra lo que Hagrid está haciendo...
—¡Cállate! —susurró Harry.
Malfoy estaba cerca de ellos y se había quedado inmóvil para escucharlos.
— Menudo cotilla — exclamó Hannah Abbott. Muchos le dieron la razón. Harry vio que las mejillas de Malfoy se habían tornado rosas.
¿Cuánto había oído? A Harry no le gustó la expresión de su cara.
Ron y Hermione discutieron durante todo el camino hacia la clase de Herbología y, al final, Hermione aceptó ir a la cabaña de Hagrid con ellos durante el recreo de la mañana.
— Victoria — sonrió Ron. Hermione rodó los ojos, pero también tenía una sonrisa.
Cuando al final de las clases sonó la campana del castillo, los tres dejaron sus trasplantadores y corrieron por el parque hasta el borde del bosque. Hagrid los recibió, excitado y radiante.
—Ya casi está fuera —dijo cuando entraron.
El huevo estaba sobre la mesa. Tenía grietas en la cáscara. Algo se movía en el interior y un curioso ruido salía de allí.
Todos acercaron las sillas a la mesa y esperaron, respirando con agitación.
En el comedor, muchos alumnos también estaban emocionados, inclinados en sus asientos y escuchando cada detalle del nacimiento del dragón.
De pronto se oyó un ruido y el huevo se abrió. La cría de dragón aleteó en la mesa.
— Realmente… un dragón nació en Hogwarts — dijo, anonadado, un Ravenclaw de sexto. —¡Y no nos enteramos!
Muchos estaban tan sorprendidos como él.
No era exactamente bonito. Harry pensó que parecía un paraguas negro arrugado.
— Eso lo describe bien — dijo Ron. Hagrid no parecía estar de acuerdo.
Sus alas puntiagudas eran enormes, comparadas con su cuerpo flacucho. Tenía un hocico largo con anchas fosas nasales, las puntas de los cuernos ya le salían y tenía los ojos anaranjados y saltones.
Estornudó. Volaron unas chispas.
Umbridge tenía una expresión de asco, mientras que Fudge estaba blanco. Harry supuso que estaba pensando en lo cerca que estuvo de tener que lidiar con un dragón suelto por los terrenos del colegio.
—¿No es precioso? —murmuró Hagrid. Alargó una mano para acariciar la cabeza del dragón. Este le dio un mordisco en los dedos, enseñando unos colmillos puntiagudos.
— Oh, no — se oyeron algunas exclamaciones de sorpresa y preocupación. Hagrid les sonrió.
—¡Bendito sea! Mirad, conoce a su mamá —dijo Hagrid.
Se escucharon algunas risitas incrédulas, aunque la mayoría del comedor estaba en completo silencio.
—Hagrid —dijo Hermione—. ¿Cuánto tardan en crecer los ridgebacks noruegos?
Hagrid iba a contestarle, cuando de golpe su rostro palideció.
— ¿Le ha vuelto a morder? —preguntó Lee.
— Quizá el mordisco era venenoso — dijo Alicia, preocupada.
Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana.
—¿Qué sucede?
—Alguien estaba mirando por una rendija de la cortina... Era un chico... Va corriendo hacia el colegio.
Harry fue hasta la puerta y miró. Incluso a distancia, era inconfundible: Malfoy había visto el dragón.
Muchos entendieron ahora las palabras de Malfoy tras leer el título del capítulo. Draco se recostó en su sillón. Tenía una sonrisa arrogante que Harry tenía muchas ganas de borrar.
•••
Algo en la sonrisa burlona de Malfoy durante la semana siguiente ponía nerviosos a Harry, Ron y Hermione.
Malfoy pareció aún más orgulloso de sí mismo.
Pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la oscura cabaña de Hagrid, tratando de hacerlo entrar en razón.
—Déjalo ir —lo instaba Harry—. Déjalo en libertad.
— Que un niño de primero tenga que decirle eso a un adulto — murmuraba la señora Weasley. — Es increíble. ¡Y Dumbledore lo permitió!
— Quizá no se enteró — respondió Arthur, aunque no parecía muy convencido.
—No puedo —decía Hagrid—. Es demasiado pequeño. Se morirá.
— Oooh, pobrecito — exclamó una Hufflepuff de segundo. Hagrid le sonrió ampliamente.
Miraron el dragón. Había triplicado su tamaño en sólo una semana. Ya le salía humo de las narices. Hagrid no cumplía con sus deberes de guardabosques porque el dragón ocupaba todo su tiempo. Había botellas vacías de brandy y plumas de pollo por todo el suelo.
—He decidido llamarlo Norberto —dijo Hagrid, mirando al dragón con ojos húmedos—. Ya me reconoce, mirad. ¡Norberto! ¡Norberto! ¿Dónde está mamá?
—Ha perdido el juicio —murmuró Ron a Harry.
Lo mismo pensaban muchos en el comedor, aunque también había quienes encontraban el asunto muy divertido.
—Hagrid —dijo Harry en voz muy alta—, espera dos semanas y Norberto será tan grande como tu casa. Malfoy se lo contará a Dumbledore en cualquier momento.
Hagrid se mordió el labio.
—Yo... yo sé que no puedo quedarme con él para siempre, pero no puedo echarlo, no puedo.
Harry se volvió hacia Ron súbitamente.
—Charlie —dijo.
—Tú también estás mal de la cabeza —dijo Ron—. Yo soy Ron, ¿recuerdas?
Medio comedor se echó a reír. Canuto ladró y movió la cola felizmente, y Tonks tuvo que pararse a respirar un momento antes de seguir leyendo con una gran sonrisa.
—No... Charlie, tu hermano. En Rumania. Estudiando dragones. Podemos enviarle a Norberto. ¡Charlie lo cuidará y luego lo dejará vivir en libertad!
—¡Genial! —dijo Ron—. ¿Qué piensas de eso, Hagrid?
Y al final, Hagrid aceptó que enviaran una lechuza para pedirle ayuda a Charlie.
— Es una idea genial — dijo Ernie Macmillan.
— Sí, y explica por qué nunca vimos al dragón — respondió Justin.
La semana siguiente pareció alargarse. La noche del miércoles encontró a Harry y Hermione sentados solos en la sala común, mucho después de que todos se fueran a acostar. El reloj de la pared acababa de dar doce campanadas cuando el agujero de la pared se abrió de golpe. Ron surgió de la nada, al quitarse la capa invisible de Harry.
— ¿Se la dejaste a Weasley? — dijo un chico de Gryffindor, Cormac McLaggen. — Pensaba que le tenías más aprecio a tu capa. ¿No era de tu padre o algo así?
— ¿Qué tiene eso que ver con que se la dejara a Ron? — preguntó Harry, molesto.
— Si fuera lo único que tengo de mi padre, no dejaría que nadie le pusiera las manos encima. Tendría la capa bien guardada y solo la usaría yo.
— No tengo ningún problema con que mis amigos la utilicen — respondió Harry con frialdad. Cormac se encogió de hombros, tras lo que Tonks siguió leyendo.
Había estado en la cabaña de Hagrid, ayudándolo a alimentar a Norberto, que ya comía ratas muertas.
Lavender tenía cara de estar totalmente asqueada.
—¡Me ha mordido! —dijo, enseñándoles la mano envuelta en un pañuelo ensangrentado—.
— ¡Así que eso fue lo que pasó en realidad! — saltó Molly. Ron se hundió en el asiento.
No podré escribir en una semana. Os aseguro que los dragones son los animales más horribles que conozco,
Charlie lo miró mal.
pero para Hagrid es como si fuera un osito de peluche. Cuando me mordió, me hizo salir porque, según él, yo lo había asustado. Y cuando me fui le estaba cantando una canción de cuna.
— ¡Hagrid! — Molly estaba totalmente indignada. — ¡Dejaste que tu dragón mordiera a Ron!
— Fue un accidente — se disculpó el semi-gigante. — Lo siento mucho, Ron.
— No pasa nada, han pasado años — dijo él rápidamente. Se había puesto muy colorado. Molly abrió la boca para seguir discutiendo, pero una vocecita impertinente la interrumpió.
— No se preocupe, señora Weasley — dijo Dolores Umbridge. — Es obvio que Hagrid va a ser despedido inmediatamente tras finalizar la lectura, por lo que no va a seguir en contacto con el alumnado. Sin embargo, creo que también sería conveniente considerar su entrada en prisión por poner las vidas de tres niños en extremo peligro. ¿No lo cree así, señor ministro?
— Por supuesto — dijo Fudge. —Volverá a Azkaban por esto.
— ¡No! —gritó Harry. No fue el único. Ron y Hermione también se habían levantado, y la mayoría de alumnos de Gryffindor gritaba improperios contra el ministro.
— ¡SILENCIO! — gritó Umbridge. —¿Cómo podéis faltar al respeto al ministro de esta manera? ¿Qué clase de educación están recibiendo estos alumnos de usted, señor director?
Se giró para encarar a Dumbledore.
— Una buena educación, como puede ver. Cuando hay una injusticia, los alumnos se levantan en su contra.
Antes de que Fudge pudiera replicar, Dumbledore hizo una seña para que todo el mundo se sentara. Harry no le hizo caso y siguió de pie, mirando con furia al ministro y a Umbridge.
— Como dije anteriormente, no se tomará ninguna decisión respecto a la detención del profesorado o alumnado hasta que no se haya finalizado la lectura de los libros. Y le recuerdo, Cornelius, que cuanto más interrumpa la lectura, más tardaremos todos en llegar al último libro. ¿Acaso no tiene ganas de leer el futuro? Yo me muero de ganas.
Claro que se muere de ganas, no es su vida la que estamos leyendo, pensó Harry.
Fudge se quedó inmóvil unos segundos antes de responder:
— De acuerdo. Todas las decisiones se tomaran al terminar la lectura — dijo como si estuviera decretando una nueva ley. Se giró hacia el guardabosques. — Pero que sepas, Hagrid, que no veo cómo podrás librarte de Azkaban después de lo que hemos leído.
Retomó su asiento con aire de suficiencia, aunque a Harry le parecía que estaba un poco desinflado, aunque no más que Hagrid, quien ni siquiera pudo responder al ministro. Tenía la vista fija en sus manos, que reposaban en su regazo, y no parecía tener intención de levantar la cabeza en un buen rato. Harry también se sentó y, tras recibir la señal de Dumbledore, Tonks siguió leyendo.
Se oyó un golpe en la ventana oscura.
—¡Es Hedwig! —dijo Harry, corriendo para dejarla entrar—. ¡Debe de traer la respuesta de Charlie!
Los tres juntaron las cabezas para leer la carta.
Querido Ron:
¿Cómo estás? Gracias por tu carta. Estaré encantado de quedarme con el ridgeback noruego, pero no será fácil traerlo aquí. Creo que lo mejor será hacerlo con unos amigos que vienen a visitarme la semana que viene. El problema es que no deben verlos llevando un dragón ilegal. ¿Podríais llevar al ridgeback noruego a la torre más alta, la medianoche del sábado? Ellos se encontrarán contigo allí y se lo llevarán mientras dure la oscuridad.
Envíame la respuesta lo antes posible.
Besos,
Charlie
Molly tenía los ojos como platos. Abría y cerraba la boca, sin encontrar palabras.
Por otro lado, muchos alumnos del comedor miraban a Charlie con admiración.
— ¿Qué clase de amigos tienes? — preguntó Fred, incrédulo. — ¿Y por qué no sabíamos nada de esto?
— Porque era un asunto delicado — respondió Charlie. — Cuanta menos gente supiera lo que estaba pasando, mejor.
— Unos… dragón… ilegal… niños — murmuró Molly, aún atónita. Arthur le dio unas palmaditas en la espalda en señal de apoyo. Ron la miraba de reojo, esperando a que estallara, pero la mujer estaba demasiado sorprendida como para poder articular palabra.
Se miraron.
—Tenemos la capa invisible —dijo Harry—. No será tan difícil... creo que la capa es suficientemente grande para cubrir a Norberto y a dos de nosotros.
—"No será tan difícil" — lo imitó Hermione con tono burlón. — Pues menos mal…
Harry rió, haciendo que la curiosidad de muchos aumentara.
La prueba de lo mala que había sido aquella semana para ellos fue que aceptaron de inmediato. Cualquier cosa para liberarse de Norberto... y de Malfoy.
— Ojalá a Malfoy también lo hubiéramos enviado en una jaula a Rumanía — murmuró Ron. Harry bufó.
Se encontraron con un obstáculo. A la mañana siguiente, la mano mordida de Ron se había inflamado y tenía dos veces su tamaño normal. No sabía si convenía ir a ver a la señora Pomfrey.
— ¡Claro que convenía! — exclamó la señora Pomfrey. — Una mordedura de ese calibre… Si no te hubiera curado, podrías haber perdido la mano.
Ron tragó saliva, pero Molly pareció recuperar el habla. Abrió la boca para volver a gritarle a Hagrid, pero Arthur intervino antes de que pudiera hacerlo.
— Han pasado años — dijo — y Ron está perfectamente. Reserva tus energías para cuando se lea el futuro.
Eso distrajo a la señora Weasley, quien pareció muy preocupada de repente.
¿Reconocería una mordedura de dragón?
La señora Pomfrey rodó los ojos.
Sin embargo, por la tarde no tuvo elección. La herida se había convertido en una horrible cosa verde. Parecía que los colmillos de Norberto tenían veneno.
— Pobrecito — dijo Lavender, mirando a Ron con pena. El chico se puso muy rojo.
Al finalizar el día, Harry y Hermione fueron corriendo hasta el ala de la enfermería para visitar a Ron y lo encontraron en un estado terrible.
—No es sólo mi mano —susurró— aunque parece que se me vaya a caer a trozos. Malfoy le dijo a la señora Pomfrey que quería pedirme prestado un libro, y vino y se estuvo riendo de mí. Me amenazó con decirle a ella quién me había mordido (yo le había dicho que era un perro, pero creo que no me creyó).
Varias personas miraron a la enfermera, pero ella no confirmó nada.
No debí pegarle en el partido de quidditch. Por eso se está portando así.
— ¿Tú crees? — ironizó Zacharias Smith. Ron lo miró mal.
Harry y Hermione trataron de calmarlo.
—Todo habrá terminado el sábado a medianoche —dijo Hermione, pero eso no lo tranquilizó. Al contrario, se sentó en la cama y comenzó a temblar.
— ¿Temblar? — dijo Malfoy con sorna. — ¿En serio, Weasley?
Ron, quien seguía muy rojo, esperó a que Tonks siguiera leyendo para hacerle un gesto muy grosero a Malfoy sin que nadie más lo viera.
—¡La medianoche del sábado! —dijo con voz ronca—. Oh, no, oh, no... acabo de acordarme... la carta de Charlie estaba en el libro que se llevó Malfoy, se enterará de la forma en que nos libraremos de Norberto.
— Menudo idiota — dijo Zabini.
— A cualquiera le podría haber pasado eso — le defendió Lavender. Harry se dio cuenta de que Ron parecía más animado después de eso.
Harry y Hermione no tuvieron tiempo de contestarle. Apareció la señora Pomfrey y los hizo salir; diciendo que Ron necesitaba dormir.
—Es muy tarde para cambiar los planes —dijo Harry a Hermione—. No tenemos tiempo de enviar a Charlie otra lechuza y ésta puede ser nuestra única oportunidad de librarnos de Norberto. Tendremos que arriesgarnos. Y tenemos la capa invisible y Malfoy no lo sabe.
Harry y Draco intercambiaron miradas. Harry sabía perfectamente lo que estaba pensando Malfoy: Ahora lo sé, Potter.
Eso llevó a Harry a considerar ciertas cosas que había estado guardando en el fondo de su mente. ¿Qué pasaría después de leer los libros? Incluso suponiendo que realmente tuvieran la clave para derrotar a Voldemort (la idea, aunque muy agradable, cada vez le parecía menos probable), ¿cómo lo harían? ¿Quién lo haría? Debía ser Dumbledore, sería lo lógico. Aunque, si lo que habían dicho los encapuchados era cierto, Harry tendría un rol muy importante en la derrota del mago tenebroso. ¿Tendría que hacer algo? Quizá su rol fuera luchar contra algunos mortífagos y abrirle paso a Dumbledore… O hacerle la zancadilla a Voldemort para que Dumbledore lo atacara por sorpresa, pensó con ironía.
En cualquier caso, Voldemort tenía que ser derrotado, y después Harry tendría que seguir estudiando en Hogwarts… sin su capa y sin el mapa del merodeador. Quizá los profesores estarían tan contentos por haber acabado con Voldemort que no les importaría dejarle a Harry su mapa y la capa.
Pfff. Ni de broma.
Encontraron a Fang, el perro cazador de jabalíes, sentado afuera, con la cola vendada, cuando fueron a avisar a Hagrid. Éste les habló a través de la ventana.
—No os hago entrar —jadeó— porque Norberto está un poco molesto. No es nada importante, ya me ocuparé de él.
Cuando le contaron lo que decía Charlie, se le llenaron los ojos de lágrimas, aunque tal vez fuera porque Norberto acababa de morderle la pierna.
Ante las caras de horror del alumnado, Hagrid solo sonrió y les hizo un gesto apaciguador.
—¡Aaay! Está bien, sólo me ha cogido la bota... está jugando... después de todo es sólo un cachorro.
— Es un cachorro DE DRAGÓN — dijo Lee. — Sin ofender, Hagrid, pero estás como un cencerro.
— Oh, venga ya — respondió Hagrid. — Los dragones pueden ser criaturas adorables. Por lo menos hasta que les salen los cuernos.
Nadie quiso llevarle la contraria.
El cachorro golpeó la pared con su cola, haciendo temblar las ventanas. Harry y Hermione regresaron al castillo con la sensación de que el sábado no llegaría lo bastante rápido.
Tendrían que haber sentido pena por Hagrid, cuando llegó el momento de la despedida, si no hubieran estado tan preocupados por lo que tenían que hacer. Era una noche oscura y llena de nubes y llegaron un poquito tarde a la cabaña de Hagrid, porque tuvieron que esperar a que Peeves saliera del vestíbulo, donde jugaba a tenis contra las paredes.
Hagrid tenía a Norberto listo y encerrado en una gran jaula.
—Tiene muchas ratas y algo de brandy para el viaje —dijo Hagrid con voz amable—. Y le puse su osito de peluche por si se siente solo.
— ¿Un osito de peluche? ¿Para el dragón? — dijo Terry Boot. — Madre mía…
Del interior de la jaula les llegaron unos sonidos, que hicieron pensar a Harry que Norberto le estaba arrancando la cabeza al osito.
— Pobrecito — dijo Luna. Por su expresión, Harry pensó que a la chica realmente le daba pena el peluche.
—¡Adiós, Norberto! —sollozó Hagrid, mientras Harry y Hermione cubrían la jaula con la capa invisible y se metían dentro ellos también—. ¡Mamá nunca te olvidará!
Algunos rieron, aunque la mayoría trató de ocultarlo con la mano o fingiendo toser. Otros, sin embargo, soltaron risotadas sin ningún disimulo. Muchos miraban a Hagrid como si estuviera loco, entre ellos Fudge y Umbridge. El resto del profesorado, sin embargo, parecía estar entre preocupado, conmovido y exasperado, siendo esta última palabra la que mejor definía a McGonagall y a Snape.
Cómo se las arreglaron para llevar la jaula hasta la torre del castillo fue algo que nunca supieron. Era casi medianoche cuando trasladaron la jaula de Norberto por las escaleras de mármol del castillo y siguieron por pasillos oscuros. Subieron una escalera, luego otra... Ni siquiera uno de los atajos de Harry hizo el trabajo más fácil.
— ¿Ya tenías atajos en primero? — preguntó Ginny. Harry asintió, orgulloso de sí mismo.
—¡Ya casi llegamos! —resopló Harry, mientras alcanzaban el pasillo que había bajo la torre más alta.
Entonces, un súbito movimiento por encima de ellos casi les hizo soltar la jaula. Olvidando que eran invisibles, se encogieron en las sombras, contemplando las siluetas oscuras de dos personas que discutían a unos tres metros de ellos. Una lámpara brilló.
La profesora McGonagall, con una bata de tejido escocés y una redecilla en el pelo, tenía sujeto a Malfoy por la oreja.
Muchos se echaron a reír. Malfoy se puso colorado.
—¡Castigo! —gritaba—. ¡Y veinte puntos menos para Slytherin! Vagando en medio de la noche... ¿Cómo te atreves...?
—Usted no lo entiende, profesora, Harry Potter vendrá. ¡Y con un dragón!
—¡Qué absurda tontería! ¿Cómo te atreves a decir esas mentiras? Vamos, hablaré de ti con el profesor Snape... ¡Vamos, Malfoy!
Draco miraba a la profesora McGonagall como si esperara una disculpa, pero ella pasó olímpicamente de él. El profesor Snape también parecía esperar unas palabras de McGonagall, pero ella no hizo el menor amago de complacer a ninguno de los dos. Tonks siguió leyendo con una sonrisa.
Después de aquello, la escalera de caracol hacia la torre más alta les pareció lo más fácil del mundo.
Malfoy lo fulminó con la mirada. Harry le sonrió, sabiendo que eso lo enfadaría aún más.
Cuando salieron al frío aire de la noche, donde se quitaron la capa, felices de poder respirar bien, Hermione dio una especie de salto.
—¡Malfoy está castigado! ¡Podría ponerme a cantar!
—No lo hagas —la previno Harry.
Se escucharon muchas risas. Incluso Dumbledore sonrió, aunque enseguida recuperó su semblante neutral.
Riéndose de Malfoy, esperaron, con Norberto moviéndose en su jaula. Diez minutos más tarde, cuatro escobas aterrizaron en la oscuridad. Los amigos de Charlie eran muy simpáticos.
— Son grandes personas — dijo Charlie. — Y muy buenos en lo que hacen.
— Sí, son expertos en trasladar dragones ilegalmente entre países, ¿no? — dijo Bill. Charlie le sonrió.
— Lo dicho, son geniales.
Enseñaron a Harry y Hermione los arneses que habían preparado para poder suspender a Norberto entre ellos. Todos ayudaron a colocar a Norberto para que estuviera muy seguro, y luego Harry y Hermione estrecharon las manos de los amigos y les dieron las gracias.
Por fin. Norberto se iba... se iba... se había ido.
Hagrid pareció entristecerse al escuchar esas palabras.
Bajaron rápidamente por la escalera de caracol, con los corazones tan libres como sus manos, que ya no llevaban la jaula con Norberto. Sin el dragón, y con Malfoy castigado, ¿qué podía estropear su felicidad?
La respuesta los esperaba al pie de la escalera.
— ¿Qué pasó? — preguntó Alicia.
— ¿Es que nunca os sale nada bien? — dijo Jimmy Peakes, que estaba sentado no muy lejos de ellos.
— Ahora lo veréis — respondió Hermione.
Cuando llegaron al pasillo, el rostro de Filch apareció súbitamente en la oscuridad.
—Bien, bien, bien —susurró Harry—. Tenemos problemas.
Habían dejado la capa invisible en la torre.
— Sois idiotas — dijo Zabini. — Tontos de remate.
— Os defendería — dijo Fred — pero creo que esta vez os lo habéis ganado.
Harry y Hermione intercambiaron miradas, avergonzados.
— Ese es el final — dijo Tonks. Marcó la página y cerró el libro antes de regresar a su asiento.
Dumbledore consultó su reloj.
— Sigamos con la lectura — dijo. Inmediatamente, varias manos se alzaron. El director escaneó con la mirada a todos los voluntarios y, para sorpresa de Harry, desvió la mirada hacia la mesa de profesores.
— Severus, ¿te importaría leer este capítulo?
El comedor al completo se quedó en silencio, esperando la respuesta del profesor de pociones, que parecía en shock.
— No recuerdo haberme ofrecido voluntario para leer, señor director — dijo finalmente. Miraba a Dumbledore como si le hubieran salido cuernos y se hubiera convertido en el mismísimo satanás.
— No es un requisito imprescindible para leer, Severus — replicó el director. — Me gustaría mucho que leyeras este capítulo.
Snape sabía, al igual que el resto del profesorado, que no se trataba de una petición. Era una orden.
Con desgana, se levantó del asiento y, tras fulminar con la mirada a Dumbledore, que parecía muy contento, comenzó a leer.
— El siguiente capítulo se titula — hizo una pausa — El bosque prohibido.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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