miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la piedra filosofal, capítulo 16

 A través de la trampilla:


— Aquí termina este capítulo — cogió el libro entre sus manos y lo examinó. — Solamente quedan dos capítulos para acabar el libro.

Se oyeron exclamaciones de emoción y algunos suspiros de alivio.

— Terminaremos de leer este tomo hoy mismo. Pero antes, ¿qué os parece tener una hora de descanso? Creo que puede ser beneficioso para todos.

Tanto alumnos como profesores estuvieron de acuerdo, pero nadie se alegró tanto como Harry.

Era su oportunidad. Se colaría en el despacho de Dumbledore para leer lo que el encapuchado le había sugerido. Pero, ¿cómo?

— Tenemos una hora entera — dijo Ron alegremente. Prácticamente el comedor al completo se estaba levantando de sus lugares y el volumen de sus voces era casi ensordecedor. — ¿Vamos a la sala común?

— Mejor a la biblioteca — dijo Hermione. Ante la mirada disgustada de Ron, añadió: — Quiero comentar un par de cosas con vosotros y creo que la biblioteca será el lugar más seguro. La sala común estará llena.

— Cualquier sitio me vale, pero vámonos de aquí — dijo Harry. Una parte de él quería ir y pasar más tiempo con Canuto, quien intentaba llegar hasta él entre la avalancha de gente, pero ya tendría tiempo para eso. Cuanta menos gente tuviera alrededor, mejor.

Sin embargo, al llegar a la puerta, la cruda realidad le cayó encima. La gente se agolpaba en grupos, tratando de salir de diez en diez. Aquellos que no habían podido salir en otros descansos estaban muy frustrados y exigían que se les dejara pasar (un grupo de alumnos de segundo de Gryffindor estaba especialmente enfadado).

— Creo que no vamos a poder salir de aquí pronto — dijo Hermione. — ¿Nos sentamos otra vez?

— Espera… — dijo Harry. Algo extraño estaba pasando en la puerta. Toda la gente que se apresuraba por salir estaba consiguiéndolo, si bien algunos parecían algo confundidos. Harry miró alrededor, buscando a quien controlaba las entradas y salidas del comedor. Pero el encapuchado que había estado situado en la salida ya no estaba.

— ¿No eran solo cuatro grupos de 10 personas? ¿Por qué está saliendo todo el mundo? ¿Y la gente del futuro? — preguntó Harry. Justo entonces, una voz se escuchó por encima de todas las demás.

— La regla que regula las entradas y salidas del comedor ha sido revocada. Todos los alumnos, profesores y visitantes pueden entrar y salir del comedor libremente.

Los alumnos estallaron en aplausos.

— ¡Menos mal! — exclamó Colin Creevey. — Si hubiera tenido que quedarme aquí otra vez me habría dado algo.

Harry no se podía creer la suerte que tenía. ¡Volvía a haber libre circulación por todo el castillo! ¿Significaba eso que los encapuchados ya no estarían vigilando a quienes salieran? ¿Habrían conseguido arreglar los problemas de seguridad?

En cualquier caso, la suerte estaba de su lado. Si no lo vigilaban, quizá podría conseguir colarse en el despacho de Dumbledore. Aunque lo veía muy difícil.

— Vamos, deprisa — dijo Ron, casi empujando a Hermione y a Harry hacia el gentío. Detrás de ellos, una multitud de Weasleys trataba de captar la atención de Ron, sin éxito. Arthur y Molly Weasley no habían olvidado su promesa de hablar con Ron sobre sus inseguridades en cuanto tuvieran una oportunidad, pero Ron fue más rápido. Él, Harry y Hermione consiguieron salir del comedor sin que nadie los siquiera y se dirigieron a la biblioteca, donde, efectivamente, no había absolutamente nadie.

— Vamos por aquí — dijo Hermione, guiándolos hacia una zona al fondo de la biblioteca donde se sentaron en el suelo, escondidos por las estanterías y las mesas. Durante unos momentos, los tres se quedaron en absoluto silencio, disfrutando la tranquilidad de no estar rodeados de cientos de voces.

Ron se recostó en el suelo.

— ¿No podemos quedarnos aquí hasta que empiecen a leer el futuro? — dijo. Si bien su tono era de broma, los tres sabían que lo decía de verdad.

— Ojalá — respondió Harry. — Creo que me voy a volver loco antes de que lleguemos al quinto libro.

— Yo sí que me voy a volver loca — dijo Hermione. — ¡Nada tiene sentido!

— ¿Eh?

— Pensadlo. Ya hemos hablado de esto. El libro está escrito desde tu punto de vista, Harry. Se cuentan cosas que solo tú sabes, ¿verdad? Como todo eso con los Dursley…

Harry hizo una mueca. Hermione le lanzó una mirada culpable, pero siguió hablando.

— Pero también cuenta cosas que tú no sabes. Como lo de tu cicatriz.

Harry se llevó los dedos a la cicatriz de forma inconsciente.

— ¿Cómo podías saber que estaba amoratada si no la viste? — insistió ella. — Y no te lo dijo nadie. ¿Cómo puedes describir algo que no sabes?

Ron, que se había tumbado bocarriba en el suelo con las manos en la nuca y los ojos cerrados, la interrumpió:

— Harry no ha escrito ese libro.

— Pero se habla de cosas que solo yo sé — dijo Harry. — Si no he sido yo, ¿quién ha sido?

Ron rodó los ojos.

— Mirad a vuestro alrededor.

Confundido, Harry lo hizo. Estaban rodeados de estanterías repletas de libros, llenos de polvo.

— ¿Qué quieres decir? — dijo Hermione irritada.

— ¿Sabéis lo que hay dentro de todos estos libros? Hechizos mágicos que nosotros ni podemos imaginar — respondió Ron. — ¿Y si el libro no lo ha escrito nadie? Quizá hay algún hechizo que escribe la vida de alguien.

— ¡Ron! — exclamó Hermione, haciendo que Harry pegara un salto. — ¡Eso es brillante!

Ron se sonrojó intensamente.

— Si existiera un hechizo así, todo tendría sentido. Pero entonces…

Frunció el ceño.

— ¿Entonces qué? — preguntó Harry. Ron también la miraba con curiosidad.

— Oh, nada — dijo ella, aunque parecía algo deprimida. — Es solo qué… a ver, si Harry hubiese escrito esos libros, querría estar aquí cuando se leyeran, ¿no? Pensé que…

— Que yo sería uno de los encapuchados — terminó Harry por ella. Hermione asintió.

— Pero si existe un hechizo así, los libros podrían haber sido escritos por cualquiera — dijo ella. — Así que los encapuchados podrían ser… cualquiera.

— ¿A quién has reconocido? — preguntó Ron. Harry hizo una mueca. Sabía que eventualmente le preguntarían, pero aún no había decidido si quería compartir esa información con alguien o no. Los encapuchados estaban tratando de ocultar su identidad por algo y no quería ser un estorbo para ellos. Por otro lado, no pensaba que la persona a la que había visto se fuese a molestar si lo contaba… Eso si era él y no solo un truco de su imaginación.

— ¿Harry? — lo llamó Hermione, sacándolo de sus pensamientos. Se había quedado totalmente en las nubes por un momento y sus amigos lo miraban con curiosidad y preocupación.

— No sé si debo contarlo — les confesó. — Ni siquiera estoy seguro de si es quien creo que es.

— No nos dejes con la intriga — le pinchó Ron. — No se lo diremos a nadie, ya lo sabes.

En eso tenía razón. Sus amigos habían demostrado mil veces que podía confiar en ellos. Además, de entre ellos tres, ¿acaso no era precisamente Ron el que más derecho tenía a saberlo?

— Vale — dijo Harry. Miró alrededor varias veces, aunque sabía que no había nadie más en la biblioteca. Ron y Hermione se inclinaron hacia delante.

— ¿A quién has visto? — preguntó de nuevo Hermione, casi en un susurro.

— Creo… creo que era George — confesó Harry. Hermione soltó un chillido y Ron abrió mucho la boca. — Pero no estoy seguro — añadió de nuevo. — Primero me pareció Fred, pero…

Ron tragó saliva.

— ¿George? Entonces no tenemos nada de qué preocuparnos, ¿no? — dijo Ron. Se lo veía aliviado, aunque algo pálido. — Eso significa que los encapuchados están de nuestra parte sí o sí.

— Eso creo — afirmó Harry.

— Harry… — dijo Hermione. Harry, a quien se le había quitado un peso de encima al compartir esa información, sintió los nervios regresar a su estómago al notar el tono inseguro de la voz de Hermione. — ¿Qué pasó exactamente? ¿Qué te hizo sospechar que George es uno de los encapuchados?

Harry hizo memoria. ¿Qué era lo que le había recordado a George?

— Fue su risa — respondió tras unos momentos. — Su voz no estaba hechizada y pensé que me sonaba mucho. Luego se rió y me acordé de Fred. Pero no puede ser él, ¿verdad? Así que pensé en George. Me he estado fijando en el comedor y se ríen igual.

— ¿Le viste la cara? — preguntó Ron.

— No. Solo escuché su voz. Aunque…

— ¿Aunque qué?

— Es que… le dio una paliza a Nott.

Era algo que había estado molestando a Harry. Sabía que los gemelos eran impulsivos, pero no se imaginaba a ninguno de ellos pegándole a alguien de la forma en la que ese encapuchado lo había hecho. No se había conformado con evitar que Nott entrara a la lechucería, le había golpeado en las costillas cuando ya estaba en el suelo. Y la forma en la que había hablado…

— No parecía él — les confesó. — Estaba fuera de sí. Le pegó una patada a Nott cuando ya no podía defenderse y después lo amenazó.

— Puede que sí que fuera él, Harry — dijo Hermione, con tono triste. — Si perdió a Fred, quizá eso lo volvió más… agresivo.

— Y si pensaba que Nott pondría en peligro la oportunidad de salvar a Fred, estoy seguro de que se pondría hecho una fiera — dijo Ron.

— Supongo — respondió Harry, aunque no estaba del todo convencido. Había algo tan duro en los gestos y acciones del encapuchado que le costaba creer que se tratara de una de las personas más alegres a las que conocía.

Entonces, una voz hizo que los tres se sobresaltaran.

— Sabía que estaríais aquí.

Era Ginny, quien venía acompañada de Luna.

— ¿Qué haces aquí? — le preguntó Ron. Ginny frunció el ceño.

— Mamá y papá te están buscando como locos. Quieren hablar contigo.

Ron hizo una mueca.

— ¿De qué?

— Sabes de qué. Deja de huir y habla con ellos.

— No tengo nada que decirles — se defendió Ron. — Se están tomando demasiado en serio cosas que dije cuando tenía once años.

— No van a dejar de perseguirte, así que cuanto antes aclares las cosas, mejor — dijo ella, tomando asiento en el suelo junto a Hermione. Luna la imitó y se sentó entre Ginny y Harry, mirando alrededor como si estuviera viendo la biblioteca por primera vez.

— Este es un lugar extraño para pasar el rato — les comentó. — ¿Por qué os escondéis?

— No nos escondemos — se apresuró a decir Hermione. — Solo queríamos un poco de tranquilidad.

Ron, quien se había vuelto a recostar en el suelo, asintió con la cabeza.

— Me duele la cabeza de estar rodeado de tanta gente.

— ¿Cómo nos habéis encontrado? — preguntó Hermione.

— Oh, es fácil —dijo Ginny. Había sacado una rana de chocolate de su bolsillo y estaba desenvolviéndola. — Estaba segura de que querríais privacidad y silencio. Y eres tú, Hermione, siempre que no puedo encontrarte voy a la biblioteca y estás ahí.

Ron soltó una risita.

Pasaron la siguiente media hora hablando. Ginny y Luna habían traído ranas de chocolate y pasteles de calabaza para todos, por lo que, aprovechando que Madam Pince no estaba allí, comieron cuanto quisieron sin preocuparse de nada. Hablaron de los libros, de cuántos encapuchados habían en realidad (Hermione creía que cuatro, Luna decía que debía haber unos quince); hablaron de quiénes saldrían más perjudicados por la lectura ("¡Malfoy lo va a pasar fatal cuando se lea lo de Buckbeak!") y de las posibilidades de que, realmente, esos libros sirvieran para derrotar a Voldemort.

Eventualmente, decidieron que era hora de volver al comedor, si bien tardaron unos minutos en levantarse después de llegar a esa conclusión. Por muy interesante que fuera leer los libros, estar rodeados de tanta gente durante horas acababa volviéndose agobiante. Una vez que los cinco tuvieron suficiente fuerza de voluntad para dejar la biblioteca, regresaron al comedor y se sentaron en los mismos sofás que antes, junto al resto de los Weasleys.

— ¡Ron! — dijo la señora Weasley. — Te he buscado por todas partes. Tenemos que hablar de…

— Cuando acabemos el libro — la interrumpió Ron. — ¿Por favor?

Madre e hijo se miraron durante unos momentos.

— Está bien — cedió Molly. — Cuando acabe este libro.

— Que será dentro de poco — dijo Hermione una vez que Molly se hubo girado para hablar con Bill y Fleur. — El profesor Dumbledore dijo que solo quedan dos capítulos.

— Hemos tardado dos días en leer un libro — dijo Ron. — Si son siete libros, tardaremos… ¿unas dos semanas en leerlos todos?

— Más, creo — dijo Harry. — El quinto libro parecía bastante gordo.

Y entonces lo recordó. El quinto libro. Se le había olvidado completamente que quería intentar leer parte del quinto libro para saber de qué hablaba ese encapuchado.

— Voy al baño — se excusó rápidamente y salió al pasillo.

¿Cómo lo haría? Dumbledore no estaba en el comedor en esos momentos, así que quizá estaba en su despacho. ¿Le dejaría el director leer solo febrero de ese año si se lo pedía? Pfff, no. Si ni siquiera le miraba a la cara, mucho menos iba a hacerle favores.

¿Pero entonces cómo podía hacerlo? Con un poco de suerte, la contraseña seguía siendo "Grageas", como hacía dos noches. Si esperaba a que Dumbledore saliera del despacho, tendría unos minutos considerando el tiempo que tardaría el director en regresar al comedor y comenzar la lectura.

— ¡Harry!

Sintió una mano tocar su hombro y pegó un salto involuntario.

— Oh, no. Perdona, no pretendía asustarte — era Cho Chang. Harry, quien había metido la mano en el bolsillo de su túnica para coger su varita, la soltó rápidamente.

— Oh. No te preocupes — respondió, aunque su corazón todavía iba a cien por hora.

— Quería hablar contigo a solas — dijo ella. Harry tragó saliva. — Te vi salir del comedor solo y pensé…

— Ah — dijo, deseando que su cerebro volviera a funcionar para poder decir algo más inteligente.

Se escucharon voces que venían por el pasillo. Casi por instinto, Harry miró a su alrededor, localizando enseguida la puerta de un aula vacía.

— ¿Entramos ahí? — sugirió Cho.

—Vale — dijo él. Abrió la puerta y Cho lo siguió. Cuando escuchó la puerta cerrarse a sus espaldas, sintió cómo su corazón volvía a latir a toda velocidad.

— Eh… — dijo. Era muy consciente de que estaba a solas con Cho Chang en un aula vacía y mal iluminada.

— Harry, yo… — empezó a hablar ella. Estaba de pie, a tan solo un metro de él. — Lo de antes…

Harry volvió a tragar saliva. Sentía las manos sudorosas. Cho dio un paso hacia él, acortando la distancia que los separaba.

— Me gustas mucho, Harry — dijo, su voz tan suave que casi era un susurro.

Y entonces Harry la besó.

Se separaron y Harry sentía que iba a estallar de nervios y de felicidad. Entonces vio la cara de Cho y esa felicidad se esfumó de un plumazo. La chica estaba al borde de las lágrimas.

— Eh… ¿qué pasa? — preguntó. ¿Acaso Cho no quería que la besara? ¡Si acababa de confesarle que le gustaba!

— No, nada — dijo ella rápidamente, limpiándose las lágrimas con la manga del uniforme. — Es solo que estoy muy confusa.

— ¿Confusa? ¿Por qué?

Cho lo miró fijamente, con los ojos anegados de lágrimas.

— Porque me gustas.

— Oh, ¿y eso es tan raro que te confunde? — respondió Harry a la defensiva.

— ¡No es eso! — exclamó ella. — Es porque me gustas, pero también me gustaba Cedric, bueno, me gusta, pero no está y no volverá jamás — rompió en sollozos — t-tú lo sabes mejor que nadie, y n-no sé…

Harry sintió como si le cayera un cubo de agua helada encima.

— Ya veo — dijo fríamente. — Cuando decidas si quieres estar conmigo o con un fantasma, me avisas.

— ¡¿Cómo puedes decir eso?! — gritó Cho entre lágrimas. — P-pensé que tú lo entenderías. T-tú eres el que me-mejor lo entiende… p-porque lo viste morir. Todos actúan como si Cedric nunca hubiera existido pero tú lo recuerdas, como yo. C-creí que entenderías…

— ¿Que entendería el qué? — replicó. Una parte de él era consciente de que estaba siendo muy duro, pero le daba igual. Se sentía herido y enfadado.

— ¡Que no puedo olvidarlo! — gritó ella. — Que quiero seguir adelante y no puedo. Que quiero enamorarme otra vez y seguir con mi vida y no puedo. Que todo me recuerda a él, que está por todas partes.

Harry se desinfló, su enfado evaporándose. Claro que entendía lo que sentía Cho. Él también veía a Cedric en todas partes. Cada estandarte de Hufflepuff, cada vez que pasaba frente al baño de los prefectos, cada vez que hablaba con Cho y cada noche, cuando cerraba los ojos y lo veía morir una y otra y otra vez.

Pero precisamente por eso no podía perdonar a la chica. ¿Por qué tenía que recordarlo todo el tiempo? ¿Por qué no podía tener una conversación con ella sin que el nombre de Cedric apareciera y ella se echara a llorar? ¿Por qué tenía que ponerse a hablar de él justo después de darle su primer beso?

— Lo entiendo — respondió Harry, su voz más suave que antes. Sin terminar de creerse lo que iba a decir, continuó: — Sé lo que es perder a alguien y ver sus recuerdos allá a donde vayas. Yo también pienso en Cedric todos los días.

Cho siguió sollozando, inconsolable.

— Pero precisamente por eso, creo que no podemos ser más que amigos — dijo finalmente Harry. Cho soltó un hipido. — Tú no has superado lo de Cedric y yo no podré superarlo si salimos y me lo recuerdas cada día.

Cho levantó la mirada, más fría que antes, pero aún llena de lágrimas.

— Lo entiendo. Sí, creo que será lo mejor para los dos. Sí, sí…

Fue hacia la puerta y Harry no la detuvo. Ella salió y lo dejó solo en el aula vacía, donde tuvo tiempo para respirar hondo y recuperar la compostura antes de tener que enfrentarse al resto del comedor. Se sentía herido y culpable al mismo tiempo. Lo único que tenía claro era que había echado a perder la oportunidad de salir con Cho, pero no sabía cómo sentirse al respecto. No quería pensar en ella. Ni en Cedric.

Volvió al comedor tras un rato. Hermione lo acribilló a preguntas, porque había visto a Cho entrar llorando al comedor. Ron, Ginny y Luna también lo miraban con interés.

— ¿Por qué has tardado tanto? ¿Ha pasado algo con ella? ¿Os habéis peleado?

— Luego os cuento — dijo él, intentando no mirar hacia el sillón donde Cho se había sentado con sus amigas. Había visto al entrar que estaban con las cabezas muy juntas, cuchicheando. No hacía falta ser un genio para saber que hablaban de él.

Fue bueno que Harry no se pusiera a contar todo lo sucedido con Cho, porque Dumbledore se levantó justo en ese momento.

— ¿Estáis todos preparados para leer los últimos dos capítulos del primer libro? — preguntó. Las últimas personas que quedaban de pie tomaron asiento apresuradamente. Harry sintió una punzada de nervios, a pesar de saber lo que se iba a leer.

— Que comience la lectura — dijo Dumbledore cuando todo el mundo se hubo sentado. — ¿Alguien quiere leer?

Varias personas alzaron la mano. Dumbledore eligió a Colin Creevey, quien pegó un gritito antes de casi correr hacia la tarima. Cogió el libro de forma casi reverencial y lo abrió por la página que el director le indicó.

— Este capítulo se llama: A través de la trampilla  dijo.

El trío intercambió miradas. No cabía duda sobre lo que se iba a leer en ese capítulo.

En años venideros, Harry nunca pudo recordar cómo se las había arreglado para hacer sus exámenes, cuando una parte de él esperaba que Voldemort entrara por la puerta en cualquier momento.

— Pobrecito — dijo Parvati. Algunos asintieron.

Sin embargo, los días pasaban y no había dudas de que Fluffy seguía bien y con vida, detrás de la puerta cerrada.

Algunos suspiraron aliviados y Harry rodó los ojos. ¿En serio pensaban que todo estaba bien? Si lo estuviera, no estarían mencionándolo en este capítulo.

Hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se examinaban por escrito. Les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido hechizadas con un encantamiento antitrampa.

Los alumnos de primero escuchaban con atención, queriendo saber cada detalle que pudiera ayudarles a prepararse para los exámenes. Algunos estudiantes parecieron muy preocupados al saber que no podrían usar sus plumas habituales.

También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó uno a uno al aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del escritorio.

Se escucharon algunas risas y Flitwick sonrió. Harry vio como un par de alumnos sacaban pergamino y escribían rápidamente.

La profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón en una caja de rapé. Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si tenían bigotes. Snape los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de recordar cómo hacer una poción para olvidar.

— Qué irónico — dijo Luna. Mientras tanto, varios alumnos de primero escribían lo que había salido en los exámenes. Harry contuvo las ganas de rodar los ojos. ¿Acaso creían que los profesores volverían a poner las mismas pruebas?

Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer caso omiso de las punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba desde la noche que había estado en el bosque.

Pues si el Harry de primero pensaba que eso era dolor, cuando llegara al quinto año se enteraría de lo que es bueno.

Harry respiró hondo. No llevaban ni dos minutos leyendo y ya había perdido la paciencia tres veces, una de ellas con su yo de once años. Tenía que calmarse. Los demás no tenían la culpa de que su vida amorosa fuera un desastre.

Mi vida amorosa y mi vida familiar, y mi vida social exceptuando a Ron y Hermione, y mi vida en general.

No. Tenía que dejar de autocompadecerse. Volvió a respirar hondo y trató de centrarse en la lectura.

Neville pensaba que Harry era un caso grave de nerviosismo, porque no podía dormir por las noches. Pero la verdad era que Harry se despertaba por culpa de su vieja pesadilla, que se había vuelto peor, porque la figura encapuchada aparecía chorreando sangre.

— Oh, no — gimió Lavender.

— Caray, Harry — dijo Dean. — Tus sueños dan mucha grima.

Tal vez porque ellos no habían visto lo que Harry vio en el bosque, o porque no tenían cicatrices ardientes en la frente, Ron y Hermione no parecían tan preocupados por la Piedra como Harry.

— Estábamos preocupados — afirmó Ron. — Pero no teníamos cicatrices ardiéndonos en la cara y recordándonos constantemente que había un loco suelto.

La idea de Voldemort los atemorizaba, desde luego, pero no los visitaba en sueños y estaban tan ocupados repasando que no les quedaba tiempo para inquietarse por lo que Snape o algún otro estuvieran tramando.

Angelina parecía escandalizada.

— ¿Sabíais que alguien quería robar la piedra y os preocupaban más los exámenes?

— No — dijo Hermione. — Pero la piedra estaba a salvo por el momento y nosotros teníamos que aprobar.

El último examen era Historia de la Magia. Una hora respondiendo preguntas sobre viejos magos chiflados que habían inventado calderos que revolvían su contenido, y estarían libres, libres durante toda una maravillosa semana, hasta que recibieran los resultados de los exámenes.

— Qué bonito suena — dijo Seamus. La verdad, tenía razón. La idea de pasar una semana entera sin hacer nada, disfrutando del buen tiempo y sin tener que estudiar ni leer estúpidos libros se le hacía a Harry muy atractiva.

Cuando el fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus plumas y enrollaran sus pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el resto.

Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé —dijo Hermione, cuando se reunieron con los demás en el parque soleado—. No necesitaba haber estudiado el Código de Conducta de los Hombres Lobo de 1637 o el levantamiento de Elfrico el Vehemente.

De nuevo, los niños de primero apuntaron los datos con rapidez.

A Hermione siempre le gustaba volver a repetir los exámenes, pero Ron dijo que iba a ponerse malo, así que se fueron hacia el lago y se dejaron caer bajo un árbol.

Se escucharon risas. Muchos simpatizaban con Ron, quien también reía.

Los gemelos Weasley y Lee Jordan se dedicaban a pinchar los tentáculos de un calamar gigante que tomaba el sol en la orilla.

— Oh — Molly parecía agotada de regañar a los gemelos. Se contentó con lanzarles una mirada severa, lo mismo que hizo McGonagall.

Basta de repasos —suspiró aliviado Ron, estirándose en la hierba—. Puedes alegrarte un poco, Harry, aún falta una semana para que sepamos lo mal que nos fue, no hace falta preocuparse ahora.

— Esa es una buena forma de ver las cosas — dijo Hannah Abbott. Ron le sonrió.

Harry se frotaba la frente.

¡Me gustaría saber qué significa esto! —estalló enfadado—. Mi cicatriz sigue doliéndome. Me ha sucedido antes, pero nunca tanto tiempo seguido como ahora.

Ve a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.

La señora Pomfrey le lanzó una mirada a Harry.

— No recuerdo que vinieras a verme — dijo. Harry se encogió de hombros.

No estoy enfermo —dijo Harry—. Creo que es un aviso... significa que se acerca el peligro...

— Aunque no estés enfermo, si sentías dolor debías venir a la enfermería, Potter — insistió la señora Pomfrey.

— Si hiciera eso me pasaría la vida en la enfermería — le respondió Harry. Algunos rieron.

— Si ya te la pasas allí, Potter — dijo Malfoy. — Lo raro es que aún no tengan una cama con tu nombre reservada para ti.

— Sería buena idea — dijo Dean. — Podrían poner una plaquita con tu nombre.

Ante la mirada ofendida de Harry, sus amigos se echaron a reír.

— Duermes más allí que en el dormitorio — dijo Neville. Por desgracia, Harry no tenía argumentos para rebatírselo, por lo que Colin Creevey siguió leyendo con una sonrisa.

Ron no podía agitarse, hacía demasiado calor.

Harry, relájate, Hermione tiene razón, la Piedra está segura mientras Dumbledore esté aquí. De todos modos, nunca hemos tenido pruebas de que Snape encontrara la forma de burlar a Fluffy. Casi le arrancó la pierna una vez, no va a intentarlo de nuevo. Y Neville jugará al quidditch en el equipo de Inglaterra antes de que Hagrid traicione a Dumbledore.

Muchos rieron, incluido Neville. Hagrid pareció muy orgulloso de sí mismo. Por otra parte, la profesora Umbridge hizo una mueca de desagrado y Fudge bufó.

Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva sensación de que se había olvidado de hacer algo, algo importante. Cuando trató de explicarlo, Hermione dijo:

Eso son los exámenes. Yo me desperté anoche y estuve a punto de mirar mis apuntes de Transformación, cuando me acordé de que ya habíamos hecho ese examen.

— Creo que los exámenes son demasiado estresantes para niños de once años — dijo Katie Bell. — ¿No podrían evaluar de otra forma?

Inmediatamente se desató una discusión sobre el tema. Todo el mundo hablaba al mismo tiempo, de forma que Harry solo entendía frases inconexas.

Eventualmente, el profesor Dumbledore llamó al orden y todos se callaron.

Pero Harry estaba seguro de que aquella sensación inquietante nada tenía que ver con los exámenes. Vio una lechuza que volaba hacia el colegio, por el brillante cielo azul, con una nota en el pico. Hagrid era el único que le había enviado cartas.

Algunos lo miraron con pena. Como siempre, Harry los ignoró.

Hagrid nunca traicionaría a Dumbledore. Hagrid nunca le diría a nadie cómo pasar ante Fluffy... nunca... Pero...

Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.

¿Adónde vas? —preguntó Ron con aire soñoliento.

Acabo de pensar en algo —dijo Harry. Se había puesto pálido—. Tenemos que ir a ver a Hagrid ahora.

Varios estudiantes se inclinaron hacia delante, curiosos.

¿Por qué? —suspiró Hermione, levantándose.

¿No os parece un poco raro —dijo Harry, subiendo por la colina cubierta de hierba— que lo que más deseara Hagrid fuera un dragón, y que de pronto aparezca un desconocido que casualmente tiene un huevo en el bolsillo? ¿Cuánta gente anda por ahí con huevos de dragón, que están prohibidos por las leyes de los magos? Qué suerte tuvo al encontrar a Hagrid, ¿verdad? ¿Por qué no se me ocurrió antes?

Hubo un silencio repentino en el comedor mientras la gente asimilaba las preguntas de Harry. Tanto Moody como Kingsley, Tonks y Lupin parecieron muy impresionados. Canuto movía la cola felizmente.

¿En qué estás pensando? —preguntó Ron, pero Harry echó a correr por los terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.

Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la casa, con los pantalones y las mangas de la camisa arremangados, y desgranaba guisantes en un gran recipiente.

Hola —dijo sonriente—. ¿Habéis terminado los exámenes? ¿Tenéis tiempo para beber algo?

Sí, por favor —dijo Ron, pero Harry lo interrumpió.

No, tenemos prisa, Hagrid, pero tengo que preguntarte algo. ¿Te acuerdas de la noche en que ganaste a Norberto? ¿Cómo era el desconocido con el que jugaste a las cartas?

— Muy bien, muy bien… — murmuraba Tonks. Harry empezaba a sentirse bastante orgulloso de sí mismo.

No lo sé —dijo Hagrid sin darle importancia—. No se quitó la capa.

Vio que los tres chicos lo miraban asombrados y levantó las cejas.

No es tan inusual, hay mucha gente rara en el Cabeza de Puerco, el bar de la aldea. Podría ser un traficante de dragones, ¿no? No llegué a verle la cara porque no se quitó la capucha.

Hagrid se estaba poniendo rojo.

Harry se dejó caer cerca del recipiente de los guisantes.

¿De qué hablaste con él, Hagrid? ¿Mencionaste Hogwarts?

Puede ser —dijo Hagrid, con rostro ceñudo, tratando de recordar—. Sí... Me preguntó qué hacía y le dije que era guardabosques aquí... Me preguntó de qué tipo de animales me ocupaba... se lo expliqué... y le conté que siempre había querido tener un dragón... y luego... no puedo recordarlo bien, porque me invitó a muchas copas.

Umbridge bufó y abrió la boca para decir algo, pero Colin siguió leyendo rápidamente.

Déjame ver... ah sí, me dijo que tenía el huevo de dragón y que podía jugarlo a las cartas si yo quería... pero que tenía que estar seguro de que iba a poder con él, no quería dejarlo en cualquier lado... Así que le dije que, después de Fluffy, un dragón era algo fácil.

¿Y él... pareció interesado en Fluffy? —preguntó Harry, tratando de conservar la calma.

Muchos ya veían por dónde iban los tiros y parecían alarmados. Algunos se llevaban las manos a la cabeza o se tapaban la boca con la mano por la preocupación.

Bueno... sí... es normal. ¿Cuántos perros con tres cabezas has visto? Entonces le dije que Fluffy era buenísimo si uno sabía calmarlo: tocando música se dormía en seguida...

De pronto Hagrid pareció horrorizado.

¡No debí decir eso! —estalló—. ¡Olvidad que lo dije! Eh... ¿adónde vais?

Hagrid estaba tan ruborizado que se habría podido freír un huevo en su cara. El comedor al completo estaba sumido en un silencio estupefacto.

— Hay que ser idiota — declaró Nott. Nadie dijo nada para defender a Hagrid, porque todos estaban demasiado sorprendidos. Harry se contentó con mirarlo mal. No quería decir nada e iniciar otra pelea. Cuanto antes acabaran de leer, mejor. Solo tenía ganas de irse a su cama en la torre de Gryffindor y no salir nunca.

Harry, Ron y Hermione no se hablaron hasta llegar al vestíbulo de entrada, que parecía frío y sombrío, después de haber estado en el parque.

Tenemos que ir a ver a Dumbledore —dijo Harry—. Hagrid le dijo al desconocido cómo pasar ante Fluffy, y sólo podía ser Snape o Voldemort, debajo de la capa... No fue difícil, después de emborrachar a Hagrid. Sólo espero que Dumbledore nos crea. Firenze nos respaldará, si Bane no lo detiene. ¿Dónde está el despacho de Dumbledore?

— Buen trabajo, Potter — dijo Moody. Como siempre que hablaba, algunos alumnos lo miraron con cautela.

Miraron alrededor, como si esperaran que alguna señal se lo indicara. Nunca les habían dicho dónde vivía Dumbledore, ni conocían a nadie a quien hubieran enviado a verlo.

Qué irónico, pensó Harry. Había pasado de no saber dónde estaba el despacho de Dumbledore a querer colarse dentro para leer parte de un libro del futuro. Aunque si algo le había quedado claro durante su encuentro con Cho era que no quería saber lo que pasaba en ese dichoso libro. Quizá habían tenido una discusión similar a la que acababan de tener, o quizá había sido otra cosa. En cualquier caso, se enteraría cuando llegaran a esa parte, porque no se sentía capaz de soportar nada más. No quería seguir pensando en Cho, así que se forzó a seguir escuchando a Colin.

Tendremos que... —empezó a decir Harry pero súbitamente una voz cruzó el vestíbulo.

¿Qué estáis haciendo los tres aquí dentro?

Era la profesora McGonagall, que llevaba muchos libros.

Queremos ver al profesor Dumbledore —dijo Hermione con valentía, según les pareció a Ron y Harry.

La chica sonrió.

¿Ver al profesor Dumbledore? —repitió la profesora, como si pensara que era algo inverosímil—. ¿Por qué?

La profesora pareció incómoda. Ciertamente, este libro estaba dejando a los profesores como unos inútiles, pensó Harry. Y suponía que el segundo libro sería aún peor en ese sentido.

¿Cómo reaccionarían todos al leer sobre las clases de Lockhart? ¿Y sobre la verdad sobre sus logros? Sería genial ver las caras de todos aquellos que habían sido sus fans.

Harry tragó: «¿Y ahora qué?».

Es algo secreto —dijo, pero de inmediato deseó no haberlo hecho, porque la profesora McGonagall se enfadó.

— Eres un genio — le dijo Fred. George le dio unas palmaditas de ánimo en la espalda, haciendo que Harry bufara.

El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos —dijo con frialdad—. Recibió una lechuza urgente del ministro de Magia y salió volando para Londres de inmediato.

Se escucharon exclamaciones de horror y sorpresa.

¿Se fue? —preguntó Harry con aire desesperado—. ¿Ahora?

El profesor Dumbledore es un gran mago, Potter, y tiene muchos compromisos...

Pero esto es importante.

¿Algo que tú tienes que decir es más importante que el ministro de Magia, Potter?

— Pues sí, lo era — McGonagall se respondió a sí misma. — Debí haberte hecho caso, Potter.

— No pasa nada — se apresuró a decir él.

Mire —dijo Harry dejando de lado toda precaución—, profesora, se trata de la Piedra Filosofal...

Fue evidente que la profesora McGonagall no esperaba aquello. Los libros que llevaba se deslizaron al suelo y no se molestó en recogerlos

¿Cómo es que sabes...? —farfulló.

— Hace meses que lo saben — se quejó una chica de cuarto de Ravenclaw. Miró a sus amigos antes de decir: — ¿Por qué nosotros nunca nos enteramos de estas cosas?

Algunos le dieron la razón.

Profesora, creo... sé... que Sna... que alguien va a tratar de robar la Piedra. Tengo que hablar con el profesor Dumbledore.

La profesora lo miró entre impresionada y suspicaz.

El profesor Dumbledore regresará mañana —dijo finalmente—. No sé cómo habéis descubierto lo de la Piedra, pero quedaos tranquilos. Nadie puede robarla, está demasiado bien protegida.

McGonagall bufó. Parecía estar conteniendo las ganas de taparse la cara.

Pero profesora...

Harry sé de lo que estoy hablando —dijo en tono cortante. Se inclinó y recogió sus libros—. Os sugiero que salgáis y disfrutéis del sol.

Pero no lo hicieron.

— Por qué será que no me sorprende — dijo Fred.

Será esta noche —dijo Harry una vez que se aseguraron de que la profesora McGonagall no podía oírlos—. Snape pasará por la trampilla esta noche. Ya ha descubierto todo lo que necesitaba saber y ahora ha conseguido quitar de en medio a Dumbledore. Él envió esa nota, seguro que el ministro de Magia tendrá una verdadera sorpresa cuando aparezca Dumbledore.

Snape rodó los ojos. Muchos alumnos parecían estar totalmente convencidos de que era el culpable, a pesar de que, si lo fuera, no estaría en el comedor. ¿Es que nadie usa el sentido común?, pensó Harry.

Pero ¿qué podemos...?

Hermione tosió. Harry y Ron se volvieron. Snape estaba allí.

Se escucharon jadeos de sorpresa.

Buenas tardes —dijo amablemente. Lo miraron sin decir nada.

— ¿Amablemente? — murmuró Ginny. — Qué mal rollo.

No deberíais estar dentro en un día así —dijo con una rara sonrisa torcida.

Nosotros... —comenzó Harry, sin idea de lo que diría.

Debéis ser más cuidadosos —dijo Snape—. Si os ven andando por aquí, pueden pensar que vais a hacer alguna cosa mala. Y Gryffindor no puede perder más puntos, ¿no es cierto?

Muchos Gryffindor hicieron muecas de dolor.

Harry se ruborizó. Se dieron media vuelta para irse, pero Snape los llamó.

Ten cuidado, Potter, otra noche de vagabundeos y yo personalmente me encargaré de que te expulsen. Que pases un buen día.

Se alejó en dirección a la sala de profesores.

Para sorpresa de Harry, la profesora Sprout se echó a reír.

—Ay, Severus — dijo. — No haces nada para demostrar tu inocencia, ¿eh? Todo lo que haces es sospechoso.

Snape la miró mal.

Una vez fuera, en la escalera de piedra, Harry se volvió hacia sus amigos.

Bueno, esto es lo que tenemos que hacer —susurró con prisa—. Uno de nosotros tiene que vigilar a Snape, esperar fuera de la sala de profesores y seguirlo si sale. Hermione, mejor que eso lo hagas tú.

¿Por qué yo?

Es obvio —intervino Ron—. Puedes fingir que estás esperando al profesor Flitwick, ya sabes cómo —la imitó con voz aguda—: «Oh, profesor Flitwick, estoy tan preocupada, creo que tengo mal la pregunta catorce b...».

Muchos rieron. Sin embargo, también hubo muchos que parecían impresionados ante el plan improvisado del trío.

Oh, cállate —dijo Hermione, pero estuvo de acuerdo en ir a vigilar a Snape.

Snape la fulminó con la mirada.

Y nosotros iremos a vigilar el pasillo del tercer piso —dijo Harry a Ron—.Vamos.

Pero aquella parte del plan no funcionó.

— Qué sorpresa — ironizó Ginny.

Tan pronto como llegaron a la puerta que separaba a Fluffy del resto del colegio, la profesora McGonagall apareció otra vez, salvo que ya había perdido la paciencia.

Supongo que creeréis que sois los mejores para vencer todos los encantamientos —dijo con rabia—. ¡Ya son suficientes tonterías! Si me entero de que habéis vuelto por aquí, os quitaré otros cincuenta puntos para Gryffindor. ¡Sí, Weasley, de mi propia casa!

De nuevo, McGonagall parecía querer que la tierra la tragase.

Harry y Ron regresaron a la sala común. Justo cuando Harry acababa de decir: «Al menos Hermione está detrás de Snape», el retrato de la Dama Gorda se abrió y apareció la muchacha.

¡Lo siento, Harry! —se quejó—. Snape apareció y me preguntó qué estaba haciendo, así que le dije que esperaba al profesor Flitwick. Snape fue a buscarlo, yo tuve que irme y no sé adónde habrá ido Snape.

— Qué desastre — dijo Ernie Macmillan. A su lado, Justin asintió con aire preocupado.

Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad?

Los otros dos lo miraron asombrados. Estaba pálido y los ojos le brillaban.

Iré esta noche y trataré de llegar antes y conseguir la Piedra.

¡Estás loco! —dijo Ron.

Lo mismo decían muchos en el comedor. Miraban a Harry como si lo vieran por primera vez.

¡No puedes! —dijo Hermione—. ¿Después de todo lo que han dicho Snape y McGonagall? ¡Te van a expulsar!

¿Y qué? —gritó Harry—. ¿No comprendéis? ¡Si Snape consigue la Piedra, es la vuelta de Voldemort! ¿No habéis oído cómo eran las cosas cuando él trataba de apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio para que nos expulsen! ¡Lo destruirá o lo convertirá en un colegio para las Artes Oscuras! ¿No os dais cuenta de que perder puntos ya no importa? ¿Creéis que él dejará que vosotros y vuestras familias estéis tranquilos, si Gryffindor gana la copa de la casa? Si me atrapan antes de que consiga la Piedra, bueno, tendré que volver con los Dursley y esperar a que Voldemort me encuentre allí. Será sólo morir un poquito más tarde de lo que debería haber muerto, porque nunca me pasaré al lado tenebroso. Voy a entrar por esa trampilla, esta noche, y nada de lo que digáis me detendrá. Voldemort mató a mis padres, ¿lo recordáis?

Colin lo leyó todo de carrerilla, sin que nadie le interrumpiera. El comedor al completo se había quedado mudo de impresión.

— Será sólo morir un poquito más tarde de lo que debería haber muerto, porque nunca me pasaré al lado tenebroso — repitió Colin, mirando directamente al ministro y a la profesora Umbridge. Harry sintió una oleada de afecto por el chico.

— Tenías once años — gimió Molly. Harry se giró a mirarla y vio que tenía lágrimas en los ojos. — ¿Qué es todo eso de "será solo morir un poquito más tarde"? Solo eras un niño.

Lanzó una mirada furiosa hacia la mesa de profesores. Nadie supo qué contestarle, por lo que Colin siguió leyendo.

Los miró con furia.

Tienes razón, Harry —dijo Hermione, casi sin voz.

Voy a llevar la capa invisible —dijo Harry—. Es una suerte haberla recuperado.

Pero ¿nos cubrirá a los tres? —preguntó Ron.

¿A... nosotros tres?

Oh, vamos, ¿no pensarás que te vamos a dejar ir solo?

Molly dejó escapar un sollozo.

Por supuesto que no —dijo Hermione con voz enérgica—. ¿Cómo crees que vas a conseguir la Piedra sin nosotros?

— No habría podido hacerlo — murmuró Harry. Ron le sonrió y Hermione le cogió la mano.

Será mejor que vaya a buscar en mis libros, tiene que haber algo que nos sirva...

Pero si nos atrapan, también os expulsarán a vosotros.

No, si yo puedo evitarlo —dijo Hermione con severidad—. Flitwick me dijo en secreto que en su examen tengo ciento doce sobre cien. No me van a expulsar después de eso.

Aunque se escucharon algunas risas aisladas, la mayoría del comedor estaba sumido en un ambiente tenso. Sabían que lo que venía iba a ser grande.

Tras la cena, los tres se sentaron en la sala común, lejos de todos. Nadie los molestó: después de todo, ninguno de los de Gryffindor hablaba con Harry, pero ésa fue la primera noche que no le importó.

Muchos Gryffindor hicieron muecas de incomodidad.

Hermione revisaba sus apuntes, confiando en encontrar algunos de los encantamientos que deberían conjurar. Harry y Ron no hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían.

— ¿Pero de verdad tuvieron que hacer algo? — preguntó Marietta Edgecombe. Miraba de reojo a Harry con una expresión de desagrado. — Estaban en primero, dudo que pudieran detener a quien quisiera coger la piedra.

Algunos murmuraron su acuerdo, pero otros parecían convencidos de que Harry, Ron y Hermione lucharían contra magos oscuros. Harry no les dijo nada: la lectura hablaría por él.

Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se fueron a acostar.

Será mejor que vayas a buscar la capa —murmuró Ron, mientras Lee Jordan finalmente se iba, bostezando y desperezándose.

— Si hubiera sabido lo que tramabais me habría quedado — dijo Lee.

Harry corrió por las escaleras hasta su dormitorio oscuro. Sacó la capa y entonces su mirada se fijó en la flauta que Hagrid le había regalado para Navidad. La guardó para utilizarla con Fluffy: no tenía muchas ganas de cantar...

De nuevo, se escucharon risas aisladas.

— Si hubieras cantado Fluffy nos habría devorado en tres segundos — dijo Ron. Harry fingió ofenderse.

— Eh, ¿y tú qué sabes? A lo mejor soy buen cantante.

A juzgar por las risas de sus amigos, no lo era.

Regresó a la sala común.

Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos aseguremos de que nos cubra a los tres... si Filch descubre a uno de nuestros pies andando solo por ahí...

¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón. Neville apareció detrás de un sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro viaje a la libertad.

Neville gimió. Sabía lo que venía a continuación.

Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la capa detrás de la espalda. Neville observó sus caras de culpabilidad.

Vais a salir de nuevo —dijo.

— No me digas, Sherlock — ironizó Zabini. Neville se puso algo rojo.

No, no, no —aseguró Hermione—. No, no haremos nada. ¿Por qué no te vas a la cama, Neville?

Hermione se disculpó con Neville por la mentira. El chico le sonrió.

Harry miró al reloj de pie que había al lado de la puerta. No podían perder más tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy.

Muchos miraron a Snape, alarmados. El profesor contuvo las ganas de rodar los ojos otra vez.

No podéis iros —insistió Neville—. Os volverán a atrapar. Gryffindor tendrá más problemas.

Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es importante.

Esta vez fue el turno de Neville de disculparse.

Pero era evidente que Neville haría algo desesperado.

No dejaré que lo hagáis —dijo, corriendo a ponerse frente al agujero del retrato —. ¡Voy... voy a pelear con vosotros!

Muchos se echaron a reír y Neville se ruborizó.

¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero y no seas idiota!

— No me puedo creer que esté de acuerdo con Weasley — dijo Malfoy. Ron lo miró mal.

¡No me llames idiota! —dijo Neville—. ¡No me parece bien que sigáis faltando a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que hiciera frente a la gente!

Sí, pero no a nosotros —dijo irritado Ron—. Neville, no sabes lo que estás haciendo.

— Es cierto, no lo sabía — dijo el chico. — Lo siento.

— No pasa nada — se apresuró a responderle Hermione.

Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al sapo Trevor, que desapareció de la vista.

¡Ven entonces, intenta pegarme! —dijo Neville, levantando los puños—. ¡Estoy listo!

Las exclamaciones de "ohhh" y "¡pelea!" venían de todas partes del comedor. Los alumnos estaban muy emocionados. Los profesores, no tanto.

Harry se volvió hacia Hermione.

Haz algo —dijo desesperado. Hermione dio un paso adelante.

Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho, esto.

Hermione gimió.

Levantó la varita.

¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a Neville.

Hubo un "¡OOOOH!" colectivo. Muchos aplaudieron y se echaron a reír.

Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus piernas se juntaron. Todo el cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó bocabajo, rígido como un tronco.

Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la mandíbula rígida y no podía hablar. Sólo sus ojos se movían, mirándolos horrorizado.

— Perdón, perdón, perdón — murmuraba Hermione. Estaba muy roja. Neville le sonrió tímidamente.

¿Qué le has hecho? —susurró Harry.

Es la Inmovilización Total —dijo Hermione angustiada—. Oh, Neville, lo siento tanto...

Lo comprenderás después, Neville —dijo Ron, mientras se alejaban para cubrirse con la capa invisible.

— Lo comprendo ahora — dijo él.

Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía un buen augurio. En aquel estado de nervios, cada sombra de una estatua les parecía que era Filch, y cada silbido lejano del viento les parecía Peeves que los perseguía.

Al pie de la primera escalera, divisaron a la Señora Norris.

Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez —murmuró Ron en el oído de Harry, que negó con la cabeza.

— Malditos mocosos — farfulló Filch. La señora Weasley le lanzó una severa mirada a Ron, quien se encogió ligeramente en el asiento.

Mientras pasaban con cuidado al lado de la gata, ésta volvió la cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio.

No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron a la escalera que iba al tercer piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra para que la gente tropezara.

Algunos bufaron.

¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras subían hacia él. Entornó sus malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda veros. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantillos detestables?

Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo.

Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible.

Harry tuvo súbitamente una idea.

Peeves —dijo en un ronco susurró—, el Barón Sanguinario tiene sus propias razones para ser invisible.

Algunos soltaron exclamaciones de sorpresa. También se oyeron un par de carcajadas.

Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y quedó a unos centímetros de la escalera.

Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso—. Fue por mi culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted es invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor.

Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Harry—. Manténte lejos de este lugar esta noche.

Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves, elevándose otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de boca, yo no lo molestaré.

Y desapareció.

Se escucharon risas y aplausos.

— Sublime — dijo Fred, fingiendo que se limpiaba una lágrima de orgullo.

¡Genial, Harry! —susurró Ron.

Aunque las palabras eran de Ron, estaba claro que Colin también las pensaba. El entusiasmo con el que había leído esa frase era un indicativo de ello.

Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasillo del tercer piso. La puerta ya estaba entreabierta.

Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya ha pasado ante Fluffy.

Ver la puerta abierta les hizo tomar plena conciencia de aquello a lo que tenían que enfrentarse.

El ambiente tenso y expectante regresó al comedor con fuerza al darse cuenta todos de lo que estaba a punto de suceder.

Por debajo de la capa, Harry se volvió hacia los otros dos.

Si queréis regresar, no os lo reprocharé —dijo—. Podéis llevaros la capa, no la voy a necesitar.

No seas estúpido —dijo Ron.

Vamos contigo —dijo Hermione.

Harry no pudo evitar sonreír. Ron y Hermione también lo hacían. Ella todavía sujetaba la mano de Harry, sin saber que Cho Chang la fulminaba con la mirada desde hacía rato.

Harry empujó la puerta.

Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del perro olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.

Muchos se estremecieron solo de pensar en el perro de tres cabezas.

¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.

Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla dejado ahí.

El profesor bufó.

Debe despertarse en el momento en que se deja de tocar —dijo Harry—. Bueno, empecemos...

Se llevó a los labios la flauta de Hagrid y sopló. No era exactamente una melodía, pero desde la primera nota los ojos de la bestia comenzaron a cerrarse. Harry casi ni respiraba. Poco a poco, los gruñidos se fueron apagando, se balanceó, cayó de rodillas y luego se derrumbó en el suelo, profundamente dormido.

Hagrid parecía orgulloso de sí mismo y del instrumento que había creado. McGonagall lo miró con severidad, por lo que él bajó la cabeza ligeramente.

Sigue tocando —advirtió Ron a Harry, mientras salía de la capa y se arrastraba hasta la trampilla. Podía sentir la respiración caliente y olorosa del perro, mientras se aproximaba a las gigantescas cabezas.

— Oh, no — murmuraba la señora Weasley. Le había cogido la mano a su marido y observaba el libro con una expresión horrorizada.

Creo que podemos abrir la trampilla —dijo Ron, espiando por encima del lomo del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?

¡No, no quiero!

Se escucharon algunas risas, aunque sonaban apagadas. Todos estaban demasiado nerviosos y expectantes.

Muy bien. —Ron apretó los dientes y anduvo con cuidado sobre las patas del perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la trampilla, que se levantó y abrió.

— ¿Un niño de primero podía abrir esa trampilla? — inquirió Moody, mirando fijamente al director. Lupin también lo observaba, con una ceja arqueada. Dumbledore no dijo nada.

¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.

Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse caer.

Harry, que seguía tocando la flauta, hizo un gesto para llamar la atención de Ron y se señaló a sí mismo.

¿Quieres ir primero? ¿Estás seguro? —dijo Ron—. No sé cómo es de profundo ese lugar. Dale la flauta a Hermione, para que pueda seguir haciéndolo dormir.

Harry le entregó la flauta y, en esos segundos de silencio, el perro gruñó y se estiró, pero en cuanto Hermione comenzó a tocar volvió a su sueño profundo.

— Eso es un beso indirecto — le dijo Lavender a Parvati, quien soltó una risita. Hermione rodó los ojos, aunque se había puesto algo roja. Soltó la mano de Harry en ese momento y Harry, quien también se había ruborizado ligeramente al escuchar a Lavender, lo agradeció internamente. Por otro lado, Ron tenía una expresión extraña, entre pensativa y horrorizada.

— ¿Eso es un beso indirecto? — les susurró. — ¿Solo por compartir una flauta? ¡Porque entonces me he besado con media sala común! ¡Bebemos de los mismos vasos!

Harry soltó una carcajada que sonó muy fuerte en el comedor. Hermione también rió y todos los miraron con extrañeza, ya que nadie había escuchado el susurro de Ron.

Harry se acercó y miró hacia abajo. No se veía el fondo.

Se descolgó por la abertura y quedó suspendido de los dedos. Miró a Ron y dijo: —Si algo me sucede, no sigáis. Id directamente a la lechucería y enviad a Hedwig a Dumbledore. ¿De acuerdo?

De acuerdo —respondió Ron. —Nos veremos en un minuto, espero...

— Maldita sea — se quejó Dean. — Los tenéis bien puestos, ¿eh?

— No te haces una idea — le respondió Ron, recordando las arañas de segundo. Le dio un escalofrío.

Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras caía, caía, caía y… ¡PAF!

Algunos soltaron grititos. Colin leía con mucha emoción.

Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave y extraño. Se incorporó y miró alrededor, con ojos desacostumbrados a la penumbra. Parecía que estaba sentado sobre una especie de planta.

La profesora Sprout se inclinó hacia delante, deseosa de saber cómo se las habían ingeniado para pasar su prueba.

¡Todo bien! —gritó al cuadradito de luz del tamaño de un sello, que era la abertura de la trampilla—. ¡Fue un aterrizaje suave, puedes saltar!

— ¿Del tamaño de un sello? — preguntó Luna. — Debisteis caer desde muy alto.

Harry asintió.

Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de Harry.

¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.

No sé, alguna clase de planta. Supongo que está aquí para detener la caída. ¡Vamos, Hermione!

La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte ladrido,

Algunos casi gritaron.

pero Hermione ya había saltado. Cayó al otro lado de Harry.

Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio —dijo la niña.

Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.

¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!

Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda. Tuvo que luchar porque, en el momento en que cayó, la planta comenzó a extenderse como una serpiente para sujetarle los tobillos. Harry y Ron, mientras tanto, ya tenían las piernas totalmente cubiertas, sin que se hubieran dado cuenta.

— ¿Cómo no os disteis cuenta? — exclamó Charlie Weasley. — ¡Es un lazo del diablo!

— ¡Alerta permanente! — les recordó Moody. Muchos alumnos seguían observándolo con cautela cada vez que hablaba, pero a él no parecía importarle.

Hermione pudo liberarse antes de que la planta la atrapara. En aquel momento miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban para quitarse la planta de encima, pero mientras más luchaban, la planta los envolvía con más rapidez.

Molly tenía las manos sobre la boca y miraba horrorizada al libro. Una cosa era saber que su hijo había pasado por momentos peligrosos y otra cosa era leerlos con todo detalle.

¡Dejad de moveros! —ordenó Hermione—. Sé lo que es esto. ¡Es Lazo del Diablo!

Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda —gruñó Ron, tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.

¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla! —dijo Hermione.

¡Bueno, date prisa, no puedo respirar! —jadeó Harry, mientras la planta le oprimía el pecho.

Los alumnos escuchaban la lectura con expresiones de horror. Algunos se tocaban el cuello inconscientemente.

Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo la profesora Sprout?... Le gusta la oscuridad y la humedad...

¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.

Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera! —gimió Hermione, retorciéndose las manos.

— ¿Qué? — bufó Malfoy.

¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA BRUJA O NO?

¡Oh, de acuerdo! —dijo Hermione. Agitó su varita, murmuró algo y envió a la planta unas llamas azules como las que había utilizado con Snape.

El profesor gruñó al recordar ese incidente.

En segundos, los dos muchachos sintieron que se aflojaban las ligaduras, mientras la planta se retiraba a causa de la luz y el calor. Retorciéndose y alejándose, se desprendió de sus cuerpos y pudieron moverse.

Muchos respiraron tranquilos. La señora Weasley pareció hundirse en el asiento por el alivio que sentía.

Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione —dijo Harry, mientras se acercaba a la pared, secándose el sudor de la cara.

Sí —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza en las crisis. Porque eso de «no tengo madera»... francamente...

Ahora sí, se escucharon algunas risitas. Hermione se ruborizó.

— Estaba en primero y luchando contra una planta asesina — se defendió. — Normal que estuviera nerviosa.

Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de piedra que era el único camino.

Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el goteo del agua en las paredes. El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se acordó de Gringotts. Con un desagradable sobresalto, recordó a los dragones que decían que custodiaban las cámaras, en el banco de los magos. Si encontraban un dragón, un dragón más grande...

— Llega a haber un dragón y a mí me da un infarto — declaró Ron, haciendo reír a todos a su alrededor.

Con Norberto ya habían tenido suficiente...

— Y tanto — murmuró Hermione.

¿Oyes algo? —susurró Ron.

Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que parecían proceder de delante. —¿Crees que será un fantasma?

No lo sé... a mí me parecen alas.

— ¿Serán aves asesinas? — gimió una chica de segundo de Gryffindor.

Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una habitación brillantemente iluminada, con el techo curvándose sobre ellos. Estaba llena de pajaritos brillantes que volaban por toda la habitación.

Ron soltó una risita.

— Pajaritos brillantes — dijo con sorna. Harry le pegó un golpe en el brazo, aunque también sonreía.

En el lado opuesto, había una pesada puerta de madera.

¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación? —preguntó Ron.

Es probable —contestó Harry—. No parecen muy malos, pero supongo que si se tiran todos juntos... Bueno, no hay nada que hacer... voy a correr.

Respiró profundamente, se cubrió la cara con los brazos y cruzó corriendo la habitación. Esperaba sentir picos agudos y garras desgarrando su cuerpo, pero no sucedió nada.

— Reitero lo dicho — dijo Dean. — Normal que estés en Gryffindor.

Harry se sintió muy orgulloso durante un momento.

Alcanzó la puerta sin que lo tocaran. Movió la manija, pero estaba cerrada con llave.

Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron, pero la puerta no se movía, ni siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de Alohomora.

— Por fin algo que no puede resolverse con los conocimientos de un alumno de primero — bufó un chico de séptimo de Slytherin. — La seguridad no es vuestro fuerte, ¿eh?

Habló mirando directamente a Dumbledore, quien sonrió levemente.

— Me temo que subestimé al enemigo — dijo por toda respuesta.

¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.

Esos pájaros... no pueden estar sólo por decoración —dijo Hermione. Observaron los pájaros, que volaban sobre sus cabezas, brillando... ¿Brillando?

— Hay especies de pájaros que brillan en la oscuridad — les informó Luna. Hagrid asintió, así que era cierto.

¡No son pájaros! —dijo de pronto Harry—. ¡Son llaves! Llaves aladas, mirad bien. Entonces eso debe significar... —Miró alrededor de la habitación, mientras los otros observaban la bandada de llaves—. Sí... mirad ahí. ¡Escobas! ¡Tenemos que conseguir la llave de la puerta!

¡Pero hay cientos de llaves!

Ron examinó la cerradura de la puerta.

Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de plata, probablemente, como la manija.

Arthur pareció muy orgulloso de Ron. Los miembros de la orden también parecían impresionados.

Cada uno cogió una escoba y de una patada estuvieron en el aire, remontándose entre la nube de llaves. Trataban de atraparlas, pero las llaves hechizadas se movían tan rápidamente que era casi imposible sujetarlas.

Pero no por nada Harry era el más joven buscador del siglo. Tenía un don especial para detectar cosas que la otra gente no veía.

Harry se ruborizó mientras muchos de sus compañeros silbaban y aplaudían.

Después de unos minutos moviéndose entre el remolino de plumas de todos los colores, detectó una gran llave de plata, con un ala torcida, como si ya la hubieran atrapado y la hubieran introducido con brusquedad en la cerradura.

¡Es ésa! —gritó a los otros—. Esa grande... allí... no, ahí... Con alas azul brillante... las plumas están aplastadas por un lado.

Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección, chocó contra el techo y casi se cae de la escoba.

Ron gruñó, ignorando las risas de todos.

¡Tenemos que encerrarla! —gritó Harry, sin quitar los ojos de la llave con el ala estropeada—. Ron, ven desde arriba, Hermione, quédate abajo y no la dejes descender. Yo trataré de atraparla. Bien: ¡AHORA!

Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical, la llave los esquivó a ambos, y Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad hacia la pared, Harry se inclinó hacia delante y, con un ruido desagradable, la aplastó contra la piedra con una sola mano.

Los vivas de Ron y Hermione retumbaron por la habitación.

El comedor también retumbó por los aplausos y vítores de los estudiantes.

— Eso ha sido un plan de vuelo magnífico — le felicitó Wood. Le brillaban los ojos. Harry sonrió.

Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta, con la llave retorciéndose en su mano. La metió en la cerradura y le dio la vuelta... Funcionaba. En el momento en que se abrió la cerradura, la llave salió volando otra vez, con aspecto de derrotada, pues ya la habían atrapado dos veces.

— Qué pena — dijo Luna. — Debió sentirse fatal.

— Era una llave — bufó Ron. Luna lo miró como si fuera muy interesante.

— Si tenía aspecto de derrotada es que era consciente de que había sido derrotada — replicó. Ron no supo qué responder, así que se contentó con bufar de nuevo. Harry se sentía un poco mal por haber atrapado la llave tan a lo bestia.

¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la mano en la manija de la puerta. Asintieron. Abrió la puerta.

La habitación siguiente estaba tan oscura que no pudieron ver nada. Pero cuando estuvieron dentro la luz súbitamente inundó el lugar, para revelar un espectáculo asombroso.

Muchos se inclinaron en sus asientos, expectantes.

Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las piezas negras, que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía piedra. Frente a ellos, al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas. Harry, Ron y Hermione se estremecieron: las piezas blancas no tenían rostros.

La mayoría de alumnos parecían muy impresionados.

— Vaya — dijo Fred, haciendo una mueca. — Creo que sé lo que viene ahora.

Miró a Ron, quien asintió. Muchos miraron ese intercambio con curiosidad. Molly soltó un gemido. No quería leer esta parte.

¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry.

Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar para cruzar la habitación.

Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra puerta.

¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.

Creo —contestó Ron— que vamos a tener que ser piezas.

McGonagall asintió.

Se acercó a un caballero negro y levantó la mano para tocar el caballo. De inmediato, la piedra cobró vida.

Algunos gritaron.

El caballo dio una patada en el suelo y el caballero se levantó la visera del casco, para mirar a Ron.

¿Tenemos que... unirnos a ustedes para poder cruzar?

El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se volvió a los otros dos.

Esto hay que pensarlo... —dijo—. Supongo que tenemos que ocupar el lugar de tres piezas negras.

Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras Ron pensaba.

— Entonces tuvisteis que esperar durante horas, ¿no? — dijo Pansy Parkinson con sorna. Crabbe y Goyle rieron.

Antes de que ningún Weasley pudiera decir nada, Harry se adelantó:

— No, de hecho Ron fue bastante rápido en diseñar un plan para sacarnos de allí con vida — replicó. — Mientras tanto, tú dormías tranquilamente en tu camita.

Pansy lo fulminó con la mirada. Colin se apresuró a seguir leyendo.

Por fin dijo: —Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es muy bueno en ajedrez...

— No hace falta que lo digas — dijo Fred. Harry bufó. Tampoco era tan malo, pero Ron era muy bueno y el contraste era enorme.

No nos ofendemos —dijo rápidamente Harry—. Simplemente dinos qué tenemos que hacer.

Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú, Hermione, ponte en lugar de esa torre, al lado de Harry.

¿Y qué pasa contigo?

Yo seré un caballo.

Los que entendían de ajedrez soltaron exclamaciones de sorpresa y nervios. Miraban a Ron como si lo vieran por primera vez.

Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante esas palabras, un caballo, un alfil y una torre dieron la espalda a las piezas blancas y salieron del tablero, dejando libres tres cuadrados que Harry, Ron y Hermione ocuparon.

Las blancas siempre juegan primero en el ajedrez —dijo Ron, mirando al otro lado del tablero—. Sí... mirad.

Un peón blanco se movió hacia delante.

Todos escuchaban con atención, no queriendo perderse nada.

Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se movían silenciosamente cuando los mandaba. A Harry le temblaban las rodillas. ¿Y si perdían?

Escuchó algunas burlas desde donde Malfoy estaba sentado, pero las ignoró totalmente.

Harry... muévete en diagonal, cuatro casillas a la derecha.

La primera verdadera impresión llegó cuando el otro caballo fue capturado. La reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo arrastró hacia fuera, donde se quedó inmóvil, bocabajo.

Muchos comprendieron en ese momento el riesgo que estaban corriendo Harry, Ron y Hermione.

Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—. Te deja libre para coger ese alfil. Vamos, Hermione.

Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas blancas no mostraban compasión. Muy pronto, hubo un grupo de piezas negras desplomadas a lo largo de la pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a tiempo para salvar a Harry y Hermione del peligro. Él mismo jugó por todo el tablero, atrapando casi tantas piezas blancas como las negras que habían perdido.

— Eso es impresionante — dijo Kingsley. Ron se ruborizó.

Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme pensar... dejadme pensar.

La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia Ron.

Sí... —murmuró Ron—. Es la única forma... tengo que dejar que me cojan.

¡NO! —gritaron Harry y Hermione.

En el comedor, tanto Hermione como Harry hicieron muecas de dolor y desagrado. Muchos alumnos miraban a Ron con renovado respeto.

¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que hacer algunos sacrificios! Yo daré un paso adelante y ella me cogerá... Eso te dejará libre para hacer jaque mate al rey, Harry.

Pero...

¿Quieres detener a Snape o no?

Ron...

Molly, angustiada, miraba a Ron como para asegurarse de que seguía ahí.

¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!

No había nada que hacer.

El comedor al completo estaba en silencio, escuchando con estupefacción el sacrificio de Ron. El chico mantenía la cabeza bien alta y Harry no pudo evitar pensar que se merecía tener este momento de protagonismo. Ron era el mejor estratega de los tres y ya era hora de que se valoraran sus capacidades.

¿Listo? —preguntó Ron, con el rostro pálido pero decidido—. Allá voy, y no os quedéis una vez que hayáis ganado.

Se movió hacia delante y la reina blanca saltó. Golpeó a Ron con fuerza en la cabeza con su brazo de piedra y el chico se derrumbó en el suelo.

Se escucharon gritos y exclamaciones de horror.

Hermione gritó, pero se quedó en su casillero. La reina blanca arrastró a Ron a un lado. Parecía desmayado.

— Me dejó totalmente K.O. — les dijo por lo bajo. Harry le puso la mano en el hombro y se dio cuenta de que Hermione le había cogido la mano a Ron en algún punto de la lectura. ¿Cuánto tiempo llevaban así?

Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la izquierda.

— ¿Muy conmovido? — se burló Ron.

— A punto de llorar — confesó Harry en voz baja. — Pero creo que prefiero la palabra conmovido.

Ron pareció bastante contento.

El rey blanco se quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry. Habían ganado. Las piezas saludaron y se fueron, dejando libre la puerta. Con una última mirada de desesperación hacia Ron, Harry y Hermione corrieron hacia la salida y subieron por el siguiente pasadizo.

¿Y si él está...?

Él estará bien —dijo Harry, tratando de convencerse a sí mismo—.

Ron pareció todavía más contento. Todavía sostenía la mano de Hermione, quien estaba muy pálida.

¿Qué crees que nos queda?

Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick debe de haber hechizado las llaves, y McGonagall transformó a las piezas de ajedrez. Eso nos deja el hechizo de Quirrell y el de Snape...

— ¿No había más profesores protegiendo la piedra? — preguntó Moody. Volvía a juzgar con la mirada a Dumbledore, quien negó con la cabeza. Parecía que a Alastor Moody se le estaba cayendo un mito.

Habían llegado a otra puerta.

¿Todo bien? —susurró Harry.

Adelante.

Harry empujó y abrió.

Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se taparan la nariz con la túnica. Con ojos que lagrimeaban debido al olor, vieron, aplastado en el suelo frente a ellos, un trol más grande que el que habían derribado, inconsciente y con un bulto sangrante en la cabeza.

Muchos alumnos se quejaron, asqueados.

Me alegro de que no tengamos que pelear con éste —susurró Harry, mientras pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—. Vamos, no puedo respirar.

— Os librasteis de una buena — dijo Seamus. Harry asintió fervientemente.

Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse a ver lo que seguía... Pero no había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con siete botellas de diferente tamaño puestas en fila.

Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?

Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se encendió detrás de ellos. No era un fuego común, era púrpura. Al mismo tiempo, llamas negras se encendieron delante. Estaban atrapados.

Snape escuchaba con atención. Esta era la parte del libro que más le interesaba leer. Sabía que habían superado la prueba gracias a Granger, pero quería ver exactamente cómo había sucedido.

¡Mira! —Hermione cogió un rollo de papel, que estaba cerca de las botellas. Harry miró por encima de su hombro para leerlo:

El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás, dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres, una entre nosotras siete te dejará adelantarte, otra llevará al que lo beba para atrás, dos contienen sólo vino de ortiga, tres son mortales, esperando escondidos en la fila.

Se escucharon exclamaciones de sorpresa.

— ¿Mortales? — se quejó un alumno de segundo de Hufflepuff.

— Se están jugando la vida desde la primera prueba — le recordó una chica que estaba sentada junto a él. — Bueno, menos en la prueba de las llaves.

— Y en la del troll — dijo otro Hufflepuff.

— Ya, pero la del troll habría sido mortal si no lo hubiera derrotado alguien antes — replicó la misma chica. — Y la del ajedrez también podía haber sido mortal.

Algunos miraban a Harry, Ron y Hermione con nuevos ojos.

Elige, a menos que quieras quedarte para siempre, para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:

Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de ortiga;

Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si quieres moverte hacia delante, ninguna es tu amiga;

Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni el enano ni el gigante guardan la muerte en su interior;

Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son gemelas una vez que las pruebes, aunque a primera vista sean diferentes.

Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry, sorprendido, vio que sonreía, lo último que había esperado que hiciera.

Algunos miraron a Hermione como si estuviera loca. La chica les sonrió débilmente, todavía afectada por el juego de ajedrez. No había soltado la mano de Ron y a él no parecía molestarle lo más mínimo.

Muy bueno —dijo Hermione—. Esto no es magia... es lógica... es un acertijo. Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota de lógica y se quedarían aquí para siempre.

Pero nosotros también, ¿no?

Muchos rieron.

Por supuesto que no —dijo Hermione—. Lo único que necesitamos está en este papel. Siete botellas: tres con veneno, dos con vino, una nos llevará a salvo a través del fuego negro y la otra hacia atrás, por el fuego púrpura.

Pero ¿cómo sabremos cuál beber?

Dame un minuto.

— ¿Un minuto? — Terry Boot parecía impresionado.

Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de un lado al otro de la fila de botellas, murmurando y señalándolas. Al fin, se golpeó las manos.

Lo tengo —dijo—. La más pequeña nos llevará por el fuego negro, hacia la Piedra.

Harry miró a la diminuta botella.

Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay más que un trago.

— ¿No vas a cuestionar la respuesta de Granger? — preguntó una Ravenclaw de sexto. Harry estaba seguro de que era una de las amigas de Cho.

— No — dijo. — Me fio de ella.

— Podría estar equivocada — insistió la chica. No parecía que Hermione le cayera muy bien. — Podría matarte. ¿No dudaste ni un segundo?

— Confío en Hermione — replicó Harry. La Ravenclaw no pareció muy contenta, pero mucho menos lo pareció Cho, quien agachó la cabeza mientras se mordía el labio. Harry evitó mirarla. Sentía un peso enorme en la zona del estómago y no tenía ganas de analizar sus sentimientos encontrados.

Se miraron.

¿Cuál nos hará volver por entre las llamas púrpura?

Hermione señaló una botella redonda del extremo derecho de la fila.

Tú bebe de ésa —dijo Harry—. No: vuelve, busca a Ron y coge las escobas del cuarto de las llaves voladoras. Con ellas podréis salir por la trampilla sin que os vea Fluffy. Id directamente a la lechucería y enviad a Hedwig a Dumbledore, lo necesitamos. Puede ser que yo detenga un poco a Snape, pero la verdad es que no puedo igualarlo.

Snape bufó y miró a Harry con sorna.

— ¿Hablas de igualarme, Potter?

Harry lo fulminó con la mirada, pero no respondió. Muchos alumnos observaban el intercambio con recelo, todavía dudando de si Snape era el malo de la historia o no.

Pero Harry... ¿y si Quien-tú-sabes está con él?

Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no? —dijo Harry, señalando su cicatriz—. Puede ser que la tenga de nuevo.

A lo largo de todo el comedor se oyeron bufidos y exclamaciones. La mayoría de gente estaba muy impresionada.

— No puede ser — dijo Susan Bones. — ¿Esa conversación es real?

Harry y Hermione asintieron.

— Sois increíbles — dijo Susan, haciendo que Harry se ruborizara.

Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se lanzó sobre Harry y lo abrazó.

Se escuchó un "oooh" colectivo y algunas risitas sugerentes. Harry rodó los ojos. Hermione, quien todavía sujetaba la mano de Ron, ignoró a todo el mundo.

¡Hermione!

Harry... Eres un gran mago, ya lo sabes.

No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo, mientras ella lo soltaba.

— Perdona — dijo ella por lo bajo. — Si hubiera sabido que te incomodan los abrazos no lo habría hecho.

— No pasa nada — se apresuró a decir Harry. — No me incomodan. Solo fue la falta de costumbre.

Ron y Hermione lo miraron fijamente.

— Tiene sentido — dijo Ron, también en voz baja para que la conversación quedara entre ellos. — No creo que los Dursley te abrazaran mucho.

Harry bufó.

— Más bien, no me abrazaron nunca.

Se arrepintió instantáneamente de decir eso, porque tanto Ron como Hermione lo miraron con expresiones horrorizadas.

— ¿Nunca te abrazaron? — susurró Hermione. — ¿Jamás? ¿Ni cuando eras pequeño?

— No que yo recuerde — dijo Harry, incómodo. — Pero no pasa nada.

— ¿Y fuera de los Dursleys? — preguntó Ron. — ¿Estás diciendo que nunca, nadie, durante once años, te dio un abrazo?

Harry hizo una mueca.

— A ver, supongo que mis padres me abrazarían cuando era un bebé, pero no me acuerdo de eso.

Ron pareció aún más horrorizado.

— ¿Ningún vecino? ¿Ningún amigo en el colegio? — insistió Hermione. Harry notó con alarma que tenía lágrimas en los ojos.

— No tenía amigos — se excusó Harry. — El primer abrazo que recuerdo es el que acabamos de leer.

Eso fue lo peor que pudo haber dicho, porque Hermione sollozó fuertemente y se lanzó a abrazarle. La lectura paró en seco y el comedor al completo observó al trío con sorpresa. Harry, alarmado, trató de pedirle ayuda a Ron con la mirada, pero Ron parecía consternado.

— ¿Qué pasa? — preguntó Ginny en voz baja. Ron abrió y cerró la boca varias veces, sin poder articular palabra. Hermione sollozaba con la cara escondida en el hombro de Harry, mientras el comedor al completo observaba la escena y murmuraba por lo bajo. Sin poder resistirse más, Ron envolvió a Harry y a Hermione en un abrazo. Hermione lloró más fuerte y Harry lanzó una mirada de pánico a Ginny.

— Venga, venga — dijo ella, dándole palmaditas en la espalda a Hermione. — Colin, sigue leyendo.

El chico, que los miraba con los ojos como platos, siguió leyendo apresuradamente.

¡Yo! —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más importantes, amistad y valentía y... ¡Oh, Harry, ten cuidado!

Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es cuál, ¿no?

Totalmente —dijo Hermione. Se tomó de un trago el contenido de la botellita redondeada y se estremeció.

No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz anhelante.

No... pero parece hielo.

A algunas personas les dieron escalofríos solo de imaginar esa sensación. Sin embargo, muchos apenas escuchaban la lectura. Estaban más centrados en mirar a Harry, Ron, Hermione y su abrazo a tres bandas.

Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.

Buena suerte... ten cuidado...

¡VETE!

Hermione finalmente se separó de Harry y Ron, enjugándose las lágrimas con un pañuelo que la señora Weasley le acababa de ofrecer.

— Lo siento — murmuró. — Es que es tan… Oh, Harry.

Harry la frenó antes de que arrancara a llorar de nuevo.

— No pasa nada — le aseguró. — Va, vamos a escuchar la lectura.

Ron y Hermione parecían querer hablar más sobre el tema, pero estaban tan afectados que simplemente asintieron. Aunque ya no estaban abrazados, Ron aún tenía una mano sobre el hombro de Harry y otra sobre el de Hermione.

Hermione giró en redondo y pasó directamente a través del fuego púrpura.

Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña de las botellas. Se enfrentó a las llamas negras.

Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un trago.

Algunos alumnos soltaron grititos, llenos de nervios.

Era realmente como si tragara hielo. Dejó la botella y fue hacia delante. Se dio ánimo al ver que las llamas negras lamían su cuerpo pero no lo quemaban.

— Eres un genio — le dijo Ginny a Hermione. Ella le sonrió, aunque aún estaba temblorosa y sus ojos estaban rojos.

Durante un momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al otro lado, en la última habitación.

Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Voldemort.

Se hizo un silencio expectante, pero entonces Colin dijo:

— Ese es el final del capítulo.

Muchos gruñeron y se quejaron en voz alta. ¡Justo acababa en la parte más interesante!

Colin le devolvió el libro a Dumbledore y regresó a su asiento.

— Solamente queda un capítulo — les recordó el director con una sonrisa. — ¿Quién quiere leer el final?


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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