El hombre con dos caras:
Muchos gruñeron y se quejaron en voz alta. ¡Justo acababa en la parte más interesante!
Colin le devolvió el libro a Dumbledore y regresó a su asiento.
— Solamente queda un capítulo — les recordó el director con una sonrisa. — ¿Quién quiere leer el final?
Dos decenas de manos se levantaron en el aire. A Harry no le dio tiempo a mirar a todos los que se habían ofrecido voluntarios antes de que el profesor Dumbledore eligiera a Seamus Finnegan, quien, para sorpresa de Harry, era uno de los tantos voluntarios para leer.
Seamus fue hacia la tarima (ignorando por el camino los silbidos y risas burlonas de Dean), cogió el libro y leyó:
— El capítulo final se llama: El hombre con dos caras.
Volvió a la página anterior y releyó el final del capítulo.
Durante un momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al otro lado, en la última habitación.
Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Vol-… Seamus se atragantó. Voldemort.
Los alumnos se inclinaron hacia delante con expectación. Seamus hizo una pequeña pausa dramática antes de leer:
Era Quirrell.
— ¿Qué? — se escucharon decenas de exclamaciones en el comedor. Todos aquellos alumnos que nunca habían conocido a Quirrell parecían completamente en shock.
— ¿Cómo va a ser Quirrell? ¿Ese no era el que tartamudeaba? —decía un Hufflepuff de segundo.
— Yo pensaba que era Snape — gruñó un Gryffindor de primero al que Harry siempre veía en la sala común, comiendo ranas de chocolate.
— ¿Entonces el profesor Snape es inocente? — preguntó la misma chica de Hufflepuff que había leído un capítulo. — Pues vaya.
— Era de esperar — dijo Terry Boot pacientemente. — Si el profesor Snape hubiera sido el culpable, no estaría aquí.
Aun así, algunos parecían decepcionados. Otros, emocionados al saber finalmente quién era el culpable de todo.
Seamus esperó a que el barullo se hubiera calmado antes de seguir leyendo.
—¡Usted! —exclamó Harry.
Quirrell sonrió. Su rostro no tenía ni sombra del tic.
— Qué mal rollo — murmuró Dean. Neville asintió vigorosamente.
—Yo —dijo con calma— me preguntaba si me iba a encontrar contigo aquí, Potter.
— ¡No tartamudea! — exclamó un Ravenclaw de cuarto.
—Pero yo pensé... Snape...
—¿Severus? —Quirrell rió, y no fue con su habitual sonido tembloroso y entrecortado, sino con una risa fría y aguda—.
A Harry le dio un escalofrío. Ron, quien todavía tenía una mano sobre su hombro, le apretó un poco más fuerte en señal de apoyo.
Sí, Severus parecía ser el indicado, ¿no? Fue muy útil tenerlo dando vueltas como un murciélago enorme.
Nadie rió. Todos estaban demasiado sorprendidos para burlarse de la comparación.
Al lado de él ¿quién iba a sospechar del po-pobre tar-tamudo p-profesor Quirrell?
Harry no podía aceptarlo. Aquello no podía ser verdad, no podía ser.
—¡Pero Snape trató de matarme!
—No, no, no. Yo traté de matarte.
Se escucharon exclamaciones de sorpresa.
Tu amiga, la señorita Granger, accidentalmente me atropelló cuando corría a prenderle fuego a Snape, en ese partido de quidditch. Y rompió el contacto visual que yo tenía contigo. Unos segundos más y te habría hecho caer de esa escoba. Y ya lo habría conseguido, si Snape no hubiera estado murmurando un contramaleficio, tratando de salvarte.
— Oh, no — dijo Hannah Abbott. Como ella, muchos parecían arrepentirse de haber juzgado al profesor Snape. Los que se atrevían a mirarle directamente lo hacían con pena o con gestos de disculpa. El profesor, que seguía de mal humor, hizo todo lo que pudo para ignorarlos a todos.
—¿Snape trataba de salvarme a mí?
—Por supuesto —dijo fríamente Quirrell—. ¿Por qué crees que quiso ser árbitro en el siguiente partido? Estaba tratando de asegurarse de que yo no pudiera hacerlo otra vez.
Muchos sentían aún más culpa que antes, aunque también había quienes estaban extremadamente sorprendidos por las acciones del profesor, especialmente algunos Slytherin. Malfoy tenía cara de haber chupado un limón.
Gracioso, en realidad... no necesitaba molestarse. No podía hacer nada con Dumbledore mirando. Todos los otros profesores creyeron que Snape trataba de impedir que Gryffindor ganase, se ha hecho muy impopular...
— Bueno, ya lo era antes — dijo Fred por lo bajo. George y Lee afirmaron con la cabeza, dándole la razón.
Y qué pérdida de tiempo cuando, después de todo eso, voy a matarte esta noche.
Esa frase bastó para que los alumnos volvieran a darse cuenta de la situación en la que se encontraba el Harry del libro. Muchos se sentían culpables por haber dudado así de un profesor, pero la mayoría estaba más ocupada queriendo saber cómo narices sobrevivió Harry. El ambiente se tornó muy tenso.
Quirrell chasqueó los dedos. Unas sogas cayeron del aire y se enroscaron en el cuerpo de Harry, sujetándolo con fuerza.
Harry escuchó a la señora Weasley soltar un quejido. Le sonrió y ella le sonrió de vuelta, aunque estaba muy pálida.
—Eres demasiado molesto para vivir, Potter. Deslizándote por el colegio, como en Halloween, porque me descubriste cuando iba a ver qué era lo que vigilaba la Piedra.
—¿Usted fue el que dejó entrar al trol?
—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos. ¿No viste lo que le hice al que estaba en la otra habitación?
Aunque jamás lo admitiría, Snape estaba disfrutando ver las reacciones de todo el alumnado al darse cuenta de que lo habían juzgado antes de tiempo y de que, en realidad, no tenían ni idea de sus intenciones. Ahora se alegraba de haber hecho caso al director y haber dejado que la lectura hablara por él.
Desgraciadamente, cuando todos andaban corriendo por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba de mí, fue directamente al tercer piso para ganarme de mano, y no sólo hizo que mi monstruo no pudiera matarte, sino que ese perro de tres cabezas no mordió la pierna de Snape de la manera en que debería haberlo hecho...
Algunos tenían la boca abierta. Miraban a Snape con un renovado respeto, cosa que el profesor siguió fingiendo ignorar.
Hizo una pausa:
—Ahora, espera tranquilo, Potter. Necesito examinar este interesante espejo.
De pronto, Harry vio lo que estaba detrás de Quirrell. Era el espejo de Oesed.
Harry hizo una mueca, recordando cómo habían reaccionado todos cuando habían leído lo del espejo. Tal como suponía, nadie lo había olvidado y montones de miradas cayeron sobre él al instante.
—Este espejo es la llave para poder encontrar la Piedra —murmuró Quirrell, dando golpecitos alrededor del marco—. Era de esperar que Dumbledore hiciera algo así... pero él está en Londres... Cuando pueda volver, yo ya estaré muy lejos.
Lo único que se le ocurrió a Harry fue tratar de que Quirrell siguiera hablando y dejara de concentrarse en el espejo.
— Genial — Tonks le guiñó un ojo. Harry se sintió orgulloso de sí mismo.
—Lo vi a usted y a Snape en el bosque... —dijo de golpe.
—Sí —dijo Quirrell, sin darle importancia, paseando alrededor del espejo para ver la parte posterior—. Me estaba siguiendo, tratando de averiguar hasta dónde había llegado. Siempre había sospechado de mí. Trató de asustarme... Como si pudiera, cuando yo tengo a lord Voldemort de mi lado...
Se oyeron gritos y exclamaciones de horror. ¡Era verdad! ¡El que estaba detrás de todo era Voldemort!
— Imposible — farfulló Fudge. Pero nadie le hizo caso, ni siquiera la profesora Umbridge, quien estaba sentada a su lado con expresión de haber sido azotada con un martillo en la cabeza.
Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él con enfado.
—Veo la Piedra... se la presento a mi maestro... pero ¿dónde está?
Harry luchó con las sogas qué lo ataban, pero no se aflojaron. Tenía que evitar que Quirrell centrara toda su atención en el espejo.
—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.
Snape rodó los ojos. Por supuesto, Potter no podía aceptar que no todo el mundo estuviera a sus pies.
Durante un momento, tuvo una imagen mental de Petunia Dursley encerrando a Harry en una alacena, pero la suprimió inmediatamente.
—Oh, sí—dijo Quirrell, con aire casual— claro que sí. Estaba en Hogwarts con tu padre, ¿no lo sabías? Se detestaban.
Canuto soltó un ladrido. Snape lo fulminó con la mirada. Por suerte para Canuto, nadie se fijó en la reacción del profesor. Todos estaban demasiado centrados en el libro. Para sorpresa de Harry, algunos incluso abrazaban las almohadas contra sí mismos, como si estuvieran escuchando una historia de terror.
Aunque, debía admitir, escuchar que el mismo Voldemort estuvo en Hogwarts mientras ellos dormían era definitivamente peor que una historia de terror.
Pero nunca quiso que estuvieras muerto.
—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando... Pensé que Snape lo estaba amenazando...
Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el rostro de Quirrell.
—Algunas veces —dijo— me resulta difícil seguir las instrucciones de mi maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...
—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —preguntó Harry.
Fudge gimió. Parecía haber aceptado su destino como ex-ministro de magia.
—Él está conmigo dondequiera que vaya —dijo con calma Quirrell—.
Muchos alumnos parecían horrorizados.
Lo conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo...
Algunas personas parecían casi en trance, escuchando con interés y horror las palabras de Quirrell.
Desde entonces le he servido fielmente, aunque muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. —Quirrell se estremeció súbitamente—. No perdona fácilmente los errores. Cuando fracasé en robar esa Piedra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó... decidió que tenía que vigilarme muy de cerca...
— Demasiado de cerca — murmuró Ron.
La voz de Quirrell se apagó. Harry recordó su viaje al callejón Diagon... ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Había visto a Quirrell aquel mismo día y se habían estrechado las manos en el Caldero Chorreante.
A Harry le alegró ver que nadie había hecho esa conexión.
Quirrell maldijo entre dientes.
—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que romperlo?
— ¿Qué habría pasado si Quirrell hubiera roto el espejo? — preguntó Harry por lo bajo para que solo Ron y Hermione lo escucharan, aunque Luna y Ginny se giraron al escuchar un susurro.
— Ni idea — admitió Hermione.
— Quizá nadie nunca habría podido conseguir la piedra — sugirió Ron. Hermione frunció el ceño.
— No creo. Sería demasiado arriesgado si Flamel quería seguir usando la piedra.
— Pero tampoco creo que la piedra hubiera aparecido — argumentó Ron. — Sería muy estúpido. Cualquiera habría podido conseguirla.
— Supongo que nunca lo sabremos — dijo Harry.
La mente de Harry funcionaba a toda máquina.
«Lo que más deseo en el mundo en este momento —pensó— es encontrar la Piedra antes de que lo haga Quirrell. Entonces, si miro en el espejo, podría verme encontrándola... ¡Lo que quiere decir que veré dónde está escondida! Pero ¿cómo puedo mirar sin que Quirrell se dé cuenta de lo que quiero hacer?
— Eres un genio — le dijo Neville, sorprendiéndole. Harry sintió cómo se ruborizaba.
Trató de torcerse hacia la izquierda, para ponerse frente al espejo sin que Quirrell lo notara, pero las sogas que tenía alrededor de los tobillos estaban tan tensas que lo hicieron caer. Quirrell no le prestó atención. Seguía hablando para sí mismo.
—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame, Maestro!
Y para el horror de Harry, una voz le respondió, una voz que parecía salir del mismo Quirrell.
—Utiliza al muchacho... Utiliza al muchacho...
— ¿Qué diablos? — exclamó Dean. — ¿En serio estaba Quien-Tú-Sabes allí?
Muchos se giraron para mirar a Harry, esperando una respuesta, pero el chico se encogió de hombros y señaló el libro. Seguía sin querer dar ni un solo detalle sobre lo que sucedió. Una parte de él (una parte algo infantil, pero no le importaba) seguía molesto por no poder saber qué decían los libros del futuro. Si tenía que enterarse de su propio futuro a la vez que los demás, los demás tendrían que aguantarse y enterarse del pasado por la lectura, sin que él ni sus amigos explicaran nada.
Quirrell se volvió hacia Harry.
—Sí... Potter... ven aquí.
Hizo sonar las manos una vez y las sogas cayeron. Harry se puso lentamente de pie.
—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y dime lo que ves.
Muchos se inclinaron sobre sus asientos, ansiosos. Harry escuchó a una Gryffindor de segundo preguntar si es que Harry ya no vería a su familia en el espejo, pero también la ignoró.
Harry se aproximó.
«Tengo que mentir —pensó, desesperado—, tengo que mirar y mentir sobre lo que veo, eso es todo.»
Quirrell se le acercó por detrás. Harry respiró el extraño olor que parecía salir del turbante de Quirrell.
— Qué asco — se quejó Ron por lo bajo. Hermione también parecía asqueada.
— ¿Os dais cuenta de que nos pasamos un año oliéndole la cara a Voldemort cada vez que teníamos Defensa Contra las Artes Oscuras? — les susurró Harry. Ron se puso verde y Hermione le pegó en el brazo.
— Cállate — le dijo la chica mientras Harry disimulaba una risa. — Y no vuelvas a abrir la boca hasta que termine el capítulo.
— Si hablas te pegaré — le informó Ron.
Cerró los ojos, se detuvo frente al espejo y los volvió a abrir.
Se vio reflejado, muy pálido y con cara de asustado. Pero un momento más tarde, su reflejo le sonrió. Puso la mano en el bolsillo y sacó una piedra de color sangre. Le guiñó un ojo y volvió a guardar la Piedra en el bolsillo y, cuando lo hacía, Harry sintió que algo pesado caía en su bolsillo real. De alguna manera (era algo increíble) había conseguido la Piedra.
El comedor estalló en aplausos, si bien la gran mayoría no comprendía lo que acababa de suceder.
— ¡Tienes la piedra! — exclamó Colin.
— Ya no — le informó Harry, pensando que era obvio.
— ¿Cómo ha pasado eso? — preguntó Ernie Macmillan. A Harry le habría gustado hacerle una foto a su cara de sorpresa.
— Venga ya, no puede ser tan fácil — se quejó Malfoy. — Entre esa chorrada de pruebas que un crío de primero puede superar y ese estúpido espejo, ¿de verdad la piedra estaba siendo protegida? A mí me parece que querían que la consiguieras, Potter.
Muchos protestaron, pero Harry, quien había abierto la boca para replicar, la cerró al darse cuenta de que el argumento de Malfoy era muy bueno. Recordaba haber pensado exactamente lo mismo que Malfoy después de que todo hubiera pasado.
¿Por qué las pruebas habían sido tan fáciles de superar? Tres niños de primero, dos de ellos sin experiencia en el mundo mágico antes de llegar a Hogwarts, habían conseguido pasarlas y llegar hasta la piedra. Y no solo eso, uno de ellos había logrado sacar la piedra del espejo.
Su conclusión había sido que Dumbledore lo había preparado todo para que se enfrentara a Voldemort. La idea había tenido sentido en aquel entonces, pero ahora, con cuatro años más, Harry no podía creer que Dumbledore dejara a un niño de primero enfrentarse a uno de los magos más poderosos del último siglo. Los niños de primero eran tan pequeños…
Y, sin embargo, no había otra alternativa. Dumbledore lo había preparado así a propósito para que se encontraran. Pero, ¿por qué? Esa era la pregunta que, incluso años atrás, no había podido contestar.
Las palabras de Draco no solo hicieron pensar a Harry, sino que muchas otras personas parecían estar tomándolas en serio. Los miembros de la Orden se habían puesto muy serios y Harry vio cómo Lupin miraba mal a Dumbledore, cosa que le sorprendió muchísimo.
— ¿Todo bien? — le preguntó a Lupin, quien desvió la mirada antes de sonreírle y contestar que sí. Seamus continuó leyendo.
—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo que ves?
Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:
—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos —inventó—. Yo... he ganado la copa de la casa para Gryffindor.
— Se te da bien mentir bajo presión — le dijo Luna. Harry no supo si era un cumplido o no.
Quirrell maldijo otra vez.
—Quítate de ahí —dijo. Cuando Harry se hizo a un lado, sintió la Piedra Filosofal contra su pierna. ¿Se atrevería a escapar?
— Hazlo, hazlo — le animó Angelina. A su lado, Katie y Alicia asentían, nerviosas a pesar de saber que Harry estaba sano y salvo a tan solo unos metros de ellas.
Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda habló, aunque Quirrell no movía los labios.
—Él miente... él miente...
— ¡Qué mal rollo! — repitió Dean. Se había puesto algo pálido, y no era el único.
—¡Potter, vuelve aquí! —gritó Quirrell—. ¡Dime la verdad! ¿Qué es lo que has visto?
La voz aguda se oyó otra vez.
—Déjame hablar con él... cara a cara...
—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!
—Tengo fuerza suficiente... para esto.
La gente escuchaba con horror la conversación. El comedor se sumió en un silencio tenso, incómodo, casi agobiante.
Harry sintió como si el Lazo del Diablo lo hubiera clavado en el suelo. No podía mover ni un músculo. Petrificado, observó a Quirrell, que empezaba a desenvolver su turbante. ¿Qué iba a suceder? El turbante cayó. La cabeza de Quirrell parecía extrañamente pequeña sin él. Entonces, Quirrell se dio la vuelta lentamente.
Incluso los profesores tenían expresiones sombrías y tensas. Los alumnos, por otro lado, parecía que esperaran que el mismísimo Voldemort saliera del libro.
Harry hubiera querido gritar, pero no podía dejar salir ningún sonido. Donde tendría que haber estado la nuca de Quirrell, había un rostro, la cara más terrible que Harry hubiera visto en su vida. Era de color blanco tiza, con brillantes ojos rojos y ranuras en vez de fosas nasales, como las serpientes.
A Harry le dio un escalofrío pero, esta vez, no fue el único. Todos estaban tan horrorizados que no podían ni hablar. Si no estuviera tan incómodo reviviendo estos recuerdos, Harry se habría reído de las expresiones de algunos de sus compañeros. Dean estaba blanco como la cera, agarrando con fuerza la manga de la túnica de Neville, quien estaba todavía más blanco que él. Neville tenía la boca ligeramente abierta y observaba el libro como si fuera un escreguto de cola explosiva. Fred y George estaban serios, lo que se le hacía muy raro a Harry. De hecho, todos los Weasley tenían expresiones que variaban desde el horror hasta la incredulidad. Percy estaba verde y Harry se preguntó vagamente si acabaría vomitando sobre los zapatos del ministro. Ginny se mordía las uñas. Lupin tenía una expresión desencajada y Canuto estaba demasiado quieto, mirando el libro con los ojos fijos.
Decidió mirar a los Slytherin y vio que las reacciones no eran muy diferentes. Harry era consciente de que muchos de sus padres eran mortífagos, por lo que se esperaba ver caras de interés e incluso de emoción y reverencia, por muy asqueroso que pudiera ser. Sin embargo, no era así. Ni siquiera Malfoy, cuyo padre había estado en el cementerio la noche de la tercera prueba, parecía escuchar la descripción de Voldemort con admiración. Se lo veía pálido e incómodo.
—Harry Potter... —susurró.
Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le respondían.
— Normal — susurró Hermione. Aunque ella había sabido con detalle todo lo ocurrido esa noche, también estaba algo pálida. Todavía tenía los ojos rojos por haber llorado antes.
—¿Ves en lo que me he convertido? —dijo la cara—. No más que en sombra y quimera... Tengo forma sólo cuando puedo compartir el cuerpo de otro... Pero siempre ha habido seres deseosos de dejarme entrar en sus corazones y en sus mentes... La sangre de unicornio me ha dado fuerza en estas semanas pasadas... tú viste al leal Quirrell bebiéndola para mí en el bosque... y una vez que tenga el Elixir de la Vida seré capaz de crear un cuerpo para mí... Ahora... ¿por qué no me entregas la Piedra que tienes en el bolsillo?
Se oyeron jadeos de sorpresa y horror. Seamus, a quien la voz le temblaba ligeramente, siguió leyendo.
Entonces él lo sabía. La idea hizo que de pronto las piernas de Harry se tambalearan.
—No seas tonto —se burló el rostro—. Mejor que salves tu propia vida y te unas a mí... o tendrás el mismo final que tus padres... Murieron pidiéndome misericordia...
Canuto ladró con fuerza a la vez que Lupin decía:
— Lily y James jamás habrían hecho eso.
Hagrid asintió con ganas, muy ofendido.
—¡MENTIRA! —gritó de pronto Harry.
Quirrell andaba hacia atrás, para que Voldemort pudiera mirarlo. La cara maligna sonreía.
—Qué conmovedor —dijo—. Siempre consideré la valentía... Sí, muchacho, tus padres eran valientes... Maté primero a tu padre y luchó con valor... Pero tu madre no tenía que morir... ella trataba de protegerte...
Snape tragó saliva. No quería escuchar esto.
Por otra parte, Canuto había pasado de estar totalmente helado a estar hiperactivo. No parecía estar tomándose muy bien las palabras de Voldemort, pensó Harry. Le hizo una seña y Canuto se le acercó, gimiendo lastimeramente. Harry le acarició las orejas.
— Tranquilo — le dijo. — No escuches lo que dice.
Canuto volvió a gemir y se recostó sobre las piernas de Harry. Parecía muy deprimido.
Ahora, dame esa Piedra, a menos que quieras que tu madre haya muerto en vano.
—¡NUNCA!
Harry se movió hacia la puerta en llamas, pero Voldemort gritó: ¡ATRÁPALO! y, al momento siguiente, Harry sintió la mano de Quirrell sujetando su muñeca. De inmediato, un dolor agudo atravesó su cicatriz y sintió como si la cabeza fuera a partírsele en dos.
Algunos gritaron, alarmados.
Gritó, luchando con todas sus fuerzas y, para su sorpresa, Quirrell lo soltó. El dolor en la cabeza amainó...
Miró alrededor para ver dónde estaba Quirrell y lo vio doblado de dolor, mirándose los dedos, que se ampollaban ante sus ojos.
— ¿Los dedos de Quirrell? — preguntó Lisa Turpin. Estaba agarrada a una de las almohadas como si su vida dependiera de ello.
— No entiendo nada — declaró Parvati. Ella y Lavender estaban abrazadas.
—¡ATRÁPALO! ¡Atrápalo! —rugía otra vez Voldemort, y Quirrell arremetió contra Harry, haciéndolo caer al suelo y apretándole el cuello con las dos manos...
Algunos se llevaron las manos al cuello, imaginando el dolor de Harry. La señora Weasley tenía una mano sobre el pecho y, con la otra, se cogía con fuerza al brazo de su marido.
La cicatriz de Harry casi lo enceguecía de dolor y, sin embargo, pudo ver a Quirrell chillando desesperado.
—Maestro, no puedo sujetarlo... ¡Mis manos... mis manos!
— ¿Qué le está pasando? — exclamó Marcus Belby, de Ravenclaw. Nadie supo qué responderle y los que sabían la respuesta no quisieron hacerlo.
Y Quirrell, aunque mantenía sujeto a Harry aplastándolo con las rodillas, le soltó el cuello y contempló, aterrorizado, sus manos. Harry vio que estaban quemadas, en carne viva, con ampollas rojas y brillantes.
— ¡Potter lo estaba quemando!
— ¡Qué fuerte!
— ¿Cómo lo hizo? ¿Magia accidental?
— ¡Qué más da!
—¡Entonces mátalo, idiota, y termina de una vez! —exclamó Voldemort. Quirrell levantó la mano para lanzar un maleficio mortal, pero Harry, instintivamente, se incorporó y se aferró a la cara de Quirrell.
—¡AAAAAAH!
También en el comedor se oyeron gritos y exclamaciones de sorpresa y horror.
Quirrell se apartó, con el rostro también quemado, y entonces Harry se dio cuenta: Quirrell no podía tocar su piel sin sufrir un dolor terrible. Su única oportunidad era sujetar a Quirrell, que sintiera tanto dolor como para impedir que hiciera el maleficio...
— ¿Qué diablos? — exclamó Nott. Miró a Harry como si lo viera por primera vez.
Por su parte, Harry no se sentía culpable en absoluto. Quirrell había intentado matarlo. Él solo estaba defendiéndose…
Harry se puso de pie de un salto, cogió a Quirrell de un brazo y lo apretó con fuerza. Quirrell gritó y trató de empujar a Harry. El dolor de cabeza de éste aumentaba y el muchacho no podía ver, solamente podía oír los terribles gemidos de Quirrell y los aullidos de Voldemort: ¡MÁTALO! ¡MÁTALO!, y otras voces, tal vez sólo en su cabeza, gritando: «¡Harry! ¡Harry!».
Se le hizo un nudo en el estómago. Quizá sí que se sentía algo culpable.
Sintió que el brazo de Quirrell se iba soltando, supo que estaba perdido, sintió que todo se oscurecía y que caía... caía... caía...
— ¡No! — gritó alguien, Harry no supo quién.
Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La snitch! Trató de atraparla, pero sus brazos eran muy pesados.
— ¿Eh?
El comedor al completo escuchaba con expectación y mucha confusión las palabras de Seamus.
Pestañeó. No era la snitch. Eran un par de gafas. Qué raro.
Pestañeó otra vez. El rostro sonriente de Albus Dumbledore se agitaba ante él.
—Buenas tardes, Harry —dijo Dumbledore.
Fue como si todo el mundo suspirara al mismo tiempo. El comedor pareció desinflarse, se oyeron algunas risitas nerviosas y muchos alumnos casi se dejaron caer sobre sus asientos, aliviados.
Harry lo miró asombrado. Entonces recordó.
—¡Señor! ¡La Piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la Piedra! Señor, rápido...
—Cálmate, querido muchacho, estás un poco atrasado —dijo Dumbledore—. Quirrell no tiene la Piedra.
—¿Entonces quién la tiene? Señor, yo...
—Harry, por favor, cálmate, o la señora Pomfrey me echará de aquí.
— ¿Está en la enfermería? ¿Pero qué pasó con Quirrell? — preguntó Jimmy Peakes.
— Ahora lo verás — le respondió Ron.
Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que debía de estar en la enfermería. Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas de hilo, y cerca había una mesa, con una enorme cantidad de paquetes, que parecían la mitad de la tienda de golosinas.
Harry sonrió al recordarlo.
—Regalos de tus amigos y admiradores —dijo Dumbledore, radiante—. Lo que sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor Quirrell es completamente secreto, así que, naturalmente, todo el colegio lo sabe.
— ¡Y una mierda! — exclamó Lee.
— ¡Jordan!
— Lo siento, profesora. Quiero decir que no es cierto.
— Sabíamos que al profesor Quirrell se le había ido la cabeza y que había luchado con Potter — explicó Cormac McLaggen. — Pero no que Quien-Tú-Sabes estaba dentro del turbante de Quirrell…
— Y tampoco sabíamos nada de la piedra — dijo Padma Patil. — Ni del perro de tres cabezas, ni el espejo, ¡ni nada de nada!
— Lo que yo no me explico — intervino la profesora Umbridge — es cómo pudo suceder todo esto en el colegio y que no fuese clausurado. Ese es, en definitiva, un error que debe rectificarse.
— Nadie va a clausurar nada, Dolores — la interrumpió la profesora McGonagall. — De hecho, nadie va a hacer nada hasta que no terminemos de leer los libros. Pensé que ya había quedado claro.
Ambas se miraron con rabia. Seamus aprovechó el silencio repentino para seguir leyendo.
Creo que tus amigos, los señores Fred y George Weasley, son responsables de tratar de enviarte un inodoro. No dudo que pensaron que eso te divertiría. Sin embargo, la señora Pomfrey consideró que no era muy higiénico y lo confiscó.
Las risas de los estudiantes ahogaron las reprimendas de Molly Weasley.
—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?
—Tres días. El señor Ronald Weasley y la señorita Granger estarán muy aliviados al saber que has recuperado el conocimiento. Han estado sumamente preocupados.
Harry les sonrió. Ron le sonrió de vuelta y Hermione también lo intentó, pero su sonrisa se convirtió en una mueca. Harry vio con pánico cómo sus ojos se humedecían.
— ¿Qué pasa? — dijo por lo bajo. Ron también miraba a Hermione como si fuese una bomba a punto de estallar.
— Aún no me puedo creer… que nunca…
— No pasa nada — le aseguró Harry. — No me afecta.
— Pero…
— No pienses en eso ahora, Hermione — le dijo Ron. La chica asintió, limpiándose sutilmente una lágrima con la manga de la túnica.
—Pero señor, la Piedra...
—Veo que no quieres que te distraiga. Muy bien, la Piedra. El profesor Quirrell no te la pudo quitar. Yo llegué a tiempo para evitarlo, aunque debo decir que lo estabas haciendo muy bien.
— ¿Muy bien? — dijo Wood, incrédulo. — Casi lo matan.
—¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió Hermione?
—Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a Londres, me di cuenta de que el lugar en donde debía estar era el que había dejado. Llegué justo a tiempo para quitarte a Quirrell de encima...
—Fue usted.
—Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.
—Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más sin que me quitara la Piedra...
Algunos bufaron.
—No por la Piedra, muchacho, por ti... El esfuerzo casi te mata. Durante un terrible momento tuve miedo de que fuera así.
— Si no hubiera sabido que Harry está bien, me habría dado algo leyendo este capítulo — les confesó Neville en voz baja. Harry le sonrió.
En lo que se refiere a la Piedra, fue destruida.
Se oyeron gritos y jadeos de sorpresa.
—¿Destruida? —dijo Harry sin entender—. Pero su amigo... Nicolás Flamel...
—¡Oh, sabes lo de Nicolás! —dijo contento Dumbledore—. Hiciste bien los deberes, ¿no es cierto?
— No estoy de acuerdo en que lo animes, Albus — dijo McGonagall. Claramente, seguía enfadada con el director.
— Solo comentaba lo obvio — respondió él. Había una tensión entre ellos que Harry no recordaba haber visto nunca. Solían llevarse bien.
Bien, Nicolás y yo tuvimos una pequeña charla y estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.
—Pero eso significa que él y su mujer van a morir, ¿no?
—Tienen suficiente Elixir guardado para poner sus asuntos en orden y luego, sí, van a morir.
— ¿Pueden vivir para siempre y deciden no hacerlo? — preguntó Demelza Robins. — Qué estupidez.
Dumbledore sonrió ante la expresión de desconcierto que se veía en el rostro de Harry.
—Para alguien tan joven como tú, estoy seguro de que parecerá increíble, pero para Nicolás y Perenela será realmente como irse a la cama, después de un día muy, muy largo. Después de todo, para una mente bien organizada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura.
Demelza se ruborizó intensamente.
Sabes, la Piedra no era realmente algo tan maravilloso. ¡Todo el dinero y la vida que uno pueda desear! Las dos cosas que la mayor parte de los seres humanos elegirían... El problema es que los humanos tienen el don de elegir precisamente las cosas que son peores para ellos.
Harry yacía allí, sin saber qué decir.
En el comedor, tampoco nadie sabía que decir. Muchos reflexionaban en silencio sobre las palabras del director.
Dumbledore canturreó durante un minuto y después sonrió hacia el techo.
—¿Señor? —dijo Harry—. Estuve pensando... Señor, aunque la Piedra ya no esté, Vol... quiero decir Quien-usted-sabe...
—Llámalo Voldemort, Harry. Utiliza siempre el nombre correcto de las cosas. El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.
Esa era una lección que Harry esperaba que todos aprendieran. Los que habían leído (excepto el profesor Snape) habían podido decir el nombre de Voldemort sin mayor problema. Y el comedor al completo había escuchado su nombre una y otra vez durante los dos días que llevaban leyendo. Quizá, pensó Harry esperanzado, cuando terminaran de leer los libros, nadie temería decir el nombre de Voldemort.
—Sí, señor. Bien, Voldemort intentará volver de nuevo, ¿no? Quiero decir... No se ha ido, ¿verdad?
—No, Harry, no se ha ido.
A pesar de que todos se esperaban la respuesta, se oyeron grititos ahogados.
Está por ahí, en algún lugar, tal vez buscando otro cuerpo para compartir... Como no está realmente vivo, no se le puede matar. Él dejó morir a Quirrell, muestra tan poca misericordia con sus seguidores como con sus enemigos.
Harry miró directamente a los Slytherin, queriendo saber sus reacciones ante esa frase, y se sorprendió al ver que Malfoy lo miraba. Cruzaron miradas unos momentos hasta que Draco volvió a dirigir la suya hacia el libro.
De todos modos, Harry, tú tal vez has retrasado su regreso al poder. La próxima vez hará falta algún otro preparado para luchar y, si lo detienen otra vez y otra vez, bueno, puede ser que nunca vuelva al poder.
— Pero volvió — dijo Harry en voz alta. — Regresó hace unos meses, en junio. Finalmente lo consiguió.
Esta vez, nadie lo llamó mentiroso.
— Te creo — dijo Seamus. Harry podía ver la fuerza con la que tenía cogido el libro. Sus manos temblaban ligeramente.
— Gracias — respondió Harry tras unos momentos. Seamus asintió y siguió leyendo.
Harry asintió, pero se detuvo rápidamente, porque eso hacía que le doliera más la cabeza. Luego dijo:
—Señor, hay algunas cosas más que me gustaría saber, si me las puede decir... cosas sobre las que quiero saber la verdad...
—La verdad —Dumbledore suspiró—. Es una cosa terrible y hermosa, y por lo tanto debe ser tratada con gran cuidado. Sin embargo, contestaré tus preguntas a menos que tenga una muy buena razón para no hacerlo. Y en ese caso te pido que me perdones. Por supuesto, no voy a mentirte.
—Bien... Voldemort dijo que sólo mató a mi madre porque ella trató de evitar que me matara. Pero ¿por qué iba a querer matarme a mí en primer lugar?
— Buena pregunta — dijo Alicia Spinnet.
Aquella vez, Dumbledore suspiró profundamente.
—Vaya, la primera cosa que me preguntas y no puedo contestarte. No hoy. No ahora. Lo sabrás, un día... Quítatelo de la cabeza por ahora, Harry. Cuando seas mayor... ya sé que eso es odioso... bueno, cuando estés listo, lo sabrás.
— Todavía no lo sé — intervino Harry. — ¿Soy mayor ya?
Hubo algunas risas. El director no lo miró fijamente, sino que se examinaba los dedos de las manos.
— Supongo — respondió al cabo de unos segundos de silencio que a Harry se le hicieron eternos. El comedor al completo se calló, esperando que Dumbledore respondiera a la pregunta de Harry, pero no lo hizo.
— Sigue leyendo, señor Finnegan — le pidió. Seamus le hizo caso y Harry bufó. Cada vez el director le ponía más de los nervios.
Y Harry supo que no sería bueno discutir.
Como ahora, pensó Harry, frustrado.
—¿Y por qué Quirrell no podía tocarme?
—Tu madre murió para salvarte. Si hay algo que Voldemort no puede entender es el amor. No se dio cuenta de que un amor tan poderoso como el de tu madre hacia ti deja marcas poderosas. No una cicatriz, no un signo visible... Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos amó no esté, nos deja para siempre una protección. Eso está en tu piel. Quirrell, lleno de odio, codicia y ambición, compartiendo su alma con Voldemort, no podía tocarte por esa razón. Era una agonía el tocar a una persona marcada por algo tan bueno.
A muchos se les puso la piel de gallina. Otros tantos miraban a Harry con pena, cosa a la que cada vez se acostumbraba más, aunque seguía sin gustarle lo más mínimo. Hermione volvía a tener lágrimas en los ojos y Harry vio de reojo cómo Ron le cogía la mano.
Entonces Dumbledore se mostró muy interesado en un pájaro que estaba cerca de la cortina, lo que le dio tiempo a Harry para secarse los ojos con la sábana.
— Pobrecito — dijo Lavender con tristeza. Harry hizo una mueca. ¿Iban a mencionar cada vez que había llorado en los últimos cuatro años?
Cuando pudo hablar de nuevo, Harry dijo:
—¿Y la capa invisible... sabe quién me la mandó?
—Ah... Resulta que tu padre me la había dejado y pensé que te gustaría tenerla.
La expresión atónita de Fudge hizo que a muchos les dieran ganas de reír.
Los ojos de Dumbledore brillaron—. Cosas útiles... Tu padre la utilizaba sobre todo para robar comida en la cocina, cuando estaba aquí.
Snape gruñó. A los pies de Harry, Canuto movió la cola alegremente, dándole la razón al Dumbledore del libro.
—Y hay algo más...
—Dispara.
—Quirrell dijo que Snape...
—El profesor Snape, Harry.
—Sí, él...
Se oyeron algunas risas. El profesor fulminó a Harry con la mirada.
Quirrell dijo que me odia, porque odiaba a mi padre. ¿Es verdad?
—Bueno, ellos se detestaban uno al otro. Como tú y el señor Malfoy.
Malfoy pegó un saltito al escuchar al director mencionarle. Harry aguantó las ganas de reírse de él.
Y entonces, tu padre hizo algo que Snape nunca pudo perdonarle.
—¿Qué?
—Le salvó la vida.
— No — Snape escupió esa palabra con tanta rabia que todo el comedor le miró con cautela. — Potter no me salvó la vida. Casi me mata. Él y el psicópata de Sirius Black estuvieron a punto de matarme.
Canuto gruñó e hizo amago de levantarse, pero Harry lo mantuvo en su sitio.
— Creo que no me equivoco al pensar —dijo Dumbledore lentamente — que la lectura también resolverá esa cuestión.
— No hay nada que resolver — le respondió Snape con frialdad. Todos los estudiantes estaban en completo silencio. Harry se fijó en que Lupin había agachado la cabeza y no parecía tener la más mínima intención de defender a sus amigos.
—¿Qué?
—Sí... —dijo Dumbledore, con aire soñador—. Es curiosa la forma en que funciona la mente de la gente, ¿no es cierto? El profesor Snape no podía soportar estar en deuda con tu padre... Creo que se esforzó tanto para protegerte este año porque sentía que así estaría en paz con él. Así podría seguir odiando la memoria de tu padre, en paz...
— Eso tampoco es cierto — gruñó Snape. Si las miradas mataran, el director habría muerto en aquel instante.
— Entonces, ¿por qué protegiste a Potter? — le preguntó Moody. Se oyeron jadeos de sorpresa. Nadie se esperaba que alguien le preguntara eso a Snape.
Por su parte, el profesor de pociones se puso aún más blanco de lo normal.
— Eso — dijo lentamente — no es de tu incumbencia.
Dumbledore le hizo una seña a Seamus para que siguiera leyendo antes de que la cosa fuera a más.
Harry trató de entenderlo, pero le hacía doler la cabeza, así que lo dejó.
—Y señor, hay una cosa más...
—¿Sólo una?
Muchas, pensó Harry, pero Dumbledore no respondería todo lo que quería saber.
—¿Cómo pude hacer que la Piedra saliera del espejo?
—Ah, bueno, me alegro de que me preguntes eso. Fue una de mis más brillantes ideas y, entre tú y yo, eso es decir mucho. Sabes, sólo alguien que quisiera encontrar la Piedra, encontrarla, pero no utilizarla, sería capaz de conseguirla. De otra forma, se verían haciendo oro o bebiendo el Elixir de la Vida. Mi mente me sorprende hasta a mí mismo...
Se escucharon algunas risas. Muchos parecían impresionados con la idea del espejo.
Bueno, suficientes preguntas. Te sugiero que comiences a comer esas golosinas. Ah, las grageas de todos los sabores. En mi juventud tuve la mala suerte de encontrar una con gusto a vómito y, desde entonces, me temo que dejaron de gustarme. Pero creo que no tendré problema con esta bonita gragea, ¿no te parece?
Sonrió y se metió en la boca una gragea de color dorado. Luego se atragantó y dijo:
—¡Ay de mí! ¡Cera del oído!
Muchas personas, tanto alumnos como profesores, se echaron a reír. Ahora que el peligro había pasado todos estaban mucho más relajados.
La señora Pomfrey era una mujer buena, pero muy estricta.
A la susodicha pareció gustarle su descripción, ya que sonrió con orgullo.
—Sólo cinco minutos —suplicó Harry
—Ni hablar.
—Usted dejó entrar al profesor Dumbledore...
—Bueno, por supuesto, es el director, es muy diferente. Necesitas descansar.
—Estoy descansando, mire, acostado y todo lo demás. Oh, vamos, señora Pomfrey..
—Oh, está bien —dijo—. Pero sólo cinco minutos.
Y dejó entrar a Ron y Hermione.
Muchos rieron.
— Qué infantil — Malfoy rodó los ojos, pero nadie le hizo caso.
— Creo que es la primera conversación en la que de verdad parece que tengas once años — le dijo Charlie.
—¡Harry!
Hermione parecía lista para lanzarse en sus brazos, pero Harry se alegró de que se contuviera, porque le dolía la cabeza.
Más risas.
— Parece que no te gustan mucho los abrazos — rió Angelina. Harry le sonrió, pero por el rabillo del ojo tenía la vista fija en Hermione, que volvía a parecer triste.
—Oh, Harry; estábamos seguros de que te... Dumbledore estaba tan preocupado...
—Todo el colegio habla de ello —dijo Ron—. ¿Qué es lo que realmente pasó?
Fue una de esas raras ocasiones en que la verdadera historia era aún más extraña y apasionante que los más extraños rumores.
— ¿Veis? — dijo Padma. — No teníamos ni idea de lo que pasó.
Muchos asintieron. Algunos se sentían indignados, otro solo nerviosos al saber que algo tan grave había pasado en Hogwarts mientras ellos dormían tranquilamente.
Harry les contó todo: Quirrell, el espejo, la Piedra y Voldemort. Ron y Hermione eran muy buen público, jadeaban en los momentos apropiados y, cuando Harry les dijo lo que había debajo del turbante de Quirrell, Hermione gritó muy fuerte.
— Somos mejor público que todos los demás — comentó Ron. — Ellos se han quedado helados al leer lo del turbante, nosotros al menos gritamos y tal.
Harry rió. Definitivamente, le había sido mucho más agradable contarle la historia a Ron y a Hermione que que otro la leyera delante de todos.
—¿Entonces la Piedra no existe? —dijo por ultimo Ron—. ¿Flamel morirá?
—Eso es lo que yo dije, pero Dumbledore piensa que... ¿cómo era? Ah, sí: «Para las mentes bien organizadas, la muerte es la siguiente gran aventura».
—Siempre dije que era un chiflado —dijo Ron, muy impresionado por lo loco que estaba su héroe.
— "Su héroe"— se burló alguien desde la mesa de Ravenclaw. Ron hizo un gesto muy grosero hacia esa zona, ya que no sabía quién había hablado.
—¿Y qué os pasó a vosotros dos? —preguntó Harry.
—Bueno, yo volví —dijo Hermione—, desperté a Ron (tardé un rato largo) y, cuando íbamos a la lechucería para comunicarnos con Dumbledore, lo encontramos en el vestíbulo de entrada, y él ya lo sabía, porque nos dijo: «Harry se fue a buscarlo, ¿no?», y subió al tercer piso.
Si Harry se hubiera girado, habría visto a Molly y Arthur Weasley clavar sus miradas en Dumbledore.
—¿Crees que él quería que lo hicieras? —dijo Ron—. ¿Enviándote la capa de tu padre y todo eso?
—Bueno —estalló Hermione—. Si lo hizo... eso es terrible... te podían haber matado.
—No, no fue así —dijo Harry con aire pensativo—. Dumbledore es un hombre muy especial. Yo creo que quería darme una oportunidad. Creo que él sabe, más o menos, todo lo que sucede aquí. Acepto que debía de saber lo que íbamos a intentar y, en lugar de detenernos, nos enseñó lo suficiente para ayudarnos. No creo que fuera por accidente que me dejó encontrar el espejo y ver cómo funcionaba. Es casi como si él pensara que yo tenía derecho a enfrentarme a Voldemort, si podía...
— Imposible — dijo la señora Pomfrey. — Albus…
Pero el director no dijo nada para rebatir las palabras de Harry. Durante unos instantes, el comedor al completo estuvo sumido en un silencio sorprendido.
— ¡Albus! — gritó McGonagall. — No… tú. TÚ. Argh.
Con alarma, Harry se dio cuenta de que la profesora tenía la varita en la mano. Lo que no se esperaba era que Molly se pusiera en pie, con la varita también en la mano.
— Hablaremos de esto al acabar el capítulo — le dijo a Dumbledore. Su tono demostraba que no era una petición, sino una orden. El director asintió, para sorpresa de muchos, quienes esperaban que se defendiera.
Por su parte, Harry se alegraba de tener una confirmación de que Dumbledore había permitido que se encontrara con Voldemort a propósito. Sin embargo, lo que en primero le había parecido razonable, ahora ya no se lo parecía. Miró a un grupo de alumnos de primero de Hufflepuff, que se encontraban abrazados a sus almohadas. Parecían tan pequeños… Él había sido más o menos de ese tamaño cuando había luchado contra Quirrell. ¿Por qué el director le había dejado hacerlo? ¿Qué podía ganar? No tenía sentido.
—Bueno, sí, está bien —dijo Ron—. Escucha, debes estar levantado para mañana, es la fiesta de fin de curso. Ya están todos los puntos y Slytherin ganó, por supuesto.
Algunos Slytherin de primeros años aplaudieron, pero enseguida pararon al ver las expresiones de los alumnos mayores.
Te perdiste el último partido de quidditch. Sin ti, nos ganó Ravenclaw, pero la comida será buena.
En aquel momento, entró la señora Pomfrey
—Ya habéis estado quince minutos, ahora FUERA—dijo con severidad.
Después de una buena noche de sueño, Harry se sintió casi bien.
—Quiero ir a la fiesta —dijo a la señora Pomfrey, mientras ella le ordenaba todas las cajas de golosinas—. Podré ir, ¿verdad?
— ¿Por qué solo pareces un niño cuando hablas con la señora Pomfrey? — rió Parvati.
— Creo que la señora Pomfrey puede conseguir que hasta Dumbledore parezca un crío — le respondió Harry.
—El profesor Dumbledore dice que tienes permiso para ir —dijo con desdén, como si considerara que el profesor Dumbledore no se daba cuenta de lo peligrosas que eran las fiestas—. Y tienes otra visita.
—Oh, bien —dijo Harry—. ¿Quién es?
Mientras hablaba, entró Hagrid. Como siempre que estaba dentro de un lugar, Hagrid parecía demasiado grande.
Se escucharon risas.
Se sentó cerca de Harry, lo miró y se puso a llorar.
Todas las risas pararon en seco. Sorprendidos, muchos alumnos miraban a Hagrid.
—¡Todo... fue... por mi maldita culpa! —gimió, con la cara entre las manos—. Yo le dije al malvado cómo pasar ante Fluffy. ¡Se lo dije! ¡Podías haber muerto! ¡Todo por un huevo de dragón! ¡Nunca volveré a beber! ¡Deberían echarme y obligarme a vivir como un muggle!
— En eso estamos de acuerdo — dijo Umbridge, pero absolutamente todo el mundo la ignoró, incluso el ministro. No pareció hacerle mucha gracia.
—¡Hagrid! —dijo Harry, impresionado al ver la pena y el remordimiento de Hagrid, y las lágrimas que mojaban su barba—. Hagrid, lo habría descubierto igual, estamos hablando de Voldemort, lo habría sabido igual aunque no le dijeras nada.
—¡Podrías haber muerto! —sollozó Hagrid—. ¡Y no digas ese nombre!
—¡VOLDEMORT! —gritó Harry, y Hagrid se impresionó tanto que dejó de llorar—.
Se oyeron risas aisladas, pero la mayoría de gente estaba demasiado sorprendida al imaginarse a Hagrid llorando.
Me encontré con él y lo llamo por su nombre. Por favor, alégrate, Hagrid, salvamos la Piedra, ya no está, no la podrá usar. Toma una rana de chocolate, tengo muchísimas...
— Eres un cielo — le dijo Molly. Harry se ruborizó.
Hagrid se secó la nariz con el dorso de la mano y dijo:
—Eso me hace recordar... Te he traído un regalo.
—No será un bocadillo de comadreja, ¿verdad? —dijo preocupado Harry, y finalmente Hagrid se rió.
También reía en el comedor, aunque los ojos le brillaban de más. Le dedicó una mirada triste y una sonrisa torcida a Harry, quien comprendió que aún se sentía culpable y le sonrió con ganas, esperando que el guardabosques captara el mensaje. Debió hacerlo, porque segundos después le devolvió una sonrisa genuina.
—No. Dumbledore me dio libre el día de ayer para hacerlo. Por supuesto tendría que haberme echado... Bueno, aquí tienes...
Parecía un libro con una hermosa cubierta de cuero. Harry lo abrió con curiosidad...
Estaba lleno de fotos mágicas. Sonriéndole y saludándolo desde cada página, estaban su madre y su padre...
—Envié lechuzas a todos los compañeros de colegio de tus padres, pidiéndoles fotos... Sabía que tú no tenías... ¿Te gusta?
Harry no podía hablar, pero Hagrid entendió.
Se escucharon algunos "ooh" y muchos volvieron a mirar con pena a Harry, quien los ignoró a todos.
— Eso me recuerda que tengo muchas fotos que enseñarte, Harry — le dijo Lupin.
— Me encantará verlas.
Harry bajó solo a la fiesta de fin de curso de aquella noche. Lo había ayudado a levantarse la señora Pomfrey, insistiendo en examinarlo una vez más, así que, cuando llegó, el Gran Comedor ya estaba lleno. Estaba decorado con los colores de Slytherin, verde y plata, para celebrar el triunfo de aquella casa al ganar la copa durante siete años seguidos. Un gran estandarte, que cubría la pared detrás de la Mesa Alta, mostraba la serpiente de Slytherin.
Algunos Slytherin de quinto en adelante parecieron estar de muy mal humor. Harry comprendía perfectamente por qué. Habían creído que su casa ganaría y se les había arrebatado el triunfo en el último momento. Pero no podía sentir mucha pena por ellos. Gryffindor había merecido ganar.
Cuando Harry entró se produjo un súbito murmullo y todos comenzaron a hablar al mismo tiempo. Se deslizó en una silla, entre Ron y Hermione, en la mesa de Gryffindor, y trató de hacer caso omiso del hecho de que todos se ponían de pie para mirarlo.
— Y eso que no sabíamos toda la verdad — dijo Fred. — Te habríamos recibido con honores.
Por suerte, Dumbledore llegó unos momentos después. Las conversaciones cesaron.
—¡Otro año se va! —dijo alegremente Dumbledore—. Y voy a fastidiaros con la charla de un viejo, antes de que podáis empezar con los deliciosos manjares. ¡Qué año hemos tenido!
— Ni que lo digas — bufó Ron. Algunos Gryffindor rieron.
Esperamos que vuestras cabezas estén un poquito más llenas que cuando llegasteis... Ahora tenéis todo el verano para dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el próximo año... Bien, tengo entendido que hay que entregar la copa de la casa y los puntos ganados son: en cuarto lugar, Gryffindor, con trescientos doce puntos; en tercer lugar, Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; Ravenclaw tiene cuatrocientos veintiséis, y Slytherin, cuatrocientos setenta y dos.
Una tormenta de vivas y aplausos estalló en la mesa de Slytherin.
Los alumnos de primero de Slytherin parecían muy confundidos al ver las expresiones de los mayores.
Harry pudo ver a Draco Malfoy golpeando la mesa con su copa. Era una visión repugnante.
— Tú sí que eres repugnante, Potter — le espetó Malfoy mientras muchos reían. Harry rodó los ojos.
— ¿Ese es el mejor insulto que tienes? Estás perdiendo originalidad.
Antes de que Draco pudiera contestarle, Seamus siguió leyendo con una sonrisa.
—Sí, sí, bien hecho, Slytherin —dijo Dumbledore—. Sin embargo, los acontecimientos recientes deben ser tenidos en cuenta.
Todos se quedaron inmóviles. Las sonrisas de los Slytherin se apagaron un poco.
En el comedor, algunos Slytherin gimieron. Sabían lo que pasaría ahora. A Snape se le notaba la amargura que sentía.
—Así que —dijo Dumbledore— tengo algunos puntos de última hora para agregar. Dejadme ver. Sí... Primero, para el señor Ronald Weasley...
Ron se puso tan colorado que parecía un rábano con insolación.
El comedor al completo estalló en carcajadas. Harry, agarrándose los costados, rió más fuerte al ver la cara de Ron, quien parecía entre divertido, horrorizado y confundido.
— ¿Qué clase de descripción es esa? — bufó el Weasley. Hermione, a quien ahora le caían lágrimas de risa, no pudo responderle.
— ¡Te la has inventado, Seamus! — gritó Dean por encima del barullo.
— Te juro que no — se defendió el chico, quien también se reía con ganas. — Ven y compruébalo si quieres.
Dean se puso en pie y subió a la tarima, donde Seamus le señaló la frase en cuestión.
— Vale, sí — rió Dean. — Es de verdad.
Eso hizo que la gente riera aún más fuerte. Incluso los Weasley, incluido Ron, se estaban divirtiendo.
Cuando todos se hubieron calmado, Seamus siguió leyendo.
—... por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts haya visto en muchos años, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
Las hurras de Gryffindor llegaron hasta el techo encantado, y las estrellas parecieron estremecerse.
En el presente, no solo los Gryffindor aplaudían, sino que Ravenclaw y Hufflepuff se unieron a los vítores. Ron sonreía con ganas, orgulloso de sí mismo.
Se oyó que Percy le decía a los otros prefectos: «Es mi hermano, ¿sabéis? ¡Mi hermano menor! ¡Consiguió pasar en el juego de ajedrez gigante de McGonagall!».
Percy se puso muy rojo, pero Harry lo vio devolverle una sonrisa a Ron. La señora Weasley parecía haberse dado cuenta del intercambio, porque estaba radiante.
Por fin se hizo el silencio otra vez.
—Segundo... a la señorita Hermione Granger... por el uso de la fría lógica al enfrentarse con el fuego, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
De nuevo, las tres casas rompieron en aplausos, y Harry se sorprendió al ver que algunos Slytherin también aplaudían.
Hermione enterró la cara entre los brazos. Harry tuvo la casi seguridad de que estaba llorando.
— Lo estaba — confirmó Hermione.
Los cambios en la tabla de puntuaciones pasaban ante ellos: Gryffindor estaba cien puntos más arriba.
Los alumnos más jóvenes de Slytherin ya veían lo que iba a pasar, pero a muchos no parecía importarles. Harry supuso que el hecho de saber el porqué de esos puntos añadidos a última hora servía para que no lo consideraran tan injusto como sus compañeros.
—Tercero... al señor Harry Potter... —continuó Dumbledore. La sala estaba mortalmente silenciosa—... por todo su temple y sobresaliente valor, premio a la casa Gryffindor con sesenta puntos.
Los vítores regresaron con intensidad. Muchos Gryffindor estaban de pie, saltando y riendo con sus compañeros. Con una gran sonrisa, Seamus leyó:
El estrépito fue total. Los que pudieron sumar, además de gritar y aplaudir, se dieron cuenta de que Gryffindor tenía los mismos puntos que Slytherin, cuatrocientos setenta y dos. Si Dumbledore le hubiera dado un punto más a Harry... Pero así no llegaban a ganar.
— Oh, no — se quejó Dennis Creevey, pero se dio cuenta de que todos los alumnos de cursos superiores sonreían con ganas.
Dumbledore levantó el brazo. La sala fue recuperando la calma.
—Hay muchos tipos de valentía —dijo sonriendo Dumbledore—. Hay que tener un gran coraje para oponerse a nuestros enemigos, pero hace falta el mismo valor para hacerlo con los amigos. Por lo tanto, premio con diez puntos al señor Neville Longbottom.
El comedor estalló en aplausos, gritos y vítores. Muchos se acercaron a felicitar a Neville, darle palmadas en la espalda o abrazarlo. El chico no sabía dónde meterse y le lanzó una mirada de súplica a Harry, quien le hizo una seña a Seamus para que siguiera leyendo. Tuvo que intentarlo varias veces y pegar un grito para que le hicieran caso.
Alguien que hubiera estado en la puerta del Gran Comedor habría creído que se había producido una explosión, tan fuertes eran los gritos que salieron de la mesa de Gryffindor. Harry, Ron y Hermione se pusieron de pie y vitorearon a Neville, que, blanco de la impresión, desapareció bajo la gente que lo abrazaba. Nunca había ganado más de un punto para Gryffindor. Harry, sin dejar de vitorear, dio un codazo a Ron y señaló a Malfoy, que no podía haber estado más atónito y horrorizado si le hubieran echado el maleficio de la Inmovilidad Total.
Eso hizo reír a muchos y provocó que Malfoy les dedicara un gesto grosero similar al que Ron había hecho antes.
—Lo que significa —gritó Dumbledore sobre la salva de aplausos, porque Ravenclaw y Hufflepuff estaban celebrando la derrota de Slytherin—, que hay que hacer un cambio en la decoración.
Dio una palmada. En un instante, los adornos verdes se volvieron escarlata; los de plata, dorados, y la gran serpiente se desvaneció para dar paso al león de Gryffindor.
Los que habían vivido ese momento sonreían con nostalgia, recordando la felicidad de aquella noche.
Snape estrechaba la mano de la profesora McGonagall, con una horrible sonrisa forzada en su cara. Captó la mirada de Harry y el muchacho supo de inmediato que los sentimientos de Snape hacia él no habían cambiado en absoluto. Aquello no lo preocupaba.
— Y sigue sin preocuparme — bufó Harry por lo bajo.
Parecía que la vida iba a volver a la normalidad en el año próximo, o a la normalidad típica de Hogwarts.
Aquella fue la mejor noche de la vida de Harry, mejor que ganar un partido de quidditch, o que la Navidad, o que hacer que se desmayara el monstruo gigante...
Nunca, jamás, olvidaría aquella noche.
Esta vez, decenas de personas que se alegraban por él hicieron comentarios o le sonrieron. Se encontró a sí mismo respondiéndoles y sonriendo de vuelta.
Harry casi no recordaba ya que tenían que recibir los resultados de los exámenes, pero éstos llegaron. Para su gran sorpresa, tanto él como Ron pasaron con buenas notas. Hermione, por supuesto, fue la mejor del año.
— ¿Cómo podéis salvar el colegio y aprobar con buenas notas a la vez? — les preguntó Lavender con admiración. Ron se encogió de hombros.
— Hermione nos obligó a estudiar.
— E hizo bien — le recordó la señora Weasley. Hermione pareció muy orgullosa de sí misma.
Hasta Neville pasó a duras penas, pues sus buenas notas en Herbología compensaron los desastres en Pociones. Ellos confiaban en que suspendieran a Goyle, que era casi tan estúpido como malo, pero él también aprobó. Era una lástima, pero como dijo Ron, no se puede tener todo en la vida.
Se oyeron risas y a Harry le impactó ver que algunas de ellas venían de la casa Slytherin. Parecía que Goyle no era muy popular allí.
Y de pronto, sus armarios se vaciaron, sus equipajes estuvieron listos, el sapo de Neville apareció en un rincón del cuarto de baño...
Neville rió con los demás.
Todos los alumnos recibieron notas en las que los prevenían para que no utilizaran la magia durante las vacaciones («Siempre espero que se olviden de darnos esas notas», dijo con tristeza Fred Weasley).
— Yo también — le dijo Angelina.
Hagrid estaba allí para llevarlos en los botes que cruzaban el lago. Subieron al expreso de Hogwarts, charlando y riendo, mientras el paisaje campestre se volvía más verde y menos agreste. Comieron las grageas de todos los sabores, pasaron a toda velocidad por las ciudades de los muggles, se quitaron la ropa de magos y se pusieron camisas y abrigos... Y bajaron en el andén nueve y tres cuartos de la estación King's Cross.
En el comedor, casi todo el mundo sonreía.
Tardaron un poco en salir del andén. Un viejo y enjuto guarda estaba al otro lado de la taquilla, dejándolos pasar de dos en dos o de tres en tres, para que no llamaran la atención saliendo de golpe de una pared sólida, pues alarmarían a los muggles.
—Tenéis que venir y pasar el verano conmigo —dijo Ron—, los dos. Os enviaré una lechuza.
—Gracias —dijo Harry—. Voy a necesitar alguna perspectiva agradable.
Canuto gimió y Harry le acarició detrás de las orejas.
La gente los empujaba mientras se movían hacia la estación, volviendo al mundo muggle. Algunos le decían.
—¡Adiós, Harry!
—¡Nos vemos, Potter!
—Sigues siendo famoso —dijo Ron, con sonrisa burlona.
—No allí adonde voy, eso te lo aseguro —respondió Harry.
Harry bufó. Tampoco quería serlo.
Él, Ron y Hermione pasaron juntos a la estación.
—¡Allí está él, mamá, allí está, míralo!
Era Ginny Weasley, la hermanita de Ron, pero no señalaba a su hermano.
—¡Harry Potter! —chilló—. ¡Mira, mamá! Puedo ver...
Ginny gimió y escondió la cara entre sus manos. Mientras todos reían y se burlaban, ella se giró y le susurró:
— Lo siento. Era idiota.
Harry rió.
— No te preocupes.
Ninguno vio a Michael Corner fulminar a Harry con la mirada.
—Tranquila, Ginny. Es de mala educación señalar con el dedo.
La señora Weasley les sonrió.
—¿Un año movido? —les preguntó.
—Mucho —dijo Harry—.
— Muchísimo — añadió Fred.
— Muchisísisimo — siguió George.
— Lo he entendido — dijo la señora Weasley, exasperada.
Muchas gracias por el jersey y el pastel, señora Weasley
—Oh, no fue nada.
—¿Ya estás listo?
Era tío Vernon, todavía con el rostro púrpura, todavía con bigotes y todavía con aire furioso ante la audacia de Harry, llevando una lechuza en una jaula, en una estación llena de gente común.
A Harry le sorprendió ver lo rápido que la gente perdía las sonrisas con tan solo escuchar el nombre de tío Vernon.
Detrás, estaban tía Petunia y Dudley, con aire aterrorizado ante la sola presencia de Harry.
— Debería estarlo — dijo Dean. Parecía que le había cogido mucha manía a Dudley, como muchos otros en el comedor.
—¡Usted debe de ser de la familia de Harry! —dijo la señora Weasley
—Por decirlo así —dijo tío Vernon—. Date prisa, muchacho, no tenemos todo el día.
Canuto gruñó.
Dio la vuelta para ir hacia la puerta. Harry esperó para despedirse de Ron y Hermione.
—Nos veremos durante el verano, entonces.
—Espero que... que tengas unas buenas vacaciones —dijo Hermione, mirando insegura a tío Vernon, impresionada de que alguien pudiera ser tan desagradable.
— Me sigue impresionando — dijo la chica. Pues si tú supieras, pensó Harry, justo antes de darse cuenta de que pronto se sabría todo lo sucedido en los años posteriores… incluyendo los barrotes en la ventana y todo lo ocurrido la noche de los dementores.
Se deprimía solo con pensarlo.
—Oh, lo serán —dijo Harry, y sus amigos vieron, con sorpresa, la sonrisa burlona que se extendía por su cara—. Ellos no saben que no nos permiten utilizar magia en casa. Voy a divertirme mucho este verano con Dudley...
Se oyeron muchas risas e incluso aplausos.
— Aquí acaba — anunció Seamus, cerrando el libro con un golpe. Los aplausos se extendieron por todo el comedor.
El profesor Dumbledore se levantó mientras Seamus volvía a su lugar. Cuando todo el mundo se hubo calmado, finalmente anunció:
— La lectura del primer libro ha concluido. El lunes continuaremos con el segundo libro, que se titula Harry Potter y la Cámara Secreta.
Se oyeron jadeos de sorpresa. El ambiente relajado y feliz que había hace unos momentos se tensó ligeramente, ya que muchos recordaban ese año como uno de los peores en la historia de Hogwarts.
— Disculpe, señor director — intervino la profesora Umbridge. Esta vez, el director se giró para mostrarle que la escuchaba. — ¿Ha dicho el lunes? Hoy es sábado.
— Así es, Dolores.
La profesora pareció muy irritada.
— ¿Va a dejar que pase un día entero sin leer? Creí que, y corríjame si me equivoco, la lectura de estos libros es tan importante que es necesario cancelar todas las clases y encerrarnos aquí para leerlo todo lo más deprisa posible. ¿No es así?
— Es necesario que lo leamos todo cuanto antes — confirmó Dumbledore. — Pero también es necesario darnos un tiempo para comprender lo leído antes de leer más. Por lo tanto, mañana tanto alumnos como profesores tendrán el día entero para reflexionar, descansar y prepararse para el siguiente libro.
Umbridge no pudo argumentar contra eso, así que se conformó con mirar con desdén al director.
— Si nadie más tiene nada que decir — dijo Dumbledore, volviendo su mirada hacia los estudiantes — doy por finalizada esta lectura.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
Siguiente libro: la cámara secreta
No hay comentarios:
Publicar un comentario