El profesor de pociones:
—Aquí termina el capítulo —anunció Alicia, aliviada por poder parar de leer. Este capítulo había sido eterno.
—Muy bien —dijo Dumbledore, levantándose. —Creo que podemos leer un capítulo más antes de dejarlo por hoy. Siento que sería conveniente dejar que toda esa nueva información se asiente en nuestras mentes antes de seguir leyendo.
Algunas personas asintieron con fervor. Mientras la gente se levantaba de sus sillones y cojines, Hermione todavía miraba a Harry con fijeza.
—Harry… no puede ser casualidad —susurró la chica tras asegurarse de que nadie excepto Ron les prestaba atención. —¿No te parece raro que tuvieras ese sueño y que ahora tengas estas… visiones?
Dijo la última palabra en voz muy baja, apenas moviendo los labios.
Harry no supo qué contestar, pero se libró de tener que hacerlo porque el profesor Dumbledore habló para todo el Gran Comedor.
—¿Quién quiere leer el último capítulo del día? —inquirió el profesor Dumbledore mientras recorría el comedor con la mirada. Por el rabillo del ojo, Harry vio a Angelina hacer un gesto con la mano como si quisiera ofrecerse para leer, pero Alicia la agarró del brazo y la obligó a quedarse quieta, susurrando rápidamente en su oído. No hacía falta ser un genio para saber que se estaba quejando de lo pesado que se le había hecho leer el capítulo anterior.
—Señorita Patil —indicó Dumbledore a Parvati, quien había levantado la mano. Mientras la chica se acercaba al atril, Harry aprovechó esos momentos para respirar hondo. No podía evitar alegrarse de que este fuera el último capítulo del día. Estaba agotado.
—Este capítulo se titula… —Parvati hizo una pausa dubitativa. Miró de reojo a Harry y luego a Snape antes de continuar. —El Profesor de Pociones.
Harry hizo una mueca. En cuanto a Snape, parecía que se había tragado un limón entero. A lo largo del comedor, la gente intercambiaba miradas nerviosas.
—Me halaga, señor Potter, que mi persona sea de tan gran importancia en su vida como para dedicarme un capítulo entero— cada palabra de Snape derrochaba sarcasmo.
—Más quisieras… —susurró Harry, aunque solo algunas personas lo pudieron escuchar. Decidió dejar que el libro hablara por él, mientras Snape lo fulminaba con la mirada.
—Mira el lado bueno —dijo Ron en voz baja. —Al menos ahora todos van a ver lo imbécil que fue contigo. Quizá lo echen.
Había un deje de esperanza en su voz y Harry sonrió. Parvati comenzó a leer.
Allí, mira.
—¿Dónde?
—Al lado del chico alto y pelirrojo.
—¿El de gafas?
—¿Has visto su cara?
—¿Has visto su cicatriz?
Se escucharon algunos resoplidos, especialmente desde la mesa de Slytherin. Harry aguantó las ganas de rodar los ojos.
Los murmullos siguieron a Harry desde el momento en que, al día siguiente, salió del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarlo, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención.
Snape bufó. Por supuesto que el Niño-Que-Vivió-Para-Ser-Arrogante había recibido la atención de todos desde el primer día, y lo había disfrutado. El hecho de que su vida familiar no fuera del todo perfecta no significaba nada. Incluso si sus familiares no lo habían mimado tanto como había pensado, era innegable que Potter era arrogante y que su desdén por las normas era solo una muestra de su carácter despectivo hacia los demás.
Harry deseaba que no lo hicieran, porque intentaba concentrarse para encontrar el camino de su clase.
Hubo algunas risas. Snape bufó más fuerte.
En Hogwarts había 142 escaleras,
—¿Cómo sabes el número exacto? —preguntó una chica rubia de cuarto de Hufflepuff, asombrada.
—Se lo escuché decir a Hermione —sonrió Harry, mirando de reojo a su amiga, quien levantó la cabeza en un gesto de orgullo.
—Espera, ¿ya te habías leído Historia de Hogwarts antes de venir a Hogwarts? —le preguntó Ron, incrédulo.
—Por supuesto que sí. Quería saber todo lo que pudiera sobre el colegio. Compré una copia en Flourish y Blotts antes de venir aquí.
Tras su respuesta, algunos profesores la miraron con aprobación, lo que hizo que la chica se sonrojara, aunque Harry podía ver que estaba orgullosa de sí misma. Ron rodó los ojos.
algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y Harry estaba seguro de que las armaduras podían andar.
—¿Pueden? —preguntó un chico de primero de Gryffindor. La única respuesta que tuvo fue una sonrisa de McGonagall.
Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir.
Más de un par de personas se estremecieron.
Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors, pero Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba:
¡TENGO TU NARIZ!
Mirando a su alrededor, Harry se dio cuenta de que todo el mundo conocía bien las acciones del poltergeist. Las caras de hastío y los resoplidos delataban a todos aquellos que habían sido víctimas de ese tipo de bromas. Solo Fred y George sonreían.
Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch.
Filch, que estaba sentado cerca de una pared junto a su querida gata, fulminó a Harry con la mirada. El chico lo ignoró olímpicamente.
Harry y Ron se las arreglaron para chocar con él, en la primera mañana.
—Cómo no — se rió Seamus.
Filch los encontró tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso.
—¡Oh, venga ya! —exclamó Charlie. —De todas las puertas del castillo, ¿justo fuisteis a toparos con esa?
—La culpa es de Harry —contestó Ron rápidamente.
—¡Hey!
—Es verdad — Ron se encogió de hombros. —Eres un imán para los problemas. Y para la mala suerte.
Tras unos segundos de silencio, el pelirrojo añadió: —Deberías hacértelo mirar.
Riendo y esquivando el cojín que Harry le había lanzado, Ron le hizo un gesto a Parvati para que continuara leyendo. Muchos los miraban, obviamente divertidos.
No les creyó cuando dijeron que estaban perdidos, estaba convencido de que querían entrar a propósito y los amenazó con encerrarlos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, los rescató.
El trío intercambió miradas, todos pensando lo mismo. Definitivamente, Quirrell no estaba allí por casualidad.
Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch.
Se escucharon algunas risitas. Filch volvió a fulminar con la mirada a Harry, quien volvió a ignorarlo.
Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los gemelos Weasley)
—Oh, por supuesto que no —exclamó Fred.
—¿Cómo vamos a conocer los pasadizos mejor que el propio Filch? —siguió George con fingida sorpresa.
—Eso sería imposible para dos simples e inocentes estudiantes de quinto curso.
—Vosotros no habéis sido inocentes desde que os quitaron los pañales —replicó Ron.
—En realidad, cuando llevaban pañales tampoco eran ningunos angelitos —sonrió Bill. —Recuerdo una vez que…
—Vale, vale. Dejemos esta entrañable conversación para otro momento. Por favor, siga leyendo, señorita —Fred hizo una floritura con la mano hacia Parvati, quien soltó una risita y siguió leyendo.
, y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban,
Por el gruñido y la mirada de Filch, era obvio que el sentimiento era mutuo.
y la más soñada ambición de muchos era darle una buena patada a la Señora Norris.
—Ni se os ocurra, pequeños demon…—farfulló Filch, antes de ser interrumpido por la profesora McGonagall.
—Estoy segura de que ningún estudiante tiene la intención de herir a la Señora Norris. ¿Me equivoco?
Muchos estudiantes negaron con la cabeza rápidamente, tragando saliva. Parvati siguió leyendo inmediatamente.
Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases. Había mucho más que magia, como Harry descubrió muy pronto, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.
—Por supuesto que la magia es mucho más que eso —bufó Pansy Parkinson mientras miraba a Harry con disgusto.
—Por si tu cerebro es demasiado lento para procesar la lectura, te recuerdo que Harry fue criado por muggles —replicó Cho con frialdad.
Harry se ruborizó al ver que Cho lo defendía.
—Vaya, Potter —contestó Pansy con una sonrisa despectiva. —Veo que necesitas que tu novia te defienda…
Antes de que Harry pudiera abrir la boca para replicar, la profesora McGonagall intervino y volvió a hacerse el silencio. Cho y Pansy se lanzaban miradas asesinas y Harry tenía muchas, muchas ganas de que se acabara el capítulo para poder salir de allí.
Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout,
La susodicha se ruborizó intensamente. Algunos trataron de ocultar una sonrisita.
y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas. Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia,
Muchos asintieron. Seamus fingió que se ponía a roncar, sacando unas risas a los Gryffindor cercanos.
la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
—Me aburro —se quejó Malfoy, tras lo que muchos Slytherin murmuraron que ellos también. Crabbe incluso se recostó en el sofá en el que estaba y cerró los ojos.
—Nunca me oiréis decir que los Slytherin tienen razón, pero… —susurró Dean a Seamus y Neville, aunque todos alrededor podían oírlo. —La verdad es que todas estas descripciones me aburren bastante. Ya sabemos cómo es Hogwarts, ¿no podemos saltárnoslas?
A pesar de que no dijo nada, Harry estaba totalmente de acuerdo, aunque una parte de él prefería que siguieran leyendo descripciones de Hogwarts si eso significaba no tener que hablar sobre su vida.
El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre de Harry, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista.
El profesor Flitwick se puso colorado y trató de evitar la mirada de alguno de sus colegas, especialmente la de Snape, que irradiaba hostilidad.
La profesora McGonagall era siempre diferente. Harry había tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas.
Mientras algunos alumnos asentían y murmuraban, McGonagall parecía muy satisfecha de sí misma.
Estricta e inteligente,
Esta vez, Harry vio cómo la profesora escondía una pequeña sonrisa.
les habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase.
—Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts —dijo—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.
Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estaban muy impresionados y no aguantaban las ganas de empezar, pero muy pronto se dieron cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieran transformar muebles en animales.
—Y tanto —soltó un Hufflepuff de cuarto curso. —Todavía no puedo ni convertir mi sapo en un tintero.
Hubo algunas risas. Harry vio a Malfoy rodar los ojos y murmurarle algo a Crabbe y Goyle, quienes dejaron escapar unas risas.
Después de hacer una cantidad de complicadas anotaciones, les dio a cada uno una cerilla para que intentaran convertirla en una aguja. Al final de la clase, sólo Hermione Granger había hecho algún cambio en la cerilla. La profesora McGonagall mostró a todos cómo se había vuelto plateada y puntiaguda, y dedicó a la niña una excepcional sonrisa.
Hermione levantó un poco la cabeza, orgullosa de sí misma.
La clase que todos esperaban era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma.
—Pff, no sé si "broma" es la palabra que yo habría elegido… —dijo Ron. Algunos lo miraron con curiosidad, pero él no dijo nada más.
Su aula tenía un fuerte olor a ajo, y todos decían que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania y del que tenía miedo de que volviera a buscarlo. Su turbante, les dijo, era un regalo de un príncipe africano como agradecimiento por haberlo liberado de un molesto zombi, pero ninguno creía demasiado en su historia. Por un lado, porque cuando Seamus Finnigan se mostró deseoso de saber cómo había derrotado al zombi, el profesor Quirrell se ruborizó y comenzó a hablar del tiempo,
Seamus parecía satisfecho con su yo pasado. Ron le hizo un gesto a Harry que se podía entender como "Ya verás cuando se entere…".
y por el otro, porque habían notado que el curioso olor salía del turbante, y los gemelos Weasley insistían en que estaba lleno de ajo, para proteger a Quirrell cuando el vampiro apareciera.
De nuevo, el trío intercambió miradas sombrías.
Harry se sintió muy aliviado al descubrir que no estaba mucho más atrasado que los demás. Muchos procedían de familias muggle y, como él, no tenían ni idea de que eran brujas y magos. Había tantas cosas por aprender que ni siquiera un chico como Ron tenía mucha ventaja. El viernes fue un día importante para Harry y Ron. Por fin encontraron el camino hacia el Gran Comedor a la hora del desayuno, sin perderse ni una vez.
Se escucharon bastantes risas en el comedor. Hermione parecía exasperada.
—Sois unos despistados —dijo, aunque de forma obviamente cariñosa. Tanto Harry como Ron simplemente se encogieron de hombros.
—¿Qué tenemos hoy? —preguntó Harry a Ron, mientras echaba azúcar en sus cereales.
—Pociones Dobles con los de Slytherin —respondió Ron—. Snape es el Jefe de la Casa Slytherin. Dicen que siempre los favorece a ellos... Ahora veremos si es verdad.
—Lo siento, yo del pasado. Lo es. — murmuró Ron.
Harry notó que algunos profesores miraban a Snape con recelo. Ron tenía razón: iba a ser interesante ver la reacción de todos al ver el trato de Snape hacia los Gryffindor.
—Ojalá McGonagall nos favoreciera a nosotros —dijo Harry.
Ante la mirada severa de McGonagall, el chico tragó saliva.
Por otro lado, Snape asumió ese comentario como una prueba más del egocentrismo de Potter.
La profesora McGonagall era la jefa de la casa Gryffindor; pero eso no le había impedido darles una gran cantidad de deberes el día anterior.
Durante un momento, Harry no pudo evitar pensar en lo inocente que estaba siendo este capítulo del libro. Sin Dursleys, sin Voldemort, sin más problemas que encontrar el Gran Comedor y terminar los deberes de Transfiguración a tiempo. Por un instante, Harry deseó con todas sus fuerzas poder volver a ese primer año. ¿Y por qué no al segundo? O al tercero. A cualquier momento, mientras fuera antes de…
Cedric.
Antes de que Voldemort regresara. Antes de que todo se volviera tan difícil.
Mata al otro. ¡Avada Kedav…!
No, no iba a pensar en eso. No. Absolutamente no. Con el corazón a mil por hora, se forzó a sí mismo a prestar atención a la lectura. Por suerte, nadie había notado nada raro.
Justo en aquel momento llegó el correo. Harry ya se había acostumbrado, pero la primera mañana se impresionó un poco cuando unas cien lechuzas entraron súbitamente en el Gran Comedor durante el desayuno, volando sobre las mesas hasta encontrar a sus dueños, para dejarles caer encima cartas y paquetes. Hedwig no le había llevado nada hasta aquel día. Algunas veces volaba para mordisquearle una oreja y conseguir una tostada, antes de volver a dormir en la lechucería,
—Aww, qué mona —dijo una chica de Hufflepuff.
—La mía no hace eso —dijo un chico que estaba sentado cerca de ella. —Solo viene a visitarme si tengo correo y enseguida se va.
—Pues la mía solo me quiere cuando le doy chucherías —se quejó otro chico, esta vez de Ravenclaw, haciendo reír a muchos de los presentes.
Harry sonrió. Sabía que Hedwig no tenía por qué ir a visitarlo tan a menudo a pesar de no llevar correo, pero ella no era una lechuza cualquiera. Era su amiga, su confidente y su única compañía durante los largos días en Privet Drive. Leyendo estos capítulos, realmente se estaba dando cuenta de lo mucho que valoraba a su lechuza.
con las otras lechuzas del colegio. Sin embargo, aquella mañana pasó volando entre la mermelada y la azucarera y dejó caer un sobre en el plato de Harry.
Este lo abrió de inmediato.
Querido Harry (decía con letra desigual),
sé que tienes las tardes del viernes libres, así que ¿te gustaría venir a tomar una taza de té conmigo, a eso de las tres? Quiero que me cuentes todo lo de tu primera semana. Envíame la respuesta con Hedwig.
Hagrid
Tanto Molly como Arthur le dedicaron una sonrisa enorme a Hagrid, quien hizo un gesto con la mano y miró a Harry con lo que solo podría describirse como ternura. Por suerte, Harry no se dio cuenta de nada.
Harry cogió prestada la pluma de Ron y contestó: «Sí, gracias, nos veremos más tarde», en la parte de atrás de la nota, y la envió con Hedwig.
Fue una suerte que Hagrid hubiera invitado a Harry a tomar el té, porque la clase de Pociones resultó ser la peor cosa que le había ocurrido allí, hasta entonces.
Snape hizo una mueca con la boca. Harry no supo bien cómo interpretarla, pero le parecía que Snape disfrutaba saber que se lo había hecho pasar mal.
Al comenzar el banquete de la primera noche, Harry había pensado que no le caía bien al profesor Snape.
—¿Tú crees? —preguntó Dean sarcásticamente. Harry soltó un resoplido, tratando de no mirar a Snape directamente.
Pero al final de la primera clase de Pociones supo que no se había equivocado. No era sólo que a Snape no le gustara Harry: lo detestaba. Las clases de Pociones se daban abajo, en un calabozo. Hacía mucho más frío allí que arriba, en la parte principal del castillo, y habría sido igualmente tétrico sin todos aquellos animales conservados, flotando en frascos de vidrio, por todas las paredes.
—Vaya, Potter —interrumpió Zabini. —No sabía que te asustaban los ingredientes para pociones. Supongo que eso explica por qué no eres capaz de hacer una poción sin hacerla explotar.
—Cierra la boca, Zabini —replicó Ron, pero una mirada severa de su madre impidió que dijera nada más. McGonagall regañó a Zabini mientras Snape ignoraba toda la escena. Finalmente, Parvati siguió leyendo.
Snape, como Flitwick, comenzó la clase pasando lista y, como Flitwick, se detuvo ante el nombre de Harry.
—Ah, sí —murmuró—. Harry Potter. Nuestra nueva... celebridad.
Algunos profesores fruncieron el ceño y Dumbledore no parecía muy contento. Tampoco lo parecían los Weasleys ni, por supuesto, Canuto, quien fulminaba a Snape con la mirada pero mantenía la boca cerrada.
Draco Malfoy y sus amigos Crabbe y Goyle rieron tapándose la boca. Snape terminó de pasar lista y miró a la clase. Sus ojos eran tan negros como los de Hagrid, pero no tenían nada de su calidez.
—Como si Snape pudiera parecerse en algo a Hagrid —resopló Dean.
Por su parte, Snape deseaba que terminara la lectura de este capítulo. No necesitaba saber qué impresión tenía Potter de sus ojos o de su aspecto.
Eran fríos y vacíos y hacían pensar en túneles oscuros.
Bueno, no podía negar que le agradaba saber que hasta sus ojos incomodaban al Niño-Que-Vivió.
—Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo.
A muchos les hizo gracia que Parvati, de forma aparentemente inconsciente, bajara el tono de voz para que se asemejara más al de Snape.
Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte...
En el comedor, algunos parecían tan en trance como lo habían estado en aquella primera clase.
—Ese no es un discurso apropiado para los niños de primero… —replicó la profesora Sprout, mirando directamente a Snape, quien le sonrió despectivamente.
—Considero que, si son lo suficientemente adultos como para estar en una clase de pociones, trabajando con productos peligrosos y sustancias explosivas… —hizo una pausa y miró directamente a Neville, quien se encogió en el asiento y desvió la mirada — también son lo suficientemente adultos como para comprender el poder que este arte les puede ofrecer…
Tal como en el libro, Snape hablaba con una voz sedosa y queda que conseguía mantener la atención de todos los presentes. La profesora Sprout no parecía muy contenta, pero como nadie más replicó, decidió callarse.
si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
—Ahora no puedes decir que eso es apropiado, Severus — replicó finalmente la profesora. Esta vez, más de un profesor asintió, y Dumbledore lanzó una mirada a Snape que Harry solo podía definir como advertencia.
Snape no se molestó en responder. Harry estaba seguro de que, si bien Snape ya lo odiaba, después de que se leyeran los libros el profesor iba a hacerle la vida totalmente imposible. Las palabras de Ron "quizá lo echen" resonaron en su cabeza y se sorprendió a sí mismo teniendo la esperanza de que se hicieran realidad.
Cuando Parvati vio que los profesores no iban a añadir nada más, siguió leyendo apresuradamente. Se estaba formando cierta tensión en el comedor y, definitivamente, se arrepentía de estar leyendo este capítulo.
Más silencio siguió a aquel pequeño discurso. Harry y Ron intercambiaron miradas con las cejas levantadas. Hermione Granger estaba sentada en el borde de la silla, y parecía desesperada por empezar a demostrar que ella no era un alcornoque.
Hubo bastantes risas. Hermione se sonrojó al más puro estilo Weasley y volvió a mirar a Harry con reproche, como si él tuviera la culpa de que se la describiera así.
—A mí no me mires, aún no sabemos quién escribió los libros — le susurró en voz baja. Aun así, la chica seguía mirándolo de la misma forma, mientras Ron trataba de ocultar su risa.
—¡Potter! —dijo de pronto Snape—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
La sorpresa era evidente en muchos de los profesores y miembros de la orden. De los alumnos, muchos ni siquiera se inmutaron, ya que habían escuchado hablar del trato del profesor Snape hacia Harry.
¿Raíz en polvo de qué a una infusión de qué? Harry miró de reojo a Ron, que parecía tan desconcertado como él.
—Normal que lo estuviera, esa pregunta no estaba ni al principio del libro —confesó Hermione. Harry y Ron la miraron con los ojos como platos.
La mano de Hermione se agitaba en el aire.
—Realmente te leíste Mil hierbas mágicas y hongos entero antes de venir…— la incredulidad de Ron hizo que Harry riera.
—No sé de qué te sorprendes.
—No lo sé, señor —contestó Harry.
Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón.
—Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo.
El gruñido de Sirius llamó la atención de todos los que estaban alrededor. Harry le lanzó una mirada de advertencia. Algunos alumnos lo estaban observando con cautela, preocupados por si ese perro enorme decidía atacar a alguien más.
Lo que Harry no vio fue la cara enfurecida de Molly Weasley, quien fulminaba a Snape con la mirada.
No hizo caso de la mano de Hermione.
—Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?
Hermione agitaba la mano tan alta en el aire que no necesitaba levantarse del asiento para que la vieran, pero Harry no tenía la menor idea de lo que era un bezoar. Trató de no mirar a Malfoy y a sus amigos, que se desternillaban de risa.
Incluso en el comedor, Malfoy tenía una sonrisita en los labios, lo que le hizo recibir las miradas asesinas de la mitad del comedor.
—No lo sé, señor.
—Parece que no has abierto ni un libro antes de venir. ¿No es así, Potter?
Harry se obligó a seguir mirando directamente aquellos ojos fríos.
Moody parecía complacido, lo que hinchó a Harry de orgullo. Sin embargo, fue mucho mejor ver el orgullo en la postura de Canuto, quien agitaba la cola con fervor y parecía muy contento. Harry le sonrió.
Sí había mirado sus libros en casa de los Dursley, pero ¿cómo esperaba Snape que se acordara de todo lo que había en Mil hierbas mágicas y hongos?
—Todavía no tenías por qué saber nada de eso —refunfuñó Ginny por lo bajo. —¿Crees que después de esto tendrá problemas?
Miraba a Snape fijamente mientras susurraba.
—Espero que sí —respondió Harry. —Pero no tengo muchas esperanzas. Fíjate en Dumbledore.
Aunque no parecía estar disfrutando, el profesor Dumbledore tampoco daba muestras de tener intenciones de hablar seriamente con Snape. No decía ninguna palabra ni miraba al profesor o a Harry, sino que mantenía sus ojos fijos en el libro y en Parvati.
—Quizá no vaya a discutir ahora pero sí luego, en privado —sugirió Hermione, también susurrando.
—A saber —Ron no parecía muy preocupado. —Si Dumbledore no hace nada, al menos siempre queda la opción de dejar a Snape solo con mi madre diez minutos. No volvería a meterse contigo en años.
Aguantando la risa, Harry, Hermione y Ginny volvieron a centrarse en la lectura.
Snape seguía haciendo caso omiso de la mano temblorosa de Hermione.
—¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y luparia?
Ante eso, Hermione se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de la mazmorra.
—Madre mía… —murmuró la chica por lo bajo. Se había puesto muy roja y parecía querer que se la tragase la tierra. Ron soltó una risita.
—No lo sé —dijo Harry con calma—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?
Unos pocos rieron.
En el comedor no fueron unos pocos. Las exclamaciones de "ooooh" y las risas se extendieron entre los estudiantes y Harry podría jurar que vio a McGonagall esconder una sonrisita. Ni Hagrid ni Flitwick se esforzaban lo más mínimo por esconder sus sonrisas, y si Canuto hubiera estado en su forma humana, habría estado riendo a carcajadas. Mientras tanto, Lupin parecía entre exasperado y divertido, observando al perro negro que danzaba a su alrededor.
—Eso debió costarte caro —dijo Fred con una gran sonrisa. Harry se encogió de hombros. Perder un punto ya no le parecía tan malo después de la cantidad de puntos que había perdido a lo largo de los años.
Mientras todo esto sucedía, Snape seguía quieto en su asiento, fulminando con la mirada a todo aquel que estuviera riendo demasiado fuerte. Durante un momento, sus ojos conectaron con los del director, provocándole un escalofrío. Sabía que Dumbledore tendría una charla con él acerca del trato que su querido Potter recibía en su clase, pero no podía importarle menos. El niñato se lo tenía merecido por arrogante y malcriado.
Bueno, quizá malcriado no, pero arrogante e insolente definitivamente sí.
Harry captó la mirada de Seamus, que le guiñó un ojo.
Lo mismo sucedió en el comedor. Harry no dijo nada en voz alta, pero se alegraba mucho de estar teniendo conversaciones y gestos tan normales con Seamus después de todo lo que había pasado.
Snape, sin embargo, no estaba complacido.
—Siéntate —gritó a Hermione—. Para tu información, Potter; asfódelo y ajenjo producen una poción para dormir tan poderosa que es conocida como Filtro de Muertos en Vida. Un bezoar es una piedra sacada del estómago de una cabra y sirve para salvarte de la mayor parte de los venenos. En lo que se refiere a acónito y luparia, es la misma planta. Bueno, ¿por qué no lo estáis apuntando todo?
Se produjo un súbito movimiento de plumas y pergaminos. Por encima del ruido, Snape dijo:
—Y se le restará un punto a la casa Gryffindor por tu descaro, Potter.
Las quejas por la injusticia fueron bastante numerosas en el comedor, pero ni Snape ni Harry dijeron nada.
Las cosas no mejoraron para los Gryffindors a medida que continuaba la clase de Pociones. Snape los puso en parejas, para que mezclaran una poción sencilla para curar forúnculos. Se paseó con su larga capa negra, observando cómo pesaban ortiga seca y aplastaban colmillos de serpiente, criticando a todo el mundo salvo a Malfoy, que parecía gustarle.
Snape no lo negó y Malfoy pareció complacido por ello.
En el preciso momento en que les estaba diciendo a todos que miraran la perfección con que Malfoy había cocinado a fuego lento los pedazos de cuernos,
Harry vio cómo Malfoy le susurraba algo a Pansy, quien soltó una risita tonta. Seguro que estaba fardando de sus habilidades en pociones.
multitud de nubes de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaron la mazmorra. De alguna forma, Neville se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un engrudo hirviente que se derramaba sobre el suelo, quemando y haciendo agujeros en los zapatos de los alumnos.
Hubo algunas risas, especialmente de la zona de Slytherin. El pobre Neville parecía querer esconderse bajo el sofá ante la presión de tantas miradas compasivas. Harry se preguntó si él también parecía tan incómodo cuando era el blanco de esas miradas.
En segundos, toda la clase estaba subida a sus taburetes, mientras que Neville, que se había empapado en la poción al volcarse sobre él el caldero, gemía de dolor; por sus brazos y piernas aparecían pústulas rojas.
—Oh, pobrecito —murmuró la señora Weasley. No fue la única, y Neville se puso aún más rojo.
—¡Chico idiota! —dijo Snape con enfado, haciendo desaparecer la poción con un movimiento de su varita—.
—Severus, esa no es forma de dirigirse a un estudiante —interrumpió McGonagall, terriblemente enfadada. —Y mucho menos a un estudiante herido.
De nuevo, Snape no contestó ni desvió la mirada del libro, haciendo que la profesora McGonagall pareciera aún más enfurecida.
Supongo que añadiste las púas de erizo antes de sacar el caldero del fuego, ¿no?
Neville lloriqueaba, mientras las pústulas comenzaban a aparecer en su nariz.
—Eso debió doler —Hannah Abbott se estremeció e hizo una mueca. Muchos asintieron.
—Llévelo a la enfermería —ordenó Snape a Seamus. Luego se acercó a Harry y Ron, que habían estado trabajando cerca de Neville.
—Tú, Harry Potter. ¿Por qué no le dijiste que no pusiera las púas? Pensaste que si se equivocaba quedarías bien, ¿no es cierto? Éste es otro punto que pierdes para Gryffindor.
Estallaron las quejas y los gritos en el comedor. Canuto se había levantado y ladraba contra Snape, acompañado, para sorpresa de Harry, de los gritos de Molly Weasley, quien parecía estar a punto de ir hacia Snape y tirarle de las orejas hasta que pidiera perdón.
Entre los estudiantes, muchos se quejaban en voz alta y otros tantos comentaban con sus amigos toda la escena. Era sabido por todos que Snape no trataba bien a Harry, pero no muchos se habían imaginado así su primera clase. Solo los que habían estado en clase con Harry sabían realmente hasta qué punto llegaba el abuso verbal por parte del profesor de pociones. Por ello, eran precisamente los Gryffindor del año de Harry los que estaban más calmados, ya que no era nada nuevo para ellos. Ron parecía estar disfrutando mucho del espectáculo que era su madre gritando a Snape frente a todo el comedor.
Pero Harry no prestaba atención al resto del comedor. Solo había una persona cuya reacción quería ver, y era precisamente esta persona la que parecía no haberse inmutado lo más mínimo. Aunque sus ojos no brillaban, Dumbledore seguía sin parecer alterado ni enfadado con Snape. Al contrario, su rostro denotaba más bien cierta calma, y miraba el libro fijamente como si no le importara el resto del comedor. Harry no pudo evitar sentir una punzada de dolor, seguida de una oleada de furia. El director llevaba todo el curso ignorándole.
No, no solo lo que llevaban de curso. Le ignoraba desde
aquella noche
desde el día de la tercera prueba. En verano, lo había dejado con los Dursley y se había asegurado de que estuviera completamente aislado del mundo mágico. Y después, durante la vista y durante el curso, el director parecía estar evitándolo.
Y ahora esto.
Obligándose a sí mismo a mantener la calma, Harry respiró hondo y centró su atención y sus pensamientos en Canuto, quien gruñía y fulminaba a Snape con la mirada. Le agradó ver que sus ojos iban de Dumbledore a Snape, siempre con la misma intensidad de enojo. Finalmente, Dumbledore habló.
—Por favor, sigamos con la lectura.
Se hizo el silencio y Harry no pudo evitar hacer una mueca antes de poner su mejor cara de póker. Si necesitaba alguna confirmación de que Dumbledore estaba de parte de Snape, ya la tenía. Todos se sentaron, incluida Molly, cuyo marido le daba palmaditas en la mano para calmarla. La profesora McGonagall le lanzaba miradas asesinas a Dumbledore, pero éste hacía caso omiso a todas las que recibía. Eventualmente, cuando la tensa calma se hubo retomado, Parvati siguió leyendo.
Aquello era tan injusto que Harry abrió la boca para discutir, pero Ron le dio una patada por debajo del caldero.
—No lo provoques —murmuró—. He oído decir que Snape puede ser muy desagradable.
—¿Tú crees? —preguntó Dean sarcásticamente.
Una hora más tarde, cuando subían por la escalera para salir de las mazmorras, la mente de Harry era un torbellino y su ánimo estaba por los suelos. Había perdido dos puntos para Gryffindor en su primera semana... ¿Por qué Snape lo odiaba tanto?
Muchos volvían a mirar a Harry con pena, por lo que el chico se esforzó en mantener su cara de póker.
—Anímate —dijo Ron—. Snape siempre le quitaba puntos a Fred y a George.
Fred y George chocaron los cinco, bajo la mirada reprobatoria de su madre.
¿Puedo ir a ver a Hagrid contigo?
Salieron del castillo cinco minutos antes de las tres y cruzaron los terrenos que lo rodeaban. Hagrid vivía en una pequeña casa de madera, en el borde del bosque prohibido. Una ballesta y un par de botas de goma estaban al lado de la puerta delantera.
Cuando Harry llamó a la puerta, oyeron unos frenéticos rasguños y varios ladridos. Luego se oyó la voz de Hagrid, diciendo:
—Atrás, Fang, atrás.
La gran cara peluda de Hagrid apareció al abrirse la puerta.
Se escucharon algunas risas que rompieron parte de la tensión que se cernía sobre el comedor.
—Entrad —dijo— Atrás, Fang.
Los dejó entrar, tirando del collar de un imponente perro negro.
Había una sola estancia. Del techo colgaban jamones y faisanes, una cazuela de cobre hervía en el fuego y en un rincón había una cama enorme con una manta hecha de remiendos.
Los que nunca habían estado en la cabaña de Hagrid escuchaban con interés. El guardabosques, mientras tanto, se ruborizaba lentamente.
—Estáis en vuestra casa —dijo Hagrid, soltando a Fang, que se lanzó contra Ron
Molly abrió mucho los ojos.
y comenzó a lamerle las orejas.
Se volvieron a oír risas y Molly suspiró, aliviada.
Como Hagrid, Fang era evidentemente mucho menos feroz de lo que parecía.
—Éste es Ron —dijo Harry a Hagrid, que estaba volcando el agua hirviendo en una gran tetera y sirviendo pedazos de pastel.
—Otro Weasley, ¿verdad? —dijo Hagrid, mirando de reojo las pecas de Ron—. Me he pasado la mitad de mi vida ahuyentando a tus hermanos gemelos del bosque.
Nuevamente, Fred y George recibieron la mirada reprochadora de su madre. Sin embargo, Arthur parecía bastante pensativo. Aunque nadie podía saberlo, el padre de familia estaba reflexionando acerca de lo que el Ron del libro había mencionado anteriormente. ¿Acaso no era esta breve conversación con Hagrid una prueba irrefutable de que Ron vivía bajo la sombra de sus hermanos? La primera reacción de Hagrid al ver a Ron no había sido tratar de conocerlo ni preguntarle sobre su vida, sino hablar de sus hermanos. Aunque Arthur estaba seguro de que ahora Hagrid conocía bien a Ron y lo valoraba por quien era, esa breve primera conversación decía mucho sobre la situación de Ron. ¿Era siempre así? ¿Veía la gente primero a sus hermanos mayores y luego a Ron? Era un pensamiento bastante deprimente.
El pastel casi les rompió los dientes, pero Harry y Ron fingieron que les gustaba, mientras le contaban a Hagrid todo lo referente a sus primeras clases. Fang tenía la cabeza apoyada sobre la rodilla de Harry y babeaba sobre su túnica.
Algunos parecieron algo asqueados y Harry rodó los ojos.
Harry y Ron se quedaron fascinados al oír que Hagrid llamaba a Filch «ese viejo bobo».
Se escucharon bastantes risas y Filch tenía cara de haber chupado un limón. Hagrid se ruborizó todavía más.
—Y en lo que se refiere a esa gata, la Señora Norris, me gustaría presentársela un día a Fang.
Esta vez, Filch fulminó a Hagrid con la mirada.
¿Sabéis que cada vez que voy al colegio me sigue todo el tiempo? No me puedo librar de ella. Filch la envía a hacerlo.
Harry le contó a Hagrid lo de la clase de Snape. Hagrid, como Ron, le dijo a Harry que no se preocupara, que a Snape no le gustaba ninguno de sus alumnos.
—Pero realmente parece que me odie.
—¡Tonterías! —dijo Hagrid—. ¿Por qué iba a hacerlo?
Sin embargo, Harry no podía dejar de pensar en que Hagrid había mirado hacia otro lado cuando dijo aquello.
Incluso ahora, años después, Hagrid parecía no querer mirar directamente a Harry. Se había ruborizado todavía más y Harry comenzaba a preocuparse por si se desmayaba.
—¿Y cómo está tu hermano Charlie? —preguntó Hagrid a Ron—. Me gustaba mucho, era muy bueno con los animales.
Charlie le sonrió al guardabosques, quien le hizo un gesto con la mano.
Harry se preguntó si Hagrid no estaba cambiando de tema a propósito.
—Claro que sí—replicó Hermione por lo bajo. Harry la ignoró.
Mientras Ron le hablaba a Hagrid del trabajo de Charles con los dragones,
De nuevo, las preguntas se arremolinaban en la mente de Arthur Weasley. ¿Era siempre así? ¿Preguntaba todo el mundo por los hermanos mayores e ignoraban al pequeño? ¿Y por qué nunca se había dado cuenta de lo inseguro que se sentía su hijo menor?
Harry miró el recorte del periódico que estaba sobre la mesa. Era de El Profeta.
RECIENTE ASALTO EN GRINGOTTS
Continúan las investigaciones del asalto que tuvo lugar en Gringotts el 31 de julio. Se cree que se debe al trabajo de oscuros magos y brujas desconocidos. Los gnomos de Gringotts insisten en que no se han llevado nada. La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día. «Pero no vamos a decirles qué había allí, así que mantengan las narices fuera de esto, si saben lo que les conviene», declaró esta tarde un gnomo portavoz de Gringotts.
Harry recordó que Ron le había contado en el tren que alguien había tratado de robar en Gringotts, pero su amigo no había mencionado la fecha.
—¡Hagrid! —dijo Harry—. ¡Ese robo en Gringotts sucedió el día de mi cumpleaños! ¡Pudo haber sucedido mientras estábamos allí!
Aquella vez no tuvo dudas: Hagrid decididamente evitó su mirada. Gruñó y le ofreció más pastel.
—Qué sutil —ironizó George, ganando algunas risas.
Harry volvió a leer la nota. «La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.» Hagrid había vaciado la cámara setecientos trece, si puede llamarse vaciarla a sacar un paquetito arrugado. ¿Sería eso lo que estaban buscando los ladrones?
—Vaya, Potter —interrumpió Moody. —Definitivamente tienes una cabeza sobre esos hombros.
Harry se ruborizó por el halago. Tonks y Kingsley también parecían bastante impresionados.
Mientras Harry y Ron regresaban al castillo para cenar, con los bolsillos llenos del pétreo pastel que fueron demasiado amables para rechazar; Harry pensaba que ninguna de las clases le había hecho reflexionar tanto como aquella merienda con Hagrid. ¿Hagrid habría sacado el paquete justo a tiempo? ¿Dónde podía estar? ¿Sabría algo sobre Snape que no quería decirle?
—Aquí termina —dijo Parvati cerrando el libro con un suspiro.
—Muy bien —Dumbledore se puso en pie. —Esto ha sido todo por hoy. Mañana a primera hora continuaremos con la lectura.
Hizo una pequeña pausa antes de continuar.
—Supongo que no hay ningún inconveniente en que todos salgamos del comedor ahora, ¿no es cierto?
Algunos estudiantes lo miraron extrañados, pero lo comprendieron todo cuando las puertas se abrieron y entró uno de los encapuchados. Se hizo el silencio.
—Podéis marcharos —empezó a hablar el desconocido, de nuevo con esa voz encantada que empezaba a irritar a Harry. —Pero, por cuestiones de seguridad, es necesario que cada una de las casas salga en conjunto. Los de Hufflepuff serán los primeros.
Se produjo un alboroto mientras todos los Hufflepuff trataban de levantarse y salir al mismo tiempo. El numeroso grupo salió y las puertas se cerraron.
—¿Todo bien, Harry? —Lupin le puso una mano en el hombro. Harry asintió, aunque no tenía muy claro si estaba bien o no. —Ahora cuando nos dejen salir tengo que arreglar un par de asuntos con Dumbledore, pero, si me necesitas, voy a quedarme esta noche en una de las habitaciones para invitados de la cuarta planta. Canuto y yo vamos a compartir habitación.
Se notaba que le hacía ilusión volver a compartir cuarto con Sirius. Harry ocultó una risita al ver a Canuto dando brincos y moviendo la cola. Parecía un niño a punto de ir a una fiesta de pijamas.
—Así que, lo dicho, si necesitas cualquier cosa, no dudes en venir, ¿vale?
Harry asintió. A los pocos minutos, el encapuchado regresó y se llevó a los Ravenclaw.
—¡Harry! —Tonks, que había estado charlando animadamente con Kingsley y Moody, se acercó y Harry notó que se frotaba el codo.
—¿Estás bien?
—Sí, sí. Con todos estos sillones y almohadas… Es difícil ver bien por dónde vas —Tonks le sonrió.
—¿Todo bien?
Harry se preguntaba por qué todos le preguntaban eso.
—Sí, aunque preferiría leer los libros en privado y compartir solo lo necesario.
—Es comprensible —le sonrió Tonks. —Supongo que te lo habrá dicho Remus, pero si nos necesitas…
—Lo sé —Harry le devolvió la sonrisa. El encapuchado regresó y se llevó a los Slytherin. A Harry le agradó ver que Malfoy no parecía muy contento con ser conducido a su sala común como si fuera una oveja en un rebaño.
Eventualmente, el encapuchado volvió y llamó a los Gryffindor. Harry se despidió rápidamente de Canuto y los demás miembros de la orden, así como de los Weasley. Tuvo que dejar que la señora Weasley le diera dos abrazos antes de poder salir del comedor.
Una vez fuera, caminaron con todos los Gryffindor hacia la torre. El encapuchado caminaba detrás de todos ellos y Harry podía sentir en la coronilla los ojos que no se apartaban de él. Fue todo un alivio cuando llegaron a la sala común.
—Las normas son las siguientes —habló el encapuchado, llamando la atención de todos. —No podéis salir de la sala común.
Ante los gritos de protesta, hizo un gesto con la mano y negó con la cabeza.
—Lo siento. Tenéis razón, esa regla no es justa.
—Entonces, ¿podemos salir? —preguntó Fred, esperanzado.
—No.
Hubo más gemidos y gritos y el encapuchado tuvo que lanzar chispas al aire para recobrar la atención de los estudiantes.
—En cuanto las medidas de seguridad que estoy colocando estén terminadas, os garantizo que no habrá ningún problema con que recorráis el castillo entero. Pero de momento, os pediría que no lo intentéis. No deberían ser más de un par de días… La puerta de la sala común va a estar sellada hasta mañana por la mañana.
Los estudiantes intercambiaron miradas y se escucharon suspiros de resignación.
—Gracias por vuestra comprensión.
Tras decir esas palabras, el encapuchado salió de la sala común. Inmediatamente, todo el mundo comenzó a hablar, dividiéndose en grupos y comentando los libros. Harry, Ron y Hermione se sentaron en una mesa cerca del fuego.
—Ha sido un día… interesante —comentó Ron tras unos segundos de silencio. Hermione rodó los ojos.
—No sé si esa es la palabra que yo usaría.
Harry tampoco sabía qué palabra elegiría él. Tenía la cabeza hecha un torbellino de emociones e ideas.
—Sigo pensando que deberíamos haber empezado a leer directamente el futuro —respondió Harry. Ron asintió, pero Hermione frunció el ceño.
—Ya te lo explicaron. Es necesario leer el pasado…
—… porque así todos comprenderán el futuro. Sí, Hermione, me lo han explicado —replicó Harry. —Pero eso no significa que me guste. Piensa en este último capítulo que hemos leído. ¿Para qué hemos tenido que leer todas esas descripciones de Hogwarts y de los profesores?
—Harry tiene razón, Hermione —habló Ron. —Ya sabemos cómo es Hogwarts. Toda esa parte ha sido un aburrimiento.
Hermione no respondió inmediatamente. Viendo su expresión pensativa, Harry sabía que la chica estaba tratando de comprender algo.
—Quizá... —murmuró, para después negar con la cabeza y suspirar.
—¿Qué pasa?
—Es que… tenéis razón.
Tanto Harry como Ron abrieron mucho los ojos, totalmente sorprendidos.
—¿Tienes fiebre? ¿Nos estás dando la razón? —Ron hizo amago de comprobar la temperatura de Hermione, quien golpeó su mano mientras rodaba los ojos y sonreía.
—No, no tengo fiebre. Pero tenéis razón en que este capítulo tenía demasiadas partes aburridas e innecesarias.
La chica miró a ambos lados, comprobando que nadie les estaba prestando atención, antes de bajar la voz y continuar.
—Decidme, si Harry es quien escribió los libros… ¿por qué iba a incluir esas partes?
Los chicos intercambiaron miradas, confusos.
—Pero Hermione… no sabemos quién escribió los libros —respondió Harry, cuyo corazón latía inexplicablemente rápido.
—Exacto —replicó la chica. —La historia está contada desde tu punto de vista, incluyendo pensamientos y sentimientos que solo tú podrías saber. Pero, al mismo tiempo, tiene escenas y detalles que tú no considerarías relevantes para leer en el comedor.
Hizo una pausa, dejando que los chicos asimilaran lo que quería implicar.
—Por tanto… —continuó. —O bien esos detalles son más relevantes de lo que creemos, o bien no fuiste tú quien escribió los libros.
—¿Pero cómo va a saber otra persona los pensamientos de Harry? —preguntó Ron.
—Me gustaría comprobar un par de cosas en la biblioteca, pero no creo que me dejen ir mañana —suspiró Hermione. —Hasta que no pueda ir, no sabré nada seguro, pero… creo que hay formas de que eso sea posible.
A Harry le dio un escalofrío. La idea de que otra persona hubiera tenido acceso a sus pensamientos y sentimientos y hubiera escrito libros sobre ellos le parecía, cuanto menos, inquietante.
—En fin, al menos de momento no nos han castigado por nada—dijo Ron encogiéndose de hombros, en un obvio intento por cambiar de tema. Harry se lo agradeció internamente.
—Espera a que lean lo de la piedra —replicó Hermione. —Vamos a tener suerte si no nos expulsan.
—¿Expulsaros por qué? —preguntó Ginny, quien se había acercado a ellos sin que se dieran cuenta.
—Nada que te interese —replicó Ron. Ginny entrecerró los ojos, obviamente molesta.
—Me voy a enterar de todas formas… Todos nos vamos a enterar —hizo un gesto señalando alrededor, a toda la gente que charlaba animadamente y comentaba los libros con sus amigos.
—¿De qué habláis? —esta vez fue George quien apareció por sorpresa. A Harry le había parecido que se sentaba con el grupo de Angelina y Wood, quien había conseguido colarse con el resto de Gryffindor a pesar de haberse graduado ya.
—De nada en particular —respondió Ron rápidamente. Demasiado rápido como para que fuera creíble. Sin embargo, tanto los gemelos como Ginny ignoraron la mentira y comenzaron a hablar de temas más normales, como el Quidditch o los encapuchados.
Alguien trajo un juego de snap explosivo y las horas pasaron sin que Harry se diera cuenta, tan entretenido que estaba jugando con Hermione y los Weasleys. Eventualmente, la cena apareció sobre las mesas de la sala común, para sorpresa de todos. Horas después, Harry y Ron jugaban al ajedrez, mientras que Hermione leía en uno de los sillones más cercanos al fuego.
—Creo que me voy a ir a dormir ya. Nos vemos mañana —dijo Harry mientras se levantaba. Hizo una mueca al notar las miradas de muchos de sus compañeros en su nuca. Para su sorpresa, solo un par se le habían acercado después de llegar a la sala común, haciendo preguntas y con intención de comentar los libros. Por suerte, Ron los había ahuyentado a todos con un par de palabras bien escogidas.
—Hasta mañana —respondió Hermione. —Yo me voy a quedar un rato más, quiero terminar este capítulo.
—Voy contigo, estoy agotado —dijo Ron. Ambos chicos subieron al dormitorio, donde solo la cama de Neville estaba ocupada. Se pusieron los pijamas rápidamente y, antes de que Ron pudiera meterse en la cama, Harry le puso una mano en el hombro.
—Eh… sobre lo que dijiste… en el tren aquella vez…
Ron hizo una mueca. Harry no sabía muy bien cómo decir lo que quería decir. ¿Cómo explicarle a su mejor amigo que él no era inferior a sus hermanos? Ellos no solían hablar de sentimientos, y se le hacía extremadamente incómodo empezar a hacerlo ahora. Su único consuelo era darse cuenta de que Ron estaba tan incómodo como él.
—Yo… no te preocupes por eso —contestó el pelirrojo desviando la mirada. —Han pasado años… Además, ya he hablado con Percy de eso.
—¿En serio? —La verdad es que Harry se había estado preguntando de qué diantres habían estado hablando Percy y Ron fuera del comedor.
—Sí. No sé… creo que quizá Percy está arrepentido por todo, ¿sabes? —respondió Ron. Harry asintió.
—No me extrañaría.
Tras unos segundos de silencio, ambos chicos se metieron en sus camas y apagaron la luz.
En medio de la oscuridad, Harry susurró:
—Sabes que sin ti Voldemort habría vuelto cuando estábamos en primero, ¿verdad? Y yo habría muerto.
Tras unos momentos de silencio desde la otra cama, se escuchó un susurro de vuelta.
—Lo sé.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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