Harry se sentía como si le hubieran dado con una sartén en la cabeza.
Eran las 8 de la mañana y todos los estudiantes y profesores se encontraban en el Gran Comedor, terminando de desayunar. La media hora que había pasado desde que se había despertado hasta ahora había sido lo suficientemente pesada como para provocarle dolor de cabeza. Para empezar, había tenido que soportar las miradas de curiosidad de todas y cada una de las personas con las que se había encontrado. Algunos, como Colin, no tenían reparos en seguirlo por los pasillos y hacerle preguntas que ni siquiera él podía contestar. No sabía cuántas veces había dicho ya que no tenía ni idea de quién había escrito los libros ni de por qué estaban escritos desde su punto de vista (sentía que decir "Voldemort me tiene manía" sonaría muy infantil). Hermione tampoco se lo había puesto muy fácil. Nada más bajar a la sala común, la chica se le había echado encima, hablando muy rápido y en voz muy aguda. Le había costado varios intentos comprender lo que quería decirle: si realmente se iba a contar su vida desde su primer año en Hogwarts, eso significaba que seguramente se contarían cosas como la vez que prepararon poción multijugos en el baño de forma ilegal, o la vez que dejaron escapar a un recluso en busca y captura (aunque fuera inocente).
—Lo bueno de todo esto es que el nombre de Sirius será limpiado — dijo Hermione, aliviada y preocupada a la vez. —Pero todas las normas que hemos quebrantado… tendremos suerte si no nos expulsan.
Ron no parecía preocupado por ello en absoluto. Es más, en aquel momento se encontraba llenándose la boca con todo lo que tenía a su alcance. Hermione también lo notó, porque frunció el ceño y dijo:
—¡Ron! ¿Cómo puedes comer tanto en una situación así? ¡Podrían expulsarnos! ¿Es que no te das cuenta?
—"Vo vos van a exosar"— solo muchos años de amistad con Ron hicieron posible que Harry entendiera lo que había dicho.
—¿Y cómo estás tan seguro de que no nos van a expulsar? Hermione tiene razón. Si en esos libros aparece lo de la poción multijugos, o cuando encontramos a Fluffy la primera vez, o… ¡No!
—¿Qué pasa? — preguntó Hermione, asustada por el grito de Harry. Harry iba a responder, pero se dio cuenta de que sin querer había llamado demasiado la atención: todas las personas que estaban sentadas cerca de ellos lo miraban con curiosidad.
—¿Todo bien, Harry? —preguntó Arthur Weasley mientras untaba su tostada con mermelada. Harry asintió rápidamente y esperó a que los demás hubieran dejado de estar atentos a la conversación.
—El mapa del merodeador — susurró para que solo Ron y Hermione lo escucharan. — Todos van a saber lo del mapa… y lo de la capa de invisibilidad. No me obligarán a dárselas a Dumbledore, ¿verdad? Porque no pienso dárselas a nadie.
Hermione se quedó pensativa por un momento.
—Es la capa de tu padre… y el mapa también era en parte suyo. Así que creo que, aunque intentaran quitártelo, tendrías derecho a que te lo devolvieran…. pero eso no significa que no te los quiten hasta que acabes tus estudios.
—¡Pero no pueden hacer eso! — saltó Ron, que ya había conseguido tragarse todo lo que llevaba en la boca. — Tú misma lo has dicho, esas cosas son de su padre. No tienen derecho a quitárselas.
—No he dicho que me parezca bien que lo hagan, Ron — dijo Hermione, ofendida. — Pero es posible que suceda. Así que yo, si fuera tú, intentaría hacerme a la idea.
Harry se alegró mucho de que el profesor Dumbledore eligiera ese preciso momento para ponerse en pie, callando a todo el Gran Comedor y evitando la pelea que estaba a punto de producirse entre Ron y Hermione. Todos los platos del desayuno desaparecieron en un instante y un silencio nervioso cubrió el Gran Comedor.
—Bien —comenzó el profesor Dumbledore. —Ha llegado el momento.
Se hizo un silencio extraño. Por los comentarios que había podido oír (y los que algunos compañeros no habían tenido el menor reparo de decirle a la cara), a muchos todavía les parecía que todo esto era una locura y que era imposible que Voldemort hubiera regresado. De hecho, la actitud del ministro y de la profesora Umbridge solo había ayudado a aumentar esas ideas, ya que nada más empezar el desayuno Fudge había afirmado en voz alta que solo estaba dispuesto a leer los libros porque "era su deber como ministro comprobar la veracidad del asunto", no porque realmente creyera que esos libros vinieran del futuro.
Dumbledore sacó la varita e hizo un movimiento extraño. Segundos después, un libro se materializó en sus manos.
—¿Quién quiere leer el primero? — preguntó. Harry se sorprendió al darse cuenta de que hoy el director estaba mucho más animado que el día anterior. "No me digas que tiene ganas de leer estos libros", pensó, sintiéndose mortificado.
—Yo lo haré — se ofreció Remus. Todos los adultos que habían sido invitados a Hogwarts se encontraban sentados en la mesa de Gryffindor, incluso Tonks, a pesar de que ella era de Hufflepuff. Lupin subió a la tarima frente a la mesa de profesores y cogió el libro que sostenía el director.
—Que comience la lectura — dijo Dumbledore, antes de ir a sentarse en su sitio. Lupin se aclaró la garganta y comenzó a leer.
—Harry Potter y la piedra filosofal.
—¿La piedra filosofal? ¿Qué es eso? —preguntó Seamus en voz alta, rompiendo el silencio ominoso que se había apoderado del Gran Comedor, algo que Harry agradeció internamente. Ya estaba lo suficientemente nervioso como para que encima hubiera un ambiente de funeral.
—Según he leído, es una piedra que otorga a su dueño la vida eterna — respondió Terry Boot, de Ravenclaw. —Pero se supone que es un mito, no existe en realidad.
—Pero si no existe, ¿por qué sale en el título del libro? — preguntó una chica de Hufflepuff a la que Harry no conocía.
—¿Qué os parece si dejáis que la lectura responda a eso? — contestó enfadado un chico de séptimo de Slytherin.
Todos los que habían preguntado se callaron y el profesor Lupin decidió seguir leyendo.
El niño que vivió
En ese momento, Harry sintió una punzada de nervios, mucho más fuerte que todas las que había sentido desde que supo de la existencia de los libros. Notó a Ron darle una palmadita en la espalda a la vez que Hermione le tomaba la mano en señal de apoyo, y supo que no estaba solo en esto.
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías.
—¿Quiénes son esos? — preguntó Hannah Abbott, mirando directamente a Harry, quien se encogió en el asiento. Tendría que haber imaginado que los Dursley aparecerían en los libros.
—Son mis tíos —respondió simplemente, tratando de ignorar lo extraño que se hacía hablar de los Dursley frente a todo el Gran Comedor.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros.
Harry ignoró las miradas de confusión de los nacidos de magos que no tenían ni idea de lo que es un taladro. A su lado, Hermione resopló.
—En serio, Estudios Muggles debería ser una asignatura obligatoria para los de familia totalmente mágica — murmuró.
Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos.
—Qué mujer tan encantadora— dijo Fred, poniendo cara de asco.
—No tan encantadora como su marido. Es totalmente mi tipo — dijo Ginny a la vez que fingía que le mandaba besos al libro. Todos los que estaban sentados alrededor estallaron en carcajadas, incluido Harry, a quien ese momento de risas le vino muy bien para relajar los nervios.
Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.
—Como para todos los padres — dijo la señora Weasley, mirando a sus hijos con ternura.
Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.
Muchos estudiantes (y algún profesor) se sobresaltaron al oír de pronto un potente ladrido. Todos miraron al enorme perro negro que estaba acostado a los pies de Harry, quien trataba de calmarlo con unas palmaditas. Lupin siguió con la lectura de forma inmediata, visiblemente enojado.
La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana, porque su hermana y su marido, un completo inútil,
—¿Cómo se atreve? —bramó Hagrid, haciendo que muchos alumnos saltaran en sus asientos. No fue el único que se quejó: a lo largo de la mesa de profesores se escucharon muchas quejas y a Harry incluso le pareció ver una expresión extraña en la cara de Snape que no supo descifrar.
eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar. Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera.
Harry siguió dándole palmaditas a Canuto, que no había parado de ladrar todavía.
—Contrólate — le susurró. El animago le miró a los ojos como queriendo decir "que se controlen esos estúpidos Dursley".
—Aww, qué mono — escuchó que Parvati le susurraba a Lavender. Durante un momento pensó que se referían a Canuto, pero luego se dio cuenta de que lo miraban a él. —No sabía que tenías un perro, Harry.
—Eeh… no es mi perro — respondió Harry, algo incómodo. A su lado, Ron parecía estar a punto de estallar en su esfuerzo por no reírse. Harry le dio un codazo.
Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.
—Seguro que Harry es mucho mejor persona que ese otro niño— dijo Cho con fiereza desde la mesa de Ravenclaw, haciendo que Harry se ruborizara.
Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta.
—¿En serio tenemos que leer la vida de esos estúpidos muggles? — interrumpió Draco Malfoy en voz alta, visiblemente aburrido. —Pensaba que estábamos aquí para leer la vida del cabeza rajada. La verdad, no sé qué es peor.
Casi todos los Slytherin se echaron a reír. Harry vio cómo los Gryffindor miraban a Malfoy con asco, pero fue Luna Lovegood la que respondió, con su habitual tono soñador.
—Vaya, creo que se os ha metido un laughywiggle en el cerebro. —Ante las miradas de confusión de todo el Gran Comedor, la chica aclaró. —Son unas criaturas transparentes que se te meten por los agujeros de la nariz y hacen que te entre la risa. Mi padre me avisó de que era probable que hubiera una plaga de laughywiggles este mes. Tenía razón, ¿por qué si no os ibais a reír de un comentario tan poco gracioso?
Harry no pudo evitar reírse y, al igual que él, muchos otros estudiantes. Incluso Hermione se rió, aunque era obvio con solo mirarla que no estaba nada de acuerdo en la existencia de los laughywiggles.
Lupin decidió seguir leyendo, con una pequeña sonrisa en los labios.
Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región.
Algunas sonrisas desaparecieron al instante. Para esas personas, era obvio lo que había causado esos acontecimientos extraños. La mayoría de los estudiantes no parecía haberse enterado de lo que estaban a punto de leer, pero Harry tenía una idea bastante acertada, y sospechaba que Hermione también.
El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.
La señora Weasley frunció el ceño.
Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes.
—¿Qué clase de comportamiento es ese? —Molly no pudo contenerse más. Si sus hijos hubieran tirado los cereales contra las paredes, se habrían llevado una buena regañina.
«Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.
—¡Encima se lo permiten! —resopló.
—Si siguen educando así a ese niño cuando crezca será una pesadilla — dijo Arthur.
Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.
—¿Cómo? A ese tío se le va la cabeza — dijo Seamus, mirando al libro con escepticismo. Hermione abrió la boca, pero Harry se le adelantó.
—Quizá sea McGonagall — dijo, sorprendiendo a todos, excepto a Hermione, que lo miró con reproche. Harry le sonrió. — Lo siento, es que la respuesta es muy obvia. Es la única persona que conozco que se convierte en gato y tiene sentido que estuviera allí… ese día.
—Sí, supongo que sí — respondió la chica y le dedicó una sonrisa, que fue más para apoyarle que otra cosa. Harry no se dio cuenta, pero desde la mesa de Ravenclaw, Cho miraba a Hermione con rabia.
Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica.
—Estos muggles, hacen lo que sea para no reconocer que existe la magia — comentó Tonks, riendo.
—Tendrías que ver las cosas que inventan. Todo eso de la eclectricidad es tan increíble que hasta parece que sea cosa de magia —dijo Arthur, emocionado. Molly rodó los ojos.
El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos).
Se escucharon algunas risas en el Gran Comedor. La mayoría todavía no se había dado cuenta de que el gato era en realidad una persona. A Harry le pareció ver a la profesora McGonagall sonreír, pero solo fue un instante antes de que sus labios volvieran a su expresión seria habitual.
El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día.
Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente.
Harry notó cómo muchos estudiantes se enderezaban en sus asientos, curiosos.
Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.
—¡Hey! Llevar capa no es extraño — se quejó Lee Jordan, a lo que algunos alumnos asintieron.
—Tenemos más estilo que los muggles, ¡y más clase! ¿Habéis visto las cosas que se ponen? — se oyó decir a Demelza Robins, con lo que se formó una discusión entre ella y dos nacidas de muggles a la que pronto se sumó más gente.
—Ya es suficiente —intervino la profesora McGonagall con una mirada severa. Lupin se apresuró a seguir leyendo para evitar que empezara a quitar puntos a nadie.
El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva.
Harry notó cómo Demelza y las dos nacidas de muggles se miraban con rabia contenida, pero permanecieron en silencio, no queriendo volver a enfadar a McGonagall.
Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué valor! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo.
—¿Va en serio? ¿De verdad es tan idiota? —preguntó Fred en voz alta.
Sí, tenía que ser eso.
—Sí, es tan idiota — respondió George. Harry asintió.
El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra.
La mayoría de los alumnos parecía preguntarse por qué habría tantas lechuzas y magos a plena vista de los muggles. De nuevo, Harry notó sobre él algunas miradas de gente que empezaba a atar los cabos, como él mismo lo había hecho. Trató de ignorarlas y se concentró el mirar fijamente al profesor Lupin, quien leía con expresión seria.
La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.
—Vaya, es todo un amor de hombre — comentó Ginny, mirando el libro con una mueca. — Totalmente encantador. Todo un ejemplo de paciencia y amabilidad.
—Definitivamente es el hombre de tus sueños, hermanita — dijo Fred a la vez que le guiñaba un ojo. —Una pena que esté casado.
—¡Oh! ¡Qué desgracia! — Ginny fingió que se echaba a llorar en el hombro de Hermione, a lo que siguió una oleada de risas por parte de todos.
—Pero en serio, ¿qué forma es esa de tratar a sus empleados? — dijo Arthur Weasley cuando las risas hubieron acabado. Estaba sentado bastante cerca de Harry y junto a él estaban Molly, Bill y Charlie. Percy no se había sentado con ellos, sino que se encontraba al lado del ministro, en la mesa de profesores. Harry prefirió no contestar al señor Weasley, sabiendo que la respuesta "siempre es así, es su forma de ser" no le gustaría.
Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.
—¡Ah! ¡Por eso no adelgazó ni un gramo cuando Tía Petunia nos puso a dieta! — soltó Harry sin pensar. Todos se giraron a mirarlo, haciéndole sentir incómodo.
—¿Cómo? ¿A ti también te puso a dieta? — preguntó la señora Weasley, frunciendo el ceño.
—Eh… sí, bueno, lo intentó. Pero ella no sabía que escondía comida en mi habitación. Hablando de eso, gracias otra vez por los pasteles, señora Weasley.
—De nada, querido — respondió ella, pero Harry vio en su mirada que había mucho más que quería decir. No hacía falta ser un genio para saber que Molly no estaba nada de acuerdo con poner a dieta a Harry.
Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel,
—Mmm… donut — dijo Ron, relamiéndose.
—En serio, Ronald, ¡acabamos de desayunar! — respondió Hermione entre exasperada y divertida.
—¿Y qué? Estoy en pleno crecimiento, necesito comer mucho — se excusó el pelirrojo, haciendo que Hermione rodara los ojos y que Harry riera.
alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación.
—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
—Sí, su hijo, Harry...
Toda risa se desvaneció al instante. Fue como si un dementor hubiera entrado de pronto en el Gran Comedor: todo el mundo se calló, sumidos en un silencio innatural, al darse cuenta al mismo tiempo de lo que estaban leyendo. Una oleada de miradas de pena cayó sobre Harry, quien se esforzó por ignorarlas todas. Harry se forzó a no bajar la cabeza y seguir mirando a Lupin, que había puesto su mejor cara de póker para enmascarar el dolor de tener que recordar esa odiosa fecha. Hermione volvió a tomarle la mano, mientras los Weasleys lo miraban con compasión.
El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.
Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba...
—Ah, ¿sabe pensar? — dijo Ginny, fingiendo sorpresa. Su comentario tuvo el efecto deseado: rompió con ese silencio frío que se había apoderado del Gran Comedor y le sacó una sonrisa a Harry.
—Créeme, estoy tan sorprendido como tú — respondió él, sonriéndole. En la mesa de Ravenclaw, ahora era a Ginny a quien Cho miraba mal. Michael Corner, sentado en la mesa de Ravenclaw, tampoco pareció muy contento con el intercambio de sonrisas.
No, se estaba comportando como un estúpido.
—Al fin se da cuenta — comentó Dean.
Potter no era un apellido tan especial.
—¿Cómo que no? ¡Claro que lo es! — dijo Tonks, sonriendo a Harry, que devolvió la sonrisa. —Al menos en el mundo mágico.
Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold.
Se escucharon algunas risas por el Gran Comedor.
—Harold Potter suena muchísimo mejor que Harry, ¿verdad, Gred?
—Verdad, Feorge. ¿No te lo parece, Harold? — se dirigió a Harry.
—Ni se os ocurra llamarme así — replicó Harry. Era lo peor que podía haber dicho. Los ojos de los gemelos brillaron con diversión y malicia, pero no dijeron nada más. A Harry se le puso la piel de gallina.
No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...!
Sirius gruñó.
Pero de todos modos, aquella gente de la capa...
Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —gruñó,
—¿Ha pedido perdón? — murmuró Harry, sorprendido. Solo Ron, Hermione, Ginny, Neville y los gemelos lo escucharon.
mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa,
—¿Qué diantres? — dijo Dean, extrañado, con el ceño fruncido. —¿Qué clase de persona se alegra cuando le pegan un empujón?
mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:
—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.
Harry se habría reído al imaginarse la cara de Tío Vernon al ser abrazado por un mago desconocido si no fuera porque otra vez estaba poniéndose muy nervioso por la lectura. Aunque ya había hablado del tema con Dumbledore y el encapuchado, seguía sintiéndose frustrado. ¿Por qué tenían que leer el pasado, si ya sabían lo que había sucedido? ¿Merecía la pena perder su privacidad para que quizá algunos alumnos aprendieran una lección? ¿Por qué tenían que leer toda la vida de Harry si las claves para acabar con Voldemort estaban en los últimos libros, en los que hablaban del futuro? ¿Por qué tenía que leerse el día de la muerte de sus padres en voz alta frente a todo el Gran Comedor? Estaba empezando a sentirse muy deprimido.
El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).
—¿Qué quiere decir con eso? — preguntó Susan Bones desde la mesa de Hufflepuff, confundida. —¿Cómo puede alguien no aprobar la imaginación?
Harry prefirió no contestar.
Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana.
—Menuda paciencia tiene McGonagall — murmuró Ron. —Si es que de verdad es ella.
En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.
—Creo que eso lo confirma — contestó Hermione, sonriendo.
—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.
—¿En serio le está diciendo a McGonagall que se largue? — se rió Ron.
El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa.
—Definitivamente es McGonagall — dijo Neville mientras todos asentían, recordando con mucha claridad las veces en las que la profesora les había dedicado esa misma mirada.
El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.
—Cobarde — murmuró Hermione.
La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, —¡cotilla! —tosió Ginny, — y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»).
Molly Weasley bufó.
El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?
—Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
—Ese día los muggles no nos descubrieron por pura suerte — gruñó Ojoloco Moody.
—Bueno, es normal que la gente estuviera emocionada y tuviera menos cuidado por ello— respondió Arthur. —Lo de las lechuzas es comprensible, pero las estrellas fugaces…
—Habíamos tenido tan poco que celebrar durante tantos años — se lamentó Molly, recordando la primera guerra y a sus hermanos. — Aun así, quienquiera que provocara lo de las estrellas fue muy descuidado.
—Yo votaría por Mundungus Fletcher, es la clase de persona que cometería esa imprudencia — dijo Kingsley con su voz grave y tranquilizadora. A su lado, Tonks sonrió.
—Pues yo votaría por Dedalus Diggle — dijo ella. — Tiende a emocionarse demasiado. ¿Te apuestas algo?
—Creo que jamás sabremos quién lo hizo— sonrió Lupin desde lo alto de la tarima, libro en mano. Siguió leyendo mientras Tonks y Kingsley murmuraban entre sí.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter…
—Es tan obvio que hasta ese imbécil entiende que ha pasado algo — dijo Fred. Harry asintió.
—¿Por qué lo odiáis tanto? — preguntó Padma Patil desde la mesa de Ravenclaw. Miraba a Harry y a los demás con curiosidad. — A ver, no parece que sea muy agradable, con todo eso de gritar a sus empleados y malcriar a su hijo, pero sigue siendo tu tío, Harry. ¿No deberías defenderlo?
—No — bufó Harry, molesto. Comprendía que los demás no sabían lo que él y sus amigos (al menos los Weasley y Hermione) sabían sobre cómo los Dursley lo habían tratado siempre (y ni siquiera ellos sabían ni la mitad de lo que los Dursley le habían hecho), pero eso no evitó que se enfadara un poco con la Ravenclaw.
La respuesta de Harry fue tan tajante que Padma no dijo nada más, solo lo miró con una expresión entre la sorpresa y el enfado.
La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.
—Eh… Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
Canuto ladró fuertemente, haciendo que algunas personas volvieran a saltar en sus asientos. Nadie vio la mano de Snape cerrarse en un puño.
—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
—Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas… estrellas fugaces… y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro…
Demelza Robins y las dos hijas de muggles volvieron a mirarse con rabia, cada una de ellas convencida de que su grupo era el que tenía más estilo y que el otro era el que tenía "aspecto raro".
—¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley
—Bueno, pensé… quizá… que podría tener algo que ver con… ya sabes… sugrupo.
—¿Su grupo? ¿Por qué habla de los magos como si fuéramos una secta? —saltó Lee, empezando a cabrearse.
La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se atrevería.
Hermione bufó y Harry la escuchó volver a llamar "cobarde" a Tío Vernon en voz baja.
En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
—El hijo de ellos… debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
—Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez. —¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?
—No, se llama Harold — contestó George. Harry gruñó.
—Harold Potter, El Niño Que Vivió — siguió Fred, haciendo una reverencia ante Harry a la vez que hacía una floritura con la mano.
—Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.
—Oh, por supuesto, Harold suena mucho mejor, ¿verdad, Harold? — a Harry le estaban entrando ganas de estampar a un gemelo Weasley contra el otro y estaba a punto de replicar cuando alguien le interrumpió.
—Vaya, nunca creí que fuera a estar de acuerdo en algo con un muggle — dijo Draco Malfoy con una fingida expresión de sorpresa. — Pero tiene algo de razón, es un nombre horrible y vulgar. Supongo que es perfecto para ti, Potter.
Algunas personas se rieron, todas ellas de Slyhterin.
—Cállate, Malfoy — saltó Ron, mirando al rubio con algo cercano al odio. — Tú no eres nadie para hablar de nombres horribles, ¿no crees, Draco?
Se escucharon risas y las mejillas de Draco se tornaron rosas.
—Además, Harry es un nombre muy bonito — habló Cho desde la mesa de Ravenclaw. Cuando se dio cuenta de que Cho acababa de decir que tenía un nombre bonito, se sonrojó al más puro estilo Weasley. Ron, Dean y los gemelos le lanzaron miradas sugerentes, con sendas sonrisas en sus labios. Agradeció mucho que en ese momento el profesor Lupin decidiera seguir leyendo.
—Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.
No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía estaba allí.
—En serio, qué paciencia tiene — reiteró Ron. —Yo no habría aguantado estar ahí fuera viendo a los Dursley todo el día.
Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo. ¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera así… si se descubría que ellos eran parientes de unos… bueno, creía que no podría soportarlo.
—Unos… ¿en serio no es capaz ni de pensar la palabra "magos"? — dijo Hermione haciendo una mueca. A juzgar por la mirada que le echó a Harry, la chica se estaba preguntando cómo se habrían tomado los Dursley el tener que criar a un mago.
Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase…
—"Los de su clase", ahora habla como si los magos fuéramos criminales — dijo Hannah Abbott, molesta.
No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)… No, no podría afectarlos a ellos…
Harry bufó.
¡Qué equivocado estaba!
—¡No me digas! — ironizó Harry. Ron le sonrió, pero Hermione le miró con cara de preocupación.
El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.
—¿No se movió? ¿Ni siquiera para ir al baño? —preguntó Seamus, con los ojos muy abiertos. Miraba a McGonagall con respeto e incredulidad. La profesora lo ignoró olímpicamente.
Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra.
—Debió aparecerse allí — dijo Hermione. Nadie respondió, aunque no todos lo habían adivinado antes de que ella dijera nada.
La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.
En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón.
Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas.
—¡Es Merlín! — dijo Luna, con expresión soñadora. A su lado, Harry vio a Anthony Goldstein rodar los ojos.
—Obviamente es el profesor Dumbledore — dijo el chico, mirando a Luna con exasperación.
—Se parecen — ella no mostró señales de que se hubiera ofendido, sino todo lo contrario: sonrió al chico y siguió escuchando la lectura con tanta atención como antes.
Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
Nadie dijo nada, ya que Anthony ya había desvelado quién era. Algunos alumnos de primero y segundo lo miraron con reproche por haberles chafado el momento.
Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido.
Harry asintió enérgicamente.
Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:
—Debería haberlo sabido.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador,
—¿El Apagador? — preguntó Arthur, frunciendo el ceño en una expresión pensativa. El Gran Comedor se había llenado de caras de sorpresa y confusión. —¿Qué es eso?
—Es un aparato que inventé hace un tiempo atrás — contestó Dumbledore con ojos brillantes. — Sirve, como ya todos habéis supuesto, para apagar y encender luces. Resulta muy útil cuando uno desea poder ocultarse entre la oscuridad.
Muchos estudiantes se emocionaron al escuchar eso, imaginando escenas épicas donde ellos utilizaban el Apagador para atacar a enemigos imaginarios desde las sombras.
hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle.
Muchos estudiantes seguían fascinados con el Apagador. Harry vio al director sonreír.
Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato.
—¿Se sentó en la pared? — dijo Ron, divertido. Harry intentó imaginarse a Dumbledore sentado en la pared de Privet Drive junto a McGonagall convertida en gato. Por más que trataba, la imagen le parecía completamente surrealista.
No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.
—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.
Nadie se sorprendió, ya que gracias a Harry (y a Hermione, en parte) ya sabían quién era el gato. Los alumnos de primero que habían mirado mal a Anthony Goldstein ahora miraban mal a Harry, que los ignoró totalmente.
Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.
Nadie quiso comentar por qué parecía disgustada. A Harry se le hizo un nudo en el estómago al pensarlo.
—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.
—No era muy difícil de adivinar, todo el comedor lo ha adivinado — comentó Ron. McGonagall le lanzó una mirada severa que hizo que el chico agachara la cabeza mientras Hermione reía por lo bajo.
—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
Muchos rieron.
—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
—¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
Harry no pudo evitar enfadarse al oír que Dumbledore había pasado de fiesta el día después de la muerte de sus padres. Comprendía que la gente celebrara que Voldemort había desaparecido, pero esperaba que Dumbledore tuviera más respeto por sus padres.
La profesora McGonagall resopló enfadada.
—Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no… ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces… Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent… Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
Tonks y Kingsley intercambiaron miradas. Harry vio cómo Kingsley le pasaba un galeón a Tonks y estaba seguro de que había visto a Moody sonreír con orgullo al mirar a su protegida.
—No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años…
Los que habían vivido la primera guerra suspiraron, recordando momentos que preferirían olvidar para siempre.
—Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores…
—Y abraza a muggles desconocidos por pegarles un empujón — añadió Seamus.
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
—No — respondió Harry, mirando directamente a Fudge y a Umbridge. —No se fue, solo se escondió y ahora ha regresado.
Umbridge lo miraba con rabia, mientras que Fudge parecía no saber dónde meterse.
—Ahora que lo pienso, no he visto nada en El Profeta sobre todo esto — siguió Harry, sin apartar la mirada del ministro. — No le ha dicho a nadie que Voldemort ha regresado. ¿No es suficiente que venga alguien del futuro a confirmárselo para que usted se lo crea? ¿No es todo esto suficiente para que alerte a toda la comunidad mágica?
Fudge parecía no encontrar las palabras, por lo que fue Percy el que contestó.
—El ministro consideró que sería más apropiado esperar a terminar la lectura para hacer ninguna declaración a la prensa. Hasta que no sepamos claramente a lo que nos enfrentamos, no tiene sentido hacer declaraciones que siembren el pánico entre los magos.
—¿Hasta que no sepamos a lo que nos enfrentamos? Ya lo sabemos perfectamente, nos enfrentamos a Quien-Tú-Sabes — dijo Ron con fiereza, mirando a Percy con rabia. —¿Todavía lo dudas?
—Aún quedan muchas cuestiones por aclarar — habló el ministro, que parecía haber recuperado su voz. Ahora era Percy el que parecía haberse quedado sin habla, miraba a Ron con una expresión extraña en el rosto. — Especialmente algunas relacionadas con la noche de su supuesta resurrección.
—¿Supuesta? — Harry se levantó, enfurecido. Se escucharon grititos ahogados por todo el comedor. —¿De verdad aún no se lo cree? ¿O es que no tiene el valor de admitir que estaba equivocado?
A los pies de Harry, Canuto ladraba y parecía estar dispuesto a morder al ministro.
—Aún no hay pruebas concluyentes — continuó Fudge. Su cara se había puesto totalmente roja, Harry no sabía si de vergüenza, de rabia o de una combinación de las dos. — Aunque se ha demostrado que algo sucederá que afectará al mundo mágico, todavía quedan muchas preguntas por responder. En caso de que realmente haya un mago oscuro suelto podría tratarse de cualquiera. Por lo tanto, hasta que no se sepa toda la información no será seguro afirmar que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado ha regresado.
Harry iba a replicar, pero en ese momento se levantó la profesora Umbridge.
—¡Señor Potter! Siéntese inmediatamente y deje de importunar al ministro. Veinte puntos menos para Gryffindor por su falta de modales.
Antes de que nadie pudiera hacer ni decir nada, Canuto ya había echado a correr hacia la profesora, que no tuvo tiempo ni de dar un paso para atrás. Canuto la mordió en la pierna con fuerza, haciéndola gritar de dolor. Muchos se echaron a reír. A Harry le hizo mucha gracia ver que ninguno de los profesores se daba ninguna prisa en levantarse para ayudarla, sino todo lo contrario: algunos ni siquiera se habían movido de sus asientos y observaban la escena con sonrisas camufladas (en el caso de Flitwick y McGonagall) o no tan camufladas (en el caso de Hagrid y Trelawney). Solamente el ministro y Percy trataban de apartar al perro de la profesora Umbridge, pero entonces Canuto también mordió a Fudge, haciendo que pegara un salto y que se le cayera el bombín al suelo. Las risas aumentaron. No fue hasta que el ministro cogió su varita y la apunto al perro que alguien decidió intervenir.
—Guarde eso, señor ministro — habló el profesor Dumbledore con calma. Fudge lo miró furioso. Canuto, al oír la voz del director, había soltado al ministro y había echado a correr hacia su sitio a los pies de Harry.
—¡Basta ya! — gritó Fudge dirigiéndose a los estudiantes, que en su mayoría aún reían. Las risas cesaron al instante, aunque aún se veían algunas sonrisas divertidas.
El ministro se giró para encarar a Dumbledore.
—¡Quiero a ese perro fuera del comedor! ¡Ahora!
—Esto es culpa de Potter, señor ministro — dijo Umbridge, cuya cara estaba tan roja como la de él. Con todo el jaleo se había despeinado y su traje rosa estaba mal colocado. Harry se alegró al ver que su pierna sangraba. —El perro es suyo y nos ha atacado por haberle llevado la contraria a Potter. ¿Ve como el chico es problemático? ¿Veis todos lo peligroso que es Potter, que es capaz de echar un animal salvaje sobre dos personas por no compartir su opinión?
—El perro no es mío — replicó Harry enfadado. Le molestaba que hablaran de Sirius como si fuera una pertenencia suya. — Y si les ha atacado quizá es porque se lo merecían.
—¿Cómo te atrev…?
—Silencio — dijo Dumbledore. No hizo falta que gritara, el tono que utilizó fue suficientemente severo como para hacer callar a Umbridge. —No veo cómo puede culpar al señor Potter por las cosas que haya hecho ese perro. Por tanto, esta discusión queda zanjada. Les recuerdo que estamos aquí para leer unos libros muy importantes. El destino de toda la comunidad mágica está en juego.
Harry se sentó en su sitio y lo mismo hicieron Fudge y Umbridge, aunque ellos de mala gana.
—No deberías haber hecho eso, te vas a meter en un buen lío cuando sepan quién eres — susurró Harry a Sirius, que solo hizo un ruido que podía interpretarse como "me da igual, se lo merecían". Ron, que tenía lágrimas en los ojos de tanto reír, le dio unas palmaditas a Canuto, como agradeciéndole lo que había hecho.
El profesor Lupin, que había mirado toda la escena y no había movido un solo dedo para detener a Sirius (Harry juraría que lo había visto tratando de ocultar la risa), decidió seguir leyendo. El primer capítulo se estaba haciendo muy largo.
—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?
—¿Un qué?
—Pff, ¿en serio no sabe lo que es un caramelo? — murmuró Hermione, pero solo la escuchó Harry.
—Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.
—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort.
Casi todos en el Gran Comedor se estremecieron. Harry rodó los ojos.
—La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
Mucha gente miraba a Dumbledore con más admiración y respeto del que habían expresado en los meses anteriores.
—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
—Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.
—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
—Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
La señora Pomfrey se ruborizó y le sonrió al director, que devolvió el gesto. Se escucharon algunas risas entre los estudiantes.
La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?
El nudo en el estómago de Harry volvió en toda su intensidad. Sus amigos debieron notar el cambio, porque Ron le puso la mano en el hombro y Hermione volvió a tomarle la mano.
Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad.
Entonces Harry se dio cuenta de que, mientras todos los magos y brujas del país celebraban fiestas sin pensar que una familia inocente acababa de ser destruida, la profesora McGonagall había pasado el día transformada en gato y esperando sentada en una pared helada de Privet Drive para comprobar si lo que decían de los Potter era cierto. En ese momento, Harry sintió una oleada de afecto hacia la profesora.
Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.
—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están... bueno, que están muertos.
A Lupin se le quebró la voz. Muchas personas agacharon la cabeza en señal de respeto y Canuto se encogió en el suelo, cabizbajo y visiblemente deprimido. Muchas miradas de pena se dirigieron hacia Harry, que de nuevo trató de ignorarlas todas.
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta. —Lily y James… no puedo creerlo… No quiero creerlo… Oh, Albus…
La oleada de afecto que había sentido por McGonagall se intensificó en aquel momento. A ella de verdad le habían importado sus padres… le habían importado tanto que había sido capaz de esperar en Privet Drive todo el día para poder tener esa conversación con Dumbledore y saber bien lo sucedido. Le habían importado tanto como para llorar mientras todos estaban de fiesta.
Miró a la mesa de profesores y vio que McGonagall lo estaba mirando.
—Gracias — susurró para que ella le leyera los labios. La profesora asintió levemente con la cabeza, en un gesto que claramente decía "no hay de qué".
Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda. —Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry.
Harry se sorprendió al ver que, incluso en aquel entonces, McGonagall sabía su nombre de pila.
Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.
A Harry le estaban empezando a poner de los nervios las miraditas de todos. Inconscientemente, se chafó el flequillo para ocultar su cicatriz.
Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
—¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?
—Eso quisiéramos saber todos — interrumpió Zacharias Smith desde la mesa de Hufflepuff. —¿Cómo lo hizo?
Lupin siguió leyendo.
—Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.
Todas las personas que se habían enderezado en sus asientos esperando con emoción a que Dumbledore explicara por qué sobrevivió Harry se dejaron caer sobre ellos otra vez, decepcionados.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo.
Hubo muchas caras de curiosidad y admiración.
Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
—Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
Hagrid sonrió al escuchar su nombre.
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.
Más miradas de pena hacia Harry, quien las ignoró todas y se centró en el hecho de que había sido el mismísimo Dumbledore quien había decidido llevarlo a Privet Drive. No pudo evitar enfadarse aún más con el director.
—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!
—Gracias, de verdad — esta vez lo dijo en voz alta, mirando directamente a McGonagall. Ella debió sentir todo el respeto y el afecto que Harry estaba sintiendo hacia ella, porque le sonrió y le dijo con tono suave:
—No es necesario que me las des, Potter. Solamente expresé mi opinión — miró a Dumbledore con una expresión severa. —Una pena que el director no estuviera de acuerdo.
Dumbledore no dijo nada para defenderse, por lo que Lupin siguió leyendo, ya algo harto de las interrupciones.
—Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.
—¿En serio? ¿De verdad cree que una carta es suficiente como para explicarlo todo? — saltó Molly, visiblemente enfadada. A Harry le sorprendió mucho ver que la señora Weasley no tenía ningún reparo en regañar a Dumbledore delante de todo el Gran Comedor. De nuevo, el director no dijo nada para defenderse.
—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta?
La profesora McGonagall y Molly se miraron, sorprendidas por la coincidencia.
¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.
—Ahí tenía toda la razón — dijo Tonks, sonriéndole a Harry.
—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo: —Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.
Algunas personas rieron, incluidos Hagrid y Harry.
—Hagrid lo traerá.
—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
Hagrid sonrió con orgullo. Umbridge soltó un bufido despectivo.
—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
La cola de Canuto empezó a moverse frenéticamente, mostrando lo emocionado que estaba de oír hablar de su moto. Harry rió por lo bajo.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete.
Por el gruñido de Sirius, no parecía que le hiciera mucha gracia que se comparara su moto con un juguete.
Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín.
Hagrid se sonrojó al escuchar su descripción, pero aun así la sonrisa no se le borró de la cara. Algunas personas reían por lo bajo.
En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
—Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.
Muchos estudiantes se sobresaltaron al escuchar el nombre de Sirius e intercambiaron miradas de confusión y miedo. Harry se moría de ganas de que se leyera todo lo sucedido en su tercer año y se limpiara el nombre de Sirius. El ministro se iba a ver en un gran aprieto cuando todo eso saliera a la luz.
—¿No ha habido problemas por allí?
—No, señor. La casa estaba casi destruida,
Lupin hizo una mueca antes de seguir leyendo.
pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.
Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido.
—Awww— parte de la población femenina del Gran Comedor suspiró al mismo tiempo, imaginando un pequeño bebé dormidito entre las mantas. Algunas lo miraron con ternura y Harry escuchó a Lavender y Parvati cuchichear algo de lo que solo entendió las palabras "adorable" y "pobrecito". Le dieron ganas de esconderse bajo la mesa y no salir nunca.
Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.
—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
Una nueva oleada de miradas cayó sobre Harry, que volvió a chafarse el flequillo para ocultar la cicatriz.
—¿No puede hacer nada, Dumbledore?
—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres.
—Demasiada información —dijo Fred con cara de trauma.
Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley
—¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba.
Hubo una nueva ronda de "awwws" entre los estudiantes.
Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.
—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles! —Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...
Harry le sonrió a Hagrid, agradeciéndole con la mirada que se preocupara por él y que sintiera tanto la muerte de sus padres. Hagrid le devolvió la sonrisa.
—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos — susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente. Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos.
—¿Dejasteis a un bebé en la calle, a las tantas de la madrugada, sabiendo que era posible que un grupo de mortífagos fueran a vengar la caída de su líder? — interrumpió Moody con cara de incredulidad. Se veía claramente que el único motivo por el que no estaba llamando inútiles a los profesores era que uno de ellos era Albus Dumbledore, por quien todavía sentía algo de respeto. Eso sí, ese respeto no impidió que le echara una mirada de decepción al director, que bajó la cabeza.
—Y no solo eso — continuó Tonks, que fruncía el ceño. —¿A quién se le ocurrió la idea de dejar una carta? ¿De verdad pensasteis que en una carta se podría explicar todo? Deberíais haber entrado a la casa y haber hablado en persona con los muggles.
Moody asintió, totalmente de acuerdo.
Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.
Harry sintió algo revolverse en su interior. Por un lado, le alegraba saber que Dumbledore no había querido dejarlo en ese lugar realmente. Por otro, le molestaba que lo hubiera hecho y no hubiera buscado otras opciones. Su opinión de Dumbledore estaba muy dividida y no sabía qué pensar.
—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius.
Solo algunos sabían que la moto nunca había llegado de nuevo a las manos de Sirius.
Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.
—Buena suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.
—La va a necesitar — murmuró Ron. Harry estaba de acuerdo con él.
Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo,
—Es demasiado adorable — dijo Romilda Vane con expresión soñadora. A Harry le dio un escalofrío.
sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley.
Harry hizo una mueca.
No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».
—Aquí acaba el capítulo — dijo Lupin, cuya voz estaba algo ronca de tanto hablar. Le entregó el libro a Dumbledore y bajó de la tarima para volver a su sitio entre Tonks y Kingsley.
—¿Quién quiere leer el siguiente? — preguntó Dumbledore, dirigiéndose principalmente a los estudiantes, que evitaban sus ojos.
—Yo lo haré —dijo Bill Weasley, que se levantó y cogió el libro. Dumbledore se sentó de nuevo. —El siguiente capítulo se titula: El vidrio que se desvaneció.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION. AUTORA REAL: LUXERII
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