El vidrio que se desvaneció:
—¿Quién quiere leer el siguiente? — preguntó Dumbledore, dirigiéndose principalmente a los estudiantes, que evitaban sus ojos.
—Yo lo haré —dijo Bill Weasley, que se levantó y cogió el libro. Dumbledore se sentó de nuevo. —El siguiente capítulo se titula: El vidrio que se desvaneció.
Harry y Ron intercambiaron miradas cómplices.
—¿Crees que sea…? — a Ron se le escapó una risita.
—Tiene que ser eso.
A su alrededor, la gente los miraba con caras de confusión, menos Hermione, que solo negaba con la cabeza, divertida.
Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años.
—Pues qué aburrimiento de sitio, ¿no? — dijo George, mirando a Harry con pena. Harry se encogió de hombros en un gesto de resignación.
Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores,
Hubo algunas risas entre los estudiantes.
pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre...
Bill frunció el ceño y miró a Harry por un momento antes de leer la siguiente frase.
La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.
Algunos miraron a Harry con curiosidad y otros con confusión.
—¿No se supone que sigues viviendo allí? — preguntó Lavender. Harry asintió.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!
Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.
—¡Arriba! —chilló de nuevo.
—Qué forma tan agradable de despertarse — dijo Ritchie Coote rodando los ojos. Algunos asintieron.
Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba.
—¿Soñaste con la moto de Sirius? — preguntó Ron con los ojos como platos. —¿Cómo puedes acordarte?
—Ni idea — contestó Harry.
—Oh, vamos Ron. No es posible que Harry se acuerde de verdad de la moto — se metió Hermione. — Simplemente fue un sueño. Él era muy pequeño cuando…
No terminó la frase y miró a Harry con remordimiento, pero él no le dio importancia.
—En realidad, Hermione tiene razón. No me acuerdo de la moto, al menos no conscientemente. Pero el sueño… no sé, supongo que mi subconsciente lo recuerda todo — respondió Harry.
Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente. Su tía volvió a la puerta.
—¿Ya estás levantado? —quiso saber.
—Casi —respondió Harry
—Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme.
—¿Te hacía cocinar? ¿Con diez años? — saltó Molly, visiblemente alterada.
—Tenía casi once — contestó Harry para tratar de calmarla, pero no funcionó: el entrecejo de la señora Weasley siguió tan fruncido como antes o más.
Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.
Harry gimió.
—¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.
—Nada, nada...
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno,
Ron se estremeció.
se los puso. Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque
Bill se calló en ese momento, mirando al libro con una expresión extraña. Levantó los ojos, miró a Harry y volvió a mirar al libro, articulando la frase pero sin dejar salir ningún sonido. El Gran Comedor al completo esperaba, expectante.
—Harry — habló Bill al fin. La expresión extraña que tenía antes se había convertido en una expresión decidida. —Ven conmigo un momento.
Bill echó a andar hacia la puerta del Gran Comedor, libro en mano. Harry estaba tan sorprendido que se levantó sin siquiera pensarlo y lo siguió.
—¿A dónde creen que van? — se levantó Umbridge también, furiosa. —Me temo que no pueden abandonar el Gran Comedor.
—¿Quién ha dicho que no se pueda? — saltó la profesora McGonagall. Ambas mujeres se miraron por un instante, el desafío en sus ojos.
—Le recuerdo, Minerva, que estamos aquí para leer esos libros. Sea lo que sea que pone, es su deber leerlo. Además, si a cada momento la gente se marcha y encima se llevan el libro con ellos, jamás vamos a terminar esta tortura— replicó Umbridge. McGonagall se irguió en su asiento.
Dumbledore, sintiendo el peligro, decidió intervenir.
—Dolores, siento contradecirla, pero no hay ningún inconveniente en que esos dos chicos se marchen un momento. Es más, mientras usted discutía con la profesora McGonagall, ellos salían del comedor. Me temo que vamos a tener que esperar unos minutos para retomar la lectura. Tómelo como un descanso de esta… ¿cómo lo ha llamado? Ah, sí. Tortura.
Umbridge se sentó de nuevo, enfurecida y totalmente roja. Fuera del Gran Comedor, Harry siguió a Bill hasta el aula vacía más cercana. Una vez allí, miró al mayor de los Weasleys con curiosidad y algo de nerviosismo. ¿Para qué quería Bill hablar con él a solas? Bill y Charlie eran los dos Weasleys con los que menos relación había tenido. Hasta con Percy había hablado en más ocasiones (aunque prefería mil veces a los dos mayores antes que a Percy).
—Harry… —empezó Bill, que alternaba mirar al libro y mirarlo a él. —¿Qué es esto?
—¿El qué? —preguntó Harry. Por toda respuesta, Bill volvió a abrir el libro por donde se había quedado y leyó la siguiente frase.
—" Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía."— leyó. Volvió a cerrar el libro y miró a Harry con la misma expresión extraña de antes. —¿Es verdad? ¿Te hacían dormir en una alacena?
Harry no sabía qué responder, pero también era consciente de que debía decir algo.
—Eh… sí, pero…
—¿Todavía lo hacen? — interrumpió Bill, visiblemente enfadado. Durante un segundo, Harry vio perfectamente el parecido entre Bill y su madre.
—No— esta vez respondió rápido. —Dejaron de hacerlo cuando recibí mi carta de Hogwarts.
—¿Lo dejaron de hacer cuando recibiste la carta o porque la recibiste?
—Eh…
En ese momento se abrió la puerta y entró Sirius, que había dejado de ser un perro. Durante un segundo, Harry entró en pánico. ¿Qué hacía Sirius dejándose ver por Bill? Entonces se dio cuenta de que ambos eran miembros de la Orden del Fénix, por lo que Bill sabía que Sirius era inocente y que su familia había estado viviendo en Grimmauld Place. Lo más probable era que el mismo Bill hubiera estado en el cuartel general de la Orden.
—¿Qué pasa? —preguntó Sirius, mirando a Bill y a Harry, quien no pudo evitar alegrarse un poquito al darse cuenta de lo preocupado que estaba su padrino por él.
—¿Tú lo sabías? —le preguntó Bill.
—¿Saber el qué? —Bill le pasó el libro y le señaló la frase. Harry tragó saliva. No recordaba haberle dicho a Sirius lo de la alacena. Le había contado otras cosas, así que Sirius era más que consciente de que Harry no era feliz con los Dursley, pero Harry no sabía cómo se iba a tomar el que hubiera pasado 10 años durmiendo en un armario bajo las escaleras.
Efectivamente, no se lo tomó muy bien. Harry vio con preocupación cómo su padrino se ponía blanco al leer la frase para después ponerse tan rojo como las orejas de Ron cada vez que Snape criticaba sus pociones en clase.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —preguntó con voz ronca. A Harry se le hizo un nudo en el estómago.
—Porque ya no importa. Me dieron la segunda habitación de Dudley mucho antes de conocerte.
—¿Segunda habitación? ¿Me estás diciendo que ese crío tenía dos habitaciones y tú dormías en una alacena? — saltó Bill, quien también estaba rojo de ira.
—Ya no importa —repitió Harry, quien solo quería salir de allí lo antes posible.
—¡Claro que importa! —dijo Sirius, que empezó a caminar de un lado a otro de la clase, sin soltar el libro. Paró de pronto y se giró para mirar a Harry. — No vas a volver ahí.
Antes de que pudiera evitarlo, a Harry le salió una risa amarga.
—Eso díselo a Dumbledore— contestó. El hecho de que llevara meses enfadado con Dumbledore no ayudaba a la situación. —Fue él quien me llevó allí, y fue él quien me dijo que tenía que volver todos los veranos. Cree que es el sitio más seguro para mí.
"O eso dice", pensó Harry amargamente. Bill y Sirius se miraron entre ellos, tras lo que Bill dijo:
—Estoy seguro de que el profesor Dumbledore no sabe esto. Y si lo sabe y aun así quiere que te quedes con los muggles, está claro que no lo ha pensado bien.
—Si lo sabe, le partiré la cara — gruñó Sirius. En otro momento, Harry habría pensado que lo decía de broma, pero su padrino parecía hablar completamente en serio.
—Además, cuando mamá se entere de esto no va a dejar que te acerques a esos muggles ni aunque tenga que pasar sobre el mismísimo Dumbledore — Bill sonreía. —Así que definitivamente no vas a volver allí.
Harry no sabía qué decir. Por un lado, estaba agradecido de que las dos personas que tenía frente a él estuvieran tan preocupadas por cómo lo trataban los Dursley. Pero por otro lado, realmente no era para tanto. Desde que había entrado en Hogwarts los Dursley habían pasado de él, lo cual hacía más amenas las semanas que tenía que pasar con ellos. Bueno, a eso tenía que descontarle el incidente con Dobby, la ventana con barrotes y el incidente con Tía Marge.
—Creo que estáis exagerando un poco — dijo Harry con cautela, tratando de elegir bien las palabras. Los dos hombres lo miraron con sorpresa. —Vale, es verdad que dormía en una alacena, pero de eso hace muchos años. Ahora la cosa es mucho más fácil de llevar.
—Si no recuerdo mal, hace unos años Fred, George y Ron cogieron el coche de papá para ir a buscarte a casa de tus tíos — dijo Bill, con la expresión pensativa de quien trata de acordarse de algo. — Dijeron que te habían encerrado, que habían puesto barrotes en tu ventana y que apenas te daban de comer. Todo esto me lo contó papá…
Bill se quedó callado un momento.
—Todos pensamos que Fred y George exageraban. Quiero decir, ¡son los gemelos! Lo más lógico era que habían querido coger el coche y te habían usado de excusa, y Ron les había seguido el juego para volver a verte. Sabíamos que no estabas respondiendo a las cartas y sé que mamá y papá estaban preocupados, pero pensaban que simplemente era difícil contestar desde una casa totalmente muggle, que quizá a tus tíos no les gustaban las lechuzas o algo así.
—En eso tenían razón — dijo Harry, pensando en la forma en la que sus tíos trataban a Hedwig.
—Pero sabiendo ahora lo de la alacena… lo decían de verdad, ¿no? De verdad había barrotes en tu ventana y de verdad te estaban matando de hambre.
El cerebro de Harry trabajaba a toda máquina. Sabía que si mentía ganaría algo de tiempo, pero los libros eventualmente dirían la verdad. Dudaba mucho que el incidente con Dobby (y sus consecuencias) no salieran en los libros, con lo cual quedaba claro que si mentía, lo pillarían. Suspiró, resignado a tener que decir la verdad.
—Sí —contestó. No se había dado cuenta, pero Bill y Sirius estaban conteniendo la respiración, esperando su respuesta. Bill resopló, mientras que Sirius le pegó un puñetazo a la mesa.
—Escúchame bien, Harry — su padrino se acercó a él y tomó su cara entre sus manos, mirándole directamente a los ojos. —No vas a volver a ese sitio. Me da igual lo que diga Dumbledore, me da igual lo que diga el mismísimo Ministro de Magia, tú no vas a volver con los Dursley.
Dijo todo esto con tanta sinceridad y tanta rabia, que Harry se quedó mudo de la impresión.
—Además,—continuó Sirius, cuyos ojos brillaban —cuando se terminen de leer estos libros, quedará claro para todos que soy inocente. Dejaré de ser un fugitivo y podré pedir tu custodia como tu padrino que soy. Así que podrás venirte a vivir conmigo. Pero no a Grimmauld Place, buscaré un sitio mejor…
No terminó la frase porque Harry lo abrazó. Inmediatamente Sirius devolvió el abrazo, mientras Bill sonreía.
Cuando se separaron, Harry estaba totalmente rojo. Sabía que estaba a punto de llorar y se negaba a hacerlo, así que respiró hondo para calmarse. Había muchas cosas que sentía que debía decirle a su padrino (de las cuales, la mayoría eran "gracias gracias gracias"), pero en ese momento no le salían las palabras.
—Será mejor que volvamos al Gran Comedor— dijo Bill, rompiendo el silencio. —Llevamos un buen rato fuera y tenemos el libro nosotros. Tienen que estar desesperados.
Los tres salieron del aula y, justo antes de entrar al Gran Comedor, Sirius volvió a transformarse en perro. Bill le susurró a Harry:
—Espero que estés preparado para lo que se va a leer. Estoy seguro de que mamá nos va a dejar sordos a todos, sobre todo al profesor Dumbledore.
Harry volvió a respirar hondo y asintió. No le hacía ninguna gracia que este tipo de cosas se leyeran frente a todos los estudiantes y profesores de Hogwarts, pero sabía que si estaban escritas en el libro, era por algo. Esa era una de las cosas que el encapuchado del futuro le había dicho el día anterior.
Bill, Harry y Canuto entraron al comedor, donde los recibió una escena muy extraña. La profesora Trelawney estaba de pie a un lado de la mesa de profesores, mientras que Umbridge estaba en el otro lado. Se gritaban la una a la otra, encolerizadas. En el medio, Dumbledore parecía completamente tranquilo, mientras que los estudiantes cuchicheaban entre ellos y pasaban sus miradas de una a otra mujer.
—Oh, ya han regresado. Les pido que por favor regresen a sus asientos, profesoras — dijo Dumbledore al verlos entrar. Ambas mujeres se callaron a la vez y miraron hacia la puerta. Harry las ignoró y fue a sentarse a su sitio entre Ron y Hermione, con Canuto siguiéndole. Bill se dirigió a la tarima.
—Ya era hora —bufó el ministro, que lanzaba miradas de soslayo a Umbridge y tenía gesto de estar avergonzado.
En cuanto Harry se sentó, sus amigos lo bombardearon a preguntas, pero él sólo se encogió de hombros y negó con la cabeza.
—Que continúe la lectura— dijo Dumbledore una vez que todo el mundo se hubo callado. Bill tomó aire y empezó a leer.
Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno,
Ron se estremeció por segunda vez, haciendo que Hermione rodara los ojos.
se los puso. Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.
El caos se desató.
—¿CÓMO? ¿QUE TE HACÍAN DORMIR DÓNDE? —los gritos de la señora Weasley resonaban por todo el Gran Comedor, pero no eran los únicos. Estudiantes de todas las casas gritaban improperios contra los Dursley. Harry escuchó a Cho llamar algo muy feo a Tía Petunia a grito pelado. Los profesores tampoco se quedaban atrás. McGonagall se había levantado y había caminado hasta Dumbledore, a quien le pegó una sonora bofetada.
—¡Se suponía que ahí estaba a salvo! ¡Se suponía que usted iba a vigilar que nada así sucediera! —gritaba McGonagall, completamente fuera de sí. El sombrero puntiagudo se le había resbalado y en ese momento le colgaba de forma muy rara de un lado de la cabeza. Sin embargo, McGonagall no era la única profesora que estaba furiosa y ni siquiera era la que más escándalo estaba armando: ese puesto lo tenía bien merecido Hagrid, cuyos insultos hacia los Dursley se escuchaban perfectamente sobre todos los demás, en cada rincón del comedor e incluso fuera.
Por su parte, Harry estaba en shock. Había esperado que algunas personas se enfadaran, como había pasado con Bill y Sirius, pero no esperaba que se montara ese jaleo, sobre todo teniendo en cuenta que hasta el día anterior la gran mayoría de los estudiantes consideraba que era un mentiroso o que estaba loco (o las dos cosas).
La reacción de los Weasley era la que más le preocupaba a Harry, especialmente después de ver que Bill, con quien apenas tenía relación, había reaccionado de forma tan fuerte. Efectivamente, los Weasley eran un desastre en ese momento. Molly estaba fuera de sí y no paraba de gritar que Harry jamás volvería a Privet Drive ("¡Por encima de mi cadáver!"). Arthur estaba lívido, no gritaba pero tampoco trataba de calmar a su esposa. Seguía sentado, con la cara muy roja y una expresión seria y llena de rabia que hizo que Harry se diera cuenta, por primera vez, de que ese hombre era capaz de mantener el orden en una casa en la que vivían nueve personas, entre ellas los gemelos. Los gemelos parecían a punto de explotar y Harry sabía que, de haber estado aquí, habrían hechizado a sus tíos. Incluso Charlie, a quien Harry apenas conocía, parecía enfurecido.
El único Weasley que parecía que no estaba tan alterado era Ron, pero eso era únicamente porque él ya sabía lo de la alacena. A pesar de ello, también parecía enfadado. La reacción de Hermione era muy parecida a la de Ron, porque ella también lo había sabido antes de leer los libros. Ginny era una historia muy diferente: la pelirroja estaba tan fuera de sí como su madre, pero no gritaba. Temblaba de rabia y se había puesto completamente roja. Harry pasó la mirada por todos los Gryffindor, sorprendiéndose al ver que absolutamente todos se habían tomado mal que Harry hubiera dormido 10 años en la alacena, incluso Seamus tenía una expresión asqueada y sorprendida en su rostro. Vio que el pelo de Tonks se había vuelto de un rojo encendido y que, a su lado, el profesor Lupin estaba blanco. Harry dirigió su mirada a otras mesas, fijándose especialmente en Slyhterin, donde esperaba ver a gente riéndose. Efectivamente, había algunos estudiantes que reían y se burlaban, pero sorprendentemente eran muy pocos, y Draco Malfoy no era uno de ellos. En realidad, Malfoy estaba mirando a Harry con cara de shock, como si no terminara de creerse lo que habían leído. Crabbe y Goyle tampoco reían, pero eso seguramente era porque Malfoy no lo estaba haciendo y ellos no eran lo suficientemente inteligentes como para saber qué les hacía gracia y qué no. Harry volvió la mirada a la mesa de profesores, donde vio que Fudge tenía cara de haber sido alcanzado por un rayo. Frente al shock del ministro, Percy estaba completamente blanco, mirando a su familia desde lejos. Harry sintió rabia al ver que Umbridge tenía una pequeña sonrisa. Quiso alejar la mirada de ella e inevitablemente cruzó miradas con Snape, que, para sorpresa de Harry, lo estaba mirando fijamente con cara rara. No era su habitual expresión de póker, sino que lo miraba como si se acabara de tragar un vaso de crecehuesos y todo le doliera.
Lo que Harry no sabía era que Snape estaba luchando internamente contra sí mismo. Al principio, cuando Potter llegó al colegio, él pensaba que era un niño mimado a quien sus familiares adoraban y malcriaban. Sabía por todo lo que había oído después (especialmente de parte de Dumbledore) que eso no era exactamente así. Pero de ahí a pensar que sus tíos lo harían dormir en un armario durante diez años… Snape se dio cuenta, con una punzada de algo que no supo identificar, de que quizá la infancia de Potter no había sido tan diferente de la suya propia. ¿Qué más cosas había dado por hechas sobre el hijo de Lily? ¿En cuántas de ellas se habría equivocado también? Se dio cuenta en ese momento de que Harry lo estaba mirando a los ojos. Quiso apartar la mirada, pero no le dio tiempo porque Potter lo hizo primero, al levantarse de su lugar en la mesa de Gryffindor y gritar a todo pulmón:
—¡BASTA YA! — el grito hizo que se hiciera el silencio en el comedor. Todos miraron a Harry, que los miraba de forma desafiante. — Mirad, agradezco mucho que todos os preocupéis tanto, pero vuestro enemigo no son los Dursley. Estamos leyendo estos libros para derrotar a Voldemort —la mayoría de personas se estremecieron al oír el nombre— no para juzgar a mis tíos. Así que mejor sigamos con la lectura.
—Pero Harry… —quiso replicar Dean.
—No—lo interrumpió Harry. — Me gustaría terminar con la lectura lo más rápido posible. Es probable que salgan más cosas como esta, así que lo mejor será que os lo toméis con calma. En serio, os agradezco mucho que os importe tanto, pero si vais a reaccionar de esta forma cada vez que salga algo así creo que nunca vamos a terminar de leer.
A pesar de que todos estaban aún enfadados, sabían que Harry tenía razón. Habían pasado un buen rato gritando e insultando a los Dursley. Debían contenerse un poco si querían leer todos los libros cuanto antes. Aun así, la señora Weasley se levantó en ese momento.
—Solo quiero decir una cosa —dijo, mirando directamente a Dumbledore, cuyos ojos no tenían absolutamente nada de su brillo. —Harry no va a volver con los Dursley. No me importa lo supuestamente segura que sea esa casa para él, allí nunca estará más seguro que con las personas que más lo quieren. No va a volver allí.
Dumbledore no respondió, sino que solo agachó la cabeza y se sentó en su sitio. Todo el mundo volvió a sus lugares, mientras Harry trataba de serenarse tras prácticamente oír decir a la señora Weasley que todos en La Madriguera lo querían. Finalmente, miró a Molly (que estaba muy roja) a los ojos y le dijo:
—Gracias.
Ella solo le sonrió de forma afectuosa (y con lágrimas sin derramar en los ojos) y se sentó. Una vez todo el mundo estuvo sentado, Bill decidió retomar la lectura.
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio,
—Perfecto hijo de su padre— murmuró Hermione, pensando en lo enormes que eran los dos.
excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry,
Muchos gruñeron.
pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.
—Y por eso es el mejor buscador que ha tenido el equipo de quidditch de Gryffindor— dijo Fred, sonriendo a Harry, quien sintió una punzada de dolor al recordar que estaba baneado de por vida de jugar al quidditch. Aunque si se leía la pelea con Malfoy que había desencadenado ese castigo quizá se lo retiraran, pensó, esperanzado.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad.
Molly frunció el entrecejo, pero no dijo nada. Aun así era obvio que estaba pensando que la culpa de que Harry fuera pequeño para su edad era de los Dursley.
Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Dudley,
Más gruñidos. Harry se alegró de que la normalidad estuviera volviendo poco a poco al Gran Comedor, aunque el ambiente aún estaba algo tenso.
y su primo era cuatro veces más grande que él. Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde brillante. Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz.
—¿Pero cómo le pueden permitir que haga eso? —se quejó Tonks en voz baja, pero Harry la escuchó de todas formas.
La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago.
—¿Cómo? —Ron lo miró, incrédulo. —¿Desde cuándo a ti te gusta la cicatriz? ¡Si la odias!
—Me gustaba cuando no sabía cómo me la hice en realidad — contestó Harry, encogiéndose de hombros.
La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la había hecho.
—En el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y no hagas preguntas.
¿Accidente de coche? ¿Cómo?
Se escucharon decenas de voces haciendo esas preguntas. La sorpresa general era evidente. Harry miró de reojo a Canuto, quien no parecía estar prestando mucha atención a la lectura. De hecho, mucha gente todavía estaba pensando en lo de la alacena.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.
—Los niños tienen que hacer preguntas— dijo la profesora Sprout, quien también tenía el ceño fruncido. —Negarse a responder las preguntas de un niño es rastrero.
Molly y Arthur asintieron a eso, completamente de acuerdo.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
—No servirá de nada aunque lo haga— dijo Hermione con una sonrisa, sabiendo de sobra lo indomable que era el pelo de Harry. Él rió al recordar una ocasión en la que Hermione había tratado de peinarlo (en aquella época en la que ella estaba experimentando con diferentes pociones alisadoras para arreglar su propio cabello). El resultado habían sido dos peines rotos, varias pociones inutilizadas y que el pelo de Harry se había vuelto azul, pero seguía tan desordenado y alocado como siempre. Por suerte, el pelo azul solo le había durado unas horas y únicamente Ron y Hermione lo habían visto así. Por la cara que estaba poniendo Ron ahora mismo, él también se acordaba de aquel día.
Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados.
—Como a todos los Potter—dijo Lupin, sonriendo al recordar a James.
Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito. Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.
El Gran Comedor estalló en risas.
—Un cerdo con peluca lo describe perfectamente — dijo Ron entre carcajadas.
—Por favor, dime que se lo dijiste a la cara —dijo Fred entre risas.
—No me acuerdo —contestó Harry con honestidad. Él también sonreía.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.
—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.
—¿Va en serio? ¿Tiene treinta y seis regalos y se queja? —dijo Seamus, incrédulo.
—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.
—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo. Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.
—Por favor, qué estúpido— bufó, para sorpresa de todos, Draco Malfoy. Cuando el rubio se dio cuenta de que todos lo miraban, los mejillas se tornaron rosas. —¿Qué pasa? Es innegable que ese muggle es idiota.
A Harry le sorprendió estar de acuerdo en algo con Malfoy.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
—Normal que el niño esté tan malcriado si la madre se lo consiente todo—bufó Molly, indignada.
Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él.
—Lo era— confirmó Harry.
Por último, dijo lentamente.
—Entonces tendré treinta y... treinta y...
—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
—Hasta hace las cuentas por él. ¿Cómo va a aprender de esa forma? —dijo el profesor Lupin, quien también estaba bastante indignado con la educación que los Dursley le estaban dando a su hijo.
—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.
Tío Vernon rió entre dientes.
—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.
—No solo lo consienten, encima lo animan a portarse como un mimado. ¿Qué clase de familia es esta? — habló Angelina, haciendo una mueca de asco.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada a la vez.
—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.
La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto.
Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas.
Hubo muchos bufidos a lo largo del comedor.
Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.
—Los gatos son adorables —se quejó Hermione, mirando a Harry con reproche.
—Pero eran los mismos una y otra vez —replicó el chico, recordando con hastío las tardes que pasó mirando fotos de gatos y aburriéndose como nunca. De pronto recordó que la señora Figg era una squib (¡conocía a Dumbledore!) y aquellas tardes le parecieron aún peores.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.
Hermione lo volvió a mirar con reproche, pero él la ignoró.
—Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.
—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.
—Ni yo a ella —respondió Harry.
Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.
Hubo más gruñidos y quejas por el Gran Comedor. Canuto se revolvió en su sitio, como si estuviera aguantando las ganas de tomar su forma humana y correr a hechizar a los Dursley.
—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
—Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.
—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley.
—Cualquier cosa que sea estar lejos de esa familia es mejor opción — murmuró Neville, sorprendiendo a Harry.
Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.
—¿Por qué pensaban que ibas a quemar la casa? —preguntó Hannah Abbott, confusa.
—Bueno, ellos sabían que yo era un mago — respondió Harry, encogiéndose de hombros. —Supongo que pensaban que en cualquier momento podía liarla.
Algunos rieron.
—Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlo en el coche...
—¡Por favor! No pueden caer más bajo—se quejó Angelina.
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
—Oh, sí que pueden — le respondió Katie Bell con expresión de hastío.
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—En serio, no me extraña que sea como es. Toda la culpa la tienen sus padres— dijo Lavender.
—Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial —exclamó, abrazándolo.
Ginny fingió que le daban arcadas. Harry sonrió.
—¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.
Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.
—Claro, cuando está su amigo delante tiene que parecer todo un machote, sí señor — dijo Alicia Spinnet mientras rodaba los ojos.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida.
Algunos alumnos lo miraron con pena, pero otros le sonrieron, como alegrándose de que hubiera podido ir al zoo.
A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.
—Más le vale que no se atreva—dijo con expresión severa la profesora McGonagall, a quien todavía no se le había pasado el cabreo ni con los Dursley ni con Dumbledore.
—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.
Esa última frase le recordó mucho a la situación actual, en la que tanta gente había pensado que era un mentiroso. Se dio cuenta de que no era el único que había pensado eso cuando un montón de miradas arrepentidas se dirigieron hacia él. Las ignoró todas.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba.
—Ellos sabían que sí que las causabas tú— dijo Hermione. Harry rodó los ojos.
En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz».
Algunos rieron al imaginar a Harry con el pelo rapado y muchas personas tenían caras de horror al imaginarlo.
Dudley se rió como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas.
Más miradas de pena, que Harry rechazó.
Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara.
—Yo hice algo parecido una vez— Harry oyó como un chico de primero se lo susurraba a su amigo. — Hice que me creciera el pelo hasta los hombros porque vi una imagen de Stubby Boardman y quería parecerme a él. Mi madre se estuvo riendo horas.
Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.
—¡Pero ellos sabían que era magia accidental! ¡Sabían que no lo podías evitar! — dijo Cho, enfadada por el injusto castigo de los Dursley. Harry sonrió como un idiota.
Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas).
Muchas personas, entre ellas Parvati y Lavender, pusieron caras de asco.
Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca, pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.
—Qué raro— dijo Ron. —Pensaba que usaban cada ocasión que podían para castigarte.
—Normalmente lo hacen—dijo Harry, pensativo. —Lo de esa vez fue bastante raro.
Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea.
Muchos lo miraron con sorpresa.
—¿Te apareciste? —pregunto Neville con la boca abierta.
—Eh… no lo sé. Más bien creo que volé— dijo Harry, tratando en vano de recordar cómo había sido.
—Harry, eso es magia avanzada —dijo Charlie, sorprendido. —Es increíble que lo hicieras cuando eras un crío.
Harry solo se encogió de hombros. No le parecía que fuera tan increíble, pero todos lo miraban con sorpresa y la profesora McGonagall tenía una expresión de orgullo que le provocó a Harry una sensación cálida en el estómago.
Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.
Muchos rieron por su inocencia.
—¿En serio? —se rió Ron.
—Tenía diez años— se defendió Harry.
—Ah, ahora ya no son "casi once", ¿no? —dijo George, sonriendo. Harry gruñó.
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo.
En ese momento, Harry se dio cuenta mucho más que nunca de lo aburrida y triste que había sido su vida antes de llegar Hogwarts.
Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos.
—Parece que no le caes muy bien—ironizó Ron. Harry bufó.
Aquella mañana le tocó a los motoristas.
—... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.
—Pfff, ¿en serio, Harry? —se rió Ron mientras Hermione negaba con la cabeza, sonriendo también.
—¿Desde cuándo yo pienso antes de hablar?—bromeó Harry. Sus amigos rieron.
Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry:
—¡LAS MOTOS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.
Las risas estallaron en el Gran Comedor.
—¿Remolacha con bigotes? ¿Cerdo con peluca? ¿Cómo se te ocurren esas descripciones? —dijo Fred mientras se limpiaba una lágrima de risa.
—No puedo controlar mis pensamientos. Además, son descripciones muy acertadas, te lo aseguro —respondió Harry.
Dudley y Piers se rieron disimuladamente.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.
—Hombre… depende de lo que consideren ideas peligrosas— sonrió Ron. Harry iba a replicar, pero Ron susurró— Bajar a la cámara de los secretos. Ir a pelear contra Quirrell para proteger la piedra. Viajar en el tiempo…
—Vale, vale. Lo que tú digas—lo interrumpió Harry. Se alegraba de que nadie hubiera escuchado eso último, porque no tenía ganas de dar explicaciones y de todas formas los libros lo contarían todo.
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato.
Muchos gruñeron, pero nadie parecía más indignado que la señora Weasley.
Aquello tampoco estaba mal, pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.
Más risas.
—¿En qué quedamos, es un cerdo con peluca o un gorila rubio? —preguntó Ginny entre risas.
—Las dos cosas a la vez— rió Harry.
Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo.
Muchos de sus amigos sonrieron, alegres de que Harry lo hubiera pasado bien. Luna parecía especialmente feliz.
Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él.
—Ese crío es un bestia—se quejó Parvati en voz baja. Harry no podía estar más de acuerdo.
Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el primero.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.
—Cómo no—Ron rodó los ojos. —Siempre tiene que pasar algo.
Después de comer fueron a ver los reptiles.
Aquí Ron y Hermione le lanzaron miradas significativas. Harry asintió.
Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos.
Algunas personas pusieron muecas de asco. Los Slytherin los miraron mal.
Dudley y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida. Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de su piel.
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.
—Maleducado—murmuró Molly.
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.
—Por Merlín, ¿no pueden dejar a la pobre serpiente en paz? —se quejó Hermione. En sus ojos Harry veía la misma chispa que cuando hablaba de la P.E.D.D.O.
—Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.
Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.
Muchos lo miraron con pena, otros con incredulidad.
—¿Estabas empatizando con la serpiente? —dijo Hermione, sorprendida.
—No solo eso. Un poco más y la serpiente habría tenido mejor vida que él— se quejó Seamus. Harry lo miró. Todavía no habían arreglado su amistad, pero sabía que el otro chico ya no pensaba que era un mentiroso. Sabía que se arrepentía de su comportamiento (las miradas que le había echado desde el día anterior eran prueba suficiente de ello), pero no habían tenido tiempo de hablar. Harry tenía claro que él no iba a dar el primer paso. Todavía estaba dolido por el comportamiento de Seamus.
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo.
—Pero si las serpientes no…—empezó Tonks, pero Harry la interrumpió.
—Ya lo sé.
—Pero entonces…
—El libro lo explicará todo.
Harry se dio cuenta de que todavía había mucha gente que no sabía que él podía hablar pársel. Con una punzada de nervios, pensó en cómo reaccionaría Sirius al saberlo.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo. La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
La serpiente asintió vigorosamente.
—¿¡Hablas pársel?! —saltó Tonks, sorprendida. Harry asintió. A sus pies, notó cómo Canuto se giraba para mirarlo a los ojos. No parecía enfadado, más bien solo sorprendido, lo cual alivió muchísimo a Harry.
—Ejem ejem— carraspeó la profesora Umbridge, llamando la atención de todo el comedor. —Creo que esta es una prueba más que concluyente de lo peligroso que es el señor Potter. Después de todo, ¿cuándo se ha visto que alguien que puede hablar con seres tan repulsivos como las serpientes sea una buena persona?
Todos los Slytherin se quejaron, algunos abuchearon a Umbridge mientras que otros gritaban para defender al símbolo de su casa. La profesora puso cara de sorpresa: al parecer, no era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que incluso sus alumnos predilectos se enfadarían si insultaba su casa.
—Honestamente, profesora —dijo Dean. —Creo que eso solo son prejuicios estúpidos.
Muchos lo miraron con sorpresa, especialmente desde la mesa de Slytherin. Dean siguió hablando.
—Conozco a Harry desde hace años y puedo asegurar que es una buena persona. ¿Qué más da que sepa hablar pársel?
—¿No le tiró una serpiente encima a uno de Hufflepuff una vez? —se oyó que comentaba un Ravenclaw al que Harry no conocía.
—Eso no fue así— saltó Justin Finch-Fletchey. Miró a Harry directamente antes de seguir. —Vale, es verdad que en aquel momento pareció que estaba poniendo a la serpiente contra mí, pero… pero no me atacó. La serpiente se apartó cuando Harry le habló.
—Se apartó porque Harry le dijo que lo hiciera —dijo Ron, poniéndose en pie, enfadado. —Si Harry no hubiera dicho nada, esa serpiente te habría arrancado la cabeza.
—¿Tienes que ser tan bestia? —dijo Parvati con una mueca.
—¿Qué pasa? Es la verdad —Ron se encogió de hombros.
—Los libros lo explicarán todo —dijo Harry en voz alta, mirando directamente a Umbridge, que aún sonreía con suficiencia. —Pero puedo aseguraros que no soy ningún mago oscuro en potencia ni una mala persona por saber pársel. Es más, cuando pasó lo que estamos leyendo ahora ni siquiera sabía lo que era la lengua pársel.
Bill, no queriendo dar a Umbridge la oportunidad de replicar, siguió leyendo de inmediato.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry
La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio.
Harry miró con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó: «Este espécimen fue criado en el zoológico».
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
—¿Esto va en serio? —interrumpió Malfoy, que miraba a Harry con incredulidad. — ¿Descubres que puedes hablar con una serpiente y lo primero que haces es preguntarle sobre su vida?
Harry se encogió de hombros.
—¿Qué habrías hecho tú?
—Pues no sé—Draco se quedó pensativo un momento. —La sacaría de allí y la usaría para asustar a los muggles. Quizá me la habría llevado de mascota, podría haber sido interesante.
A Harry le sorprendió mucho que lo que Malfoy hubiera hecho fuera tan parecido a lo que hizo él (exceptuando lo de llevársela de mascota), pero más lo sorprendió darse cuenta de que acababa de tener una conversación medianamente civilizada con Draco Malfoy.
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.
—¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento.
Hubo muchas quejas a lo largo del Gran Comedor. Harry vio cómo la señora Weasley volvía a fruncir el ceño.
—¿Tú por qué sonríes? —le preguntó Charlie a Ron, quien, efectivamente, tenía una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
—Ahora lo veréis— dijo él enigmáticamente. A su alrededor, todos tenían caras de confusión, excepto Harry y Hermione.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo.
El comedor estalló en risas.
—¿Le lanzaste una Boa Constrictor a tu primo? ¿En serio? — dijo Lee Jordan entre carcajadas.
—¡Es brutal!
—¡Increíble!
Harry escuchó cómo algunos profesores comentaban lo raro que era que hubiera podido hacer desaparecer el cristal al completo, pero no respondió nada porque estaba demasiado ocupado riendo con Ron, Hermione, Ginny y el resto de los estudiantes.
Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas. Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido jurar que una voz baja y sibilante decía:
—Brasil, allá voy... Gracias, amigo.
Hermione sonrió, contenta al imaginar a la pobre serpiente volviendo a su hábitat natural, como debía ser.
El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
—Pero... ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?
El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había intentado estrangularlo.
—Pfff, ¿cómo se puede ser tan… tan…? —empezó Ron.
—¿Fantasmas? ¿Peliculeros? ¿Mentirosos? —sugirió Ginny.
—Todas juntas.
Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:
—Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
Hubo muecas por parte de los estudiantes que se dieron cuenta de que toda esta historia del zoo iba a hacer que Harry fuera castigado con dureza.
Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve... alacena... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en una silla.
—¿CÓMO QUE NO HAY COMIDA? —gritó la señora Weasley, enfurecida. —¿Cómo pueden castigar a un niño encerrándolo sin comida?
Miró a Dumbledore con tanta rabia que el director no fue capaz de mantener la mirada, sino que la bajó al suelo.
—No se preocupe, señora Weasley —intentó calmarla Harry. —Que me castigaran no significa que hiciera caso del castigo.
Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer.
Entre lo que acababa de decir Harry y eso, muchos profesores (entre ellos Snape) se dieron cuenta de que Harry había aprendido a desobedecer las instrucciones de los adultos debido a todos los castigos injustos que los Dursley le habían impuesto.
"Tenía que escaparse por la noche para poder comer algo", pensó Snape, tratando de mantener la expresión neutral a pesar de que su mente se estaba llenando de momentos en los que había aludido a la falta de respeto por las normas de Harry.
Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un accidente de coche.
Para algunos, aún era increíble que Harry hubiera pasado toda su infancia sin saber cómo habían muerto sus padres.
No podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente.
Las miradas de shock y pena no se hicieron esperar. Molly Weasley soltó un quejido, como si estuviera a punto de echarse a llorar. Por el rabillo del ojo, Harry vio cómo Arthur le pasaba la mano a su mujer por la espalda, acariciándola suavemente para tratar de calmarla.
Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.
—¿No tienes ninguna foto? —preguntó Lavender con lágrimas en los ojos.
—Ahora sí que tengo —respondió Harry, mirando a Hagrid y sonriéndole. El semi-gigante le devolvió la sonrisa.
—Aun así… yo tengo unas cuantas que seguro que nunca has visto —dijo Lupin. —Cuando terminemos de leer, puedes verlas todas. Hay una que sé que te gustará mucho.
Harry asintió, feliz por poder ver más fotos de sus padres.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió: los Dursley eran su única familia.
Canuto se revolvió a sus pies y soltó un quejido lastimero. Miró a Harry a los ojos en una expresión que claramente decía "Lo siento, debí haber estado allí para ti." Harry le susurró:
—No podías hacer nada, estabas en Azkaban. No te sientas mal.
Aun así, el perro no pareció más animado que antes.
Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños.
—Magos —dijo Hermione. Ron y Harry rodaron los ojos.
—Obviamente —dijo el pelirrojo, haciendo que Hermione se sonrojara.
Un hombrecito con un sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y Dudley. Después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en un autobús. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de acercarse.
—Probablemente se…
—¿Se aparecían? ¡No me digas! —dijo Harry, sonriendo. Hermione bufó, pero también le sonrió.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
—Aquí acaba el capítulo — dijo Bill, poniendo una pluma como marcapáginas y cerrando el libro.
—Tomaremos un descanso antes de seguir leyendo— anunció el profesor Dumbledore, levantándose de su lugar. —En media hora retomaremos la lectura.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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