martes, 1 de junio de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 28

La locura del señor Crouch:

¡Pobre Hocicos! —dijo Ron, suspirando—. Tiene que quererte mucho, Harry... ¡Imagínate, vivir a base de ratas!

Eso le sacó una sonrisa a más de uno, incluido a Harry.

— Pues claro — dijo Sirius en voz alta. — Aunque tengo que admitir que las ratas no están tan mal cuando eres un perro.

— Y cuando llevas días sin comer — añadió Lupin.

— El capítulo termina ahí — anunció la chica de Gryffindor, marcando la página.

La mayoría de la gente se encontraba tan asqueada tras el comentario sobre las ratas que algunos tardaron en darse cuenta de que había finalizado el capítulo. No fue hasta que Dumbledore habló en voz alta que algunos dejaron de mirar a Sirius como si fuera un bicho raro.

— Nos da tiempo a leer un capítulo más antes de comer, ¿no os parece? — Sin esperar respuesta, añadió: — ¿Algún voluntario para leer el siguiente capítulo?

Varias personas levantaron la mano. Tras examinar detenidamente al alumnado, el director eligió a una niña de primero que parecía bastante ilusionada.

La niña subió a la tarima y Harry notó por primera vez que el atril se encogía ligeramente para adaptarse a la altura del que leía. ¿Había estado haciendo eso todo el tiempo? ¿O es que la niña era especialmente pequeña? Recordó entonces que, cuando Hagrid había leído, no le había parecido que el atril quedara muy bajo para su altura. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de que el atril crecía y encogía a su antojo? Era un detalle estúpido, pero le molestaba saber que lo había tenido ante sus narices durante horas desde hacía una semana y no lo había notado.

Mientras Harry estaba ocupado rumiando su frustración mentalmente, la niña había comenzado a leer.

— La locura del señor Crouch — Leyó el título e inmediatamente el comedor se llenó de murmullos.

El domingo después de desayunar, Harry, Ron y Hermione fueron a la lechucería para enviar una carta a Percy, preguntándole, como Sirius les había sugerido, si había visto a Crouch recientemente.

Percy frunció el ceño, pero no dijo nada.

Utilizaron a Hedwig, porque hacía tiempo que no le encomendaban ninguna misión.

— Debió hacerle ilusión — sonrió Luna.

Después de observarla perderse de vista desde las ventanas de la lechucería, bajaron a las cocinas para entregar a Dobby sus calcetines nuevos.

Los elfos domésticos les dispensaron una cálida acogida, haciendo reverencias y apresurándose a prepararles un té. Dobby se emocionó con el regalo.

Muchos sonrieron al escuchar eso. No cabía duda de que Dobby se había ganado el cariño de gran parte del colegio. Harry no resistió la tentación de echarle una mirada de reojo a Malfoy y se sintió muy satisfecho al notar que parecía molesto.

¡Harry Potter es demasiado bueno con Dobby! —chilló, secándose las lágrimas de sus enormes ojos.

Se oyeron risitas.

— Eres su héroe — rió Colin.

— Y el tuyo también — se burló uno de sus amigos, ganándose un puñetazo en el brazo por parte de Colin. Al chico no pareció importarle, pues no dejaba de reír.

Me salvaste la vida con esas branquialgas, Dobby, de verdad —dijo Harry.

¿No hay más pastelitos de nata y chocolate? —preguntó Ron, paseando la vista por los elfos domésticos, que no paraban de sonreír ni de hacer reverencias.

Algunos bufaron o rodaron los ojos. Ron no les hizo ni caso.

¡Acabas de desayunar! —dijo Hermione enfadada, pero entre cuatro elfos ya le habían llevado una enorme bandeja de plata llena de pastelitos.

— Siempre hay hueco en el estómago para un par de pastelitos — dijo Fred.

— Y para una decena también — añadió George.

Deberíamos pedir algo de comida para mandarle a Hocicos —murmuró Harry.

Buena idea —dijo Ron—. Hay que darle a Pig un poco de trabajo. ¿No podríais proporcionarnos algo de comida? —preguntó a los elfos que había alrededor, y ellos se inclinaron encantados y se apresuraron a llevarles más.

Sirius sonreía con ganas. Hermione tenía el ceño fruncido, pero al menos esta vez se quedó callada.

¿Dónde está Winky, Dobby? —quiso saber Hermione, que había estado buscándola con la mirada.

Winky está junto al fuego, señorita —repuso Dobby en voz baja, abatiendo un poco las orejas.

¡Dios mío!

Eso hizo que varias personas se inclinaran hacia delante, confusas y llenas de curiosidad.

Harry también miró hacia la chimenea. Winky estaba sentada en el mismo taburete que la última vez, pero se hallaba tan sucia que se confundía con los ladrillos ennegrecidos por el humo que tenía detrás.

— Ay, no — se oyó murmurar a la señora Weasley.

La ropa que llevaba puesta estaba andrajosa y sin lavar. Sostenía en las manos una botella de cerveza de mantequilla y se balanceaba ligeramente sobre el taburete, contemplando el fuego. Mientras la miraban, hipó muy fuerte.

— ¿Cerveza de mantequilla? Debía ser otra cosa, para que estuviera en ese estado — dijo Romilda Vane.

— Me temo que la cerveza de mantequilla es una bebida bastante fuerte para un elfo doméstico — habló Dumbledore, haciendo que cesaran los murmullos que se habían originado tras el comentario de Romilda.

Winky se toma ahora seis botellas al día —le susurró Dobby a Harry.

Bueno, no es una bebida muy fuerte —comentó Harry.

Pero Dobby negó con la cabeza.

Para una elfina doméstica sí que lo es, señor —repuso.

Romilda le guiñó un ojo a Harry, como si el hecho de que hubieran tenido el mismo pensamiento significará algo. A Harry se le puso la piel de gallina e hizo todo lo posible por fingir no haberse dado cuenta de nada.

Ella volvió a hipar. Los elfos que les habían llevado los pastelitos le dirigieron miradas reprobatorias mientras volvían al trabajo.

Winky está triste, Harry Potter —dijo Dobby apenado—. Quiere volver a su casa. Piensa que el señor Crouch sigue siendo su amo, señor, y nada de lo que Dobby le diga conseguirá persuadirla de que ahora su amo es Dumbledore.

— Qué pena — se lamentó Katie. A su lado, Alicia y Angelina asentían.

Harry tuvo una idea brillante.

Eh, Winky —la llamó, yendo hacia ella e inclinándose para hablarle—, ¿tienes alguna idea de lo que le pasa al señor Crouch? Porque ha dejado de asistir al Torneo de los tres magos.

— Pfff, ¿de verdad creías que te contaría algo? — se rió Tonks. — No hay criaturas más leales que los elfos domésticos. Winky era el último ser en la faz de la Tierra que podía contarte algo secreto sobre Crouch.

En retrospectiva, era obvio que tenía razón. Harry se sintió un poco tonto.

Winky parpadeó y clavó en Harry sus enormes ojos. Volvió a balancearse ligeramente y luego dijo:

¿El... el amo ha... dejado... ¡hip!... de asistir?

Sí —dijo Harry—, no lo hemos vuelto a ver desde la primera prueba. El Profeta dice que está enfermo.

— ¿Lo estaba? — preguntó un chico de primero.

— Vas a tener que esperar al final del libro para saberlo — contestó Ron por Harry. El niño puso mala cara.

Winky se volvió a balancear, mirando a Harry con ojos enturbiados por las lágrimas.

El amo... ¡hip!... ¿enfermo?

Le empezó a temblar el labio inferior.

— Cada vez me da más pena — dijo Lavender. Era obvio que no era la única que pensaba así: medio comedor tenía expresiones que variaban entre la compasión y la tristeza. La otra mitad parecía algo exasperada con la actitud de Winky.

Pero no estamos seguros de que sea cierto —se apresuró a añadir Hermione.

— Bien hecho — le dijo Ginny. — Lo último que necesitaba esa elfina era más estrés.

¡El amo necesita a su... ¡hip!... Winky! —gimoteó la elfina—. El amo no puede ¡hip! apañárselas ¡hip! él solo.

Hay quien se las arregla para hacer por sí mismo las labores de la casa, ¿sabes, Winky? —le dijo Hermione severamente.

— Lo retiro — habló Ginny de nuevo. Le lanzó a Hermione una mirada exasperada.— No era el momento de darle lecciones.

Hermione pareció contrariada.

— ¡Claro que era el momento! ¿Has oído lo que estaba diciendo?

— Lo hemos oído todos — Para sorpresa de Harry, fue Lupin quien habló. — Llevarle la contraria a una elfina angustiada no es lo más amable.

Hermione se ruborizó y no supo cómo contestar. Ron le dio un par de palmadas en el hombro en señal de apoyo moral, aunque Harry sabía que estaba de acuerdo con Lupin.

¡Winky... ¡hip!... no sólo le hacía... ¡hip!... las cosas de la casa al señor Crouch! —chilló Winky indignada, balanceándose más que antes y derramando cerveza de mantequilla por su ya muy manchada blusa—. El amo le... ¡hip!... confiaba a Winky todos sus... ¡hip!... secretos más importantes.

¿Qué secretos? —preguntó Harry.

Algunos se echaron a reír, incluido Sirius y, sorprendentemente, también Moody.

— Qué poco disimulo — dijo Sirius.

— Seguro que la elfina no se lo tomó muy bien — dijo Moody con una sonrisilla.

Harry hizo una mueca al recordar la reacción de Winky. Al ver su cara, Moody soltó otra carcajada que sonó muy fuerte en el comedor.

Pero Winky negó rotundamente con la cabeza, derramándose encima más cerveza de mantequilla.

Winky le guarda... ¡hip!... los secretos a su amo —contestó con brusquedad, balanceándose más y poniéndole a Harry cara de pocos amigos—. Harry Potter quiere... ¡hip!... meter las narices.

Ahora Moody y Sirius no eran los únicos que reían. Harry notó cómo se ruborizaba.

¡Winky no debería hablarle de esa manera a Harry Potter! —la reprendió Dobby enojado—. ¡Harry Potter es noble y valiente, y no quiere meter las narices en ningún lado!

— En realidad sí — dijo Fred.

— Pero siempre por una buena causa — añadió George.

Quiere meter las narices... ¡hip!... en las cosas privadas y secretas... ¡hip!... de mi amo... ¡hip! Winky es una buena elfina doméstica... ¡hip!

A la niña de primero parecía estar costándole leer tantos hipidos.

Winky guarda sus secretos... ¡hip!... aunque haya quien quiera fisgonear... ¡hip!... y meter las narices. — Winky cerró los párpados y de repente, sin previo aviso, se deslizó del taburete y cayó al suelo delante de la chimenea, donde se puso a roncar muy fuerte. La botella vacía de cerveza de mantequilla rodó por el enlosado.

Las risas que todavía se escuchaban por el comedor se desvanecieron.

Media docena de elfos domésticos corrieron hacia ella indignados. Mientras uno cogía la botella, los otros cubrieron a Winky con un mantel grande de cuadros y remetieron las esquinas, ocultándola.

Indignación fue precisamente lo que sintieron muchos alumnos (y probablemente algún profesor, aunque ellos eran más hábiles a la hora de disimularlo).

— La tratan fatal — exclamó Hannah.

— No me extraña que siga tan triste — dijo Ernie.

¡Lamentamos que hayan tenido que ver esto, señores y señorita! —dijo un elfo que tenían al lado y que parecía muy avergonzado—. Esperamos que no nos juzguen a todos por el comportamiento de Winky, señores y señorita.

— Os juzgamos por no tratarla con respeto — se quejó una chica de tercero.

¡Se siente desgraciada! —replicó Hermione, exasperada—. ¿Por qué no intentáis animarla en vez de taparla de la vista?

Le rogamos que nos perdone, señorita —dijo el elfo doméstico, repitiendo la pronunciadísima reverencia—, pero los elfos domésticos no tenemos derecho a sentirnos desgraciados cuando hay trabajo que hacer y amos a los que servir.

— Menuda chorrada. ¡Ni que fueran robots! — exclamó Dean, dejando confusos a muchos alumnos de familias totalmente mágicas.

¡Por Dios! —exclamó Hermione enfadada—. ¡Escuchadme todos! ¡Tenéis el mismo derecho que los magos a sentiros desgraciados! ¡Tenéis derecho a cobrar un sueldo y a tener vacaciones y a llevar ropa de verdad! ¡No tenéis por qué obedecer a todo lo que se os manda! ¡Fijaos en Dobby!

— No creo que les gustara escuchar eso — suspiró la señora Weasley.

Le ruego a la señorita que deje a Dobby al margen de esto —murmuró Dobby, asustado.

— Al pobre lo pusiste entre la espada y la pared — dijo Harry, que en aquel momento no se había parado a pensar en lo incómodo que debió ser aquello para Dobby.

— Solo quería que vieran algo diferente, que se abrieran a otras perspectivas — gruñó Hermione.

— Pues quizá la que se tiene que abrir a una nueva perspectiva eres tú, Granger — se oyó decir a Pansy en voz alta. — Ya lo viste. Los elfos quieren servirnos, ¿por qué no respetas su decisión?

— Porque su decisión está basada en siglos de esclavitud. No son capaces de ver que hay otras opciones — se defendió Hermione.

— O quizá sí que saben que hay otras opciones, pero no les gustan — replicó Pansy.

Hermione abrió la boca para seguir discutiendo pero la profesora McGonagall las mandó a callar a las dos.

Las alegres sonrisas habían desaparecido de la cara de los elfos. De repente observaban a Hermione como si fuera una peligrosa demente.

Pansy miró a Hermione con suficiencia.

¡Aquí tienen la comida! —chilló un elfo, y puso en los brazos de Harry un jamón enorme, doce pasteles y algo de fruta—. ¡Adiós!

Los elfos domésticos se arremolinaron en torno a los tres amigos y los sacaron de las cocinas, dándoles empujones en la espalda, a la altura de la cintura.

— Debéis ser las únicas personas a las que los elfos han echado de las cocinas — Fred parecía asombrado.

Harry no sabía cómo tomarse ese dato, pero estaba seguro de que era cierto.

¡Gracias por los calcetines, Harry Potter! —gritó Dobby con tristeza desde la chimenea, donde se encontraba junto al bulto en que había quedado convertida Winky, arrebujada en el mantel.

— Espero que se haya recuperado ya de esa mala racha — dijo una chica de séptimo.

¿No podías cerrar la boca, Hermione? —dijo Ron enojado, cuando la puerta de las cocinas se cerró tras ellos de un portazo—. ¡Ahora ya no querrán que vengamos a visitarlos! ¡Hemos perdido la oportunidad de sacarle algo a Winky sobre Crouch!

¡Ah, como si eso te preocupara! —se burló Hermione—. ¡Lo que a ti te gusta es que te den de comer!

— ¿Y a quién no? — se escuchó decir a Hagrid, seguido de una risita de Flitwick.

Después de eso, el día se volvió inaguantable. Harry se hartó hasta tal punto de que Ron y Hermione se metieran el uno con el otro mientras hacían los deberes en la sala común, que por la noche llevó él solo la comida de Sirius a la lechucería.

Resultaba extraño leer eso sabiendo que ahora Ron y Hermione eran...

A Harry aún le costaba pensar en la palabra pareja, pero supuso que tendría que acostumbrarse tarde o temprano.

Curiosamente, ni Ron ni Hermione parecían incómodos al leer sobre ese día lleno de peleas y discusiones.

Pigwidgeon era demasiado pequeño para transportar un jamón a la montaña sin ayuda, así que Harry reclutó también otras dos lechuzas. Cuando se internaron en la oscuridad, componiendo una figura muy extraña las tres con el gran paquete, Harry se inclinó en el alféizar de la ventana y contempló los terrenos del colegio, las oscuras y susurrantes copas de los árboles del bosque prohibido y las velas del barco de Durmstrang ondeando al viento.

— ¿Enviaste el jamón volando así como si tal cosa? — se extrañó un niño de primero. — ¿Y nadie se dio cuenta?

— Era un viaje rápido — dijo Harry, encogiéndose de hombros.

Un búho real atravesó el humo que salía de la chimenea de Hagrid, se acercó al castillo, planeó alrededor de la lechucería y desapareció de su vista. Vio a Hagrid cavando enérgicamente delante de su cabaña, y se preguntó qué estaría haciendo: era como si preparara un nuevo trozo de huerta.

Hagrid se sorprendió al oír su nombre tan repentinamente.

Mientras miraba, Madame Maxime salió del carruaje de Beauxbatons y fue hacia Hagrid. Daba la impresión de que intentaba trabar conversación con él. Hagrid se apoyó en la pala, pero no parecía deseoso de prolongar la charla, porque Madame Maxime volvió a su carruaje poco después.

Hubo murmullos y alguna risita aislada. Harry oyó muy claramente a Demelza Robins decirle a una amiga "Las calabazas aún le dolían, pobrecillo".

Hagrid ignoró a todo el mundo.

No le apetecía regresar a la torre de Gryffindor y oír a Ron y Hermione gruñéndose el uno al otro, así que se quedó observando cavar a Hagrid hasta que la oscuridad lo envolvió y, a su alrededor, las lechuzas empezaron a despertar y a pasar zumbando por su lado para internarse en la noche.

— Qué mal rollo. Estabas espiando a Hagrid — dijo un chico de segundo.

— A mí me parece bonito — replicó Susan Bones. — Estaba observando a alguien querido para desconectar la mente un rato. Se nota que Harry le tiene mucho cariño a Hagrid.

Harry se ruborizó y Hagrid, sorprendido, le dedicó una mirada de asombro antes de sonreírle.

Al día siguiente, para el desayuno, se había disipado el mal humor de sus amigos, y, para alivio de Harry, no se cumplieron las pesimistas predicciones de Ron de que los elfos domésticos mandarían a la mesa de Gryffindor una pésima comida por culpa de Hermione: el tocino, los huevos y los arenques ahumados estaban tan ricos como siempre.

— Eso habría sido muy poco profesional, y los elfos no permitirían que se les considerara poco profesionales — dijo Wood.

— Pues menos mal — respondió Ron. — Ya nos veía desayunando tostadas quemadas.

Cuando llegaron las lechuzas, ella las miró con impaciencia; parecía que esperaba algo.

Percy no habrá tenido tiempo de responder —dijo Ron—. Enviamos a Hedwig ayer.

No, no es eso —repuso Hermione—. Me he suscrito a El Profeta: ya estoy harta de enterarme de las cosas por los de Slytherin.

— Me sorprende que no lo hicieras antes — admitió Ginny.

— A mí también — dijo Hermione. — Odio ese periódico pero hay que admitir que es útil recibirlo.

¡Bien pensado! —aprobó Harry, levantando también la vista hacia las lechuzas—. ¡Eh, Hermione, me parece que estás de suerte! Una lechuza gris bajaba hasta ella.

Pero no trae ningún periódico —comentó ella decepcionada—. Es...

Hermione hizo una mueca.

— ¿Ahí fue cuando...? — preguntó Ginny.

Hermione asintió y Ginny estiró el brazo para apretarle la mano en señal de apoyo.

Para su asombro, la lechuza gris se posó delante de su plato, seguida de cerca por cuatro lechuzas comunes, una parda y un cárabo.

¿Cuántos ejemplares has pedido? —preguntó Harry, agarrando la copa de Hermione antes de que la tiraran las lechuzas, que se empujaban unas a otras intentando acercarse a ella para entregar la carta primero.

— ¿Acaso se puede pedir más de uno? — preguntó un chico de cuarto.

— Claro que sí — replicó otro, este de sexto. — Yo me equivoqué al hacer la inscripción y me llegaron a casa veintisiete ejemplares. Mi madre todavía me lo recuerda...

¿Qué demonios...? —exclamó Hermione, que cogió la carta de la lechuza gris, la abrió y comenzó a leerla—. Pero ¡bueno! ¡Hay que ver! —farfulló, poniéndose colorada.

¿Qué pasa? —inquirió Ron.

Es... ¡ah, qué ridículo...!

Los que no tenían ni idea de lo que había sucedido con esas cartas (es decir, la mayoría del comedor) se mostraban confusos y bastante curiosos. Los que sí lo recordaban se dividían entre los que sentían pena por Hermione y los que trataban de disimular una sonrisita.

Le pasó la carta a Harry, que vio que no estaba escrita a mano, sino compuesta a partir de letras que parecían recortadas de El Profeta:

eRes una ChicA malVAdA. HaRRy PottEr se merEce alGo MejoR quE tú. vUelve a tU sitIO, mUggle.

La niña de primero leyó la carta con voz de pito a modo de burla, sacándole risas a más de uno.

¡Son todas por el estilo! —dijo Hermione desesperada, abriendo una carta tras otra—. «Harry Potter puede llegar mucho más lejos que la gente como tú...» «Te mereces que te escalden en aceite hirviendo... » ¡Ay!

— Madre mía — La señora Weasley se llevó las manos a la boca, escandalizada. — ¿Qué clase de demente escribiría esas cartas?

— Hay gente muy desagradable ahí fuera — suspiró el señor Weasley.

Acababa de abrir el último sobre, y un líquido verde amarillento con un olor a gasolina muy fuerte se le derramó en las manos, que empezaron a llenarse de granos amarillos.

¡Pus de bubotubérculo sin diluir! —dijo Ron, cogiendo con cautela el sobre y oliéndolo.

Se oyeron grititos ahogados y dos decenas de personas miraron a Hermione con pena. Harry supuso que, ahora que sabían que Hermione no había salido nunca con él y que Rita Skeeter se lo había inventado todo, les resultaba menos divertido el asunto de las cartas.

Con lágrimas en los ojos, Hermione intentaba limpiarse las manos con una servilleta, pero tenía ya los dedos tan llenos de dolorosas úlceras que parecía que se hubiera puesto un par de guantes gruesos y nudosos.

Hermione se frotó las manos inconscientemente. La chica estaba haciendo un esfuerzo por ignorar todas las miradas que iban hacia ella.

Será mejor que vayas a la enfermería —le aconsejó Harry al tiempo que echaban a volar las lechuzas—. Nosotros le explicaremos a la profesora Sprout adónde has ido...

¡Se lo advertí! —dijo Ron mientras Hermione se apresuraba a salir del Gran Comedor, soplándose las manos—. ¡Le advertí que no provocara a Rita Skeeter! Fíjate en ésta. —Leyó en voz alta una de las cartas que Hermione había dejado en la mesa—. «He leído en Corazón de bruja cómo has jugado con Harry Potter, y quiero decirte que ese chico ya ha pasado por cosas muy duras en esta vida. Pienso enviarte una maldición por correo en cuanto encuentre un sobre lo bastante grande.» ¡Va a tener que andarse con cuidado!

— Quien escribiera eso está majara — exclamó Lee Jordan.

— ¿No es denunciable? — preguntó Alicia.

— Sin saber quién es el remitente, poner una denuncia en el Ministerio es muy difícil — dijo la profesora Sprout.

Hermione no asistió a Herbología. Al salir del invernadero para ir a clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, Harry y Ron vieron a Malfoy, Crabbe y Goyle descendiendo la escalinata de la puerta del castillo. Pansy Parkinson iba cuchicheando y riéndose tras ellos con el grupo de chicas de Slytherin. Al ver a Harry, Pansy le gritó:

Potter, ¿has roto con tu novia? ¿Por qué estaba tan alterada en el desayuno?

— ¿No te cansas de hacer el ridículo, Parkinson? — preguntó Daphne Greengrass. — Empieza a dar vergüenza ajena.

Pansy jadeó.

— Cierra la boca, Greengrass. La única que hace el ridículo eres tú, defendiendo a Potter y Granger.

Pronunció los apellidos de Harry y Hermione con tanto asco como si fueran insultos.

— Solo digo mi opinión — continuó Daphne, que no parecía nada impresionada ante el enfado de Pansy. Harry tuvo la sensación de que estaba muy acostumbrada a llevarle la contraria a la otra chica.

Pansy la miró con rabia e inmediatamente se puso a murmurar algo con su grupo de amigos, entre los que se encontraba Malfoy, que no tenía pinta de estar especialmente interesado en las quejas de Pansy.

Harry no le hizo caso: no quería darle la satisfacción de que supiera cuántos problemas les estaba causando el artículo de Corazón de bruja.

Por suerte, Pansy todavía estaba ocupada susurrando con sus amigos, muy probablemente criticando a Daphne, a Hermione y al propio Harry, por lo que no escuchó esa última frase.

Hagrid, que en la clase anterior les había dicho que ya habían acabado con los unicornios, los esperaba fuera de la cabaña con una nueva remesa de cajas. Al verlas, a Harry se le cayó el alma a los pies. ¿Les tocaría cuidar otra camada de escregutos?

Se oyeron risitas.

— No, no — dijo Hagrid, que sonreía. — Los escregutos estaban a buen recaudo. Tenía que cuidarlos bien, les esperaba una misión muy importante.

Le guiñó un ojo a Harry.

Gran parte del comedor se quedó en silencio, sin comprender. Harry, por su parte, sabía perfectamente a qué "misión" se refería Hagrid. Todavía no había olvidado el laberinto de la tercera prueba y todas las criaturas con las que le había tocado cruzarse. Aquel escreguto había sido enorme…

Pero, cuando llegaron lo bastante cerca para echar un vistazo, vieron un montón de animalitos negros de aspecto esponjoso y largo hocico. Tenían las patas delanteras curiosamente planas, como palas, y miraban a la clase sin dejar de parpadear, algo sorprendidos de la atención que atraían.

— Suena adorable — dijo una niña de primero de Hufflepuff. Le brillaban los ojos y Harry no tuvo la menor duda de que esa chica tomaría la optativa de Cuidado de Criaturas Mágicas en cuanto llegara a tercero.

Son escarbatos —explicó Hagrid cuando la clase se congregó en torno a ellos—. Se encuentran sobre todo en las minas. Les gustan las cosas brillantes... Mirad.

Uno de los escarbatos dio un salto para intentar quitarle de un mordisco el reloj de pulsera a Pansy Parkinson, que gritó y se echó para atrás.

Muchos se echaron a reír. Pansy frunció el ceño y se quedó mirando hacia el libro con aspecto enfadado.

Resultan muy útiles como detectores de tesoros —dijo Hagrid contento—. Pensé que hoy podríamos divertirnos un poco con ellos. ¿Veis eso? —Señaló el trozo grande de tierra recién cavada en la que Harry lo había visto trabajar desde la ventana de la lechucería—. He enterrado algunas monedas de oro. Tengo preparado un premio para el que coja al escarbato que consiga sacar más. Pero lo primero que tenéis que hacer es quitaros las cosas de valor; luego escoged un escarbato y preparaos para soltarlo.

— Debió ser una clase muy divertida — dijo la profesora Sprout, sonriente.

Hagrid asintió con orgullo.

— Esto demuestra que Hagrid es perfectamente capaz de dar clases normales e interesantes — dijo Sirius en voz alta, con la vista fija en Umbridge.

Ella lo miró con desdén y dijo:

— Si puede preparar buenas lecciones, ¿por qué insiste en traer criaturas peligrosas al colegio? Sigo pensando que una persona que considera un dragón como un animal de compañía no está bien de la cabeza y no debería ejercer de profesor.

— La que no está bien de la cabeza es ella — se escuchó murmurar a Charlie.

Harry se quitó el reloj, que sólo llevaba por costumbre, dado que ya no funcionaba, y lo guardó en el bolsillo. Luego cogió un escarbato, que le metió el hocico en la oreja, olfateando. Era bastante cariñoso.

— ¿Se pueden tener de mascotas? — preguntó Hannah Abbott.

— Sí, pero no lo recomiendo — dijo Hagrid. — Lo dejan todo hecho un desastre.

Esperad —dijo Hagrid mirando dentro de una caja—, aquí queda un escarbato. ¿Quién falta? ¿Dónde está Hermione?

Ha tenido que ir a la enfermería —explicó Ron.

Luego te lo explicamos —susurró Harry, viendo que Pansy Parkinson estaba muy atenta.

Angelina fingió una tos y dijo entre dientes "Cotilla".

Era con diferencia lo más divertido que hubieran visto nunca en clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Los escarbatos entraban y salían de la tierra como si ésta fuera agua, y acudían corriendo a su estudiante respectivo para depositar el oro en sus manos. El de Ron parecía especialmente eficiente. No tardó en llenarle el regazo de monedas.

— Es la mascota perfecta para los Weasley, entonces — dijo Nott en voz alta, sacándole risas a más de un Slytherin.

— A ti creo que te vendría mejor, Nott — habló George en voz alta. — Quizá un escarbato sea capaz de encontrarte un cerebro. Debe ser duro vivir con la cabeza tan hueca.

Se oyeron jadeos y más de una risita. Lee Jordan soltó una carcajada. Nott, sin embargo, simplemente replicó:

— Ya veremos quién es más inteligente, Weasley.

A Harry no le gustó nada el tono en el que habló. No le sonaba a la típica amenaza que estaba acostumbrado a escuchar de parte de los Slytherin: había en ella algo frío y calculador. George también debió notarlo, porque se quedó observando a Nott con una expresión extraña.

De pronto, Harry recordó al encapuchado que le había pegado a Nott el primer día. Se le puso la piel de gallina.

¿Se pueden comprar y tener de mascotas, Hagrid? —le preguntó emocionado, mientras su escarbato volvía a hundirse en la tierra, salpicándole la túnica.

A tu madre no le haría gracia, Ron —repuso Hagrid sonriendo—, porque destrozan las casas.

— Ya tenemos bastante con los gnomos — suspiró la señora Weasley.

Me parece que ya deben de haberlas recuperado todas —añadió paseando por el trozo de tierra excavado, mientras los escarbatos continuaban buscando—. Sólo enterré cien monedas. ¡Ah, ahí está Hermione!

Se acercaba por la explanada. Llevaba las manos llenas de vendajes, y parecía triste. Pansy Parkinson la miró escrutadoramente.

— ¿Soy a la única a la que le están dando ganas de darle a Parkinson una patada en el…?

— ¡Johnson!

— Perdón, perdón — se disculpó Angelina, cohibida ante la mirada severa de McGonagall. Se oyeron risitas y Pansy le lanzó una mirada llena de furia.

¡Bueno, comprobemos cómo ha ido la cosa! —dijo Hagrid—. ¡Contad las monedas! Y no merece la pena que intentes robar ninguna, Goyle —agregó, entornando los ojos de color azabache—. Es oro leprechaun: se desvanece al cabo de unas horas.

Goyle se ruborizó intensamente al notar las miraditas burlonas de gran parte del comedor. Crabbe fulminó con la mirada a tanta gente como pudo.

Goyle se vació los bolsillos, enfurruñado. Resultó que el que más monedas había recuperado era el escarbato de Ron, así que Hagrid le dio como premio una enorme tableta de chocolate de Honeydukes.

Los señores Weasley sonrieron al escuchar eso.

— Ahora mismo me comería una de esas — suspiró Sirius.

— Y quién no — replicó Lupin.

En esos momentos sonó la campana del colegio anunciando la comida. Todos regresaron al castillo salvo Harry, Ron y Hermione, que se quedaron ayudando a Hagrid a guardar los escarbatos en las cajas. Harry se dio cuenta de que Madame Maxime los observaba por la ventanilla del carruaje.

Hagrid pareció muy sorprendido al escuchar eso. Entre el alumnado, hubo risitas y miraditas sugerentes.

— Estaba mirando a Hagrid — canturreó una chica de cuarto.

Hagrid se puso rojo como un tomate.

¿Qué te ha pasado en las manos, Hermione? —preguntó Hagrid, preocupado. Hermione le contó lo de los anónimos que había recibido aquella mañana, y el sobre lleno de pus de bubotubérculo.

¡Bah, no te preocupes! —le dijo Hagrid amablemente, mirándola desde lo alto de su estatura—. Yo también recibí cartas de ésas después de que Rita Skeeter escribió sobre mi madre. «Eres un monstruo y deberían sacrificarte.» «Tu madre mató a gente inocente, y si tú tuvieras un poco de dignidad, te tirarías al lago.»

— ¡Qué horrible! — exclamó la señora Pomfrey.

La profesora McGonagall tenía los labios apretados de ira.

— Me gustaría saber qué clase de escoria invierte tiempo de su vida en escribir y enviar ese tipo de cartas.

Hagrid pareció agradecido ante la indignación general.

¡No! —exclamó Hermione, asustada.

Sí —dijo Hagrid, levantando las cajas de los escarbatos y arrimándolas a la pared de la cabaña—. Es gente que está chiflada, Hermione. No abras ninguna más. Échalas al fuego según vengan.

— Eso hice — asintió Hermione.

— Fue un buen consejo — dijo Bill.

Te has perdido una clase estupenda —le dijo Harry a Hermione de camino al castillo—. Los escarbatos molan, ¿a que sí, Ron?

Pero Ron miraba ceñudo el chocolate que Hagrid le había dado. Parecía preocupado por algo.

¿Qué pasa? —le preguntó Harry—. ¿No está bueno?

Eso provocó algunas risas.

— Imagina la decepción de Ron si el chocolate hubiera estado malo — dijo Charlie.

— Sería como la tuya aquella vez que le mordiste a un huevo de pascua de chocolate y los gemelos lo habían rellenado con whiskey — dijo Bill con una sonrisita. Los gemelos se desternillaban de risa.

— Aún no sé cómo consiguieron abrir aquel armario — dijo la señora Weasley con el ceño fruncido.

— Magia — replicó Fred con una sonrisa.

Pero la señora Weasley seguía pensativa y Harry tuvo el presentimiento de que el armario de las bebidas había estado protegido contra conjuros tan básicos como el alohomora.

No es eso —replicó Ron—. ¿Por qué no me dijiste lo del oro?

¿Qué oro?

El oro que te di en los Mundiales de Quidditch —explicó Ron—. El oro leprechaun que te di en pago de los omniculares. En la tribuna principal. ¿Por qué no me dijiste que había desaparecido?

Harry hizo una mueca y trató de evitar la mirada de Ron, que parecía estar intentando lo mismo. Recordaba aquella conversación.

Harry tuvo que hacer un esfuerzo para entender de qué hablaba Ron.

Ah... —dijo recordando—. No sé... no me di cuenta de que hubiera desaparecido. Creo que estaba más preocupado por la varita.

— Tenías motivos para estar distraído — suspiró Lupin.

Subieron la escalinata de piedra, entraron en el vestíbulo y fueron al Gran Comedor para la comida.

Tiene que ser estupendo —dijo Ron de repente, cuando ya estaban sentados y habían comenzado a servirse rosbif con budín de Yorkshire— eso de tener tanto dinero que uno no se da cuenta si le desaparece un puñado de galeones.

Los señores Weasley intercambiaron miradas preocupadas. Ron se quedó con la vista fija en el libro, tratando de no cruzar miradas con absolutamente nadie.

¡Mira, esa noche tenía otras cosas en la cabeza! —contestó Harry perdiendo un poco la paciencia—. Y no era el único, ¿recuerdas?

Yo no sabía que el oro leprechaun se desvanecía —murmuró Ron—. Creí que te estaba pagando. No tendrías que haberme regalado por Navidad el sombrero de los Chudley Cannons.

— Eh, al menos es humilde — dijo una chica a la que Harry esta vez reconoció rápidamente como Melissa Brant, la chica de cuarto que había leído el día anterior. — No sé si Potter se da cuenta de la suerte que ha tenido al dar con amigos que no tratan de aprovecharse de su fortuna. Ron es excepcional.

Hermione le lanzaba dagas con la mirada a la chica, mientras que Ron se había puesto algo rojo y parecía muy, muy confuso.

Olvídalo, ¿quieres? —le pidió Harry.

Ron ensartó con el tenedor una patata asada y se quedó mirándola. Luego dijo:

Odio ser pobre.

Harry y Hermione se miraron. Ninguno de los dos sabía qué decir.

Tampoco nadie sabía qué decir en el comedor, excepto en la zona de Slytherin, donde se podían oír risitas ahogadas.

Es un asco —siguió Ron, sin dejar de observar la patata—. No me extraña que Fred y George quieran ganar dinero. A mí también me gustaría. Quisiera tener un escarbato.

— Ron… — empezó a decir la señora Weasley con cautela, pero Ron la cortó.

— Eso fue el año pasado, han cambiado muchas cosas. Ya hablamos del tema, ¿recuerdas?

Su madre suspiró y no dijo nada más, aunque Harry sabía que tenía ganas de volver a tener otra charla con Ron.

Bueno, ya sabemos qué regalarte la próxima Navidad —dijo Hermione para animarlo. Pero, como continuaba triste, añadió—: Vamos, Ron, podría ser peor. Por lo menos no tienes los dedos llenos de pus. —Hermione estaba teniendo dificultades para manejar el tenedor y el cuchillo con los dedos tan rígidos e hinchados—. ¡Odio a esa Skeeter! —exclamó—. ¡Me vengaré de esto aunque sea lo último que haga en la vida!

— ¿Conseguiste vengarte de ella? — preguntó Parvati.

Hermione sonrió enigmáticamente y no respondió.

Hermione continuó recibiendo anónimos durante la semana siguiente, y, aunque siguió el consejo de Hagrid y dejó de abrirlos, varios de ellos eran vociferadores, así que estallaron en la mesa de Gryffindor y le gritaron insultos que oyeron todos los que estaban en el Gran Comedor. Hasta los que no habían leído Corazón de bruja se enteraron de todo lo relativo al supuesto triángulo amoroso Harry-Hermione-Krum.

— Jo, yo pensaba que era todo verdad — admitió una chica de sexto. — Para una vez que hay un rumor interesante, resulta ser mentira…

— Si quieres rumores interesantes, pregúntale a tu novio con quién estaba hace dos noches — replicó una Ravenclaw.

— ¿Cómo?

La primera cruzó miradas con un chico, que parecía aterrorizado, al tiempo que más de medio comedor se giraba para mirarlos entre susurros, risitas y silbidos.

— ¿Qué quieres decir con eso? — La de sexto increpó a la Ravenclaw, que tenía aspecto de estar disfrutando el caos que acababa de generar.

— Solo digo que los rumores cuentan que tu querido Henry estaba muy ocupado la otra noche en un armario del quinto piso con… — dirigió la mirada hacia la izquierda, donde una chica pelirroja parecía tan aterrorizada como el tal Henry.

— ¡Te voy a matar!

Los profesores tardaron casi diez minutos en conseguir que la chica de sexto dejara de lanzarle maleficios a su ahora exnovio. Cuando al fin soltaba la varita, se liaba a patadas con quien tuviera cerca. Un par de maleficios también cayeron sobre la pelirroja, cuyo cabello se puso de un verde chillón extremadamente feo.

Finalmente, la señora Pomfrey tuvo que llevar a la enfermería al exnovio y a la ex-pelirroja, que no dejaba de llorar. Mientras tanto, el profesor Flitwick se llevaba a la chica de sexto haciéndola levitar. Los gritos no cesaron hasta que la comitiva salió por las puertas del comedor.

— ¿Qué hechizo ha usado en ese tipo? — preguntó Ron, asombrado. — ¿Habéis visto las pústulas que le han salido en la cara?

— Creo que sé cuál es — dijo Hermione vagamente.

Costó un poco que la gente dejara de comentar entre risitas lo que acababan de ver. Cuando los ánimos se hubieron calmado un poco, el director pidió silencio.

— Continúe, por favor — le indicó a la niña de primero, que asintió y siguió leyendo.

Harry estaba harto de explicar a todo el mundo que Hermione no era su novia.

Ya pasará —le dijo a Hermione—. Basta con que no hagas caso... La gente terminó por aburrirse de lo que ella escribió sobre mí.

— Es que leer la misma historia siempre acaba cansando — se oyó decir a alguien de séptimo.

— Pues de lo que se inventó sobre Harry siendo un loco y mintiendo sobre el regreso de Quien-Tú-Sabes todavía no os ha cansado, y han pasado meses — replicó Fred.

El chico de séptimo se quedó algo cortado. Muchos otros intercambiaron miradas nerviosas.

¡Tengo que enterarme de cómo logra escuchar las conversaciones privadas cuando se supone que tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio! —contestó Hermione irritada.

— Seguro que tiene una capa invisible — dijo Justin.

Su propuesta no tuvo ningún éxito entre sus compañeros.

— Tiene que ser otra cosa — decía Terry Boot, pensativo.

Hermione se quedó al término de la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para preguntarle algo al profesor Moody. El resto de la clase estaba deseando marcharse: Moody les había puesto un examen de desvío de maleficios tan duro que muchos de ellos sufrían pequeñas heridas. Harry padecía un caso agudo de orejas bailonas, y tenía que sujetárselas con las manos mientras salía de clase.

La mayoría de alumnos se reía a costa de Harry. Umbridge, sin embargo, no se lo tomó muy bien.

— ¿Los alumnos salieron del examen con heridas? — exclamó. — Por eso es preferible utilizar únicamente un enfoque teórico en Defensa Contra las Artes Oscuras.

Algunos protestaron, pero Umbridge no les hizo ni caso.

Bueno, ¡por lo menos está claro que Rita no usó una capa invisible! —dijo Hermione jadeando cinco minutos más tarde, cuando alcanzó a Ron y Harry en el vestíbulo y le apartó a éste una mano de la oreja bailona para que pudiera oírla—. Moody dice que no la vio por ningún lado durante la segunda prueba, ni cerca de la mesa del tribunal ni cerca del lago.

Justin pareció decepcionado.

¿Serviría de algo pedirte que lo olvidaras, Hermione? —le preguntó Ron.

¡No! —respondió ella testarudamente—. ¡Tengo que saber cómo escuchó mi conversación con Viktor! ¡Y cómo averiguó lo de la madre de Hagrid!

— Es como si pudiera estar en todas partes al mismo tiempo — dijo Lavender, estremeciéndose.

— ¿Y si está aquí ahora? — saltó Parvati.

— No lo está — le aseguró Hermione. Como no explicó nada, ambas chicas se quedaron muy confusas.

A lo mejor te ha pinchado —dijo Harry.

¿Pinchado? —repitió Ron sin entender—. ¿Qué quieres decir, que le ha clavado alfileres?

Los hijos de muggles se echaron a reír. Colin y Dennis se partían de risa. Los demás parecieron tan confusos como lo había estado Ron un año atrás.

— ¿Los muggles se pinchan? — repitió un chico de tercero. — No lo entiendo.

Harry explicó lo que eran los micrófonos ocultos y los equipos de grabación. Ron lo escuchaba fascinado, pero Hermione los interrumpió:

Pero ¿es que no leeréis nunca Historia de Hogwarts?

— ¡No han explicado lo que es pinchar! — se quejó una chica de segundo.

Hermione abrió la boca, pero la profesora Burbage, de Estudios Muggle, se le adelantó. Hizo una explicación rápida sobre los métodos de escucha muggle y algunos parecieron muy interesados.

¿Para qué? —repuso Ron—. Si tú te la sabes de memoria... Sólo tenemos que preguntarte.

Hermione rodó los ojos.

Todos esos sustitutos de la magia que usan los muggles (electricidad, informática, radar y todas esas cosas) no funcionan en los alrededores de Hogwarts porque hay demasiada magia en el aire. No, Rita está usando la magia para escuchar a escondidas. Si pudiera averiguar lo que es... ¡Ah, y si es ilegal, la tendré en mis redes!

Esta vez, más gente vio la sonrisita de Hermione.

— Estoy segura de que era algo ilegal y de que Hermione la pilló — dijo Katie, que también había notado la expresión de Hermione.

¿No tenemos ya bastantes motivos de preocupación, para emprender también una vendetta contra Rita Skeeter? —le preguntó Ron.

¡No te estoy pidiendo ayuda! —replicó Hermione—. ¡Me basto yo sola!

Subió por la escalinata de mármol sin volver la vista atrás. Harry estaba seguro de que iba a la biblioteca.

— Cómo no — bufó Zacharias Smith.

¿Qué te apuestas a que vuelve con una caja de insignias de «Odio a Rita Skeeter»? —comentó Ron.

Eso hizo reír a muchos. Hermione, sin embargo, soltó un gruñido y miró mal a Ron.

Hermione no les pidió que la ayudaran en su venganza contra Rita Skeeter, algo que ambos le agradecían porque el trabajo se amontonaba en los días previos a la semana de Pascua. Harry se maravillaba de que Hermione fuera capaz de investigar medios mágicos de escucha además de cumplir con todo lo que tenían que hacer para clase.

— No sé cómo lo hace — dijo Ron. — En tercero tenía el giratiempo, ¿pero y el resto de cursos?

— Se llama aprender a organizarse, y te vendría muy bien — replicó Hermione. Ron rodó los ojos.

Él trabajaba muchísimo sólo para conseguir terminar los deberes, aunque también se ocupaba de enviar a Sirius regularmente paquetes de comida a la cueva de la montaña. Después del último verano, sabía muy bien lo que era pasar hambre.

Sirius soltó un gruñido.

— No volverás a saberlo nunca más — dijo con fiereza. — Esos malditos Dursley…

No era el único que insultaba a los Dursley por lo bajo. La expresión de Lupin se había tornado bastante amarga, y varios profesores habían intercambiado miradas significativas.

Harry deseaba que no se volviera a mencionar a los Dursley. Durante un momento, se imaginó lo que pasaría cuando leyeran todo lo relativo a los dementores… Por lo menos serviría para limpiar su nombre, pensó con amargura.

Le incluía notas diciéndole que no ocurría nada extraordinario y que continuaban esperando la respuesta de Percy.

Hedwig no volvió hasta el final de las vacaciones de Pascua. La carta de Percy iba adjunta a un paquete con huevos de Pascua que enviaba la señora Weasley. Tanto el huevo de Ron como el de Harry parecían de dragón, y estaban rellenos de caramelo casero. El de Hermione, en cambio, era más pequeño que un huevo de gallina.

Hubo murmullos.

— ¿A la madre de Weasley no le cae bien Granger? — se oyó preguntar a alguien de segundo.

— No es eso — se apresuró a decir la señora Weasley, cuyas mejillas se estaban tornando rosadas a un ritmo alarmante. — Tenía información errónea, eso es todo.

Al verlo se quedó decepcionada.

¿Tu madre no leerá por un casual Corazón de bruja? —preguntó en voz baja.

Sí —contestó Ron con la boca llena de caramelo—. Lo compra por las recetas de cocina.

Hermione miró con tristeza su diminuto huevo.

Todos lo entendieron en ese momento.

— Hasta la señora Weasley se creyó las mentiras de Skeeter — bufó Wood.

— Por supuesto, ya nunca volveré a creer nada que esa mujer publique — dijo la señora Weasley con firmeza.

¿No queréis ver lo que ha escrito Percy? —dijo Harry.

La carta de Percy era breve y estaba escrita con verdadero mal humor:

— Qué sorpresa — dijo Fred con sarcasmo.

Como constantemente declaro a El Profeta, el señor Crouch se está tomando un merecido descanso. Envía regularmente lechuzas con instrucciones. No, en realidad no lo he visto, pero creo que puedo estar seguro de conocer la letra de mi superior. Ya tengo bastante que hacer en estos días aparte de intentar sofocar esos ridículos rumores. Os ruego que no me volváis a molestar si no es por algo importante. Felices Pascuas.

— Caray, se nota que te encanta relacionarte con tu familia, ¿eh? — bufó Roger Davies.

— Qué simpático — ironizó una chica de séptimo.

Percy se había puesto muy tenso.

— Bueno, ahora sabes que sí que era importante — le dijo Ron. Percy asintió, aunque no se atrevió a mirarle a la cara.

Otros años, en primavera, Harry se entrenaba a fondo para el último partido de la temporada. Aquel año, sin embargo, era la tercera prueba del Torneo de los tres magos la que necesitaba prepararse, pero seguía sin saber qué tenía que hacer. Finalmente, en la última semana de mayo, al final de una clase de Transformaciones, lo llamó la profesora McGonagall.

Esta noche a las nueve en punto tienes que ir al campo de quidditch —le dijo—. El señor Bagman se encontrará allí para hablaros de la tercera prueba.

— ¿Solo os dieron un mes para prepararla? — exclamó Parvati.

— Era tiempo más que suficiente — le aseguró la profesora McGonagall.

De forma que aquella noche, a las ocho y media, dejó a Ron y Hermione en la torre de Gryffindor para acudir a la cita. Al cruzar el vestíbulo se encontró con Cedric, que salía de la sala común de Hufflepuff.

Como siempre que se mencionaba a Cedric, el ambiente se volvió más sobrio. Sin embargo, a Harry le agradó notar que ya no era como antes. Las primeras veces que Cedric había aparecido en la lectura, todo el comedor se había quedado en silencio y la tensión había sido insoportable. Ahora todos estaban mucho más relajados.

¿Qué crees que será? —le preguntó a Harry, mientras bajaba con él la escalinata de piedra y salían a la oscuridad de una noche encapotada—. Fleur no para de hablar de túneles subterráneos: cree que tendremos que encontrar un tesoro.

— Eso habría sido genial — dijo Charlie.

— Creo que Madame Maxime vio a Hagrid cavar y sacó esa conclusión — dijo Angelina al mismo tiempo.

Fleur ni confirmó ni desmintió lo dicho.

Eso no estaría mal —dijo Harry, pensando que sencillamente le pediría a Hagrid un escarbato para que hiciera el trabajo por él.

— Bien pensado — rió Hagrid.

Bajaron por la oscura explanada hasta el estadio de quidditch, entraron a través de una abertura en las gradas y salieron al terreno de juego.

¿Qué han hecho? —exclamó Cedric indignado, parándose de repente.

El campo de quidditch ya no era llano ni liso: parecía que alguien había levantado por todo él unos muros largos y bajos, que serpenteaban y se entrecruzaban en todos los sentidos.

Wood puso cara de dolor.

— Menos mal que lo dejaron como si nada después de la prueba — dijo.

Todos los fans del quidditch estaban de acuerdo con él.

¡Son setos! —dijo Harry, inclinándose para examinar el que tenía más cerca.

¡Eh, hola! —los saludó una voz muy alegre.

Ludo Bagman estaba con Krum y Fleur en el centro del terreno de juego. Harry y Cedric se les acercaron franqueando los setos. Fleur sonrió a Harry: su actitud hacia él había cambiado por completo desde que había rescatado a su hermana del lago.

A Harry le pareció escuchar a alguien llamar "falsa" a Fleur, pero fue incapaz de saber quién fue.

Bueno, ¿qué os parece? —dijo Bagman contento, cuando Harry y Cedric pasaron el último seto—. Están creciendo bien, ¿no? Dentro de un mes Hagrid habrá conseguido que alcancen los seis metros. No os preocupéis —añadió sonriente, viendo la expresión de tristeza de Harry y Cedric—, ¡en cuanto la prueba finalice vuestro campo de quidditch volverá a estar como siempre!

— Habríamos puesto una queja en el ministerio si no lo hubieran arreglado — gruñó Wood.

Fudge parecía muy satisfecho de haber esquivado esa disputa.

Bien, supongo que ya habréis adivinado en qué consiste la prueba, ¿no?

Pasó un momento sin que nadie hablara. Luego dijo Krum:

Un «laberrinto».

¡Eso es! —corroboró Bagman—. Un laberinto. La tercera prueba es así de sencilla: la Copa de los tres magos estará en el centro del laberinto. El primero en llegar a ella recibirá la máxima puntuación.

— Entonces, ¿de qué sirven las pruebas anteriores? — preguntó una chica de primero. — Si el que llegue primero a la copa gana, todo lo demás es irrelevante.

— Las demás pruebas afectaban el orden en el que los campeones entraban al laberinto — le explicó la profesora McGonagall. — Los campeones con más puntuación entraban antes, por lo que tenían más posibilidades de llegar antes a la copa.

¿Simplemente tenemos que «guecogueg» el «labeguinto»? —preguntó Fleur.

Sí, pero habrá obstáculos —dijo Bagman, dando saltitos de entusiasmo—.Hagrid está preparando unos cuantos bichejos...

— ¡Los escregutos! — exclamó Colin.

Hagrid sonrió.

y tendréis que romper algunos embrujos... Ese tipo de cosas, ya os imagináis. Bueno, los campeones que van delante en puntuación saldrán los primeros. —Bagman dirigió a Cedric y Harry una amplia sonrisa—. Luego entrará el señor Krum... y al final la señorita Delacour. Pero todos tendréis posibilidades de ganar: eso dependerá de lo bien que superéis los obstáculos. Parece divertido, ¿verdad?

— No mucho — murmuró Neville, a quien solo la descripción ya parecía ponerle nervioso.

Harry, que conocía de sobra el tipo de animales que Hagrid buscaría para una ocasión como aquélla, pensó que no resultaría precisamente divertido. Sin embargo, como los otros campeones, asintió por cortesía.

— Al menos ibas con ventaja. Ya conocías los escregutos — dijo Ginny.

— Y menos mal — replicó Harry, que no dejaba de pensar en lo enorme que había sido aquel.

Muy bien. Si no tenéis ninguna pregunta, volveremos al castillo. Está empezando a hacer frío...

Bagman alcanzó a Harry cuando salían del laberinto. Tuvo la impresión de que iba a volver a ofrecerle ayuda, pero justo entonces Krum le dio a Harry unas palmadas en el hombro.

¿«Podrríamos hablarr»?

Sí, claro —contestó Harry, algo sorprendido.

También estaban sorprendidos muchos en el comedor.

¿Te «imporrta» si caminamos juntos?

No.

Bagman parecía algo contrariado.

Te espero, ¿quieres, Harry?

No, no hace falta, señor Bagman —respondió Harry reprimiendo una sonrisa—. Podré volver yo solo, gracias.

— Creo que Bagman tenía miedo de que Krum intentara sabotear a Harry — dijo Seamus.

— Yo no harría eso — gruñó Krum.

— Entonces, ¿para qué querías hablar con él a solas? — preguntó una chica de tercero, pero Viktor no contestó.

Harry y Krum dejaron juntos el estadio, pero Krum no tomó la dirección del barco de Durmstrang. En vez de eso, se dirigió hacia el bosque.

¿Por qué vamos por aquí? —preguntó Harry al pasar ante la cabaña de Hagrid y el iluminado carruaje de Beauxbatons.

No «quierro» que nadie nos oiga —contestó simplemente Krum.

— Tienes que admitir que suenas muy sospechoso — dijo Bill con una sonrisa.

Krum se encogió de hombros.

— No lo niego.

Cuando por fin llegaron a un paraje tranquilo, a escasa distancia del potrero de los caballos de Beauxbatons, Krum se detuvo bajo los árboles y se volvió hacia Harry.

«Quisierra saberr» —dijo, mirándolo con el entrecejo fruncido— si hay algo «entrre» tú y Herr... mío... ne.

Hermione soltó un gritito ahogado y se puso muy colorada. Ron también se puso rojo, pero no por el mismo motivo. Mientras tanto, Fleur le daba a Krum palmaditas en el hombro, dándole ánimos.

Harry, a quien la exagerada reserva de Krum le había hecho creer que hablaría de algo mucho más grave, lo miró asombrado.

Nada —contestó. Pero Krum siguió mirándolo ceñudo, y Harry, que volvía a sorprenderse de lo alto que parecía Krum a su lado,

— No es tan alto — bufó Ron.

— Quizá para ti — replicó Ginny. — Larguirucho.

— Enana.

Ginny resopló y lo miró mal.

tuvo que explicarse—: Somos amigos. No es mi novia y nunca lo ha sido. Todo se lo ha inventado esa Skeeter.

Herr... mío... ne habla mucho de ti —dijo Krum, mirándolo con recelo.

Hermione estaba cada vez más roja. Entre los alumnos, las risitas cada vez eran menos disimuladas. Krum evitaba la mirada de Hermione.

Sí —admitió Harry—, porque somos amigos.

No acababa de creer que estuviera manteniendo aquella conversación con Viktor Krum, el famoso jugador internacional de quidditch. Era como si Krum, con sus dieciocho años, lo considerara a él, a Harry, un igual... un verdadero rival.

Krum frunció el ceño.

— ¿Por qué estabas tan sorprrendido?

— Para ser alguien que ha derrotado a un basilisco con una espada, tienes la autoestima algo baja, ¿no? — dijo una chica de séptimo.

Harry no supo qué contestar.

«Vosotrros» nunca... «vosotrros» no...

No —dijo Harry con firmeza.

Krum parecía algo más contento.

— Ay, qué mono — gimió Lavender.

— Y lo dejaste escapar — dijo Parvati, dirigiéndose a Hermione, que abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua antes de decidir que era mejor quedarse en silencio.

Miró a Harry durante unos segundos y luego le dijo:

Vuelas muy bien. Te vi en la «prrimerra prrueba».

Gracias —contestó, sonriendo de oreja a oreja y sintiéndose de pronto mucho más alto—. Yo te vi en los Mundiales de Quidditch. El amago de Wronski... la verdad es que tú...

— ¡Sois adorables! — exclamó Katie. — Haciéndoos cumplidos después de la tensión, ¡qué monos!

— Ojalá todo el mundo resolviera sus diferencias así de bien — dijo Angelina. Le lanzó una mirada de reojo a Fred y George antes de añadir: — En vez de cambiarle las varitas a la gente por varitas de goma a modo de venganza.

— Eh, que nosotros estábamos aquí en silencio, tan tranquilos — se quejó George.

— Además, Marsh se lo merecía — añadió Fred.

Un chico de sexto los miró muy mal.

Pero algo se movió tras los árboles, y Harry, que tenía alguna experiencia del tipo de cosas que se escondían en el bosque, agarró a Krum instintivamente del brazo y tiró de él.

¿Qué ha sido eso?

— ¡Está protegiendo a Krum! — dijo una chica de cuarto, emocionada.

— Que se olviden de Granger y se queden ellos dos juntos — replicó otra, y ambas se deshicieron en risitas.

Harry no les hizo ni caso. Krum, tampoco.

Harry negó con la cabeza, mirando al lugar en que algo se había movido, y metió la mano en la túnica para coger la varita. Al instante, de detrás de un alto roble salió tambaleándose un hombre. Harry tardó un momento en darse cuenta de que se trataba del señor Crouch.

Hubo jadeos. Los adultos inmediatamente se pusieron más serios que antes.

Por su aspecto se habría dicho que llevaba días de un lado para otro: a la altura de las rodillas, la túnica estaba rasgada y ensangrentada; tenía la cara llena de arañazos, sin afeitar y con señales de agotamiento, y tanto el cabello como el bigote, habitualmente impecables, reclamaban un lavado y un corte.

— ¿Llevaba días dando vueltas por el bosque? — preguntó Marietta.

— No creo que estuviera en el bosque todo el tiempo — respondió Cho, pensativa. — Alguien lo habría visto, ¿no? Los centauros se lo habrían contado a Hagrid.

— O las tarántulas — añadió Padma con un escalofrío.

Su extraña apariencia, sin embargo, no era tan llamativa como la forma en que se comportaba: murmuraba y gesticulaba, como si hablara con alguien que sólo él veía.

— ¿Había alguien invisible? — exclamó Dennis.

— No — replicó Harry, causando más confusión.

A Harry le recordó un viejo mendigo que había visto en una ocasión, cuando había acompañado a los Dursley a ir de compras. También aquel hombre conversaba vehementemente con el aire. Tía Petunia había cogido a Dudley de la mano y habían cruzado la calle para evitarlo. Luego tío Vernon dedicó a la familia una larga diatriba sobre lo que él haría con mendigos y vagabundos.

— Pues tendría que escuchar mi diatriba sobre lo que haría yo con él — gruñó Sirius. No se le había pasado el cabreo con ellos.

¿No es uno de los «miembrros» del «trribunal»? —preguntó Krum, mirando al señor Crouch—. ¿No es del «Ministerrio»?

Harry asintió y, tras dudar por un momento, caminó lentamente hacia el señor Crouch, que, sin mirarlo, siguió hablando con un árbol cercano:

... y cuando hayas acabado, Weatherby, envíale a Dumbledore una lechuza confirmándole el número de alumnos de Durmstrang que asistirán al Torneo. Karkarov acaba de comunicarme que serán doce...

Percy dio un respingo en el asiento al escuchar eso.

— Ni siquiera estando chiflado se aprendió el nombre de Weasley — rió Malfoy.

Señor Crouch... —dijo Harry con cautela.

... y luego envíale otra lechuza a Madame Máxime, porque tal vez quiera traer a algún alumno más, dado que Karkarov ha completado la docena... Hazlo, Weatherby, ¿querrás? ¿Querrás? —El señor Crouch tenía los ojos desmesuradamente abiertos.

— Qué mal rollo — dijo Seamus.

Percy parecía horrorizado. Harry vio a Charlie darle un par de palmaditas en la espalda y a Wood ponerle la mano en el hombro.

Siguió allí de pie mirando al árbol, moviendo la boca sin pronunciar una palabra. Luego se tambaleó hacia un lado y cayó de rodillas.

¡Señor Crouch! —exclamó Harry—, ¿se encuentra bien?

— Obviamente no — dijo Zacharias Smith.

Los ojos le daban vueltas. Harry miró a Krum, que lo había seguido hasta los árboles y observaba a Crouch asustado.

¿Qué le pasa?

Ni idea —susurró Harry—. Será mejor que vayas a buscar a alguien...

En ese momento, las puertas del comedor se abrieron y por ellas entraron la señora Pomfrey y el profesor Flitwick. Tras ellos venían la chica de sexto que se había puesto a lanzar maldiciones, su exnovio y la chica que solía ser pelirroja. Ya no tenía el pelo verde, pero tampoco había recuperado su color natural: ahora estaba de un amarillo paja bastante extraño.

Todos regresaron a sus asientos, los alumnos sin cruzar ni una sola mirada entre sí. Flitwick le susurró algo a Dumbledore antes de sentarse de nuevo.

Dumbledore asintió y le hizo una señal a la chica de primero para que siguiera leyendo.

¡A Dumbledore! —dijo el señor Crouch con voz ahogada. Agarró a Harry de la tela de la túnica y lo atrajo hacia él, aunque los ojos miraban por encima de su cabeza—. Tengo... que ver... a Dumbledore...

De acuerdo —contestó Harry—. Si se levanta usted, señor Crouch, podemos ir al...

— ¿Alguien me explica qué está pasando? — habló la chica de sexto en voz alta. Aunque solo se acababan de leer dos frases, parecía extremadamente confusa. — ¿De dónde ha salido Crouch? ¿Y qué hace en el suelo?

Una amiga se inclinó para contarle en susurros todo lo que se había perdido.

He hecho... idioteces... —musitó el señor Crouch. Parecía realmente trastornado: los ojos se le movían desorbitados, y un hilo de baba le caía de la barbilla. Cada palabra que pronunciaba parecía costarle un terrible esfuerzo—. Tienes que... decirle a Dumbledore...

— Habría acabado antes si te hubiera dicho a ti todo lo que tenía que decirle a Dumbledore — se quejó Seamus.

Harry no podía estar más de acuerdo.

Levántese, señor Crouch —le indicó Harry en voz alta y clara—. ¡Levántese y lo llevaré hasta Dumbledore!

El señor Crouch dirigió los ojos hacia él.

¿Quién... eres? —susurró.

Soy alumno del colegio —contestó Harry, mirando a Krum en busca de ayuda, pero éste se mostraba indeciso y nervioso.

— Como para no estarlo — dijo Angelina. — Tengo los pelos de punta.

No era la única. La repentina locura del señor Crouch había dejado a todos muy inquietos.

¿No eres de... él? —preguntó Crouch, y se quedó con la mandíbula caída.

No —respondió, sin tener la más leve idea de lo que quería decir Crouch.

¿De Dumbledore...?

Sí.

— No entiendo nada — admitió Neville.

— Yo tampoco — le dijo Dean.

Crouch tiraba de él hacia sí. Harry trató de soltarse, pero lo agarraba con demasiada fuerza.

Avisa a... Dumbledore...

Traeré a Dumbledore si me suelta —le dijo Harry—. Suélteme, señor Crouch, e iré a buscarlo.

— Bien, bien… — murmuraba Parvati, nerviosa.

Gracias, Weatherby. Y, cuando termines, me tomaría una taza de té. Mi mujer y mi hijo no tardarán en llegar. Vamos a ir esta noche a un concierto con Fudge y su señora. —Crouch hablaba otra vez con el árbol, completamente ajeno de Harry, que se sorprendió tanto que no notó que lo había soltado—.

— ¿Le está hablando a Percy sobre su hijo? Madre mía, tenía el cerebro frito — dijo Tonks, asombrada.

Lupin asintió solemnemente. Moody tampoco parecía nada contento.

Sí, mi hijo acaba de sacar doce TIMOS, muy pero que muy bien, sí, gracias, sí, sí que me siento orgulloso. Y ahora, si me puedes traer ese memorándum del ministro de Magia de Andorra, creo que tendré tiempo de redactar una respuesta...

¡Quédate con él! —le dijo Harry a Krum—. Yo traeré a Dumbledore. Puedo hacerlo más rápido, porque sé dónde está su despacho...

— Quizá tendrrías que haberrte quedado tú — dijo Krum. — A lo mejor habrrías tenido más suerrte que yo.

Muchos no entendieron eso.

Está loco —repuso Krum en tono dubitativo, mirando a Crouch, que seguía hablando atropelladamente con el árbol, convencido de que era Percy.

Percy todavía miraba hacia el libro con una expresión llena de horror e incredulidad. Wood le revolvió el pelo y fue muestra de lo desconcertado que estaba Percy que ni siquiera se enfadó porque lo despeinaran.

Quédate con él —repitió Harry comenzando a levantarse, pero su movimiento pareció desencadenar otro cambio repentino en el señor Crouch, que lo agarró fuertemente de las rodillas y lo tiró al suelo.

¡No me... dejes! —susurró, con los ojos de nuevo desorbitados—. Me he escapado... Tengo que avisar... tengo que decir... ver a Dumbledore... Ha sido culpa mía, sólo mía... Bertha... muerta... sólo culpa mía... mi hijo... culpa mía... Tengo que decírselo a Dumbledore... Harry Potter... el Señor Tenebroso... más fuerte... Harry Potter...

— ¡Joder! — exclamó Dean. — En serio, ¡qué mal rollo!

El ambiente en el comedor se había tensado bastante y Harry notaba un deje de histeria en las expresiones de más de una persona.

— A ver, a ver. Vamos a analizar todo lo que acaba de decir — dijo Kingsley en voz alta. Su voz grave y serena hizo que muchos le prestaran atención. — En primer lugar, menciona a Bertha.

— Y que está muerta — añadió Sirius.

— Lo cual concuerda con el sueño de Harry — siguió Tonks.

— Y menciona al Señor Tenebroso, más fuerte, a su hijo, y a Harry — dijo Kingsley. — ¿Le suena de algo todo eso, señor ministro?

Fudge se había puesto verde.

— Solo son… falacias, tonterías de un loco…

Pero estaba claro que ni Fudge se lo creía. Viendo que su jefe titubeaba, Umbridge tomó las riendas.

— No saquemos conclusiones precipitadas. Continúe leyendo — le ordenó a la niña de primero, que obedeció de inmediato.

¡Le traeré a Dumbledore si usted deja que me vaya, señor Crouch! —replicó Harry. Miró nervioso a Krum—. Ayúdame, ¿quieres?

Como de mala gana, Krum avanzó y se agachó al lado del señor Crouch.

— A nadie le haría gracia acercarse a un loco — dijo un chico de segundo.

Que no se mueva de aquí —dijo Harry, liberándose del señor Crouch—. Volveré con Dumbledore.

Date prisa —le gritó Krum mientras Harry se alejaba del bosque corriendo y atravesaba los terrenos del colegio, que estaban sumidos en la oscuridad.

Bagman, Cedric y Fleur habían desaparecido. Subió como un rayo la escalinata de piedra, atravesó las puertas de roble y se lanzó por la escalinata de mármol hacia el segundo piso. Cinco minutos después se precipitaba hacia una gárgola de piedra que decoraba el vacío corredor.

— ¿Cinco minutos? Tardaste mucho — se quejó un niño de primero.

— ¿Sabes lo lejos que está el despacho de Dumbledore de la cabaña de Hagrid? — bufó Harry.

«¡Sor... sorbete de limón!» —dijo jadeando.

Era la contraseña de la oculta escalera que llevaba al despacho de Dumbledore. O al menos lo había sido dos años antes, porque evidentemente había cambiado, ya que la gárgola de piedra no revivió ni se hizo a un lado, sino que permaneció inmóvil, dirigiendo a Harry su aterrorizadora mirada.

Se oyeron varios "Oh, no" y alguien dijo "Mal momento para no saber la contraseña".

¡Muévete! —le gritó Harry—. ¡Vamos!

— No creo que eso funcione — dijo McLaggen.

Pero en Hogwarts las cosas no se movían simplemente porque uno les gritara: sabía que no le serviría de nada. Miró a un lado y otro del oscuro corredor. Quizá Dumbledore estuviera en la sala de profesores. Se precipitó a la carrera hacia la escalera.

¡POTTER!

Snape acababa de salir de la escalera oculta tras la gárgola de piedra. El muro se cerraba a sus espaldas mientras hacía señas a Harry para que fuera hacia él.

— Por qué será que dudo que Snape fuera de mucha ayuda en ese momento — gruñó Charlie.

¿Qué hace aquí, Potter?

¡Tengo que hablar con el profesor Dumbledore! —respondió, retrocediendo por el corredor y resbalando un poco al pararse en seco delante de Snape—. Es el señor Crouch... Acaba de aparecer... Está en el bosque... Pregunta...

Pero ¿qué está diciendo? —exclamó Snape. Los ojos negros le brillaban—. ¿Qué tonterías son ésas?

— Era obvio que era algo importante — bufó Sirius. — ¿Qué te costaba llamar a Dumbledore?

— No acostumbro a llamar al director por tonterías — replicó Snape con desdén.

— No era ninguna tontería — fue la profesora McGonagall quien habló. Le lanzaba a Snape una mirada severa.

— Pero yo eso no lo sabía. Solo vi a Potter gritando cosas sin sentido.

¡El señor Crouch! —gritó—. ¡El del Ministerio! ¡Está enfermo o algo parecido...! Está en el bosque y quiere ver a Dumbledore. ¡Por favor, deme la contraseña!

El director está ocupado, Potter —dijo Snape curvando sus delgados labios en una desagradable sonrisa.

— Ahora no puedes decir que no lo sabías — McGonagall estaba furiosa. — Hablaremos de esto, Severus. Hablaremos de muchas cosas.

Snape no contestó. Por la expresión amarga de su rostro, estaba claro que había aceptado que en su destino próximo tendría una buena regañina por parte de casi todo el claustro.

¡Tengo que decírselo a Dumbledore! —gritó.

¿No me ha oído, Potter?

Harry hubiera jurado que Snape disfrutaba al negarle lo que le pedía en un momento en el que estaba tan asustado.

— Disfrutas haciendo pasarlo mal a adolescentes, ¿eh? Muy maduro por tu parte — gruñó Sirius.

— No eres quién para hablarme de madurez — replicó Snape, entrecerrando los ojos.

— Ninguno de los dos puede hablar de ese tema — interrumpió la señora Weasley. A Harry le sorprendió mucho verla tan enfadada. — Así que dejad de discutir para que pueda continuar la lectura.

Ambos hombres cerraron la boca.

Mire —le dijo enfadado—, Crouch no está bien... Está... está como loco... Dice que quiere advertir...

Tras Snape se volvió a abrir el muro. Apareció Dumbledore con una larga túnica verde y expresión de ligera extrañeza.

¿Hay algún problema? —preguntó, mirando a Harry y Snape.

— Muchos — murmuró Harry.

¡Profesor! —dijo Harry, adelantándose a Snape—. El señor Crouch está aquí. ¡Está en el bosque, y quiere hablar con usted!

Harry esperaba que Dumbledore le hiciera preguntas pero, para alivio suyo, no fue así.

— Menos mal. El pobre Krum estaba solo con Crouch todo este tiempo, no podían retrasarse más — dijo una chica de séptimo.

Krum hizo una mueca y no dijo nada.

Llévame hasta allí —le indicó de inmediato, y fue tras él por el corredor dejando a Snape junto a la gárgola, que a su lado no parecía tan fea.

Hubo un "Ooooh" colectivo y al menos dos docenas de personas se echaron a reír a carcajadas, rompiendo momentáneamente la tensión acumulada en el comedor.

— ¡Lo ha llamado feo! — reía un chico de primero, doblado sobre sí mismo.

A Snape le brillaban los ojos de furia.

— Potter…

— Potter no dijo nada, solo lo pensó — le recordó la señora Pomfrey. — Así que no puedes castigarlo por ello.

La expresión de Snape era como si se hubiera tragado una botella de pus de bubotubérculo entera.

¿Qué ha dicho el señor Crouch, Harry? —preguntó Dumbledore cuando bajaban apresuradamente por la escalinata de mármol.

Dice que quiere advertirle... Dice que ha hecho algo terrible... Menciona a su hijo... y a Bertha Jorkins... y... y a Voldemort... Dice algo de que Voldemort se hace fuerte...

¿De veras? —dijo Dumbledore, y apresuró el paso para atravesar los terrenos sumidos en completa oscuridad.

— Solo son tonterías — dijo Umbridge en voz alta.

— De eso nada — replicó Tonks.

No se comporta con normalidad —comentó Harry, corriendo al lado de Dumbledore—. No parece que sepa dónde está. Habla como si creyera que Percy Weasley está con él, y de repente cambia y pide verlo a usted... Lo he dejado con Viktor Krum.

¿Cómo? ¿Lo has dejado con Krum? —exclamó Dumbledore bruscamente, y comenzó a dar pasos aún más largos. Harry tuvo que correr para no quedarse atrás—. ¿Sabes si alguien más ha visto al señor Crouch?

— Parece que le preocupaba más que Krum estuviese solo en el bosque que el hecho de que Crouch estuviera majara — dijo McLaggen.

— Si Crouch estaba solo, no había riesgo de que le hiciera daño a nadie — explicó Dumbledore. — Si estaba con alguien, especialmente con algún alumno, el riesgo aumentaba.

Nadie —respondió—. Krum y yo estábamos hablando. El señor Bagman ya había acabado de explicarnos en qué consiste la tercera prueba, y nosotros nos quedamos atrás. Entonces vimos al señor Crouch salir del bosque.

¿Dónde están? —preguntó Dumbledore, cuando el carruaje de Beauxbatons se hizo visible.

Por ahí —contestó Harry adelantándose a Dumbledore y guiándolo por entre los árboles.

No se oía la voz de Crouch, pero sabía hacia dónde tenía que ir.

— No me gusta eso. Deberías poder oír su voz — dijo Susan Bones, preocupada.

— Seguro que se había fugado — dijo Ernie.

No era mucho más allá del carruaje de Beauxbatons... más o menos por aquella zona...

¡Viktor! —gritó Harry. No respondieron.

— Oh, ¿ya no es Krum? ¿Ahora es Viktor? — dijo la misma chica de tercero que antes, y ella y su amiga volvieron a reírse como un par de tontitas.

Los dejé aquí —explicó—. Tienen que estar por aquí...

¡Lumos! —dijo Dumbledore para encender la varita, y la mantuvo en alto.

El delgado foco de luz se desplazó de un oscuro tronco a otro, iluminando el suelo. Y al final hizo visible un par de pies.

Harry y Dumbledore se acercaron aprisa. Krum estaba tendido en el suelo del bosque. Parecía inconsciente.

Hubo jadeos y gritos ahogados.

— ¡Oh, no! — exclamó Alicia. — ¿Crouch le atacó?

— Seguro que sí — dijo Katie, que parecía preocupada a pesar de que habían pasado muchos meses desde entonces.

No había ni rastro del señor Crouch. Dumbledore se inclinó sobre Krum y le levantó un párpado con cuidado.

Está desmayado —dijo con voz suave. En las gafas de media luna brilló la luz de la varita cuando miró entre los árboles cercanos.

¿Voy a buscar a alguien? —sugirió Harry—. ¿A la señora Pomfrey?

No —dijo Dumbledore rápidamente—. Quédate aquí.

— Si solo está inconsciente, un simple enervate funcionará — dijo Percy en voz baja.

Harry contuvo las ganas de decirle que ya lo sabía.

Levantó en el aire la varita y apuntó con ella a la cabaña de Hagrid. Harry vio que algo plateado salía de ella a gran velocidad y atravesaba por entre los árboles como un pájaro fantasmal.

Muchos intercambiaron miradas curiosas, pero Dumbledore no explicó nada.

A continuación Dumbledore volvió a inclinarse sobre Krum, le apuntó con la varita y susurró:

¡Enervate!

Krum abrió los ojos. Parecía confuso. Al ver a Dumbledore trató de sentarse, pero él le puso una mano en el hombro y lo hizo permanecer tumbado.

¡Me atacó! —murmuró Krum, llevándose una mano a la cabeza—. ¡Me atacó el viejo loco! Estaba «mirrando» si venía Potter, y me atacó por «detrrás»!

— Menudo cobarde — gruñó Michael Corner.

— Me temo que la historia es mucho más complicada que un simple acto de cobardía — dijo Dumbledore. Su tono de voz, algo triste, hizo que muchos sintieran todavía más curiosidad por saber qué estaba pasando realmente con Crouch.

Descansa un momento —le indicó Dumbledore.

Oyeron un ruido de pisadas antes de ver llegar a Hagrid jadeando, seguido por Fang. Había cogido su ballesta.

¡Profesor Dumbledore! —exclamó con los ojos muy abiertos—. ¡Harry!, ¿qué...?

Hagrid, necesito que vayas a buscar al profesor Karkarov —dijo Dumbledore—. Han atacado a un alumno suyo. Cuando lo hayas hecho, ten la bondad de traer al profesor Moody.

— Seguro que Karkarov se tomó muy mal que atacaran a su querido Viktor — dijo Fred.

— No te haces una idea — respondió Harry.

No hará falta, Dumbledore —dijo una voz que era como un gruñido sibilante —. Estoy aquí.

Moody se acercaba cojeando, apoyándose en su bastón y con la varita encendida.

Maldita pierna —protestó furioso—. Hubiera llegado antes... ¿Qué ha pasado? Snape dijo algo de Crouch...

Snape frunció el ceño. Ni él ni ninguno de los que sabían la verdadera identidad de Moody dijeron nada.

¿Crouch? —repitió Hagrid sin comprender.

¡Hagrid, por favor, ve a buscar a Karkarov! —exclamó Dumbledore bruscamente.

Ah, sí... ya voy, profesor —dijo Hagrid, y se volvió y desapareció entre los oscuros árboles. Fang fue trotando tras él.

— Es la primera vez que veo a Dumbledore hablándole así a Hagrid — dijo Hannah, sorprendida.

— Era una situación delicada — replicó Hagrid.

No sé dónde estará Barty Crouch —le dijo Dumbledore a Moody—, pero es necesario que lo encontremos.

Me pondré a ello —gruñó Moody. Sacó la varita, y penetró en el bosque cojeando.

Dumbledore suspiró. La confusión entre los alumnos aumentaba.

Ni Dumbledore ni Harry volvieron a decir nada hasta que oyeron los inconfundibles sonidos de Hagrid y Fang, que volvían. Karkarov iba muy aprisa tras ellos. Llevaba su lustrosa piel plateada, y parecía nervioso y pálido.

¿Qué es esto? —gritó al ver en el suelo a Krum, y a Dumbledore y Harry a su lado—. ¿Qué pasa?

— Que a tu querido Viktor le han dejado K.O. — murmuró Ron.

¡Me ha atacado! —dijo Krum, incorporándose en aquel momento y frotándose la cabeza—. El «señorr Crrouch» o como se llame.

¿Que Crouch te atacó? ¿Que Crouch te atacó? ¿El miembro del tribunal?

Igor... —comenzó Dumbledore, pero Karkarov se había erguido, agarrándose las pieles con que se cubría.

— Esto va a ser bueno — le susurró Fred a George.

¡Traición! —gritó, señalando a Dumbledore—. ¡Es una confabulación! ¡Tú y tu Ministerio de Magia me habéis atraído con falsedades, Dumbledore! ¡No es una competición justa! ¡Primero cuelas a Potter en el Torneo, a pesar de que no tiene la edad! ¡Ahora uno de tus amigos del Ministerio intenta dejar fuera de combate a mi campeón!

— La verdad es que no me extraña que pensara todo eso — dijo Terry Boot. — Desde su punto de vista, todo favorecía a Hogwarts.

— Y no se equivocaba del todo — admitió Dumbledore. — Hogwarts jugaba con ventaja desde el inicio, pero no por decisión propia.

— ¿Está confesando que hizo trampa? — exclamó una chica de segundo.

— Personalmente, no. Yo no hice trampa — le aseguró Dumbledore. — Sin embargo, me temo que la honestidad faltó desde el comienzo del torneo, en todos los sentidos. Lo entenderéis cuando lleguemos al final del libro.

Harry no sabía si lo que pretendía Dumbledore era mantener a los alumnos atentos a la lectura o qué, pero, si era así, definitivamente lo estaba consiguiendo.

¡Todo este asunto huele a corrupción y a trampa, y tú, Dumbledore, tú, con el cuento de entablar lazos entre los magos de distintos países, de restablecer las antiguas relaciones, de olvidar las diferencias... mira lo que pienso de ti!

Karkarov escupió a los pies de Dumbledore.

Se oyeron gritos. Varios alumnos insultaron en ese momento a Karkarov, mientras que otros (principalmente de Slytherin) soltaban risotadas incrédulas. Dumbledore fingió no notarlo.

Con un raudo movimiento, Hagrid agarró a Karkarov por las pieles, lo levantó en el aire y lo estampó contra un árbol cercano.

¡Pida disculpas! —le ordenó, mientras Karkarov intentaba respirar con el puño de Hagrid en la garganta y los pies en el aire.

— ¡Bien, Hagrid!

— ¡Dale, dale!

— ¡Pégale!

— ¡Se lo merece!

— ¡Ha insultado a Dumbledore!

— ¡Vamos, Hagrid!

Las voces se solapaban unas con otras. Hagrid sonreía.

¡Déjalo, Hagrid! —gritó Dumbledore, con un destello en los ojos.

Hagrid retiró la mano que sujetaba a Karkarov al árbol, y éste se deslizó por el tronco y quedó despatarrado entre las raíces. Le cayeron algunas hojas y ramitas en la cabeza.

— Se lo merecía — declaró Lee Jordan.

Varias personas le dieron la razón.

¡Hagrid, ten la bondad de acompañar a Harry al castillo! —le dijo Dumbledore con brusquedad.

— Dumbledore estaba cabreado — murmuró Ron. Harry asintió.

Resoplando de furia, Hagrid echó una dura mirada a Karkarov.

Creo que sería mejor que me quedara aquí, director...

Llevarás a Harry de regreso al colegio, Hagrid —le repitió Dumbledore con firmeza—. Llévalo hasta la torre de Gryffindor. Y, Harry, quiero que no salgas de ella. Cualquier cosa que tal vez quisieras hacer... como enviar alguna lechuza... puede esperar a mañana, ¿me has entendido?

Eh... sí —dijo Harry, mirándolo. ¿Cómo había sabido Dumbledore que precisamente estaba pensando en enviar a Pigwidgeon sin pérdida de tiempo a Sirius contándole lo sucedido?

— No es que fuera precisamente difícil imaginarlo — dijo la profesora McGonagall.

Dejaré aquí a Fang, director —dijo Hagrid, sin dejar de mirar amenazadoramente a Karkarov, que seguía despatarrado al pie del árbol, enredado con pieles y raíces—. Quieto, Fang. Vamos, Harry.

— ¿Fang no era el perro cobarde? — preguntó un niño de primero. — ¿De qué sirve que lo dejaras allí, Hagrid? En caso de pelea, ¿no huiría?

— Estando Dumbledore allí, no — replicó Hagrid. — Fang puede ser un cobarde, pero es un cobarde leal.

Caminaron en silencio, pasando junto al carruaje de Beauxbatons, y luego subieron hacia el castillo.

Cómo se atreve —gruñó Hagrid cuando iban a la altura del lago—. Cómo se atreve a acusar a Dumbledore. Como si Dumbledore fuera a hacer algo así, como si él deseara tu entrada en el Torneo. Creo que nunca lo había visto tan preocupado como últimamente.

Con una punzada, Harry pensó que quizá Dumbledore no había estado preocupado por su seguridad en el torneo, sino por todas las señales que indicaban el posible regreso de Voldemort.

¡Y tú! —le dijo de pronto, enfadado, a Harry, que lo miraba desconcertado—. ¿Qué hacías paseando con ese maldito Krum? ¡Es de Durmstrang, Harry! ¿Y si te echa un maleficio? ¿Es que Moody no te ha enseñado nada? Imagina que te atrae a su propio...

— Yo no harría eso — volvió a decir Krum, mirando fijamente a Hagrid. — No juego sucio.

— Lo sé, lo sé. Perdona — se disculpó Hagrid.

¡Krum no tiene nada de malo! —replicó Harry mientras entraban en el vestíbulo—. No ha intentado echarme ningún maleficio. Sólo hemos hablado de Hermione.

Krum le hizo una señal a Harry con la cabeza que Harry interpretó correctamente como su forma de agradecer que lo defendiera.

También tendré unas palabras con ella —declaró Hagrid ceñudo, pisando fuerte en los escalones—. Cuanto menos tengáis que ver con esos extranjeros, mejor os irá. No se puede confiar en ninguno de ellos.

Pues tú te llevabas muy bien con Madame Máxime —señaló Harry, disgustado.

— ¡Eso, eso! — exclamó Sirius, divertido. — Qué rápido has cambiado de opinión.

Hagrid estuvo a punto de hacerle un gesto muy grosero con la mano, pero le echó una mirada de reojo a la profesora McGonagall y se contuvo.

¡No me hables de ella! —contestó Hagrid, y su aspecto se volvió amenazador por un momento—. ¡Ya la tengo calada! Trata de engatusarme para que le diga en qué va a consistir la tercera prueba. ¡Ja! ¡No hay que fiarse de ninguno!

— Pues tiene toda la pinta de que así era — susurró Parvati.

Hagrid estaba de tan mal humor que Harry se alegró de despedirse de él delante de la Señora Gorda. Traspasó el hueco del retrato para entrar en la sala común, y se apresuró a reunirse con Ron y Hermione para contarles todo lo ocurrido.

— En serio, no me extraña que siempre tengan temas para estar susurrando por las esquinas — dijo Lavender, al mismo tiempo que la niña de primero marcaba la página y cerraba el libro.

— Ese era el final — dijo, y bajó de la tarima en cuanto recibió un gesto de Dumbledore.

El director se puso en pie.

— Es hora de comer. Continuaremos leyendo dentro de una hora. Espero que estéis preparados.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: LUXERII 


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