El Sueño:
— Es hora de comer. Continuaremos leyendo dentro de una hora. Espero que estéis preparados.
El ambiente se llenó con el ruido de decenas de sillones siendo arrastrados al mismo tiempo. En menos de un minuto, la mitad del comedor se había vaciado al aprovechar los alumnos para ir a dar una vuelta, usar el baño y tomar un poco el aire. Harry podía oír trozos de conversaciones de la gente que pasaba cerca de él, y no le sorprendió nada que absolutamente todo el mundo estuviera hablando sobre Crouch. Pero cuando una chica de segundo pasó a su lado diciéndole a su amiga "¿Entonces después de comer vamos a leer lo que pasó de verdad con Diggory? ¡Me muero de ganas!" a Harry le entraron unas ganas desesperadas de salir de allí.
Y eso hizo. Le susurró a Ron y Hermione que necesitaba tomar el aire y se encaminó hacia las puertas del comedor. No le sorprendió nada, una vez fuera, darse cuenta de que ambos le habían seguido. Curiosamente, también venían con ellos Ginny, los gemelos, Neville y Luna.
A Harry no le molestó. De hecho, era mejor así, pensó, porque si algún crío de primero volvía a intentar hacerle preguntas incómodas, los gemelos lo pondrían en su sitio de inmediato.
Tuvieron que subir hasta el quinto piso para encontrar un baño libre. El grupo se dividió y los chicos entraron, y Harry se sintió muy aliviado cuando la puerta se cerró y el ruido del resto del colegio pareció desaparecer.
— Tendríamos que hacer más descansos — dijo Ron, desperezándose. — Me duele todo de estar tanto tiempo ahí sentado.
— Nadie te obliga a estar sentado — respondió Fred. — De hecho, a mí me parecería maravilloso que escucharas la lectura de pie.
— Solo quedan tres libros de nada — añadió George con una sonrisita. — No será para tanto.
Ron les hizo un gesto muy grosero con la mano (la señora Weasley le habría regañado por ello).
Harry se echó agua fría en la cara. Esperaba que no se le notase, pero empezaba a ponerse nervioso otra vez. También se sentía muy frustrado. Hacía más de una semana que sabía que, en algún momento, tendría que leer frente a todo el comedor lo sucedido la noche de la tercera prueba. Era consciente de ello, lo había asimilado. Entonces, ¿por qué notaba como si su estómago se estuviese retorciendo sobre sí mismo?
— ¿Va todo bien? — Neville sonaba algo preocupado.
Harry asintió.
— Claro. Sin problema.
Neville no parecía muy convencido, pero aceptó la mentira de Harry y no le presionó, cosa que Harry agradeció mucho.
— Piensa que ya queda menos — dijo Neville al cabo de unos segundos, rompiendo el silencio. — Hoy acabamos el cuarto. Ya llevamos más de la mitad. Y mañana empezaremos con el futuro, ¿no?
— No creo — fue Fred quien habló. — Todos los libros empiezan en verano. Supongo que leeremos todo lo que le pasó a Harry con los dementores.
Harry tenía sentimientos encontrados al respecto. Por un lado, deseaba que todos leyeran (y, específicamente, que Fudge y Umbridge supieran) que de verdad habían dementores en Little Whinging. Pero, por otro lado, para llegar a ese momento tendrían que leer primero la tercera prueba, y cada vez tenía menos ganas.
Se preguntó qué pasaría si no regresara al comedor. ¿No podía irse a la sala común a pasar la tarde? Total, él había vivido todo lo que iban a leer, ¿por qué tenía que escucharlo también?
Al mismo tiempo que pensaba eso, una vocecita en su cabeza le recordaba que, si se quedara en la sala común, se pasaría la tarde muerto de nervios por no saber cómo estaban reaccionando todos los demás. ¿Y si Fudge y Umbridge intentaban negarlo todo? ¿Y si impedían que se leyera la prueba, o, peor, y si la leían e insistían en que los libros solo decían mentiras? ¿Y si el resto del comedor les creía?
La espera se le haría más larga si se quedaba en la sala común que si estaba en el comedor, sin duda.
La puerta del baño se abrió y Harry tardó unos segundos en asimilar lo que veía. Sacó la varita por inercia y apuntó directamente a la frente de la persona encapuchada que acababa de llegar.
El encapuchado levantó las manos, como si Harry lo estuviera apuntando con una pistola. Todos en el baño se quedaron en silencio.
— Neville, ¿puedes venir?
Seguía utilizando esa estúpida voz hechizada. Neville pareció aterrado.
— Eh…
— ¿Para qué quieres a Neville? — inquirió Harry. No se le había olvidado que uno de los encapuchados le había atacado. Puede que Dumbledore (¡y hasta Sirius!) no le hubieran dado mucha importancia, pero él ya no confiaba en ellos.
— Tenemos que hablar con él — replicó el desconocido.
Neville se había quedado helado. Ron también había sacado la varita, y ni él ni Harry se habían molestado en bajarla. Sin embargo, en ese momento George le dio a Neville un empujoncito hacia el desconocido.
— Ve con él. No pasará nada.
Harry no se podía creer lo que oía. Neville tampoco. Incluso Fred parecía sorprendido.
— No os preocupéis, os lo devolveré de una pieza — dijo el desconocido antes de tomar a Neville por el hombro y guiarlo fuera del baño.
La puerta se cerró a sus espaldas y los cuatro chicos se quedaron allí dentro, completamente pasmados. Apenas unos segundos después, la puerta se volvió a abrir y entraron Hermione, Ginny y Luna, las dos primeras muy nerviosas.
— ¿Qué ha pasado? — preguntó Hermione. — ¿Por qué se han llevado a Neville?
— No lo sé — bufó Ron. — Pregúntaselo a George. ¡Se lo ha puesto en bandeja!
George rodó los ojos.
— Hablas como si le hubiera entregado a Neville a un mortífago o algo.
— ¿Y tú qué sabes? ¡Quizá lo has hecho! — replicó Ron.
George negó con la cabeza y volvió a rodar los ojos.
— Oh, venga ya. Desembucha — resopló Fred. Harry se sorprendió al ver que se dirigía a George. Nunca le había escuchado hablarle en ese tono. — ¿Qué es lo que sabes?
— Ya te dije que no sé nada — replicó George rápidamente. Quizá demasiado rápido.
— Y yo te dije que no te creo — dijo Fred. — ¿Desde cuándo me ocultas cosas? Nunca hemos tenido secretos.
George hizo una mueca. Todos se quedaron en silencio, mirándole fijamente.
— Vale, lo pillo. Haz lo que te dé la gana — Enfadado, Fred fue hacia la puerta. A Harry le pareció que estaba muy dolido.
Fred ya tenía la mano en el picaporte cuando alguien habló, pero no fue George.
— Puedes decirle que también han contactado contigo. No se enfadarán — dijo Luna.
Se dirigía a George, que la miró como si hubiera perdido la cabeza.
— E-eh… ¿qué?
George titubeó. Fred soltó el picaporte y se giró para mirarlos, pasando la vista de Luna a George.
— ¿Contactado? ¿Te refieres a los encapuchados? — fue Hermione quien preguntó.
Harry no entendía nada de lo que estaba sucediendo, y todavía lo entendió menos cuando Luna asintió.
— ¿También? — repitió George, incrédulo. — ¿Han hablado contigo?
Luna asintió.
— Claro.
A Harry la cabeza le daba vueltas.
— Espera, ¿la gente del futuro ha contactado con vosotros dos? ¿Para qué?
— Eso digo yo, ¿para qué? — dijo Fred, dando un paso hacia George. Lo miraba como si no lo hubiera visto nunca. — ¿Por qué me escondes algo tan gordo como eso?
— No tendrías que preguntarte por qué han contactado conmigo. La pregunta es, ¿por qué han hablado con ella? — George señaló a Luna.
— No, la pregunta es por qué narices han hablado con vosotros dos — estalló Ginny. — Y por qué se acaban de llevar a Neville.
— ¿Quién responde primero? — dijo Ron cuando ni George ni Luna abrieron la boca.
— Yo no puedo contar nada — respondió Luna calmadamente. — Me pidieron que no lo hiciera.
— ¿Quién te lo pidió? ¿Sabes quiénes son? — preguntó Harry.
Luna negó con la cabeza.
— No exactamente.
— ¿Qué rayos quiere decir eso? — bufó Ron. — ¿Lo sabes o no?
— Es complicado — Luna se encogió de hombros. — Pero no os preocupéis. Son buenas personas.
— ¿Y cómo sabes que son buenas personas si no sabes ni quiénes son? — resopló Hermione, exasperada. — Esto es ridículo…
Luna la miró fijamente.
— Hay cosas más importantes que saber su identidad.
Se hizo el silencio tras ese comentario tan ominoso. Fred seguía mirando a George.
— A Lovegood no le vamos a sacar nada, pero a ti te voy a sacar la información aunque sea a puñetazos — dijo.
George soltó un bufido, mitad sorpresa mitad risa.
— Mira, supongo que ya da igual — suspiró al cabo de unos segundos. — Tenía que ser un secreto porque ni ellos lo sabían.
Harry y los demás intercambiaron miradas, cada vez más confusos.
— ¿Quieres explicarte de una vez? — estalló Ron.
— Soy yo — George miró a Fred a los ojos. — Soy uno de los encapuchados.
Harry jadeó.
— ¡Lo sabía! — exclamó.
— ¿Lo sabías? — bufó George, incrédulo. Fred miraba a George con la boca abierta. Ninguno de los demás estaba tan sorprendido.
— Lo escuché — afirmó Harry. — Aquel encapuchado que le dio a Nott una paliza, ¡tenía tu voz!
George volvió a resoplar.
— No sé cómo lo haces para enterarte siempre de las cosas. Y supongo que vosotros también lo sabíais, ¿no? — le dijo a Ron y Hermione.
— Harry nos contó que creía que eras tú — admitió Hermione. — Pero solo era una sospecha.
— ¿Y por qué no me lo contaste a mí también? — le recriminó Fred a Harry. — ¡Soy su gemelo!
— ¡Toma, y yo soy yo y tampoco me lo ha contado! — replicó George. — Esta te la guardo, Harold.
— ¡No cambies de tema! — exclamó Harry. — ¿Has hablado contigo mismo? ¿De qué? ¿Por qué? ¿Quiénes son los demás?
George suspiró de nuevo.
— No sé quiénes son los demás. Solo tengo teorías — dijo. — Mi yo del futuro no vino con ellos.
— ¿Qué quieres decir? — preguntó Ginny, confusa.
— Según me dijo, a él no le permitieron venir en esta… misión, o como lo queráis llamar — explicó George. — No creían que pudiera soportarlo.
Dijo eso último mirando a Fred, y todos lo comprendieron.
— Es porque estoy muerto — dijo Fred, y varios hicieron muecas. — No querían que vinieras para que no tuvieras que verme, ¿no?
— ¿Verte? — George rió, pero era una risa amarga. A Harry se le puso la piel de gallina. Esa risa le recordó demasiado al encapuchado que había pegado a Nott. — Verte ya te ve todos los días, en el espejo. No, lo que querían era evitar que hiciera una locura. Que se dejara llevar por la emoción y pusiera en riesgo el plan. Y, bueno…
Se calló. Los demás esperaron con impaciencia, llenos de curiosidad.
— Esto no lo dijo él — admitió George. — Pero creo que lo que querían era protegerlo. Mentalmente, ya sabes. Pasar semanas en el mismo edificio que tu hermano muerto y no poder hablarle… Psicológicamente hablando, es un suicidio.
De pronto, la envergadura de lo que la gente del futuro estaba haciendo le impactó de lleno a Harry. George tenía razón. Se imaginó a sí mismo regresando al pasado y teniendo que observar a sus padres de lejos, sin poder decirles nada. No creía ser capaz de soportarlo.
— Pero al final le permitieron venir, ¿no? — preguntó Hermione, con tacto.
George negó con la cabeza.
— No. No sé cómo lo hizo… No me lo ha explicado. Pero no vino con los demás, sino justo después. Y trató de mantenerse alejado de ellos para que no lo descubrieran, pero lo pillaron.
— Percy dijo que vio a dos encapuchados pelearse — recordó Ginny de pronto. — ¿Fue eso lo que pasó? ¿Notaron que había un intruso y se liaron a palos hasta que descubrieron que era George?
— Eso creo — replicó George.
— ¿Y por qué habló contigo? — preguntó Harry. — Si lo que quería era mantenerse en secreto, contárselo a alguien no tiene sentido.
— Tenía sus motivos — dijo George vagamente.
— ¿Qué motivos? — dijeron Ron y Ginny al mismo tiempo.
Pero George no estaba dispuesto a contar nada más. Se giró para mirar directamente a Luna y preguntarle:
— ¿Por qué han hablado contigo?
Luna le sonrió.
— Tenían sus motivos.
Harry casi sonrió, pero se sentía tan frustrado que más bien le salió una mueca.
— Ja, ja. No, en serio. ¿Por qué? — insistió George. — ¿A ti también te ha hablado tu yo del futuro?
Luna negó con la cabeza.
— No, no es tan simple.
Pero no explicó por qué no era tan simple, a pesar de que pasaron varios minutos intentando que hablara.
Mientras tanto, Neville había sido conducido a un aula del cuarto piso. Cuando la puerta se cerró tras él y una voz hechizada le pidió que se sentara, lo hizo temblando.
— ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? — preguntó, armándose de valor.
— Tranquilo, Neville. Estamos de tu parte — dijo una de las figuras encapuchadas. Se acercó más a él y tomó asiento en una silla cercana.
— Solo queremos avisarte de algo.
Neville los observó con desconfianza. Había tres personas en aquella sala: la persona que lo había conducido hasta allí y dos más. No sentía que tuviera muchas probabilidades de ganar en un duelo contra tres personas.
— Después de comer, cuando continúe la lectura, se van a leer cosas que te conciernen — dijo la persona frente a él.
— ¿Cosas que me conciernen? — repitió Neville.
— Verás…
El encapuchado que estaba frente a él tomó aire, como si estuviera pensando cuál era la mejor manera de dar una mala noticia.
— Voy a ir al grano. Se va a leer información sobre lo que le sucedió a tus padres.
Neville jadeó.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— El año pasado, Harry metió las narices donde no debía — empezó uno de los encapuchados.
— Como siempre — añadió otro, haciendo que un tercero soltara una risita.
Neville estaba incluso más confuso que antes.
— ¿Qué tiene que ver eso con mis padres?
— Harry se quedó solo en el despacho de Dumbledore — continuó el desconocido que estaba sentado frente a él. — Y Dumbledore había estado usando su pensadero.
— No sé si lo sabes, pero un pensadero es un recipiente mágico en el que puedes ver antiguos recuerdos — explicó el tercer encapuchado. — El profesor Dumbledore había estado examinando sus recuerdos de un par de juicios a los seguidores de Voldemort.
— En uno de esos juicios, mencionaban a tus padres — siguió el segundo encapuchado al ver que Neville no decía nada. — Y, al salir del pensadero, Harry le preguntó a Dumbledore por lo que había oído. Harry sabe desde hace meses que tus padres están en San Mungo, y por qué.
Neville se había puesto blanco.
— ¿Y se va a leer frente a todos? — preguntó con voz queda. — ¿No hay forma de…?
— ¿Evitarlo? No, lo sentimos mucho — respondió uno de ellos. — Aunque omitiéramos esa parte del capítulo, el asunto de tus padres volverá a aparecer en otros libros. Y no por boca de Harry, sino por la tuya propia.
Eso sorprendió mucho a Neville.
— ¿Qué quieres decir?
— Tienes pensado visitar a tus padres estas Navidades, ¿verdad? — preguntó uno de los desconocidos. Neville asintió. — Bueno, ya lo sabemos. Lo hiciste. Y te encontraste en San Mungo a Harry, Ron y Hermione.
— ¿Qué hacían ellos en San Mungo? — exclamó Neville. — ¿Pasará algo?
— No, si podemos evitarlo — replicó uno de ellos. — Sé que no es agradable que lean asuntos tan personales sobre tu vida delante de todo el colegio, pero no queda otro remedio.
Neville pareció estar a punto de discutírselo durante un momento, pero entonces cerró la boca y asintió.
— De acuerdo. Gracias por avisarme.
— De nada — El encapuchado que lo había conducido hasta allí abrió la puerta. — Puedes marcharte. Ya se está sirviendo la comida en el comedor.
Diez minutos después, Neville se reunió con los demás en el comedor. En cuanto entró por la puerta, sus amigos le hicieron señas para que se sentara con ellos.
— ¡Nos tenías preocupados! — susurró Hermione en cuanto Neville tomó asiento entre Harry y Hermione. — ¿Qué ha pasado?
— Solo querían advertirme de algo — replicó Neville. Giró la cabeza para mirar a Harry, que estaba sentado a su izquierda. — Resulta que sabes cosas sobre mis padres.
Harry jadeó.
— Eh… Yo…
— ¿Sobre tus padres? — preguntó Ron, confuso. — ¿Qué pasa con tus padres?
— ¿No se lo has contado? — Neville parecía sorprendido.
— No se lo he contado a nadie — dijo Harry, un poco a la defensiva. — Lo descubrí accidentalmente…
— Ya lo sé, me lo han dicho — dijo Neville. — Gracias por mantenerlo en privado. Aunque ahora todos van a saberlo de todas formas…
Harry frunció el ceño. El resto del grupo estaba cada vez más confuso, pero parecían haber decidido colectivamente no interrumpir.
— ¿No pueden saltarse esa parte de la lectura?
Neville negó con la cabeza, al tiempo que se servía salsa sobre las patatas.
— Dicen que no serviría de nada. Parece que el tema sale más veces en los libros sobre el futuro.
— ¿Qué tema? ¿Qué pasa con tus padres? —dijo Ron. Hermione le dio un codazo.
— Que están en San Mungo — replicó Neville. No hacía contacto visual con nadie. — Supongo que luego sabréis por qué. ¿Me pasas los guisantes?
El grupo de amigos comprendió que Neville no quería hablar de ello, así que cambiaron de tema inmediatamente.
La comida terminó rápido, o quizá a Harry se le pasó rápido porque se había pasado media hora en el baño hablando con sus amigos. A decir verdad, todavía no terminaba de asimilar todo lo que había aprendido. Ahora tenía la confirmación de que George era uno de los encapuchados, y eso lo llenaba de calma y a la vez de inquietud. ¿Por qué había hablado con el George del presente si se suponía que debía mantener su identidad en secreto? ¿Y Luna? ¿Qué tenía que ver ella en todo esto?
¿Y por qué ninguno de los encapuchados había hablado con él cara a cara, sin capuchas ni voces hechizadas, cuando era su vida la que se estaba leyendo detalle a detalle frente a todo el colegio? Era muy injusto.
Cuando Dumbledore se puso en pie, también lo hizo el resto del comedor. Hizo su ya acostumbrada floritura con la varita y las mesas de las casas desaparecieron, siendo reemplazadas por sofás, sillones, sillas y almohadas de todo tipo. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Harry al notar de nuevo los colores escogidos por el director para aquel día. Amarillo y negro. Los colores de Hufflepuff.
Se sentó en uno de los sofás, rodeado de sus amigos. Había en el comedor un ambiente solemne, quizá más solemne de lo que había sido esa mañana. Todos eran conscientes de que el momento estaba cada vez más cerca.
— ¿Algún voluntario para leer?
Pocas manos se alzaron ante la petición de Dumbledore, pero, finalmente, un valiente Gryffindor de séptimo fue escogido.
Subió a la tarima y, sin perder tiempo, tomó el libro y dijo:
— El capítulo se titula: El sueño.
Se hizo el silencio absoluto y la lectura comenzó.
— Hay dos posibilidades —dijo Hermione frotándose la frente—: o el señor Crouch atacó a Viktor, o algún otro los atacó a ambos mientras Viktor no miraba.
—Tiene que haber sido Crouch —señaló Ron—. Por eso no estaba cuando llegaste con Dumbledore. Ya se había dado el piro.
Krum asintió.
—No lo creo —replicó Harry, negando con la cabeza—. Estaba muy débil. No creo que pudiera desaparecerse ni nada por el estilo.
— No habría podido hacerlo aunque estuviera perfectamente. Es imposible desaparecerse en Hogwarts — dijo Ernie en voz alta.
— Ya lo sabemos — replicó Justin.
—No es posible desaparecerse en los terrenos de Hogwarts. ¿No os lo he dicho un montón de veces? —dijo Hermione.
—Vale... A ver qué os parece esta hipótesis —propuso Ron con entusiasmo—: Krum ataca a Crouch... (esperad, esperad a que acabe) ¡y se aplica a sí mismo el encantamiento aturdidor!
Se oyeron bufidos a lo largo de todo el comedor. Krum miró a Ron con una ceja alzada.
— Yo no harría eso.
Ron hizo una mueca y no contestó. Se había puesto muy colorado.
—Y el señor Crouch se evapora, ¿verdad? —apuntó Hermione con frialdad.
La expresión de Krum se suavizó cuando escuchó a Hermione defenderlo.
Rayaba el alba. Harry, Ron y Hermione se habían levantado muy temprano y se habían ido a toda prisa a la lechucería para enviar una nota a Sirius. En aquel momento contemplaban la niebla sobre los terrenos del colegio. Los tres estaban pálidos y ojerosos porque se habían quedado hasta bastante tarde hablando del señor Crouch.
— La verdad es que no os da tiempo a aburriros — dijo Katie. — Siempre es una cosa detrás de otra…
— Debe ser agobiante — dijo Alicia.
Harry asintió. ¡Lo que habría dado en más de una ocasión por tener una semana sin preocupaciones!
—Vuélvelo a contar, Harry —pidió Hermione—. ¿Qué dijo exactamente el señor Crouch?
—Ya te lo he dicho, lo que explicaba no tenía mucho sentido. Decía que quería advertir a Dumbledore de algo. Desde luego mencionó a Bertha Jorkins, y parecía pensar que estaba muerta. Insistía en que tenía la culpa de unas cuantas cosas... mencionó a su hijo.
—Bueno, eso sí que fue culpa suya —dijo Hermione malhumorada.
Hermione hizo una mueca al escuchar eso, pero no dijo nada. Después de todo, ahora sabían que el hijo de Crouch no había sido inocente.
—No estaba en sus cabales. La mitad del tiempo parecía creer que su mujer y su hijo seguían vivos, y le daba instrucciones a Percy.
—Y... ¿me puedes recordar qué dijo sobre Quien-tú-sabes? —dijo Ron con vacilación.
—Ya te lo he dicho —repitió Harry con voz cansina—. Dijo que estaba recuperando fuerzas.
Se quedaron callados.
— Y de ahí vienen todas las fantasías de que El Que No Debe Ser Nombrado ha regresado — dijo Umbridge. — Todo proviene de las palabras de un loco.
— No, viene del momento en el que Cedric Diggory cayó muerto al suelo por culpa de Voldemort — estalló Harry.
Se oyeron jadeos a lo largo de todo el comedor. Ni siquiera Harry comprendía por qué había estallado de esa manera, tan de repente, pero no se arrepentía. Tenía la vista fija en Umbridge, que estaba furiosa.
— No hay pruebas de ello, Potter. Recuerda eso.
— Y recuerde usted que lo que estamos leyendo son las pruebas — replicó Sirius, saliendo en defensa de Harry. — Va a tener que tragarse sus palabras.
Fudge le susurró algo a Umbridge y ella se quedó callada, aunque seguía visiblemente enfadada. El chico de séptimo siguió leyendo.
Luego Ron habló con fingida calma:
—Pero si Crouch no estaba en sus cabales, como dices, es probable que todo eso fueran desvaríos.
—Cuando trataba de hablar de Voldemort parecía más cuerdo —repuso Harry, sin hacer caso del estremecimiento de Ron—. Tenía verdaderos problemas para decir dos palabras seguidas, pero en esos momentos daba la impresión de que sabía dónde se encontraba y lo que quería. Repetía que tenía que ver a Dumbledore.
— Eran sus únicos momentos de lucidez — murmuró Tonks. — Es triste, si lo piensas.
Lupin asintió.
Se separó de la ventana y miró las vigas de la lechucería. La mitad de las perchas habían quedado vacías; de vez en cuando entraba alguna lechuza que volvía de su cacería nocturna con un ratón en el pico.
—Si el encuentro con Snape no me hubiera retrasado —dijo con amargura—, podríamos haber llegado a tiempo. «El director está ocupado, Potter. Pero ¿qué dice, Potter? ¿Qué tonterías son ésas, Potter?» ¿Por qué no se quitaría de en medio?
A Snape le cayeron encima muchas miradas frustradas.
— Porque le gusta tocar las narices — murmuró Ron.
—¡A lo mejor no quería que llegaras a tiempo! —exclamó Ron—. Puede que... espera... ¿Cuánto podría haber tardado en llegar al bosque? ¿Crees que podría haberos adelantado?
Se oyeron murmullos. Snape miró a Ron con desagrado.
— Me temo que el señor Weasley está dando demasiada rienda suelta a su imaginación.
Pero más gente miraba ahora a Snape con expresiones pensativas.
—No a menos que se convirtiera en murciélago o algo así —contestó Harry.
—En él no me extrañaría —murmuró Ron.
Se escucharon risitas ahogadas a lo largo de todo el comedor. Snape se había puesto muy tenso.
Sin embargo, para sorpresa de Harry, no dijo nada hiriente hacia Ron. Durante un segundo, se preguntó si es que Ron había dado en el clavo. ¿Y si Snape era capaz de convertirse en un murciélago? Quizá era su forma de animago…
Sin duda, le pegaría mucho.
—Tenemos que ver al profesor Moody —dijo Hermione—. Tenemos que saber si encontró al señor Crouch.
—Si llevaba con él el mapa del merodeador, no pudo serle difícil —opinó Harry.
—A menos que Crouch hubiera salido ya de los terrenos —observó Ron—, porque el mapa sólo muestra los terrenos del colegio, ¿no?
— Bueno, muestra algunas zonas alejadas de los terrenos, como la casa de los Gritos — dijo Lupin, pensativo. — No habría estado mal expandir el mapa para que mostrara los alrededores del colegio en su totalidad.
—¡Chist! —los acalló Hermione de repente.
Alguien subía hacia la lechucería. Harry oyó dos voces que discutían, acercándose cada vez más:
—... eso es chantaje, así de claro, y nos puede acarrear un montón de problemas.
—Lo hemos intentado por las buenas; ya es hora de jugar sucio como él. No le gustaría que el Ministerio de Magia supiera lo que hizo...
Fred y George intercambiaron miradas.
—¡Te repito que, si eso se pone por escrito, es chantaje!
—Sí, y supongo que no te quejarás si te llega una buena cantidad, ¿no?
La puerta de la lechucería se abrió de golpe. Fred y George aparecieron en el umbral y se quedaron de piedra al ver a Harry, Ron y Hermione.
La señora Weasley frunció el ceño.
— ¿Qué os traíais entre manos? — preguntó un chico de cuarto.
— Nada que te incumba — replicó Fred.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntaron al mismo tiempo Ron y Fred.
—Enviar una carta —contestaron Harry y George también a la vez.
—¿A estas horas? —preguntaron Hermione y Fred.
Se escucharon risitas. Harry no pudo evitar sonreír.
Fred sonrió y dijo:
—Bueno, no os preguntaremos lo que hacéis si no nos preguntáis vosotros.
Sostenía en las manos un sobre sellado. Harry lo miró, pero Fred, ya fuera casualmente o a propósito, movió la mano de tal forma que el nombre del destinatario quedó oculto.
— ¿Lo dudas? Fue a propósito, Harold — replicó Fred con una sonrisa.
Harry bufó y lo ignoró.
—Bueno, no queremos entreteneros —añadió Fred haciendo una parodia de reverencia y señalando hacia la puerta.
Pero Ron no se movió.
—¿A quién le hacéis chantaje? —inquirió.
— Eso, eso. Que suena interesante — dijo una chica de tercero.
— Cotilla — murmuró George.
La sonrisa desapareció de la cara de Fred. George le dirigió una rápida mirada a su gemelo antes de sonreír a Ron.
—No seas tonto, estábamos de broma —dijo con naturalidad.
—No lo parecía —repuso Ron.
Fred y George se miraron. Luego Fred dijo abruptamente:
—Ya te lo he dicho antes, Ron: aparta las narices si te gusta la forma que tienen. No es que sean una preciosidad, pero...
— ¡Fred! — lo regañó su madre. — Tu hermano estaba preocupado por ti, ¿y así es como le respondes?
— Estaba metiéndose en asuntos que no…
— ¡Me da igual! — lo interrumpió la señora Weasley. — Que no te vuelva a escuchar amenazar a tu hermano, ¿me oyes?
Fred frunció el ceño, pero asintió al notar la ira en los ojos de su madre.
—Si le estáis haciendo chantaje a alguien, es asunto mío —replicó Ron—. George tiene razón: os podríais meter en problemas muy serios.
— Exacto — dijo la señora Weasley. — Ron hacía bien en preocuparse.
— Lo teníamos todo bajo control — se quejó Fred.
El resto del comedor observaba sin entender nada. Como ninguno de los Weasleys ofreció una explicación, el chico de séptimo continuó con la lectura.
—Ya te he dicho que estábamos de broma —dijo George. Se acercó a Fred, le arrancó la carta de las manos y empezó a atarla a una pata de la lechuza que tenía más cerca—. Te estás empezando a parecer a nuestro querido hermano mayor. Sigue así, y te veremos convertido en prefecto.
—Eso nunca.
Fred y George ahogaron la risa en ese momento.
— ¿Decías, Ronnie? — dijo George. Le brillaban los ojos de alegría.
Ron se había puesto muy rojo.
— ¡Hey! Ser prefecto es algo bueno. Tendríais que estar orgullosos de Ron — se quejó Percy.
Ni Fred ni George le hicieron caso.
George llevó la lechuza hasta la ventana y la echó a volar. Luego se volvió y sonrió a Ron.
—Pues entonces deja de decir a la gente lo que tiene que hacer. Hasta luego.
Los gemelos salieron de la lechucería. Harry, Ron y Hermione se miraron.
—¿Creéis que saben algo? —susurró Hermione—, ¿sobre Crouch y todo esto?
— No, no. Claro que no — dijo Fred en voz alta, quizá porque notó las miradas acusatorias de algunos estudiantes. — Eran asuntos privados.
—No —contestó Harry—. Si fuera algo tan serio se lo dirían a alguien. Se lo dirían a Dumbledore.
— Exacto, no nos quedaríamos callados — dijo George.
— Bueno, tú has demostrado que lo de quedarte callado se te da bien — murmuró Fred. George jadeó.
— No sigas con eso — replicó, también en susurros.
Pero Ron estaba preocupado.
—¿Qué pasa? —le preguntó Hermione.
—Bueno... —dijo Ron pensativamente—, no sé si lo harían. Últimamente están obsesionados con hacer dinero. Me di cuenta cuando andaba por ahí con ellos, cuando... ya sabes.
—Cuando no nos hablábamos. —Harry terminó la frase por él—. Sí, pero el chantaje...
— Me parece adorable que no quisieras ni mencionar esa época — dijo Angelina. — Debió ser muy difícil para los dos.
Ni Harry ni Ron contestaron.
—Es por lo de la tienda de artículos de broma —explicó Ron—. Creí que sólo lo decían para incordiar a mi madre, pero no: es verdad que quieren abrir una. No les queda más que un curso en Hogwarts, así que opinan que ya es hora de pensar en el futuro. Mi padre no puede ayudarlos. Y necesitan dinero para empezar.
Hermione también se mostró preocupada.
—Sí, pero... no harían nada que fuera contra la ley para conseguirlo, ¿verdad?
— Si te refieres a robar o engañar a la gente, no, no hemos hecho nada ilegal — replicó Fred en voz alta. A Harry le dio la sensación de que lo que quería era que sus padres y los profesores lo escucharan.
—No lo sé... —repuso Ron—. Me temo que no les importa demasiado infringir las normas.
—Ya, pero ahora se trata de la ley —dijo Hermione, asustada—, no de una de esas tontas normas del colegio... ¡Por hacer chantaje pueden recibir un castigo bastante más serio que quedarse en el aula! Ron, tal vez fuera mejor que se lo dijeras a Percy...
Los gemelos miraron a Hermione como si estuviera loca.
— ¡Traición! — exclamó Fred. — ¿En serio querías chivarte a Percy?
— Si estabais haciendo algo ilegal, era mejor que alguien lo supiera — se defendió Hermione.
— Pero no estábamos haciendo nada malo — replicó George. — Solo queríamos recuperar lo que era nuestro.
El resto del comedor seguía muy confuso.
—¿Estás loca? ¿A Percy? Lo más probable es que hiciera como Crouch y los entregara a la justicia. —Miró la ventana por la que había salido la lechuza de Fred y George, y luego propuso—: Vamos a desayunar.
— No habría hecho eso — bufó Percy.
— Déjame dudarlo — replicó Fred.
—¿Creéis que es demasiado temprano para ir a ver al profesor Moody? — preguntó Hermione bajando la escalera de caracol.
—Sí —respondió Harry—. Seguramente nos acribillaría a encantamientos a través de la puerta si lo despertamos al alba: creería que queremos atacarlo mientras está dormido. Será mejor que esperemos al recreo.
— Bien pensado — dijo Sirius.
Algunos miraron a Moody como esperando que se ofendiera, pero al hombre no parecía importarle lo más mínimo.
La clase de Historia de la Magia nunca había resultado tan lenta. Como Harry ya no llevaba su reloj, a cada rato miraba el de Ron, el cual avanzaba tan despacio que parecía que se hubiera parado también. Estaban tan cansados los tres que de buena gana habrían apoyado la cabeza en la mesa para descabezar un sueño: ni siquiera Hermione tomaba sus acostumbrados apuntes, sino que tenía la barbilla apoyada en una mano y seguía al profesor Binns con la mirada perdida.
— Nadie se habría dado cuenta si os hubieseis dormido — dijo Seamus. — Bueno, excepto por Hermione. Creo que es la única que presta atención en esa clase.
Cuando por fin sonó la campana, se precipitaron hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, y encontraron al profesor Moody que salía de allí. Parecía tan cansado como ellos. Se le caía el párpado de su ojo normal, lo que le daba a la cara una apariencia más asimétrica de lo habitual.
— ¿Había pasado la noche buscando a Crouch? — preguntó una niña de primero.
No recibió respuesta por parte de Moody ni de ningún profesor, pero se oyeron murmullos de gente que compartía teorías con sus amigos.
—¡Profesor Moody! —gritó Harry, mientras avanzaban hacia él entre la multitud.
—Hola, Potter —saludó Moody. Miró con su ojo mágico a un par de alumnos de primero, que aceleraron nerviosos; luego giró el ojo hacia el interior de la cabeza y los miró a través del cogote hasta que doblaron la esquina. Entonces les dijo—: Venid.
Un grupo de alumnos de segundo susurraba furiosamente.
— ¡Somos nosotros, seguro que somos nosotros! — se oyó decir a uno de ellos.
Se hizo atrás para dejarlos entrar en el aula vacía, entró tras ellos cojeando y cerró la puerta.
—¿Lo encontró? —le preguntó Harry, sin preámbulos—. ¿Encontró al señor Crouch?
—No. —Moody fue hacia su mesa, se sentó, extendió su pata de palo con un ligero gemido y sacó la petaca.
Muchos parecieron decepcionados al escuchar eso.
—¿Utilizó el mapa? —inquirió Harry.
—Por supuesto —dijo Moody bebiendo un sorbo de la petaca—. Seguí tu ejemplo, Potter: lo llamé para que llegara hasta mí desde mi despacho. Pero Crouch no aparecía por ningún lado.
— Mentiroso — gruñó Ron. Por suerte, solo los que estaban cerca pudieron oírlo, y la gran mayoría eran Weasleys.
—¿Así que se desapareció? —preguntó Ron.
—¡Nadie se puede desaparecer en los terrenos del colegio, Ron! —le recordó Hermione—. ¿Podría haberse esfumado de alguna otra manera, profesor?
El ojo mágico de Moody tembló un poco al fijarse en Hermione.
—Tú también valdrías para auror —le dijo—. Tu mente funciona bien, Granger.
— Se me hace tan raro que él dijera algo así — dijo Hermione, pensativa. — Quiero decir… es un poco contraproducente, ¿no? Animar a alumnos a que sean aurores, siendo…
— Pues sí. No tiene ningún sentido — admitió Harry.
Hermione se puso colorada de satisfacción.
Ahora se puso colorada de la vergüenza.
—Bueno, no era invisible —observó Harry—, porque el mapa muestra también a los invisibles. Por lo tanto debió de abandonar los terrenos del colegio.
—Pero ¿por sus propios medios? —preguntó Hermione—. ¿O se lo llevó alguien?
— Tuvo que llevárselo alguien. No parecía que estuviera en estado de huir por sí mismo — dijo Angelina.
—Sí, alguien podría haberlo montado en una escoba y habérselo llevado por los aires, ¿no? —se apresuró a decir Ron, mirando a Moody esperanzado, como si esperara que también le dijera a él que tenía madera de auror.
Se oyeron algunas risas y Ron se puso tan rojo como su pelo.
—No se puede descartar el secuestro —admitió Moody.
—Entonces, ¿cree que estará en algún lugar de Hogsmeade?
—Podría estar en cualquier sitio —respondió Moody moviendo la cabeza—. Lo único de lo que estamos seguros es de que no está aquí.
— Pues vaya desastre — se quejó McLaggen. — ¡Se escapó en las narices de todos!
Bostezó de forma que las cicatrices del rostro se tensaron y la boca torcida reveló que le faltaban unos cuantos dientes. Luego dijo:
—Dumbledore me ha dicho que os gusta jugar a los detectives, pero no hay nada que podáis hacer por Crouch.
— Jugar a los detectives se queda corto — bufó McGonagall. — La facilidad que tienen para enterarse de todo lo que no deben saber es impresionante.
Harry se lo tomó como un halago.
El Ministerio ya andará buscándolo, porque Dumbledore les ha informado. Ahora, Potter, quiero que pienses sólo en la tercera prueba.
—¿Qué? —exclamó Harry—. Ah, sí...
No había dedicado ni un segundo a pensar en el laberinto desde que había salido de él con Krum la noche anterior.
— No me extraña, la verdad — dijo Bill. — Pasaron demasiadas cosas en muy poco tiempo.
—Esta prueba te tendría que ir como anillo al dedo —dijo Moody mirando a Harry y rascándose la barbilla llena de cicatrices y con barba de varios días—. Por lo que me ha dicho Dumbledore, has salido bien librado unas cuantas veces de situaciones parecidas. Cuando estabas en primero te abriste camino a través de una serie de obstáculos que protegían la piedra filosofal, ¿no?
— Tenía mucha información sobre ti — murmuró Hermione. — No lo pensé en su momento, pero seguro que le preguntó a Dumbledore aposta sobre ti…
Harry asintió. Ahora le parecía muy obvio que el falso Moody había estado investigándole.
—Nosotros lo ayudamos —se apresuró a decir Ron—. Hermione y yo.
Moody sonrió.
Algunos miraron a Ron con pena, otros con burla. Ron los ignoró a todos.
—Bien, ayudadlo también a preparar esta prueba, y me llevaré una sorpresa si no gana —dijo—. Y, mientras tanto... alerta permanente, Potter. Alerta permanente.
Echó otro largo trago de la petaca, y su ojo mágico giró hacia la ventana, desde la cual se veía la vela superior del barco de Durmstrang.
—Y vosotros dos —su ojo normal se clavó en Ron y Hermione— no os apartéis de Potter, ¿de acuerdo? Yo estoy alerta, pero, de todas maneras... cuantos más ojos, mejor.
— Hay que admitir que hizo muy bien su papel — dijo Tonks, impresionada. — Lo hizo muy, muy bien.
— Y tanto — Kingsley también parecía asombrado.
Aquella misma mañana, Sirius envió otra lechuza de respuesta. Bajó revoloteando hasta Harry al mismo tiempo que un cárabo se posaba delante de Hermione con un ejemplar de El Profeta en el pico. Ella cogió el periódico, echó un vistazo a las primeras páginas y dijo:
—¡Ja! ¡No se ha enterado de lo de Crouch!
— Estaría ocupada escribiendo más mentiras sobre Harry — dijo Romilda Vane.
Y se puso a leer con Ron y Harry lo que Sirius tenía que decir sobre los misteriosos sucesos ocurridos hacía ya dos noches.
¿A qué crees que juegas, Harry, dando paseos por el bosque con Viktor Krum? Quiero que me jures, a vuelta de lechuza, que no vas a salir de noche del castillo con ninguna otra persona. En Hogwarts hay alguien muy peligroso. Es evidente que querían impedir que Crouch viera a Dumbledore y probablemente tú te encontraste muy cerca de ellos y en la oscuridad: podrían haberte matado.
Harry soltó un bufido.
— Y a ti podrían haberte matado cuando cruzaste el país para venir a vivir en una cueva en Hogsmeade, pero no pareció importarte mucho.
— No es lo mismo — replicó Sirius.
Tu nombre no entró en el cáliz de fuego por accidente. Si alguien trata de atacarte, todavía tiene una última oportunidad. No te separes de Ron y Hermione, no salgas de la torre de Gryffindor a deshoras, y prepárate para la última prueba. Practica los encantamientos aturdidores y de desarme. Tampoco te irían mal algunos maleficios. Por lo que respecta a Crouch, no puedes hacer nada. Ten mucho cuidado. Espero la respuesta dándome tu palabra de que no vuelves a comportarte de manera imprudente.
Sirius
— Madre mía, qué regañina — dijo Katie, asombrada.
— No me lo esperaba, con lo poco que le importan a Sirius las normas — dijo Fred. Miraba a Sirius con extrañeza, como si jamás lo hubiera visto bien.
Curiosamente, la señora Weasley también lo miraba así, pero por motivos totalmente opuestos. Debía sorprenderle mucho ver que Sirius había sido estricto sobre la seguridad de Harry.
—¿Y quién es él para darme lecciones? —dijo Harry algo indignado, doblando la carta de Sirius y guardándosela en la túnica—. ¡Con todas las trastadas que hizo en el colegio!
— Yo no tenía a nadie intentando matarme cada año — respondió Sirius. — No son situaciones comparables.
Harry sabía que Sirius tenía razón, pero no le gustaba.
—¡Está preocupado por ti! —replicó Hermione bruscamente—. ¡Lo mismo que Moody y Hagrid! ¡Así que hazles caso!
—Nadie ha intentado atacarme en todo el año. Nadie me ha hecho nada...
— ¿Te parece poco amañar el concurso para que estuvieras obligado a competir? — dijo Lupin.
— No había pasado nada aparte de eso — reiteró Harry, aunque sabía que sonaba algo infantil.
—Salvo meter tu nombre en el cáliz de fuego —le recordó Hermione—. Y lo tienen que haber hecho por algún motivo, Harry. Hocicos tiene razón. Tal vez estén aguardando el momento oportuno, y ese momento puede ser la tercera prueba.
Hermione hizo una mueca.
— A veces odio tener razón — murmuró.
—Mira —dijo Harry algo harto—, supongamos que Hocicos está en lo cierto y que alguien atacó a Krum para secuestrar a Crouch. Bien, en ese caso tendrían que haber estado entre los árboles, muy cerca de nosotros, ¿no? Pero esperaron a que me hubiera ido para actuar, ¿verdad? Parece como si yo no fuera su objetivo.
— En eso tiene razón — dijo Colin, pensativo. — El objetivo debía ser Crouch.
—¡Si te hubieran asesinado en el bosque no habrían podido hacerlo pasar por un accidente! —repuso Hermione—. Pero si mueres durante una prueba...
— Pero eso también tiene sentido — dijo Dennis. – Puede que quisieran que pareciera un accidente.
—Sin embargo, no tuvieron inconveniente en atacar a Krum —objetó Harry—. ¿Por qué no liquidarme al mismo tiempo? Podrían haber hecho que pareciera que Krum y yo nos habíamos batido en un duelo o algo así.
— Y eso también tiene sentido — replicó Colin esta vez.
— Maldita sea, ¿por qué no hay nada claro? ¡Todo son teorías! — se quejó un chico de tercero.
—Yo tampoco lo comprendo, Harry —dijo Hermione—. Sólo sé que pasan un montón de cosas raras, y no me gusta... Moody tiene razón, Hocicos tiene razón: has de empezar ya a entrenarte para la tercera prueba. Y que no se te olvide contestar a Hocicos prometiéndole que no vas a volver a salir por ahí tú solo.
— Demos gracias a que Granger estaba ahí para hacer entrar en razón a Potter — suspiró la señora Pomfrey.
Los terrenos de Hogwarts nunca resultaban tan atractivos como cuando Harry tenía que quedarse en el castillo. Durante los días siguientes, pasó todo el tiempo libre o bien en la biblioteca, con Ron y Hermione, leyendo sobre maleficios, o bien en aulas vacías en las que entraban a hurtadillas para practicar. Harry se dedicó en especial al encantamiento aturdidor, que nunca había utilizado.
— Ese es bueno — dijo Sirius. — Simple, pero efectivo.
El problema era que las prácticas exigían ciertos sacrificios por parte de Ron y Hermione.
—¿No podríamos secuestrar a la Señora Norris? —sugirió Ron durante la hora de la comida del lunes cuando, tumbado boca arriba en el medio del aula de Encantamientos, empezaba a despertarse después de que Harry le había aplicado el encantamiento aturdidor por quinta vez consecutiva—. Podríamos aturdirla un poco a ella, o podrías utilizar a Dobby, Harry. Estoy seguro de que para ayudarte haría lo que fuera. No es que me queje... —Se puso en pie con cuidado, frotándose el trasero—. Pero me duele todo...
— ¿Cuántas veces se puede utilizar el encantamiento aturdidor en una misma persona sin causarle daños? — preguntó Susan Bones.
El profesor Flitwick lo pensó unos segundos antes de decir:
— Unas diez veces, diría yo. Estoy seguro de que el señor Weasley solo tenía dolor corporal a causa de las caídas, y no del encantamiento en sí.
—Bueno, es que sigues sin caer encima de los cojines —dijo Hermione perdiendo la paciencia mientras volvía a acomodar el montón de almohadones que habían usado para practicar el encantamiento repulsor—. ¡Intenta caer hacia atrás!
El profesor pareció satisfecho al ver su teoría siendo confirmada.
—¡Cuando uno se desmaya no resulta fácil acertar dónde se cae! —replicó Ron con enfado—. ¿Por qué no te pones tú ahora?
—Bueno, creo que Harry ya le ha cogido el truco —se apresuró a decir Hermione —.
Hubo risitas, pero también hubo gente que miró a Hermione con desagrado.
— Qué egoísta — fue Melissa Brant la que habló.
Hermione hizo un gran esfuerzo por ignorarla.
Y no tenemos que preocuparnos de los encantamientos de desarme porque hace mucho que es capaz de usarlos... Creo que deberíamos comenzar esta misma tarde con los maleficios.
Observó la lista que habían confeccionado en la biblioteca.
—Me gusta la pinta de éste, el embrujo obstaculizador. Se supone que debería frenar a cualquiera que intente atacarte. Vamos a comenzar con él.
— Uy, ese también es muy bueno — dijo Tonks, emocionada. — Por lo simple que es y lo rápido que puedes conjurarlo.
Sonó la campana. Recogieron los cojines, los metieron en el armario de Flitwick a toda prisa y salieron del aula.
—¡Nos vemos en la cena! —dijo Hermione, y emprendió el camino hacia el aula de Aritmancia, mientras Harry y Ron se dirigían a la de Adivinación, situada en la torre norte.
— Aún me sorprende que Granger se largara de Adivinación — se oyó decir a una chica de cuarto.
Por las ventanas entraban amplias franjas de deslumbrante luz solar que atravesaban el corredor. Fuera, el cielo era de un azul tan brillante que parecía esmaltado.
—En el aula de Trelawney hará un calor infernal: nunca apaga el fuego — comentó Ron empezando a subir la escalera que llevaba a la escalerilla plateada y la trampilla.
No se equivocaba. En la sala, tenuemente iluminada, el calor era sofocante. Los vapores perfumados que emanaban del fuego de la chimenea eran más densos que nunca. A Harry la cabeza le daba vueltas mientras iba hacia una de las ventanas cubiertas de cortinas.
— No sé cómo lo soportas, Sybill — le dijo McGonagall a Trelawney. — La temperatura en esa torre es infernal.
—El calor favorece al ojo interior — replicó Trelawney con elegancia.
— Querrá decir que favorece tener alucinaciones — se oyó decir a Malfoy. La profesora frunció el ceño, pero no le dijo nada.
Cuando la profesora Trelawney miraba a otro lado para retirar el chal de una lámpara, abrió un resquicio en la ventana y se acomodó en su sillón tapizado con tela de colores de manera que una suave brisa le daba en la cara. Resultaba muy agradable.
— Qué envidia. A mí nunca me toca junto a la ventana — se quejó Dean.
—Queridos míos —dijo la profesora Trelawney, sentándose en su butaca de orejas delante de la clase y mirándolos a todos con sus ojos aumentados por las gafas —, casi hemos terminado nuestro estudio de la adivinación por los astros. Hoy, sin embargo, tenemos una excelente oportunidad para examinar los efectos de Marte, ya que en estos momentos se halla en una posición muy interesante. Tened la bondad de mirar hacia aquí: voy a bajar un poco la luz...
— Creo que ya sé por qué el capítulo se llama "el sueño" — dijo Terry Boot en voz alta. — Acomodado en el sillón, con una suave brisa dándole en la cara, la luz apagada… Seguro que Potter se durmió.
Harry estaba impresionado.
— ¡Es cierto! — exclamó Lavender. — Ahora lo recuerdo, ¡Harry se durmió en clase y tuvo una pesadilla!
Se oyeron murmullos por todo el comedor. Harry no se molestó en explicar que no se había tratado de una simple pesadilla. La lectura lo haría por él.
Apagó las lámparas con un movimiento de la varita. La única fuente de luz en aquel momento era el fuego de la chimenea. La profesora Trelawney se agachó y cogió de debajo del sillón una miniatura del sistema solar contenida dentro de una campana de cristal. Era un objeto muy bello: suspendidas en el aire, todas las lunas emitían un tenue destello al girar alrededor de los nueve planetas y del brillante sol. Harry miró con desgana mientras la profesora Trelawney indicaba el fascinante ángulo que formaba Marte con Neptuno.
— Como los sonajeros de los bebés — rió Colin.
— Al calor, el sillón cómodo, la brisa en la cara y la luz apagada hay que añadirle las lucecitas hipnóticas— dijo Demelza con una sonrisita. — No me extraña que se durmiera.
Los vapores densamente perfumados lo embriagaban, y la brisa que entraba por la ventana le acariciaba el rostro. Oyó tras la cortina el suave zumbido de un insecto. Los párpados empezaron a cerrársele...
Por algún motivo, Harry se ruborizó al leer eso.
Iba volando sobre un búho real, planeando por el cielo azul claro hacia una casa vieja y cubierta de hiedra que se alzaba en lo alto de la ladera de una colina. Descendieron poco a poco, con el viento soplándole agradablemente en la cara, hasta que llegaron a una ventana oscura y rota del piso superior de la casa, y la cruzaron.
— Parece un sueño agradable — dijo Parvati, extrañada. — ¿No fue una pesadilla?
— Espera y verás — replicó Harry.
Volaron por un corredor lúgubre hasta una estancia que había al final. Atravesaron la puerta y entraron en una habitación oscura que tenía las ventanas cegadas con tablas...
Harry descabalgó del búho, y lo observó revolotear por la habitación e ir a posarse en un sillón con el respaldo vuelto hacia él. En el suelo, al lado del sillón, había dos formas oscuras que se movían.
Muchos se hicieron hacia delante en sus asientos, y otros tenían expresiones de concentración en el rostro. Estaban pendientes de cada detalle.
Una de ellas era una enorme serpiente, y la otra un hombre: un hombre bajo y calvo, de ojos llorosos y nariz puntiaguda. Sollozaba y resollaba sobre la estera, al lado de la chimenea...
—Has tenido suerte, Colagusano —dijo una voz fría y aguda desde el interior de la butaca en que se había posado el búho—. Realmente has tenido mucha suerte. Tu error no lo ha echado todo a perder: está muerto.
Se oyeron jadeos y gritos ahogados.
— ¡Es Pettigrew! — exclamó Colin.
Sirius soltó un gruñido.
—Mi señor —balbuceó el hombre que estaba en el suelo—. Mi señor, estoy... estoy tan agradecido... y lamento hasta tal punto...
—Nagini —dijo la voz fría—, lo siento por ti. No vas a poder comerte a Colagusano, pero no importa: todavía te queda Harry Potter...
— Ay, mi madre… — Hermione se llevó las manos a la boca, horrorizada.
No fue la única. Muchos en el comedor compartían su horror.
La serpiente emitió un silbido. Harry vio cómo movía su amenazadora lengua.
—Y ahora, Colagusano —añadió la voz fría—, un pequeño recordatorio de que no toleraré un nuevo error por tu parte. —Mi señor, no, os lo ruego...
La punta de una varita surgió del sillón, apuntando a Colagusano.
El chico de séptimo tragó saliva antes de leer:
—¡Crucio! —exclamó la voz fría.
Colagusano empezó a chillar como si cada miembro de su cuerpo estuviera ardiendo.
Todos escuchaban en silencio, horrorizados. Sirius y Lupin tenían expresiones muy serias y, durante un momento, Harry recordó que Peter había sido su amigo.
Los gritos le rompían a Harry los tímpanos al tiempo que la cicatriz de la frente le producía un dolor punzante: también él gritó. Voldemort lo iba a oír, advertiría su presencia...
—¡Harry, Harry!
Abrió los ojos. Estaba tumbado en el suelo del aula de la profesora Trelawney, tapándose la cara con las manos. La cicatriz seguía doliéndole tanto que tenía los ojos llenos de lágrimas. El dolor había sido real.
— ¿Pero cómo puede ser real? — preguntó Hannah, aterrada. — Si solo estaba soñando.
— El cerebro humano puede ser muy poderoso. El poder de la sugestión y esas cosas, ya sabes — dijo Ernie, nervioso. — ¿Pero tanto como para imitar a la maldición tortura?
Dumbledore levantó la mirada hacia los alumnos. Tenía los ojos muy apagados, sin brillo.
— El dolor era real porque no se trataba de un simple sueño.
No ofreció ninguna explicación más. El silencio era brutal.
Toda la clase se hallaba de pie a su alrededor, y Ron estaba arrodillado a su lado, aterrorizado.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
—¡Por supuesto que no se encuentra bien! —dijo la profesora Trelawney, muy agitada. Clavó en Harry sus grandes ojos—. ¿Qué ha ocurrido, Potter? ¿Una premonición?, ¿una aparición? ¿Qué has visto?
Algunos bufaron, molestos.
— No era el momento de emocionarse tanto — murmuró Hermione, indignada.
—Nada —mintió Harry. Se sentó, aún tembloroso. No podía dejar de mirar a su alrededor entre las sombras: la voz de Voldemort se había oído tan cerca...
—¡Te apretabas la cicatriz! —dijo la profesora Trelawney—. ¡Te revolcabas por el suelo! ¡Vamos, Potter, tengo experiencia en estas cosas!
La profesora Trelawney tenía una expresión de triunfo en el rostro.
— Sabía que habías visto algo — dijo. — ¡Lo sabía!
Harry hizo una mueca y la ignoró. Lo último que necesitaba era que Trelawney lo considerara una especie de adivino.
Harry levantó la vista hacia ella.
—Creo que tengo que ir a la enfermería. Me duele terriblemente la cabeza.
—¡Sin duda te han estimulado las extraordinarias vibraciones de clarividencia de esta sala! —exclamó la profesora Trelawney—. Si te vas ahora, tal vez pierdas la oportunidad de ver más allá de lo que nunca has...
—Lo único que quiero ver es un analgésico.
Eso hizo sonreír a más de uno.
Se puso en pie. Todos se echaron un poco para atrás. Parecían asustados.
Sirius soltó un bufido.
— ¿Por qué estaban asustados? Si no sabían lo que habías soñado…
— Porque se había estado apretando la cicatriz, supongo — dijo Bill, pensativo.
— Y porque parecía que lo habían poseído, por la forma en la que gritaba — respondió Seamus con una mueca. — El libro no le hace justicia… Parecía que se estuviera quemando vivo o algo. Gritaba muchísimo.
Harry no supo cómo responder. Muchos ahora lo miraban con pena.
—Hasta luego —le dijo Harry a Ron en voz baja, y, recogiendo la mochila, fue hacia la trampilla sin hacer caso de la profesora Trelawney, que tenía en la cara una expresión de intensa frustración, como si le acabaran de negar un capricho.
— Es que era exactamente lo que acababa de pasar — murmuró Hermione, molesta.
Sin embargo, cuando Harry llegó al final de la escalera de mano, no se dirigió a la enfermería. No tenía ninguna intención de ir allá. Sirius le había dicho qué tenía que hacer si volvía a dolerle la cicatriz, y Harry iba a seguir su consejo: se encaminó hacia el despacho de Dumbledore.
— Bien, Potter — dijo McGonagall. — Hiciste lo correcto.
— Se me hace tan raro que vaya a buscar a los profesores — admitió Padma.
Anduvo por los corredores pensando en lo que había visto en el sueño, que había sido tan vívido como el que lo había despertado en Privet Drive. Repasó los detalles en su mente, tratando de asegurarse de que los recordaba todos... Había oído a Voldemort acusar a Colagusano de cometer un error garrafal... pero el búho real le había llevado buenas noticias: el error estaba subsanado, alguien había muerto... De manera que Colagusano no iba a servir de alimento a la serpiente... En su lugar, la serpiente se lo comería a él, a Harry...
— Fue un sueño rarísimo — dijo Roger Davies, asombrado.
— Una visión, diría yo — respondió Daphne Greengrass.
Harry pasó de largo la gárgola de piedra que guardaba la entrada al despacho de Dumbledore. Parpadeó extrañado, miró alrededor, comprendió que lo había dejado atrás y dio la vuelta, hasta detenerse delante de la gárgola. Entonces recordó que no conocía la contraseña.
—¿Sorbete de limón? —dijo probando. La gárgola no se movió.
— Ojalá las contraseñas del despacho fueran públicas — se quejó una chica de sexto. — ¿Y si hay una emergencia, como con lo de Crouch?
— También existe la sala de profesores — respondió McGonagall, tajante.
—Bueno —dijo Harry, mirándola—. Caramelo de pera. Eh... Palo de regaliz. Meigas fritas. Chicle superhinchable. Grageas de todos los sabores de Bertie Bott... No, no le gustan, creo... Vamos, ábrete, ¿por qué no te abres? —exclamó irritado—. ¡Tengo que verlo, es urgente!
La gárgola permaneció inmóvil.
— ¿Existen los caramelos de pera? — se oyó preguntar a una niña de primero, hija de muggles. La pregunta era tan inocente después de las cosas tan turbias que acababan de leer que a Harry le dio mucha ternura.
Harry le dio una patada, pero sólo consiguió hacerse un daño terrible en el dedo gordo del pie.
—¡Ranas de chocolate! —gritó enfadado, sosteniéndose sobre un pie—. ¡Pluma de azúcar! ¡Cucurucho de cucarachas!
La gárgola revivió de pronto y se movió a un lado. Harry cerró los ojos y volvió a abrirlos.
—¿Cucurucho de cucarachas? —dijo sorprendido—. ¡Lo dije en broma!
Muchos parecieron sorprendidos, otros sonrieron.
— Bueno, si hay alguna emergencia ya sabemos qué hacer: recitar todos los dulces de Honeydukes hasta que se abra — dijo Dean.
Se metió rápidamente por el resquicio que había entre las paredes, y accedió a una escalera de caracol de piedra, que empezó a ascender lentamente cuando la pared se cerró tras él, hasta dejarlo ante una puerta de roble pulido con aldaba de bronce.
Oyó que hablaban en el despacho. Salió de la escalera móvil y dudó un momento, escuchando.
—¡Me temo, Dumbledore, que no veo la relación, no la veo en absoluto! —Era la voz del ministro de Magia, Cornelius Fudge—.
Fudge se sobresaltó. No se esperaba escuchar su nombre tan de repente.
Ludo dice que Bertha es perfectamente capaz de perderse sin ayuda de nadie. Estoy de acuerdo en que a estas alturas tendríamos que haberla encontrado, pero de todas maneras no tenemos ninguna prueba de que haya ocurrido nada grave, Dumbledore, ninguna prueba en absoluto. ¡Y en cuanto a que su desaparición tenga alguna relación con la de Barty Crouch...!
Fudge se puso muy colorado al notar las miradas penetrantes de decenas de alumnos.
—¿Y qué cree que le ha ocurrido a Barty Crouch, ministro? —preguntó la voz gruñona de Moody.
—Hay dos posibilidades, Alastor —respondió Fudge—: o bien Crouch ha acabado por tener un colapso nervioso (algo más que probable dada su biografía), ha perdido la cabeza y se ha ido por ahí de paseo...
— No pudo haberse ido él solo — dijo Angelina en voz alta. — No estaba en condiciones…
Fudge se removió en su asiento, visiblemente incómodo.
—Y pasea extraordinariamente aprisa, si ése es el caso, Cornelius —observó Dumbledore con calma.
—O bien... —Fudge parecía incómodo—. Bueno, me reservo el juicio para después de ver el lugar en que lo encontraron, pero ¿decís que fue nada más pasar el carruaje de Beauxbatons? Dumbledore, ¿sabes lo que es esa mujer?
Algunos jadearon. Hagrid soltó un gruñido tan fuerte que hizo que un par de niñas de primero saltaran en sus asientos.
—La considero una directora muy competente... y una excelente pareja de baile —contestó Dumbledore en voz baja.
—¡Vamos, Dumbledore! —dijo Fudge enfadado—. ¿No te parece que puedes tener prejuicios a su favor a causa de Hagrid? No todos son inofensivos... eso suponiendo que realmente se pueda considerar inofensivo a Hagrid, con esa fijación que tiene con los monstruos...
— Jamás le he hecho daño a nadie, ministro — replicó Hagrid con frialdad.
— Si los orígenes de Hagrid suponen un problema para usted, me temo que es problema suyo, no de Hagrid — dijo McGonagall. Miraba a Fudge con severidad.
— No es eso lo que yo… — murmuró Fudge, pero no terminó la frase.
—No tengo más sospechas de Madame Máxime que de Hagrid —declaró Dumbledore sin perder la calma—, y creo que tal vez seas tú el que tiene prejuicios, Cornelius.
Fudge estaba muy colorado.
—¿Podríamos zanjar esta discusión? —propuso Moody.
—Sí, sí, bajemos —repuso Cornelius impaciente.
—No, no lo digo por eso —dijo Moody—. Lo digo porque Potter quiere hablar contigo, Dumbledore: está esperando al otro lado de la puerta.
— Así termina — anunció el chico de séptimo, marcando la página.
— ¿Le importa leer el título del siguiente? — le pidió Dumbledore.
El chico asintió y pasó la hoja.
— Se titula: El pensadero.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII
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