El pensadero:
—¿Podríamos zanjar esta discusión? —propuso Moody.
—Sí, sí, bajemos —repuso Cornelius impaciente.
—No, no lo digo por eso —dijo Moody—. Lo digo porque Potter quiere hablar contigo, Dumbledore: está esperando al otro lado de la puerta.
— Así termina — anunció el chico de séptimo, marcando la página.
— ¿Le importa leer el título del siguiente? — le pidió Dumbledore.
El chico asintió y pasó la hoja.
— Se titula: El pensadero.
Harry miró de reojo a Neville, que se había puesto muy tenso de repente. Seamus y Dean también debían haber notado el súbito cambio en su compañero, porque lo miraron con curiosidad.
Dumbledore pidió un voluntario y varias personas se ofrecieron, probablemente porque el título del capítulo indicaba que todavía no se iba a leer la tercera prueba. Harry trataba de no pensar en ello, pero, con cada minuto que pasaba, se sentía más y más nervioso. Tenía muchas ganas de que todo el mundo supiera exactamente lo que había pasado hacía meses, tanto en el laberinto como en el cementerio, pero no sentía el más mínimo interés por leerlo él mismo. Volvió a plantearse si le permitirían saltarse esa parte de la lectura, y una vocecita en su cabeza le recordó lo que ya había pensado antes: que, si no estuviera en el comedor, viendo las reacciones de todos, se volvería loco preguntándose si Umbridge y Fudge habrían conseguido convencer a todos de que lo que estaban leyendo era falso. No, necesitaba estar allí cuando se leyera, para poder defender la verdad en caso de que fuera necesario.
Dumbledore escogió a una chica de tercero de Slytherin a la que Harry jamás había prestado atención. La chica subió a la tarima, tomó el libro y repitió:
— El pensadero.
Y, sin esperar ni un segundo más, comenzó a leer.
Se abrió la puerta del despacho.
—Hola, Potter —dijo Moody—. Entra.
Harry entró. Ya en otra ocasión había estado en el despacho de Dumbledore: se trataba de una habitación circular, muy bonita, decorada con una hilera de retratos de anteriores directores de Hogwarts de ambos sexos, todos los cuales estaban profundamente dormidos. El pecho se les inflaba y desinflaba al respirar.
— Probablemente estuvieran fingiendo dormir. Lo hacen mucho — dijo Tonks. A su lado, Lupin asintió.
Dumbledore ni lo confirmó ni lo desmintió.
Cornelius Fudge se hallaba junto al escritorio de Dumbledore, con sus habituales sombrero hongo de color verde lima y capa a rayas.
—¡Harry! —dijo Fudge jovialmente, adelantándose un poco—. ¿Cómo estás?
—Bien —mintió Harry.
— Ahora ya no te pregunta cómo estás cuando te ve — ironizó Fred.
Fudge se ruborizó intensamente. Umbridge tenía en el rostro una expresión amarga.
—Precisamente estábamos hablando de la noche en que apareció el señor Crouch en los terrenos —explicó Fudge—. Fuiste tú quien se lo encontró, ¿verdad?
—Sí —contestó Harry. Luego, pensando que no había razón para fingir que no había oído nada de lo dicho, añadió: — Pero no vi a Madame Máxime por allí, y no le habría sido fácil ocultarse, ¿verdad?
— Quizá pudo hacerlo, si tenía una capa invisible… — empezó a decir un chico de segundo, dubitativo.
— No creo que exista una capa que pueda cubrir a esa mujer — bufó Ron. Ginny le dio un codazo en las costillas.
Con ojos risueños, Dumbledore le sonrió a espaldas de Fudge.
—Sí, bien —dijo Fudge embarazado—. Estábamos a punto de bajar a dar un pequeño paseo, Harry. Si nos perdonas... Tal vez sería mejor que volvieras a clase.
— Ah, claro. Como no le ha dado la razón, ahora le interesa que se vaya — dijo Sirius.
Se oyeron murmullos. A Harry le pareció escuchar la palabra "patético" venir desde algún lado, pero no supo quién la había dicho. Fudge se había puesto muy colorado.
— No se trata de eso — trató de excusarse. — Dumbledore y yo teníamos cosas que hacer.
Pero nadie le creyó.
—Yo quería hablar con usted, profesor —se apresuró a decir Harry mirando a Dumbledore, quien le dirigió una mirada rápida e inquisitiva.
—Espérame aquí, Harry —le indicó—. Nuestro examen de los terrenos no se prolongará demasiado.
Salieron en silencio y cerraron la puerta. Al cabo de un minuto más o menos dejaron de oírse, procedentes del corredor de abajo, los secos golpes de la pata de palo de Moody. Harry miró a su alrededor.
— No sé si es muy prudente dejar a Potter solo en el despacho — dijo Umbridge. — Con su tendencia a inmiscuirse en temas que no le conciernen, me temo que es un riesgo dejarlo sin vigilancia en un lugar tan importante.
Harry ni siquiera pudo ofenderse. Le dio rabia saber que el capítulo iba a darle la razón a Umbridge en ese sentido.
—Hola, Fawkes —saludó.
Fawkes, el fénix del profesor Dumbledore, estaba posado en su percha de oro, al lado de la puerta. Era del tamaño de un cisne, con un magnifico plumaje dorado y escarlata. Lo saludó agitando en el aire su larga cola y mirándolo con ojos entornados y tiernos.
— ¿Del tamaño de un cisne? — exclamó una niña de primero. — ¡Me lo imaginaba más pequeño!
— Yo también — dijo otra, alucinada.
Varias voces afirmaron lo mismo.
Harry se sentó en una silla delante del escritorio de Dumbledore. Durante varios minutos se quedó allí, contemplando a los antiguos directores del colegio, que resoplaban en sus retratos, mientras pensaba en lo que acababa de oír y se pasaba distraídamente los dedos por la cicatriz: ya no le dolía.
Algunos trataron de observarlo disimuladamente, pero Harry lo notó de todas formas y se aplastó el flequillo contra la frente, intentando ocultar la cicatriz.
Se sentía mucho más tranquilo hallándose en el despacho de Dumbledore y sabiendo que no tardaría en hablar con él de su sueño.
Dumbledore sonrió levemente, con un deje casi melancólico que desconcertó un poco a Harry.
Harry miró la pared que había tras el escritorio: el Sombrero Seleccionador, remendado y andrajoso, descansaba sobre un estante.
— Seguro que al sombrero le ofendería escuchar eso — dijo una chica de segundo.
— Que se aguante, solo es un trozo de tela sucia — replicó un chico, haciendo una mueca de desagrado.
Varias personas jadearon y se lanzaron a defender al sombrero. McGonagall tuvo que pedirles que guardaran silencio para poder continuar con la lectura.
Junto a él había una urna de cristal que contenía una magnífica espada de plata con grandes rubíes incrustados en la empuñadura; Harry la reconoció como la espada que él mismo había sacado del Sombrero Seleccionador cuando se hallaba en segundo.
Harry volvió a notar cómo muchos se giraban para mirar en su dirección, pero esta vez los ojos estaban puestos en Ginny, que mantenía la cabeza alta y la mirada fija en el libro. A nadie se le había olvidado el debacle de la cámara de los secretos.
Aquélla era la espada de Godric Gryffindor, el fundador de la casa a la que pertenecía Harry. La estaba contemplando, recordando cómo había llegado en su ayuda cuando lo daba todo por perdido, cuando vio que sobre la urna de cristal temblaba un punto de luz plateada. Buscó de dónde provenía aquella luz, y vio un brillante rayito que salía de un armario negro que había a su espalda, con la puerta entreabierta.
— Seguro que se acerca a mirar — dijo Seamus.
— Cotilla — murmuró Lavender, pero parecía sentir tanta curiosidad como la había sentido Harry en su día.
Harry dudó, miró a Fawkes y luego se levantó; atravesó el despacho y abrió la puerta del armario.
— Bingo — Seamus sonrió y chocó los cinco con Dean. Harry bufó.
— Vosotros también os habríais acercado a mirar — se defendió Harry.
— No lo niego — admitió Dean.
Había allí una vasija de piedra poco profunda, con tallas muy raras alrededor del borde: eran runas y símbolos que Harry no conocía. La luz plateada provenía del contenido de la vasija, que no se parecía a nada que Harry hubiera visto nunca. No hubiera podido decir si aquella sustancia era un líquido o un gas: era de color blanco brillante, plateado, y se movía sin cesar.
Algunos escuchaban la descripción con la boca abierta, a pesar de que todos habían visto ya un pensadero en vivo y en directo. Al recordar cómo los encapuchados habían traído un pensadero al comedor, a Harry le volvió a embargar una sensación de injusticia. ¿Quién se creían que eran, hablando con George y Luna a espaldas de los demás? Y, mientras compartían información secretísima con ellos, a él le atacaban por los pasillos sin darle ninguna explicación. ¡Y a Neville le habían avisado de que iban a leer algo delicado! ¿Por qué con él no tenían, por lo menos, la decencia de darle una explicación sobre lo que había ocurrido?
Pensar en ello le ponía de muy mal humor.
La superficie se agitó como el agua bajo el viento, para luego separarse formando nubecillas que se arremolinaban. Daba la sensación de ser luz licuada, o viento solidificado: Harry no conseguía comprenderlo.
— Viento solidificado, luz licuada — repitió Parvati. — Suena tan poético.
Quiso tocarlo, averiguar qué tacto tenía, pero casi cuatro años de experiencia en el mundo mágico le habían enseñado que era muy poco prudente meter la mano en un recipiente lleno de una sustancia desconocida, así que sacó la varita de la túnica, echó una ojeada nerviosa al despacho, volvió a mirar el contenido de la vasija y lo tocó con la varita. La superficie de aquella cosa plateada comenzó a girar muy rápido.
— Bueno, me alegra que no lo tocaras con la mano, aunque tocarlo con la varita tampoco es que sea muy prudente — dijo Lupin. — Habría sido mejor si te hubieras alejado.
Harry sintió la necesidad de defenderse.
— No era nada peligroso.
— Pero eso no lo sabías — dijo Lupin, aunque sonreía. Harry gruñó y no respondió.
Harry se inclinó más, metiendo la cabeza en el armario. La sustancia plateada se había vuelto transparente, parecía cristal. Miró dentro esperando distinguir el fondo de piedra de la vasija, y en vez de eso, bajo la superficie de la misteriosa sustancia, vio una enorme sala, una sala que él parecía observar desde una cúpula de cristal.
Harry miró de reojo a Neville, que tenía la mandíbula tan apretada que debían dolerle los dientes.
Estaba apenas iluminada, y Harry pensó que incluso podía ser subterránea, porque no tenía ventanas, sólo antorchas sujetas en argollas como las que iluminaban los muros de Hogwarts. Bajando la cara de forma que la nariz le quedó a tres centímetros escasos de aquella sustancia cristalina, vio que delante de cada pared había varias filas de bancos, tanto más elevados cuanto más cercanos a la pared, en los que se encontraban sentados muchos brujos de ambos sexos. En el centro exacto de la sala había una silla vacía. Algo en ella le producía inquietud. En los brazos de la silla había unas cadenas, como si al ocupante de la silla se lo soliera atar a ella.
— ¿Estaba viendo una sala de torturas? — preguntó una chica de segundo, alarmada.
— No exactamente. Se trataba de una sala de juicios para criminales peligrosos — le explicó Dumbledore pacientemente.
¿Dónde estaba aquel misterioso lugar? No parecía que perteneciera a Hogwarts: nunca había visto en el castillo una sala como aquélla. Además, la multitud que la ocupaba se hallaba compuesta exclusivamente de adultos, y Harry sabía que no había tantos profesores en Hogwarts.
— En Hogwarts no tenemos sillas con cadenas — bufó McGonagall.
— Deberíamos — gruñó Filch.
Parecían estar esperando algo, pensó, aunque no les veía más que los sombreros puntiagudos. Todos miraban en la misma dirección, sin hablar.
Como la vasija era circular, y la sala que veía, cuadrada, Harry no distinguía lo que había en los cuatro rincones. Se inclinó un poco más, ladeando la cabeza para poder ver...
La punta de la nariz tocó la extraña sustancia.
Se oyeron suspiros por parte de algunos adultos. Harry vio que el señor Weasley sonreía indulgentemente.
— Era de esperar — dijo, y Harry se ruborizó.
El despacho de Dumbledore se sacudió terriblemente. Harry fue propulsado de cabeza a la sustancia de la vasija...
Pero no dio de cabeza contra el suelo de piedra: se notó caer por entre algo negro y helado, como si un remolino oscuro lo succionara...
— Esa es una forma magnífica de definirlo — dijo Dumbledore, y muchos de los que jamás habían entrado en un pensadero parecieron más curiosos que antes.
Y, de repente, se hallaba sentado en uno de los últimos bancos de la sala que había dentro de la vasija, un banco más elevado que los otros. Miró hacia arriba esperando ver la cúpula de cristal a través de la que había estado mirando, pero no había otra cosa que piedra oscura y maciza.
—Suena agobiante — murmuró Hermione.
Respirando con dificultad, Harry observó a su alrededor. Ninguno de los magos y brujas de la sala (y eran al menos doscientos) lo miraba. Ninguno de ellos parecía haberse dado cuenta de que un muchacho de catorce años acababa de caer del techo y se había sentado entre ellos.
— ¿A qué me recuerda eso? — dijo Hannah con el ceño fruncido.
— Es como cuando entró en el diario de Ryddle — respondió Ernie.
Harry asintió.
Harry se volvió hacia el mago que tenía a su lado, y profirió un grito de sorpresa que retumbó en toda la silenciosa sala.
Estaba sentado justo al lado de Albus Dumbledore.
Se oyeron risitas aisladas.
— ¿Se ha asustado por ver a Dumbledore? — se burlaba un chico de sexto en voz baja. — Qué patético.
Harry tuvo que morderse la lengua para no contestar.
—¡Profesor! —dijo Harry en una especie de susurro ahogado—, lo lamento... yo no pretendía... Sólo estaba mirando la vasija que había en su armario... Yo... ¿Dónde estamos?
Pero Dumbledore no respondió ni se inmutó. Hizo caso omiso de Harry. Como todos los demás, estaba vuelto hacia el rincón más alejado de la sala, en el que había una puerta.
— Debe ser rarísimo estar en un sitio donde nadie te ve — dijo Susan Bones.
Muchos asintieron, de acuerdo con ella.
Harry miró a Dumbledore desconcertado, luego a toda la multitud que observaba en silencio, y de nuevo a Dumbledore. Y entonces comprendió...
Ya en otra ocasión se había encontrado en un lugar en el que nadie lo veía ni oía. En aquella oportunidad había caído, a través de la página de un diario encantado, en la memoria de otra persona. O mucho se equivocaba, o algo parecido había vuelto a ocurrir.
— Exactamente. Algo parecido, pero no igual — comentó Dumbledore.
Hubo miradas confundidas entre los alumnos.
— Pero profesor, ¿Potter no cayó en los recuerdos de Ryddle? — preguntó Terry Boot.
— Los recuerdos de Ryddle no eran simples recuerdos. Utilizó métodos mucho más oscuros que un pensadero para preservarlos — explicó Dumbledore.
Harry se preguntaba a qué métodos oscuros se refería Dumbledore, pero no quiso preguntar delante de todo el colegio.
Levantó la mano derecha, dudó un momento y la movió con brío delante de la cara de Dumbledore, que ni parpadeó, ni lo miró, ni hizo movimiento alguno. Y eso, le pareció a Harry, despejaba cualquier duda. Dumbledore no lo hubiera pasado por alto de aquella manera.
Eso hizo sonreír al director.
Se encontraba dentro de la memoria de alguien, y aquél no era el Dumbledore actual. Sin embargo, tampoco podía hacer muchísimo tiempo de aquello, porque el Dumbledore sentado a su lado ya tenía el pelo plateado. Pero ¿qué lugar era aquél? ¿Qué era lo que aguardaban todos aquellos magos?
— Debe ser un juicio — Harry escuchó que Angelina le susurraba a Katie. — Antes Dumbledore ha dicho que se trataba de una sala de juicios para criminales peligrosos… ¿pero de quién era el juicio?
Katie se encogió de hombros.
Observó con detenimiento. La sala, tal como había supuesto al observarla desde arriba, era seguramente subterránea: pensó que, de hecho, tenía más de mazmorra que de sala. La atmósfera del lugar era sórdida e intimidatoria. No había cuadros en las paredes, ni ningún otro tipo de decoración, sólo aquellas apretadas filas de bancos que se elevaban escalonadamente hacia las paredes, colocados para que todo el mundo tuviera una clara visión de la silla de las cadenas.
A Hermione le dio un escalofrío.
Antes de que Harry pudiera llegar a una conclusión sobre el lugar en que se encontraba, oyó pasos. Se abrió la puerta del rincón, y entraron tres personas... O, por lo menos, uno de ellos era una persona, porque los otros dos, que lo flanqueaban, eran dementores.
El ambiente en el comedor se tensó de inmediato. Muchos intercambiaron miradas nerviosas.
Notó frío en las tripas. Los dementores, unas criaturas altas que ocultaban la cara bajo una capucha, se dirigieron muy lentamente hacia el centro de la sala, donde estaba la silla, agarrando cada uno, con sus manos de aspecto putrefacto, uno de los brazos del hombre.
— Si esa cosa me tocara, creo que me moriría del susto — susurró Lavender.
— O del asco — respondió Parvati con una mueca.
Éste parecía a punto de desmayarse, y Harry no se lo podía reprochar: no estando más que en la memoria de alguien, los dementores no le podían causar ningún daño, pero recordaba demasiado bien lo que hacían.
Durante un segundo, Harry espero que alguien se burlara de él, pero nadie parecía reprocharle ya que le tuviera tanta aprensión a los dementores. Supuso que no se les había olvidado que, cada vez que uno de ellos estaba cerca, escuchaba las últimas palabras de sus padres una y otra vez.
Se le puso la piel de gallina y decidió no pensar más en ello.
La multitud se echó un poco para atrás cuando los dementores colocaron al hombre en la silla con las cadenas para luego salir de la sala. La puerta se cerró tras ellos.
Harry observó al hombre que habían conducido hasta la silla, y vio que se trataba de Karkarov.
Se oyeron gritos ahogados y jadeos.
— ¿Le hicieron un juicio a Karkarov? — exclamó McLaggen.
— Debió librarse, si pudo llegar a ser director de un colegio — dijo Susan Bones, aunque parecía muy confusa.
A diferencia de Dumbledore, Karkarov parecía mucho más joven: tenía negros el cabello y la perilla. No llevaba sus lustrosas pieles, sino una túnica delgada y raída. Temblaba. Ante los ojos de Harry, las cadenas de los brazos de la silla emitieron un destello dorado y solas se enroscaron como serpientes en torno a sus brazos, sujetándolo a la silla.
Krum escuchaba la lectura con el ceño fruncido.
— No me imagino a Karkarov temblando — admitió Fred.
Muchos asintieron.
—Igor Karkarov —dijo una voz seca que provenía de la izquierda de Harry. Éste se volvió y vio al señor Crouch de pie ante el banco que había a su lado. Crouch tenía el pelo oscuro, el rostro mucho menos arrugado, y parecía fuerte y enérgico—. Se lo ha traído a este lugar desde Azkaban para prestar declaración ante el Ministerio de Magia. Usted nos ha dado a entender que dispone de información importante para nosotros.
— Ah, así que eso es lo que sucedió — dijo Susan Bones, comprendiendo de pronto. — Se salvó de ir a Azkaban a cambio de darle información al ministerio.
— Vamos, que era un soplón — dijo Justin. — No sé por qué no me sorprende.
Sujeto a la silla como estaba, Karkarov se enderezó cuanto pudo.
—Así es, señor —dijo, y, aunque la voz le temblaba, Harry pudo percibir en ella el conocido deje empalagoso—. Quiero ser útil al Ministerio. Quiero ayudar. Sé... sé que el Ministerio está tratando de atrapar a los últimos partidarios del Señor Tenebroso. Mi deseo es ayudar en todo lo que pueda...
Fudge soltó un bufido, pero no dijo nada. Entre los alumnos, el poco respeto que Karkarov despertaba se estaba esfumando rápidamente.
— Qué patético suena — dijo Charlie con una mueca.
Se escuchó un murmullo en los bancos. Algunos de los magos y brujas examinaban a Karkarov con interés, otros con declarado recelo. Harry oyó, muy claramente y procedente del otro lado de Dumbledore, una voz gruñona que le resultó conocida y que pronunció la palabra:
—Escoria.
Algunas personas se giraron para mirar a Moody, a pesar de que no se había dicho todavía quién había hablado.
Se inclinó hacia delante para ver quién estaba al otro lado de Dumbledore. Era Ojoloco Moody, aunque con aspecto muy diferente. No tenía ningún ojo mágico, sino dos normales, ambos fijos en Karkarov y relucientes de rabia.
Moody pareció sorprendido al notar la cantidad de gente que había adivinado que había sido él quien hablaba.
— Veo que muchos empezáis a usar el cerebro. Me alegro — dijo en voz alta.
La gran mayoría del comedor, que no se había enterado de nada, pareció confusa. Los que se habían girado para mirarle parecieron orgullosos de sí mismos. Harry vio a dos chicas de séptimo chocar los cinco.
—Crouch va a soltarlo —musitó Moody dirigiéndose a Dumbledore—. Ha llegado a un trato con él. Me ha costado seis meses encontrarlo, y Crouch va a dejarlo marchar con tal de que pronuncie suficientes nombres nuevos. Si por mí fuera, oiríamos su información y luego lo mandaríamos de vuelta con los dementores.
— Sería lo más sensato — dijo Moody, dándose la razón a sí mismo. — Conseguiríamos la información y no dejaríamos libre en sociedad a un loco. Pero en fin, yo no soy ministro.
Dijo eso último con la mirada puesta en Fudge, que parecía muy incómodo.
— Si hiciéramos eso, jamás hablarían — se defendió. — Y esa información era demasiado valiosa como para desperdiciarla.
Moody bufó muy fuertemente y no dijo nada, aunque su opinión quedaba muy clara.
Por su larga nariz aguileña, Dumbledore dejó escapar un pequeño resoplido en señal de desacuerdo.
—¡Ah!, se me olvidaba... No te gustan los dementores, ¿eh, Albus? —dijo Moody con sarcasmo.
— Ni siquiera Dumbledore estaba de acuerdo — dijo Tonks. — Tienes ideas muy controvertidas, Alastor.
A Moody le daba totalmente igual si la gente estaba de acuerdo con él o no.
—No —reconoció Dumbledore con tranquilidad—, me temo que no. Hace tiempo que pienso que el Ministerio se ha equivocado al aliarse con semejantes criaturas.
—Pero con escoria semejante... —replicó Moody en voz baja.
— Sigo pensando lo mismo, si os lo preguntáis — dijo Dumbledore en voz alta. — Sigo considerando que el ministerio no debería utilizar a los dementores para salvaguardar la prisión. Es inhumano.
— La gente que hay ahí metida es inhumana — replicó Umbridge. — Los dementores cumplen una función necesaria para proteger a la sociedad mágica.
— Discrepo — fue todo lo que dijo Dumbledore.
—Dice usted, Karkarov, que tiene nombres que ofrecernos —dijo el señor Crouch—. Por favor, déjenos oírlos.
—Tienen que comprender —se apresuró a decir Karkarov— que El-que-no-debe-ser-nombrado actuaba siempre con el secretismo más riguroso... Prefería que nosotros... quiero decir, sus partidarios (y ahora lamento, muy profundamente, haberme contado entre ellos)...
—No te enrolles —dijo Moody con desprecio.
— Gracias por decir lo que estamos pensando todos — dijo Sirius, a quien Karkarov parecía producirle un enorme desprecio.
—... no supiéramos los nombres de todos nuestros compañeros. Él era el único que nos conocía a todos.
—Muy inteligente por su parte, para evitar que gente como tú, Karkarov, pudiera delatarlos a todos —murmuró Moody.
— Si no fuera inteligente, no habría llegado tan lejos, por desgracia — suspiró la profesora McGonagall.
—Aun así, usted dice que dispone de algunos nombres que ofrecernos —observó el señor Crouch.
—Sí... sí —contestó Karkarov entrecortadamente—. Y son nombres de partidarios importantes. Gente a la que vi con mis propios ojos cumpliendo sus órdenes. Ofrezco al Ministerio esta información como prueba de que renuncio a él plena y totalmente, y que me embarga un arrepentimiento tan profundo que a duras penas puedo...
—¿Y esos nombres son...? —lo cortó el señor Crouch. Karkarov tomó aire.
— Cómo se enrolla — dijo Fred. — "Arrepentimiento profundo", y una mierda.
— ¡Fred! — lo regañó su madre.
— Está mintiendo y lo sabes — se quejó Fred.
La señora Weasley le lanzó una mirada reprobatoria.
— Sí, pero modera ese lenguaje.
—Estaba Antonin Dolohov —declaró—. Lo... lo vi torturar a un sinfín de muggles y... y de gente que no era partidaria del Señor Tenebroso.
—Y lo ayudaste a hacerlo —murmuró Moody.
Eso provocó jadeos entre muchos estudiantes.
— ¿Karkarov torturó muggles? ¿Y aun así lo dejaron pasar un año aquí en Hogwarts con todos nosotros? — exclamó una chica de tercero. Harry estaba seguro de que era hija de muggles.
Dumbledore no respondió. A Harry le habría gustado mucho que lo hiciera.
—Ya hemos atrapado a Dolohov —dijo Crouch—. Fue apresado poco después de usted.
—¿De verdad? —exclamó Karkarov, abriendo los ojos—.Me... ¡me alegro de oírlo!
Pero no daba esa impresión. Harry se dio cuenta de que la noticia era para él un duro golpe, porque significaba que uno de los nombres que tenía preparados carecía de utilidad.
— Eso eran para él. Solo nombres, gente a la que traicionar — gruñó Moody. — No tenía ni una pizca de lealtad en su cuerpo.
—¿Hay más? —preguntó Crouch con frialdad.
—Bueno, sí... estaba Rosier —se apresuró a decir Karkarov—: Evan Rosier.
—Rosier ha muerto —explicó Crouch—. Lo atraparon también poco después que a usted. Prefirió resistir antes que entregarse, y murió en la lucha.
El ambiente entre los estudiantes era cada vez más sobrio. Hablar de personas que habían muerto (¡y que eran mortífagos!) parecía estar haciéndoles darse cuenta de la magnitud de lo que leían. Todo eso era real: gente de verdad que, años atrás, había dado la vida por defender a un asesino.
—Pero se llevó con él un trozo de mí —susurró Moody a la derecha de Harry. Lo miró de nuevo, y vio que le indicaba a Dumbledore el trozo que le faltaba en la nariz.
Hubo jadeos y muchos murmullos. Al menos una veintena de personas se giró para mirar a Moody.
— Si queréis os firmo una foto — dijo en voz alta, haciendo que más de uno apartara la mirada rápidamente.
—Se... ¡se lo tenía merecido! —exclamó Karkarov, con una genuina nota de pánico en la voz.
Harry notó que empezaba a preocuparse por no poder dar al Ministerio ninguna información de utilidad. Los ojos de Karkarov se dirigieron a la puerta del rincón, tras la cual, sin duda, aguardaban los dementores.
Harry volvió a fijarse en Krum. Tenía una expresión de profundo asco en la cara.
—¿Alguno más? —preguntó Crouch.
—¡Sí! —dijo Karkarov—. ¡Estaba Travers, que ayudó a matar a los McKinnons! Mulciber... Su especialidad era la maldición imperius, ¡y obligó a un sinfín de personas a hacer cosas horrendas! ¡Rookwood, que era espía y le pasó a El-que-no-debe-sernombrado mucha información desde el mismo Ministerio!
— ¡Desde el ministerio! — exclamó una chica de segundo, aterrada. — ¡Qué fuerte!
Harry comprendió que, aquella vez, Karkarov había dado en el clavo. Hubo murmullos entre la multitud.
—¿Rookwood? —preguntó el señor Crouch, haciendo un gesto con la cabeza dirigido a una bruja sentada delante de él, que comenzó a escribir en un trozo de pergamino—. ¿Augustus Rookwood, del Departamento de Misterios?
Harry notó que algunos miembros de la Orden intercambiaban miradas. Sintió curiosidad y quiso llamar la atención de Sirius para preguntarle, pero éste no le vio.
—El mismo —confirmó Karkarov—. Creo que disponía de una red de magos ubicados en posiciones privilegiadas, tanto dentro como fuera del Ministerio, para recoger información...
—Pero a Travers y Mulciber ya los tenemos —dijo el señor Crouch—. Muy bien, Karkarov. Si eso es todo, se lo devolverá a Azkaban mientras decidimos...
— ¿No se va a librar? — dijo Colin, extrañado.
— No puede ser — replicó un amigo suyo.
—¡No! —gritó Karkarov, desesperado—. ¡Espere, tengo más!
A la luz de las antorchas, Harry pudo verlo sudar. Su blanca piel contrastaba claramente con el negro del cabello y la barba.
La chica de Slytherin paró de leer durante unos segundos, antes de tomar aire y decir:
—¡Snape! —gritó—. ¡Severus Snape!
Se oyeron jadeos por todo el comedor y, después, silencio absoluto. Todo el mundo miraba a Snape, cuyo rostro pálido se mantenía completamente neutral.
— Continúe leyendo, por favor — le pidió Dumbledore a la chica.
—Snape ha sido absuelto por esta Junta —replicó el señor Crouch con frialdad—. Albus Dumbledore ha respondido por él.
—¡No! —gritó Karkarov, tirando de las cadenas que lo ataban a la silla—. ¡Se lo aseguro! ¡Severus Snape es un mortífago!
— ¡Lo sabía! — susurraban varias voces, muchas de ellas pertenecientes a estudiantes de Gryffindor.
— ¡Teníamos que haberlo imaginado!
— Por eso es tan malo…
— Pero entonces, ¿por qué está dando clase?
— No puede ser un asesino, ¿no?
— ¡Yo estoy seguro de que sí!
Dumbledore se puso en pie.
— Suficiente — dijo, y su tono de voz hizo que gran parte del comedor se callara de inmediato. No había en los ojos de Dumbledore ni rastro de su característico brillo. — El pasado del profesor Snape no es de interés común. Sin embargo, estoy seguro de que la lectura responderá por él. Os recuerdo una vez más las palabras de nuestros visitantes del futuro: evitad aferraros a ideas precipitadas. Hasta que la lectura no acabe en su totalidad, no podremos hacer juicios.
A regañadientes, gran parte del comedor volvió a quedarse en silencio, si bien las miradas que Snape estaba recibiendo eran de todo menos cordiales. A Harry le desagradó notar que muchos en la zona de Slytherin no parecían nada molestos ante la revelación que acababan de tener. Por su parte, Snape se mantuvo en silencio absoluto.
Dumbledore se puso en pie.
—Ya he declarado sobre este asunto —dijo con calma—. Es cierto que Severus Snape fue un mortífago. Sin embargo, se pasó a nuestro lado antes de la caída de lord Voldemort y se convirtió en espía a nuestro servicio, asumiendo graves riesgos personales. Ahora no tiene de mortífago más que yo mismo.
Los murmullos regresaron.
— Entonces admite que sí que fue un mortífago — dijo Lee Jordan en voz alta, con valentía. — ¿Cómo sabe que de verdad se pasó a nuestro lado?
— Confío en Severus Snape — replicó Dumbledore. — Y tengo motivos para ello. Como ya he dicho, os invito a escuchar la lectura completa antes de formaros un juicio premeditado.
Su tono de voz indicaba que no iba a ofrecer más información que la ya dada. Por tanto, a los alumnos no les quedó otra que quedarse en silencio y escuchar la lectura, si bien muchos todavía miraban a Snape con diferentes grados de recelo, rabia e indignación.
Harry se volvió para mirar a Ojoloco Moody. A espaldas de Dumbledore, su expresión era de escepticismo.
— Y siempre lo será — gruñó Moody.
Snape lo miró con desdén.
—Muy bien, Karkarov —dijo Crouch fríamente—, ha sido de ayuda. Revisaré su caso. Mientras tanto volverá a Azkaban...
La voz del señor Crouch se apagó, y Harry miró a su alrededor. La mazmorra se disolvía como si fuera de humo, todo se desvanecía; sólo podía ver su propio cuerpo: todo lo demás era una oscuridad envolvente.
— Suena agobiante — dijo Angelina.
Harry asintió.
Y entonces volvió la mazmorra. Estaba sentado en un asiento distinto: de nuevo en el banco superior, pero esta vez a la izquierda del señor Crouch. La atmósfera parecía muy diferente: relajada, se diría que alegre. Los magos y brujas hablaban entre sí, casi como si se hallaran en algún evento deportivo.
— ¿No era otro juicio? — preguntó Katie, extrañada.
Harry asintió y eso solo confundió más al resto del alumnado.
Una bruja sentada en las gradas del medio, enfrente de Harry, atrajo su atención. Tenía el pelo rubio y corto, llevaba una túnica de color fucsia y chupaba el extremo de una pluma de color verde limón: se trataba, sin duda alguna, de una Rita Skeeter más joven que la que conocía.
— Tan joven y ya con ese estilo horrible — murmuró Demelza.
Dumbledore se encontraba de nuevo sentado a su lado, pero vestido con una túnica diferente. El señor Crouch parecía más cansado y demacrado, pero también más temible... Harry comprendió: se trataba de un recuerdo diferente, un día diferente, un juicio distinto.
Se abrió la puerta del rincón, y Ludo Bagman entró en la sala.
Hubo murmullos de interés.
Pero no era el Ludo Bagman apoltronado y fondón, sino que se hallaba claramente en la cumbre de su carrera como jugador de quidditch: aún no tenía la nariz rota, y era alto, delgado y musculoso. Bagman parecía nervioso al sentarse en la silla de las cadenas; unas cadenas que no lo apresaron como habían hecho con Karkarov, y Bagman, tal vez animado por ello, miró a la multitud, saludó con la mano a un par de personas y logró esbozar una ligera sonrisa.
Moody miraba hacia el libro con desprecio. Fred y George también.
—Ludo Bagman, se lo ha traído ante la Junta de la Ley Mágica para responder de cargos relacionados con las actividades de los mortífagos —dijo el señor Crouch—. Hemos escuchado las pruebas que se han presentado contra usted, y nos disponemos a emitir un veredicto. ¿Tiene usted algo que añadir a su declaración antes de que dictemos sentencia?
Harry no daba crédito a sus oídos: ¿Ludo Bagman un mortífago?
Lo mismo se preguntaban en el comedor. El silencio fue roto por decenas de voces que hablaban sobre otras, todas completamente estupefactas.
— ¿Cómo va a ser Bagman un mortífago? — exclamó Roger Davies. — ¡Es imposible!
— ¡Yo me lo creería! — replicó Lisa Turpin.— Era una figura pública importante, seguro que a Quien-Tú-Sabes podría haberle sido útil.
—Solamente —dijo Bagman, sonriendo con embarazo—, bueno, que sé que he sido bastante tonto.
Una o dos personas sonrieron con indulgencia desde los asientos. El señor Crouch no parecía compartir sus simpatías: miraba a Ludo Bagman con la más profunda severidad y desagrado.
— Creo que ahora entiendo por qué a Crouch le caía tan mal Bagman — admitió Susan. — Tiene toda la pinta de que se va a librar del juicio solo por su fama.
—Nunca dijiste nada más cierto, muchacho —murmuró secamente alguien detrás de Harry, para que lo oyera Dumbledore. Miró y vio de nuevo a Moody—. Si no supiera que nunca ha tenido muchas luces, creería que una de esas bludgers le había afectado al cerebro...
Algunos sonrieron al escuchar eso.
— Me apunto ese insulto para usarlo contra ti — le dijo Angelina a Wood, que soltó un bufido.
—Ludovic Bagman, usted fue sorprendido pasando información a los partidarios de lord Voldemort —dijo el señor Crouch—. Por este motivo pido para usted un período de prisión en Azkaban de no menos de...
— ¡Pasaba información! — exclamó Dennis Creevey.
— No me lo esperaba — se oyó decir a un chico de sexto.
Pero de los bancos surgieron gritos de enfado. Algunos magos y brujas se habían puesto en pie y dirigían al señor Crouch gestos amenazadores alzando los puños.
—¡Pero ya les he dicho que yo no tenía ni idea! —gritó Bagman de todo corazón por encima de la algarabía, abriendo más sus redondos ojos azules—. ¡Ni la más remota idea! Rookwood era un amigo de la familia... ¡Ni se me pasó por la cabeza que pudiera estar en tratos con Quien-ustedes-saben! ¡Yo creía que la información era para los nuestros!
— Bueno, si Rookwood engañó a todo el Ministerio, no pueden culpar a Bagman por creerse también que estuviera de nuestro lado — dijo Hannah.
— Bagman me cae mal, pero hay que admitir que, si el Ministerio confiaba tanto en Rookwood como para permitirle trabajar en un departamento importante, Bagman tampoco tendría motivos para desconfiar de él — añadió Susan Bones.
Rookwood no paraba de ofrecerme un puesto en el Ministerio para cuando mis días en el quidditch hubieran concluido, ya saben... No puedo seguir parando bludgers con la cabeza el resto de mi vida, ¿verdad?
Hubo risas entre la multitud.
— Está claro que se libró por ser famoso — dijo Ron. — Pero yo tampoco creo que supiera lo que hacía.
Varias personas asintieron.
—Se someterá a votación —declaró con frialdad el señor Crouch. Se volvió hacia la derecha de la mazmorra—. El jurado tendrá la bondad de alzar la mano: los que estén a favor de la pena de prisión...
Harry miró hacia la derecha de la mazmorra: nadie levantaba la mano. Muchos de los magos y brujas de la parte superior de la sala empezaron a aplaudir.
— De la que se libró — dijo Colin, asombrado.
Una de las brujas del jurado se puso en pie.
—¿Sí? —preguntó Crouch.
—Simplemente, querríamos felicitar al señor Bagman por su espléndida actuación dentro del equipo de Inglaterra en el partido contra Turquía del pasado sábado —dijo la bruja con voz entrecortada.
— Oh, venga ya — se quejó Zacharias Smith. — Eso es pasarse. Le están dando un trato preferencial.
El señor Crouch parecía furioso. En aquel momento, la mazmorra vibraba con los aplausos. Bagman respondió a ellos poniéndose en pie, inclinándose y sonriendo.
—Una infamia —dijo Crouch al sentarse junto a Dumbledore, mientras Bagman salía de la sala—. Claro que Rookwood le iba a dar un puesto... El día en que Ludo Bagman entre en el Ministerio será un día muy triste...
— Debió de ser duro trabajar con Bagman para organizar los Mundiales — dijo Bill.
— Sin duda — asintió Percy.
Y la sala volvió a desvanecerse. Cuando reapareció, Harry observó a su alrededor. El y Dumbledore seguían sentados al lado del señor Crouch, pero el ambiente no podía ser más distinto. El silencio era total, roto solamente por los secos sollozos de una bruja menuda y frágil que se hallaba al lado del señor Crouch. Con manos temblorosas, se apretaba un pañuelo contra la boca. Harry miró a Crouch y lo vio más demacrado y pálido que nunca. En la sien se apreciaban las contracciones de un nervio.
A Harry le dio un escalofrío. Ahora que sabía lo que estaba presenciando, la imagen de la mujer llorando le parecía diez veces más dolorosa.
—Tráiganlos —ordenó, y su voz retumbó en la silenciosa mazmorra.
La puerta del rincón volvió a abrirse. Aquella vez entraron seis dementores flanqueando a un grupo de cuatro personas. Harry vio que todo el mundo se volvía a mirar al señor Crouch. Algunos cuchicheaban.
— Quizá tiene que ver con lo de su hijo — murmuraba Dean.
Los dementores colocaron al grupo en cuatro sillas con cadenas que habían puesto en el centro de la mazmorra. Había un hombre robusto que miró a Crouch inexpresivamente; otro hombre más delgado y de aspecto nervioso, cuyos ojos recorrían la multitud; una mujer con cabello negro, brillante y espeso, y párpados caídos, que se sentó en la silla de cadenas como si fuera un trono,
Harry estaba muy pendiente de Neville, por lo que vio cómo apretaba los puños al escuchar eso.
y un muchacho de unos veinte años que parecía petrificado: estaba temblando, y el pelo color de paja le caía sobre la cara de piel blanca como la leche y pecosa. La bruja menuda sentada al lado de Crouch comenzó a balancearse hacia atrás y hacia delante en su asiento, lloriqueando sobre el pañuelo.
— Pobre mujer — se lamentó Alicia.
Crouch se levantó. Miró a los cuatro que tenía ante él con expresión de odio.
—Se los ha traído ante la Junta de la Ley Mágica —dijo pronunciando con claridad— para que podamos juzgarlos por crímenes tan atroces...
—Padre —suplicó el muchacho del pelo color paja—. Por favor, padre...
— Lo sabía — dijo Dean. — Es el juicio del hijo de Crouch.
Se oyeron murmullos por todo el comedor.
—... que raramente este juzgado ha oído otros semejantes —siguió Crouch, hablando más alto para ahogar la voz de su hijo—. Hemos oído las pruebas presentadas contra ustedes. Los cuatro están acusados de haber capturado a un auror, Frank Longbottom,
La chica de Slytherin paró en seco. Miró a Neville con una expresión de sorpresa, gesto que gran parte del comedor imitó. Tras unos segundos, la chica continuó leyendo, más despacio.
y haberlo sometido a la maldición cruciatus por creerlo en conocimiento del paradero actual de su jefe exiliado, El-que-no-debe-ser-nombrado...
— Oh, no — Parvati se llevó la mano a la boca, horrorizada.
— ¿Es tu padre? — le preguntó Lavender a Neville. Él asintió, gesto al que todo el comedor prestó atención.
—¡Yo no, padre! —gritó el muchacho encadenado—. Yo no, padre, lo juro. ¡No vuelvas a enviarme con los dementores...!
—Se los acusa también —continuó el señor Crouch— de haber usado la maldición cruciatus contra la mujer de Frank Longbottom cuando él no les proporcionó la información. Planearon restaurar en el poder a El-que-no-debe-ser-nombrado, y volver a la vida de violencia que presumiblemente llevaron ustedes mientras él fue poderoso. Ahora pido al jurado...
Neville tenía los puños cerrados, la mandíbula apretada y la vista fija en un punto del suelo. A Harry le dio mucha pena.
—¡Madre! —gritó el muchacho, y la bruja menuda que estaba junto a Crouch sollozó con más fuerza—. ¡No lo dejes, madre! ¡Yo no lo hice, yo no fui!
Pero la gente estaba demasiado sorprendida al escuchar hablar de los padres de Neville que nadie se tomó un segundo para simpatizar con el hijo de Crouch.
—Pido a los miembros del jurado —prosiguió el señor Crouch— que levanten las manos si creen, como yo, que estos crímenes merecen la cadena perpetua en Azkaban.
Todos a la vez, los magos y brujas del lado de la derecha, levantaron las manos. La multitud de la parte superior prorrumpió en aplausos, tal cual habían hecho con Bagman, con el entusiasmo plasmado en la cara.
— Seguro que los padres de Longbotton se alegraron de que sus torturadores fueran a Azkaban — dijo una niña de primero con optimismo. Varias personas le dieron la razón.
Neville hizo una mueca y no respondió nada.
El muchacho gritó con desesperación:
—¡No, madre, no! ¡Yo no lo hice, no lo hice, no sabía! ¡No me envíes allí, no lo dejes!
— Suena honesto... — empezó a decir una chica de cuarto.
— No te lo creas — dijo Harry rápidamente, ganándose miradas curiosas.
Los dementores volvieron a entrar en la sala. Los tres compañeros del muchacho se levantaron con serenidad de las sillas. La mujer de los párpados caídos miró a Crouch y vociferó:
—¡El Señor Tenebroso se alzará de nuevo, Crouch! ¡Echadnos a Azkaban: podemos esperar! ¡Se alzará de nuevo y vendrá a buscarnos, nos recompensará más que a ningún otro de sus partidarios! ¡Sólo nosotros le hemos sido fieles! ¡Sólo nosotros hemos tratado de encontrarlo!
Harry no estaba preparado para ver el odio en los ojos de Neville. Solo estuvo allí durante unos segundos antes de que el chico lograra controlar sus emociones, pero fue más que suficiente para que Harry supiera que aquella mujer era la persona a la que Neville más odiaba en el mundo.
El muchacho, en cambio, se debatía contra los dementores, aun cuando Harry notó que el frío poder absorbente de éstos empezaba a afectarlo. La multitud los insultaba, algunos puestos en pie, mientras la mujer salía de la sala con decisión y el muchacho seguía luchando.
—¡Soy tu hijo! —le gritó al señor Crouch—. ¡Soy tu hijo!
—¡Tú no eres hijo mío! —chilló el señor Crouch, con los ojos repentinamente desorbitados—. ¡Yo no tengo ningún hijo!
— ¿Y si era inocente? — preguntó Romilda.— Suena tan desesperado...
— Los mortífagos pueden ser grandes mentirosos — dijo Sirius en voz alta. — Que no se os olvide eso.
La bruja menuda que estaba a su lado lanzó un gemido ahogado y se desplomó en el asiento. Se había no parecía haberse dado cuenta.
— Ella sí que me da pena — admitió Katie.
—¡Lleváoslos! —ordenó Crouch a los dementores, salpicando saliva—. ¡Lleváoslos, y que se pudran allí!
—¡Padre, padre, yo no tengo nada que ver! ¡No! ¡No! ¡Por favor, padre!
Algunos parecieron muy incómodos al escuchar esos gritos.
—Creo, Harry, que ya es hora de volver a mi despacho —le dijo alguien al oído. Se sobresaltó. Miró a un lado y luego al otro.
Había un Albus Dumbledore sentado a su derecha, que observaba cómo se llevaban los dementores al hijo de Crouch, y otro Albus Dumbledore a su izquierda, mirándolo a él.
— Te han pillado — dijo Seamus. — ¿Te castigaron?
Harry negó con la cabeza.
—Vamos —le dijo el Dumbledore de la izquierda, agarrándolo del codo.
Harry notó que se elevaba en el aire; la mazmorra se desvaneció. Por un instante la oscuridad fue total, y luego sintió como si diera una voltereta a cámara lenta y se posara de pronto sobre sus pies en lo que parecía la luz cegadora del soleado despacho de Dumbledore. La vasija de piedra brillaba en el armario, delante de él, y a su lado se encontraba Albus Dumbledore.
— Potter, como siempre, librándose de los castigos — se quejó un Slytherin de sexto.
—Profesor —dijo Harry con voz entrecortada—, sé que no debería... Yo no pretendía... La puerta del armario estaba algo abierta y...
—Lo comprendo perfectamente —lo tranquilizó Dumbledore. Levantó la vasija, la llevó a su escritorio, la puso sobre la superficie pulida y se sentó en la silla detrás de la mesa. Con una seña, le indicó a Harry que tomara asiento enfrente de él.
Snape frunció el ceño y Harry estaba seguro de que estaba pensando en que Dumbledore debía haberlo regañado.
Harry lo hizo, sin dejar de mirar la vasija de piedra. El contenido había vuelto a su estado original, blanco plateado, y se arremolinaba y agitaba bajo su atenta mirada.
—¿Qué es? —preguntó con voz temblorosa.
—¿Esto? Se llama pensadero —explicó Dumbledore—. A veces me parece, y estoy seguro de que tú también conoces esa sensación, que tengo demasiados pensamientos y recuerdos metidos en el cerebro.
—Eh... —dijo Harry, que en realidad no podía decir que hubiera sentido nunca nada parecido.
— Es que es algo que le suele pasar a las personas inteligentes, Potter — se oyó decir a Malfoy. — No lo comprenderlas.
Harry le lanzó una mirada llena de desdén e hizo un esfuerzo por ignorar las risitas de algunos.
—En esas ocasiones —siguió Dumbledore, señalando la vasija de piedra— uso el pensadero: no hay más que abrir el grifo de los pensamientos que sobran, verterlos en la vasija y examinarlos a placer. Es más fácil descubrir las pautas y las conexiones cuando están así, ¿me entiendes?
—¿Quiere decir que esas cosas son sus pensamientos? —preguntó Harry, observando la sustancia blanca que giraba en la vasija.
—Eso es —asintió Dumbledore—. Déjame que te lo muestre.
A pesar de que todos habían visto el pensadero hacía pocos días, escuchaban con mucho interés.
Dumbledore sacó la varita de la túnica y apoyó la punta en el canoso pelo de su sien. Al separar la varita, el pelo parecía haberse pegado a la punta, pero luego Harry se dio cuenta de que era una hebra brillante de la misma extraña sustancia plateada que había en el pensadero. Dumbledore añadió a la vasija aquel nuevo pensamiento, y Harry, anonadado, vio su propia cara en la superficie de la vasija.
— Tienen que ser carísimos los pensaderos — dijo Ron.
— Cientos de galeones, seguro — replicó George.
Dumbledore colocó sus largas manos a cada lado del pensadero y lo movió de forma parecida a un buscador de oro que buscara pepitas... y Harry vio que su cara se transmutaba paulatinamente en la de Snape, que abría la boca y se dirigía al techo con una voz que resonaba ligeramente:
—Está volviendo... y la de Karkarov también... mas intensa y más clara que nunca...
Muchos parecieron terriblemente confundidos. Snape no hizo el más mínimo gesto para aclarar sus dudas.
—Una conexión que yo podría haber hecho sin ayuda —dijo Dumbledore suspirando—, pero no importa. —Miró por encima de sus gafas de media luna a Harry, que a su vez miraba con la boca abierta cómo Snape seguía moviéndose en la superficie de la vasija—. Estaba utilizando el pensadero cuando llegó el señor Fudge a nuestra cita, y lo guardé apresuradamente. Supongo que no dejé bien cerrado el armario. Es lógico que atrajera tu atención.
—Lo siento —murmuró Harry. Dumbledore movió la cabeza a los lados.
—La curiosidad no es pecado —replicó— Pero tenemos que ser cautos con ella, claro...
— Está siendo demasiado permisivo — dijo Umbridge. — Potter ha violado su privacidad y ni siquiera ha recibido un castigo por ello. Es indignante.
— No considero que Potter necesitara ser castigado en aquella ocasión — respondió Dumbledore con calma.
Frunciendo el entrecejo ligeramente, tocó con la punta de la varita los pensamientos que había en la vasija. Al instante surgió una chica rolliza y enfurruñada de unos dieciséis años, que empezó a girar despacio, con los pies en la vasija. No vio ni a Harry ni al profesor Dumbledore. Al hablar, su voz resonaba como la de Snape, como si llegara de las profundidades de la vasija de piedra:
—Me echó un maleficio, profesor Dumbledore, y sólo le estaba tomando un poco el pelo, señor. Sólo le dije que lo había visto el jueves besándose con Florence detrás de los invernaderos...
La gente estaba muy confusa.
— ¿Quién es Florence? — preguntó Dennis.
Nadie respondió.
—Pero ¿por qué, Bertha? —dijo con tristeza Dumbledore, mirando a la chica que seguía dando vueltas, en aquel momento en silencio—. Para empezar, ¿por qué tenías que seguirlo?
—¿Bertha? —susurró Harry, mirándola—. ¿Ésa es... ésa era Bertha Jorkins?
Algunos jadearon.
—Sí —contestó Dumbledore, volviendo a tocar con la varita los pensamientos de la vasija; Bertha se hundió nuevamente en ellos, y la sustancia recuperó su aspecto opaco y plateado—. Era Bertha en el colegio, tal como la recuerdo.
— Eso es muy triste — murmuró Hermione .
La luz plateada del pensadero iluminaba el rostro de Dumbledore, y a Harry le sorprendió de repente ver lo viejo que parecía. Sabía, naturalmente, que Dumbledore estaba entrado en años, pero nunca pensaba en él como un viejo.
Dumbledore no pareció ofendido.
—Bueno, Harry —dijo Dumbledore en voz baja—, antes de que te perdieras entre mis pensamientos, querías decirme algo.
—Si. Profesor... yo estaba en clase de Adivinación, y... eh... me dormí.
Dudó, preguntándose si iba a recibir una regañina, pero Dumbledore sólo dijo:
—Lo puedo entender. Prosigue.
— Hasta Dumbledore entiende que esa clase es un rollo —susurró Ron.
—Bueno, y soñé. Un sueño sobre lord Voldemort. Estaba torturando a Colagusano... ya sabe usted...
—Sí, lo conozco —dijo Dumbledore enseguida—. Continúa.
—A Voldemort le llegó una carta por medio de una lechuza. Dijo algo como que el error garrafal de Colagusano había quedado reparado. Dijo que había muerto alguien. Y luego dijo que Colagusano no tendría que servir de alimento a la serpiente (había una serpiente al lado del sillón). Dijo... dijo que, en vez de a él, la serpiente podría comerme a mí. Luego utilizó contra Colagusano la maldición cruciatus... y la cicatriz empezó a dolerme. Me desperté porque el dolor era muy fuerte.
Dumbledore simplemente lo miró.
—Eh... eso es todo —concluyó Harry.
— Debió ser raro ir al despacho del director a contarle un sueño — dijo una chica de tercero. —A mí me daría miedo que me dijera "¿Por qué rayos me cuentas eso?"
—Ya veo —respondió Dumbledore en voz baja—. Ya veo. ¿Te había vuelto a doler la cicatriz este curso alguna vez, aparte de cuando lo hizo en verano?
—No, no me... ¿Cómo sabe usted que me desperté este verano con el dolor de la cicatriz? —preguntó Harry, sorprendido.
— El profesor Dumbledore lo sabe todo — dijo un chico de primero.
—Tú no eres el único que se cartea con Sirius —explicó Dumbledore—. Yo también he estado en contacto con él desde que salió el año pasado de Hogwarts. Fui yo quien le sugirió la cueva de la ladera de la montaña como el lugar más seguro para esconderse.
Fudge bufó y murmuró algo por lo bajo.
Dumbledore se levantó y comenzó a pasear por detrás del escritorio. De vez en cuando se ponía en la sien la punta de la varita, se sacaba otro pensamiento brillante y plateado, y lo echaba al pensadero. Dentro de éste, los pensamientos empezaron a girar tan rápido que Harry no podía distinguir nada: no era más que un borrón de colores.
—Profesor... —lo llamó después de un par de minutos. Dumbledore dejó de pasear y miró a Harry.
—Disculpa —dijo, y volvió a sentarse tras el escritorio.
—¿Sabe por qué me duele la cicatriz?
Eso despertó el interés de muchos. Harry desearía tener la respuesta.
Dumbledore lo observó en silencio durante un momento antes de responder.
—Tengo una teoría, nada más... Me da la impresión de que te duele la cicatriz tanto cuando Voldemort está cerca de ti como cuando a él lo acomete un acceso de odio especialmente intenso.
— Así que Harry nota cada vez que a ese loco le dan ataques de ira — dijo Charlie. — Qué mala suerte.
—Pero... ¿por qué?
—Porque tú y él estáis conectados por una maldición malograda —explicó Dumbledore—. Eso no es una cicatriz ordinaria.
Harry se aplastó el flequillo contra la frente de forma automática.
—¿Y piensa que ese sueño... sucedió de verdad?
—Es posible —admitió Dumbledore—. Diría que probable. ¿Viste a Voldemort, Harry?
—No. Sólo la parte de atrás del asiento. Pero... no habría nada que ver, ¿verdad? Quiero decir que... no tiene cuerpo, ¿o sí? Pero... pero entonces, ¿cómo pudo sujetar la varita? —dijo Harry pensativamente.
—Buena pregunta —murmuró Dumbledore—. Buena pregunta...
— ¡Ajá! — exclamó Fudge. — ¡Eso no tiene sentido! Incluso si Quien-Tú-Sabes estuviera ahí fuera, el consenso general es que perdió su cuerpo. ¿Cómo va a usar una varita? Está claro que todo fue un sueño de Potter.
Fudge parecía triunfante, pero no más que Umbridge, cuya sonrisa ancha le provocó a Harry ganas de romper algo.
— No es tan simple, Cornelius — replicó Dumbledore, pero eso fue todo lo que dijo y a Fudge no se le quitó la expresión de triunfo.
Ni Harry ni Dumbledore hablaron durante un rato. Dumbledore tenía la vista fija en el otro lado del despacho, y de vez en cuando se ponía la punta de la varita en la sien y añadía otro pensamiento brillante y plateado a la sustancia en continuo movimiento del pensadero.
—Profesor —dijo Harry al fin—, ¿cree que está cobrando fuerzas?
Se hizo el silencio absoluto.
—¿Voldemort? —Dumbledore miró a Harry por encima del pensadero. Era la misma mirada característica y penetrante que le había dirigido en otras ocasiones, y a Harry siempre le daba la impresión de que el director veía a través de él, de una manera en que ni siquiera podía hacerlo el ojo mágico de Moody—. Una vez más, Harry, me temo que sólo puedo hacer suposiciones.
Todo el mundo escuchaba con atención.
Dumbledore volvió a suspirar, y de pronto pareció más viejo y más débil que nunca.
Dumbledore suspiró.
— Me temo que ya no soy joven — dijo, provocando algunos bufidos de incredulidad.
—Los años del ascenso de Voldemort estuvieron salpicados de desapariciones — explicó—. Ahora Bertha Jorkins ha desaparecido sin dejar rastro en el lugar en que Voldemort fue localizado por última vez. El señor Crouch también ha desaparecido... en estos mismos terrenos. Y ha habido una tercera desaparición, que el Ministerio, lamento tener que decirlo, no considera de importancia porque es la de un muggle. Se llama Frank Bryce; vivía en la aldea donde se crió el padre de Voldemort, y no se lo ha visto desde finales de agosto.
— Ese era el hombre que salió al principio del libro — dijo Ernie. Estaba muy pálido.
Los nervios y la tensión en el comedor eran más que obvios.
Como ves, leo los periódicos muggles, cosa que no hacen mis amigos del Ministerio. —Dumbledore miró a Harry muy serio—. Creo que estas desapariciones están relacionadas, pero el ministro no está de acuerdo conmigo, como tal vez notaras cuando esperabas a la puerta.
— Y sigo pensando que lo estaban. De hecho, ahora tengo confirmación de que así era — dijo Dumbledore en voz alta.
— Tonterías — resopló Fudge.
Harry asintió con la cabeza. Volvieron a quedarse en silencio, y Dumbledore, de vez en cuando, se sacaba de la cabeza un pensamiento. Harry pensó que quizá debía marcharse, pero la curiosidad lo retuvo en la silla.
—Profesor... —repitió.
—¿Sí, Harry?
—Eh... ¿puedo preguntarle por... esos juicios que presencié en el pensadero?
— Sí, por favor — murmuró Colin. — Me da curiosidad...
—Puedes —contestó Dumbledore apesadumbrado—. Asistí a muchos juicios, pero algunos regresan a mi memoria con más claridad que otros... especialmente ahora...
—¿Recuerda... recuerda el juicio en que me encontró?, ¿el del hijo de Crouch? Bien... ¿se referían a los padres de Neville?
Neville aguantó con valentía la docena de miradas curiosas que cayeron sobre él súbitamente.
Dumbledore dirigió a Harry una mirada penetrante.
—¿No te ha contado nunca Neville por qué lo ha criado su abuela? —inquirió el director.
Harry negó con la cabeza, preguntándose por qué nunca había hablado con Neville del tema en los casi cuatro años que hacía que se conocían.
Hermione tenía el ceño fruncido y parecía estar preguntándose lo mismo.
—Sí, se referían a los padres de Neville —admitió Dumbledore—. Su padre, Frank, era un auror, igual que el profesor Moody. Él y su mujer fueron torturados para sacarles información sobre el paradero de Voldemort después de que éste perdió su poder, tal como oíste.
—Entonces, ¿están muertos? —preguntó Harry en voz baja.
Neville hizo un gesto extraño al oír eso. La pregunta le había pillado por sorpresa y Harry se sintió mal.
—No —respondió Dumbledore, con una amargura en la voz que nunca antes había notado Harry—, están locos. Se encuentran los dos en el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. Creo que Neville va a visitarlos, con su abuela, durante las vacaciones. No lo reconocen.
— Ay, no — Hermione estaba muy pálida y se había agarrado al brazo de Harry. Ron estaba tan blanco que se podían contar todas las pecas de su rostro, al igual que Ginny, quien tenía los labios apretados.
— Madre mía... — Lavender se tapaba la boca con las manos, totalmente horrorizada. A su lado, Parvati parecía estar en shock.
— Oh, no... — a Hannah le brillaban los ojos con lágrimas.
No era la única afectada. A lo largo de todo el comedor, mucha gente sentía simpatía por Neville, quien estaba haciendo un gran esfuerzo por no mirar a nadie. El señor y la señora Weasley también parecían muy afectados, e incluso entre los profesores, las expresiones eran de profunda tristeza. McGonagall parecía de pronto más vieja de lo que Harry la había visto nunca.
Harry se quedó horrorizado. No sabía... Nunca, en cuatro años, se había preocupado por averiguar...
— No podías saberlo. Nunca lo mencioné — dijo Neville, hablando por primera vez desde que se leyera lo de sus padres. Estaba muy pálido.
Harry asintió, aunque seguía sintiéndose mal por no haber preguntado nunca.
—Los Longbottom eran muy queridos —prosiguió Dumbledore—. El ataque contra ellos fue posterior a la caída de Voldemort, cuando todo el mundo se sentía ya a salvo. Aquello provocó una oleada de furia como no he conocido nunca. El Ministerio se sintió muy presionado para capturar a los culpables. Por desgracia, y dada la condición en que se encontraban los Longbottom, su declaración no era de fiar.
Neville hizo una mueca. El silencio era tan pesado que casi costaba respirar.
—O sea ¿que el hijo del señor Crouch podría haber sido inocente? —dijo Harry pensativamente.
—En cuanto a eso, no tengo ni idea.
Ahora ya lo sabemos, pensó Harry con amargura.
Harry se quedó callado una vez más, observando el movimiento de la sustancia del pensadero. Había otras dos preguntas que rabiaba por hacer, pero atañían a la culpabilidad de personas que estaban vivas.
—Eh —dijo—, el señor Bagman...
—Nadie lo ha vuelto a acusar de ninguna actividad tenebrosa —contestó Dumbledore con su voz impasible.
— No, tenebroso no, pero es un capullo — gruñó Fred.
Era testimonio de lo triste que seguía la señora Weasley tras leer lo de los Longbottom que ni siquiera regañó a Fred por su lenguaje.
—Bien —dijo Harry apresuradamente, volviendo a observar el contenido del pensadero, que giraba más despacio porque Dumbledore había dejado de añadir pensamientos—. Y... eh...
Pero el pensadero parecía estar haciendo la pregunta por él. El rostro de Snape volvía a flotar en la superficie.
Snape fijó la vista en Harry, como retándole a preguntar algo. Harry apartó la mirada.
Dumbledore lo miró, y luego levantó la vista hacia Harry.
—Tampoco al profesor Snape —respondió.
Harry miró los ojos de color azul claro de Dumbledore, y lo que realmente quería saber le salió de la boca antes de que pudiera evitarlo:
—¿Qué le hizo pensar que Snape había dejado de apoyar a Voldemort, profesor?
Muchos se inclinaron hacia delante en sus asientos, sintiendo tanta curiosidad como la que Harry había sentido aquel día.
Dumbledore aguantó durante unos segundos la mirada de Harry, y luego dijo: —Eso, Harry, es un asunto entre el profesor Snape y yo.
Hubo más de un bufido de impaciencia. Las miradas iban de Dumbledore a Snape, como si esperaran ver algo en ellos que les diera más información.
Harry comprendió que la entrevista había concluido. Dumbledore no parecía enfadado, pero el tono terminante de su voz daba a entender que era el momento de irse. Se levantó, y lo mismo hizo Dumbledore.
Muchos parecieron decepcionados, pues querían saber más.
—Harry —lo llamó cuando éste se hubo acercado a la puerta—, por favor, no digas a nadie lo de los padres de Neville. Tiene derecho a contarlo él, cuando esté preparado.
—Sí, profesor —respondió, volviéndose para salir. —Y...
Harry miró atrás.
Dumbledore estaba sobre el pensadero, con la cara iluminada desde abajo por la luz plateada, y parecía más viejo que nunca. Miró por un momento a Harry, y le dijo:
—Buena suerte en la tercera prueba.
— Ese es el final — anunció la chica de Slytherin, y se hizo el silencio.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII
No hay comentarios:
Publicar un comentario