Los mortifagos:
El hombre delgado salió del caldero, mirando a Harry fijamente... y Harry contempló el rostro que había nutrido sus pesadillas durante los últimos tres años.
Nadie pudo siquiera compadecerse de Harry. El horror era demasiado real, demasiado fuerte.
Más blanco que una calavera, con ojos de un rojo amoratado, y la nariz tan aplastada como la de una serpiente, con pequeñas rajas en ella en vez de orificios.
Lord Voldemort había vuelto.
Dumbledore levantó la vista, indicando que ese era el final.
Y entonces el caos se desató.
Resultaba imposible distinguir a quiénes pertenecían el centenar de voces que, al mismo tiempo, hablaron, gritaron y farfullaron entre sollozos angustiados.
Estaban los incrédulos, los que, todavía en shock, no asimilaban como real lo que acababan de leer. No era difícil distinguirlos: la confusión en sus rostros se entremezclaba con el terror que sentían. Algunos intercambiaban miradas, tratando de encontrar un poco de alivio en los rostros de los demás, sin éxito.
También estaban los histéricos, que se dividían en dos bandos: aquellos que, como Cho, lloraban sin parar, y aquellos que, llenos de alarma, gritaban exigiendo respuestas. A la primera categoría pertenecía gran parte del curso inferior: tantos niños lloraban en ese momento que parecía que se hubieran cancelado las navidades. Y, sin embargo, era la segunda categoría la que más llamaba la atención. Muchos se habían puesto en pie y sus gritos se escuchaban por todo el comedor:
— ¡Nos dijeron que todo era mentira!
— ¡HA VUELTO!
— ¡El ministerio aseguró que Potter mentía!
— ¡Ministro, DEFIÉNDASE!
— ¡POTTER DECÍA LA VERDAD!
— No puede ser, el ministerio…
— ¡El ministerio mentía!
— ¡El Que No Debe Ser Nombrado ha regresado!
— ¡No, no!
— Quizá lo que estamos leyendo no sea cierto.
— ¡No seas imbécil! ¡Claro que lo es! Hasta ahora los libros no han mentido, ¿no?
— ¡Profesora, diga algo!
— ¡Señor ministro!
— ¡Profesor!
Fudge estaba blanco como la cera. Tenía una expresión de profundo horror en el rostro y escuchaba los gritos de los estudiantes, aparentemente sintiéndose incapaz de responder. Umbridge le susurraba algo con apremio, tan nerviosa que se podía apreciar lo mucho que estaba sudando. Pero Fudge no parecía estar asimilando nada de lo que Dolores le decía. Tenía la vista fija en Dumbledore, que le devolvió una mirada solemne.
— Espero, Cornelius, que hagas lo que debes hacer — habló Dumbledore. Fudge hizo un sonido extraño con la garganta, pero no fue capaz de articular palabra. Los gritos entre los estudiantes no cesaron.
Y esa fue la escena que Harry se encontró al cruzar la puerta del comedor, acompañado de la señora Weasley. Había oído el barullo a través de la puerta cerrada, por lo que no se esperaba que, nada más poner él un pie en la estancia, gran parte del alumnado se quedara en silencio. Todos se giraron para mirarle al mismo tiempo.
Harry casi agradeció que mucha gente estuviera llorando a lágrima viva, porque sus sollozos eran lo único que rompía un silencio que, de pronto, era aplastante.
Respiró hondo y mantuvo la cabeza bien alta mientras cruzaba la estancia hacia el lugar donde estaban sentados sus amigos, pero no llegó a completar el recorrido. Antes de que pudiera hacerlo, una maraña de pelo castaño se le lanzó encima, abrazándolo con fuerza. Y entonces notó otro par de brazos envolverle y vio un atisbo de pelo rojo y brillante. Ron y Hermione lo abrazaban como si acabara de llegar de luchar una guerra y, a decir verdad, Harry se sentía un poco como si así fuera. Estaba totalmente agotado.
Sus amigos se separaron un poco de él y solo entonces vio Harry que Hermione tenía las mejillas llenas de lágrimas. Ron parecía muy perturbado y no hizo falta que dijera nada para que Harry lo comprendiera: leer la muerte de Cedric había sido más duro para todos de lo que habían esperado.
Harry dio un paso hacia su asiento, pero no pudo dar ni uno más. Esta vez, fue una melena pelirroja la que se le echó encima para abrazarle. Harry devolvió el abrazo con gusto y, cuando Ginny murmuró "Fuiste muy valiente", sintió que se le quitaba de encima algo del peso que había estado cargando durante mucho tiempo.
Los siguientes fueron Fred y George, que no esperaron a que Ginny soltara a Harry. Directamente, lo abrazaron con tanta fuerza y le dieron tantas palmadas en la espalda que Harry dejó escapar un gruñido de dolor.
El ruido regresó al comedor en cuanto los Weasley comenzaron a levantarse uno tras otro, como si el arrastrar de sus asientos hubiera dado el pistoletazo de salida a la locura colectiva. Los alumnos que antes gritaban, ahora volvían a hacerlo, pero a las consignas anteriores se le sumaban ahora gritos hacia Harry:
— ¡Ahí está Potter!
— ¡Decía la verdad!
— ¡Nos tenían engañados!
Quizá fueron las palabras de apoyo hacia Harry lo que hizo que finalmente Umbridge estallara.
Se puso en pie, pálida y sudorosa, con la mirada llena de algo que Harry solo podría describir como locura.
— ¡Solo son mentiras! — gritó, y su voz aguda resonó por todo el comedor, causando que muchos callaran. — ¡El Innombrable no ha regresado!
— ¿Aún se atreve a negarlo? — exclamó McGonagall, poniéndose en pie. — ¡Utilice el cerebro, Dolores!
— ¿¡Cómo se atreve?! — chilló Umbridge. — ¡Ni siquiera sabemos quién ha escrito los libros! No podemos tomar como cierto todo lo que dicen, ¡es una locura!
— ¡La única locura aquí es que usted aún se niegue a aceptarlo! — replicó McGonagall.
Harry dejó que sus amigos lo guiaran hasta su asiento. Tenía la vista fija en las dos mujeres y notaba en el estómago como si le hubiera caído dentro una piedra muy grande. Esto era exactamente lo que había temido. Umbridge se negaba a aceptar lo que leían… así que Fudge haría lo mismo. Y todo el tiempo invertido en leer, la falta de privacidad absoluta con la que había tenido que lidiar… todo sería en vano.
— Dolores, siéntese.
Harry casi se atragantó al darse cuenta de que había sido Fudge quien había hablado.
Se oyeron jadeos y Umbridge se giró para mirar al ministro con una expresión de tonta incredulidad.
Dumbledore sonrió levemente y Fudge debió notarlo, porque de pronto exclamó:
— ¡No estoy diciendo que haya vuelto! Lo que Dolores dice es cierto, ¡no sabemos quién ha escrito todo esto!
— Pero está usted dispuesto a seguir leyendo — replicó Dumbledore con calma. Había un deje de triunfo en su voz y Fudge tartamudeó ligeramente antes de responder:
— Estoy dispuesto a conocer la verdad… sea cual sea. Y la verdad la sabremos al terminar los libros, ¿no es cierto? ¿Acaso no prometieron esos dichosos encapuchados que nos revelarían su identidad al acabar de leer?
Muchos jadearon. No todo el mundo había sido consciente de ese detalle.
— Cuando sepamos quiénes son y cómo han llegado aquí, sabremos si lo que dicen los libros es de fiar — siguió diciendo Fudge. Ya no estaba tan blanco como antes, pero tenía una fina capa de sudor por toda la cara. Aun así, lo que más llamaba la atención sobre su apariencia era la expresión de seguridad con la que hablaba. — Y estoy dispuesto a escuchar la dichosa lectura hasta el final.
Para Dumbledore eso debía ser suficiente, porque volvió a sonreír.
— Eso me da esperanzas, Cornelius — dijo, y no añadió nada más.
Si a Umbridge la hubieran golpeado con una sartén en la cabeza, al estilo de Petunia Dursley, no habría estado más confusa y aturdida de lo que se encontraba en ese momento. Regresó a su asiento y se dejó caer sobre él, mirando al ministro como si la hubiera traicionado.
— Me temo que los siguientes capítulos tampoco serán fáciles de leer — habló Dumbledore, esta vez dirigiéndose hacia el resto del comedor. Los murmullos que habían seguido a la pelea entre McGonagall, Umbridge y Fudge cesaron de inmediato. — Y creo que es mejor que no alarguemos más la agonía. ¿Alguien se ofrece para leer el siguiente capítulo?
Ni un solo alumno levantó la mano. Algunos todavía miraban a Harry como si nunca lo hubieran visto bien. Tras varios segundos de espera, se escuchó una voz romper el silencio:
— Yo lo haré — se ofreció el señor Weasley, a pesar de que ya había leído un capítulo en otra ocasión. Dumbledore le agradeció con la mirada y, cuando Arthur hubo subido a la tarima, le tendió el libro con aire solemne.
El señor Weasley, cuya expresión seria indicaba que no tenía más ganas de leer ese capítulo que el propio Harry, dijo en voz alta:
— Este capítulo se titula: Los mortífagos.
Harry habría esperado que se escucharan murmullos, pero no fue así. Había silencio total.
Voldemort apartó la vista de Harry y empezó a examinar su propio cuerpo. Las manos eran como grandes arañas blancas;
Ron se estremeció. Esta vez, no fue el único.
con los largos dedos se acarició el pecho, los brazos, la cara. Los rojos ojos, cuyas pupilas eran alargadas como las de un gato, refulgieron en la oscuridad.
Harry observó con curiosidad al resto del comedor. No tenía ni idea de cómo habían reaccionado al leer la muerte de Cedric, pero estaba claro que lo habían pasado mal. Muchos alumnos aún tenían los ojos rojos, y se sorbían la nariz.
Con valor, se atrevió a mirar a Amos Diggory y vio que estaba sentado en el mismo lugar que antes. No miraba hacia el libro, ni siquiera parecía especialmente interesado en la lectura. Tenía la vista fija en un punto del suelo y la expresión más vacía y desolada que Harry jamás había visto. La profesora Sprout se había sentado a su lado para apoyarle.
Levantó las manos y flexionó los dedos con expresión embelesada y exultante. No hizo el menor caso de Colagusano, que se retorcía sangrando por el suelo, ni de la enorme serpiente, que otra vez había aparecido y daba vueltas alrededor de Harry, emitiendo sutiles silbidos.
Hubo más estremecimientos. Ni siquiera los Slytherin parecían tener a esa serpiente en mucha estima.
Voldemort deslizó una de aquellas manos de dedos anormalmente largos en un bolsillo de la túnica, y sacó una varita mágica. También la acarició suavemente, y luego la levantó y apuntó con ella a Colagusano, que se elevó en el aire y fue a estrellarse contra la tumba a la que Harry estaba atado.
Nadie dijo nada. No hubo protestas por la injusticia del trato que Colagusano estaba recibiendo por parte de su amo, y tampoco hubo vítores por parte de aquellos que odiaban a Pettigrew. El silencio estaba cargado de ideas sin compartir.
Cayó a sus pies y quedó allí, desmadejado y llorando. Voldemort volvió hacia Harry sus rojos ojos, y soltó una risa sin alegría, fría, aguda.
— Qué sádico... — susurró Hermione con una mueca.
La túnica de Colagusano tenía manchas sanguinolentas, pues éste se había envuelto con ella el muñón del brazo.
—Señor... —rogó con voz ahogada—, señor... me prometisteis... me prometisteis...
—Levanta el brazo —dijo Voldemort con desgana.
—¡Ah, señor... gracias, señor...!
Las expresiones de asco de Lupin y Sirius no pasaron desapercibidas.
Alargó el muñón ensangrentado, pero Voldemort volvió a reírse.
—¡El otro brazo, Colagusano!
—Amo, por favor... por favor...
Lupin agachó la cabeza. Puede que Pettigrew mereciera cada segundo de sufrimiento, pero verlo reducido a algo tan patético… No, no debía ser agradable para quienes habían sido sus amigos, a pesar de la traición.
Voldemort se inclinó hacia él y tiró de su brazo izquierdo. Le retiró la manga por encima del codo, y Harry vio algo en la piel, algo como un tatuaje de color rojo intenso: una calavera con una serpiente que le salía de la boca, la misma imagen que había aparecido en el cielo en los Mundiales de Quidditch: la Marca Tenebrosa.
Eso sí que provocó murmullos.
— ¿Todos los mortífagos tienen esa marca? — preguntó Terry Boot con valentía. Era el primero en hablar en voz alta desde que comenzara el capítulo, y le temblaba ligeramente la voz.
Dumbledore asintió y Terry le lanzó una mirada de soslayo a Snape. Harry supuso que Terry recordaba aquel incidente en el que Karkarov le había enseñado a Snape algo en su brazo.
Voldemort la examinó cuidadosamente, sin hacer caso del llanto incontrolable de Colagusano.
—Ha retornado —dijo con voz suave—. Todos se habrán dado cuenta... y ahora veremos... ahora sabremos...
Harry reprimió un escalofrío. Casi podía escuchar la voz fría de Voldemort, como si realmente estuviera allí. Agradeció internamente que fuera Arthur Weasley quien leía, porque su voz familiar le restaba algo de frialdad a las palabras de Voldemort.
Apretó con su largo índice blanco la marca del brazo de Colagusano.
La cicatriz volvió a dolerle, y Colagusano dejó escapar un nuevo alarido. Voldemort retiró los dedos de la marca de Colagusano, y Harry vio que se había vuelto de un negro azabache.
Algunos escuchaban con cierta fascinación. Resultaba muy curioso ver en acción el método de llamada de Voldemort. Otros, parecían aterrados.
Con expresión de cruel satisfacción, Voldemort se irguió, echó atrás la cabeza y contempló el oscuro cementerio.
—Al notarlo, ¿cuántos tendrán el valor de regresar? —susurró, fijando en las estrellas sus brillantes ojos rojos—. ¿Y cuántos serán lo bastante locos para no hacerlo?
— Espero que nadie regresara — murmuró Neville. Miró a Harry y en su rostro debió ver que no sería así, porque dejó escapar un pequeño suspiro.
Harry se fijó entonces en Seamus y Dean, que estaban sentados junto a Neville. Le sorprendió lo serios que se encontraban, especialmente Seamus. Al mismo tiempo, pensó que no tenía por qué estar sorprendido; estaban leyendo el regreso de Voldemort, ¿quién podría alegrarse?
Inmediatamente, pensó en los Slytherin. Pasó la mirada por la zona en la que los Slytherin se sentaban y vio que muchos parecían aprensivos. A algunos debía haberle afectado leer lo de Cedric, porque todavía mostraban signos de haber llorado o tenían los ceños fruncidos y expresiones serias. Sin embargo, si se fijaba bien, había alumnos que, más que otra cosa, lo que irradiaban era interés y curiosidad por lo que estaban leyendo. Con asco, Harry se dio cuenta de que a algunos les estaba gustando leer el regreso de Voldemort. Nott era un ejemplo claro: no sonreía, mantenía una expresión totalmente neutral, pero sus ojos mostraban claramente la excitación que sentía.
Quiso decir algo, gritarle que Voldemort no merecía ser admirado por nadie, o quizá pegarle un puñetazo a Nott, pero decidió callarse y mantener la calma.
A ver si a Nott le agradaba saber lo que Voldemort hizo con sus queridos mortífagos aquella primera noche.
Comenzó a pasear de un lado a otro ante Harry y Colagusano, barriendo el cementerio con los ojos sin cesar. Después de un minuto volvió a mirar a Harry, y una cruel sonrisa torció su rostro de serpiente.
Ron y Hermione se tensaron notablemente.
—Estás sobre los restos de mi difunto padre, Harry —dijo con un suave siseo—. Era muggle y además idiota... como tu querida madre.
El gruñido que soltó Sirius se escuchó por todo el comedor.
Pero los dos han tenido su utilidad, ¿no? Tu madre murió para defenderte cuando eras niño... A mi padre lo maté yo, y ya ves lo útil que me ha sido después de muerto.
— Ni siquiera se arrepiente — dijo Lavender, temblorosa. Parecía que aún le costaba asimilar que estaba leyendo las palabras exactas de Lord Voldemort.
— No tiene corazón — replicó Parvati.
Voldemort volvió a reírse. Seguía paseando, observándolo todo mientras andaba, en tanto la serpiente describía círculos en la hierba.
—¿Ves la casa de la colina, Potter? En ella vivió mi padre. Mi madre, una bruja que vivía en la aldea, se enamoró de él. Pero mi padre la abandonó cuando supo lo que era ella: no le gustaba la magia.
A la sorpresa por todo lo que estaban aprendiendo sobre Voldemort se sumaba la incredulidad.
— ¿Por qué le está contando todo eso a Potter? — se atrevió a decir Zacharias en voz alta.
— En las pelis, a los malos siempre les gusta dar discursitos a los protagonistas — dijo Colin. Zacharias no supo de qué hablaba, pero muchos hijos de muggles asintieron al escucharlo.
»La abandonó y se marchó con sus padres muggles antes incluso de que yo naciera, Potter, y ella murió dándome a luz, así que me crié en un orfanato muggle... pero juré encontrarlo... Me vengué de él, de este loco que me dio su nombre, Tom Ryddle.
— Que tuviera una infancia difícil no le da excusa para hacer todas las barbaridades que hizo — dijo la señora Weasley.
Muchos asintieron.
Siguió paseando, dirigiendo sus rojos ojos de una tumba a otra.
—Lo que son las cosas: yo reviviendo mi historia familiar... —dijo en voz baja—.Vaya, me estoy volviendo sentimental... ¡Pero mira, Harry! Ahí vuelve mi verdadera familia...
— Ja — Sirius dejó escapar una risa amarga. — ¿Su familia? Querrá decir sus esclavos.
El aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del tejo, en cada rincón umbrío, se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Y uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él. Entonces uno de los mortífagos cayó de rodillas, se arrastró hacia Voldemort y le besó el bajo de la negra túnica.
—Señor... señor... —susurró.
Las caras de asco podían verse a lo largo de todo el comedor. Algunos Slytherin parecían sorprendidos. Harry supuso que sus padres mortífagos no les habían contado la parte en la que se ponían de rodillas y le besaban a Voldemort el dobladillo de la túnica.
Los mortífagos que estaban tras él hicieron lo mismo. Todos se le fueron acercando de rodillas, y le besaron la túnica antes de retroceder y levantarse para formar un círculo silencioso en torno a la tumba de Tom Ryddle, de forma que Harry, Voldemort y Colagusano, que yacía en el suelo sollozando y retorciéndose, quedaron en el centro.
Harry se fijó en Nott y vio que tenía el ceño fruncido, pero aún no parecía muy preocupado. También se fijó en Malfoy, a quien la idea de besarle la túnica a Voldemort parecía sorprenderle más que a Nott.
Dejaban huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más gente. Voldemort, sin embargo, no parecía aguardar a nadie más. Miró a su alrededor los rostros encapuchados y, aunque no había viento, un ligero temblor recorrió el círculo, haciendo crujir las túnicas.
—Bienvenidos, mortífagos —dijo Voldemort en voz baja—. Trece años... trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero seguís acudiendo a mi llamada como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa!, ¿no es así?
Se hizo el silencio absoluto en el comedor. A pesar de que era el señor Weasley y no el verdadero Voldemort el que leía, saber que estaban leyendo las palabras exactas de Voldemort era suficiente para provocarle escalofríos a más de uno.
Echó atrás su terrible cabeza y aspiró, abriendo los agujeros de la nariz, que tenían forma de rendijas.
—Huelo a culpa —dijo—. Hay un hedor a culpa en el ambiente.
Algunos Slytherin intercambiaban miradas y la tensión era casi palpable. Algunos de sus padres habían estado allí…
Un segundo temblor recorrió el círculo, como si cada uno de sus integrantes sintiera la tentación de retroceder pero no se atreviera.
—Os veo a todos sanos y salvos, con vuestros poderes intactos... ¡qué apariciones tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna?
— Porque su lealtad estaba condicionada a que Voldemort tuviera poder — dijo Sirius en voz alta. — A eso eran leales: a su poder, al oro y a las riquezas que les prometía.
Nadie habló. Nadie se movió salvo Colagusano, que no dejaba de sollozar por su brazo sangrante.
—Y me respondo —susurró Voldemort—: debieron de pensar que yo estaría acabado, que me había ido. Volvieron ante mis enemigos, adujeron que habían actuado por inocencia, por ignorancia, por encantamiento...
Fudge lo escuchaba todo con atención. Todavía sudaba, pero no parecía que se hubiera dado cuenta.
»Y entonces me pregunto a mí mismo: ¿cómo pudieron creer que no volvería? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que sabían las precauciones que yo había tomado, tiempo atrás, para preservarme de la muerte? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que habían sido testigos de mi poder, en los tiempos en que era más poderoso que ningún otro mago vivo?
— Más quisiera — bufó Moody. — ¿El mago más poderoso? Si no hubiera jugado con magia oscura, habría acabado hecho picadillo por un bebé.
Muchos miraron a Harry en ese momento y él, sin saber cómo reaccionar, decidió mantener la vista fija en el señor Weasley.
»Y me respondo: quizá creyeron que existía alguien aún más fuerte, alguien capaz de derrotar incluso a lord Voldemort. Tal vez ahora son fieles a ese alguien... ¿tal vez a ese paladín de la gente común, de los sangre sucia y de los muggles, Albus Dumbledore?
A la mención del nombre de Dumbledore, los integrantes del círculo se agitaron, y algunos negaron con la cabeza o murmuraron algo.
Dumbledore sonrió.
— Vaya, parece que no les gusto mucho.
McGonagall rodó los ojos. Umbridge le lanzó una mirada desagradable.
Voldemort no les hizo caso.
—Me resulta decepcionante. Lo confieso, me siento decepcionado...
Uno de los hombres avanzó hacia Voldemort, rompiendo el círculo. Temblando de pies a cabeza, cayó a sus pies.
—¡Amo! —gritó—. ¡Perdonadme, señor! ¡Perdonadnos a todos!
— Eso no va a acabar bien — murmuró Lupin.
Voldemort rompió a reír. Levantó la varita.
—¡Crucio!
Algunos alumnos gritaron. Parvati y Lavender se llevaron las manos a la boca, horrorizadas.
— ¿No se supone que son sus seguidores? — exclamó un chico de segundo de Slytherin. Estaba muy pálido. — ¿Por qué los tortura?
— ¡Los acaba de llamar su familia! — exclamó otra chica, esta vez de Ravenclaw.
— Me temo que Voldemort no tiene familia — respondió Dumbledore en voz alta. Todo el mundo lo miró. — No siente la menor estima por ninguno de sus seguidores. Para él, son simples herramientas, esclavos que utilizar para cumplir sus objetivos. Y una vez que los cumple y dejan de ser útiles…
Se encogió de hombros.
Harry estaba muy atento a los Slytherin. Le habría gustado fijarse en todo el mundo al mismo tiempo, porque había reacciones de todo tipo. Estaban los que miraban a Dumbledore con el ceño fruncido y expresiones de desafío, como si no creyeran del todo lo que estaba diciendo el director. Otros, estaban muy pálidos y preocupados. Algunos susurraban con sus amigos.
Malfoy tenía la mandíbula tensa y los ojos puestos en el libro. Nott, por su parte, parecía enfadado, o quizá nervioso.
El mortífago que estaba en el suelo se retorció y gritó. Harry pensó que los aullidos llegarían a las casas vecinas. «Que venga la policía —pensó desesperado—; cualquiera, quien sea...»
— La policía muggle no habría podido hacer mucho — murmuró Hermione.
Harry la ignoró. Ya lo sabía, pero, en la desesperación del momento, ese pensamiento había sido inevitable.
Voldemort levantó la varita. El mortífago torturado yacía en el suelo, jadeando.
—Levántate, Avery —dijo Voldemort con suavidad—. Levántate. ¿Ruegas clemencia? Yo no tengo clemencia. Yo no olvido. Trece largos años... Te exigiré que me pagues por estos trece años antes de perdonarte. Colagusano ya ha pagado parte de su deuda, ¿no es así, Colagusano?
— No lo entiendo — dijo Dean de pronto. Muchos se giraron para mirarle. — Si ya ha dicho que va a vengarse de todos los que no lo buscaron cuando desapareció… ¿qué impide que esa panda de mamarrachos se levante y se vaya? Si Quien-Vosotros-Sabéis se va a vengar de ellos de todas formas, ¿no es mejor intentar huir o luchar contra él?
— Esa es una gran pregunta, señor Thomas — dijo Dumbledore. — Pero me temo que la respuesta varía según cada persona. Hay quienes deciden quedarse con Voldemort por miedo. Otros, por ansias de poder. Para ellos, el castigo que reciban será solo el precio a pagar por las riquezas que Voldemort les otorgará en el futuro.
Hizo una pequeña pausa. Todo el comedor lo escuchaba con atención.
— Y, sin embargo, me temo que esas riquezas nunca llegan — continuó. — Nunca son suficientes. ¿Merece la pena vivir con miedo constante a que tu propio bando te torture y acabe contigo y con tu familia? ¿Es el poder que Lord Voldemort promete a cambio de tus servicios un premio justo por renunciar a tu dignidad y, en muchos casos, a tu vida?
Dejó las preguntas en el aire. Harry entendió perfectamente lo que Dumbledore pretendía hacer y, mirando a los Slytherin, quedaba claro que lo estaba consiguiendo. Muchos de ellos parecían ahora pensativos y preocupados. Si conseguía sembrar la duda en sus cabezas, la lectura habría tenido éxito. Si conseguía que nunca se aliaran con Voldemort… todo habría merecido la pena.
Bajó la vista hacia éste, que seguía sollozando.
—No volviste a mí por lealtad sino por miedo a tus antiguos amigos. Mereces el dolor, Colagusano. Lo sabes, ¿verdad?
Sirius y Lupin no dijeron nada. La expresión amarga de Sirius resaltaba lo demacrado que todavía se encontraba, tras doce años de prisión.
—Sí, señor —gimió Colagusano—. Por favor, señor, por favor...
—Aun así, me ayudaste a recuperar mi cuerpo —dijo fríamente Voldemort, mirándolo sollozar en la hierba—. Aunque eres inútil y traicionero, me ayudaste... y lord Voldemort recompensa a los que lo ayudan.
Algunos Slytherin parecieron aliviados al escuchar eso. Harry tuvo ganas de gritarles.
Volvió a levantar la varita e hizo con ella una floritura en el aire. Un rayo de lo que parecía plata derretida salió brillando de ella. Sin forma durante un momento, adquirió luego la de una brillante mano humana, de color semejante a la luz de la luna, que descendió y se adhirió a la muñeca sangrante de Colagusano.
Muchos alumnos se quedaron con la boca abierta. La señora Pomfrey tenía las cejas alzadas, claramente impresionada, pero no dijo nada para alabar la destreza de Voldemort.
Los sollozos de éste se detuvieron de pronto. Respirando irregular y entrecortadamente, levantó la cabeza y contempló la mano de plata como si no pudiera creerlo. Se había unido al brazo limpiamente, sin señales, como si se hubiera puesto un guante resplandeciente. Flexionó los brillantes dedos y luego, temblando, cogió del suelo una pequeña ramita seca y la estrujó hasta convertirla en polvo.
— Guau — dejó escapar un niño de primero, ganándose una colleja por parte de Lee Jordan.
—Señor —susurró—. Señor... es hermosa... Gracias... mil gracias.
Avanzó de rodillas y besó el bajo de la túnica de Voldemort.
—Que tu lealtad no vuelva a flaquear, Colagusano —le advirtió Voldemort.
—No, mi señor... nunca.
Y, sin embargo, el hecho de que Colagusano hubiera tenido que besar la túnica de Voldemort hizo que muchos olvidaran lo increíble que era la mano de plata. El trato que Pettigrew había recibido hasta la fecha era deplorable… ¿hasta qué punto había merecido la pena?
— Al menos le ha arreglado la mano — se oyó decir a una chica de segundo.
— Pero no tendría que habérsela cortado si no hubiera sido por Quien-Tú-Sabes — replicó un chico que estaba sentado justo a su lado.
Colagusano se levantó y ocupó su lugar en el círculo, sin dejar de mirarse la mano nueva. En la cara aún le brillaban las lágrimas. Voldemort se acercó entonces al hombre que estaba a la derecha de Colagusano.
—Lucius, mi escurridizo amigo —susurró, deteniéndose ante él—.
Se oyeron jadeos. Lentamente, absolutamente todos los estudiantes giraron la cabeza hacia Malfoy, que se había puesto más blanco que nunca.
Fudge dejó escapar una palabrota.
— Avery… Lucius… — farfulló. — Por Merlín. Que alguien apunte los nombres…
— No es necesario, Cornelius — respondió Dumbledore. — La gente del futuro nos proporcionará una lista completa de mortífagos al acabar la lectura.
— ¿Estás seguro? — preguntó Fudge.
— Yo ya la tengo — respondió Dumbledore con calma.
Harry se sorprendió al escuchar eso, pero supuso que tenía sentido. Después de todo, los encapuchados habían tenido que convencer a Dumbledore de alguna manera para que permitiera la lectura… Seguro que tenía más información de la que los demás imaginaban.
Me han dicho que no has renunciado a los viejos modos, aunque ante el mundo presentas un rostro respetable. Tengo entendido que sigues dispuesto a tomar la iniciativa en una sesión de tortura de muggles. Sin embargo, nunca intentaste encontrarme, Lucius.
Harry tenía la vista fija en Malfoy, que estaba más blanco que nunca.
Tu demostración en los Mundiales de Quidditch estuvo bien, divertida, me atrevería a decir... pero ¿no hubieras hecho mejor en emplear tus energías en encontrar y ayudar a tu señor?
Se escucharon gritos ahogados.
— ¡Lo sabía! — gritó Lee Jordan.
— ¡Capullo!
— ¡Malfoy, asqueroso!
Los insultos hacia Draco y hacia su padre resonaron por todo el comedor. Harry habría esperado que Malfoy se defendiera, o que pusiera esa estúpida cara de desafío que ponía a veces, pero no lo hizo. En su lugar, mantuvo la vista fija en el libro, la mandíbula tensa, la cabeza alta.
Era imposible saber lo que estaba pensando.
—Señor, estuve en constante alerta —dijo con rapidez la voz de Malfoy, desde debajo de la capucha—. Si hubiera visto cualquier señal vuestra, una pista sobre vuestro paradero, habría acudido inmediatamente a vuestro lado. Nada me lo habría impedido...
Fudge escondió la cara entre las manos. Harry no sintió ninguna pena por él.
Lucius Malfoy se había ganado el favor de gran parte del ministerio (y, ciertamente, del ministro) gracias a sus generosas donaciones. Escucharle confesar que era un mortífago… que lo había sido todo este tiempo…
Para Fudge, todo su mundo se estaba derrumbando. Y, sin embargo, era Umbridge la que tenía peor aspecto. Había dejado de sudar, pero la expresión de su rostro daba auténtico miedo. Parecía al borde de la locura.
—Y aun así escapaste de la Marca Tenebrosa cuando un fiel mortífago la proyectó en el aire el verano pasado —lo interrumpió Voldemort con suavidad, y el señor Malfoy dejó bruscamente de hablar—. Sí, lo sé todo, Lucius. Me has decepcionado... Espero un servicio más leal en el futuro.
— Se refiere a Crouch — dijo Ernie. — Seguro.
— No, fue Winky — dijo una voz femenina a la que siguieron varios abucheos.
— Fue Winky pero por orden de Crouch — dijo otro.
Harry se mantuvo callado.
—Por supuesto, señor, por supuesto... Sois misericordioso, gracias.
Esta vez, Harry alcanzó a ver la expresión de profundo asco que puso Malfoy durante un instante. Enseguida fue reemplazada por la neutralidad que trataba de expresar, pero era tarde: Harry estaba seguro de que Malfoy no apreciaba escuchar cómo su querido padre se había postrado de rodillas ante alguien para pedir misericordia.
Voldemort se movió, y se detuvo mirando fijamente al hueco que separaba a Malfoy del siguiente hombre, en el que hubieran cabido bien dos personas.
—Aquí deberían encontrarse los Lestrange —dijo Voldemort en voz baja—. Pero están en Azkaban, sepultados en vida. Fueron fieles, prefirieron Azkaban a renunciar a mí... Cuando asaltemos Azkaban, los Lestrange recibirán más honores de los que puedan imaginarse.
Neville soltó un gruñido. Lavender y Parvati lo miraron con cautela.
Los dementores se unirán a nosotros: son nuestros aliados naturales. Y llamaremos a los gigantes desterrados. Todos mis vasallos devotos volverán a mí, y un ejército de criaturas a quienes todos temen...
Harry escuchó sollozos angustiados.
En parte, deseó sentir pena por aquellos que lloraban. Muchos de ellos habían vivido los últimos meses creyéndose todas las mentiras que El Profeta contaba: que Voldemort no había regresado, que Harry estaba loco y Dumbledore, senil. Que todos estaban a salvo.
Y ahora esa mentira se estaba derrumbando. No, Harry no podía sentir pena por los que lloraban al escuchar que Voldemort pretendía reformar su ejército.
Siguió su recorrido. Pasaba ante algunos mortífagos sin decir nada, pero se detenía ante otros y les hablaba:
—Macnair... Colagusano me ha dicho que ahora te dedicas a destruir bestias peligrosas para el Ministerio de Magia. Pronto dispondrás de mejores víctimas, Macnair. Lord Voldemort te proveerá de ellas.
—Gracias, señor... gracias —musitó Macnair.
— ¿Ese no fue el que quiso matar a Buckbeak? — preguntó Angelina.
La cara de odio de Hagrid fue respuesta suficiente.
—Y aquí —Voldemort llegó ante las dos figuras más grandes— tenemos a Crabbe. Esta vez lo harás mejor, ¿no, Crabbe? ¿Y tú, Goyle?
Se inclinaron torpemente, musitando:
—Sí, señor...
—Así será, señor...
Igual que había pasado con Malfoy, todo el comedor miró a la vez a Crabbe y Goyle, que devolvieron la mirada con gesto sorprendido. No parecían especialmente preocupados, solo confusos e incómodos.
—Te digo lo mismo que a ellos, Nott —dijo Voldemort en voz baja, desplazándose hasta una figura encorvada que estaba a la sombra del señor Goyle.
—Señor, me postro ante vos. Soy vuestro más fiel servidor...
—Eso espero —repuso Voldemort.
El caso de Nott fue diferente. Cuando todos lo miraron a él, respondió mostrando una sonrisa. Acto seguido, dirigió su mirada directamente a Harry y dijo:
— Sé todo lo que sucedió esa noche, Potter. Te libraste por pura suerte. Quizá no tengas la misma suerte la próxima vez.
— Hijo de la grandísima… — Ron sacó la varita, pero Hermione lo agarró del brazo para detenerlo.
— Solo quiere provocar… ignóralo — susurró.
Sin embargo, lo que Nott no había predicho (y Harry tampoco) era que esa provocación le saldría cara. No fue una persona, ni dos, ni tres, no fue un solo hechizo. Al menos una decena de encantamientos diferentes voló en dirección a Nott, que apenas consiguió esquivar un par de ellos.
— ¡Suficiente! — exclamó McGonagall, poniéndose en pie. Snape también se levantó y corrió a la zona de Slytherin, donde Nott había caído al suelo por el impacto.
Todos los que le habían lanzado una maldición guardaron las varitas (Harry solo alcanzó ver a Fred y George, pero le pareció que Angelina también la guardaba, y Colin había hecho un movimiento muy sospechoso). Snape ayudó a Nott a ponerse en pie y, cuando Harry lo vio, soltó un bufido.
Tenía el pelo de punta, como Seamus cada vez que le estallaba el caldero. Media cara estaba llena de algo que parecía pus de bubotubérculo, mientras la otra mitad era de color rosa intenso, como si se hubiera pintado la cara para ir a juego con la ropa de Umbridge. La parte superior del uniforme se le había hecho jirones.
Se oyeron algunas risas aisladas y muchos alumnos sonrieron. Nott les dirigió una mirada llena de odio, pero la cara rosa no ayudaba a darle un aspecto precisamente amenazador.
Harry sintió cierta satisfacción al verlo. Y, sin embargo, no pudo reírse con ganas. Todavía tenía encima el peso de lo que acababan de leer, de lo que estaban leyendo y de lo que quedaba por leer. Se preguntó si los encapuchados intentarían hacer con Nott lo mismo que con Malfoy: mostrarle que el futuro bajo el mando de Voldemort no sería lo que ellos pensaban. Algo le decía que no sería así.
Mientras Snape hacía movimientos de varita para tratar de deshacer el cúmulo de hechizos fallados que había caído sobre Nott, el señor Weasley siguió leyendo como si no hubiera sucedido nada fuera de lo habitual.
Llegó ante el hueco más grande de todos, y se quedó mirándolo con sus rojos ojos, inexpresivos, como si pudiera ver a los que faltaban.
—Y aquí tenemos a seis mortífagos desaparecidos... tres de ellos muertos en mi servicio. Otro, demasiado cobarde para venir, lo pagará. Otro que creo que me ha dejado para siempre... ha de morir, por supuesto.
La poca alegría que había provocado el ataque a Nott se evaporó de inmediato. Snape terminó de arreglar a Nott, cuyo rostro volvía a tener su color normal (aunque el cabello seguía estando ligeramente chamuscado). Nott se sentó de nuevo, lanzando miradas asesinas a tantos alumnos como pudo, y en especial a Harry.
Y otro que sigue siendo mi vasallo más fiel, y que ya se ha reincorporado a mi servicio.
Los mortífagos se agitaron. Harry vio que se dirigían miradas unos a otros a través de las máscaras.
— Pensaba que Colagusano era el único que había vuelto — dijo Hannah, confusa.
Varios afirmaron lo mismo.
—Ese fiel vasallo está en Hogwarts, y gracias a sus esfuerzos ha venido aquí esta noche nuestro joven amigo...
Hubo jadeos. Muchos alumnos intercambiaron miradas, confusos y asustados.
— ¿En Hogwarts? ¿Había un mortífago en Hogwarts? — chilló una chica de tercero.
— Claro que sí. Snape — afirmó uno de primero.
Snape lo miró con desdén.
— Me temo que Tom no se refería al profesor Snape — dijo Dumbledore en voz alta, provocando que la confusión aumentara.
»Sí —continuó Voldemort, y una sonrisa le torció la boca sin labios, mientras los ojos de todos se clavaban en Harry—. Harry Potter ha tenido la bondad de venir a mi fiesta de renacimiento. Me atrevería a decir que es mi invitado de honor.
La tensión regresaba, aunque nunca había terminado de irse.
Se hizo el silencio. Luego, el mortífago que se encontraba a la derecha de Colagusano avanzó, y la voz de Lucius Malfoy habló desde debajo de la máscara.
—Amo, nosotros ansiamos saber... Os rogamos que nos digáis... como habéis logrado... este milagro... cómo habéis logrado volver con nosotros...
Muchos se inclinaron hacia delante en sus asientos. Fueran partidarios de Voldemort o no, la curiosidad por saber cómo había regresado era innegable.
—Ah, ésa es una historia sorprendente, Lucius —contestó Voldemort—. Una historia que comienza... y termina... con el joven amigo que tenemos aquí.
Se acercó a Harry con desgana, y ambos fueron entonces el centro de atención. La serpiente seguía dando vueltas alrededor de Harry.
Algunos miraron de reojo a Harry, que los ignoró totalmente.
—Naturalmente, sabéis que a este muchacho lo han llamado «mi caída» —dijo Voldemort suavemente, clavando sus rojos ojos en Harry; la cicatriz empezó a dolerle tanto que éste estuvo a punto de chillar de dolor—. Todos sabéis que, la noche en que perdí mis poderes y mi cuerpo, había querido matarlo. Su madre murió para salvarlo, y sin saberlo fue para él un escudo que yo no había previsto... No pude tocarlo.
Ron tenía una mano en su espalda a modo de apoyo. Harry lo agradeció mucho en ese momento, porque no había sido consciente de que iba a tener que escuchar otra vez cómo Voldemort relataba la noche en la que habían muerto sus padres.
Voldemort levantó uno de sus largos dedos blancos, y lo puso muy cerca de la mejilla de Harry.
— Que ni se atreva — gruñó Sirius.
Harry estuvo a punto de recordarle que estaban leyendo el pasado, pero prefirió no hacerlo.
—Su madre dejó en él las huellas de su sacrificio... esto es magia antigua; tendría que haberlo recordado, no me explico cómo lo pasé por alto... Pero no importa: ahora sí que puedo tocarlo.
— Pues para ser "el mejor mago del mundo", pasó por alto algo muy importante — bufó Demelza Robins.
Harry sintió el contacto de la fría yema del dedo largo y blanco, y creyó que la cabeza le iba a estallar de dolor.
Se oyeron murmullos y Harry alcanzó a escuchar un "pobrecito".
Voldemort rió suavemente en su oído; luego retiró el dedo y siguió dirigiéndose a los mortífagos.
— Encima se ríe — gruñó George.
—Me equivoqué, amigos, lo admito. Mi maldición fue desviada por el loco sacrificio de la mujer y rebotó contra mí. Aaah... un dolor por encima de lo imaginable, amigos. Nada hubiera podido prepararme para soportarlo. Fui arrancado del cuerpo, quedé convertido en algo que era menos que espíritu, menos que el más sutil de los fantasmas... y, sin embargo, seguía vivo.
— Se merecía ese dolor — dijo Moody. — Se merecía cada segundo de dolor que tuvo, y mucho más.
Nadie dijo nada. El silencio era absoluto.
Lo que fui entonces, ni siquiera yo lo sé... Yo, que he ido más lejos que nadie en el camino hacia la inmortalidad. Vosotros conocéis mi meta: conquistar la muerte.
— ¿Acaso es posible? — se atrevió a preguntar un chico de primero.
Dumbledore lo miró detenidamente.
— Hay formas de alargar la vida, pero la mayoría de ellas requieren sacrificios que nadie en su sano juicio aceptaría.
El chico pareció algo asustado al escuchar eso.
Y entonces fui puesto a prueba, y resultó que alguno de mis experimentos funcionó bien... porque no llegué a morir aunque la maldición debiera haberme matado. No obstante, quedé tan desprovisto de poder como la más débil criatura viva, y sin ningún recurso que me ayudara... porque no tenía cuerpo, y cualquier hechizo que pudiera haberme ayudado requería la utilización de una varita.
— Alguno de sus experimentos… ¿Significa eso que Quien-Tú-Sabes no sabe qué fue lo que le salvó la vida? — preguntó Ernie en voz alta.
— Sí lo sabe — replicó Dumbledore. — Pero supongo que prefería mantener oculta esa información.
Hubo un murmullo mientras la gente asimilaba lo que el director acababa de decir. Siendo sincero, a Harry también le daba curiosidad saber cuál había sido el experimento que había salvado a Voldemort. Y, sobre todo, si existía alguna forma de deshacerlo.
»Sólo recuerdo que me obligué a mí mismo a existir, sin desfallecer. Me establecí en un lugar alejado, en un bosque, y esperé... Sin duda, alguno de mis fieles mortífagos trataría de encontrarme... alguno de ellos vendría y practicaría la magia que yo no podía, para devolverme a un cuerpo. Pero esperé en vano.
— Debe ser deprimente que ni siquiera tus seguidores más acérrimos te busquen — dijo una chica de segundo.
— Que se joda — replicó uno de cuarto.
Un estremecimiento recorrió de nuevo el círculo de los mortífagos. Voldemort dejó que aquel estremecimiento creciera horriblemente antes de continuar:
—Sólo conservaba uno de mis poderes: el de ocupar los cuerpos de otros. Pero no me atrevía a ir a donde hubiera abundancia de humanos, porque sabía que los aurores seguían buscándome por el extranjero. En ocasiones habité el cuerpo de animales (por supuesto, las serpientes fueron mis preferidos), pero en ellos no estaba mucho mejor que siendo puro espíritu, porque sus cuerpos son poco aptos para realizar magia... y, además, mi posesión de ellos les acortaba la vida. Ninguno duró mucho.
— ¿Iba matando animales a su paso? — dijo Hannah con un hilo de voz.
— Imagina ir por el campo y encontrarte a Quien-Tú-Sabes disfrazado de conejo — susurró Fred.
— O de gusano — ofreció George.
Muy a su pesar, Harry no pudo evitar sonreír.
»Luego... hace cuatro años... encontré algo que parecía asegurarme el retorno. Un mago joven y confiado vagaba por el camino del bosque que había convertido en mi hogar. Era la oportunidad con la que había estado soñando, pues se trataba de un profesor del colegio de Dumbledore. Fue fácil doblegarlo a mi voluntad...
— Se refiere a Quirrell — exclamó Justin.
Me trajo de vuelta a este país, y después de un tiempo ocupé su cuerpo para vigilarlo de cerca mientras cumplía mis órdenes. Pero el plan falló: no logré robar la piedra filosofal. Perdí la oportunidad de asegurarme la vida inmortal. Una vez más, Harry Potter frustró mi intento...
— Jo, Harry. No me extraña que te tenga manía — dijo Ron en tono de broma. Y, de nuevo, Harry no pudo evitar una sonrisita.
Volvió a hacerse el silencio. Nada se movía, ni siquiera las hojas del tejo. Los mortífagos estaban completamente inmóviles, y en las máscaras les brillaban los ojos, fijos en Voldemort y en Harry.
—Mi vasallo murió cuando dejé su cuerpo, y yo quedé tan debilitado como antes —prosiguió Voldemort—. Volví a mi lejano refugio temiendo que nunca recuperaría mis poderes. Sí, aquéllos fueron mis peores días: no podía esperar encontrarme otro mago cuyo cuerpo pudiera ocupar... y ya había perdido toda esperanza de que mis mortífagos se preocuparan por lo que hubiera sido de mí.
— Espera, entonces… ¿estuvo diez años poseyendo animales en un bosque en medio de la nada? — preguntó Katie. — Porque dice que no encontró a una persona a la que poseer hasta Quirrell, y eso fue hace cuatro años.
— Efectivamente — confirmó Dumbledore.
Muchos parecieron impresionados.
— Pues vaya asco de vida — resopló Dennis.
Uno o dos de los enmascarados hicieron gestos de incomodidad, pero Voldemort no hizo caso.
—Y entonces, no hace ni un año, cuando ya había abandonado toda esperanza, sucedió al fin: un vasallo volvió a mí. Colagusano, aquí presente, que había fingido su propia muerte para huir de la justicia, fue descubierto y decidió volver junto a su señor.
— Así que la culpa es de Pettigrew — dijo Parvati. — Lo que dijo la profesora Trelawney era cierto… Que el vasallo volvería con su señor…
La profesora Trelawney levantó la cabeza con orgullo y se colocó bien el chal, dándose importancia.
Me buscó por el país en que se rumoreaba que me había ocultado... ayudado, claro, por las ratas que fue encontrando por el camino. Colagusano tiene una curiosa afinidad con las ratas, ¿no es así?
— Sí, que tiene el corazón del mismo tamaño que ellas — bufó Alicia.
— No insultes así a las ratas — replicó Wood. — Tienen más corazón que él.
Sus sucios amiguitos le dijeron que, en las profundidades de un bosque albanés, había un lugar que evitaban, en el que animales pequeños como ellas habían encontrado la muerte al quedar poseídos por una sombra oscura.
— Ay, pobrecitos — se lamentó Lavender.
»Pero su viaje de regreso a mí no careció de tropiezos, ¿verdad, Colagusano? Porque una noche, hambriento, en las lindes del mismo bosque en que esperaba encontrarme, paró imprudentemente en una posada para comer algo... ¿y a quién diríais que halló allí? A la mismísima Bertha Jorkins, una bruja del Ministerio de Magia.
Fudge jadeó. Los murmullos regresaron.
»Ahora veréis cómo el hado favorece a lord Voldemort: aquél podría haber sido el final de Colagusano y de mi última esperanza de regeneración, pero Colagusano (demostrando una presencia de ánimo que nunca habría esperado hallar en él) convenció a Bertha Jorkins de que lo acompañara a un paseo a la luz de la luna; la dominó... y la trajo hasta mí.
— Peter no es tan inútil como parece — dijo Sirius amargamente. — Nunca lo ha sido.
Y Bertha Jorkins, que podría haberlo echado todo a perder, resultó ser un regalo mejor del que hubiera podido soñar... porque, con un poco de persuasión, se convirtió en una verdadera mina de información.
— Si con persuasión quiere decir tortura… — bufó la profesora McGonagall.
»Fue ella la que me dijo que el Torneo de los tres magos tendría lugar en Hogwarts durante este curso, y también la que me habló de un fiel mortífago que estaría deseando ayudarme, si conseguía ponerme en contacto con él.
Eso despertó el interés de muchos. Algunos todavía miraban a Snape con cautela, pero saber que había otro mortífago en el colegio les perturbaba.
Me dijo muchas cosas... pero los medios que utilicé a fin de romper el encantamiento que le habían echado para borrarle la memoria fueron demasiado fuertes, y, cuando le hube sacado toda la información útil, tenía la mente y el cuerpo en tan mal estado que no había arreglo posible. Ya me había servido. No podía encarnarme en su cuerpo, así que me deshice de ella.
Nadie dijo nada. Parecía que nadie respiraba. Dumbledore, con ojos tristes, miró a Fudge directamente.
— Ahí tienes la confirmación, Cornelius.
Fudge tragó saliva y asintió.
— Pobre Bertha… Por Merlín, pobre…
Voldemort sonrió con su horrenda sonrisa. Sus rojos ojos tenían una mirada cruel y extraviada.
—El cuerpo de Colagusano, por supuesto, era poco adecuado para mi encarnación, puesto que todos lo creían muerto y, de ser visto, atraería demasiado la atención. Sin embargo, él fue el vasallo que yo necesitaba, dotado de un cuerpo que puso a mi servicio. Y, aunque no es un gran mago, pudo seguir las instrucciones que le daba y que me fueron devolviendo a un cuerpo, al mío propio, aunque débil y rudimentario; un cuerpo que podía habitar mientras aguardaba los ingredientes esenciales para el verdadero renacimiento...
— ¿Se refiere al cuerpo de bebé demoniaco que tenía? — preguntó Seamus.
— Eso creo — dijo Dean, asqueado.
Uno o dos encantamientos de mi invención, un poco de ayuda de mi querida Nagini... —los ojos de Voldemort se dirigieron a la serpiente, que no dejaba de dar vueltas—,
Harry notó que Dumbledore había asentido distraídamente al escuchar eso.
una poción elaborada con sangre de unicornio, y el veneno de reptil que Nagini nos proporcionó... y retomé enseguida una forma casi humana, y me encontré lo bastante fuerte para viajar.
Harry pensó que las palabras "casi humana" se quedaban cortas.
»Ya no había esperanza de robar la piedra filosofal, porque sabía que Dumbledore se habría ocupado de destruirla. Pero estaba deseando abrazar de nuevo la vida mortal, antes de buscar la inmortal. Así que me propuse expectativas más modestas: me conformaría con retornar a mi antiguo cuerpo, y a mi antigua fuerza.
— Así que Flamel podría haberse quedado la piedra — exclamó Zacharias Smith. — Quien-Vosotros-Sabéis habría asumido que Dumbledore la destruiría y no iría en su busca.
El comedor se deshizo en murmullos.
— ¿Flamel murió para nada? — preguntó entonces una niña de primero. Parecía afligida con tan solo pensarlo.
— Nicolas no se vio obligado a morir — respondió Dumbledore. — No fue una decisión que tomara a la desesperada, en un intento de evitar que le robaran la piedra. Había vivido cientos de años y se había planteado la idea de morir en incontables ocasiones. Si no hubiera querido marcharse, no lo habría hecho.
Eso dejó más tranquilos a algunos.
»Sabía que para lograrlo (la poción que me ha revivido esta noche es una vieja joya de la magia oscura) necesitaría tres ingredientes muy poderosos. Bueno, uno de ellos ya estaba a mano, ¿verdad, Colagusano? Carne ofrecida por un vasallo...
A Hermione le dio un escalofrío.
»El hueso de mi padre, naturalmente, nos obligaba a desplazarnos a este lugar, donde está enterrado. Pero la sangre de un enemigo... Si por Colagusano hubiera sido, habría utilizado la de cualquier mago, ¿verdad? Cualquier mago que me odiara... ¡y hay tantos que todavía lo hacen! Pero yo sabía a quién tenía que usar si quería ser aún más fuerte de lo que había sido antes de mi caída: quería la sangre de Harry Potter, quería la sangre del que me había desprovisto de fuerza trece años antes, para que la persistente protección que una vez le dio su madre residiera también en mis venas.
De nuevo, todo el mundo se quedó en silencio. Y entonces alguien se atrevió a hablar:
— ¿Significa eso que la protección de la señora Potter ya no sirve para nada? — fue un Ravenclaw de séptimo el que habló.
— No exactamente — replicó Dumbledore. — El sacrificio de Lily Potter trajo consigo numerosas ramificaciones. Voldemort consiguió atravesar algunas de las barreras que Lily levantó, pero no todas. Mientras Harry Potter viva con sus parientes, nada podrá hacerle daño estando allí.
— Excepto su propia familia — bufó Romilda.
Harry hizo una mueca. Todavía no se había recuperado emocionalmente de la montaña rusa que había sido aquel día, lo último que necesitaba era que se hablara de los Dursley. Quizá Arthur Weasley lo adivinó, porque siguió leyendo de inmediato, sin darle oportunidad a nadie de que respondiera.
»Pero ¿cómo atrapar a Harry Potter? Porque ha estado mejor protegido de lo que incluso él imagina, protegido por medios ingeniados hace tiempo por Dumbledore, cuando se ocupó del futuro del muchacho.
Muchos entendieron que se refería a la protección de los Dursley.
Dumbledore invocó magia muy antigua para asegurarse de que el niño no sufría daño mientras se hallaba al cuidado de sus parientes. Ni siquiera yo podía tocarlo allí...
— Pero…
Fue Angelina la que habló. Sin embargo, le lanzó una mirada a Harry y dudó antes de decir:
— La verdad es que no lo entiendo. Según lo que estamos leyendo, Quien-Vosotros-Sabéis estuvo sin fuerza durante diez años… Ni siquiera estaba en el país. ¿De qué sirve que Harry estuviera todo ese tiempo con los Dursley? ¿De qué servía esa protección, si la amenaza se encontraba a miles de kilómetros de allí?
Harry miró a Dumbledore y tragó saliva. No conocía la respuesta a esa pregunta y, sinceramente, no estaba seguro de querer conocerla.
— Es complicado — fue lo único que dijo Dumbledore, antes de hacerle una señal a Arthur para que leyera.
Harry sintió una oleada de ira hacia el director. ¿Por qué había evitado la pregunta? ¿Acaso no conocía la respuesta? ¿O es que quizá no había respuesta, más que el hecho de que el propio Dumbledore había tomado la decisión equivocada? ¿Y si de verdad había pasado toda su infancia bajo el acoso constante de su primo y de sus tíos por ninguna razón?
Luego, naturalmente, estaban los Mundiales de Quidditch. Pensé que su protección se debilitaría en el estadio, lejos de sus parientes y de Dumbledore, pero yo todavía no me encontraba lo bastante fuerte para intentar secuestrarlo en medio de una horda de magos del Ministerio.
El hecho de que Voldemort se había planteado secuestrar a Harry en el torneo de Quidditch pilló a muchos por sorpresa.
Y después el muchacho volvería a Hogwarts, donde desde la mañana a la noche estaría bajo la nariz aguileña de ese loco amigo de los muggles. Así que ¿cómo podía atraparlo?
»Pues, por supuesto, aprovechándome de la información de Bertha: usando a mi único mortífago fiel, establecido en Hogwarts, para asegurarme de que el nombre del muchacho entraba en el cáliz de fuego,
Hubo jadeos y gritos ahogados.
— ¡Fue un mortífago! ¡Un mortífago metió el nombre de Potter en el cáliz! — exclamó una chica de cuarto.
— ¿Pero quién fue? — preguntó Roger Davies. — Si no era el profesor Snape…
— ¡Karkarov! — gritó Lisa Turpin. — Tenía toda la pinta de ser malvado.
— Pero Karkarov estaba obsesionado con que Krum ganara — replicó Bill. — No era Karkarov.
Pero Bill no les contó la verdadera identidad del mortífago, así que se vieron obligados a callarse y escuchar la lectura.
usándolo para asegurarme de que el muchacho ganaba el Torneo... de que era el primero en tocar la copa, la Copa que mi mortífago habría convertido en un traslador que lo traería aquí, lejos de la protección de Dumbledore, a mis brazos expectantes.
— Así que todo el torneo estaba amañado para que Potter ganara — dijo Amos Diggory. Harry ni siquiera había notado que el hombre ya no tenía la cabeza agachada, escondida entre las manos. Su expresión vacía ahora tenía en ella un deje de histeria. — Desde el principio, solo Potter podía ganar.
— Porque querían asesinarlo — replicó McGonagall. — El torneo debía conducir a la muerte de Potter.
— Pero condujo a la de mi hijo — contestó Amos con voz ronca. Se hizo el silencio entre los alumnos. — Condujo a la de mi Cedric. Era Potter quien debía morir.
— Ninguno de ellos debía morir, Amos — dijo Dumbledore.
Sirius era mucho menos paciente.
— Al menos tu hijo se presentó al torneo sabiendo que suponía un riesgo — dijo en voz alta. — Harry no tuvo esa opción.
Amos se puso en pie tan rápido que su asiento se cayó para atrás.
— ¿Insinúas que Cedric se merecía morir? — chilló.
— No — Sirius no se acobardó. Al contrario, le mantuvo la mirada a Diggory y habló con seriedad. — Insinúo que ninguno de los dos merecía morir. Ni Cedric, ni Harry. Pero al menos Cedric tuvo la opción de elegir si participar o no.
Diggory le lanzó una mirada llena de odio.
— Y acabó cayendo en una trampa destinada a Potter — replicó. — ¿Te parece justo?
— No. ¿Y a ti te parece justo que a un crío de catorce años lo secuestren, lo aten a una lápida y usen su sangre para resucitar magos oscuros? — contestó Sirius.
Todo el comedor se quedó en silencio. Diggory, cuya respiración sonaba agitada, tardó varios segundos en responder.
— No… No.
Se sentó de nuevo. No pidió perdón, ni trató de corregir lo que había dicho, sino que volvió a su pose inicial: sentado, con el cuerpo hacia delante y la cara escondida entre las manos. Y a Harry le pareció el hombre más detrozado del mundo.
Ni siquiera podía enfadarse con él por desearle la muerte. No había dicho nada que el propio Harry no hubiera pensado ya cien veces.
Cuando todos vieron que Amos no diría nada más y Sirius se hubo sentado, Arthur siguió leyendo.
Y aquí está... el muchacho que todos vosotros creíais que había sido «mi caída».
Voldemort avanzó lentamente, y volvió su rostro a Harry. Levantó su varita.
—¡Crucio!
— ¡No!
Varias personas gritaron, incluyendo a Hermione, a Ginny y a la señora Weasley. Fred dejó escapar una palabrota muy fea. Ron, por su parte, agarró el brazo de Harry con tanta fuerza que dolía.
Fue un dolor muy superior a cualquier otro que Harry hubiera sufrido nunca: los huesos le ardieron, la cabeza parecía que se le iba a partir por la cicatriz, los ojos le daban vueltas como locos.
El señor Weasley tragó saliva antes de leer:
Deseó que terminara... perder el conocimiento... morir...
— Oh, Harry — la señora Weasley tenía lágrimas en los ojos.
Harry miró a sus amigos y vio que todos estaban pálidos. Ron seguía apretándole el brazo con tanta fuerza que parecía que quería atravesarlo, pero Harry no se atrevió a decirle nada.
Amos no se movió ni un centímetro. Parecía haberse quedado tieso como una estatua. Entre los estudiantes, las expresiones eran de profundo horror. Parvati y Lavender se habían cogido de la mano y parecían al borde de las lágrimas.
Y luego cesó. Su cuerpo quedó colgado, sin fuerzas, de las cuerdas que lo ataban a la lápida del padre de Voldemort, y miró aquellos brillantes ojos rojos a través de una especie de niebla. Las carcajadas de los mortífagos resonaban en la noche.
— Cuando todo esto acabe… los encontraré a todos — murmuró Sirius. Estaba tan furioso que temblaba.
—Creo que veis lo estúpido que es pensar que este niño haya sido alguna vez más fuerte que yo —dijo Voldemort—. Pero no quiero que queden dudas en la mente de nadie. Harry Potter se libró de mí por pura suerte. Y ahora demostraré mi poder matándolo, aquí y ahora, delante de todos vosotros, sin un Dumbledore que lo ayude ni una madre que muera por él. Le daré una oportunidad. Tendrá que luchar, y no os quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. Sólo un poquito más, Nagini —susurró, y la serpiente se retiró deslizándose por la hierba hacia los mortífagos—. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.
El señor Weasley levantó la mirada del libro y todos supieron que ese era el final.
● LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII
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