Percy y Canuto:
—Esto…, no, no creo que te ayude, gracias —balbuceó—. Humm… Mañana no, tengo un montón de deberes por hacer…
Y fue hacia la escalera de los dormitorios de los chicos dejándola un tanto decepcionada.
Hermione suspiró.
El chico de Slytherin marcó la página y dejó el libro sobre el atril.
— Ese es el final — anunció.
Tras unos segundos, Dumbledore se puso en pie.
— Creo que a todos nos vendría bien un pequeño descanso — dijo en voz alta. Sus ojos todavía no habían recuperado su brillo usual. — Nos vemos aquí en media hora.
Harry se levantó de inmediato. Le importó muy poco que todo el comedor estuviera mirándolo y, con prisa, echó a andar hacia la puerta. La gente giraba la cabeza para tratar de apreciar su cicatriz y, por primera vez, no era la de su frente. Harry apretó la mano con fuerza e intentó cubrir el dorso con la manga de la túnica.
Fue el primero en salir del comedor y no le sorprendió nada ver que Ron, Hermione y Ginny eran los siguientes. No sabía a dónde ir, pero sabía que no quería quedarse allí donde todo el colegio podía verlo.
Por suerte, los Weasley y el resto de la Orden fueron los siguientes en salir, todos visiblemente alterados.
— Venid por aquí. — Fue Lupin quien habló. — Tenemos que hablar seriamente.
Harry intercambió miradas con sus amigos. No le apetecía hablar más del tema, pero supuso que no tenía opción. Sirius le puso una mano en el hombro y lo guió hasta un aula vacía, varios pasillos a la izquierda.
Toda la Orden entró tras ellos, así como parte del profesorado. A Harry le sorprendió ver que, tras unos segundos, Dumbledore, Fudge y la profesora Umbridge también entraban en el aula.
— Disculpen que no los invite a mi despacho, pero el tiempo apremia — dijo Dumbledore cuando hubo cerrado la puerta a sus espaldas.
— Y tanto que apremia — gruñó Moody. — Esa bruja debería estar fuera de Hogwarts desde hace meses.
Umbridge jadeó.
— No le consiento…
— ¿No me consiente qué? ¿Sabe lo que yo no consiento? Que se torture a menores de edad — bramó Moody.
— ¿Es que nadie me escucha? — gritó Umbridge. — ¡Les digo que el libro miente! Yo nunca utilicé esa pluma con Potter. ¡Ni siquiera poseo una!
— ¿Ah, no? — dijo Fred con frialdad. — Entonces, ¿de dónde ha salido esto?
Antes de que Harry pudiera reaccionar, Fred le agarró de la muñeca y levantó su mano en el aire, mostrando el dorso donde se leía claramente "No debo decir mentiras". La señora Weasley dejó escapar un gemido de angustia. Snape se quedó mirando su mano incluso después de que Harry la bajara e intentara cubrir la marca con la manga de la túnica.
— ¡Potter lo tiene todo planeado! ¿Es que no lo ven? — chilló Umbridge. — Esto es una trampa de Dumbledore y Potter para poner al colegio en mi contra. Señor ministro, ¡debe creerme!
— Cállese. Por Merlín, ¡cállese! — exclamó Fudge.
— Ya he tenido suficiente, Albus — dijo la profesora McGonagall. Estaba blanca de ira. — O se marcha o van a tener que sacarla del colegio en camilla. No tolero ni un minuto más…
— ¡Eso es lo que usted quiere, que me marche! — gritó Umbridge. Estaba despeinada y con el traje torcido, lo que le daba un aspecto más peligroso que nunca. — ¡Han organizado todo esto para echarme! Cornelius, ¿es que no lo ve?
La mirada de Umbridge se posó entonces en Harry y, como si algo la hubiese poseído, comenzó a andar hacia él.
— ¡Potter! Confiésalo, ¡es tu culpa! ¡Confiesa que yo nunca te hice nada malo!
— ¡NO SE ACERQUE A ÉL! — bramó Sirius, poniéndose entre Harry y Umbridge.
— ¡Quítese de en medio! — le gritó Umbridge a Sirius. — ¡Apártese! Potter, di que yo nunca te hice nada. ¡Admítelo! ¡Mira al ministro a la cara y díselo!
En ese momento, Harry vio cómo la señora Pomfrey se acercaba a la profesora Umbridge y, con sorprendente rapidez, le atestaba una sonora bofetada.
— Deje de gritar tonterías — bufó. Umbridge la miraba en shock. Se había quedado con la boca ligeramente abierta y una expresión aturdida que, en cualquier otro momento, habría hecho reír a Harry. La señora Pomfrey continuó hablando y Harry no recordaba haber oído nunca tanto veneno en su voz. — He visto esa cicatriz. Potter no ha podido hacérsela él mismo. Es claramente el resultado de una pluma de sangre, un objeto oscuro y prohibido, y le juro que si no se marcha usted de inmediato y admite lo que ha hecho, le haré arrepentirse del día que decidió poner un pie en este castillo.
La puerta del aula se abrió en ese momento. Harry debería haber adivinado que la persona que entraría sería uno de los encapuchados, pero estaba tan aturdido con todo lo que estaba sucediendo que, para cuando su cerebro registró que había entrado alguien, el desconocido ya estaba frente al ministro.
— Si es necesario, podemos utilizar veritaserum tanto con Dolores Umbridge como con Potter — dijo, utilizando la odiosa voz hechizada. — También está la opción de utilizar el pensadero una vez más. Profesora — se giró para dirigirse directamente a Umbridge, — si de verdad no tiene nada que ocultar, le invito a que vacíe sus recuerdos del castigo en el pensadero.
— ¡No tengo por qué hacer eso! — chilló Umbridge. — ¡Es mi palabra contra la de Potter!
El encapuchado se encogió de hombros.
— Nada más que añadir, ministro. Saque sus propias conclusiones.
Fudge, cuya piel ahora estaba de un color avena bastante desagradable, replicó:
— Hablemos en privado, Dolores.
Umbridge abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato. Sin decir palabra, siguió al ministro fuera del aula.
Harry habría deseado que se quedaran, porque así la atención de todo el mundo habría estado en ellos, y no en él.
— Harry, ¿cómo estás? — La señora Weasley le puso la mano en la mejilla. Parecía de nuevo al borde de las lágrimas.
— Estoy bien, señora Weasley.
Harry miró alrededor. Moody, Tonks y Kingsley hablaban acaloradamente, criticando tanto a Umbridge como al ministro. La profesora McGonagall y la señora Pomfrey habían acorralado a Dumbledore y hablaban una sobre la otra. El director trataba de aplacarlas como podía, al contrario que Flitwick, que las miraba desde una distancia segura con aspecto de no querer acercarse demasiado. Snape continuaba teniendo una expresión muy extraña en el rostro.
Todos los Weasley, sin embargo, lo miraban a él. Harry notó sus mejillas encenderse.
— De verdad que estoy bien… — murmuró.
— Tenías que habérmelo contado — le repitió Sirius.
— No habrías podido hacer nada — replicó Harry. Sabía que a Sirius esa verdad le molestaba, pero no esperaba que fuera el señor Weasley quien le respondiera.
— Sirius se lo habría dicho a Dumbledore — dijo. — Igual que nosotros.
Harry prefirió no decirle que hablar con Dumbledore no había sido una opción para él, aunque, después de todo lo que se había leído, el señor Weasley definitivamente ya lo sabía.
Sintiéndose agobiado, le lanzó una mirada de auxilio a sus amigos, que respondieron maravillosamente.
— Vamos a dar una vuelta — dijo Ron. — Para despejarnos. Y tengo que ir al baño.
— Sí, sí. Vamos — dijo Ginny, cogiendo a Harry de la muñeca y arrastrándolo hacia la puerta.
— Esperad un momento — empezó a decir la señora Weasley, pero su marido le puso una mano en el hombro y negó con la cabeza.
— Deja que se vayan.
Harry se sintió enormemente agradecido hacia el señor Weasley en ese momento. Aprovechando la distracción, salió del aula junto a sus amigos y todos juntos se dirigieron hacia el este, buscando un aula vacía en la que ocultarse hasta que fuera la hora de volver a leer.
Durante todo el camino, Ginny no le soltó la muñeca, cosa que Harry le provocó una creciente sensación de cosquillas en el estómago. Durante un momento, la mano de Ginny resbaló hacia abajo y le rozó el dorso de la mano, acariciando la cicatriz con la yema de los dedos. A Harry le dio un escalofrío.
Se preguntó qué pasaría si decidiera tomarle la mano a Ginny. ¿Se sorprendería? ¿Se soltaría? ¿Estaría incómoda? Ya se habían cogido de la mano varias veces, sobre todo en el comedor cuando habían leído momentos difíciles… Y ella ya lo tenía cogido por la muñeca. Tampoco sería tan raro si él girara un poco la mano y tomara la suya debidamente, ¿no?
Sintiendo un arrebato de valentía, decidió hacerlo. Giró la muñeca y apretó la mano de Ginny con suavidad, evitando su mirada.
Ella devolvió el apretón.
En otra parte del castillo, Fudge y Umbridge habían encontrado un cuarto vacío en el que discutir en privado.
— Dígame la verdad, Dolores. No quiero más mentiras.
Tras unos segundos de silencio. Umbridge replicó.
— Potter se lo merecía —Le brillaban los ojos. — Yo solo hice lo que consideré mejor para el ministerio. Solo cumplía órdenes.
— ¡Yo nunca te di la orden de torturar a Potter! — exclamó Fudge.
— Llamarlo tortura es una exageración. Nunca he utilizado la maldición tortura y nunca lo haría — contestó ella.
— Hacer que un crío se corte la mano sí es tortura — replicó el ministro, alterado.
La profesora Umbridge miraba a Fudge con temor.
— Solo le pido apoyo, ministro. Yo le he apoyado en todo lo que he podido. Siempre he estado a su lado…
— ¡No! — exclamó él. — ¿Cómo puedes pedirme que te apoye cuando has torturado físicamente a un alumno? ¡Y ahora todo el colegio lo sabe!
— Todavía estamos a tiempo de ganar la confianza del colegio — replicó ella.
— ¿Cómo? ¡Imposible!
— Solo tenemos que negar la veracidad de los libros — dijo Umbridge. Los ojos seguían brillándole con un deje maniaco.
— ¡Pero los libros no han mentido! Y tú… tú… ¿por qué le hiciste eso a Potter?
Umbridge apretó la mandíbula.
— ¡Por usted! ¡Por la paz y tranquilidad del mundo mágico! — exclamó.
— ¡Yo nunca te pedí que fueras tan lejos!
— Usted me pidió que silenciara a Potter a toda costa — lo acusó Umbridge.
— ¡Pero nunca pensé que lo torturaría! Y ahora mi reputación está por los suelos. ¡Es un desastre!
— ¡No tiene por qué serlo! Si declaráramos que los libros mienten y detuviéramos la lectura, todavía podríamos cambiar las opiniones de los estudiantes. ¡Estamos a tiempo!
— No, no lo estamos — declaró Fudge. — ¿De qué sirve negarlo todo si El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado ha regresado? ¡Lo acabarán sabiendo!
— Entonces, ¿usted está convencido de que los libros dicen la verdad y que ha regresado?
Fudge se quedó en silencio un momento. Sudando, con la tez blanca, asintió.
— Sí, lo estoy. Puede que Dumbledore sea un loco, pero no organizaría todo esto en base a una mentira. Y esos dichosos… Esa gente del futuro. Es innegable.
Umbridge calló unos momentos.
— Eso juega en nuestra ventaja — dijo finalmente.
— ¿Qué ventaja?
— Podemos decir que parte de la lectura es cierta — replicó Umbridge. — Que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado ha regresado y que muchas de las cosas que se muestran en los libros son verdaderas. La cuestión es elegir qué cosas queremos que crean…
Fudge la miraba como si estuviera loca.
— No puedes hablar en serio — dijo.
— ¿A usted no le gustaría negar que le dio favoritismo a Potter en su tercer año, cuando infló a su tía?
Fudge se ruborizó. Umbridge siguió:
— ¿Y no le gustaría negar esa conversación en la enfermería, en la que se negó a creer las palabras de Potter y Dumbledore?
— ¿¡Y de qué serviría?! — estalló Fudge. — No puedo borrar mis acciones. Todos han leído El Profeta, saben cuál ha sido mi postura durante estos meses.
— ¡Pero puede suavizarlas! Puede decir que los libros exageran y nos pintan como villanos, cuando solo actuamos en base a lo que considerábamos oportuno. Podemos decir que no había pruebas suficientes de que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado…
— ¡Pero las había! — farfulló Fudge, desesperado. — ¡Las había y las ignoramos!
— ¡Pero eso no tienen por qué saberlo!
— ¡Ya lo saben! ¡Ya lo han leído!
Umbridge jadeó.
— ¡Pero podemos decir que es una exageración! ¡Que nunca supimos la verdad completa, que nunca tratamos de hacerle daño a Potter! Podemos poner el énfasis en lo mucho que nos preocupaba la tranquilidad de la población…
— ¡BASTA! — gritó Fudge. — Estás demente. Esto se nos ha ido de las manos.
Umbridge, dolida e indignada, replicó:
— Me preocupa su reputación tanto como la mía propia. ¿En serio va a dejar que Potter se salga con la suya? ¿Va a darle la razón a Dumbledore? ¿A la persona que ha estado ocultando a Sirius Black todo este tiempo?
— Oh, ¡por Merlín! Black… El asunto de Black también va a traer repercusiones — Fudge estaba poniéndose verde. — ¡Y lo de Pettigrew! Quién lo hubiera dicho…
— ¡Eso ahora da igual! — exclamó Umbridge. — Lo que importa es que le demos la vuelta a todo. ¡Todavía podemos convencer a los alumnos! Son adolescentes, se dejan llevar fácilmente.
— ¿Convencerles de qué, exactamente, Dolores?
— ¡De que todas las decisiones que tomamos, las tomamos por su ben! — replicó ella.
— ¡Hacer que Potter se corte la mano con una pluma no está entre las decisiones más altruistas, Dolores! Eso lo hiciste por maldad.
— ¡ESO LO HICE POR USTED!
— ¡Tonterías! No quiero escuchar nada más. Mi carrera se ha ido al traste, ¡y la suya también! No hay escapatoria, ¡no hay vuelta atrás!
Fudge se giró para marcharse, pero Umbridge lo agarró de la manga.
— ¡No se rinda tan fácilmente! — gritó ella. — Ministro, todavía puede luchar. Todavía puede ganarse la confianza de los alumnos.
Fudge se soltó de un tirón.
— A estas alturas, lo único que quiero es que no acabemos todos muertos. ¡El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado ha regresado! ¿Es que no te das cuenta de lo que significa?
— Me doy tanta cuenta como usted, señor ministro. Precisamente lo que necesita el mundo mágico ahora mismo es un líder que los guíe.
— No creo que quieran que ese líder sea yo cuando salga a la luz todo esto…
— ¡Pues asegúrese de que no salga a la luz! — exclamó ella. — Convenza a los alumnos de que el libro está lleno de mentiras, ¡y limpie su nombre!
— ¡Basta! — volvió a gritar Fudge. — No quiero escuchar más. Esta conversación ha terminado.
— Pero, ¡Cornelius!
Fudge se quedó mirándola, sudoroso, y con más valor del que jamás había mostrado, dijo:
— Deja que abandone mi puesto como ministro con la cabeza alta, Dolores. Dudo que mi mandato dure mucho una vez la población mágica sepa todo lo sucedido, pero quiero que mis últimos días como ministro no estén llenos de vergüenza. Déjame tomar las decisiones adecuadas, aunque sea solo al final.
— ¡Se está rindiendo!
— Al contrario — Fudge tragó saliva. — Esto requiere mucho más valor que rendirse. Mientras siga estando en el poder, voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado sea derrotado y no tengamos otra guerra. Creo que… Sí, creo que esa es la decisión acertada.
El ministro se marchó, dejando a Umbridge allí, sola.
La media hora de descanso pasó volando y, antes de que se diera cuenta, Harry ya estaba de regreso en el comedor.
Sus amigos habían comprendido que no deseaba hablar del tema de la pluma y, por tanto, habían pasado el descanso hablando de cosas sin importancia. Había sido un respiro después de la tensión acumulada durante toda la hora anterior.
Además, Ginny no le había soltado la mano hasta que no se habían sentado a charlar. El humor de Harry había mejorado considerablemente después de eso.
Los profesores y el resto de la Orden también estaban de vuelta en el comedor. Harry no pudo evitar mirar a Umbridge, que tenía un aspecto horrible. Parecía que el mundo se le hubiera venido encima.
— ¿Qué creéis que le ha dicho Fudge? — preguntó Ron, que también tenía los ojos fijos en ella.
— Está claro que no le ha dado su apoyo — dijo Hermione. — Su cara lo dice todo…
— Entonces, ¿ahora Fudge está de nuestro lado? — preguntó Ron. — Un poco tarde para eso, ¿no?
La conversación se vio interrumpida cuando Dumbledore se puso en pie en la tarima.
— Espero que el descanso os haya venido bien — dijo en voz alta. — Ahora debemos continuar. ¿Algún voluntario para leer el siguiente?
Varias personas levantaron la mano. Tras unos segundos de deliberación, el director escogió a un chico de Hufflepuff.
El chico subió a la tarima, tomó el libro y leyó:
— Percy y Canuto.
Percy pareció muy sorprendido, al igual que Sirius. Ambos intercambiaron miradas, confusos.
— Esa es una combinación que no me esperaba — murmuró Ginny.
— Vaya nombre más raro — dijo Fred al mismo tiempo. — ¿Qué tienen en común esos dos?
Harry, recordando lo de la carta, contuvo las ganas de soltar un gemido. Este capítulo tampoco iba a ser agradable.
Al día siguiente, Harry fue el primero que despertó en el dormitorio. Se quedó un momento tumbado y contempló el polvo que se arremolinaba en un rayo de sol que entraba por el espacio que había entre las cortinas de su cama adoselada, saboreando la idea de que era sábado. La primera semana del curso había sido interminable, como una gigantesca lección de Historia de la Magia.
— ¡Y tanto que ha sido interminable! ¿Cuántos capítulos van ya? — exclamó Roger Davies.
— Muchos — replicó Padma.
A juzgar por el silencio que había en la habitación y el inmaculado aspecto de aquel rayo de sol, acababa de amanecer. Harry abrió las cortinas de su cama, se levantó y empezó a vestirse. Lo único que se oía, aparte del lejano piar de los pájaros, era la lenta y profunda respiración de sus compañeros de Gryffindor. Abrió con cuidado su mochila, sacó una hoja de pergamino y una pluma, y bajó a la sala común.
Algunos hicieron muecas al escuchar las palabras "pluma" y "pergamino". Harry tardó varios segundos en comprender por qué. La lectura sobre su castigo con Umbridge estaba todavía demasiado fresca en la mente de todos.
Allí fue derecho hacia su butaca favorita, vieja y mullida, junto al fuego ya apagado, se sentó cómodamente en ella y desenrolló la hoja de pergamino mientras miraba a su alrededor. Los trozos de pergamino arrugados, gobstones viejos, tarros vacíos y envoltorios de chucherías que solían cubrir la sala común al final del día, habían desaparecido, así como los gorros de elfo de Hermione. Mientras se preguntaba cuántos elfos habrían conseguido la libertad, tanto si la querían como si no,
Hermione lo miró con reproche. Pansy soltó un bufido.
— Ni su amigo la apoya. Está mal de la cabeza — se la oyó quejarse.
Harry destapó su tintero, mojó la pluma en él y la dejó suspendida un par de centímetros por encima de la suave y amarillenta superficie del pergamino, muy concentrado… Pero al cabo de un minuto más o menos, se encontró contemplando la chimenea vacía sin saber qué decir.
Ya entendía lo difícil que debía de haber sido para Ron y Hermione escribirle cartas aquel verano.
Ron y Hermione asintieron.
¿Cómo iba a contarle a Sirius lo que había pasado aquella semana y plantearle las preguntas que se moría por hacer sin proporcionar a unos hipotéticos ladrones de cartas gran cantidad de información que no quería que tuvieran?
— Hay cosas que es muy difícil poner en una carta — dijo Ron.
Se quedó allí sentado un buen rato, observando la chimenea, y al final tomó una decisión. Mojó otra vez la pluma en el tintero y empezó a escribir resueltamente.
Querido Hocicos:
Espero que estés bien. Los primeros días aquí han sido terribles, y por eso me alegro de que haya llegado el fin de semana.
A pesar de que el ambiente era todavía pesado, muchos no pudieron evitar una risita al escuchar eso.
Umbridge pareció tardar unos momentos en recordar cómo era la madre de Sirius porque, tras unos instantes de confusión, le lanzó a Harry una mirada gélida.
Tenemos una profesora nueva de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Umbridge. Es tan encantadora como tu madre. Te escribo porque eso que te conté en verano volvió a pasarme anoche mientras estaba cumpliendo un castigo con Umbridge.
Todos echamos de menos a nuestro gran amigo, pero esperamos que vuelva pronto.
Contéstame rápido, por favor. Un abrazo,
Harry
— ¿Su gran amigo? — preguntó Jimmy Peakes.
— ¡Hagrid! — sonrió Colin. Harry asintió y Colin sonrió todavía más, feliz por haber acertado.
El chico releyó varias veces la carta intentando ponerse en el pellejo de una persona desconocida. Le pareció que, leyendo aquella carta, nadie podría saber de qué estaba hablando ni a quién se dirigía. Esperaba que Sirius captara la indirecta sobre Hagrid y les dijera cuándo iba a volver. Harry no quería preguntárselo directamente por si eso atraía demasiado la atención sobre lo que estaba haciendo Hagrid mientras no se hallaba en Hogwarts.
— Bien pensado — le dijo Moody.
Teniendo en cuenta que era una carta muy breve, Harry había tardado mucho en escribirla, pues la luz del sol ya había invadido la habitación mientras la redactaba. En ese momento, Harry escuchaba ruidos en la distancia que indicaban que sus compañeros se habían puesto en movimiento en los dormitorios del piso de arriba. Selló el pergamino con sumo cuidado, salió por el agujero del retrato y se dirigió a la lechucería.
— Podías haber dado más detalles sobre los castigos — dijo Sirius.
— No iba a arriesgarme — replicó Harry, aunque ambos sabían que, en realidad, no había tenido ninguna intención de contárselo.
—Yo no tomaría ese camino —lo previno Nick Casi Decapitado, que apareció después de atravesar una pared del pasillo por el que iba Harry, desconcertándolo momentáneamente—. Peeves ha preparado una graciosa broma para el primero que pase por delante del busto de Paracelso que hay un poco más allá.
Hubo resoplidos y más de una queja hacia Peeves.
—¿Y en qué consiste la broma? ¿En que Paracelso se le caiga en la cabeza al que pase por delante?
—Pues da la casualidad de que sí —contestó Nick Casi Decapitado con voz aburrida—. La sutileza nunca ha sido el fuerte de Peeves. Voy a ver si encuentro al Barón Sanguinario… Quizá él pueda hacer algo para impedirlo… Hasta la vista, Harry…
— ¿Por qué Peeves teme tanto al Barón? — preguntó un chico de segundo.
— ¿Es que no has visto al Barón? Lo raro sería que no le tuviera miedo — replicó otro.
—Adiós —dijo él, y en lugar de torcer hacia la derecha, giró hacia la izquierda y tomó un camino más largo pero más seguro para llegar a la lechucería.
Fue animándose a medida que pasaba junto a las ventanas, una tras otra, por las que se veía un reluciente cielo azul; más tarde tenía entrenamiento: ¡por fin iba a volver al campo de quidditch!
Harry sonrió al pensar eso. Se preguntó cuándo podría volver a hacerlo… Le parecía una posibilidad muy lejana.
Entonces algo le rozó los tobillos. Miró hacia abajo y vio a la esquelética gata del conserje, la Señora Norris, que pasaba escabullándose por su lado. La gata clavó brevemente en él sus ojos amarillos como lámparas antes de desaparecer detrás de una estatua de Wilfred el Nostálgico.
—No estoy haciendo nada malo —le gritó Harry. Resultaba evidente que la gata tenía intención de informar a su amo, pero él no entendía por qué: estaba en su perfecto derecho de ir a la lechucería un sábado por la mañana.
— Es una chica lista — se oyó decir a Filch. — Muy lista, sí…
El chico de Hufflepuff le lanzó a Filch una mirada desconcertada antes de seguir leyendo.
El sol ya había salido completamente, así que cuando Harry entró en la lechucería, la luz que se colaba por las ventanas sin cristales lo deslumbró; unos gruesos rayos de sol plateados se entrecruzaban en la estancia circular, en cuyas vigas había posadas cientos de lechuzas, un poco inquietas con las primeras luces de la mañana; era evidente que algunas acababan de llegar de cazar. El suelo cubierto de paja crujió levemente cuando Harry pisó unos huesecillos de animales pequeños, y a continuación el muchacho estiró el cuello para ver a Hedwig.
— Nunca he estado en la lechucería — admitió una niña de primero. — Parece un sitio agradable.
— Solo si es temprano y hay poca gente — contestó un chico de tercero.
—¡Ah, estás ahí! —exclamó al verla cerca de la parte más alta del techo abovedado—. Ven aquí, tengo una carta para ti. —Hedwig emitió un débil ululato, extendió sus grandes alas blancas y descendió hasta posarse en el hombro de Harry —. Mira, ya sé que fuera pone Hocicos —le dijo Harry dándole la carta para que la agarrara con el pico, y sin saber muy bien por qué, bajó la voz para añadir—: Pero es para Sirius, ¿de acuerdo? —Hedwig parpadeó una sola vez con sus ojos de color ámbar y Harry lo interpretó como una señal de que lo había entendido—. Que tengas un feliz vuelo —le deseó, y la llevó a una de las ventanas.
— Nunca dejará de fascinarme la relación que tienes con tu lechuza — dijo Katie.
— Y lo lista que es — añadió Angelina.
Harry sonrió, orgulloso.
Hedwig, tras presionarle brevemente el brazo, salió volando hacia el deslumbrante cielo. Harry siguió su trayectoria con la mirada hasta que la lechuza se convirtió en una motita negra y desapareció del todo; entonces dirigió la vista hacia la cabaña de Hagrid, que se veía muy bien desde aquella ventana, y comprobó que seguía deshabitada: no salía humo por la chimenea y las cortinas estaban corridas.
Hagrid parecía conmovido una vez más.
Una ligera brisa agitaba las copas de los árboles del Bosque Prohibido. Harry las contempló mientras se deleitaba con el fresco aire que le azotaba la cara, se puso a pensar en el entrenamiento de quidditch que tenía más tarde… y entonces lo distinguió.
Varias personas se irguieron en el asiento.
— Se pone interesante — murmuró Lee Jordan.
Un enorme caballo alado con aspecto de reptil igual que los que había observado tirando de los carruajes de Hogwarts, desplegó unas curtidas y negras alas que parecían de pterodáctilo y se irguió entre los árboles como un gigantesco y grotesco pájaro.
— ¡Un thestral! — exclamó Dennis.
— ¿Están aquí todo el curso? ¿No vienen solo a tirar de los carruajes? — preguntó una niña de primero.
— ¡Claro que no! Viven en el bosque, como los centauros — replicó Hagrid.
Voló describiendo un amplio círculo, luego volvió a descender en picado y desapareció entre los árboles. Todo había sido tan rápido que Harry no podía creer lo que había visto, pero el corazón le latía con violencia.
— Debías pensar que te estabas volviendo loco — dijo Dean.
— Yo lo habría pensado — admitió Parvati.
La puerta de la lechucería se abrió detrás de él. Harry dio un respingo, se volvió con rapidez y vio a Cho Chang con una carta y un paquete en las manos.
Hubo una oleada de silbidos y risitas por todo el comedor. A Harry se le encendieron las mejillas.
—¡Hola! —dijo él automáticamente.
—¡Ah, hola! —respondió ella con voz entrecortada—. No pensé que habría alguien aquí tan temprano… Hace cinco minutos me he acordado de que hoy es el cumpleaños de mi madre.
Le mostró el paquete a Harry.
—Ya —repuso él. Tenía la impresión de que el cerebro se le había atascado.
— Pobrecito — rió Lavender.
Harry no sabía a dónde mirar. Por un lado, se alegraba de que el ambiente en el comedor comenzara a relajarse después del asunto de los castigos… pero preferiría que no fuera a costa de burlarse de su escasa vida amorosa.
Le habría gustado decir algo gracioso e interesante, pero el recuerdo de aquel terrible caballo alado estaba demasiado fresco y su mente aún no había reaccionado—. ¡Qué día tan perfecto! —dijo señalando las ventanas.
— ¡No! — exclamó Seamus, echándose a reír.
— ¿En serio le hablaste del tiempo? — Fred parecía dividido entre la incredulidad y la vergüenza ajena. Harry se negó a responder.
Estaba tan abochornado que se le encogieron las tripas. El tiempo… Hablaba del tiempo…
Buena parte del comedor reía a carcajadas.
— Potter necesita urgentemente que alguien le explique cómo hablar con las chicas — se oyó decir a un estudiante de sexto, que también reía.
— Mejor no, así es más entretenido — replicó otro, haciendo que Harry soltara un gruñido.
—Sí —coincidió Cho mirando a su alrededor en busca de una lechuza adecuada —. Excelentes condiciones para el quidditch. Yo no he salido en toda la semana. ¿Y tú?
—Tampoco.
— Anda mira, están teniendo una conversación normal — se sorprendió Angelina.
Harry no se atrevía a mirar a Cho. Sin embargo, sí tuvo el valor de echarle una mirada de reojo a Ginny. Sentía curiosidad por saber cómo respondería al leer todo eso…
Pero la chica parecía ligeramente aburrida. Tenía las cejas arqueadas y una expresión que parecía decir "ojalá acabe este capítulo pronto".
Cho eligió una de las lechuzas del colegio. Hizo que bajara y se le posara en el brazo, y el pájaro, obediente, extendió una pata para que Cho pudiera atarle el paquete.
—Oye, ¿ya tiene Gryffindor nuevo guardián? —preguntó.
—Sí —contestó Harry—. Es mi amigo Ron Weasley, ¿lo conoces?
—¿El enemigo de los Tornados? —preguntó Cho con frialdad—. ¿Es bueno?
— No es que sea su enemigo — bufó Ron. — Es que buena parte de sus fans solo lo son porque están ganando esta temporada...
Cho seguía mirándolo con frialdad, incluso en el presente.
—Sí. Creo que sí. Pero no le vi hacer la prueba porque estaba castigado.
Cho levantó la cabeza cuando todavía no había acabado de atar el paquete a la pata de la lechuza.
—Esa Umbridge es asquerosa —dijo en voz baja—.
— ¡Señorita Chang! — exclamó Umbridge. Sin embargo, la mirada congelada que le echó McGonagall fue suficiente para que la profesora no dijera nada más. Cho no parecía arrepentirse de sus palabras. Al contrario: la chica se quedó mirando a Umbridge con una expresión desafiante en el rostro.
Castigarte sólo porque dijiste la verdad sobre… sobre… sobre cómo murió Cedric. Se enteró todo el mundo, en el colegio no se hablaba de otra cosa. Fuiste muy valiente plantándole cara.
Harry se hinchó tanto que creyó que acabaría flotando unos centímetros por encima del suelo cubierto de excrementos de lechuza.
A pesar de la seriedad de la conversación, buena parte del comedor tenía serios problemas para no desternillarse de la risa. A Harry le ardía la cara y le habría gustado mucho pegarle una colleja a Seamus y a Dean, quienes estaban prácticamente llorando de risa.
¿Qué importancia tenía un ridículo caballo volador si Cho consideraba que había sido muy valiente?
Ginny soltó un bufido. A Harry le pareció que hasta algunos profesores intentaban disimular una sonrisita. Decidió que, sin lugar a dudas, tendría que mudarse del país. Se imaginó viajando lejos, a una tierra donde nadie supiera sus más profundos pensamientos…
Estuvo a punto de mostrarle, como sin querer, el corte que tenía en la mano mientras la ayudaba a atar el paquete a la pata de la lechuza… Pero en cuanto se le ocurrió aquella emocionante idea, volvió a abrirse la puerta de la lechucería.
— ¿Ibas a enseñarle el corte de verdad? — se sorprendió Ron.
— Si a ese punto ni siquiera me lo habías enseñado a mí — bufó Hermione.
— Pero tú no eres Cho Chang — respondió Fred por él, guiñándole un ojo.
Ginny rodó los ojos.
Harry los ignoró a todos. Quería que la tierra se lo tragase.
Filch, el conserje, entró en la sala resollando. Tenía manchas de color morado en las hundidas mejillas surcadas de venas, le temblaba la parte inferior de los carrillos y llevaba el escaso y canoso cabello despeinado: todo indicaba que había ido corriendo hasta allí.
— ¿Qué te hace pensar eso? — dijo Sirius con tono irónico.
— Pues no entiendo por qué corre — dijo a la vez Angelina. — Si Harry no está haciendo nada malo…
La Señora Norris entró pegada a sus talones, mirando a las lechuzas y maullando con avidez. En las vigas, las aves, nerviosas, agitaron las alas, y una gran lechuza de color marrón hizo un ruido amenazador con el pico.
— ¿Alguna vez la señora Norris se ha comido a una lechuza? — preguntó un niño de primero.
— ¡Claro que no! — saltó Filch. — ¿Por qué iba a comerse a esas ratas del aire? ¿Insinúas que no la cuido bien?
— Eh… — el niño parecía aterrado.
Dumbledore tuvo que pedirle calma a Filch, que siguió fulminando al niño con la mirada.
—¡Ja! —exclamó Filch, y dio un torpe paso hacia Harry. Las flácidas mejillas le temblaban de ira—. ¡Me han dado el soplo de que piensas hacer un pedido descomunal de bombas fétidas!
Hubo miradas confusas y murmullos por todo el comedor.
Harry se cruzó de brazos y observó al conserje.
—¿Quién le ha dicho que iba a hacer ese pedido?
Cho miró primero a Harry y luego a Filch con el entrecejo fruncido; la lechuza que tenía en el brazo, cansada de esperar sobre una sola pata, soltó un grito de queja, pero la chica la ignoró.
— Pobrecita — dijo Parvati.
—Tengo mis fuentes —respondió Filch, muy satisfecho de sí mismo—. Dame ahora mismo eso que pensabas enviar.
Harry, contentísimo de no haberse entretenido enviando la carta, replicó:
—No puedo, ya no lo tengo.
— Bueno, ahora Filch sabe que Harry no tenía nada que ver con eso de las bombas fétidas — dijo Susan Bones.
Filch fulminaba a Harry con la mirada y a Harry le quedó claro que el conserje lo odiaba, con bombas fétidas o sin ellas.
—¿Cómo que ya no lo tienes? —se extrañó Filch con el rostro contraído de rabia.
—Que ya no lo tengo —repitió Harry con calma.
Filch abrió la boca, feroz, movió los labios durante unos segundos, y luego paseó la mirada por la túnica de Harry.
— ¿A qué viene todo esto? — preguntó Katie. — ¿Por qué iba Harry a pedir bombas fétidas?
— ¿Y quién le dio ese soplo a Filch? — añadió Terry Boot. — No tiene sentido.
— Quizá fue alguien que solo pretendía meter a Potter en problemas — sugirió Ernie.
— A saber. Yo ya no me fío de nada — dijo Justin con una mueca. — Cada vez que creemos que algo es un detalle inocente, hay algo detrás.
—¿Cómo sé que no te lo has guardado en un bolsillo?
—Porque…
—Yo he visto cómo enviaba la carta —intervino Cho con tono antipático. Filch se volvió hacia ella.
—¿Tú has visto cómo…?
—Sí, lo he visto —confirmó ella rotundamente.
Cho le lanzó una mirada llena de desprecio a Filch, que se la devolvió con intensidad.
Hubo una breve pausa durante la cual Filch fulminó a Cho con la mirada y Cho lo fulminó a él; entonces el conserje se dio la vuelta y caminó hacia la puerta arrastrando los pies.
— Debió decepcionarle mucho no poder castigarte — bufó Ginny.
Luego se paró con la mano en el pomo y giró la cabeza para observar por última vez a Harry.
—Como note el más leve tufillo a bomba fétida… —dijo, y bajó la escalera pisando fuerte.
— Está paranoico — se quejó Seamus.
La Señora Norris contempló con ganas a las lechuzas y después lo siguió.
Harry y Cho se miraron.
—Gracias —dijo él.
—De nada —repuso Cho, ligeramente ruborizada, y terminó de atar el paquete a la otra pata de la lechuza—. No estabas encargando bombas fétidas, ¿verdad?
— ¿Has oído eso, Potter? Ligeramente ruborizada — dijo un chico de séptimo con una sonrisita. — Parece que tienes posibilidades.
— Cállate — le espetó Marietta.
Cho se había puesto muy roja.
—No —contestó Harry.
—No sé por qué Filch cree que estabas haciéndolo —comentó mientras llevaba la lechuza a la ventana.
Harry se encogió de hombros. Él tampoco lo entendía, pero curiosamente eso no le importaba mucho en aquel momento.
— Por qué sería — dijo Hermione con ironía.
Harry la ignoró. Estaba deseando que el libro dejara de hablar de Cho, porque se moría de la vergüenza.
Luego salieron juntos de la lechucería. Al llegar a la entrada de un pasillo que conducía al ala oeste del castillo, Cho dijo:
—Me voy por aquí. Bueno, ya…, ya nos veremos, Harry.
—Sí, nos vemos.
Cho le sonrió y se marchó. Él siguió caminando invadido por una serena euforia.
Harry gimió y se tapó la cara, al tiempo que el comedor se llenaba de silbidos y risitas.
Preferiría estar luchando contra el basilisco otra vez en lugar de leer todo eso delante del colegio entero. Cuando levantó la vista, vio de reojo cómo Malfoy fingía vomitar.
Había conseguido mantener una conversación con ella sin meter la pata ni una sola vez…
— ¡Milagro! — exclamó Fred, y Harry le dio un puñetazo en el hombro.
«Fuiste muy valiente plantándole cara»… Cho lo había llamado valiente… No lo odiaba por estar vivo…
— Por supuesto que no — dijo Cho de repente. — Eso nunca.
Harry se atrevió a mirarla. Sus miradas se cruzaron y, durante unos momentos, se pudieron escuchar silbidos ahogados… pero la mayoría del comedor parecía haber entendido que ese intercambio era más serio. Amos Diggory tenía una expresión muy amarga en el rostro.
Con un nudo en la garganta que no sabía cuándo se había formado, Harry asintió.
Cho le sonrió tímidamente y, por algún extraño motivo, Harry se sintió mucho más en calma que antes. Su subconsciente parecía seguir dudando sobre si Cho realmente preferiría que él estuviera muerto y Cedric vivo…
Ella había preferido a Cedric, desde luego; Harry lo sabía. Pero si él le hubiera pedido antes que Cedric que lo acompañara al baile, quizá todo habría sido diferente… Cuando Harry se lo pidió, le pareció que Cho lamentaba con sinceridad tener que decirle que no podía ir con él…
— Tiene que ser muy duro luchar contra alguien que ya no está — dijo Katie con voz queda. — Hagas lo que hagas, siempre te preguntarás si esa persona lo habría hecho mejor que tú… Y da igual cuántas vueltas le des, nunca sabrás la repuesta.
— Suena horrible — admitió Alicia.
Ambas chicas miraron a Harry con algo de pena.
—Buenos días —saludó Harry alegremente a Ron y Hermione cuando se reunió con ellos en la mesa de Gryffindor, en el Gran Comedor.
—¿Por qué estás tan contento? —preguntó Ron mirando a Harry con sorpresa.
—Esto… Porque luego hay entrenamiento de quidditch —respondió él con una sonrisa, y se acercó una gran bandeja de huevos con beicon.
— Ya le está mintiendo otra vez a Weasley — se sorprendió un chico de segundo. — Yo pensaba que se lo contaban todo.
— Si Potter le hubiera dicho "He hablado con Cho Chang sin meter la pata y por eso sonrío como un imbécil", Weasley se habría reído en su cara — contestó un amigo suyo.
—¡Ah, sí! —exclamó Ron, que dejó la tostada que estaba comiéndose y bebió un largo trago de zumo de calabaza. Entonces añadió—: Oye, ¿no querrías ir un poco antes conmigo? Para… practicar antes de que empiece el entrenamiento… Así podría familiarizarme con el terreno de juego…
—Sí, claro —respondió Harry.
—Mirad, no creo que debáis hacerlo —intervino Hermione, muy seria—. Los dos os habéis retrasado mucho con los deberes…
— Hermione, como siempre, es la voz de la conciencia — suspiró la señora Weasley.
Pero Hermione no terminó la frase, pues estaba llegando el correo de la mañana y, como era habitual, El Profeta volaba hacia ella en el pico de una lechuza que aterrizó peligrosamente cerca del azucarero y extendió una pata. Hermione le puso un knut en la bolsita de piel, cogió el periódico y leyó con rapidez la primera plana, con gesto de desaprobación, mientras la lechuza se marchaba volando.
—¿Hay algo interesante? —preguntó Ron. Harry sonrió, pues sabía que Ron se alegraba de que Hermione hubiera tenido que dejar el tema de los deberes.
Hermione soltó un bufido.
—No —respondió ella con un suspiro—, sólo cuentan chorradas sobre la bajista de Las Brujas de Macbeth, que se casa. —Hermione abrió el periódico y desapareció tras él.
— Eso fue todo un bombazo — susurró Lavender. — No me esperaba que se casara con ese hombre tan raro…
— Más rara es ella — exclamó Parvati. — ¿No recuerdas la entrevista que dio hace unos meses?
Harry las bloqueó mentalmente. No le interesaba saber la vida de la bajista de ningún grupo.
Harry se dedicó a su segundo plato de huevos con beicon y Ron, que parecía un poco preocupado, miraba hacia las altas ventanas—. Un momento —dijo ella de pronto—. ¡Oh, no! ¡Sirius!
—¿Qué pasa? —preguntó Harry arrancándole el periódico de las manos tan bruscamente que lo rompió por la mitad, de modo que Hermione y él se quedaron cada uno con una parte.
— ¡Qué bestia! — exclamó una chica de segundo.
— ¿Qué había pasado con Black? — preguntó Ernie al mismo tiempo.
Muchos miraban ahora a Sirius con curiosidad.
—«Según una información obtenida por el Ministerio de Magia de fuentes fidedignas, Sirius Black, el famoso asesino… bla, bla, bla… ¡está escondido en Londres!» —leyó Hermione en su mitad del periódico con un susurro angustiado.
Se escucharon jadeos y a Harry le sorprendió notar la cantidad de gente que parecía genuinamente preocupada por Sirius. Parecía que, con el paso de los días, más y más gente se ponía de su parte.
Sirius, sin embargo, parecía totalmente tranquilo.
—Lucius Malfoy, me apuesto algo —afirmó Harry conteniendo la furia de su voz—. Seguro que reconoció a Sirius en el andén…
Malfoy trató de mantener su expresión lo más neutral que pudo.
—¿Qué? —saltó Ron, alarmado—. No me dijiste que…
—¡Chissst! —exclamaron los otros dos.
—«… El Ministerio advierte a la comunidad de magos que Black es muy peligroso… mató a treinta personas… se fugó de Azkaban…» Las majaderías de siempre —concluyó Hermione dejando su mitad del periódico y mirando con temor a Harry y Ron—. Bueno, ya no podrá volver a salir de la casa, eso es todo —susurró—. Dumbledore ya le advirtió que no lo hiciera.
Sirius soltó un gruñido.
Afligido, Harry miró el trozo de El Profeta con que se había quedado. La mayor parte de la página la ocupaba un anuncio de «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones», donde al parecer había rebajas.
— Siempre las hacen cuando no podemos ir — gruñó Demelza, enfurruñada.
—¡Eh! —exclamó de pronto, alisando la hoja para que Hermione y Ron pudieran verla—. ¡Mirad esto!
—Yo ya tengo todas las túnicas que necesito —dijo Ron.
—No —replicó Harry—, mirad… este breve artículo de aquí…
— Te vendría bien una nueva túnica de gala — dijo Lavender con una sonrisita.
— Fred y George me compraron una — gruñó Ron, que no apreciaba recordar el fiasco del baile de Navidad.
— Sí, con el dinero de Harry — rió Dean.
Fred y George pusieron cara de inocentes, ya que su madre todavía no había aceptado del todo el hecho de que se hubieran quedado el dinero.
Ron y Hermione se inclinaron sobre la mesa para leerlo; el artículo era muy corto, estaba colocado al final de una columna y decía:
TENTATIVA DE ROBO EN EL MINISTERIO
Sturgis Podmore, de 38 años, vecino del número 2 de Laburnum Gardens, Clapham,
— ¿De qué me suena ese nombre? — preguntó Hannah.
— Es un miembro de la Orden — replicó Susan.
Se oyeron voces por todo el comedor.
— ¿Y lo han arrestado por robo? — exclamó un chico de sexto.
se ha presentado ante el Wizengamot acusado de entrada ilegal y tentativa de robo en el Ministerio de Magia el 31 de agosto.
Los murmullos aumentaron por todo el comedor.
Podmore fue detenido por el mago de seguridad del Ministerio de Magia, Eric Munch, que lo sorprendió intentando entrar por una puerta de alta seguridad a la una de la madrugada.
— ¿A la una? ¿Qué se le había perdido por allí? — resopló Corner.
Podmore, que se negó a declarar en su defensa, fue hallado culpable de ambas acusaciones y condenado a seis meses en Azkaban.
Muchos parecieron impresionados con la sentencia.
—¿Sturgis Podmore? —dijo Ron lentamente—. Es ese tipo con una mata de pelo que parece paja, ¿no? Pertenece a la Ord…
—¡Ron! ¡Chissst! —saltó Hermione mirando aterrada a sus amigos.
—¡Seis meses en Azkaban! —susurró Harry, impresionado—. ¡Sólo por intentar entrar por una puerta!
— Algo muy importante debía haber tras esa puerta — dijo Angelina.
— Potter — habló de pronto Malfoy, en voz alta. — ¿Sabes qué puerta era esa? ¿O qué había detrás?
Sorprendido por la pregunta (y por la persona de la que provenía), Harry negó con la cabeza.
Malfoy hizo un chasquido con la lengua.
— Genial — dijo con sarcasmo. — O no nos enteraremos, o no lo sabremos hasta el final del libro.
Varios alumnos se unieron a sus quejas.
—No seas tonto, no lo han condenado sólo por intentar entrar por una puerta. ¿Qué demonios hacía en el Ministerio de Magia a la una de la madrugada? —dijo Hermione en voz baja.
—¿Crees que hacía algún trabajo para la Orden? —murmuró Ron.
— Será eso — dijo Dennis, emocionado.
—Esperad un momento… —dijo Harry—. Sturgis tenía que venir a despedirnos, ¿no os acordáis?
— ¡Anda! ¡Es verdad! — exclamó Romilda.
— Yo tampoco me acordaba — admitió una amiga suya.
Los otros dos lo miraron.
—Sí, tenía que formar parte de la guardia que nos acompañó a King's Cross. Y Moody estaba muy enfadado porque no se había presentado; por lo tanto, no puede ser que estuviera realizando una misión para la Orden, ¿verdad?
—Bueno, a lo mejor no contaban con que lo pillaran —dijo Hermione.
— Es una opción — dijo Terry.
— Pues yo no creo que sea eso — se metió Ernie con rotundidad. — Aquí hay algo raro.
— Siempre hay algo raro — dijo Justin con una mueca.
—¡Podría ser una trampa! —exclamó Ron, emocionado—. ¡No, escuchad! — continuó, bajando la voz exageradamente ante la mirada amenazadora de Hermione —. El Ministerio sospecha que es uno de los seguidores de Dumbledore, así que…, no sé, lo atrajeron hasta el Ministerio de alguna forma, y no es que él intentara entrar por alguna puerta. ¡Quizá sólo se hayan inventado una excusa para atraparlo!
— Vaya estupidez — bufó McLaggen.
— Pues yo creo que tiene sentido — Alicia sonaba impresionada. Ron se ruborizó.
Se produjo una pausa durante la cual Harry y Hermione reflexionaron sobre aquella posibilidad. Harry la encontraba demasiado rocambolesca. Hermione, por su parte, se mostró impresionada.
— Me sorprende que Harry la encontrara rocambolesca — dijo Dean. — Siendo el mismo que luchó contra un basilisco en una cámara secreta con una espada.
— O que descubrió que Sirius Black era inocente y que la rata de su mejor amigo fue quien delató a sus padres — replicó Seamus.
— Yo en su lugar ya me lo creería todo — admitió Padma.
Harry soltó un bufido. Puede que le hubiesen pasado cosas rarísimas, pero seguía teniendo el criterio suficiente para saber cuándo algo era realista y cuándo no. No era una persona que se dejara engañar fácilmente.
—La verdad, no me extrañaría nada que fuera eso lo que pasó —comentó, y dobló concienzudamente su mitad del periódico. Mientras Harry dejaba el cuchillo y el tenedor en el plato, ella pareció salir de un ensueño y añadió—: Bueno, creo que para empezar deberíamos ponernos a escribir esa redacción para Sprout sobre arbustos autofertilizantes, y si tenemos suerte, podremos empezar la del hechizo Inanimatus Conjurus para la profesora McGonagall antes de la hora de comer…
— Uy sí, vaya suerte — ironizó Fred.
Hermione rodó los ojos.
Harry sintió cierto remordimiento al pensar en el montón de deberes que lo esperaba, pero el cielo, de un azul estimulante, estaba despejado y no había montado en su Saeta de Fuego en toda la semana…
—Hombre, podemos hacerlos esta noche —propuso Ron mientras él y Harry bajaban por la extensión de césped que descendía hasta el campo de quidditch, con las escobas sobre el hombro y las severas advertencias de Hermione de que suspenderían todos sus TIMOS resonando todavía en los oídos—.
McGonagall les dedicó una mirada severa.
— No han tenido un respiro en todo lo que llevan de curso — dijo Tonks. — Se merecen unas horas de descanso, ¿no?
Los estudiantes estaban muy de acuerdo con ella. Los profesores, no tanto.
Y nos queda mañana. Hermione se obsesiona demasiado con el trabajo, ése es su problema…
Hermione soltó un bufido.
—Hizo una pausa y añadió con un tono más angustiado—: ¿Crees que hablaba en serio cuando dijo que no piensa dejarnos copiar?
—Sí, creo que sí —respondió Harry—. Pero esto también es importante, tenemos que practicar si queremos seguir en el equipo de quidditch…
— Por supuesto — dijo Wood. — Hay que tener las prioridades claras.
— Las tuyas siempre han estado muy claras — dijo Alicia, rodando los ojos.
—Sí, tienes razón —coincidió Ron, más animado—. Y tenemos tiempo de sobra para hacerlo todo…
— De eso nada — resopló Hermione.
Mientras se acercaban al campo de quidditch, Harry miró hacia la derecha, donde el viento agitaba los árboles del Bosque Prohibido, pero no salió nada volando de entre las copas; en el cielo sólo se veían unas cuantas lechuzas que revoloteaban alrededor de la torre de la lechucería. Como ya tenía suficientes preocupaciones, Harry apartó de su mente al caballo volador, convencido de que no iba a hacerle ningún daño.
— Son criaturas totalmente incomprendidas — dijo Hagrid. — No le harían daños a nadie, a pesar de que su aspecto pueda ser un poco…
— ¿Aterrador? — sugirió Colin.
— Diferente — prefirió Hagrid.
Cogieron las pelotas de quidditch, guardadas en el armario de los vestuarios, y se pusieron a entrenar. Ron defendía los tres altos postes de gol, y Harry hacía de cazador y le lanzaba la quaffle procurando que no la atrapara. A Harry le pareció que Ron jugaba muy bien, pues bloqueó tres cuartas partes de los tantos que Harry intentó marcarle, y a medida que practicaban, su juego mejoraba.
Ron pareció sorprendido.
— Potter debe tener los estándares muy bajos para pensar que Weasley juega bien — rió un Slytherin de séptimo.
— Cuando no tiene presión, lo hace muy bien — lo defendió Harry.
Pasadas un par de horas volvieron al castillo para comer (ocasión que Hermione aprovechó para dejar muy claro que los consideraba unos irresponsables),
Hubo risitas, aunque Harry notó que algunos miraban a Hermione como si fuera una pesada.
y luego volvieron al campo de quidditch para la sesión de entrenamiento con el resto del equipo. Sus compañeros, salvo Angelina, estaban ya en los vestuarios cuando ellos entraron.
—¿Estás preparado, Ron? —le preguntó George guiñándole un ojo.
—Sí —contestó Ron, que había ido quedándose más callado cuanto más se acercaban al campo.
— Tienes que dejar los nervios fuera del campo — lo regañó Angelina.
Ron hizo una mueca.
—¿Preparado para hacernos a todos una exhibición, prefectito? —añadió Fred asomando la despeinada cabeza por el cuello de su túnica de quidditch con una sonrisa ligeramente malévola en los labios.
La señora Weasley lo miró con reproche.
— No me extraña que estuviera tan nervioso, sus hermanos no lo dejan en paz — se oyó decir a un Hufflepuff. Ron evitó las miradas de Fred y George.
—¡Cállate! —le ordenó Ron con expresión inmutable mientras se ponía la túnica del equipo por primera vez. Ésta le quedaba muy bien si se tenía en cuenta que había pertenecido a Oliver Wood, cuyos hombros eran mucho más anchos que los de él.
Muchos miraron entonces a Wood y a Ron, cuyas orejas se pusieron rojas. Harry notó que Ron se erguía sutilmente, intentando parecer más grande de lo que era.
—¡Hola, chicos! —dijo Angelina al salir del despacho del capitán, ya cambiada —. Vamos a empezar. Alicia y Fred, ¿podéis llevar el cajón de las pelotas? Ah, hay un par de personas ahí fuera mirando, pero quiero que las ignoréis, ¿de acuerdo?
Por el tono forzadamente despreocupado de su voz, Harry sospechó quiénes podían ser aquellos espectadores a los que nadie había invitado,
— Los de Slytherin, seguro — resopló Tonks.
A su lado, Lupin suspiró.
y, en efecto, cuando salieron del vestuario a la intensa luz del sol del terreno de juego, los recibió una tormenta de silbidos y abucheos del equipo de quidditch de Slytherin y unos cuantos hinchas, que se habían sentado en grupo hacia la mitad de las tribunas vacías y cuyas voces resonaban por todo el estadio.
— Cómo no — bufó Sirius. — ¿Es que no tienen nada mejor que hacer?
—¿Qué es eso que lleva Weasley? —gritó Malfoy con su voz burlona—. ¿A quién se le ocurriría hacerle un encantamiento volador a un palo viejo y mohoso como ése?
— Aquí el único palo mohoso es tu…
— ¡Jordan! — lo interrumpió la profesora McGonagall.
— Tu… tu varita — terminó Lee, haciendo reír a más de uno. Malfoy lo fulminaba con la mirada y Harry notó que sus mejillas tenían un toque rosado.
Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson rieron a carcajadas. Mientras, Ron montó en su escoba y dio una patada en el suelo para despegar, y Harry lo siguió y vio cómo se le ponían las orejas coloradas.
— Tienes que intentar no hacerles caso — dijo Charlie.
— Solo quieren provocarte — habló Bill al mismo tiempo.
—No les hagas caso —le dijo a su amigo, y aceleró para alcanzarlo—, ya veremos quién ríe el último cuando nos toque jugar contra ellos…
El equipo de Slytherin le lanzó miradas asesinas. A Harry le dio totalmente igual.
—Ésa es exactamente la actitud que espero de mis jugadores, Harry —terció Angelina con satisfacción. Voló alrededor de ellos con la quaffle bajo el brazo y redujo la velocidad hasta quedar suspendida en un punto fijo frente al equipo—. Bueno, chicos, vamos a empezar con unos cuantos pases para calentar, todo el equipo, por favor…
—Eh, Johnson, ¿quién te ha hecho ese peinado? —gritó Pansy Parkinson desde las gradas—. ¡Parece que te salen gusanos de la cabeza!
— Para gusanos los que tienes tú en el cerebro, Parkinson — dijo Lee Jordan. Esta vez, la profesora McGonagall no lo regañó.
— Cierra el pico — le espetó Pansy. Parecía haber notado la cantidad de gente que la miraba con desprecio en ese momento.
Angelina se apartó las largas trenzas de la cara y siguió diciendo con serenidad:
—Separaos, y a ver qué podemos hacer…
— Tus trenzas son preciosas, por cierto — le dijo Katie a Angelina, tomando una entre sus dedos y haciéndola girar. Angelina le sonrió.
Harry dio marcha atrás para alejarse de sus compañeros y colocarse en uno de los extremos del campo. Ron retrocedió hacia la portería opuesta. Angelina levantó la quaffle con una mano y se la lanzó con fuerza a Fred, quien se la pasó a George, quien se la pasó a Harry, quien se la pasó a Ron…, quien la dejó caer.
Hubo risitas entre algunos de Slytherin y más de un Ravenclaw. El resto del colegio, sin embargo, no rió. Nadie más parecía especialmente divertido, excepto quizá McLaggen.
Los de Slytherin, liderados por Malfoy, se desternillaron de risa. Ron, que había bajado a toda velocidad para atrapar la quaffle antes de que llegara al suelo, remontó el vuelo torpemente, resbalando hacia un lado, y volvió hasta la altura donde estaban sus compañeros.
— Lo están poniendo nervioso — se quejó Tonks.
Wood tenía aspecto de estar sufriendo, pero no más que Ron, cuyas orejas estaban de un tono rojizo intenso.
Harry vio que Fred y George se miraban, pero ninguno de los dos dijo nada, cosa rara en ellos, y Harry se lo agradeció.
— Por una vez, mostraron piedad — dijo Charlie.
Los gemelos sonrieron como si fueran ángeles.
—Pásala, Ron —le pidió Angelina como si no hubiera sucedido nada.
Ron le lanzó la quaffle a Alicia, quien se la pasó a Harry, quien se la dio a George…
—Eh, Potter, ¿qué tal va tu cicatriz? —le gritó entonces Malfoy—. ¿Seguro que no necesitas descansar un poco? No sé, debe de hacer una semana entera que no has estado en la enfermería. Eso es un récord para ti, ¿verdad?
Esta vez, sí hubo risitas.
— Señor Malfoy — lo regañó McGonagall.
— No dije ninguna mentira, profesora — replicó Draco. — Y los libros lo están demostrando. Potter debería tener su propia cama en la enfermería.
— Yo ya lo propuse — resopló la señora Pomfrey. Harry rodó los ojos.
George le pasó la quaffle a Angelina; Angelina se la pasó hacia atrás a Harry, que no se la esperaba, pero a pesar de eso la atrapó con las yemas de los dedos y se la pasó rápidamente a Ron, que se lanzó para cogerla, pero la quaffle se le escapó por unos centímetros.
—¡Vamos, Ron! —exclamó Angelina con enfado cuando éste volvió a descender para recoger la quaffle—. ¡Presta más atención!
— Está claro que son los nervios — declaró Lavender. — Cuando jugaba solo con Harry, lo hacía bien.
Cuando Ron volvió a alcanzar la altura necesaria para seguir jugando, habría resultado difícil decir qué rojo era más intenso, si el de la quaffle o el de la cara del chico.
En el presente, se podría haber dicho lo mismo. La única diferencia era que esta vez, Hermione le había tomado la mano con disimulo para darle ánimos.
Malfoy y el resto de los del equipo de Slytherin se partían de risa.
— Es que son malas personas — murmuró Neville.
Al tercer intento Ron atrapó la quaffle, y debido quizá al alivio que sintió, la pasó con tanto entusiasmo que la pelota voló entre las manos extendidas de Katie y le golpeó en la cara.
—¡Lo siento! —se disculpó Ron acercándose a Katie para ver si le había hecho mucho daño.
— Eso dolió — admitió Katie.
— Perdón — volvió a disculparse Ron, con un hilo de voz.
—¡No ha sido nada, vuelve a tu posición! —bramó Angelina—. Pero cuando le pases la pelota a un compañero intenta no derribarlo de la escoba, ¿vale? ¡Para eso ya tenemos las bludgers!
— Lo de que no ha sido nada lo dices tú — se quejó Katie. — Me dolió de verdad.
Angelina puso los ojos en blanco.
Katie sangraba por la nariz. Abajo, en las gradas, los de Slytherin pateaban y abucheaban a los de Gryffindor. Fred y George se acercaron a Katie.
—Tómate esto —le dijo Fred mientras le tendía una cosa pequeña y de color morado que había sacado del bolsillo—. Detendrá la hemorragia en cuestión de segundos.
Katie miró mal a los gemelos, que se disculparon en voz baja.
— ¿Por qué me da que eso va a salir mal? — susurró Ginny.
—Muy bien —gritó Angelina—, Fred y George, id a buscar vuestros bates y una bludger. Ron, sube a los postes. Harry, suelta la snitch cuando yo lo diga. Vamos a marcar en la portería de Ron, evidentemente.
— Evidentemente — repitió Fred, imitando a Angelina, que le dio un golpe en el brazo.
Harry fue volando detrás de los gemelos para recoger la snitch.
—Ron está haciéndolo fatal, ¿no? —murmuró George mientras los tres aterrizaban junto al cajón donde estaban las pelotas y lo abrían para sacar una bludger y la snitch.
Ron soltó un gemido.
— Al menos decídmelo a la cara — se quejó.
— ¿Para qué? Ya lo sabías — replicó George.
—Es que está nervioso —replicó Harry—; esta mañana he estado practicando con él y lo hacía mucho mejor.
— Gracias por defenderme — dijo Ron. Harry asintió.
—Bueno, pues espero que su mejor momento no haya pasado del todo —comentó Fred con pesimismo.
Luego volvieron a subir. Cuando Angelina tocó el silbato, Harry soltó la snitch y Fred y George hicieron otro tanto con la bludger. A partir de aquel momento, Harry apenas se fijó en lo que hacían los demás. Su trabajo consistía en capturar la pequeña y dorada pelota con alas plateadas que valía ciento cincuenta puntos para el equipo del buscador que la atrapara, y eso requería mucha velocidad y habilidad.
Hubo gemidos y quejas por todo el comedor.
— ¿Nos están volviendo a explicar cómo se juega al quidditch? — resopló Zacharias.
— Me voy a lanzar de la torre de astronomía — dijo Lisa Turpin dramáticamente.
Aceleró haciendo bruscos virajes para sortear a los cazadores; el tibio aire otoñal le azotaba la cara, y los lejanos gritos de los de Slytherin dejaron de tener sentido… Pero mucho antes de lo que él esperaba, el silbato lo obligó a detenerse de nuevo.
—¡Alto! ¡Alto! ¡ALTO! —bramó Angelina—. ¡Ron, no estás cubriendo el poste central!
Harry giró la cabeza y miró a su amigo, que estaba suspendido delante del aro de gol izquierdo, dejando los otros dos completamente desprotegidos.
Ron volvió a gemir y se tapó la cara con las manos.
—Oh…, lo siento…
—¡No paras de moverte mientras miras a los cazadores! —le recriminó Angelina —. ¡O te quedas en el centro hasta que tengas que moverte para defender un aro, o vuelas en círculo alrededor de ellos, pero no vayas de un lado para otro porque así es como te han marcado los tres últimos tantos!
— ¿Ya van tres? — exclamó Wood, afligido.
—Lo siento… —repitió Ron. Su rostro, sudoroso y colorado, brillaba como una baliza contra el azul del cielo.
— Qué poético — rió Luna.
—Y tú, Katie, ¿no puedes hacer nada con esa nariz?
—¡Cada vez va peor! —se lamentó la chica con voz pastosa mientras intentaba contener el chorro de sangre con la manga de su túnica.
Harry observó a Fred, que parecía nervioso y se palpaba los bolsillos. Vio que el gemelo sacaba una cosa de color morado, la examinaba rápidamente y luego, presa del pánico, miraba a Katie.
— Lo sabía — suspiró Ginny.
— ¿Qué le disteis? — exclamó la señora Weasley, alarmada.
— No pasó nada malo, mamá — se defendió Fred. — Conseguimos arreglarlo.
Pero esa respuesta no calmó a su madre, que no paró de hacer preguntas hasta que Katie le aseguró que todo estaba bien.
—Bueno, volvamos a intentarlo —propuso Angelina. No hacía ni caso a los de Slytherin, que se habían puesto a cantar «Los de Gryffindor son unos mantas, los de Gryffindor son unos mantas», pero de todos modos se la notaba un poco tensa sobre la escoba.
— Cuánta originalidad — ironizó Tonks.
Cuando apenas llevaban tres minutos volando, volvió a sonar el silbato de Angelina. Harry, que acababa de ver que la snitch describía un círculo alrededor de un poste de la portería contraria, se paró sintiéndose ofendido.
— No era nada personal — gruñó Angelina.
—¿Y ahora qué pasa? —le preguntó impaciente a Alicia, que era la jugadora que tenía más cerca.
—Es Katie —se limitó a contestar ella.
Harry giró la cabeza y vio que Angelina, Fred y George volaban a toda velocidad hacia Katie. Harry y Alicia fueron también hacia ella. Era evidente que Angelina había interrumpido el entrenamiento justo a tiempo, pues Katie estaba pálida como la cera y cubierta de sangre.
Muchos miraron a la cazadora con preocupación.
— ¿Qué diantres te habían dado esos dos? — dijo Dean, asombrado.
— A saber — replicó ella.
—Hay que llevarla a la enfermería —decidió Angelina.
—La llevamos nosotros —se ofreció Fred—. Es posible que… se haya tragado un manantial de sangre por equivocación…
— Y por eso no deberíais hacer esos experimentos sin supervisión — dijo la profesora McGonagall con desaprobación.
— Bueno, podría haber sido mucho peor — se metió el profesor Flitwick. — Hay que admitir que han conseguido resultados impresionantes…
Cerró la boca cuando notó la mirada severa de McGonagall.
—Bueno, no tiene sentido continuar sin golpeadores y con una cazadora menos —se lamentó Angelina. Mientras tanto, Fred y George volaban hacia el castillo llevando entre los dos a Katie—. En fin, vamos a cambiarnos.
Los de Slytherin siguieron cantando mientras los de Gryffindor entraban en el vestuario.
— Debió ser todo un espectáculo para ellos — se lamentó Wood.
—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —preguntó Hermione fríamente media hora más tarde, cuando Harry y Ron entraron por la abertura del retrato en la sala común de Gryffindor.
—Ha sido… —empezó a decir Harry.
—Un desastre total —se le adelantó Ron con voz apagada, y se desplomó en una butaca junto a Hermione. Ella miró a Ron y su frialdad pareció derretirse.
Se escucharon silbidos y risitas que provocaron que Hermione se ruborizara.
— Oh, por favor — murmuró, avergonzada. Ron, por su parte, parecía gratamente sorprendido.
—Bueno, sólo ha sido el primero —dijo para consolarlo—, supongo que te costará cierto tiempo…
—¿Quién ha dicho que haya sido un desastre total por mi culpa? —la interrumpió Ron.
—Nadie —contestó Hermione, sorprendida—. Creí que…
— Y tenías razón, fue por su culpa — dijo Daphne Greengrass sin piedad.
—Estabas convencida de que iba a hacerlo mal, ¿no?
—¡No, nada de eso! Mira, como tú has dicho que había sido un desastre total…
—Voy a empezar a hacer los deberes —dijo Ron enfadado, y se fue dando zancadas hacia la escalera que conducía a los dormitorios de los chicos y se perdió de vista.
— ¡Está pagando su fgustración con ella! — protestó Fleur. A su lado, Krum observaba a Ron con el ceño fruncido.
Hermione miró a Harry y le preguntó:
—¿Lo ha hecho mal o no?
—No —respondió Harry manteniéndose leal. Hermione arqueó las cejas—.
— Mentira — dijeron varias voces al mismo tiempo.
Ron cada vez se hundía más en el asiento.
Bueno, digamos que podría haber jugado mejor —murmuró—, pero sólo ha sido la primera sesión de entrenamiento, como tú has dicho…
Aquella noche ni Harry ni Ron adelantaron mucho los deberes. Harry sabía que su amigo estaba demasiado preocupado por lo nefasta que había sido su actuación en el entrenamiento de quidditch, y él no conseguía quitarse de la cabeza aquella cantinela de «Los de Gryffindor son unos mantas».
— Consiguieron lo que querían — suspiró Angelina, al tiempo que varios Slytherin sonreían con suficiencia.
Pasaron todo el domingo en la sala común, rodeados de libros, mientras a ratos la estancia se llenaba de alumnos y otras veces se quedaba vacía. Hacía un día bonito y despejado, y la mayoría de sus compañeros de Gryffindor estuvieron al aire libre, en los jardines, disfrutando de lo que bien podía ser uno de los últimos días soleados del año. Al anochecer, Harry tenía la sensación de que alguien había estado golpeándole el cerebro contra las paredes internas del cráneo.
— Siempre os toca quedaros trabajando mientras el resto del colegio disfruta — notó Luna.
— Es porque siempre están metidos en líos y no les da tiempo a hacer los deberes — replicó Parvati.
—Mira, creo que deberíamos intentar hacer más deberes durante la semana —le comentó a Ron cuando finalmente terminaron la larga redacción para la profesora McGonagall sobre el hechizo Inanimatus Conjurus y, abatidos, empezaron otra igual de larga para la profesora Sinistra sobre las lunas de Júpiter.
—Sí —respondió Ron frotándose los enrojecidos ojos y arrojando al fuego la quinta hoja de pergamino descartada—. Oye, ¿por qué no pedimos a Hermione que nos deje echar un vistazo a sus trabajos?
Varios profesores los miraron con reprobación.
Harry giró la cabeza y miró a su amiga, que estaba sentada con Crookshanks en el regazo, charlando alegremente con Ginny mientras un par de agujas de punto tejían, suspendidas en el aire delante de sus ojos, un par de deformes calcetines de elfo.
Pansy soltó un enorme resoplido.
—No —decidió Harry—, sabes perfectamente que no nos dejará copiar.
Hermione asintió.
— Me alegra que al menos intentarais acabar los deberes por vosotros mismos — dijo.
Así que siguieron trabajando mientras fuera el cielo se oscurecía cada vez más. Poco a poco, la sala común fue quedándose vacía otra vez. A las once y media, Hermione se les acercó bostezando.
—¿Ya habéis terminado?
—No —contestó Ron con aspereza.
— No seas maleducado — lo regañó su madre.
—La luna más grande de Júpiter es Ganímedes, no Calixto —corrigió Hermione señalando por encima del hombro de su amigo una línea de la redacción de Astronomía—, y la que tiene los volcanes es Ío.
—Gracias —gruñó Ron tachando las frases equivocadas.
—Lo siento, yo sólo…
—Mira, Hermione, si únicamente has venido para criticar…
— ¿Por qué es tan borde con ella? — se quejó una chica de tercero. — ¡Granger se tenía que haber quedado con Krum!
— Es que a ella le gusta mucho meter el dedo en la llaga — replicó otra chica, también de tercero.
Ron y Hermione fingieron no escuchar nada, pero quedaba claro por la cara de Ron que lo había oído con toda claridad.
—Ron…
—No tengo tiempo para escuchar tus sermones, Hermione, ya estoy harto de…
—No, Ron, ¡mira!
— Al menos déjala hablar — bufó un chico de cuarto.
Hermione señalaba la ventana más cercana. Harry y Ron miraron hacia allí. Una bonita lechuza se había posado en el alféizar y miraba a Ron.
—¿No es Hermes? —preguntó Hermione, asombrada.
—¡Vaya, sí! —exclamó Ron, que dejó su pluma y se levantó—. ¿Para qué me habrá escrito Percy?
Percy se tensó de inmediato. Le echó a Ron una mirada de pánico antes de mirar a Harry, a quien no pudo sostenerle la mirada.
Fue hacia la ventana y la abrió, y Hermes entró en la habitación, aterrizó sobre la redacción de Ron y extendió la pata en la que llevaba atada una carta. Ron cogió la carta y la lechuza se marchó sin perder tiempo, dejando huellas de tinta en el dibujo que el chico había hecho de la luna Ío.
— Tanto trabajar para que una lechuza te destroce los deberes — suspiró un chico de segundo.
—Sí, es la letra de Percy —observó Ron sentándose en la butaca y leyendo lo que había escrito en la parte exterior del rollo de pergamino: «Ronald Weasley, Casa de Gryffindor, Hogwarts.» Luego miró a sus amigos y añadió—: ¿Qué creéis que será?
—¡Ábrela! —le ordenó Hermione con impaciencia, y Harry asintió con la cabeza. Ron desenrolló el pergamino y empezó a leer. Cuanto más avanzaba, más ceñuda era su expresión.
Percy tragó saliva. Entre los alumnos, la curiosidad iba creciendo. Los señores Weasley también parecían muy interesados, así como el resto de la familia. George tenía el ceño fruncido.
Después, cuando con aspecto indignado terminó la lectura, les pasó la carta a Harry y a Hermione, que se pusieron el uno al lado del otro para leerla juntos.
Percy gimió.
— ¿Tenías que enseñársela?
Ron se quedó mirándolo.
— Claro que sí — dijo, como si fuera lo más obvio del mundo.
Querido Ron:
Acabo de enterarme (nada más y nada menos que por el ministro de Magia en persona, a quien ha informado tu nueva maestra, la profesora Umbridge) de que te han nombrado prefecto de Hogwarts.
— ¡Qué pedante suena! — resopló un niño de segundo.
— Me cae mal — admitió otro.
Percy se puso muy rojo.
Cuando supe la noticia me llevé una grata sorpresa, y ante todo quiero felicitarte. He de admitir que siempre temí que tomaras lo que podríamos llamar «el camino de Fred y George» en lugar de seguir mis pasos, así que ya puedes imaginarte cómo me alegré al saber que has dejado de desobedecer a las autoridades y has decidido cargar con una responsabilidad real.
— Vaya, gracias — dijo Fred sarcásticamente. — Ya veo cuánto nos valoras.
Percy abrió la boca y la volvió a cerrar, como un pez en el agua.
— No es que no os valore — terminó diciendo. Parecía estar escogiendo muy bien sus palabras. — Es solo que nunca os han importado mucho los estudios, o las normas.
— Eso no significa que no podamos cargar con una "responsabilidad real" — replicó George.
Pero no voy a limitarme a felicitarte, Ron; también quiero darte algunos consejos, y por eso te envío esta carta por la noche en vez de utilizar el correo matutino, como habría sido lo normal. Espero que puedas leerla lejos de miradas curiosas y así evitar preguntas inoportunas.
— Y lo primero que hace Ron es pasarle la carta a sus amigos — rió Angelina.
Por algo que al ministro se le escapó cuando me contó que te habían nombrado prefecto, deduzco que sigues relacionándote con Harry Potter.
— ¿Qué hace el ministro hablando de la amistad de Weasley y Potter? — preguntó Terry Boot. — ¿No tiene cosas más importantes de las que hablar?
Fudge pareció muy incómodo.
Debo decirte, Ron, que no hay nada que pueda ponerte en mayor peligro de perder tu insignia que seguir confraternizando con ese chico.
— Ya sabes, Ron. Deja de confraternizar conmigo — susurró Harry. Ron le dio un codazo.
Sí, estoy seguro de que te sorprenderá que te diga esto (sin duda argumentarás que Potter siempre ha sido el favorito de Dumbledore), pero me veo obligado a comunicarte que es posible que Dumbledore no siga dirigiendo Hogwarts durante mucho tiempo, y las personas que son importantes de verdad tienen una opinión muy distinta (y seguramente más acertada) del comportamiento de Potter.
— Las personas que a su parecer son importantes de verdad torturan a alumnos con objetos oscuros — dijo Kingsley con seriedad.
Percy pareció sentirse muy humillado.
Ahora no voy a darte más detalles, pero si mañana lees El Profeta tendrás una idea de por dónde van los tiros (¡y ya verás mis declaraciones!).
— Oh, ya recuerdo ese artículo — suspiró la señora Weasley.
En serio, Ron, no debes permitir que te metan en el mismo saco que a Potter, pues eso podría resultar muy perjudicial para tus perspectivas de futuro, y me refiero también a la vida después del colegio.
Ron puso los ojos en blanco. Sirius miraba a Percy con desprecio.
Como ya debes de saber, dado que nuestro padre lo acompañó al tribunal, este verano Potter tuvo una vista disciplinaria ante el Wizengamot en pleno, y no salió muy bien parado. Si quieres que te diga la verdad, se libró de que lo condenaran gracias a un mero tecnicismo, pero mucha gente con la que he hablado sigue convencida de su culpabilidad.
— Pero ahora todos saben la verdad — dijo Hagrid con orgullo.
Harry le sonrió.
Es posible que te dé miedo cortar tus lazos con Potter (ya sé que es un desequilibrado y que, por lo que me han contado, hasta puede llegar a ser violento),
— ¡Percy! — exclamó la señora Weasley.
— Oh, venga ya — dijo al mismo tiempo Sirius.
— Perdón, perdón — se disculpó Percy. Miró directamente a Harry y repitió: — Siento haber escrito eso. Ya no lo pienso.
Harry asintió a modo de respuesta. Si era sincero, seguía sin gustarle mucho Percy, aunque se alegraba de que se hubiera reconciliado con su familia… aunque estaba claro que tardarían en volver a la normalidad.
pero si tienes alguna preocupación al respecto, o si has detectado algo más en la conducta de Potter que te inquiete, te recomiendo que hables con Dolores Umbridge, una mujer encantadora que no tendrá ningún inconveniente en orientarte.
Hubo un gemido colectivo.
— ¡Venga ya!
— ¡Está mal de la cabeza!
— ¿De qué va?
— ¡Encantadora!
— ¡Sí hombre! Está loco.
— ¡Encantadora!
Percy parecía querer que la tierra se lo tragara. La profesora Umbridge, por su parte, le dedicó una sonrisa, pero él respondió con una profunda mueca de asco.
Y eso me lleva a darte otro consejo. Como ya he insinuado antes, es posible que muy pronto Dumbledore deje de dirigir Hogwarts. Tus lealtades, Ron, no deberían estar con él, sino con el colegio y el Ministerio.
— Quiero pegarle una patada — declaró Fred. — ¿Puedo?
— Nadie te lo impide — contestó George.
No lo hicieron, pero las ganas no les faltaban.
Lamento mucho saber que hasta ahora la profesora Umbridge no ha encontrado mucha cooperación por parte del profesorado en su intento de introducir esos necesarios cambios en Hogwarts que el Ministerio tan ardientemente desea (aunque a partir de la semana que viene creo que le resultará más fácil; te remito una vez más a El Profeta de mañana). Sólo te diré una cosa: un alumno que demuestre estar dispuesto a ayudar a la profesora Umbridge en estos momentos podría ser un firme candidato al cargo de delegado dentro de un par de años.
Las caras de los alumnos eran un poema, pero no eran nada comparadas con las de los profesores.
Siento mucho que no pudiéramos vernos más este verano. No me gusta criticar a nuestros padres, pero me temo que no puedo continuar viviendo con ellos mientras sigan mezclándose con ese peligroso grupo que apoya a Dumbledore (si escribes a nuestra madre, deberías decirle que a un tal Sturgis Podmore, gran amigo de Dumbledore, lo han enviado recientemente a Azkaban porque entró de forma ilegal en el Ministerio e intentó robar. Quizá la noticia le abra los ojos y le haga comprender que las personas con las que se relaciona son una pandilla de delincuentes).
Percy se tapó la cara con las manos una vez más. Harry no podía culparlo: entre las alabanzas a Umbridge y las críticas a su familia y al colegio, esa carta había envejecido extremadamente mal…
Me considero muy afortunado por haberme librado del estigma que conlleva asociarse con ese tipo de gente (el ministro se porta estupendamente conmigo), y de verdad, Ron, espero que no dejes que los lazos familiares te impidan ver lo erróneo de las opiniones y de los actos de nuestros padres.
El señor Weasley soltó un bufido. Percy se estremeció visiblemente al escucharlo.
Ojalá con el tiempo se den cuenta de lo equivocados que estaban, y, por supuesto, cuando llegue ese día aceptaré sin reservas sus disculpas.
— No lo puede decir en serio — resopló Angelina.
— Ya no pienso así — dijo Percy. Estaba más rojo que nunca. — Fui yo quien pedí disculpas. Lo hice cuando empezó todo esto de la lectura.
Piensa con detenimiento en todo lo que te he dicho, por favor, especialmente en lo de Harry Potter, y felicidades una vez más por tu nombramiento.
Tu hermano,
Percy
— Te has lucido — dijo Ginny, impresionada.
— ¿Qué parte ha sido la mejor? — comentó Fred. — ¿La parte en la que dice que Harry es peligroso y violento? ¿O cuando llama encantadora a Umbridge?
— Desmemorízadme para no tener que recordar esa carta nunca más — murmuró Percy.
— Oh, no, hermanito — replicó George. — Te la vamos a estar recordando toda tu vida. No querrás olvidar a la encantadora Dolores Umbridge, ¿verdad?
Percy gimió.
Harry levantó la cabeza y miró a Ron.
—Bueno —dijo intentando que pareciera que se había tomado aquella carta como una broma—, si quieres… ¿Cómo era?… —volvió a mirar la carta de Percy—. ¡Ah, sí! «Cortar los lazos» conmigo, te juro que no me pondré violento.
Se oyeron risitas incrédulas por todo el comedor. Muchos parecían estar asimilando todavía el contenido de la carta.
—Dámela —le pidió Ron tendiéndole una mano—. Es un completo… —añadió entrecortadamente mientras rompía la carta de Percy por la mitad—, absoluto… —la rompió en cuatro trozos—, y rematado… —la cortó en ocho trozos— imbécil. —Y los arrojó al fuego—.
— Me lo merecía — se lamentó Percy.
— Pues sí — replicó Ron, sin piedad. Estaba claro que el resto de Weasleys estaban conteniéndose para no decir nada.
Démonos prisa, hemos de terminar esto antes del amanecer — le dijo con brusquedad a Harry, y cogió otra vez la redacción para la profesora Sinistra.
Hermione miraba a Ron con una extraña expresión en la cara.
—Dádmelas —dijo de pronto.
—¿Qué? —se extrañó Ron.
—Dádmelas, las repasaré y las corregiré —afirmó.
— ¿Al final les echaste una mano? — se sorprendió Parvati.
Hermione se encogió de hombros.
— Ya les quedaba poco.
—¿Lo dices en serio? ¡Oh, Hermione, eres nuestra salvación! —exclamó Ron— ¿Qué puedo…?
—Podéis decir esto: «Prometemos que nunca volveremos a dejar nuestros deberes para el último momento» —recitó ella tendiéndoles ambas manos para que le entregaran las redacciones, aunque con aire divertido.
— Tendríamos que añadirle a Granger la mitad de la nota de Weasley y Potter — dijo la profesora Sprout con una sonrisita.
—Un millón de gracias, Hermione —dijo Harry con un hilo de voz mientras le pasaba su redacción, y volvió a hundirse en su butaca frotándose los ojos.
— Qué mono — rió Demelza.
A Harry se le puso la piel de gallina.
Ya era más de medianoche, y en la sala común sólo estaban ellos tres y Crookshanks. Lo único que se oía era el rasgueo de la pluma de Hermione mientras tachaba frases aquí y allá, y el ruido que hacía al pasar las páginas de los libros de consulta que había esparcidos sobre la mesa cuando buscaba algún dato en ellos. Harry estaba agotado. Además notaba una extraña sensación de vacío y de mareo en el estómago que no tenía nada que ver con el cansancio, pero sí con la carta de Percy, que ya había quedado reducida a cenizas en la chimenea.
— Ya me extrañaba a mí que no le hubiera afectado — dijo la señora Weasley, preocupada.
Harry era consciente de que la mitad de los estudiantes de Hogwarts lo consideraban raro, o incluso loco, y sabía que El Profeta llevaba meses haciendo comentarios maliciosos sobre él, pero ver todo eso escrito de puño y letra de Percy, y enterarse de que éste aconsejaba a Ron que dejara de ser amigo suyo y que le hablara de él a la profesora Umbridge, lo obligó a tomar conciencia real de la situación.
Se hizo el silencio. Muchos intercambiaron miradas culpables.
Hacía cuatro años que conocía a Percy, había estado en su casa durante las vacaciones de verano, había compartido una tienda con él durante los Mundiales de quidditch, había recibido de él la puntuación máxima en la segunda prueba del Torneo de los tres magos el año anterior, y, sin embargo, en esos momentos, Percy creía que era un desequilibrado y que hasta podía llegar a ser violento.
— Yo… — Percy miró directamente a Harry, con algo de dificultad. — Lo siento. No debí creer…
— No importa — replicó Harry. No quería seguir hablando de ese tema.
Entonces Harry sintió un arrebato de cariño hacia su padrino, y pensó que seguramente Sirius era la única persona capaz de comprender de verdad cómo se sentía él en aquel momento, porque Sirius estaba en la misma situación. Casi toda la comunidad de los magos creía que era un peligroso asesino y uno de los más fieles seguidores de Voldemort, y él había tenido que aguantar aquello durante catorce años…
Sirius le dio a Harry varias palmaditas en el hombro.
Entre los estudiantes, un buen número observaba tanto a Harry como a Sirius con creciente respeto.
Harry parpadeó, pues acababa de ver algo en el fuego que no podía estar allí. Había aparecido un instante y luego había desaparecido. No, no podía ser…
— No sé de qué habla — dijo Justin. — Pero sea lo que sea, seguro que sí que estaba allí.
Se lo había imaginado porque estaba pensando en Sirius…
—Bueno, ya puedes pasarla a limpio —le dijo Hermione a Ron acercándole su redacción y una hoja con lo que ella había escrito—; luego añade las conclusiones que he redactado yo.
—En serio, Hermione, eres la persona más maravillosa que he conocido jamás — repuso Ron con timidez—,
Hubo risitas por todo el comedor. Ron volvió a ruborizarse.
y si vuelvo a ser maleducado contigo…
—… sabré que vuelves a ser el de siempre —terminó Hermione—.
Varios rieron y Harry se alegró de que el ambiente se relajara un poco.
Harry, la tuya está bien, excepto este trozo del final. Creo que no oíste bien lo que decía la profesora Sinistra: Europa está cubierta de hielo, no de pelo. ¿Me oyes, Harry?
Malfoy soltó un bufido.
— ¿De pelo? ¿En serio, Potter?
— Cállate — le dijo Harry, abochornado.
Harry se había levantado de la butaca y estaba arrodillado en la chamuscada y raída alfombra que había delante de la chimenea, contemplando las llamas.
—Harry —dijo Ron, desconcertado—. ¿Qué haces ahí?
— Mirar el fuego intensamente, es su pasatiempo favorito — dijo Fred con fingida seriedad.
—Acabo de ver la cabeza de Sirius en el fuego —explicó Harry.
A Harry le habría gustado tomar una foto de las caras que se veían a lo largo del comedor. Neville había arqueado tanto las cejas que casi le llegaban a la línea del pelo.
Lo dijo con mucha calma; al fin y al cabo, había visto la cabeza de Sirius en aquella misma chimenea el año anterior y había hablado con él. Con todo, no estaba seguro de haberla visto esta vez… Había desaparecido tan deprisa…
— Tenía que ser rápido — dijo Sirius con una sonrisa. — Era arriesgado.
McGonagall soltó un resoplido y le dijo algo a Dumbledore, que pareció suspirar. Ninguno de ellos tenía aspecto de alegrarse de que Sirius hubiera utilizado la chimenea de Gryffindor de forma tan imprudente. Harry estaba seguro de que, cuando todo acabara, a Sirius le caería una buena regañina.
—¿La cabeza de Sirius? —repitió Hermione—. ¿Como aquella vez que quería hablar contigo durante el Torneo de los tres magos? Pero no creo que vaya a hacerlo ahora, sería demasiado… ¡Sirius!
La chica dio un grito ahogado y se quedó mirando el fuego mientras Ron soltaba la pluma. En medio de las llamas, efectivamente, estaba la cabeza de Sirius, con el largo y oscuro cabello enmarcando su sonriente rostro.
— Me subestimas — le dijo Sirius a Hermione. — Sabes que me gusta el riesgo.
Tonks rodó los ojos.
— Una cosa es que te gusta arriesgarte y otra es ser idiota, y esto encaja más en la segunda categoría.
— Desde luego, en eso podemos estar de acuerdo — habló Snape. Sirius le lanzó una mirada mordaz.
— Oh, por Merlín. Que no empiecen otra vez — suspiró la señora Weasley.
Por suerte, ninguno de los dos añadió nada más, así que la lectura prosiguió sin problemas.
—Empezaba a pensar que subiríais a acostaros antes de que se hubieran marchado los demás —dijo—. He venido a vigilar todas las horas.
—¿Has aparecido en el fuego hora tras hora? —le preguntó Harry conteniendo la risa.
— ¿La risa? — repitió McGonagall, arqueando una ceja. Harry se sintió mal por haberlo encontrado gracioso. Mirando atrás, estaba claro que había sido demasiado arriesgado…
—Sólo unos segundos, para comprobar si había moros en la costa.
—Pero ¿y si llega a verte alguien? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Bueno, creo que antes me ha visto una chica que debía de ser de primero, por la pinta que tenía, pero no os preocupéis —se apresuró a añadir Sirius al ver que Hermione se llevaba una mano a la boca—, desaparecí en cuanto volvió a mirarme, y estoy seguro de que pensó que sólo era un tronco con forma rara o algo así.
— ¡Ah!
Una niña de primero se llevó la mano a la boca, asombrada.
— ¡Creo que fui yo! — exclamó. Emocionada, añadió: — ¡Salgo en el libro!
Harry tuvo que contener las ganas de poner los ojos en blanco.
—Pero Sirius, esto es muy arriesgado… —empezó Hermione.
—Me recuerdas a Molly —repuso Sirius—. Ésta ha sido la única manera que se me ha ocurrido de contestar a la carta de Harry sin recurrir a un código. Además, los códigos pueden descifrarse.
La señora Weasley miró mal a Sirius.
— Que una niña de quinto tenga que decirte que estás arriesgándote demasiado…
Sirius la ignoró.
Cuando Sirius mencionó la carta de Harry, Hermione y Ron giraron la cabeza y se quedaron observando a su amigo.
—¡No nos dijiste que habías escrito a Sirius! —protestó Hermione.
—Se me olvidó —repuso Harry, y era cierto: su encuentro con Cho en la lechucería le había borrado de la mente todo lo ocurrido con anterioridad—.
Hubo risitas por todas partes.
No me mires así, Hermione, era imposible que alguien obtuviera información secreta de esa carta, ¿verdad, Sirius?
—Sí, era muy buena —confirmó éste sonriendo—. Bueno, será mejor que nos demos prisa, por si alguien nos molesta. A ver, tu cicatriz…
— No me puedo creer que estuvierais hablando con Sirius Black en la sala común — bufó Parvati.
— Y que no nos enteráramos. ¡Otra vez! — exclamó Lavender.
—¿Qué pasa con…? —empezó a decir Ron, pero Hermione lo interrumpió.
—Ya te lo contaremos más tarde, Ron. Sigue, Sirius.
—Mira, ya sé que no tiene ninguna gracia que te duela, pero no creemos que sea algo por lo que debamos preocuparnos. El año pasado te dolía continuamente, ¿no?
—Sí, y Dumbledore dijo que sucedía cada vez que Voldemort sentía una intensa emoción —explicó Harry, ignorando, como de costumbre, las muecas de Ron y Hermione—. Quizá sólo se tratara de que Voldemort estaba…, no sé, muy enfadado o algo así la noche de mi castigo.
— ¿Pasaría algo importante? — preguntó Ernie.
— Nos habríamos enterado, ¿no? — respondió Hannah.
— Si nunca nos enteramos de nada — bufó Justin.
—Bueno, ahora que ha regresado, es lógico que te duela más a menudo —afirmó Sirius.
—Entonces, ¿no crees que tenga nada que ver con el hecho de que la profesora Umbridge me tocara mientras estaba cumpliendo el castigo con ella? —inquirió Harry.
—Lo dudo. No la conozco personalmente, pero sé la fama que tiene y estoy seguro de que no es una mortífaga.
— Claro que no — dijo Umbridge, indignada.
— Pero no eres mejor persona que uno de ellos — soltó Trelawney.
Umbridge parecía querer replicar, pero se conformó con mirarla con desdén.
—Pues es lo bastante repugnante para serlo —opinó Harry con desánimo, y Ron y Hermione asintieron enérgicamente, dándole la razón.
— ¡Eso, eso!
— ¡Díselo Potter!
— ¡Es repugnante!
A Harry le pilló por sorpresa la reacción del resto de estudiantes. Incluso en la zona de Slytherin, nadie defendía a Umbridge, que los miraba a todos con un profundo desprecio. Fudge, de nuevo, parecía muy incómodo.
—Sí, pero el mundo no está dividido en buenas personas y mortífagos —aclaró Sirius con una sonrisa irónica—. De todos modos, ya sé que es una imbécil. Deberíais oír a Remus hablar de ella.
El profesor Lupin se aclaró la garganta, nervioso.
— No voy a tolerar que un híbrido me falte al respeto — exclamó Umbridge.
Sirius se puso en pie y, sin perder un segundo, lanzó un maleficio en dirección a Umbridge, que soltó un chillido y se lanzó a un lado para esquivarlo.
Se oyeron gritos por todo el comedor.
— Ya no me queda paciencia para usted — dijo Sirius, y su tono de voz era tan gélido que consiguió callar a todo el mundo.
— Sirius, baja la varita — le pidió Dumbledore. — Profesora Umbridge, le ruego que se abstenga de hacer esa clase de comentarios. Summerby, continúe leyendo, por favor.
El chico de Hufflepuff asintió y retomó la lectura. Al mismo tiempo, Sirius se sentaba de nuevo, con los ojos fijos en Umbridge y una expresión muy dura en el rostro. Lupin tenía la vista clavada en el suelo.
—¿Lupin la conoce? —preguntó Harry rápidamente, recordando los comentarios sobre híbridos peligrosos que la profesora Umbridge hizo en su primera clase.
—No —respondió Sirius—, pero hace dos años ella redactó el borrador de una ley antihombres lobo, y por culpa de esa ley, Remus tiene muchos problemas para conseguir trabajo.
Hubo caras de comprensión por todo el comedor. Umbridge trató de mantener la cabeza alta, a pesar de los numerosos desplantes que había sufrido ya ese día.
Harry se acordó del descuidado y empobrecido aspecto que Lupin tenía últimamente, y sintió aún más desprecio hacia la profesora Umbridge.
— Gracias, Harry — dijo Lupin sinceramente, y Harry se ruborizó.
—¿Qué tiene contra los hombres lobo? —preguntó Hermione, enojada.
—Supongo que miedo —contestó Sirius sonriendo ante la indignación de Hermione—. Por lo visto odia a los semihumanos; el año pasado hizo una campaña para reunir a toda la gente del agua y etiquetarla. Imaginaos, perder el tiempo y la energía persiguiendo a la gente del agua, cuando hay tantos sinvergüenzas sueltos, como Kreacher.
— Vaya tontería — protestó Hagrid. — ¡Etiquetar a la gente del agua!
Ron rió, pero Hermione estaba muy enfadada.
—¡Sirius! —exclamó en tono de reproche—. En serio, si te esforzaras un poco con Kreacher, estoy segura de que él reaccionaría. Después de todo, eres el único miembro de la familia que le queda, y el profesor Dumbledore dijo que…
—Bueno, ¿qué tal son las clases con Umbridge? —la interrumpió Sirius—. ¿Qué hace, os entrena a todos para exterminar híbridos?
— ¡Qué maleducado! — se quejó una chica de sexto.
— Ni siquiera ha dejado que Granger terminara de hablar — protestó otra.
Sirius las ignoró a ambas.
—No —contestó Harry sin hacer caso del gesto ofendido de Hermione por haber sido interrumpida en su defensa de Kreacher—. ¡No nos deja hacer magia!
—Lo único que hacemos es leer esos estúpidos libros de texto —añadió Ron.
—No me extraña —dijo Sirius—. Según hemos sabido por las fuentes que tenemos en el Ministerio, Fudge no quiere que recibáis entrenamiento para el combate.
En ese momento, Fudge parecía encontrar extremadamente interesantes las puntas de sus zapatos.
—¿Entrenamiento para el combate? —repitió Harry, incrédulo—. ¿Qué piensa que hacemos aquí, formar una especie de ejército mágico?
—Eso es exactamente lo que piensa que hacéis —confirmó Sirius—, o, mejor dicho, eso es exactamente lo que teme que hace Dumbledore: formar su ejército privado, con el que podrá enfrentarse al Ministerio de Magia.
— ¿Un ejército hecho de estudiantes? — dijo Corner con escepticismo. — No suena muy fiable.
Se produjo una pausa, y luego Ron dijo:
—Es la cosa más estúpida que he oído en mi vida, incluidas todas las tonterías que dice Luna Lovegood.
Se escucharon risas por todo el comedor. Luna miró mal a Ron, que fingió no notar nada.
—Entonces ¿no nos dejan aprender Defensa Contra las Artes Oscuras porque Fudge teme que utilicemos los hechizos contra el Ministerio? —preguntó Hermione, furiosa.
—Exacto —afirmó Sirius—. Fudge cree que Dumbledore no se detendrá ante nada con tal de alcanzar el poder. Cada día que pasa está más paranoico con él. Sólo es cuestión de tiempo que dé la orden de detenerlo bajo alguna acusación falsa.
— Como si Dumbledore quisiera ser ministro — gruñó Moody.
Fudge estaba sudando.
Aquellas palabras hicieron que Harry recordara la carta de Percy.
—¿Sabes si mañana va a salir algo sobre Dumbledore en El Profeta? Percy, el hermano de Ron, dice que sí…
—No lo sé —repuso Sirius—. No he visto a nadie de la Orden en todo el fin de semana; andaban todos muy ocupados. Hemos estado solos Kreacher y yo…
La voz de Sirius tenía un claro deje de amargura.
— Tiene que ser agotador estar encerrado con alguien a quien odias — dijo Hannah con compasión.
—Entonces ¿tampoco has tenido noticias de Hagrid?
—Ah… —dijo Sirius—, bueno, ya tendría que haber vuelto, nadie sabe con certeza qué le ha pasado. —Entonces, al ver los acongojados rostros de los tres amigos, se apresuró a añadir—: Pero Dumbledore no está preocupado, así que no os pongáis nerviosos. Estoy seguro de que Hagrid está bien.
—Pero si ya tendría que haber vuelto… —insistió Hermione con un hilo de voz.
— Solo me entretuve un poquito — replicó Hagrid misteriosamente.
Umbridge parecía muy interesada en saber dónde había estado, pero Hagrid no dio ninguna pista.
—Madame Máxime estaba con él; hemos hablado con ella y dice que se separaron en el viaje de regreso a casa, pero nada indica que pueda estar herido o… Bueno, nada indica que no esté perfectamente bien. —Harry, Ron y Hermione, poco convencidos, intercambiaron miradas de preocupación—. Mirad, será mejor que no hagáis muchas preguntas sobre Hagrid —continuó Sirius—. Con eso sólo conseguiréis atraer la atención hacia el hecho de que no ha vuelto, y sé que a Dumbledore no le interesa. Hagrid es un tipo duro, seguro que está bien.
— Así es — dijo Hagrid con orgullo. — No teníais nada de qué preocuparos.
Harry intercambió miradas con Ron y Hermione. El estado en el que Hagrid había regresado no era precisamente el más favorable… Su ojo y buena parte de su cara seguían hinchados y de un color extraño.
—Y como no pareció que sus palabras animaran a los chicos, añadió—: Por cierto, ¿cuándo es vuestra próxima excursión a Hogsmeade? Se me ha ocurrido que ya que nos salió bien lo del disfraz de perro en la estación, podríamos…
—¡NO! —saltaron Harry y Hermione a la vez, gritando.
—Sirius, ¿acaso no lees El Profeta? —le preguntó Hermione muy angustiada.
— Sirius, menuda locura — dijo el señor Weasley. — No estaban las cosas como para hacer visitas.
Sirius hizo una mueca y no contestó.
—¡Oh, El Profeta!—exclamó Sirius sonriendo—. Les encantaría saber por dónde ando, pero en realidad no tienen ni idea…
—Creemos que esta vez sospechan algo —intervino Harry—. Algo que comentó Malfoy en el tren, utilizando la palabra «perro», nos hizo pensar que sabía que eras tú, y su padre estaba en el andén, Sirius, ya sabes, Lucius Malfoy, así que sobre todo no te acerques por aquí. Si Malfoy vuelve a reconocerte…
Algunos miraron mal a Malfoy.
—De acuerdo, de acuerdo —repuso Sirius con aire muy contrariado—. Sólo era una idea, pensé que te gustaría que nos viéramos.
—¡Claro que me gustaría, pero no quiero que vuelvan a encerrarte en Azkaban! —aclaró Harry.
Harry tragó saliva. Recordaba cómo había acabado esa conversación.
Hubo una pausa durante la cual Sirius se quedó mirando a su ahijado desde el fuego, frunciendo el entrecejo.
—No te pareces a tu padre tanto como yo creía —comentó entonces con frialdad —. Para James, el riesgo habría sido lo divertido.
Se hizo un silencio muy cargado. Harry, que siempre sentía una punzada al recordar aquella frase, evitó la mirada de Sirius.
—Mira…
—Bueno, tengo que marcharme. Oigo a Kreacher bajando por la escalera —dijo Sirius, pero Harry estaba seguro de que mentía—. Ya te escribiré diciéndote a qué hora puedo volver a aparecer en el fuego, ¿está bien? Si no lo encuentras demasiado arriesgado, claro
— ¡Black está siendo muy injusto! — exclamó Angelina.
— Sirius… — dijo Lupin al mismo tiempo. Le lanzaba a su amigo una mirada severa, pero Sirius hizo una mueca y no contestó.
Entonces se oyó un débil «¡Pum!», y donde antes estaba la cabeza de Sirius volvieron a verse sólo llamas.
— Ese es el final — anunció Summerby.
— ¡Vaya final! — exclamó Tonks. — Sirius, ¿por qué le dijiste eso a Harry?
— Está clarísimo por qué — se metió una chica de sexto, que observaba a Sirius con una expresión de desagrado. — Solo ve a Potter como un reemplazo de su padre.
— ¡Claro que no! — saltó Sirius. La chica dio un respingo. — Es solo que Harry se parece menos de lo que esperaba a James… aunque sean clavados físicamente. A veces su personalidad me recuerda más a Lily.
— Eso es porque Harry es su propia persona — habló la señora Weasley. — Y harías bien en recordarlo de vez en cuando.
Sirius la miró mal.
Harry, que no deseaba que esos dos volvieran a pelearse, decidió interrumpir y cambiar de tema.
— ¿Cómo se llama el siguiente capítulo? — preguntó en voz alta. No le interesaba lo más mínimo, pero todo fuera por desviar la atención del colegio.
— Pues… — Summerby pasó de página y leyó: — La Suma Inquisidora de Hogwarts.
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