El decreto de enseñanza N24:
Hasta entonces, Harry nunca se había fijado en lo bonito que era el pueblo de Hogsmeade.
— Así acaba — anunció la niña de primero mientras muchos aplaudían entre risas y silbidos sugerentes.
— ¡Vaya final! — exclamó Demelza. — Si Potter y Chang no acaban juntos después de todo esto, ¡me como mi sombrero!
Ginny soltó un pequeño bufido. En ese momento, Dumbledore se levantó y, con una sonrisa, se dirigió a todo el colegio:
— Ya es hora de comer. Hagamos un descanso y nos vemos dentro de una hora.
Todo el mundo comenzó a levantarse a su alrededor, pero Harry no se movió. Sentía que se le había derretido el cerebro a causa de la vergüenza.
— Vamos, Harry — dijo Ron con una risita. — Vamos a comer.
Casi en trance, Harry se puso en pie y observó cómo, tras unos segundos, los sillones y sofás volvían a desaparecer para dejar paso a las cuatro mesas de las casas.
Se sentó junto a sus amigos, consciente de que la animada charla que se escuchaba a su alrededor lo tenía a él como protagonista. Por millonésima vez, lamentó que la lectura se estuviera haciendo de manera tan pública.
— Yo voy al baño. Enseguida vuelvo — anunció Ginny. A Harry le pareció que tenía una expresión algo extraña en el rostro, pero no le dio tiempo a fijarse bien antes de que la chica ya estuviera demasiado lejos.
Casi de inmediato, Harry observó que Michael Corner también salía del comedor. Quizá fue la forma en la que caminaba, como con prisa, o quizá fue el hecho de que había salido justo detrás de Ginny. Fuera como fuese, y sin pensárselo mucho, Harry se excusó diciendo que también tenía que usar el baño y salió rápidamente de allí.
Le fue sorprendentemente fácil escabullirse por los pasillos que rodeaban el comedor, porque la mayoría de alumnos se hallaban en su interior, comenzando a disfrutar de la comida. No le costó mucho dar con el pasillo en el que Michael Corner se encontraba y no se sorprendió nada al ver que Ginny estaba con él.
Había tenido razón al asumir que Corner había salido para seguir a Ginny. Harry era consciente de que no tenía derecho a escuchar su conversación privada, pero eso no evitó que se acercara tanto como le era posible y que aguzara el oído.
— ¿Me vas a decir ya qué es lo que quieres? — decía Ginny. Sonaba molesta.
— Solo quiero hablar — replicó Michael. A Harry le pareció que estaba nervioso. — Sobre lo que hemos leído ahora.
Ginny se quedó mirándolo fijamente.
— Si me has seguido solo para charlar sobre la lectura, puedes volver ya al comedor. No tengo nada que hablar contigo — contestó ella. Dio la vuelta para marcharse, pero Corner la agarró del brazo.
— Espera — dijo, sonando desesperado. — Oh, venga ya. Sabes de lo que quiero hablarte.
— No tengo ni la más remota idea. Suéltame — Ginny se soltó bruscamente, con los ojos fijos en Corner y una expresión muy fría.
Michael debió entender que había hecho algo mal, porque dijo:
— Perdona. No te vayas, ¿vale? Vamos a hablar.
— ¿De qué?
— Lo que hemos leído ahora… Bueno — Michael se rascó la oreja, nervioso. Parecía que le costaba sostenerle la mirada a Ginny. — Lo que Granger ha dicho en el libro.
— ¿El qué? — Ginny estaba perdiendo la paciencia.
— Lo de que ya no te gustaba Potter — soltó Corner. — Que no te gusta, quiero decir. Que hace meses que se te pasó, y que por eso ahora le hablas… Todo eso.
— ¿Qué más da todo eso?
— Pues…
Pero Michael parecía haberse quedado en blanco otra vez. Ginny rodó los ojos y trató de marcharse de nuevo, pero Corner le bloqueó el paso.
— Lo siento, ¿vale? — dijo. — Siento la pelea del otro día. Es que te vi tan pegada a Potter, justo después de leer lo mucho que te gustaba…
— Harry me salvó la vida en primer año — replicó Ginny. Su tono de voz había cambiado, sonaba más seria y, definitivamente, más enfadada. — Sabes lo mal que lo pasé con lo de la cámara, Michael. ¿Y dónde estabas tú? Mientras leíamos todo eso, tú estabas ocupado sintiendo celos y dudando de mí.
— Te inclinaste hacia él — se defendió Michael. — Lo vi perfectamente. Parecía que ibas a besarlo o algo.
— Estaba saliendo contigo, ¡no le habría besado! — exclamó Ginny. — Estaba muy enfadada porque se suponía que eras mi novio, pero estabas más centrado en sentir celos por Harry que en apoyarme cuando te necesitaba. Estábamos leyendo frente a todo el colegio cómo Quien-Tú-Sabes me poseyó durante todo un año, cómo me obligó a hacer cosas horribles, cómo me secuestró y casi me mata, pero tú estabas más preocupado por si Harry me ponía una mano en el hombro o si yo le susurraba algo al oído.
— Vale, ¡lo sé, lo sé! — replicó Michael. — Pero pensé… Maldita sea, Ginny. ¿Qué se supone que tenía que hacer? Mi novia estaba pegada a otro y todo Hogwarts estaba escuchando lo mucho que te gustaba.
— Por ejemplo, podrías haberte controlado un poco en vez de pelearte a puñetazos con Harry — contestó Ginny. — Y antes de eso, mucho antes, podrías haber estado a mi lado. No te sentaste junto a mí para apoyarme, sino para asegurarte de que Harry no lo hacía. Solo te importaban tus propios sentimientos.
Ginny hizo el amago de marcharse de nuevo, pero Michael volvió a cerrarle el paso.
— Vale, admito que lo hice mal — dijo. — Pero podemos arreglarlo, ¿no?
— ¿Arreglarlo? — repitió Ginny, incrédula.
— Sí… Bueno, en el libro dicen que ya no te gusta Potter…
A pesar de que Harry estaba en la punta del pasillo, agazapado tras una armadura, pudo sentir el peligro antes que Corner.
— Así que ha hecho falta que un libro te diga que no te voy a poner los cuernos con Harry para que te lo creas — dijo Ginny lentamente. Si le hubiera hablado en ese tono a Harry, habría echado a correr. — Pero cuando fui yo quien te dijo a la cara que con quien estaba saliendo eras tú, y que no haría nada con Harry en esa situación, no me creíste.
— Entiéndeme — replicó Michael, nervioso. — Estaba convencido de que te gustaba él.
— Da igual quién me gustara — gritó Ginny. Michael dio un paso atrás. — ¡Estaba saliendo contigo! ¿Es que no lo entiendes? Incluso aunque estuviera enamoradísima de Harry, no habría hecho nada con él porque estaba saliendo contigo y no soy esa clase de persona.
— Vale, vale. Perdón — dijo Michael rápidamente. — No quería ofenderte.
— Solo quería que me apoyaras un poco — replicó Ginny. — No porque estuvieras celoso, sino porque yo te importaba. Pero no fue así.
Ginny volvió a intentar marcharse, pero Michael agarró su brazo nuevamente. Ginny le lanzó una mirada asesina.
Hartándose de la situación y viendo el peligro, Harry salió de detrás de la armadura.
— Hey, Ginny — llamó en voz alta, caminando hacia el centro del pasillo donde Ginny y Michael estaban de pie, con respiraciones agitadas. — ¿Hay algún problema?
Michael soltó inmediatamente a Ginny, que dejó escapar un bufido de indignación y dijo:
— No, para nada. ¿Qué haces aquí afuera?
La pregunta sonó más brusca de lo que probablemente pretendía ser, pero a Harry no le importó.
— He salido para ir al baño — dijo. — Vuelvo ya al comedor, ¿vienes?
Ginny asintió y Harry y ella se marcharon caminando por el pasillo, dejando atrás a un Michael Corner que parecía muy contrariado.
— ¿Cuánto has escuchado? — preguntó Ginny una vez hubieron abandonado ese pasillo.
Harry se planteó mentir, pero decidió no hacerlo.
— Casi todo — admitió. — ¿Estás bien?
— Claro que lo estoy — bufó ella. — No tenías por qué intervenir.
— He visto cómo lo mirabas — replicó Harry. — Si no llego a intervenir, Corner estaría escupiendo mocomurciélagos ahora mismo. ¿O me equivoco?
Ginny no lo negó.
— ¿Y a ti que tal te va? — preguntó Ginny al cabo de unos momentos. — La lectura se ha cargado mi relación con Michael, pero a lo mejor tiene el efecto contrario en tu vida.
— ¿Disculpa?
Ginny rodó los ojos.
— Ahora Cho sabe que te gusta. Bueno, ella y el colegio entero…
Harry sintió una punzada. Que Ginny mencionara ese tema tan tranquilamente no le gustaba nada. Resultaba difícil admitirlo, incluso para sus adentros, pero no podía negar que una parte de él deseaba que Ginny estuviera celosa.
— ¿Harry?
— ¿Eh?
Se había quedado en blanco y no había respondido a la pregunta. Ginny se quedó mirándolo con curiosidad.
— No te preocupes, no creo que te rechace — dijo ella, malinterpretando su silencio.
— No, si yo no…
Pero ya habían llegado a las puertas del comedor y Ginny entró sin perder un segundo. Ambos se acercaron a la mesa de Gryffindor, donde sus amigos les esperaban.
— Habéis tardado un poco — comentó Hermione. — ¿Todo bien?
— Sí — replicó Ginny, tomando asiento. Harry se sentó a su lado.
— ¿Habéis visto a Fred y George por ahí fuera? — preguntó la señora Weasley. Ron miró alrededor con la boca llena.
— Anda, ef ferdad — dijo. Después de tragar (con dificultad), añadió: — ¿Dónde se han metido?
— Yo no les he visto — respondió Ginny. Harry también negó con la cabeza y la señora Weasley se quedó con aspecto preocupado.
Se habría preocupado todavía más si hubiera sabido dónde se encontraban sus hijos en ese momento.
— Ya lo hemos captado. No hace falta que nos retengas aquí más tiempo — dijo Fred.
— Tengo hambre — se quejó George.
La figura encapuchada que estaba de pie frente a ellos dejó escapar un suspiro.
— Vale, os dejaré ir. Pero como os vuelva a ver por aquí…
— Que sí, que sí — dijo Fred, haciéndose paso hacia la puerta. El aula en el que se habían escondido no era especialmente grande, pero eso no evitó que la voz encantada del encapuchado causara eco.
Fred y George salieron del aula y, apenas unos segundos después, otra figura encapuchada entró en su lugar.
— ¿Qué ha pasado?
La primera persona volvió a suspirar. Sonaba resignada.
— ¿Tú qué crees? Han intentado encontrar a los Dursley.
— ¿En serio? ¿Para qué?
— Son Fred y George — bufó el primer encapuchado. — Seguro que querían hacerles pasar un mal rato. Ya sabes, por todo lo que le hicieron a Harry.
Hubo unos segundos de silencio.
— Podías haber dejado que los encontraran…
— ¡De eso nada!
La segunda persona se encogió de hombros.
— Solo digo que se lo merecerían. No hay suficientes caramelos longuilinguos para hacer que Vernon Dursley pague por cómo ha tratado a Harry toda su vida.
— En eso estamos de acuerdo — gruñó la primera persona. — Vámonos de aquí.
Salieron del aula y siguieron su camino por el pasillo, alejándose de la zona. Ninguno de ellos vio la alta figura que se escondía a tan solo unos metros.
Hasta que el pasillo no estuvo completamente vacío, Severus Snape no se atrevió a salir de su escondite.
Caminó sigilosamente, aguzando el oído por si alguno de los dichosos encapuchados regresaba a aquel lugar. Había sido afortunado que los gemelos Weasley hubieran estado buscando exactamente lo mismo que él, porque habían sido ellos quienes habían llegado primero y, por tanto, quienes habían activado la alarma silenciosa que los encapuchados habían colocado alrededor del dormitorio de los Dursley.
Ahora que Severus sabía que esas protecciones estaban allí, le fue muy fácil deshacerlas con simple movimiento de su varita.
Dumbledore le había dicho dónde se hospedaban los muggles, probablemente bajo la impresión de que Snape no se acercaría a ellos. Ciertamente, no había tenido la más mínima intención de hablar con ellos, y especialmente con Petunia, pero no podía negar que sentía cierta curiosidad.
Sin pensarlo más, abrió la puerta que lo separaba de la familia muggle.
Los Dursley se encontraban completamente solos en la estancia, sentados alrededor de una pequeña mesa. Al ver a Snape, Vernon soltó un bufido.
— ¿Y ahora qué, eh? — gritó. — ¡Estamos comiendo! ¡Déjenos en paz! ¡Aún no vamos a seguir leyendo esa bazofia!
Snape cruzó miradas con Petunia y no pudo evitar disfrutar al ver lo pálida que se había puesto.
— ¿Qué quieres? — le espetó la mujer cuando recuperó el habla.
— Hablar. Vamos fuera — respondió Snape escuetamente.
Salió de la estancia, convencido de que Petunia le seguiría en cuanto convenciera al imbécil de su marido de que todo estaba bien. Apenas un minuto después, la mujer salió y cerró la puerta a sus espaldas.
A Snape no le sorprendió nada ver el rencor en su mirada, ni tampoco el miedo que se escondía tras esos ojos claros.
— ¿Qué quieres? — repitió Petunia. — No tengo nada que hablar contigo.
— A mí tampoco me hace mucha ilusión verte, Petunia — respondió Snape. — Pero no todos los días se encuentra uno con… una vieja amiga.
Petunia empalideció aún más. Miró hacia la puerta cerrada, ansiosa, como si temiera que su marido hubiera escuchado esas palabras a través de la madera.
— Cállate — dijo en un susurro apresurado. — ¿Qué pretendes? Yo no tengo nada que decirte. Ya bastante tengo con que los de tu clase hayan secuestrado a mi familia y nos hayan obligado a estar aquí.
— Asumo que no te interesa lo más mínimo leer la vida de Potter — notó Snape. Petunia soltó un bufido. — Pero admito que no esperaba que sintieras tanto resquemor hacia tu sobrino.
— Tú tampoco parece que le tengas mucho aprecio — contestó Petunia. — Así que no puedes juzgarme.
— Es el hijo de Lily. Es el hijo de tu hermana — replicó Snape. — ¿Eso nunca ha significado nada para ti?
— ¿Y para ti? — le espetó Petunia, mirándole a los ojos por primera vez desde que comenzara la conversación. — No te atrevas a hablarme de Lily y ni se te ocurra juzgarme por cómo he tratado al chico cuando tú lo has hecho incluso peor, Severus…
— No lo niego — admitió Snape. — Pero admito que no era lo que esperaba de ti. Siempre le tuviste envidia a Lily, pero pensé que tratarías mejor a su único hijo.
Petunia jadeó.
— ¡No me hables de Lily! — chilló. — Tú me robaste a mi hermana y ese estúpido de James Potter me la quitó para siempre. Yo ya no tengo hermana.
— Pero tienes un sobrino que tiene sus ojos.
— No seas hipócrita — escupió Petunia. — Llevas años torturando al chico a diario. Parece que tampoco te importa mucho que sea su único hijo.
— También es el hijo de James Potter, y me temo que se parece mucho más a su padre que a su madre — replicó Snape, aunque un rincón de su cabeza le recordó que esa afirmación no era tan cierta como siempre había pensado.
— No me importa en absoluto cómo sea tu relación con el chico — contestó Petunia. Tenía dos manchas rojas en las mejillas a causa del enfado. — Solo quiero que me dejes en paz. A mí y a mi familia.
Snape no necesitaba ser un genio para saber que, cuando Petunia decía mi familia, Potter no estaba incluido.
— Como quieras, Tuney.
Dio media vuelta y se alejó por el pasillo, dejando atrás a una Petunia que parecía al borde del infarto.
Regresó al comedor despacio. No había planeado su charla con Petunia y, si era sincero consigo mismo, tampoco tenía muy claro por qué había querido hablar con ella. Por un lado, le había sorprendido mucho saber que Potter no había crecido siendo mimado y achuchado por sus familiares, como siempre había pensado. Una parte de él había querido comprobar en persona lo que los libros le habían enseñado: que Petunia Dursley, quien había adorado a Lily en su infancia, había destrozado la del niño que Lily había protegido con su vida.
Se dio cuenta en ese momento de que tenía mucho más en común con Petunia de lo que jamás habría querido. Ambos veían al chico como algo que no era. Para ella, Potter era un recuerdo de su hermana perdida y del mundo mágico que la rechazó. Era un recordatorio constante de lo que jamás tendría. Y para el propio Severus, Potter también constituía un recordatorio de lo que nunca podría tener…
Pensó en Lily y sintió la habitual punzada de dolor en su interior. Él había tenido que aceptar que nunca podría tenerla. Ver cada día sus ojos mirándole con odio no era fácil, pero era todavía más difícil ver esos ojos en la cara de James Potter. Quizá eso también era algo que tenía en común con Petunia; para ambos, Potter era una contradicción.
Petunia veía a su hermana cada vez que miraba a Potter a los ojos. Quizá por ello nunca se había decidido a echarlo de casa de una vez por todas, o quizá le tuviera demasiado miedo a Dumbledore. Al mismo tiempo, Potter encarnaba todo lo que ella había deseado y que jamás podría obtener: era un mago, parte inexorable del mundo mágico, aquel mundo que había cerrado sus puertas cuando Petunia había llamado, desesperada.
Para Snape, Potter también era un recuerdo inevitable de Lily… y de James Potter. Y esa dicotomía era imposible de soportar. ¿Quién puede ver los ojos de la única persona que ha querido en la cara de su mayor enemigo y no perder la cabeza?
Para ambos, Potter provocaba sentimientos tanto positivos como negativos, y ambos habían decidido dar rienda suelta a los negativos. Solo veían el recuerdo doloroso de todo lo que no tendrían…
Ninguno veía a Harry.
Snape entró al comedor todavía sumido en sus pensamientos y casi se sorprendió al notar que estaba rodeado de gente. Con disimulo, hizo su camino hacia la mesa de profesores y no dijo ni una palabra a nadie durante todo el descanso.
Cuando todos hubieron terminado de comer, los platos desaparecieron. No hizo falta que el director pidiera que se levantaran, ya que lo hicieron de inmediato. De nuevo, las mesas fueron sustituidas por sofás y sillones.
Dumbledore esperó a que todo el mundo se hubiera sentado y, entonces, tomó el libro entre sus manos y dijo:
— El siguiente capítulo se titula: El Decreto de Enseñanza n.° 24. ¿Alguien se ofrece para leer?
Varias manos se alzaron en el aire, tanto en la zona de alumnos como en la de profesores. Con ligera sorpresa, Dumbledore se quedó mirando a la profesora Sprout, que tenía la mano levantada.
— No me importaría leer de nuevo — admitió la profesora.
— Sin problema, Pomona. — El director la invitó con un gesto y ella, con una gran sonrisa, se levantó de su asiento y tomó el libro que Dumbledore le tendía.
Sin perder más tiempo, la profesora comenzó a leer:
Desde que había comenzado el curso, Harry nunca había estado tan contento como aquel fin de semana.
— No me extraña. No han dejado de torturarte — murmuró Neville.
Ron y él pasaron gran parte del domingo poniendo al día los deberes; aunque no era una tarea precisamente divertida, como volvía a hacer un soleado día de otoño, sacaron sus cosas fuera y se tumbaron a la sombra de una gran haya, junto al borde del lago, en lugar de quedarse trabajando en las mesas de la sala común.
— Es importante encontrar maneras de hacer más amenas las tareas que nos desagradan — comentó Dumbledore. Se le veía contento.
Hermione, que como era lógico llevaba al día sus deberes, cogió unos ovillos de lana y encantó sus agujas de tejer, que tintineaban y destellaban suspendidas en el aire delante de ella, mientras tejían gorros y bufandas sin parar.
— ¿Y qué hacía ella mientras tejían? — preguntó una chica de segundo.
— Leer, probablemente — respondió Terry Boot.
Hermione no contestó y Harry tuvo la ligera sospecha de que ni ella se acordaba de qué había estado haciendo.
Harry experimentaba un sentimiento de inmensa satisfacción cuando se acordaba de que estaban tomando medidas para oponer resistencia a la profesora Umbridge y al Ministerio, y que él era un elemento fundamental en la rebelión.
Hermione sonrió al escuchar eso.
— Me alegro tanto de que al final la idea te gustara — dijo.
No paraba de recordar la reunión del sábado: la gente que había acudido a él para aprender Defensa Contra las Artes Oscuras; la expresión de los rostros de los demás cuando escucharon algunas de las cosas que Harry había hecho; los elogios que Cho le dedicó, alabando su actuación en el Torneo de los tres magos… Pensar que había tantos chicos y chicas que no lo consideraban un mentiroso ni un loco, sino alguien digno de admiración, le levantó tanto el ánimo que todavía estaba contento el lunes por la mañana, pese a la inminente perspectiva de las clases que menos le gustaban.
Harry sintió sus mejillas enrojecer. Nadie reía ni se burlaba y ni siquiera Malfoy o Snape parecían tener ganas de llamarlo arrogante o pretencioso. Le habría gustado saber qué pasaba por sus cabezas, pero no tenía ni la más remota idea.
Ron y él bajaron del dormitorio hablando acerca de la idea que había tenido Angelina de trabajar en una nueva jugada, bautizada como «voltereta con derrape», en el entrenamiento de aquella noche,
— No, no, no, no, no — chilló Angelina. — Profesora, ¡deje de leer! ¡No quiero que nos copien la estrategia!
— No se preocupe, señorita Johnson — replicó la profesora Sprout. — No se menciona nada más sobre el tema.
Angelina respiró aliviada al tiempo que varias personas reían.
y hasta que llegaron al otro extremo de la iluminada sala común no se fijaron en un nuevo elemento que ya había atraído la atención de un pequeño grupo de estudiantes.
En el tablón de anuncios de Gryffindor habían colgado un enorme letrero, tan grande que tapaba casi todos los demás carteles: la lista de libros de hechizos de segunda mano que estaban a la venta, los habituales recordatorios de Argus Filch sobre las normas del colegio,
— Que nadie lee — añadió Fred.
Filch lo miró mal.
el horario de entrenamiento del equipo de quidditch, las ofertas de intercambio de cromos de ranas de chocolate, los últimos anuncios de los Weasley para contratar cobayas,
Esta vez, la mirada peligrosa que recibió Fred venía de su propia madre.
las fechas de las excursiones a Hogsmeade y las listas de objetos perdidos y encontrados. El nuevo letrero estaba escrito con grandes letras negras, y al final había un sello oficial junto a una pulcra firma cargada de florituras.
— Hasta su firma tiene que ser pedante — murmuró Ron.
POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS
De ahora en adelante quedan disueltas todas las organizaciones y sociedades, y todos los equipos, grupos y clubes.
— ¡Lo sabe! — exclamó una niña de primero.
— ¿Quién se chivó? — preguntó Romilda.
Pero Harry negó con la cabeza y señaló al libro.
Se considerará organización, sociedad, equipo, grupo o club cualquier reunión asidua de tres o más estudiantes.
— Nunca entendí que pusiera el límite en tres — admitió Justin. — Ernie, Hannah, Susan y yo nos vemos todo el tiempo. ¿Somos una sociedad prohibida o algo así?
— No sea obtuso — lo regañó la profesora Umbridge.
Para volver a formar cualquier organización, sociedad, equipo, grupo o club será necesario un permiso de la Suma Inquisidora (profesora Umbridge).
No podrá existir ninguna organización ni sociedad, ni ningún equipo, grupo ni club de estudiantes sin el conocimiento y la aprobación de la Suma Inquisidora.
Angelina hizo una mueca al recordar eso.
Todo alumno que haya formado una organización o sociedad, o un equipo, grupo o club, o bien haya pertenecido a alguna entidad de este tipo, que no haya sido aprobada por la Suma Inquisidora, será expulsado del colegio.
— No entendía el porqué de esa norma tan estricta — dijo McLaggen. — Hasta ahora. Está claro que la profesora Umbridge estaba decidida a expulsar a Potter y a todos lo de su grupo.
Esta medida está en conformidad con el Decreto de Enseñanza n.° 24. Firmado:
Dolores Jane Umbridge - Suma Inquisidora
Harry y Ron leyeron el letrero mirando por encima de las cabezas de un grupo de afligidos alumnos de segundo.
—¿Significa esto que van a cerrar el Club de Gobstones? —le preguntó uno de ellos a su amigo.
Un chico de segundo soltó un chillido.
— ¡Soy yo! ¡Salgo en el libro!
— Felicidades — le respondió otro.
—No creo que haya problemas con el Club de Gobstones —dijo Ron con tristeza. El alumno, que no lo había visto, dio un respingo—. Pero no creo que nosotros tengamos tanta suerte, ¿no te parece? —le comentó a Harry cuando se apartaron los de segundo.
Harry estaba leyendo una vez más el letrero. El optimismo que lo había acompañado desde el sábado se había esfumado y el estómago se le había encogido de rabia.
— Vaya forma de empezar el lunes — suspiró Tonks.
—Esto no puede ser una coincidencia —afirmó apretando los puños—. La profesora Umbridge lo sabe.
—No puede ser —replicó Ron de inmediato.
— Es imposible que sea casualidad — declaró Astoria Greengrass.
—En aquel pub había gente escuchando. Y seamos realistas: no sabemos con certeza en cuántas personas de las que se presentaron podemos confiar. Cualquiera de ellas pudo ir corriendo a contárselo a la dichosa Umbridge…
Y él que había pensado que lo creían, que lo admiraban incluso…
— No fue nadie del grupo — dijo Harry en voz alta tras notar las miradas acusatorias que estaban recibiendo muchos miembros del E.D.
—¡Zacharias Smith! —exclamó Ron dándose con el puño en la palma de la otra mano—. O… ese Michael Corner también tenía un aspecto sospechoso…
Zacharias soltó un bufido y Michael hizo una mueca.
—No sé si Hermione habrá visto esto ya —comentó Harry, mirando hacia la puerta de los dormitorios de las chicas.
—Vamos a contárselo —propuso Ron, y fue hacia la puerta de los dormitorios, la abrió y empezó a subir la escalera de caracol.
— Huy, mala idea — dijo Katie con una sonrisita.
Cuando había llegado al sexto escalón, sonó una especie de sirena y los escalones se unieron y formaron un largo y liso tobogán de piedra en espiral. Al principio Ron intentó continuar el ascenso, agitando los brazos, pero cayó hacia atrás, resbaló por el recién creado tobogán y fue a parar a los pies de Harry.
— ¿Qué es eso? — preguntó un chico de primero.
— El método de seguridad de los dormitorios de las chicas — replicó Roger Davies. — Es un incordio… Quiero decir, no sabía lo que era hasta hoy, lo juro — añadió rápidamente al notar la expresión de la profesora McGonagall. — Solo sé lo que acabábamos de leer. Nunca he intentado subir, claro que no.
— Cierra el pico ya — le dijo un Hufflepuff de séptimo y Davies le hizo caso sin rechistar.
—Me parece que no nos dejan entrar en los dormitorios de las chicas —dijo Harry conteniendo la risa mientras ayudaba a levantarse a Ron.
— ¿Nunca habíais intentado subir? ¿En cinco años? — preguntó Fred, incrédulo.
— ¿Para qué íbamos a subir? — se defendió Ron. — Hermione siempre baja puntualmente a la sala común.
Dos chicas de cuarto bajaron riendo por el tobogán de piedra.
—¿Quién era el que intentaba subir? —preguntaron alegremente, poniéndose en pie y comiéndose con los ojos a Harry y a Ron.
Dos compañeras de cuarto de Ginny se echaron a reír, ilusionadas.
— ¡Somos nosotras! No me esperaba que me mencionaran en el libro.
Harry rodó los ojos. Le habría gustado que la gente dejara de emocionarse por salir en el dichoso libro. Era muy injusto que solo se les mencionara una vez mientras que él tenía que soportar que se leyera toda su vida.
—Yo —contestó éste, que todavía estaba muy despeinado—. No tenía ni idea de que pudiera pasar esto. ¡No hay derecho! —añadió dirigiéndose a Harry mientras las chicas iban hacia la abertura del retrato sin parar de reír—. Hermione puede subir a nuestro dormitorio, ¿por qué nosotros no…?
—Bueno, es una norma anticuada —explicó Hermione, que acababa de bajar por el tobogán y había aterrizado limpiamente en una alfombra que había delante de Harry y Ron—, pero en Historia de Hogwarts se dice que los fundadores del colegio creían que los chicos eran menos dignos de confianza que las chicas. En fin, ¿para qué queríais subir?
— Pues sí, esa norma es muy anticuada — se quejó Lee. — Y me han dicho que los dormitorios de las chicas tienen mejores sábanas y que las cortinas son más nuevas.
— Es que ellas no dejan que las ratas las mordisqueen — dijo Dean. — ¿Cuántas sábanas se comió Scabbers?
— Oh, calla. Se me había olvidado que era Pettigrew — dijo Seamus con cara de asco.
—Para verte. ¡Mira eso! —dijo Ron, y la arrastró hasta el tablón de anuncios. Hermione leyó rápidamente el letrero y puso una expresión glacial. —¡Alguien se ha chivado! —exclamó Ron, indignado.
—Es imposible —murmuró Hermione en voz baja.
—¡Qué ingenua eres! —explotó Ron—. ¿Crees que porque tú eres honrada y digna de confianza…?
— Cuántos cumplidos — rió Katie y Ron se puso rojo.
—No, es imposible porque hice un embrujo en el rollo de pergamino en que firmamos todos —explicó Hermione gravemente—. Créeme, si alguien se ha chivado a Umbridge, sabremos exactamente quién ha sido y te aseguro que lo lamentará.
— Y encima lo admite como si nada — bufó Marietta.
—¿Qué le pasará? —preguntó Ron, intrigado.
—Bueno, para que te hagas una idea —contestó Hermione—, parecerá que el acné de Eloise Midgeon se trata solamente de unas cuantas pecas. Vamos a desayunar y veamos qué piensan los demás… ¿Habrán colgado el letrero en todas las casas?
— La verdad es que pensé que exagerabas — admitió Ron. — Pero viendo tu reacción de antes…
— No era una exageración, te lo aseguro — replicó Hermione.
Eloise les lanzaba miradas asesinas a los dos.
En cuanto entraron en el Gran Comedor comprendieron que el letrero de la profesora Umbridge no había aparecido únicamente en la torre de Gryffindor. En el comedor se percibía un rumor de una intensidad peculiar y una agitación mayor que la habitual: los alumnos iban y venían por sus mesas, comentando unos con otros lo que habían leído. Harry, Ron y Hermione acababan de sentarse cuando Neville, Dean, Fred, George y Ginny formaron un corro a su alrededor.
—¿Lo habéis visto?
—¿Creéis que lo sabe?
—¿Qué pensáis hacer?
— Dudo mucho que se echaran para atrás — dijo un chico de cuarto. — Son Potter, Weasley y Granger. Si se habían propuesto hacer ese grupo de defensa, dudo que un cartelito los detenga.
Todos miraban a Harry, y él echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había ningún profesor cerca.
—Seguiremos adelante de todos modos, desde luego —dijo con serenidad.
—Sabía que dirías eso —repuso George, sonriente, y le dio una palmada en el brazo.
Harry se sintió orgulloso al escuchar eso.
—¿Los prefectos también? —preguntó Fred observando inquisitivamente a Ron y a Hermione.
—Por supuesto —afirmó ella con frialdad.
Umbridge los fulminaba con la mirada.
—Mirad, ahí vienen Ernie y Hannah Abbott —observó Ron, que había girado la cabeza—. Y esos de Ravenclaw y Smith… Y ninguno tiene muchos granos.
— Porque no fue ninguno de nosotros — se quejó Smith.
Hermione parecía alarmada.
—Olvídate de los granos. ¿Se han vuelto locos? No pueden venir aquí ahora, resultará sumamente sospechoso. ¡Sentaos! —les dijo a Ernie y a Hannah sin que se la oyera, pero moviendo exageradamente los labios y haciéndoles señas para que regresaran a la mesa de Hufflepuff—. ¡Más tarde! ¡Ya… hablaremos… más tarde!
— Espero que en las clases de defensa vierais algo relacionado con el disimulo y el sigilo, porque creo que os hace falta — rió Sirius.
— Mira quién fue a hablar — se metió Lupin.
— Eh, que yo soy un experto en la materia — replicó Sirius. — Llevo años huyendo del ministerio.
— Y has sido descubierto por ser incapaz de disimular durante unos días — contestó Remus. — Quizá también te vendrían bien unas clases de sigilo.
Sirius soltó un bufido.
—Se lo diré a Michael —terció Ginny, impaciente, y se levantó del banco—. Qué burros, francamente…
Fue corriendo hacia la mesa de Ravenclaw y Harry la siguió con la mirada.
Harry sintió una punzada. ¿Había seguido con la mirada a Ginny? Ni lo recordaba.
Cho estaba sentada cerca, hablando con la amiga del cabello rizado que la había acompañado a Cabeza de Puerco. ¿Y si el letrero de la profesora Umbridge la había asustado y no volvía a asistir a las reuniones?
Hubo risas por todo el comedor y Harry gimió. Deseaba tantísimo que se dejaran de leer esos detalles tan embarazosos…
Pero no comprendieron el alcance de las repercusiones del anuncio hasta que salieron del Gran Comedor y se encaminaron hacia la clase de Historia de la Magia.
—¡Harry! ¡Ron!
Era Angelina, que corría hacia ellos. Parecía absolutamente desesperada.
— El quidditch — suspiró Wood. — Ya me extrañaba a mí que no entrara en la prohibición.
—No pasa nada —afirmó Harry en voz baja cuando Angelina se le acercó lo suficiente—. Seguiremos adelante de todos…
—¿Te das cuenta de que el quidditch está incluido en la prohibición? —le comentó Angelina—. ¡Tenemos que ir a pedirle permiso para volver a formar el equipo de Gryffindor!
—¡¿Qué?! —exclamó Harry, incrédulo.
—¡No puede ser! —dijo Ron, atónito.
— Me parece una locura que Umbridge pudiera deshacer los equipos — dijo Charlie. — ¿Puede cancelar el torneo de quidditch si le da la gana?
— Al parecer sí — dijo Bill. Miraba a la profesora con desagrado.
—¡Ya habéis leído el letrero! ¡Incluye los equipos! Escucha, Harry… Te lo digo por última vez… ¡Por favor, no vuelvas a perder los estribos con la profesora Umbridge o no nos dejará jugar!
—Está bien —aseguró Harry, pues Angelina parecía a punto de llorar—. No te preocupes, me comportaré…
— Por qué será que lo dudo — dijo Tonks.
— Eh, que me porté bien — replicó Harry, indignado.
—Seguro que Umbridge está en Historia de la Magia —comentó Ron gravemente cuando emprendieron de nuevo el camino hacia la clase de Binns—. Todavía no ha supervisado a Binns… Me apuesto lo que quieras a que está allí…
Pero Ron se equivocaba: cuando entraron en el aula sólo encontraron al profesor Binns, que estaba flotando un par de centímetros por encima de su silla, como de costumbre, mientras se preparaba para continuar su monótono discurso sobre las guerras de los gigantes.
— Espero que no nos tengamos que tratar la clase de historia — bufó Zacharias.
Aquel día Harry ni siquiera intentó seguir lo que decía el profesor; se puso a garabatear, distraído, en su pergamino, ignorando las frecuentes miradas y los codazos de Hermione, hasta que un golpe particularmente doloroso en las costillas lo obligó a levantar la cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó con enojo.
Hermione señaló la ventana y Harry giró la cabeza. Hedwig estaba posada en el estrecho alféizar, mirándolo a través del grueso cristal, con una carta atada a la pata.
Eso despertó el interés de muchos.
— Qué raro. ¿Desde cuándo se puede recibir correo en clase? — preguntó Dennis.
— No se puede — replicó Colin.
Harry no lo entendía: acababan de desayunar, ¿por qué demonios no le había entregado la carta entonces, como hacía normalmente? Varios de sus compañeros de clase señalaban también a Hedwig.
—Siempre me ha encantado esa lechuza, es tan bonita… —oyó Harry que Lavender le comentaba a Parvati.
— Es preciosa — reiteró Lavender.
Harry sonrió. En eso estaba totalmente de acuerdo.
Entonces giró la cabeza y miró al profesor Binns, que continuaba leyendo sus
notas con tranquilidad, sin darse cuenta de que los alumnos le prestaban aún menos atención de lo habitual. Harry se levantó con sigilo de la silla, se agachó y recorrió el pasillo hasta la ventana. Una vez allí, soltó el cierre y la abrió muy despacio.
— ¿Y el profesor Binns no se dio cuenta? — exclamó una niña de primero, muy impresionada.
— ¿De qué te sorprendes? Si no nos hace ni caso — replicó otro chico del mismo curso.
Suponía que Hedwig extendería la pata para que él pudiera retirar la carta, y que luego echaría a volar hacia la lechucería, pero en cuanto abrió la ventana lo suficiente, la lechuza dio un salto y entró, ululando lastimeramente.
— Oh, no — se lamentó la señora Weasley. — ¿Estaba herida?
Harry asintió.
Harry cerró la ventana y miró preocupado al profesor Binns; después volvió a agacharse y regresó corriendo a su asiento con Hedwig sobre el hombro. Llegó a su silla, se puso a Hedwig en el regazo y fue a retirar la carta que llevaba atada a la pata.
Entonces se dio cuenta de que su lechuza tenía las plumas muy alborotadas; unas cuantas estaban del revés, y tenía un ala en una extraña postura.
Hubo murmullos y Harry se alegró al ver que muchas personas parecían estar genuinamente preocupadas por Hedwig.
—¡Está herida! —susurró Harry agachando la cabeza. Hermione y Ron se inclinaron hacia él; Hermione hasta dejó la pluma—. Mirad, le pasa algo en el ala…
— Sabes que la situación es grave cuando hasta Hermione suelta la pluma en medio de una clase — dijo Dean.
Hedwig estaba temblando; cuando Harry le tocó el ala, la lechuza dio un respingo y se le erizaron las plumas, como si se le inflaran, y miró a su amo con reproche.
Harry hizo una mueca al recordar eso.
— Pobrecita — dijo Lavender. — ¿Qué le había pasado?
— Supongo que lo dirán en el libro — respondió Parvati.
—Profesor Binns —dijo Harry en voz alta, y todos giraron la cabeza hacia él—, no me encuentro bien.
El profesor Binns levantó la vista de sus notas, sorprendido, como siempre, al ver que estaba ante un aula llena de alumnos.
— Debería jubilarse — suspiró Angelina.
—¿No se encuentra bien? —preguntó vagamente.
—No, me encuentro muy mal —aseguró Harry con firmeza, y escondiendo a Hedwig detrás de la espalda, se levantó—. Creo que necesito ir a la enfermería.
— Cuántas mentiras. Cómo no, viniendo de Potter — bufó la profesora Umbridge.
Nadie le hizo caso.
—Sí —repuso el profesor Binns, a quien Harry había pillado desprevenido—. Sí, ya… A la enfermería… Bueno, pues vaya, Perkins…
Eso sacó más de una carcajada a los alumnos e incluso algún profes disimulaba una sonrisa.
En cuanto salió del aula, Harry se puso a Hedwig sobre el hombro y echó a correr por el pasillo; sólo se paró a pensar cuando perdió de vista la puerta del aula de Binns.
La persona idónea para curar a Hedwig habría sido Hagrid, por descontado, pero como no sabía dónde se hallaba su amigo, la única opción que tenía era encontrar a la profesora Grubbly-Plank y confiar en que lo ayudara.
— Bien pensado — dijo Tonks.
Hagrid parecía lamentar no haber estado ahí para ayudar a Hedwig.
Miró por la ventana hacia los jardines: el cielo estaba nublado y borrascoso. No había ni rastro de la profesora Grubbly-Plank cerca de la cabaña de Hagrid; si no estaba dando clase, seguramente estaría en la sala de profesores. Entonces Harry bajó por la escalera mientras Hedwig oscilaba sobre su hombro y ululaba débilmente.
— Me está dando muchísima pena — admitió Seamus.
— Pobrecita, con lo bonita que es — dijo Luna al mismo tiempo.
Dos gárgolas de piedra flanqueaban la puerta de la sala de profesores. Cuando Harry se acercó, una de ellas dijo con voz ronca:
—Deberías estar en clase, hijito.
—Esto es urgente —contestó Harry con tono cortante.
—¡Oh! ¡Es urgente! ¿En serio? —repuso la otra gárgola con voz chillona—. ¡No me digas!
— Esas gárgolas son unas maleducadas — se quejó una chica de tercero. — Cuando fui a buscar al profesor Flitwick, me dijeron que mirara en mi sombrero.
Muchos rieron, incluido el pequeño profesor Flitwick.
Harry llamó a la puerta. Oyó pasos, y entonces la puerta se abrió. Harry se encontró cara a cara con la profesora McGonagall.
—¡No habrán vuelto a castigarte! —exclamó ella inmediatamente, alarmada, mirándolo a través de sus gafas de montura cuadrada.
—No, profesora —contestó Harry.
Algunos miraron mal a Umbridge al recordar el asunto de los castigos.
—Entonces, ¿por qué no estás en clase?
—Por lo visto es urgente —afirmó la segunda gárgola con malicia.
—Busco a la profesora Grubbly-Plank —explicó Harry—. Es mi lechuza. Está herida.
—¿Una lechuza herida? —La profesora Grubbly-Plank apareció detrás de la profesora McGonagall, fumando una pipa y con un ejemplar de El Profeta en las manos.
— Tiene que ser agradable estar en la sala de profesores — dijo Lee.
— No tanto como te imaginarías — replicó la profesora McGonagall.
—Sí —dijo Harry levantando con cuidado a Hedwig de su hombro—. Ha llegado más tarde que el resto de las lechuzas y no sé qué le pasa en el ala, mire…
La profesora Grubbly-Plank sujetó firmemente la pipa entre los dientes y cogió a Hedwig mientras la profesora McGonagall los miraba.
—Humm —dijo la profesora Grubbly-Plank. La pipa se le movía un poco cuando hablaba—. Parece que la han atacado. Pero no sé qué criatura puede habérselo hecho. A veces los thestrals atacan a los pájaros, desde luego, pero Hagrid tiene a los thestrals de Hogwarts muy bien entrenados para que no se acerquen a las lechuzas.
— Nuestros thestrals no atacarían a ninguna lechuza, os lo aseguro — dijo Hagrid con orgullo. — Están muy bien educados.
— Entonces, ¿qué fue lo que atacó a Hedwig? — preguntó Alicia.
No hubo respuesta.
Harry ni sabía qué eran los thestrals ni le importaba; lo único que le interesaba saber era si Hedwig iba a ponerse bien.
— Solo es un ala torcida, se recuperará enseguida — dijo Hagrid, no tanto para Harry sino para un grupito de alumnos de primero que parecían muy preocupados.
La profesora McGonagall, sin embargo, miró con dureza a Harry y le preguntó:
—¿Sabes si esta lechuza viene de muy lejos, Potter?
—Esto… —dijo Harry—. Desde Londres, creo.
Harry miró brevemente a la profesora McGonagall, pero al ver que ésta fruncía el entrecejo, se dio cuenta de que la profesora había comprendido que «Londres» significaba en realidad «…».
— ¿Significaba qué, profesora? — preguntó Ernie cuando la profesora de Herbología no terminó la frase.
— Hay un hueco. Debe ser el nombre del escondite de Black — replicó ella.
Entre los alumnos, la decepción era más que notable. Todos resentían la censura.
La profesora Grubbly-Plank sacó un monóculo de un bolsillo de su túnica y se lo colocó en un ojo para examinar meticulosamente el ala de Hedwig.
—Si me la dejas, intentaré averiguar qué le ha pasado, Potter —dijo—. De todos modos, no conviene que vuele largas distancias durante unos días.
—Gracias… —dijo Harry, y entonces sonó la campana que anunciaba el descanso.
—No pasa nada —dijo la profesora Grubbly-Plank con brusquedad; a continuación, se dio la vuelta y entró en la sala de profesores.
— ¿Y la carta? — preguntó Angelina.
— No se la llevará, ¿no? — dijo Lee.
—¡Un momento, Wilhelmina! —exclamó la profesora McGonagall—. ¡La carta de Potter!
—¡Ah, sí! —dijo Harry, que había olvidado quitarle el rollo de pergamino a Hedwig.
— Eso era lo primero que debiste hacer — gruñó Moody. — Si alguien atacó a esa lechuza, es porque el contenido de la carta le interesaba.
La profesora Grubbly-Plank se lo entregó y a continuación desapareció en la sala de profesores con la lechuza, que miraba a su amo como si no pudiera creer que se hubiera desprendido de ella tan fácilmente.
— Ay, qué pena — dijo Lavender. — ¿No podías haberte quedado con ella un rato?
— Tenía clase — se defendió Harry.
Harry, sintiéndose ligeramente culpable, se dio la vuelta para marcharse, pero la profesora McGonagall lo llamó:
—¡Potter!
—¿Sí, profesora?
La profesora McGonagall miró hacia ambos lados del pasillo, por donde empezaban a llegar alumnos.
—Recuerda —dijo rápidamente y en voz baja, mirando el pergamino que Harry tenía en la mano— que los canales de comunicación de entrada y de salida de Hogwarts podrían estar controlados.
— Exacto — volvió a gruñir Moody. — Espero que esa carta no contuviera información importante.
Harry intercambió miradas con Ron y Hermione.
—Ya… —respondió Harry, pero el tropel de alumnos que se acercaba por el pasillo casi había llegado hasta donde se hallaban.
Entonces la profesora McGonagall hizo un brusco movimiento con la cabeza y entró en la sala de profesores, mientras que la multitud arrastró a Harry hacia el patio. Éste vio que Ron y Hermione estaban esperándolo en un rincón apartado, con el cuello de las capas levantado para protegerse del viento.
— Es un buen truco — dijo una chica de segundo, sorprendida.
Harry abrió el rollo de pergamino mientras iba hacia ellos y descubrió que sólo había cinco palabras escritas con la letra de Sirius:
«Hoy, misma hora, mismo sitio.»
—Uf, menos mal - dijo Seamus. — No es posible que nadie entendiera esa carta, ¿verdad?
Cuando Harry volvió a cruzar miradas con sus amigos, Seamus hizo un chasquido con la lengua.
— Vale, lo retiro — dijo, sonando preocupado.
—¿Cómo está Hedwig? —preguntó Hermione, preocupada, tan pronto como Harry llegó junto a ellos.
—¿Adónde la has llevado? —preguntó Ron a su vez.
—Se la he llevado a la profesora Grubbly-Plank —respondió Harry—. Y he visto a McGonagall… Escuchad…
Y les contó lo que había dicho la profesora McGonagall. Para sorpresa de Harry, ninguno de sus dos amigos se mostró sorprendido. Más bien al contrario: intercambiaron miradas de complicidad.
— ¿Es que sabían algo? — dijo Demelza, contrariada.
— Claro que no — bufó Hermione.
—¿Qué pasa? —inquirió Harry observándolos con desconcierto.
—Bueno, precisamente estaba diciéndole a Ron… ¿Y si alguien ha intentado interceptar a Hedwig? Es la primera vez que llega herida de un vuelo, ¿verdad?
— ¿Quién pudo haberlo hecho? — preguntó Dennis.
— Es obvio, ¿no? — dijo Fred. — ¿Qué otra persona en el colegio está obsesionada con Harry? — Tras unos segundos, añadió: — Bueno, quitando a Malfoy, pero dudo que él se pusiera a cazar lechuzas.
Malfoy soltó un bufido. La profesora Umbridge, por su parte, no dijo ni una palabra.
—Bueno, ¿de quién es la carta? —preguntó Ron quitándole la nota a Harry de las manos.
—De Hocicos —contestó Harry en voz baja.
—¿«Misma hora, mismo sitio»? ¿Se refiere a la chimenea de la sala común?
—Evidentemente —confirmó Hermione, que también había leído la nota. Parecía nerviosa—. Espero que nadie más haya visto esto…
— Quizá no tendríais que haber mencionado la hora y el sitio en un lugar público — dijo Lupin.
— No había nadie alrededor — se excusó Hermione, pero ninguno de los miembros de la Orden parecía muy convencido.
—El rollo todavía estaba sellado —comentó Harry intentando convencerse también a sí mismo—. Y nadie entendería qué significa el mensaje si no sabe dónde hemos hablado con él la vez anterior, ¿no?
—No lo sé —dijo Hermione, angustiada. En ese momento volvió a sonar la campana y se colgó la mochila del hombro—. No sería muy difícil volver a sellar el rollo mediante magia… Y si hay alguien vigilando la Red Flu… Pero ¡no sé cómo vamos a decirle que no venga sin que nos intercepten a nosotros también!
— Habría ido igual — dijo Sirius. — No podíais impedirlo.
— Ese tipo de sellos mágicos son muy fáciles de hacer y deshacer — dijo Moody. — Nunca os fiéis de uno.
A continuación bajaron cansinamente la escalera de piedra que conducía a las mazmorras donde daban la clase de Pociones. Iban los tres absortos en sus pensamientos, pero, cuando llegaron al final de la escalera, la voz de Draco Malfoy los sacó de su ensimismamiento.
Se oyeron quejidos por todas partes.
— Ya estoy muy harta de Malfoy — protestó una chica de tercero. — ¿Los libros son sobre Potter o sobre Draco Malfoy? Porque esto ya es exagerado.
— Y luego decís que soy yo quien está obsesionado con Potter — resopló Malfoy. — ¡Es al revés!
— De eso nada — replicó Harry.
Draco estaba de pie junto a la puerta del aula de Snape y exhibía una hoja de pergamino de aspecto oficial mientras hablaba en voz mucho más alta de lo necesario para que lo oyera todo el mundo.
— Qué pesado — bufó Parvati.
—Sí, la profesora Umbridge ha concedido permiso al equipo de quidditch de Slytherin para seguir jugando. He ido a pedírselo esta mañana a primera hora. Bueno, ha sido prácticamente automático, porque la profesora Umbridge conoce muy bien a mi padre, ya que mi padre frecuenta el Ministerio… Será interesante saber si al equipo de Gryffindor también le dan permiso para seguir jugando, ¿verdad?
Malfoy se ruborizó. Sus aires de superioridad que tanto le habían gustado hacia tan solo unos meses ahora le hacían quedar como un imbécil de forma pública.
—No os sulfuréis —imploró con un susurro Hermione a Harry y a Ron, que miraban a Malfoy con los puños apretados y gesto amenazador—. Eso es precisamente lo que está buscando.
— Todo lo que hace lo hace paga pgovocag a Hagui — se quejó Fleur.
—Lo digo —prosiguió Malfoy levantando un poco más la voz y mirando a Harry y Ron con unos ojos que despedían malévolos destellos— porque si es cuestión de influencia en el Ministerio, no creo que tengan muchas posibilidades… Según dice mi padre, hace años que buscan un pretexto para despedir a Arthur Weasley…
El señor Weasley se sorprendió al escuchar su nombre. Mientras todos sus hijos fulminaban a Malfoy con la mirada, él simplemente sonrió.
— Les va a costar un poco despedirme. No hay mucha gente trabajando en mi departamento.
Y en cuanto a Potter…, mi padre dice que cualquier día el Ministerio lo factura para el Hospital San Mungo… Por lo visto, tienen una planta reservada para gente a la que la magia ha trastornado.
Harry hizo una mueca. Recordaba lo que había pasado después.
Malfoy hizo una mueca grotesca, con la boca abierta y los ojos bizcos, Crabbe y Goyle se rieron a carcajadas, como de costumbre, y Pansy Parkinson soltó una risita idiota.
Algunos se burlaron de Pansy, que parecía un poco avergonzada.
De pronto, Harry notó un golpe en el hombro que lo desvió hacia un lado. Unas milésimas de segundo más tarde, se dio cuenta de que Neville lo había apartado de un empujón e iba derechito hacia Malfoy.
—¡No, Neville!
— ¿Neville? ¿Neville Longbottom? — preguntó McLaggen, incrédulo.
Neville se puso muy rojo.
Harry saltó hacia delante y agarró a Neville por la túnica; éste forcejeó con ímpetu, agitando los puños, e intentó abalanzarse sobre Malfoy, que durante un momento se quedó completamente perplejo.
— No me extraña — exclamó Lee. — ¡Neville está intentando darle una paliza!
Todo el colegio estaba sorprendido. Había tantas personas mirando a Neville en ese momento que el pobre no sabía dónde meterse.
—¡Ayudadme! —gritó Harry.
Consiguió rodear el cuello de Neville con un brazo, tiró de él hacia atrás y lo alejó de los de Slytherin. Crabbe y Goyle se colocaron delante de Malfoy y flexionaron los brazos, listos para pelear. Ron agarró a Neville por los brazos, y Harry y él lograron volver a colocarlo en la fila de alumnos de Gryffindor.
— Teníais que haber dejado que atizara a Malfoy — dijo Seamus.
— Se habría metido en un buen lío — replicó Ron.
Neville estaba rojo como un tomate; la presión que Harry ejercía sobre su cuello hacía que apenas se le entendiera, pero seguía farfullando:
—No tiene… gracia… San Mungo…, ya verás…
Los que no habían comprendido el porqué del enfado de Neville lo hicieron en ese momento.
— Ay, pobre. Sus padres… — dijo Hannah, llevándose la mano a la boca en un gesto de horror.
— Malfoy, cada día te superas más — bufó Daphne.
— ¿Y yo qué he hecho esta vez? — resopló Malfoy.
Entonces se abrió la puerta de la mazmorra y Snape apareció en el umbral. Recorrió con sus negros ojos a los alumnos de Gryffindor hasta llegar a donde estaban Harry y Ron intentando sujetar a Neville.
—¿Peleando, Potter, Weasley, Longbottom? —preguntó Snape con su fría y socarrona voz—. Diez puntos menos para Gryffindor. Suelta a Longbottom, Potter, o serás castigado. Todos adentro.
— Sabías que no estaban peleando entre ellos — dijo McGonagall.
Snape no respondió, pero estaba claro que era cierto.
Harry soltó a Neville, que se quedó mirándolo y jadeando.
—He tenido que frenarte —se excusó Harry entrecortadamente mientras recogía su mochila—. Crabbe y Goyle te habrían hecho pedazos.
Neville no dijo nada; se limitó a recoger su mochila y entró muy ofendido en la mazmorra.
— Me daba igual — admitió Neville. — Estaba dispuesto a pelearme con ellos.
Algunos lo miraron con sorpresa, otros con admiración. Ron parecía pensar que había perdido la cabeza.
—Por las barbas de Merlín —comentó Ron en voz baja mientras seguían a Neville—. ¿Qué le ha pasado?
Harry no contestó. Sabía perfectamente por qué aquella alusión a la gente que estaba en San Mungo con secuelas cerebrales a causa de la magia había afectado tanto a Neville, pero había jurado a Dumbledore que no revelaría a nadie el secreto de Longbottom. Ni siquiera el propio Neville podía imaginarse que Harry estaba al corriente.
Neville le agradeció con la mirada.
Harry, Ron y Hermione se sentaron como siempre al fondo de la clase y sacaron pergamino, plumas y sus ejemplares de Mil hierbas y hongos mágicos. Sus compañeros de clase cuchicheaban sobre lo que acababa de hacer Neville, pero cuando Snape cerró la puerta de la mazmorra con un sonoro golpetazo, todos guardaron silencio de inmediato.
—Como veréis —dijo Snape con su queda y socarrona voz—, hoy tenemos una invitada.
— Oh, no — Fred parecía horrorizado. — ¿Una clase con Snape y Umbridge a la vez?
— Yo me habría pegado un tiro — soltó Colin.
Señaló un oscuro rincón de la mazmorra y Harry vio a la profesora Umbridge sentada allí, con las hojas de pergamino cogidas con el sujetapapeles sobre las rodillas. Harry miró de reojo a Ron y a Hermione arqueando las cejas. Snape y Umbridge, los dos profesores que más odiaba: aunque era difícil decidir cuál prefería que triunfara.
Si lo pensaba bien, después de todo lo sucedido con la pluma… Quizá prefería que Snape ganara, pero por un margen muy pequeño.
—Hoy vamos a continuar con la solución fortificante. Encontraréis vuestras mezclas como las dejasteis en la última clase; si las preparasteis correctamente deberían haber madurado durante el fin de semana. Las instrucciones —agitó su varita— están en la pizarra. Ya podéis empezar.
— Nunca explica nada. Solo lo escribe en la pizarra — se quejó una niña de primero. Snape la fulminó con la mirada.
La profesora Umbridge pasó la primera media hora de la clase tomando notas en su rincón. Harry estaba deseando escuchar cómo interrogaba a Snape, pero le interesaba tanto enterarse que estaba volviendo a descuidar su poción.
— Cómo no — dijo Angelina con una risita.
—¡Sangre de salamandra, Harry —le avisó Hermione por lo bajo, agarrándole la muñeca para impedir que añadiera un ingrediente equivocado por tercera vez—, no jugo de granada!
—Vale —dijo Harry, despistado. Luego empezó a verter el contenido de la botella en el caldero y siguió observando el rincón.
— No sé lo que harías sin Hermione — suspiró Ginny.
— Suspender — replicó Harry, recordando una respuesta similar a la misma pregunta. — Aunque ese día no me salvé.
La profesora Umbridge acababa de levantarse—. ¡Ja! —exclamó en voz baja al ver que la profesora caminaba dando zancadas entre dos hileras de pupitres hacia Snape, que estaba inclinado sobre el caldero de Dean Thomas.
—Bueno, parece que los alumnos están bastante adelantados para el curso que hacen —comentó la profesora Umbridge con brusquedad, dirigiéndose a Snape, que estaba de espaldas—.
— Eso es bueno, ¿no? — dijo Hannah. — ¿Por qué lo dice en ese tono?
Aunque no estoy segura de que sea conveniente enseñarles a preparar una poción como la solución fortificante. Creo que el Ministerio preferiría que fuera eliminada del programa.
— ¿Qué tiene de malo la solución fortificante? — preguntó Tonks. — Ni siquiera es especialmente complicada o peligrosa.
—Snape se enderezó lentamente y se volvió para mirarla—. Dígame, ¿cuánto tiempo hace que enseña en Hogwarts? —le preguntó con la pluma apoyada en el pergamino.
—Catorce años —respondió Snape. La expresión de su rostro era insondable. Sin quitarle los ojos de encima al profesor, Harry añadió unas gotas más a su poción, que produjo un silbido amenazador y pasó del color turquesa al naranja.
Por la cara de Snape, estaba claro que eso no tenía que haber sucedido.
—Tengo entendido que primero solicitó el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no es así? —inquirió la profesora Umbridge.
—Sí —contestó Snape con serenidad.
—Pero ¿no lo consiguió?
Snape torció el gesto y respondió:
—Es obvio.
— Sigue siendo sospechoso, si me preguntan — intervino la profesora Umbridge.
— Nadie le ha preguntado — replicó Snape.
La profesora Umbridge anotó algo en sus pergaminos.
—Y desde que entró en el colegio ha solicitado con regularidad el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿verdad?
—Sí —contestó Snape, imperturbable, sin mover apenas los labios. Parecía muy enfadado.
— No me puedo creer lo que voy a decir... pero estoy de parte de Snape — dijo Fred, hablando como si cada palabra le costara un esfuerzo descomunal.
—Yo también— George parecía asqueado de sí mismo.
—¿Tiene usted idea de por qué Dumbledore ha rechazado por sistema su solicitud? —inquirió la profesora Umbridge.
—Eso debería preguntárselo a él —dijo Snape entrecortadamente.
—Oh, lo haré, lo haré —dijo la profesora Umbridge componiendo una dulce sonrisa.
— ¿Por qué la rechazo? — pregunto Dennis con curiosidad
Snape se quedó mirándolo como si fuera un insecto, pero Dumbledore respondió con toda la calma del mundo:
— Entre otras razones, fue porque el profesor Snape es un genio en pociones. Sería un desperdicio perderle como profesor de esa asignatura.
A Harry le pareció que era una excusa.
—Aunque no veo qué importancia puede tener eso —añadió Snape a la vez que entrecerraba sus ojos negros.
—¡Oh, ya lo creo que la tiene! —replicó la profesora Umbridge—. Sí, el Ministerio quiere conocer a la perfección el… pasado de los profesores.
Hubo murmullos. Todos querían saber más cosas sobre el pasado de Snape, pero él mantuvo la boca totalmente cerrada
Y entonces se dio la vuelta, fue hacia Pansy Parkinson y empezó a interrogarla sobre las clases. Snape giró la cabeza hacia donde estaba Harry y sus miradas se encontraron durante un momento. Harry bajó rápidamente la vista hacia su poción, que se había espesado, dando lugar a una masa asquerosa, y desprendía un intenso olor a goma quemada.
— Qué horror — dijo Lavender con una mueca.
—Otro cero, Potter —dijo Snape con malicia, y vació el caldero de Harry con una sacudida de la varita—. Quiero que me escribas una redacción sobre la correcta composición de esta poción, indicando dónde y por qué te has equivocado, y que me la entregues en la próxima clase. ¿Entendido?
—Sí —contestó Harry, furioso.
— ¿Qué por qué me he equivocado? — dijo Fred, imitando a Harry. — Por estar escuchando a escondidas.
— ¿Dónde me he equivocado? En todo — añadió George.
Harry puso los ojos en blanco.
Snape ya les había mandado un trabajo, y Harry tenía entrenamiento de quidditch aquella tarde; eso significaba que pasaría un par de noches más sin dormir. No podía creer que aquella mañana hubiera despertado contento. Lo único que sentía en ese instante era un intenso deseo de que el día llegara a su fin.
— Parece que todos tus lunes son horribles — dijo Luna.
Harry asintió.
—A lo mejor me salto Adivinación —les comentó con desánimo a Ron y a Hermione en el patio, después de comer. El viento agitaba el bajo de sus túnicas y las alas de sus sombreros—. Fingiré que estoy enfermo y escribiré la redacción para Snape, así no tendré que pasar otra noche en blanco.
Algunos profesores lo miraron con desaprobación.
—No puedes saltarte Adivinación —le regañó Hermione con severidad.
—¡Mira quién habla! ¡Tú te has borrado de esa asignatura porque no soportas a la profesora Trelawney! —exclamó Ron, indignado.
La profesora miró mal a Hermione, que fingió no notarlo. Muchos alumnos reían por lo bajo.
—No la odio —aseguró Hermione con altivez—. Sencillamente pienso que es una profesora atroz y una farsante como la copa de un pino. Pero Harry ya se ha saltado Historia de la Magia y no creo que hoy deba perderse ninguna otra clase.
— ¿Cómo se atreve? — exclamó la profesora Trelawney. — Lo que tiene que oír una…
Esta vez, Hermione sí que pareció avergonzada, pero solo agachó la cabeza y no dijo nada.
Hermione tenía razón, y a Harry no le quedó más remedio que hacerle caso. Media hora más tarde se encontraba envuelto en el caluroso y perfumado ambiente del aula de Adivinación, furioso con todo el mundo. La profesora Trelawney volvió a repartir ejemplares de El oráculo de los sueños. Harry estaba seguro de que emplearía mejor su tiempo haciendo la redacción que Snape le había puesto como castigo que permaneciendo allí sentado, intentando encontrar el significado de un montón de sueños inventados.
— Nunca pensé que te vería queriendo hacer una redacción de pociones — dijo Sirius.
— Yo tampoco — admitió Harry.
Sin embargo, resultó que Harry no era el único que estaba de mal humor. Dando un porrazo, la profesora Trelawney dejó un ejemplar del libro de texto sobre la mesa que había entre Harry y Ron, y se alejó con los labios fruncidos. Lanzó el siguiente ejemplar de El oráculo a Seamus y Dean, rozando la cabeza de Seamus, y el último libro se lo puso a Neville en el pecho con tanto ímpetu que éste se cayó del puf donde estaba sentado.
Algunos rieron. Otros, alarmados, miraban a la profesora Trelawney como si estuviera loca.
—¡Ya podéis empezar! —gritó la profesora Trelawney con una voz chillona y un tanto histérica—. ¡Ya sabéis lo que tenéis que hacer! ¿O soy una profesora con un nivel de conocimientos tan bajo que ni siquiera os he enseñado a abrir un libro?
— Está claro que ha hablado con Umbridge — dijo Bill.
— Y que no le ha dicho nada bueno — rió Charlie.
Los alumnos la observaron perplejos y luego se miraron unos a otros. Sin embargo, Harry creyó comprender cuál era el motivo del enfado de la profesora Trelawney. Cuando ella volvió haciendo aspavientos a su silla, con los ojos agrandados por las gafas de aumento y llenos de lágrimas de rabia, Harry inclinó la cabeza hacia Ron y murmuró:
—Me parece que ya ha recibido los resultados de su supervisión.
— De mi juicio, querrás decir — exclamó la profesora Trelawney. — ¡Mi sentencia de muerte!
— Oh, por favor — resopló Umbridge.
—Profesora… —dijo Parvati Patil con voz queda (Lavender y ella siempre habían admirado enormemente a la profesora Trelawney)—. Profesora, ¿le ocurre… algo?
—¡¿Si me ocurre algo?! —exclamó la profesora Trelawney con una voz cargada de emoción—. ¡No, claro que no! Me han insultado, desde luego… Han hecho insinuaciones contra mí… Han formulado acusaciones infundadas… Pero ¡no, no me ocurre nada! —Inspiró hondo con un estremecimiento y dejó de mirar a Parvati; las lágrimas resbalaban por debajo de sus gafas—. No me importa que no hayan tenido en cuenta mis dieciséis años de abnegado servicio… —prosiguió entrecortadamente
Ahora mucha más gente parecía sentir lástima por la profesora Trelawney. La cantidad de miradas asqueadas que estaba recibiendo Umbridge eran testimonio de ello.
—. Por lo visto, eso ha pasado desapercibido… Pero ¡no voy a permitir que me insulten, no, señor!
—Pero profesora, ¿quién la ha insultado? —preguntó Parvati con timidez.
—¡Las autoridades! —contestó la profesora Trelawney con una voz grave, dramática y temblorosa—. Sí, aquellos que tienen los ojos tan cegados por las cosas vulgares que no pueden ver como yo veo, para saber como yo sé… Las videntes siempre han inspirado temor, desde luego; siempre han sido objeto de persecución… Ése es, lamentablemente, nuestro destino.
— Cuánto drama — se quejó Umbridge.
— Cállese. Usted lo provocó — replicó McGonagall.
A continuación tragó saliva, se secó las mejillas con una punta del chal, sacó un pequeño pañuelo bordado de la manga de su túnica y se sonó la nariz, produciendo un ruido como el que producía Peeves al hacer pedorretas.
Ron rió por lo bajo y Lavender le lanzó una mirada de reprobación.
Lavender también miró mal a Ron en el presente.
—Profesora… —dijo Parvati—, ¿se refiere a… la profesora Umbridge?
—¡No menciones a esa mujer en mi presencia! —gritó la profesora Trelawney poniéndose en pie; sus collares de cuentas tintinearon y sus gafas lanzaron destellos —. ¡Haced el favor de seguir con vuestro trabajo!
Umbridge parecía estar disfrutando la desdicha de la profesora. Fudge, por otro lado, parecía encogerse ante todas las miradas acusatorias que iban en su dirección.
Y pasó el resto de la clase paseándose entre los alumnos. Las lágrimas continuaban brotando detrás de sus gafas y no paraba de murmurar lo que parecían amenazas.
—… podría presentar mi dimisión… Qué humillación… Ponerme en periodo de prueba… Ya veremos… Cómo se atreve…
— ¿En periodo de prueba? — dijo la señora Weasley, sorprendida.
—Parece que la profesora Umbridge y tú tenéis algo en común —le dijo Harry a Hermione en voz baja cuando volvieron a verse en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras—. Es evidente que ella también opina que Trelawney es una farsante. La ha puesto en periodo de prueba.
Hermione hizo una mueca.
— Que sea la última vez que dices que tengo algo en común con esa mujer — susurró.
Harry soltó una risita.
En ese preciso instante, la profesora Umbridge entró en el aula luciendo su lazo de terciopelo negro y su típica expresión de suficiencia.
—Buenas tardes, chicos.
—Buenas tardes, profesora Umbridge —respondieron sombríamente los alumnos.
—Guardad las varitas, por favor.
Esa vez no hubo ningún revuelo porque nadie se había molestado en sacarla.
— Qué triste — dijo Sirius.
—Abrid Teoría de defensa mágica por la página treinta y cuatro y leed el tercer capítulo, titulado «Razones para las respuestas no agresivas a los ataques mágicos». En…
—… silencio —dijeron a coro por lo bajo Harry, Ron y Hermione.
— Respuestas no agresivas a los ataques mágicos — repitió Lupin, arqueando una ceja.
— No le busques sentido — dijo Tonks.
—Nada de entrenamientos de quidditch —murmuró Angelina con voz apagada aquella noche cuando Harry, Ron y Hermione entraron en la sala común después de cenar.
—Pero ¡si he controlado mi genio! —exclamó Harry, horrorizado—. No le he dicho nada, Angelina, te lo juro…
— ¡Esta vez no ha sido él! — exclamó Colin.
—Ya lo sé, ya lo sé —dijo Angelina con tristeza—. Me ha dicho que necesita un poco de tiempo para pensarlo.
— Para una vez que Potter se controla — bufó McLaggen.
—Para pensar ¿qué? —preguntó Ron muy enojado—. A los de Slytherin les ha dado permiso. ¿Por qué no va a dárnoslo a nosotros?
Pero Harry se imaginaba cómo debía de estar disfrutando la profesora Umbridge al mantener la amenaza de disolver el equipo de quidditch de Gryffindor, y comprendía perfectamente por qué no quería renunciar demasiado pronto a utilizar aquel recurso contra ellos.
— Disfruta manipulando a la gente — dijo Hermione en voz baja. — Le encanta saber que tiene poder sobre los demás.
—Bueno —comentó Hermione—, mira la parte positiva del asunto. ¡Al menos ahora tendrás tiempo para escribir la redacción para Snape!
—¿Ésa es la parte positiva? —le espetó Harry mientras Ron miraba con incredulidad a Hermione—. ¿Una redacción de Pociones en lugar de un entrenamiento de quidditch?
— El lado bueno es que podrás irte a dormir más temprano — dijo la señora Weasley.
Harry se dejó caer en una butaca, sacó a regañadientes de la mochila el material necesario para escribir su redacción de Pociones y se puso a trabajar. Pero le costaba mucho concentrarse, y aunque sabía que Sirius no aparecería en la chimenea hasta mucho más tarde, su mirada se dirigía de forma inconsciente hacia las llamas, por si acaso.
Sirius sonrió al escuchar eso.
Además, había muchísimo ruido en la sala común: parecía que Fred y George habían perfeccionado por fin una clase de golosinas del Surtido Saltaclases, y se turnaban para hacer una demostración de sus efectos ante un animado grupo de curiosos.
McGonagall frunció el ceño.
Primero, Fred mordía un trocito del extremo de color naranja de un chicle y empezaba a vomitar espectacularmente en un cubo que habían colocado delante de él. A continuación se tragaba, aunque con dificultad, el extremo de color morado del chicle, y los vómitos cesaban de inmediato.
Muchos alumnos parecían impresionados. La señora Weasley, sin embargo, suspiró y dijo:
— ¿En serio disfrutáis haciendo eso? Es muy desagradable.
— Hay que demostrar los efectos del producto para poder venderlo bien — dijo Fred, encogiéndose de hombros.
— Y el método funcionó, desde luego — sonrió George.
Lee Jordan, que desempeñaba la función de ayudante en la exhibición, hacía desaparecer el vómito, a intervalos regulares, con el mismo hechizo desvanecedor que Snape solía utilizar para eliminar las pociones que elaboraba Harry.
Lee soltó una carcajada.
— Perdón por traerte malos recuerdos — bromeó.
Entre el ruido de las vomiteras, los vítores y los gritos de Fred y George, que no paraban de anotar pedidos de sus compañeros, a Harry le resultaba muy difícil pensar cuál era el método correcto de elaboración de la solución fortificante.
— Pediríamos perdón, pero siempre podíais haberos ido a la biblioteca si queríais silencio — dijo Fred.
Hermione tampoco lo ayudaba nada, porque a Harry lo distraían sobre todo los resoplidos de desaprobación que su amiga dedicaba a las exclamaciones de entusiasmo y al ruido que los vómitos de los gemelos producían al caer en el fondo del cubo.
—Si tanto te molesta, ¿por qué no vas y les dices que paren? —le preguntó Harry con irritación después de tachar por cuarta vez una medida equivocada de polvo de zarpa de grifo.
— No habría servido de nada y lo sabes — dijo Charlie.
—No puedo, porque técnicamente no están haciendo nada malo —contestó Hermione apretando los dientes—. Están en su derecho de comerse esas porquerías, y no encuentro ninguna norma que diga que los idiotas que los aclaman no tengan derecho a comprarlas, a menos que esté demostrado que son peligrosas en algún sentido, y no parece que lo sean.
— Si Granger dice que no son peligrosas, es que los Weasley han debido hacer algo muy bien — dijo un chico de sexto.
— Créeme, hemos trabajado muy duro para crear nuestras fórmulas — respondió Fred. — Y para hacerlas totalmente seguras para todos. Si te interesa, ya sabes dónde encontrarnos.
Fred le guiñó un ojo y el chico de sexto parecía estar planteándoselo. Harry volvió a escuchar a la señora Weasley suspirar.
— Hay que admitir que se les da bien vender — susurró Ron.
Hermione, Harry y Ron se quedaron mirando cómo George vomitaba a chorro en el cubo, se comía el resto del chicle y se enderezaba, sonriente y con los brazos extendidos, para recibir el prolongado aplauso de su público.
— Vaya espectáculo — dijo Susan con asco.
—La verdad es que no entiendo por qué Fred y George sólo aprobaron tres TIMOS cada uno —comentó Harry mientras observaba cómo los gemelos y Lee recogían las monedas de oro que les arrojaba el entusiasmado corro de alumnos—. Lo hacen muy bien.
—Ya, pero es que sólo saben hacer trucos espectaculares que no tienen ninguna aplicación práctica —apuntó Hermione con desdén.
— Eso me ofende — replicó Fred. — ¿Sabes la cantidad de investigación que hay detrás de esos trucos espectaculares?
— Tuvimos que estudiar pociones… ¡Pociones! — exclamó George. — ¡En nuestro tiempo libre!
— Además de Herbología, Encantamientos… — empezó a enumerar Fred. — Pero claro, las cosas que hemos aprendido por nuestra cuenta no salen en los TIMOS.
Muchos les miraban con admiración.
—¿Ninguna aplicación práctica? —repitió Ron con crispación—. Hermione, ya llevan ganados unos veintiséis galeones.
Hubo silbidos de alumnos impresionados.
Pasó un buen rato hasta que el corro que rodeaba a los gemelos Weasley se dispersó; entonces Fred, Lee y George se sentaron para contar sus beneficios, de modo que era más de medianoche cuando Harry, Ron y Hermione dispusieron por fin de la sala común para ellos solos.
— Podíais habernos contado a quién esperabais, no habríamos dicho nada — dijo George.
Fred había cerrado la puerta de los dormitorios de los chicos tras él, agitando ostentosamente su caja llena de galeones, y Hermione frunció el entrecejo. Harry, que no avanzaba mucho con su redacción de Pociones, decidió dejarlo por aquella noche.
— ¿Toda la noche trabajando y no la terminaste? — dijo Terry.
— No había quien se concentrara — se quejó Harry.
Cuando estaba guardando sus libros, Ron, que dormitaba en una butaca, soltó un gruñido ahogado, despertó y miró con cara de sueño la chimenea.
—¡Sirius! —exclamó.
Harry se volvió con brusquedad. La oscura y despeinada cabeza de su padrino había vuelto a aparecer entre las llamas.
—¡Hola! —saludó sonriente.
Algunos volvían a mirar a Sirius, como si estuvieran tratando de visualizar su cabeza dentro de una chimenea.
—¡Hola! —corearon Harry, Ron y Hermione, y se arrodillaron en la alfombra que había delante de la chimenea. Crookshanks se acercó al fuego, ronroneando ruidosamente, e intentó, pese al calor, acercar su cara a la de Sirius.
— Aww, qué monada — dijo Padma.
— Debe tenerle mucho cariño a Black — comentó Susan.
—¿Cómo va todo?
—No muy bien —contestó Harry mientras Hermione apartaba a Crookshanks para que no se chamuscara los bigotes—. El Ministerio ha aprobado otro decreto por el que quedan prohibidos los equipos de quidditch…
—… ¿y los grupos secretos de Defensa Contra las Artes Oscuras? —preguntó Sirius.
Hubo jadeos por todo el comedor.
— ¿Lo sabe? ¿Cómo lo sabe? — exclamó Colin.
— ¿Quién es el chivato? — preguntó una chica de tercero.
— ¿Cómo pueden saberlo hasta fuera del colegio? — exclamó Ernie al mismo tiempo.
Hubo una breve pausa.
—¿Cómo sabes eso? —inquirió Harry.
—Deberíais elegir con más cuidado vuestros lugares de reunión —repuso Sirius sonriendo abiertamente—. Mira que escoger Cabeza de Puerco, ¡menuda ocurrencia!
Hermione se ruborizó.
—¡Bueno, no me negarás que era mejor que Las Tres Escobas! —replicó Hermione a la defensiva—, porque ese local siempre está abarrotado de gente…
—Lo cual significa que no habría sido tan fácil que os oyeran —comentó Sirius—. Todavía tienes mucho que aprender, Hermione.
— Espero no haberte ofendido — dijo Sirius con una sonrisa.
Hermione no contestó.
—¿Quién nos oyó? —preguntó Harry.
—Mundungus, por supuesto —respondió Sirius, y como todos parecían muy desconcertados, rió y añadió—: Era la bruja del velo negro.
Justin jadeó.
— ¡Os lo dije! ¡Os dije que era alguien importante!
— Dijiste que era un mortífago — le recordó Ernie.
— Le prestaron demasiada atención, era obvio que debía ser alguien importante — dijo Justin, ignorando a Ernie.
—¿La bruja era Mundungus? —se extrañó Harry, atónito—. ¿Y qué hacía en Cabeza de Puerco?
— Y lo más importante, ¿qué hacía vestido así? — preguntó Dean.
—¿A ti qué te parece que hacía allí? —dijo Sirius, impaciente—. Vigilarte, claro.
—¿Todavía me siguen? —preguntó Harry con enojo.
— Entonces da igual dónde hiciéramos la reunión — resopló Hermione. — Os habríais enterado de todas formas porque estabais siguiendo a Harry.
— Bueno, sí — admitió Sirius. — Pero en las tres escobas habría sido más difícil escuchar todos los detalles.
—Sí —confirmó Sirius—, y me alegro de que así sea, si lo único que se te ocurre hacer en la primera excursión es organizar un grupo ilegal de defensa.
Pero Sirius no parecía ni enfadado ni preocupado, sino que, al contrario, miraba a Harry con evidente orgullo.
Harry sonrió al escuchar eso. En el presente, Sirius también sonreía.
—¿Por qué se escondió Dung de nosotros? —inquirió Ron un tanto decepcionado —. A todos nos habría encantado verlo.
A la señora Weasley no pareció gustarle esa afirmación.
—Le prohibieron la entrada en Cabeza de Puerco hace veinte años —explicó Sirius—, y ese camarero tiene una memoria de elefante. Perdimos la capa invisible de recambio de Moody cuando detuvieron a Sturgis, de modo que últimamente Dung se disfraza a menudo de bruja…
— ¿Por qué le prohibieron la entrada? — preguntó Charlie.
— Mejor no preguntes — dijo su padre.
En fin, antes que nada, Ron, me he comprometido a hacerte llegar un mensaje de tu madre.
—¿Ah, sí? —dijo Ron con aprensión.
—Dice que ni se te ocurra, bajo ningún concepto, formar parte de un grupo secreto e ilegal de Defensa Contra las Artes Oscuras porque te expulsarán del colegio y arruinarás tu futuro.
— ¿Ves, Molly? Le hice llegar el mensaje — dijo Sirius.
La señora Weasley asintió, agradecida.
Dice que ya tendrás tiempo de aprender a defenderte por tus propios medios más adelante y que aún eres demasiado joven para preocuparte por esas cosas.
— Ron lleva teniendo que defenderse desde los once años — dijo Fred. — Entre la piedra Filosofal, lo de la cámara y Lockhart…
— Sí, yo tampoco diría que es demasiado joven — añadió George. — Más bien, o espabila y aprende a defenderse mejor o lo va a tener difícil, porque dudo que deje de meterse en situaciones peligrosas.
Ron parecía muy sorprendido. No estaba acostumbrado a que los gemelos lo halagaran o a que mostraran preocupación por él.
Del mismo modo aconseja a Harry y a Hermione —Sirius dirigió la mirada hacia ellos— que no sigan adelante con el grupo, aunque admite que no tiene ninguna autoridad para ordenarles nada, pero simplemente les ruega que recuerden que sólo quiere lo mejor para ellos. Le habría gustado explicarte todo esto por escrito, Ron, pero si hubieran interceptado la lechuza, habrías tenido graves problemas, y no te lo puede decir en persona porque esta noche está de guardia.
—¿De guardia? ¿Dónde? —preguntó rápidamente Ron.
— ¿Eso es con lo que te quedas de todo lo que te acaban de decir? — bufó la señora Weasley. — Lo demás por un oído te entra y por otro te sale, ¿no?
Ron no lo negó.
—Eso no es asunto tuyo, son cosas de la Orden —respondió Sirius—. Así que me ha tocado a mí hacer de mensajero y asegurarme de que le comunicas que te he transmitido el mensaje, porque me parece que no se fía de mí.
La señora Weasley hizo un ruidito con la lengua y no replicó.
Hubo otra pausa, durante la cual Crookshanks, que maullaba, intentó tocar con la pata la cabeza de Sirius, y Ron se puso a hurgar en un agujero que había en la alfombrilla.
— Pobre Crookshanks — dijo Ginny. — Debe echarte de menos, Sirius.
Sirius sonrió.
— Quizá debería subir a saludarle cuando acabemos la lectura por hoy.
—¿Qué quieres, que te diga que no voy a participar en el grupo de defensa? — murmuró finalmente.
—¿Yo? ¡Claro que no! —exclamó Sirius con sorpresa—. ¡Creo que es una idea excelente!
— Oh, sabía que no podía confiar en ti — bufó la señora Weasley.
— ¿Cómo que no? — replicó Sirius. — Hice exactamente lo que me pediste, Molly. Le dije todo lo que querías que le dijera. Nunca me pediste que no le diera mi propia opinión.
La señora Weasley lo fulminaba con la mirada.
—¿Ah, sí? —dijo Harry, y se le levantaron los ánimos.
—¡Por supuesto! ¿Acaso crees que tu padre y yo nos habríamos quedado de brazos cruzados y habríamos aceptado las órdenes de una arpía como la profesora Umbridge?
Harry sonrió. Aunque fuera un detalle pequeño, le agradaba saber que tenía algo en común con su padre.
—Pero… el curso pasado lo único que hiciste fue decirme que tuviera cuidado y que no me arriesgara…
—¡El curso pasado había indicios de que dentro de Hogwarts había alguien que intentaba matarte, Harry! —argumentó Sirius con impaciencia—. Este año sabemos que hay alguien fuera de Hogwarts que está deseando liquidarnos a todos, así que creo que es una idea estupenda que aprendáis a defenderos vosotros mismos.
— Es una buena forma de plantearlo — dijo Wood. — Si siguiera en Hogwarts, me habría apuntado sin dudarlo.
—¿Y si nos expulsan? —preguntó Hermione, desafiante.
—¡Todo esto fue idea tuya, Hermione! —gritó Harry mirándola fijamente.
—Ya lo sé. Sólo quería saber qué opinaba Sirius —replicó ella encogiéndose de hombros.
—Bueno, estaréis mejor si os expulsan pero sois capaces de defenderos, que si os quedáis sentados a salvo en el colegio sin hacer nada —consideró Sirius.
Los miembros del E.D. parecían estar animándose al escuchar las palabras de Sirius. Ernie sonreía con orgullo.
—¡Eso, eso! —saltaron Harry y Ron con entusiasmo.
—Y bien —continuó Sirius—, ¿cómo pensáis organizar ese grupo? ¿Dónde vais a reuniros?
—Bueno, ése es un problema que todavía no hemos solucionado —admitió Harry—. No sabemos adónde podemos ir.
—¿Y la Casa de los Gritos? —propuso Sirius.
— Eso habría sido genial — exclamó Colin.
— Oh, ni de broma — dijo Lavender. — Ese sitio me da escalofríos.
— Pero si ya sabes que no está embrujada de verdad — replicó Dean.
— ¡Da igual! Me da mala espina — insistió ella.
—¡Eh, no es mala idea! —exclamó Ron, pero Hermione puso cara de escepticismo y los tres la miraron.
—Verás, Sirius, es que en la Casa de los Gritos sólo os reuníais cuatro cuando veníais a este colegio —explicó Hermione—, y los cuatro podíais transformaros en animales; supongo que también habríais podido apretujaros bajo una única capa invisible si hubierais querido. Pero nosotros somos veintiocho y ninguno es animago, así que no necesitaríamos una capa invisible, sino un toldo invisible…
— Eso es verdad — dijo Ernie. — Creo que el sitio que escogimos es perfecto.
— ¿Qué sitio es ese? — preguntó un chico de segundo. Medio comedor pareció erguirse al mismo tiempo para mirar a Ernie, que se encogió un poco bajo la presión.
— No sé si puedo decirlo — respondió. — Ya lo leeremos, supongo.
Algunos lo miraron mal.
—Tienes razón —coincidió Sirius, que parecía un poco alicaído—. Bueno, estoy seguro de que ya se os ocurrirá algo. Había un pasadizo secreto muy espacioso detrás de ese gran espejo del cuarto piso; allí quizá tendríais suficiente espacio para practicar embrujos.
—Fred y George me dijeron que está bloqueado —dijo Harry haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Creo que se derrumbó o algo así.
— El colegio ha cambiado desde que fuimos estudiantes — dijo Lupin.
— Eso ya lo veo — gruñó Sirius.
—Ah… —dijo Sirius frunciendo el entrecejo—. Bueno, ya lo pensaré y os…
Se interrumpió antes de terminar la frase. De pronto, su expresión se tornó tensa y alarmada. Se volvió hacia un lado y tuvieron la sensación de que intentaba encontrar algo en la sólida pared de ladrillo de la chimenea.
—¡Sirius! —dijo Harry, preocupado.
— ¿Qué ha pasado? — exclamó Neville.
El comedor se llenó de murmullos nerviosos.
Pero Sirius había desaparecido. Harry se quedó mirando las llamas y luego se volvió hacia Ron y Hermione.
—¿Por qué ha…?
— ¿Os ha dejado tirados? ¿Así sin más? — dijo una chica de cuarto, sorprendida.
Entonces Hermione soltó un grito ahogado y se puso en pie de un brinco sin apartar la vista del fuego.
Entre las llamas había aparecido una mano que buscaba a tientas como si quisiera coger algo; era una mano de dedos cortos y regordetes llenos de feos y anticuados anillos.
— ¡Es Umbridge! — chilló Demelza.
— ¡No puede ser!
— ¿Cómo ha sabido que estaba ahí?
— ¡La carta! — exclamó Cho. — ¡Fue ella quien la interceptó!
Los tres echaron a correr. Al llegar a la puerta de los dormitorios de los chicos, Harry miró hacia atrás. La mano de la profesora Umbridge seguía agitándose entre las llamas con la intención de agarrar algo, como si supiera exactamente dónde había estado el cabello de Sirius hasta momentos antes y estuviera decidida a aferrarse a él.
— ¡Qué mal rollo! — exclamó Dean.
— Me ha dado un escalofrío — dijo Hannah, que se había puesto un poco pálida.
La profesora Umbridge no dijo nada, a pesar del revuelo que acababa de causar. Tenía la mirada fija en Sirius y a Harry no le gustó un pelo la expresión de su rostro.
— Tuvo que ser ella la que hirió a Hedwig — dijo Ernie. — ¡Y casi pilla a Black!
— Me libré por los pelos — admitió Sirius. — Pero, ¿qué sería la vida sin un poco de emoción?
A su lado, Lupin suspiró.
— Ese era el final del capítulo — dijo la profesora Sprout.
— Excelente. — El profesor Dumbledore ni se movió de su asiento. No parecía especialmente perturbado por lo que acababan de leer. — Continuemos, continuemos. ¿Alguien quiere leer el siguiente?
Volvieron a ofrecerse varias personas, aunque menos que antes. El director escogió a un chico de Hufflepuff, que subió a la tarima, tomó el libro y leyó:
— El siguiente capítulo se titula: El Ejército de Dumbledore.
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