lunes, 26 de septiembre de 2022

Leyendo la orden del fénix, capítulo 18

 El ejército de Dumbledore:


— Ese era el final del capítulo — dijo la profesora Sprout.

— Excelente. — El profesor Dumbledore ni se movió de su asiento. No parecía especialmente perturbado por lo que acababan de leer. — Continuemos, continuemos. ¿Alguien quiere leer el siguiente?

Volvieron a ofrecerse varias personas, aunque menos que antes. El director escogió a un chico de Hufflepuff, que subió a la tarima, tomó el libro y leyó:

— El siguiente capítulo se titula: El Ejército de Dumbledore.

El jadeo que soltó Fudge pudo escucharse por todo el comedor.

— ¿El ejército? — exclamó con voz aguda. — ¿Qué significa eso, Dumbledore?

— No tengo ni la más remota idea — replicó el director con calma.

— ¡Mentira! — gritó Umbridge, que se había puesto en pie. — ¡Esto lo demuestra! Usted lleva todo el año preparándose para enfrentarse al Ministerio. ¡Ha formado un ejército!

— Yo no he formado nada, Dolores — contestó Dumbledore. La miraba atentamente, con cierta severidad. — Y estoy seguro de que el libro me dará la razón.

— ¡Claro que se la dará! — volvió a gritar Umbridge, histérica. — ¡El libro lo ha escrito usted para convencer a los alumnos de todas sus majaderías!

Se oyeron quejas por todo el comedor, pero especialmente en la mesa de profesores.

— ¿Otra vez con ese argumento, Dolores? — le preguntó McGonagall. — ¿No se cansa de hacer el ridículo?

Pero a Umbridge le brillaban los ojos de histeria.

— ¡Ridículo! — exclamó. — ¡Ridículo es que literalmente leamos las palabras Ejército de Dumbledore y no sean ustedes capaces de aceptar que su querido director ha estado conspirando contra el Ministerio!

Las puertas del comedor se abrieron de forma abrupta. Una persona encapuchada cruzó el umbral, pero se quedó de pie en la entrada en lugar de acercarse a la tarima.

— Se me está acabando la paciencia con usted — dijo con rabia. Todo el colegio se quedó en silencio y su voz hechizada pudo escucharse con toda claridad. — Tiene dos opciones. O se sienta a escuchar la lectura con calma y sin interrumpir innecesariamente con sus tonterías, o se viene conmigo a seguir leyendo en un lugar que le gustará mucho menos que este.

— ¡No voy a ir con usted a ningún sitio! — chilló Umbridge. A Harry le pareció que estaba asustada.

— Entonces ya sabe qué hacer — replicó el encapuchado antes de dar media vuelta y salir del comedor tan abruptamente como había entrado.

Hubo unos segundos de silencio antes de que Dumbledore volviera a hablar:

— Ya lo habéis oído. Continuemos leyendo, ¿no le parece? — Miró a Umbridge, que se había puesto pálida. La profesora volvió a sentarse en silencio y el chico de Hufflepuff, que parecía algo incómodo después de la intromisión, empezó a leer:

La profesora Umbridge ha leído tu correo, Harry. No hay otra explicación.

¿Crees que fue ella quien atacó a Hedwig? —preguntó Harry, indignado.

— Por supuesto que no — bufó Umbridge, incapaz de quedarse en silencio a pesar del miedo.

— Por supuesto que sí — replicó la profesora Trelawney sin perder ni un segundo. Ambas mujeres se fulminaron con la mirada.

Estoy prácticamente convencida de ello —respondió Hermione con gravedad—. Cuidado con la rana. Se te escapa.

Harry apuntó con la varita mágica a la rana toro que iba dando saltos hacia el otro extremo de la mesa. «¡Accio!», exclamó, y la rana, resignada, volvió a saltarle a la mano.

— La rana es irrelevante, ¿verdad? — le preguntó Justin a Harry, que tuvo que contener una risita.

— No, también es un mortífago disfrazado — respondió Ron por él.

La clase de Encantamientos siempre había sido una de las mejores para charlar en privado con los compañeros; generalmente había tanto movimiento y tanta actividad que no había peligro de que te oyeran.

— Sabias palabras — rió Fred.

Aquel día el aula estaba llena de ranas toro que no paraban de croar y cuervos que graznaban sin cesar, y un intenso aguacero golpeaba y hacía vibrar los cristales de las ventanas, de modo que Harry, Ron y Hermione podían hablar en voz baja y comentar cómo la profesora Umbridge había estado a punto de atrapar a Sirius sin que nadie reparara en ello.

— No me puedo creer que estuvierais hablando de ese tema delante de nuestras narices — dijo Lavender.

— Lo que yo no me puedo creer es que no nos enteráramos — bufó Parvati.

Empecé a sospechar que la profesora Umbridge te controlaba el correo cuando Filch te acusó de encargar bombas fétidas, porque me pareció una mentira ridícula —prosiguió Hermione—.

— No entiendo cómo llegaste a esa conclusión — dijo Colin, confuso.

— Lo de las bombas sonaba a excusa para leer su correo — replicó Hermione. Varios alumnos pusieron cara de haberlo comprendido.

En cuanto hubiera leído tu carta habría quedado claro que no las estabas encargando, o sea, que no habrías tenido ningún problema. Es como un chiste malo, ¿no te parece? Pero entonces pensé: ¿y si alguien sólo buscaba un pretexto para leer tu correo? Esa habría sido la excusa perfecta para la profesora Umbridge: le da el chivatazo a Filch, deja que él haga el trabajo sucio y que te confisque la carta; luego busca una forma de robársela o le exige que se la deje ver.

— Es un buen plan — admitió Sirius.

— Y estoy seguro de que es lo que sucedió — gruñó Moody. — Esa vieja loca…

Algunos alumnos lo miraron con cautela. La profesora Umbridge, por su parte, no se atrevió a mantenerle la mirada.

No creo que Filch hubiera puesto objeciones, porque ¿alguna vez ha defendido los derechos de los estudiantes? ¡Harry, estás espachurrando a tu rana! —Harry miró hacia abajo. Era verdad: estaba apretando tan fuerte a su rana que al animal casi se le saltaban los ojos.

— ¡Pobrecita! — exclamó Hannah.

Algunos alumnos reían, mientras otros miraban a Harry con reproche. El chico evitó sus miradas y aguantó las ganas de gritar "¡Como si vosotros nunca hubierais hecho daño a las ranas sin querer!", pero pensó que hablarle a todos de la vez que Seamus casi le prende fuego a la suya no sería un motivo debidamente justificado para detener la lectura.

Entonces la dejó apresuradamente sobre el pupitre—. Anoche nos salvamos por los pelos —prosiguió Hermione—. Me pregunto si la profesora Umbridge es consciente de lo poco que le faltó. ¡Silencius!—exclamó, y la rana con la que estaba practicando su encantamiento silenciador enmudeció a medio croar y la miró llena de reproche—. Si llega a atrapar a Hocicos…

Harry terminó la frase por ella:

—… seguramente habría vuelto a Azkaban esta misma mañana.

— No os preocupéis tanto por mí — dijo Sirius con una gran sonrisa. Aunque decía eso, parecía que disfrutaba la atención.

Luego agitó la varita mágica sin concentrarse mucho, y su rana se infló como un globo verde y empezó a emitir un agudo silbido.

¡Silencius! —repitió Hermione con rapidez, apuntando con su varita a la rana de Harry, que se desinfló silenciosamente ante ellos—.

— ¿Qué narices le hiciste a esa pobre rana? — exclamó Lee Jordan entre risas.

— Ni idea — admitió Harry.

Ginny rió y dijo:

— Pues menos mal que Hermione estaba atenta.

Bueno, ahora ya sabemos que no debe hacerlo más. Pero no sé cómo vamos a comunicárselo. No podemos enviarle una lechuza.

No creo que vuelva a arriesgarse —terció Ron—. No es estúpido, ya debe de saber que la profesora Umbridge estuvo a punto de atraparlo. ¡Silencius!—dijo, y el enorme y desagradable cuervo que tenía delante soltó un graznido desdeñoso—. ¡Silencius! ¡SILENCIUS! —repitió, y el cuervo graznó aún más fuerte.

— Ese cuervo te estaba retando — sonrió Bill.

— Y lo peor es que estaba ganando — añadió Charlie.

Es que no mueves la varita correctamente —comentó Hermione observando a Ron con mirada crítica—. No hay que sacudirla, sino darle un golpe seco.

— Es Leviooooosa — la imitó Fred. — No leviosáaaa.

Hermione soltó un bufido y se ruborizó, muy indignada. Ron no podía parar de reír.

Con los cuervos es más difícil que con las ranas —se defendió él. —Cambiemos —propuso Hermione, que agarró el cuervo de Ron y puso su gruesa rana en su lugar—. ¡Silencius! —El cuervo siguió abriendo y cerrando el afilado pico, pero no emitió ningún sonido.

Buena parte del comedor se echó a reír.

— ¿Qué te esperabas que sucediera? — dijo Ginny.

Ron ni siquiera contestó. Esta vez, fue el turno de Hermione de reír por lo bajo.

¡Muy bien, señorita Granger! —dijo el profesor Flitwick con su vocecilla chillona, que sobresaltó a los tres amigos—. Y ahora veamos cómo lo haces tú, Weasley.

¿Cómo…? Oh, sí, sí —repuso Ron muy aturullado—. Esto… ¡silencius!

Pero al apuntar a la rana con la varita dio un golpe tan brusco que le metió la punta en un ojo; la rana croó de forma ensordecedora y saltó del pupitre.

El comedor estalló en risas.

— ¡Bien hecho, Weasley! — ironizó un chico de Hufflepuff. A Ron se le pusieron rojas las orejas.

A nadie le sorprendió que a Harry y a Ron les pusieran como deberes que practicaran el encantamiento silenciador.

— Desde luego — dijo Dean con una risita.

A la hora del recreo les permitieron quedarse dentro porque llovía. Los tres buscaron asientos en una ruidosa y abarrotada aula del primer piso donde Peeves flotaba con aire soñador, cerca de la araña; de vez en cuando, sin embargo, inflaba una burbuja de tinta sobre la cabeza de algún alumno.

Algunos alumnos bufaron y refunfuñaron en voz baja. Quedaba claro por los murmullos quiénes habían sido víctimas de las burbujas de tinta de Peeves y quiénes no.

Cuando acababan de sentarse, Angelina fue hacia ellos abriéndose paso entre los grupos de estudiantes chismosos.

¡Tengo el permiso! —exclamó—. ¡Podemos volver a formar el equipo de quidditch!

¡Excelente! —respondieron Harry y Ron al unísono.

Buena parte de la casa Gryffindor aplaudió con ganas. La profesora Umbridge los miró con desdén.

Sí —continuó Angelina con una sonrisa de oreja a oreja—. Fui a hablar con la profesora McGonagall y creo que ella recurrió a Dumbledore. En fin, el caso es que la profesora Umbridge tuvo que ceder. ¡Ja! De modo que esta tarde quiero veros en el campo a las siete en punto porque tenemos que recuperar el tiempo perdido. ¿Os dais cuenta de que sólo faltan tres semanas para nuestro primer partido?

— Me parece increíble que tuviera que acudir a otros profesores para que le hicieran caso — se quejó Tonks.

Se alejó de ellos, esquivando por los pelos una burbuja de tinta de Peeves que fue a parar sobre la cabeza de un estudiante de primer curso, y se perdió de vista.

Un chico de primero soltó una palabrota en voz alta, ganándose una reprimenda por parte de McGonagall.

La amplia sonrisa de Ron disminuyó un tanto cuando éste miró por la ventana, a través de la cual ya no se veía nada, pues la lluvia había dejado los cristales opacos.

Espero que deje de llover. ¿Y a ti qué te pasa, Hermione?

Hermione también miraba por la ventana, pero no observaba nada en concreto. Tenía la mirada perdida y el entrecejo fruncido.

Estaba pensando… —murmuró sin dejar de mirar la ventana y la lluvia que golpeaba los cristales.

— Huy, ¿ahora qué? — preguntó Angelina.

— ¿Es que no dejan de pasaros cosas? — se quejó Jimmy Peakes. Por el contrario, Romilda Vane estaba encantada:

— ¡Qué vidas tan interesantes! — exclamó, sonriente.

Harry no supo ni qué contestarle.

¿En Sir… Hocicos? —apuntó Harry.

No, no exactamente… Más bien… me preguntaba… Supongo que estamos haciendo lo correcto, ¿no?

Harry y Ron se contemplaron durante un momento.

Bueno, eso lo aclara todo —dijo Ron—. Habría sido un fastidio que no te hubieras explicado adecuadamente.

— Me alegra ver que no soy el único que no se ha enterado de nada — dijo Fred.

Hermione lo miró como si acabara de reparar en su presencia.

Me preguntaba —continuó con una voz más fuerte— si estamos haciendo lo correcto al organizar el grupo de Defensa Contra las Artes Oscuras.

— No lo puedes decir en serio — resopló Marietta, furiosa.

— ¡Pero si fue idea tuya! — exclamó Zacharias, exasperado.

— No me puedo creer que Granger tuviera dudas — dijo Ernie a la vez. Parecía muy aturdido.

¿Qué? —dijeron Harry y Ron a la vez.

¡Fuiste tú quien tuvo la idea, Hermione! —saltó Ron, indignado.

Ya lo sé —admitió ella entrelazando los dedos—. Pero después de hablar con Hocicos…

Pero si él nos apoya… —afirmó Harry.

Sí —dijo su amiga, y volvió a mirar hacia la ventana—. Sí, precisamente por eso pensé que quizá no fuera tan buena idea después de todo…

— ¿Disculpa? — Sirius arqueó una ceja. Hermione se ruborizó.

— No te ofendas, Sirius — dijo apresuradamente. — Pero no eres la persona más… sensata, ¿no crees? Y que tú estuvieras a favor del grupo de defensa…

— Te hacía pensar que quizá era una idea más arriesgada de lo que creías en un principio — terminó Lupin por ella. — Creo que es comprensible.

— Pues yo creo que no tiene sentido — replicó Sirius. Lupin puso los ojos en blanco y lo ignoró.

Peeves flotó hacia ellos panza abajo, con una cerbatana preparada; automáticamente, los tres cogieron sus mochilas y se taparon con ellas la cabeza hasta que Peeves hubo pasado de largo.

— Qué suerte — dijo Katie.

A ver si lo entiendo —dijo Harry de mala gana mientras volvían a dejar las mochilas en el suelo—: ¿Sirius está de acuerdo con nosotros y por eso tú crees que no deberíamos seguir con el proyecto?

Hermione parecía tensa y abochornada. Mirándose las manos, replicó:

¿Tú confías sinceramente en su criterio?

¡Pues claro! —exclamó Harry sin vacilar—. ¡Siempre nos ha dado buenos consejos!

— Gracias, Harry — dijo Sirius.

Hermione hizo una mueca. Parecía muy abochornada.

Una burbuja de tinta pasó zumbando al lado de ellos y le dio de lleno en la oreja a Katie Bell.

Hermione vio cómo ésta se ponía en pie y empezaba a lanzarle cosas a Peeves;

Katie gimió, avergonzada, al tiempo que Angelina y Lee se echaban a reír.

pasados unos momentos, Hermione volvió a hablar, y tuvieron la impresión de que elegía las palabras con mucho cuidado.

¿No crees que se ha vuelto… un poco… imprudente… desde que está encerrado en…? ¿No crees que… en cierto modo… vive a través de nosotros?

¿Qué quieres decir con eso de que «vive a través de nosotros»? —replicó Harry.

— Eso digo yo, ¿qué se supone que significa eso? — dijo Sirius.

— Tienes que admitir que un poco de razón sí que tiene — le respondió Lupin.

Sirius se quedó mirándolo como si lo hubiera traicionado.

— ¿Cómo voy a ser imprudente si literalmente no puedo ni salir de casa?

La amargura de su voz era más que obvia. Lupin suspiró, pero fue Tonks la que respondió:

— Precisamente porque estabas encerrado, a mí también me daba la sensación de que te morías de ganas de vivir aventuras y correr riesgos. Y está claro que deseabas que Harry se arriesgara, te parecía emocionante.

— Que me pareciera emocionante no significa que viva a través de él — se quejó Sirius.

Lupin y Tonks intercambiaron miradas. Esta vez, fue el señor Weasley quien se atrevió a contestar:

— O quizá un poco sí, Sirius. No te ofendas, nadie te lo está diciendo a malas.

Sirius volvió a resoplar y no contestó. Hermione parecía aliviada de que los demás adultos la hubieran defendido.

Lo que quiero decir… Bueno, creo que a él le encantaría formar una sociedad secreta de defensa ante las narices de alguien del Ministerio… Creo que se siente muy frustrado por lo poco que puede hacer desde donde está… Y creo que, en cierto modo, es por eso por lo que nos incita a crear el grupo.

— Exacto. Lo has expresado perfectamente — dijo Lupin.

Sirius lo miró muy mal.

Ron estaba atónito.

Sirius tiene razón —afirmó—. Hablas igual que mi madre.

Hermione se mordió la lengua y no dijo nada más.

En el presente, era la señora Weasley la que claramente estaba mordiéndose la lengua para no decir nada contra Sirius. Harry agradecía que no lo antagonizara ella también, porque su padrino ya parecía bastante molesto.

La campana sonó justo cuando Peeves descendía sobre Katie y le vaciaba un tintero en la cabeza.

Muchos rieron, quizá con menos descaro a causa del evidente mal humor de Sirius Black, pero eso no evitó que Katie se pusiera muy roja.

— Maldito Peeves — murmuró. — Voy a vengarme un día de estos.

— Avísame para que lo vea — dijo Angelina entre risas.

El tiempo no mejoró a lo largo del día, y a las siete en punto, cuando Harry y Ron bajaron resbalando por la mojada hierba hasta el campo de quidditch para el entrenamiento, quedaron empapados en cuestión de minutos. El cielo estaba gris oscuro y tormentoso, y sintieron un gran alivio cuando llegaron a los vestuarios, cálidos e iluminados, pese a saber que la tregua sólo era pasajera. Encontraron allí a Fred y George, que estaban discutiendo si debían utilizar una golosina de su Surtido Saltaclases para no tener que volar.

— ¡Cobardes! — jadeó Angelina. — ¡Traidores!

— Disculpa que no quisiéramos sufrir sin motivo — replicó Fred.

— ¿Sin motivo? — repitió Angelina. — ¡Era una práctica de Quidditch! Tenemos que estar preparados por si hay tormenta durante un partido.

— No era solo la tormenta lo que nos incomodaba… — murmuró George.

—… pero seguro que nos descubriría —comentaba Fred con voz queda—. Ojalá ayer no le hubiera dicho que nos comprara unas cuantas pastillas vomitivas.

Podríamos probar con un tofe de la fiebre —murmuró George—. Eso todavía no lo ha visto nadie…

¿Funcionan? —preguntó Ron, esperanzado. El golpeteo de la lluvia en el tejado se había intensificado y el viento aullaba alrededor del edificio.

— ¿Tú también? — exclamó Angelina, indignada. — ¡Weasleys! Te dicen que les encanta el quidditch y luego intentan escaquearse.

— Nos estáis dejando muy mal — dijo Charlie, aunque disimulaba una sonrisa.

Bueno, sí —respondió Fred—. Te sube la temperatura, desde luego.

Pero también te salen unos enormes granos llenos de pus —añadió George—. Y todavía no hemos encontrado la forma de hacerlos desaparecer.

— Ugh — Romilda hizo una mueca de asco.

— Qué desagradable — dijo Parvati.

Yo no veo que tengáis ningún grano —comentó Ron escudriñando las caras de los gemelos.

No, bueno, es lógico —explicó Fred, compungido—. No están en un sitio que solamos mostrar en público.

Pero te aseguro que duelen un montón cuando te sientas en una escoba.

Se escucharon risas por todo el comedor. Fred y George no parecían especialmente avergonzados, pero sí tenían aspecto de no recordar aquel efecto secundario con mucho cariño. Harry vio que incluso el señor Weasley trataba de no reír mucho, pero no podía ocultarlo porque le brillaban los ojos de diversión.

Muy bien, escuchadme todos —dijo de pronto Angelina con una voz atronadora. Acababa de salir del despacho del capitán—. Ya sé que no hace el tiempo ideal, pero cabe la posibilidad de que tengamos que jugar contra Slytherin en condiciones como éstas, así que no estará mal que nos acostumbremos a apañárnoslas con ellas. Harry, ¿es verdad que les hiciste algo a tus gafas para que la lluvia no las empañara cuando jugamos contra Hufflepuff en medio de aquella tormenta?

Lo hizo Hermione —contestó Harry. Y sacó su varita, dio con ella unos golpecitos en sus gafas y dijo—: ¡Impervius!

Hubo un silencio incómodo mientras todos recordaban aquel partido contra Hufflepuff. Harry prefería no pensar mucho en ello, porque aún no conocía bien a Cedric en aquel entonces y le resultaba muy extraño recordar el partido sabiendo todo lo que ahora sabía.

Creo que todos deberíamos intentarlo —propuso Angelina—. Si conseguimos apartar la lluvia de nuestra cara, tendremos mejor visibilidad. Vamos, todos juntos: ¡Impervius! Muy bien, en marcha.

El capitán del equipo de Ravenclaw susurró algo a sus jugadores. Wood los observaba con los ojos entrecerrados.

— Te van a copiar la idea— dijo Ron en voz baja.

Todos guardaron las varitas mágicas en los bolsillos interiores de las túnicas, se cargaron las escobas al hombro y salieron de los vestuarios detrás de Angelina.

Fueron chapoteando por el barro, cada vez más profundo, hasta el centro del terreno de juego; la visibilidad seguía siendo muy escasa a pesar del encantamiento impermeabilizante; estaba oscureciendo y la cortina de lluvia impedía que se distinguiera el suelo.

— Nunca entenderé por qué queréis volar con esas condiciones si nadie os obliga — dijo Parvati. — Si os veis obligados a hacerlo porque llueve durante un partido, lo entiendo. ¿Pero hacerlo voluntariamente? Me parece una tontería.

— No dirás que es una tontería cuando ganemos la Copa de Quidditch — replicó Angelina con más brusquedad de la necesaria.

Muy bien, cuando dé la señal —gritó Angelina.

Harry pegó una patada en el suelo, salpicándolo todo de barro, y emprendió el vuelo. El viento lo desviaba ligeramente de su trayectoria. No tenía ni idea de cómo se las iba a ingeniar para distinguir la snitch con aquel tiempo, pues ya le costaba bastante ver la única bludger con la que practicaban.

Se escucharon risitas nerviosas.

— Pues yo me preocuparía más por eso que por la snitch — murmuró Neville.

Cuando sólo llevaba un minuto volando, la bludger casi lo derribó de la escoba y tuvo que utilizar la voltereta con derrape para esquivarla.

— Uf — Hermione se puso nerviosa con solo imaginarlo.

Desgraciadamente, Angelina no lo vio. De hecho, parecía que no veía nada; ninguno de los jugadores tenía ni idea de lo que estaban haciendo los otros. El viento arreciaba; incluso Harry oía a lo lejos el rumor y el martilleo de la lluvia aporreando la superficie del lago.

— ¿Y de qué sirve el entrenamiento en esas condiciones? —volvió a quejarse Parvati.

— No lo entenderías — contestó Angelina.

Angelina insistió durante casi una hora antes de admitir la derrota. Acompañó al empapado y contrariado equipo a los vestuarios e intentó convencer a sus compañeros de que el entrenamiento no había sido una pérdida de tiempo, aunque no lo decía muy segura.

Parvati la miró con desdén y Angelina fingió no darse cuenta.

Fred y George eran los que parecían más fastidiados; ambos caminaban con las piernas arqueadas y hacían muecas de dolor a cada momento. Harry los oyó quejarse por lo bajo mientras se secaba el pelo.

Hubo risitas. Fred hizo una mueca.

— Eso, eso. Reíros de nosotros — exclamó dramáticamente. — Disfrutad de nuestro dolor.

Me parece que a mí se me han reventado unos cuantos —comentó Fred con voz apagada.

A mí no —replicó George apretando los dientes—. Me duelen muchísimo. Creo que se han hecho aún más grandes.

Las risas aumentaron y George suspiró.

— Ojalá se me hubieran reventado — dijo. — Así no habría tenido que reventarlos a propósito.

— Qué asco — Lavender se puso ligeramente verde mientras Dean y Seamus reían sin parar.

¡Ay! —exclamó entonces Harry.

Cerró los ojos y se tapó la cara con la toalla. Había vuelto a notar una punzada de dolor en la cicatriz, más fuerte que las de las últimas semanas.

Toda risa cesó de golpe.

— ¿Qué ha sido eso? — exclamó Ernie.

— ¿Quién-Ya-Sabéis entró en Hogwarts? — gritó una chica de segundo.

— Claro que no — resopló Harry.

¿Qué pasa? —le preguntaron varias voces.

Harry se retiró la toalla de la cara. Veía el interior del vestuario borroso porque no llevaba las gafas, pero aun así se dio cuenta de que todo el mundo se había vuelto hacia él.

Nada —masculló—. Me he metido un dedo en un ojo.

— Como excusa fue muy creíble, desde luego — dijo Katie, que parecía avergonzada de habérselo creído.

Pero lanzó una mirada de complicidad a Ron, y ambos se quedaron rezagados cuando el resto del equipo salió del vestuario, envueltos en sus capas y con los sombreros calados hasta las orejas.

— Me encanta cuando se comunican sin decir ni una palabra — dijo una chica de tercero.

— Ojalá tener una amistad tan fuerte como la suya — se lamentó una niña de primero.

Harry hizo como que no había oído nada, porque era un tema que le avergonzaba. No le gustaba que analizaran tanto sus relaciones con sus amigos.

¿Qué te ha pasado? —le preguntó Ron en cuanto Alicia hubo salido por la puerta—. ¿Ha sido la cicatriz? —Harry asintió con la cabeza—. Pero… —Ron, asustado, fue hacia la ventana y miró al exterior—. No puede estar por aquí cerca, ¿verdad que no?

No —dijo Harry sentándose en un banco y frotándose la frente—. Seguramente está a kilómetros de distancia. Me ha dolido porque… está furioso.

— ¿Cómo sabías eso? — dijo Seamus, sorprendido.

— Buena pregunta — respondió Harry, pensando en lo que Dumbledore y los encapuchados le habían contado. Ahora sabía que tenía una "conexión especial" con Voldemort, pero le habría gustado tener más información al respecto.

Harry había pronunciado aquellas palabras sin haberlas pensado, y al escucharlas tuvo la sensación de que las había dicho otra persona. Sin embargo, supo inmediatamente que era cierto. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía: Voldemort, estuviera donde estuviese, hiciera lo que hiciese, estaba de muy mal humor.

El comedor se encontraba sumido en un silencio nervioso.

— Me da muy mal rollo que sepas eso, Harry — dijo Dean.

— Imagina a mí — bufó Ron. — Que yo estaba allí.

¿Lo has visto? —le preguntó Ron, horrorizado—. ¿Has tenido… una visión o algo así?

Harry se quedó muy quieto, mirándose los pies, y dejó que la mente y la memoria se le relajaran tras el momento de dolor.

Una desordenada maraña de sombras, un torrente de voces…

La gente escuchaba con avidez.

Quiere que alguien haga algo, pero no va tan deprisa como a él le gustaría — dijo.

Una vez más, le sorprendió escuchar las palabras que salían por su boca, aunque a pesar de todo estaba convencido de que lo que acababa de decir era verdad.

Pero… ¿cómo lo sabes? —inquirió Ron.

—Eso queremos saber todos — dijo Zacharias Smith. A Harry le hizo gracia notar el miedo en su voz.

Harry hizo un gesto negativo con la cabeza y se tapó los ojos con las manos, apretándolos con las palmas. Vio surgir unas pequeñas estrellas en la oscuridad.

— Eso no es bueno para la vista — murmuró Hermione.

Percibía la presencia de Ron a su lado, en el banco, y sabía que su amigo lo miraba fijamente.

¿Has sentido lo mismo que la última vez, cuando te dolió la cicatriz en el despacho de la profesora Umbridge? —le preguntó Ron con voz queda—. Es decir, ¿que Quien-tú-sabes estaba enfadado? —Harry negó de nuevo con la cabeza—. Entonces, ¿qué es?

— Esta vez, no puede haber ninguna duda de que yo no tuve nada que ver con aquel incidente — dijo la profesora Umbridge.

Nadie le respondió.

Harry hizo memoria. En aquella ocasión estaba mirando a la profesora Umbridge a la cara… Le había dolido la cicatriz… y había notado algo raro en el estómago…, un extraño aleteo…, una sensación de júbilo… Pero, como es lógico, no la había reconocido, porque él se sentía muy desgraciado…

— No lo entiendo. ¿Se alegró de que le doliera la cicatriz? — preguntó Dennis.

— ¡Calla! — chistó Lavender, que estaba ansiosa por saber más.

La última vez me dolió porque él estaba contento —explicó—. Muy contento. Creía… que iba a pasar algo bueno.

— ¿Cómo sabes que creía que pasaría algo bueno? — preguntó Fred. No era el único que lo miraba con sorpresa y Harry se sintió un mono de feria.

— Si lo supiera te lo diría — replicó. Su respuesta los dejó a todos decepcionados.

Y la noche antes de que viniéramos a Hogwarts… —recordó el momento en que le había dolido mucho la cicatriz en el dormitorio que compartía con Ron en… — estaba furioso…

— ¿En dónde? — preguntó Justin.

— Será la sede de la Orden — replicó Susan. — El nombre está censurado.

El chico de Hufflepuff asintió.

Miró a Ron, que lo observaba a su vez con la boca abierta.

Podrías quitarle la plaza a la profesora Trelawney, Harry —murmuró, sobrecogido.

— Y seguramente harías un mejor trabajo — murmuró Ginny.

No estoy haciendo profecías —replicó Harry.

De acuerdo, pero ¿sabes lo que estás haciendo? —sentenció Ron, entre asustado e impresionado—. ¡Le estás leyendo la mente a Quien-tú-sabes, Harry!

— Es escalofriante — dijo Seamus. — Sin ofender.

Harry no se ofendió porque, si era sincero consigo mismo, incluso a él le provocaba escalofríos saber que tenía una conexión mental con Voldemort.

No —corrigió éste moviendo negativamente la cabeza—. Más que su mente es su… estado de ánimo, supongo. Recibo impresiones del estado de ánimo que tiene. Dumbledore me habló de esto el año pasado. Dijo que yo percibía cuándo Voldemort estaba cerca de mí, o cuándo sentía odio. Pues bien, ahora también noto cuándo está contento…

— Pues avísanos un día que esté triste para ir a por él, a ver si lo pillamos distraído — bromeó Tonks.

Harry agradeció el comentario a modo de broma, pues muchos alumnos volvían a mirarlo como si le tuvieran miedo.

Hubo una pausa. El viento y la lluvia azotaban el edificio.

Tienes que contárselo a alguien —sugirió Ron.

— Exactamente — dijo la señora Weasley con rapidez. Parecía preocupada.

La última vez se lo conté a Sirius.

¡Pues cuéntale lo que te ha pasado ahora!

No puedo, Ron —reflexionó Harry con gravedad—. La profesora Umbridge vigila las lechuzas y las chimeneas, ¿no te acuerdas?

— Eso es cierto — se lamentó Sirius. — Aunque quizá habrías podido encontrar otra forma…

— No hay muchas más formas que estén permitidas — le respondió Lupin. — La red flu está cerrada a los alumnos.

Entonces cuéntaselo a Dumbledore.

Él ya lo sabe, acabo de decírtelo —dijo Harry de manera cortante. Se puso en pie, cogió su capa del colgador y se la echó sobre los hombros—. No tiene sentido volver a contárselo.

Harry no pudo evitar mirar a Dumbledore, que tenía la vista fija en el suelo. Muchos alumnos pasaron la mirada de uno a otro, llenos de curiosidad.

Ron se abrochó el cierre de la capa mientras observaba atentamente a su amigo.

A Dumbledore le gustaría saberlo —afirmó.

Harry se encogió de hombros.

Vamos, todavía tenemos que practicar los encantamientos silenciadores.

— Vaya forma de cambiar de tema — comentó Alicia.

— Se nota que Harry no quería hablar de Dumbledore — respondió Angelina.

Harry no lo negó.

Recorrieron los oscuros jardines hasta el castillo, resbalando y tropezando por la hierba fangosa, pero no hablaron. Harry iba pensando. ¿Qué debía de ser lo que Voldemort quería que alguien hiciera, y que no se hacía suficientemente deprisa?

— ¿No podías meterte un poco más en su mente y averiguarlo? — preguntó Terry Boot.

Harry estuvo a punto de no responderle, pero Terry nunca hacía preguntas a mala fe, sino por curiosidad e interés real.

— No, eso era todo lo que sabía — contestó finalmente.

«… tiene otros planes, unos planes que puede poner en marcha con mucha discreción… Cosas que sólo puede conseguir furtivamente… Como un arma. Algo que no tenía la última vez.»

Harry no había vuelto a pensar en aquellas palabras desde hacía semanas; estaba demasiado absorto en lo que estaba ocurriendo en Hogwarts, demasiado ocupado pensando en las batallas con la profesora Umbridge, en la injusticia de la intromisión del Ministerio…

— No me sorprende que no pudieras pensar en ello — dijo Lupin. — Tuviste un comienzo de curso desastroso.

— Y tanto — murmuró Harry.

Pero en ese momento las recordó y le hicieron reflexionar. Cabía la posibilidad de que Voldemort estuviera furioso porque todavía no había podido hacerse con el arma, fuera cual fuese. ¿Habría desbaratado la Orden sus planes, habría impedido que se apoderara de ella? ¿Dónde estaba guardada? ¿Quién la tenía?

— Son preguntas muy interesantes — dijo Zacharias. — ¿Pero vamos a saber las respuestas en algún momento?

Miraba directamente a Harry, que se encogió de hombros.

— Yo todavía no las sé. Supongo que cuando leamos el futuro, quizá….

Smith le lanzó al chico que leía una mirada que decía a gritos "¡Lee más rápido!"

¡Mimbulus mimbletonia! —pronunció Ron, y Harry salió de su ensimismamiento justo a tiempo para pasar por la abertura del retrato y entrar en la sala común.

Por lo visto, Hermione se había acostado temprano, pero había dejado a Crookshanks acurrucado en una butaca y un surtido de gorros de elfo de punto, llenos de nudos, sobre una mesa junto al fuego.

Pansy soltó un resoplido muy fuerte.

Harry se alegró de que Hermione no estuviera allí, porque no le apetecía seguir hablando del dolor de su cicatriz ni que su amiga insistiera en que fuera a hablar con Dumbledore. Ron no paraba de lanzarle miradas de inquietud, pero Harry sacó sus libros de Encantamientos y se puso a terminar la redacción, aunque lo único que hacía era fingir que estaba concentrado. Cuando Ron anunció que él también se iba a la cama, Harry no había escrito casi nada.

— Weasley tendría que dejar un poco en paz a Potter — dijo un chico de segundo. — Está siendo un pesado.

— ¿Un pesado? — replicó Ron, enfadándose. — Harry acababa de leerle la mente a Quien-Tú-Sabes. Si consideras que soy un pesado por decirle que hablara con Dumbledore y por preocuparme, el que tiene un problema eres tú.

El chico se quedó algo parado, como si no hubiera esperado que Ron le contestara.

Pasó la medianoche, y Harry continuaba leyendo y releyendo un párrafo sobre los usos de la coclearia, el ligústico y la tármica sin entender ni una sola palabra.

— Habría sido más útil que te fueras a dormir — dijo Hermione.

— Yo creo que no — respondió Harry recordando lo que había sucedido aquella noche.

«Estas plantas resultan muy eficaces para la inflamación del cerebro, y de ahí que se empleen corrientemente en la fabricación de filtros para confundir y ofuscar, o allí donde el mago pretenda producir exaltación e imprudencia…»

… Hermione decía que Sirius estaba volviéndose imprudente porque se hallaba encerrado en…

Sirius hizo una mueca. Hermione tuvo cuidado de no cruzar miradas con él. Los alumnos, molestos por la censura, murmuraron cosas que Harry no entendió.

«… muy eficaces para la inflamación del cerebro, y de ahí que se empleen corrientemente…»

… El Profeta creería que Harry tenía el cerebro inflamado si se enteraba de que sabía lo que sentía Voldemort…

Eso le sacó una risita a más de uno, a pesar de la seriedad del asunto.

«… corrientemente en la fabricación de filtros para confundir y ofuscar…»

… «Confundir» era la palabra, sin duda; ¿por qué sabía él lo que sentía Voldemort? ¿Qué era aquella extraña conexión entre ambos que Dumbledore nunca había sido capaz de explicar satisfactoriamente?

— Eso queremos saber todos — dijo Malfoy en voz alta.

— Más vale que los libros lo expliquen — bufó Daphne, y Harry pensó que esa debía ser la primera vez que esos dos estaban de acuerdo en algo.

«… o allí donde el mago pretenda…»

… Qué sueño le estaba entrando a Harry…

«… producir exaltación…»

… Estaba tan calentito y cómodo en su butaca junto al fuego, escuchando el repiqueteo de la lluvia en los cristales de las ventanas, el ronroneo de Crookshanks y el chisporroteo de las llamas…

— Se va a dormir — declaró McLaggen. Con curiosidad, añadió: — Dime Potter, ¿tuviste otra pesadilla?

Harry negó con la cabeza y, para su asombro (y molesta), McLaggen pareció decepcionado.

El libro que Harry tenía en las manos resbaló y cayó sobre la alfombra de la chimenea, produciendo un ruido sordo. Harry ladeó la cabeza…

Volvía a caminar por un pasillo sin ventanas, y sus pasos resonaban en el silencio. La puerta que había al fondo fue aumentando de tamaño; el corazón de Harry latía muy deprisa por la emoción… Si pudiera abrirla, si pudiera pasar por ella…

Harry se sobresaltó. No recordaba haber soñado con el pasillo aquel día. Supuso que no le había mentido a McLaggen, pues andar por un pasillo no puede considerarse una pesadilla, aunque resultara un sueño muy frustrante.

Extendió un brazo… Las yemas de sus dedos estaban a sólo unos centímetros de la puerta…

¡Harry Potter!

Harry despertó sobresaltado. Todas las velas de la sala común se habían apagado, pero vio que algo se movía cerca de él.

— ¿Quién era? — exclamó Lavender, asustada.

No era la única que miraba hacia el libro con aprensión.

¿Quién está ahí? —preguntó incorporándose en la butaca. El fuego estaba casi apagado, y la estancia, oscura.

¡Dobby tiene su lechuza, señor! —dijo una vocecilla chillona.

Se oyeron suspiros de alivio por todo el comedor.

¿Dobby? —se extrañó Harry con una voz pastosa, y escudriñó la oscuridad hacia el sitio de donde procedía el sonido.

Dobby, el elfo doméstico, estaba de pie junto a la mesa donde Hermione había dejado media docena de gorros de punto.

— Hacía tiempo que no salía Dobby — sonrió Luna. — Me cae bien ese elfo.

— A mí también — dijo Harry.

Sus grandes y puntiagudas orejas sobresalían por debajo de lo que Harry sospechó que eran todos los gorros de lana que Hermione había tejido hasta entonces;

Hermione jadeó.

— ¿Qué?

Harry evitó su mirada.

los llevaba uno encima de otro, y su cabeza parecía dos o tres palmos más larga. En lo alto de la borla del último gorro estaba posada Hedwig, que ululaba tranquilamente y, según todos los indicios, curada.

Ginny sonrió y Lavender pareció muy aliviada.

Dobby se ofreció voluntario para devolverle la lechuza a Harry Potter — explicó el elfo con voz de pito mientras miraba con manifiesta adoración a Harry—. La profesora Grubbly-Plank opina que ya está bien, señor —añadió, e hizo una exagerada reverencia hasta que su puntiaguda nariz rozó la raída alfombra de la chimenea. Hedwig soltó un ululato de indignación y voló hasta el brazo de la butaca de Harry.

— Qué mona es — dijo Katie.

— Ya verás — susurró Ron. — Cuando se reanude el correo, Hedwig va a tener un centenar de fans mirándola traerte el periódico.

Harry soltó una risotada.

¡Gracias, Dobby! —exclamó el chico al mismo tiempo que acariciaba la cabeza de su lechuza y pestañeaba para borrar de su mente la imagen de la puerta que había visto en sueños y que parecía tan real…

— La casa del señor Bryce era real — dijo Justin. — Así que me apuesto lo que queráis a que esa puerta también lo es.

— La cuestión es, ¿dónde está la puerta? — preguntó Hannah. — ¿Y a dónde lleva?

— Y lo más importante, ¿por qué Harry sueña con ella? — añadió Susan.

Harry era sin duda quien más ganas tenía de saber todas esas respuestas.

Entonces miró con más detenimiento a Dobby y vio que el elfo también llevaba varias bufandas e innumerables calcetines, de modo que sus pies parecían desmesurados para su cuerpo.

Algunos se echaron a reír al imaginárselo.

Oye, ¿has cogido todas las prendas que Hermione ha dejado por ahí?

¡Oh, no, señor! —repuso Dobby alegremente—. Dobby también ha cogido unas cuantas para Winky, señor.

— Espera… — dijo Hermione lentamente. Harry se preparó para la explosión. — ¿Solo para Winky? Sin duda, también habrá dejado algo para el resto de elfos.

Harry no dijo ni una palabra.

¡Ah, sí! ¿Cómo está Winky? —le preguntó Harry. Dobby agachó ligeramente las orejas.

Winky todavía bebe mucho, señor —afirmó con pesar, mirando al suelo con sus enormes, redondos y verdes ojos, del tamaño de pelotas de tenis—.

— Pobrecita — dijo Luna.

Siguen sin interesarle las prendas de ropa, Harry Potter. Y a los otros elfos domésticos tampoco. Ya nadie quiere limpiar la torre de Gryffindor porque hay gorros y calcetines escondidos por todas partes; los encuentran insultantes, señor.

Hermione volvió a jadear.

— ¡Ja! — exclamó Pansy. — ¡Te lo dije, Granger! Has estado perdiendo el tiempo.

Dobby lo hace todo él solo, señor, pero a Dobby no le importa, señor, porque él siempre confía en encontrarse a Harry Potter, y esta noche, señor, ¡se ha cumplido su deseo!

— ¡Oh, no! — exclamó Hermione, horrorizada. — ¿Dobby ha estado limpiando la sala común él solo? — Miró a Harry y el chico se encogió bajo la fuerza de su mirada. — ¿Por qué no me lo dijiste?

— Solo te habría disgustado saberlo — replicó Harry. — Y dudo que hubieras parado de intentar liberar a los elfos.

— ¡Claro que no habría parado! Pero habría buscado otra táctica.

Hubo gemidos y quejas desde varis lugares del comedor. Pansy se puso en pie.

— Granger, déjalo ya — dijo en voz alta. — ¿No ves que los elfos no quieren ser libres? Son felices así.

— ¿Cómo saben que son más felices así si nunca han conocido la libertad? — replicó Hermione.

La profesora McGonagall decidió intervenir:

— Ya hemos tenido esta discusión. Continuemos la lectura.

El chico de Hufflepuff siguió leyendo con tal rapidez que a Harry le dio la impresión de que no quería darle tiempo a Hermione de que siguiera hablando de elfos.

El elfo volvió a hacer una reverencia—. Pero Harry Potter no parece contento —prosiguió Dobby, enderezándose de nuevo y mirando tímidamente a Harry—. Dobby lo ha oído hablar en sueños. ¿Tenía Harry Potter pesadillas?

Sí, aunque no eran muy desagradables —explicó Harry bostezando y frotándose los ojos—. Las he tenido peores.

Algunos lo miraron con pena. Harry tuvo que respirar hondo para no decirle nada a un par de chicas de tercero que se habían puesto a murmurar mientras lo observaban.

El elfo contempló a Harry con sus enormes ojos como esferas. Entonces se puso muy serio y, agachando las orejas, dijo:

A Dobby le encantaría poder ayudar a Harry Potter, porque Harry Potter le dio la libertad a Dobby, y Dobby es mucho, mucho más feliz ahora.

Se escuchó un "Ohhhhhh" colectivo. A Harry no dejaba de sorprenderle el cariño que los estudiantes le habían tomado a Dobby.

Harry sonrió.

No puedes ayudarme, Dobby, pero gracias de todos modos.

Se agachó y recogió su libro de Pociones. Tendría que intentar terminar la redacción al día siguiente. Cerró el libro, y en ese instante la luz del fuego iluminó las delgadas cicatrices blancas que tenía en el dorso de la mano, resultado de sus castigos con la profesora Umbridge.

Esta vez, Harry hizo contacto visual con Umbridge. Solo duró unos instantes, pero fue ella quien apartó primero la mirada y eso hizo sentir bien a Harry.

Un momento, quizá sí puedas hacerme un favor, Dobby —dijo Harry muy despacio.

— ¿Vas a pedirle que tire a Umbridge por las escaleras? — dijo Fred, esperanzado. Tuvo la presencia de no decirlo en voz alta, ya que todos sabían que la profesora no se lo tomaría muy bien.

El elfo miró a Harry sonriente.

¡Harry Potter sólo tiene que pedírmelo, señor!

Necesito encontrar un sitio donde veintiocho personas puedan practicar Defensa Contra las Artes Oscuras sin que las descubra ningún profesor, sobre todo — añadió, agarrando con tanta fuerza el libro que las cicatrices brillaron con un tono blanco y perlado— la profesora Umbridge.

— Qué poético — comentó Luna. Cuando varias personas se le quedaron mirando como si estuviera loca, añadió: — Es curioso que le brillen las cicatrices que le hizo la profesora Umbridge justo cuando está conspirando contra ella. Hay algo poético en ello, ¿no os parece?

— A mí me parece horrible — respondió Hannah con voz queda.

Harry se tapó el dorso de la mano, ocultándolo de las miradas curiosas.

Se había imaginado que la sonrisa del elfo desaparecería con rapidez y que Dobby agacharía las orejas o diría que eso era imposible, o como mucho que intentaría buscar algún sitio, pero se equivocó. Lo que no esperaba era que Dobby pegara un saltito, agitando alegremente las orejas, y diera una palmada.

¡Dobby conoce el sitio perfecto, señor! —exclamó—. Dobby oyó hablar de él a los otros elfos domésticos cuando llegó a Hogwarts, señor. ¡Lo llamamos la Sala que Viene y Va, señor, o la Sala de los Menesteres!

El ambiente entre los alumnos se animó de golpe.

— ¿Qué sitio es ese? — preguntó alguien de tercero.

— A mí no me suena — replicó un Ravenclaw con el ceño fruncido.

Hubo risitas y silbidos por todo el comedor. Harry pensó que ya no podía sentir más vergüenza, porque seguramente se le derretiría la cara si enrojecía aún más.

— Así acaba — anunció el chico de Huffepuff.

— ¿Le importa leer el título del siguiente capítulo? — pidió Dumbledore. El chico asintió, pasó la página y leyó:

— El león y la serpiente.

LA HISTORIA NO ES MIA SINO DE LUXERII EN FFNET 

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