jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, pausa


Dumbledore se puso en pie.

Muy bien. Hemos terminado por hoy. Espero que descanséis bien para que mañana podamos continuar con energías renovadas.

El comedor se llenó de ruido al levantarse al mismo tiempo un centenar de alumnos.

— Ha sido un día intenso — sonrió Sirius, acercándose a Harry y dándole un par de palmadas en la espalda. — Lo de antes no iba en broma. Creo que tanto Ron como tú necesitáis una charla urgente sobre cómo tratar a una chica en una cita. Eso de no sacarla a bailar… — negó con la cabeza, lleno de decepción.

Harry miró de reojo a Ron y vio que, como a él, la idea no le hacía mucha gracia. Sin embargo, Ron dio un paso hacia Sirius, pero Harry se preguntó si se debía a que estaba dispuesto a recibir consejos (probablemente nefastos, según Lupin) sobre citas o si lo que quería realmente era huir de Hermione.

Y es que la tensión entre ellos podía cortarse con un cuchillo. No hacía falta ser un genio para notar que evitaban que sus miradas se cruzaran. Hermione se había girado hacia Luna y fingía estar interesada en la conversación que ella y Neville tenían en ese momento. Ron la miraba con disimulo cada pocos segundos, pero cada vez que ella hacía el amago de girarse hacia él, Ron apartaba la mirada.

A decir verdad, Harry estaba un poco preocupado por ellos. Puede que el romance no fuera su punto fuerte, pero no era estúpido: la pelea del año anterior en el baile de Navidad había sido obviamente un ataque de celos. No era la primera vez que la idea de que Ron y Hermione comenzaran a salir aparecía en su mente, pero nunca antes le había parecido tan real la posibilidad de que eso sucediera.

En parte, era una idea que no le molestaba. Quizá así se pelearían menos y serían más felices, y Harry se alegraría por ellos. Por otro lado, las parejas tienden a pasar más tiempo a solas… y ellos siempre habían sido un grupo de tres. ¿Qué pasaría si empezaran a salir? ¿Se olvidarían de él? ¿Le darían de lado? Se sentía culpable por pensarlo, pero al mismo tiempo tenía una vocecita en la cabeza que le decía "Ya no querrán pasar tiempo contigo".

Notó en ese momento un golpe en el brazo.

— Harry, despierta — Era Ron. Lo miraba con una ceja alzada. — Te he preguntado si te vienes.

El comedor se hallaba mucho más vacío que antes, por lo que el camino hacia las puertas estaba mucho más despejado.

— Eh… sí, vamos — replicó Harry, echando a andar hacia la salida. Ron y Hermione seguían sin mirarse y Harry se preparó mentalmente para la incomodidad que iba a sentir durante las próximas horas.

Sin embargo, no llegaron a las puertas del comedor. Cuando apenas faltaban unos metros, Snape apareció de la nada, con su ceño fruncido y una profunda expresión de desagrado que claramente iba dirigida a Sirius.

— Potter, tienes un castigo que cumplir conmigo hoy. Empezaremos inmediatamente.

— Al menos dale una hora para descansar antes de torturarlo — gruñó Sirius.

Snape lo miró con desdén.

— Estoy seguro de que sobrevivirá. Vamos, Potter.

Por una vez, Harry se alegró de ir a un castigo, porque eso implicaba no tener que soportar la tensión entre sus amigos. Se despidió rápidamente de ellos y siguió a Snape hasta las mazmorras.

Cuando llegó, se sorprendió al ver que Malfoy ya estaba allí de pie, esperando frente a la puerta del aula de pociones. Snape abrió la puerta y ambos chicos lo siguieron sin decir ni una palabra.

Las siguientes dos horas pasaron muy lentamente para Harry. Mientras Malfoy copiaba líneas, Harry clasificaba escarabajos según sus propiedades. Había intentado leer la frase que Snape había obligado a copiar a Malfoy, pero estaba sentado a una distancia considerable de su mesa de trabajo y el pergamino quedaba medio oculto tras su brazo. Además, estaba seguro de que Snape había adivinado sus intenciones, porque había elegido justo ese momento para recordarle que tenía otros tres cubos llenos de escarabajos por clasificar.

Se preguntó si Ron y Hermione estarían cumpliendo castigo con McGonagall. Si era así, se alegraba de no estar en esa aula.

Tras dos horas de trabajo, Snape les informó de que podían marcharse. Mientras Malfoy le enseñaba el pergamino al profesor, Harry cerraba los recipientes llenos de escarabajos y se lavaba las manos. Salieron de la mazmorra al mismo tiempo, en silencio, ambos demasiado metidos en sus pensamientos (y aturdidos por el aburrimiento de las últimas dos horas) como para decir algo.

Al llegar a un cruce, Malfoy siguió su camino hacia el interior de las mazmorras, rumbo a su sala común, sin decirle a Harry ni una sola palabra de despedida. Por su parte, Harry comenzó su recorrido hacia la torre de Gryffindor en soledad.

Y entonces sucedió. Vio algo oscuro, como si una sombra hubiera aparecido de la nada, y sintió más que vio el maleficio que volaba en su dirección. El hechizo rebotó en la pared justo detrás de Harry, que sacó su varita de inmediato.

— ¡Expelliarmus! — gritó Harry.

Notó una segunda maldición rozarle y se lanzó al suelo, escondiéndose detrás de una armadura. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién le atacaba? El corazón le latía con rapidez cuando asomó la cabeza desde detrás de la armadura y lanzó un desmaius hacia el final del pasillo, donde había alguien de pie. Alguien con una capucha negra.

El desconocido esquivó el hechizo y lanzó otro que impactó en la armadura con un gran estruendo. Decidiendo que no podía seguir escondido, Harry salió de detrás de la armadura.

— ¡Expelliarmus!

Esta vez dio en el clavo. La varita del desconocido voló de sus manos y cayó al suelo. Harry se lanzó a por ella, pero el encapuchado llegó antes que él y la recogió con un movimiento rápido antes de salir corriendo.

Harry salió detrás de él pero, cuando llegó al final del pasillo y giró a la derecha, ya no había nadie.

Notaba el corazón latirle con fuerza. Sin perder ni un segundo, echó a correr hacia el despacho de Dumbledore. Corría tan rápido que no tardó ni dos minutos en llegar frente a la gárgola.

— ¡Tengo que hablar con el profesor Dumbledore! — dijo sin aire, pero la gárgola no se movió. — No recuerdo la contraseña. ¿No puedes dejarme pasar? ¡Es importante!

La gárgola no se movió ni un centímetro.

— ¡Meigas fritas! ¡Sorbete de limón! ¡Ranas de chocolate! ¡Grageas!

Por suerte, la gárgola aceptó alguna de sus respuestas como correcta, porque en ese momento decidió permitirle la entrada. Harry irrumpió en el despacho de Dumbledore y, nada más dar un paso en su interior, se sorprendió al ver que Sirius y el profesor Lupin se encontraban allí también.

— ¡Harry! — exclamó Sirius. — ¿Qué haces aquí?

Dumbledore estaba sentado en su escritorio, con la vista fija en un pergamino que tenía frente a él. Sirius y Lupin estaban sentados en las sillas que había junto a la mesa y Harry tuvo la sensación de que debían de haber estado hablando de algo importante.

— Señor… ¡Uno de ellos me ha atacado! — exclamó. Todavía le faltaba el aire de tanto correr.

— ¿Te han atacado? — gritó Sirius.

— ¿Uno de ellos? — repitió Lupin al mismo tiempo. — ¿A qué te refieres?

Dumbledore no se movió. Seguía con la vista fija en el pergamino y Harry se enfadó durante un instante antes de recordar lo que le habían contado sobre el motivo por el que el director no se atrevía a mirarle a los ojos.

— Una de las personas del futuro — explicó Harry. Aún tenía la varita en la mano, detalle que no pasó desapercibido para ninguno de los presentes.

Les contó lo sucedido. Cómo había salido de las mazmorras con intención de volver a la sala común y alguien con una capucha negra le había lanzado varias maldiciones. Sirius y Lupin lo escuchaban con gran interés y preocupación. Dumbledore parecía pensativo.

— ¿No se supone que están de nuestra parte? ¿No se supone que son de fiar? — exclamó Harry finalmente. — ¿Por qué me han atacado? ¿Quién era esa persona?

— Eso mismo quiero saber yo. ¿Quién se ha atrevido a atacarte en Hogwarts? ¡Lo encontraré y le haré pagar! — dijo Sirius, con pinta de estar muy indignado. De hecho, a Harry le dio la sensación de que su padrino estaba exagerando un poco.

— Sirius… — habló Lupin en tono de advertencia.

— Dime, Harry… — dijo Dumbledore, ignorando sus preguntas. — ¿Cómo conseguiste huir? ¿Qué hechizo utilizaste?

— Lo desarmé — afirmó Harry. — Pero recogió su varita del suelo y entonces echó a correr. No pude seguirle.

Dumbledore asintió. Tras unos segundos de silencio, suspiró y dijo:

— Las personas que han venido desde el futuro son muy poderosas, Harry. Ninguna de ellas se acobardaría ante un alumno de quinto lanzándoles un hechizo de desarme — dijo. — Sin ofender — añadió al ver la cara de incredulidad de Harry.

— Pero señor…

Harry no entendía nada. ¿Qué diantres quería decir Dumbledore con eso? ¿Qué no lo habían matado porque no habían querido?

— Estoy bastante seguro de que la persona que te ha atacado no es uno de nuestros visitantes del futuro — explicó Dumbledore. — Si así fuera, no se habrían conformado con lanzarte un par de encantamientos que ni siquiera dieron en el blanco, ni habrían huido al perder la varita momentáneamente. De hecho, todos esos datos me llevan a pensar que seguramente tu atacante fuera un alumno frustrado por la lectura.

— ¿Un alumno? — repitió Harry, escéptico. No había podido ver bien la silueta de su agresor, pero no le había parecido un alumno.

— Quizá a alguien no le ha hecho mucha gracia pasar tantas horas leyendo sobre tu vida y ha decidido descargar su frustración contigo — dijo Lupin. — Tendría sentido.

— Aun así — intervino Dumbledore, quizá porque vio que Harry estaba a punto de replicar. — Le comunicaré todo esto a los miembros de la Orden para que peinen el castillo. Si hay alguien aquí que no deba estar, lo sabremos.

Harry asintió.

— Solo te pido una cosa, Harry — siguió Dumbledore. — Que no se lo cuentes a nadie. A nadie que no sea de confianza, claro. Creo que causaría alarma entre los estudiantes y eso es lo último que necesitamos.

Harry no daba crédito a lo que oía.

— Pero señor, si hay alguien peligroso por ahí suelto, ¿no es mejor que lo sepan?

— Reitero que no creo que haya nadie peligroso en Hogwarts. Sin embargo, mientras no haya confirmación, es mejor mantener la calma, ¿no crees?

Harry no sabía qué creer.

— Te acompaño a la sala común — dijo Sirius, poniéndose de pie.

Harry se despidió de Dumbledore y de Lupin, todavía bastante confuso, y salió del despacho con Dumbledore.

— ¿Es cosa mía o le ha importado bastante poco lo que le he contado?

— No es que no le importe — dijo Sirius rápidamente. — Es que todos los detalles apuntan a que no se trata de alguien del futuro. Yo también creo que ha debido de ser algún alumno intentando molestarte.

Harry frenó en seco.

— ¿Y cómo estás tan seguro? Habéis llegado a esa conclusión muy rápidamente.

— Porque usamos la lógica — bufó Sirius. — Oh, vamos, Harry. Relájate. Tenemos en Hogwarts a algunos de los mejores aurores del ministerio. ¡Tenemos a Moody! Si hay un loco suelto, nos enteraremos.

A Harry le seguía pareciendo todo muy raro. Cuando llegó a la torre de Gryffindor, se despidió de Sirius y cruzó el hueco del retrato para entrar en la sala común. Ron y Hermione aún no habían llegado, pero Ginny y Neville estaban en una de las mesas, charlando animadamente.

— Hey, ¿y esa cara? — le dijo Ginny nada más verlo acercarse.

— Os tengo que contar algo.

Y eso hizo. De la misma manera que había relatado los hechos en el despacho de Dumbledore, los compartió también con Ginny y Neville, que parecieron mucho más preocupados que el director.

— ¿Qué alumno haría eso? A mí me parece muy raro — dijo Ginny.

— Pues eso mismo digo yo — respondió Harry. — No sé… No entiendo nada.

Neville parecía aterrorizado.

— ¿Y si las personas del futuro no están de nuestro lado? — dijo.

— Han tenido muchas oportunidades de matarnos y no lo han hecho — replicó Harry, aunque sin mucho convencimiento. Cuánto más tiempo pasaba, menos claras tenía las intenciones de la gente del futuro.

El retrato se abrió y Ron y Hermione entraron juntos. Lo primero que notó Harry es que no parecían enfadados, y eso lo llenó de alivio. No estaba de humor para lidiar con esos temas.

— ¿Pasa algo? Tenéis unas caras… — dijo Hermione nada más acercarse. Harry les hizo señas a Ron y Hermione para que se sentaran y les contó la misma historia en susurros apresurados.

— Os lo dije, ¡os lo dije! — bufó Ron. — Os dije que no eran de fiar. ¡No sabemos nada de ellos!

— Puede que el profesor Dumbledore tenga razón y solo haya sido un alumno… — habló Hermione. No sonaba nada convencida.

— No te lo crees ni tú — replicó Ron. — También hubo una pelea entre ellos, ¿recordáis? Lo que vio Percy.

— Ya estuvimos hablando sobre el tema y decidimos confiar en ellos — dijo Ginny.

Neville lo observaba todo con los ojos como platos y sin decir nada.

— Pero esto confirma las sospechas que teníamos — respondió Ron. — Vino gente del futuro. Gente con buenas intenciones, por eso nos dieron los libros. Pero, de alguna manera, alguien se infiltró entre ellos y está tratando de contactar con Quien-Vosotros-Sabéis a través de Snape. Lo escuchamos perfectamente, ¿recordáis?

Harry lo recordaba con todo detalle. Aún no tenía ni idea de por qué aquel encapuchado le había estado pidiendo favores a Snape, pero pensar en ello le producía escalofríos. Y el ataque de hoy… y la pelea entre encapuchados que Percy había presenciado el primer día… Todo se sumaba y formaba una imagen mental muy preocupante.

— Vaya, vaya.

Harry casi saltó al escuchar la voz de Fred muy cerca de él.

— Hemos aprendido la lección — dijo George. — Si Harry está cuchicheando en una esquina, algo pasa. Y me duele mucho que no nos lo contéis.

Harry intercambió miradas con sus amigos antes de suspirar y, por cuarta vez en menos de una hora, contar la misma historia.

— Vale, eso no tiene buena pinta — admitió Fred cuando Harry terminó de relatarle el ataque.

— Yo estoy con Dumbledore. Seguro que fue un alumno — dijo George.

— ¿Por qué estás tan seguro? — preguntó Hermione.

George rodó los ojos.

— Por el mismo motivo por el que Dumbledore lo está. Si una de las personas del futuro atacara a Harry, lo dejaría hecho pedacitos. Estamos hablando de gente que ha conseguido viajar años atrás en el tiempo. ¿Sabes lo poderosos que deben ser? ¿En serio creéis que se acobardarían ante un alumno de quinto lanzándoles un hechizo de desarme?

— Eh, eso es exactamente lo que ha dicho Dumbledore — se sorprendió Harry. — Palabra por palabra.

George se encogió de hombros.

— Es que es lo lógico, Harold. Yo creo que no tienes nada de lo que preocuparte.

Pero Harry seguía sin estar convencido. De hecho, pasaron gran parte de la tarde hablando del tema, hasta que le habían dado tantas vueltas que ya nada tenía sentido.

El resto de la noche transcurrió con normalidad. A la hora de ir a la cama, Harry decidió preguntarle a Ron algo que había querido saber desde hacía horas, pero no se había atrevido a sacar el tema en la sala común:

— ¿Qué tal el castigo con Hermione? — dijo, esperando que su tono sonara jovial.

Hubo unos segundos de silencio, aunque quizá se debieron a que Ron estaba luchando por meter la cabeza dentro de su jersey de pijama.

— A los diez minutos, McGonagall ha salido a hacer un recado y nos ha dejado solos, así que hemos aprovechado para hablar... en fin, del baile.

— ¿Y?

— Hemos decidido que lo que estamos leyendo sucedió hace mucho tiempo y que no tiene sentido darle importancia ahora. Ha pasado un año entero.

Harry asintió. No sabía si eso era algo bueno o no, pero al menos significaba que no iban a pelear por ese tema.

Esta vez, Harry no se sorprendió al encontrar bajo su almohada el libro sobre Oclumancia y una nueva carta escrita a mano.

— ¿Qué dicen hoy? ¿Mencionan algo de… — Ron miró alrededor, vio que Seamus y Dean estaban distraídos, y susurró: —… de lo del ataque?

— No — respondió Harry, echándole un vistazo rápido al pergamino. — Solo son más ejercicios para vaciar la mente. Al menos hoy no me han pedido que aprenda a respirar.

Ron soltó una risita y se metió en la cama.

— Buenas noches — le dijo, cerrando las cortinas.

— Buenas noches — replicó Harry, sentándose en su cama y corriendo las cortinas también. Leyó el pergamino un par de veces y se metió bajo las sábanas, planteándose si hacer los ejercicios o no.

Por un lado, después de lo que había pasado esa tarde con aquel encapuchado, no tenía ningunas ganas de seguir las órdenes de ninguno de ellos. Por otro lado, no veía qué podía tener de malo aprender a relajarse y vaciar la mente en momentos de estrés… y mucho menos si lo que Dumbledore le había contado era cierto y Voldemort podía intentar acceder a sus pensamientos.

Por ese motivo, cerró los ojos y comenzó a practicar los ejercicios que venían detallados en la carta. Durante un momento, deseó que Ginny estuviera allí, pero enseguida apartó ese pensamiento y, eventualmente, se quedó dormido.

La mañana del diez de diciembre amaneció nublada, cosa que no sorprendió a absolutamente nadie.

— ¿Todo bien? — le preguntó Ron a Harry nada más levantarse de la cama.

— Sí, no te preocupes — respondió Harry, frotándose la cicatriz. Recordaba vagamente haber soñado algo esa noche, pero era incapaz de encontrarle el sentido a las pocas imágenes borrosas que quedaban en su mente.

Bajaron a la sala común, donde Hermione y Ginny estaban esperándolos.

Lo primero que notó Harry fue que Ron y Hermione se saludaron de manera muy formal y educada, casi como si fueran desconocidos.

Armándose de paciencia, Harry lideró el camino hacia el comedor, aunque enseguida deseó haberse quedado en la sala común. Por donde pasaban, los seguían los susurros y las risitas de decenas de alumnos a los que la palabra "disimulo" les debía ser totalmente desconocida. Harry notó que la mayoría se fijaban en Ron y Hermione, que estaban haciendo un gran esfuerzo por mantener la mirada fija hacia delante y no responderle a nadie.

— ¿Para cuándo la boda, Weasley? — exclamó un Slytherin de sexto, provocando una oleada de risas en su grupito de amigos.

— No hagáis ni caso — dijo Ginny.

Los cuatro siguieron andando hacia el comedor, cada vez más rápido, pero era cuestión de tiempo que otro grupo se atreviera a hablarles directamente:

— ¿Granger te ha dado calabazas? — preguntó una chica de tercero.

— Debe ser eso. Después de lo que leímos ayer, es obvio que a él le gusta ella… — replicó una amiga suya cuando Ron no dijo nada. Ambas se deshicieron en risitas y Ron estuvo a punto de decir algo, pero Hermione susurró:

— Ignóralas. No merece la pena…

Para cuando llegaron al comedor, ambos estaban rojos como tomates, cosa que solo hizo que recibieran más miradas.

Harry desayunó tan rápido como pudo. Tenía muchas ganas de huir del comedor. Las miraditas y los cuchicheos sobre su vida y sobre las de sus amigos ya eran bastante desagradables, pero si se les añadía la tensión que volvía a haber entre Ron y Hermione, la situación se hacía insoportable. Lo único que deseaba Harry era alejarse de allí cuanto antes.

Echando un vistazo a su alrededor, notó que Sirius todavía no había bajado a desayunar. Era la excusa perfecta.

— Me tengo que ir. He quedado con Sirius para hablar de… lo de ayer — dijo, esperando que Ron y Hermione entendieran que se refería al ataque.

— Vale, nos vemos luego en la sala común — dijo Hermione.

— Yo también me voy ya — dijo Ginny, cogiendo su último trozo de tostada y poniéndose en pie. — Se me ha olvidado coger una cosa del dormitorio.

— ¿El qué? — preguntó Ron.

— Una cosa.

Harry y Ginny salieron del comedor. Para su sorpresa, la gente estaba tan pendiente del hecho de que Ron y Hermione se habían quedado solos que nadie les hizo caso al pasar.

— ¿Vamos a dar una vuelta? — sugirió Ginny.

Harry frenó en seco.

— ¿No se te había olvidado una cosa en el dormitorio? — preguntó, confuso.

Ginny soltó una risita.

— ¿En serio te lo has creído? Ni siquiera he buscado una excusa decente. Solo quería alejarme de ellos.

— Yo también — admitió Harry.

— Lo sé. Has sido tan obvio como yo.

Harry bufó.

— Al menos yo les he dado una excusa creíble — replicó, echando a andar sin un rumbo fijo. Le agradaba la idea de dar una vuelta por el castillo con Ginny.

— Para no ser creíble, bien que te la has tragado — respondió ella, sonriente.

Continuaron así, caminando y charlando durante un buen rato. No fueron a la torre de Gryffindor, ni a buscar a Sirius. Por ello, nunca supieron que Ron y Hermione habían salido tras ellos tan solo un par de minutos después de su partida.

— Quizá Sirius tenga más información sobre lo que pasó ayer — dijo Hermione. No miraba a Ron, sino hacia delante, y Ron lo agradecía internamente. — Si los aurores estuvieron vigilando el castillo anoche, seguro que sabrán algo nuevo…

— O no. Parecían muy convencidos de que fue un alumno quien… ya sabes.

Ron no se atrevió a decir en voz alta nada sobre el ataque, por miedo a que alguna de las personas con las que se cruzaban estuviera escuchando. Estaban de camino a la sala común, donde pretendían esperar a que Harry volviera de hablar con Sirius para escuchar la nueva información que tuviera.

Era una excusa, por supuesto. No habían aguantado estar sentados juntos en el comedor mientras todo el colegio los miraba y murmuraba entre risitas. La tensión en el comedor había sido insoportable. Las miradas de la gente resultaban una molestia, pero eran los murmullos y las risitas las que hacían que a Ron se le pusieran los pelos de punta. Ron siempre había querido ser el centro de atención, pero en ese momento daría lo que fuese por que la gente dejara de mirarlos a él y a Hermione como si fueran monos de feria.

Entraron a un pasillo y se encontraron de frente con un grupo bastante numeroso de Hufflepuffs de cuarto que inmediatamente empezaron a cuchichear.

Soltando un bufido de exasperación, Hermione dio media vuelta. Ron la siguió, algo aturdido, y ambos caminaron en silencio por un pasillo diferente que, afortunadamente, estaba vacío.

Ni siquiera habían llegado a la mitad del pasillo cuando Hermione paró en seco.

— Ya hemos hablado de este tema — dijo, irritada.

— ¿Eh?

Hermione lo miró con el ceño fruncido.

— Lo que hablamos ayer. ¿Acaso se te ha olvidado?

— Claro que no — replicó Ron, algo molesto. — ¿Qué pasa con lo que hablamos ayer?

— Dijimos que ha pasado todo un año desde lo del baile y que es mejor ignorarlo. No tenemos motivos para discutir. ¿Verdad?

— Exacto.

— Entonces, ¿por qué estás tan tenso? — estalló ella.

Ron soltó un bufido de indignación.

— No es por lo del baile. Y tú también estás muy rara.

— ¿Yo?

— Oh, venga ya — bufó Ron, harto. — ¿Es que no te molesta lo que va diciendo la gente?

— ¿El qué?

— Ya sabes… Lo que dicen de ti y de mí.

Hermione apartó la mirada en ese momento.

— Solo son tonterías — dijo finalmente.

— Ah, vale — replicó Ron, desinflándose. De pronto se sentía como si le hubieran dado un puñetazo. Tragó saliva y añadió: — Es que no quería que… que te pensaras algo que…

— ¿Yo? No, qué va. Para nada — contestó Hermione, girándose para mirarle con rostro serio.

— Vale, entonces todo bien entre nosotros, ¿no? — preguntó Ron.

— Sí, claro.

Siguieron andando. Apenas diez segundos después, Hermione volvió a romper el silencio:

— Voy al baño.

— Vale, te espero al final del pasillo — replicó Ron.

Hermione se metió por una puerta a la derecha.

Si Ron hubiera entrado con ella, la habría escuchado suspirar. La habría visto lavarse la cara con agua fría y mirarse al espejo, molesta y confusa. Quizá habría entendido que, para Hermione, no eran solo tonterías.

Pero no entró con ella. En su lugar, caminó hasta el final del pasillo y se quedó allí de pie, esperándola e ignorando a las personas que, de vez en cuando, cruzaban el pasillo y lo miraban.

Cuando un grupo de chicas de Ravenclaw entró en el pasillo, Ron se esperaba que sucediera lo mismo. Lo señalarían, murmurarían y se escucharían risas. No se esperaba que, tras unos segundos llenos de murmullos apresurados, todas las chicas del grupo excepto una se marcharan de allí sin decir nada.

— Hola — La chica restante se acercó a él, sonriente. A Ron le sonaba mucho y tardó un par de segundos en recordarla.

— ¡Oh! ¿Tú leíste ayer, no? — dijo.

Ella asintió y su sonrisa se ensanchó.

— Gracias por acordarte. Me llamo Melissa Brant, estoy en Ravenclaw.

— Yo soy Ron… — se calló al ver que ella soltaba una risita.

— Lo sé. Ya no queda nadie en el colegio que no sepa quién eres.

— Ah… — Ron no tenía ni idea de qué decir. ¿Era esto lo que sentía Harry cada vez que un desconocido se acercaba a hablarle? La sensación de estar teniendo una conversación con alguien que sabe cosas de ti, pero a quien tú no conoces, era mucho más extraña de lo que jamás habría imaginado.

— Me parece muy valiente lo que hiciste — le dijo Brant.

— ¿Eh? ¿El qué?

— Ya sabes. Bajar a la cámara, ir a salvar la piedra Filosofal… — enumeró ella, contando con los dedos. — Ponerte frente a Harry cuando creías que Black iba a asesinarlo…

— Ah… — A Ron le ardían las orejas. — No fue nada…

— ¡Claro que lo fue! Eres muy valiente. No me extraña que estés en Gryffindor.

— Eh… Gracias.

Ron no tenía ni idea de qué decir. No estaba acostumbrado a recibir cumplidos, y menos de parte de una chica.

— Me gusta la gente valiente, ¿sabes? — dijo Brant, dando un paso adelante. Ron estuvo a punto de alejarse un paso, pero se contuvo. No quería ser maleducado. — Quizá por eso me caes tan bien.

— Yo…

Ron escuchó la puerta del aseo de chicas abrirse. Cinco segundos después, Hermione estaba allí con ellos.

— Hola — dijo. Miraba a Brant con recelo, y Ron se preguntó si aún le tenía manía por haberles dicho que no tomaran chocolate sentados en el suelo hacía un par de días.

— Hola — replicó la Ravenclaw con un tono muy diferente al que había estado usando.

Hermione miró a Ron.

— Bueno, ¿nos vamos?

— Disculpa, estábamos hablando — dijo Melissa, observando a Hermione con desagrado.

— Ron me estaba esperando. Íbamos juntos — replicó Hermione.

— Oh — a Brant no pareció importarle. Miró directamente a Ron, como si Hermione hubiera dejado de existir, y dijo: — ¿Tienes algún plan para hoy?

— Eh… No.

Melissa le sonrió.

— Pues si te apetece, podemos ir a dar un paseo.

— Eh…

— Ron se ha equivocado. Sí que tenemos planes, ¿recuerdas? — resopló Hermione. — Harry debe estar esperándonos. Vamos.

Agarró a Ron del brazo y echó a andar, dejando atrás a la chica de Ravenclaw. Sin embargo, la voz de Melissa les llegó con claridad:

— Ya sabes, Ron. Si te apetece, búscame. No tienes por qué hacer lo que ella diga.

Hermione apretó el agarre sobre su brazo y caminó más rápido, prácticamente arrastrando a un muy confuso Ron.

— ¿A qué ha venido eso? — exclamó Ron en el momento en el que llegaron a otro pasillo desierto y Hermione le soltó. Se giró hacia él, furiosa:

— ¿Qué pasa? ¿Querías irte con ella? ¡Pues corre a buscarla!

— ¿Qué diablos te pasa? — exclamó Ron.

— Que teníamos planes. Habíamos dicho que íbamos a esperar a Harry en la sala común. ¡Tiene información importante sobre nuestra seguridad!

— ¿Y qué? Harry tardará en volver y lo sabes.

Eso solo hizo que Hermione se enfadara todavía más.

— Si tanto quieres irte con ella, ¡vete!

Hermione se fue hecha una furia. Ron se quedó allí parado, de pie en medio del pasillo, sin entender nada.

— ¡Ve tras Hermione!

Ron pegó un salto.

— ¿Quién anda ahí? — gritó Ron, mirando a su alrededor. La voz había venido de un pasillo contiguo.

Tras unos segundos, una figura encapuchada salió de su escondite y Ron, recordando lo sucedido el día anterior, sacó la varita de inmediato.

— ¿Qué haces aquí parado? — le regañó el desconocido. Tenía esa voz hechizada que ponía los pelos de punta.

— ¿Qué haces tú ahí escondido? ¿Quién eres? — exclamó Ron, dando un paso atrás y apuntándolo con la varita.

— Eso da igual — el encapuchado parecía exasperado. — Corre a hablar con Hermione.

— ¿Por qué? Es a ella a quien se le ha ido la cabeza — resopló Ron.

— No se le ha ido, ¡está celosa! Igual que tú en el baile. No seas estúpido, ¡ve detrás de ella!

Ron se quedó parado.

— No está celosa — replicó. Todavía tenía la varita en la mano y no tenía ni la más remota idea de por qué le estaba respondiendo al desconocido en vez de huir, pero había algo en él (¿o ella?) que le hacía pensar que no suponía un peligro. — Hace diez minutos dijo que…

En ese momento, el encapuchado dejó escapar un resoplido y se lanzó hacia delante. Ron soltó un grito ahogado a la vez que el desconocido lo cogía de los hombros y lo zarandeaba.

— Si no vas detrás de ella te vas a arrepentir, ¿me entiendes?

— ¡Suéltame!

El desconocido lo soltó.

— Mira, no tienes por qué escucharme — le dijo. Ron lo miraba con los ojos como platos y una expresión de pánico. — Pero al menos piensa, ¿qué es lo que quieres? ¿Estar con esa chica a la que ni conoces — el encapuchado señaló con el brazo en la dirección en la que Melissa Brant se había marchado — o con la chica que te gusta desde hace siglos?

Señaló entonces el lugar por el que Hermione se había ido.

— ¡Yo no he dicho que me guste! — exclamó Ron.

— ¡Deja de hacerte el tonto y échale valor! — gritó el encapuchado, haciendo que Ron diera un paso atrás. — O haz lo que quieras. El que pagará las consecuencias eres tú.

Con la misma rapidez con la que había aparecido, el desconocido se marchó.

Ron se quedó allí parado, solo. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que su cerebro tardó un par de minutos en salir del estado de shock.

Y entonces echó a andar.

Subió a la sala común, esperando encontrarla allí. Tras echar un vistazo rápido (y evitar a una horda de alumnos de primero que querían hacerle preguntas incómodas), salió por el hueco del retrato y se dirigió directamente a la biblioteca.

Esa era la regla de oro: si alguien quería encontrar a Hermione, debía ir a la biblioteca. Esta vez no era la excepción.

Hermione había encontrado una mesa vacía y había hundido la cabeza en un libro enorme. Ron se acercó a ella y se sentó a su lado, consciente de que algunas personas lo miraban desde sus respectivas mesas.

En cuanto se sentó, Hermione soltó un resoplido.

— Vaya, qué poco ha durado tu cita — dijo con frialdad.

— ¿Qué cita? — bufó Ron. — No he ido detrás de ella.

— ¿Ah, no? ¿Entonces por qué has tardado tanto en venir?

— He hablado con uno de ellos.

Eso hizo que Hermione lo mirara.

— ¿Uno… de ellos? — susurró. — ¿De los del futuro?

Ron asintió.

— ¡Ron! ¿Lo dices en serio? — Hermione miró alrededor y vio que más de un alumno tenía la vista puesta en ellos, unos con más disimulo que otros. — Tenemos que salir de aquí.

Hermione dejó el libro enorme en una estantería (Ron ni siquiera llegó a leer el título) y salieron de la biblioteca con rapidez. Hermione no volvió a hablar hasta que llegaron a un pasillo vacío:

— ¿Qué es lo que te ha dicho?

— Nada — replicó Ron.

Hermione frunció el ceño.

— ¿Cómo que nada? Algo te habrá dicho.

— Que no sea estúpido. Creí que iba a lanzarme un maleficio o algo — admitió Ron.

— ¿Y ya está? — dijo Hermione, incrédula. — ¿Por qué te dijo eso?

— Porque quería que viniera a hablar contigo.

— ¿Y eso?

— Oh, venga ya — bufó Ron. — Hermione, ¿podemos dejar de portarnos como si no tuviéramos ni idea de lo que pasa?

Hermione se quedó quieta.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó con cautela.

— Que lo del baile eran celos, y lo sabes — Ron notaba las orejas arder. Su cara debía ser equiparable a un tomate maduro. — Y el encapuchado dice que lo tuyo de antes también eran celos.

Hermione jadeó.

— ¿Qué? Menuda tontería, yo no…

— ¿Ah, no? — la cortó Ron. — Pues te has puesto de muy mal humor al ver a Melissa…

— Oh, ¿ahora es Melissa? — lo interrumpió Hermione.

— ¿Ves? Estás celosa — exclamó Ron, sintiendo una mezcla de incredulidad, emoción y nervios.

— No lo estoy.

— ¡Sí que lo está! — se oyó gritar a una voz desde el fondo del pasillo. Una voz hechizada.

Ron y Hermione se miraron durante un instante y, al mismo tiempo, salieron corriendo hacia el origen del ruido, pero cuando llegaron al final del pasillo solo encontraron un aula vacía.

— Puede tener una capa invisible — susurró Hermione, varita en mano.

Examinaron la estancia, pero si había alguien, se hallaba bien escondido.

— Vámonos de aquí. Este sitio me da escalofríos — dijo Ron, mirando un globo lunar lleno de polvo que parecía no haber sido usado en veinte años.

Salieron, manteniéndose alerta por si veían cualquier movimiento. Ron no sabía qué pensar. El tema de los encapuchados le tenía totalmente desconcertado, pero no tanto como la actitud de Hermione, que ahora caminaba con el ceño fruncido. Entre ellos había un silencio diferente al de antes, pero no menos tenso.

— ¿Volvemos a la sala común? — preguntó Ron, acobardándose. Hacía tan solo unos minutos, habían estado en medio de una conversación muy importante… pero ahora sentía que el valor le había abandonado de nuevo.

Hermione lo miró y, de pronto, se paró en seco en medio del pasillo.

— ¿Y después qué? — replicó. — ¿Fingimos que esta conversación nunca ha pasado?

Ron estuvo a punto de asentir, pero las palabras del desconocido aún estaban frescas en su memoria.

Haz lo que quieras. El que pagará las consecuencias eres tú.

— No — respondió Ron finalmente, con más valor del que recordaba haber sentido en su vida. — Porque creo que el encapuchado tenía razón. Estabas celosa.

Hermione se ruborizó.

— Y si yo estaba celoso y tú estabas celosa, es que hay algo… — dijo Ron. No sabía muy bien cómo expresarse, pero Hermione lo comprendió perfectamente.

— Ayer dijiste que ha pasado un año entero desde lo del baile y que no tiene importancia — dijo Hermione, dando un paso hacia él. — Y antes has dicho que no querías que yo pensara algo raro. ¿Y ahora dices esto?

— Un encapuchado me ha zarandeado como a un muñeco — replicó Ron. — Quizá eso ha hecho que mi cerebro se ponga en marcha. O quizá es que estoy harto de excusas.

Hermione lo miraba como si lo estuviera viendo por primera vez en su vida.

— Mira, no tienes por qué decirme nada — dijo Ron rápidamente. — No tiene por qué cambiar nada si no quieres.

— ¿Y si sí que quiero? — lo interrumpió ella.

Ron soltó un grito ahogado.

— Pues… Pues si sí que quieres…

Se hizo el silencio.

— ¡Bésala ya!

Ron y Hermione pegaron un salto. Era la misma voz hechizada de antes.

Pero investigar su procedencia podía esperar, porque Ron volvía a sentirse valiente. Dejó caer su varita, tomó la cara de Hermione entre sus manos y la besó.

Ninguno de los dos escuchó los vítores que procedían de ambos extremos del pasillo.


El fuego crepitaba en la chimenea al fondo de la estancia. Era impresionante cómo, a pesar del fuego, el lugar podía ser tan frío y oscuro.

— Si estuviera sucediendo algo en Hogwarts, me lo dirías, ¿no, Severus?

Su voz sonaba suave como la seda, pero Snape sabía perfectamente que eso solo significaba que debía tener más cuidado de lo usual con sus palabras.

— Por supuesto, mi señor.

Hubo un momento de silencio.

— Dudo, Severus. No me gustaría descubrir que mientes.

Snape, que había mantenido la cabeza agachada todo el tiempo, la levantó para mirar a Voldemort a la cara.

— Nunca me atrevería a mentirle — replicó.

Snape le mantuvo la mirada a Voldemort incluso después de notar una intrusión en su mente. Había estado preparado: sabía que vendría. Tras unos segundos, Voldemort no fue capaz de encontrar nada sospechoso en sus pensamientos.

— Ya veo. Aprecio tu lealtad — dijo Voldemort, y Snape volvió a agachar la cabeza. Había superado la prueba.

— Lucius me ha pedido que hable contigo, Severus, para que le envíes un mensaje a su querido Draco.

Suspiró lentamente, como si Lucius le hubiera pedido algo sumamente agotador. Pero Snape tenía la suficiente experiencia como para saber que lo que ese suspiro indicaba no era cansancio, sino fastidio. Y no había nada más peligroso que hacer enfadar al señor oscuro. Por ello, mantuvo la cabeza gacha y la mente alerta, hasta que Voldemort habló de nuevo:

— La preocupación de un padre no tiene comparación, ¿cierto? — El desdén en su voz era evidente. — Por supuesto, no te habría hecho venir hasta aquí si no fuera porque yo también tengo un mensaje para ti.

— ¿Un mensaje, mi señor?

— Quiero que cumplas la petición de Lucius. Harás que su pequeño Draco — dijo su nombre con suavidad, y Snape no tuvo ninguna duda de que Voldemort consideraba a Draco poco más que un gusano — escriba la carta que su padre tanto desea recibir. La escribirá frente a ti, y tú me la traerás.

— Así lo haré — afirmó Snape.

— Cumplirás mi orden palabra por palabra. El chico debe escribir la carta delante de ti. Sabré si mientes, Severus.

Snape asintió. No tenía ninguna duda de que el señor oscuro examinaría sus recuerdos para asegurarse de que la carta había sido escrita por Draco en una situación normal. Sus sospechas de que algo extraño sucedía en Hogwarts y en el ministerio cada vez eran más fuertes. Haciendo que Draco escribiera una carta frente a Snape mataba dos pájaros de un tiro: acallaba las quejas de Lucius y se aseguraba de que en Hogwarts todo funcionaba con normalidad.

— Hay algo más — siguió Voldemort. — He estado pensando en lo que me contaste sobre mi varita. No me agrada saber que no funcionará contra la de Potter.

Snape reprimió un escalofrío. Llevarle malas noticias al señor oscuro no solía acabar bien.

— He estado estudiando a diferentes creadores de varitas y ha llegado a mis oídos una historia… Dime, Severus, ¿has oído hablar de la Varita de Sauco?

— Sí, señor.

— Su origen es incierto, por supuesto. Muchos la consideran un mito. Yo… no.

Snape mantuvo el rostro impasible.

— Pero me falta información. Quisiera hablar con Ollivander en persona, pero mi estatus actual no me permite hacerlo — dijo Voldemort con sorna.

— Si me permite, señor — habló Snape con cautela. — Si alguien sabe si esa historia es cierta o no, ese es Dumbledore.

Podía notar los ojos de Voldemort clavados en él.

— Estoy seguro de que podría sonsacarle esa información sin levantar sospechas — continuó Snape cuando Voldemort no le interrumpió. — Solo tengo que decirle que algún alumno estaba leyendo ese cuento en clase y que le castigué por ello. No creo que encuentre nada sospechoso en una conversación sobre historias infantiles.

— De acuerdo, Severus. Te dejaré hacerlo a tu manera — respondió Voldemort finalmente. La suavidad en su voz hizo que a Snape se le erizara la piel. — No me falles.

— No lo haré.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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