jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 24

 La primicia de Rita Skeeter:


— De acuerdo, Severus. Te dejaré hacerlo a tu manera — respondió Voldemort finalmente. La suavidad en su voz hizo que a Snape se le erizara la piel. — No me falles.

— No lo haré.

Harry entró en el comedor de muy mal humor.

No había comenzado el día con buen pie. Para empezar, había vuelto a soñar con el cementerio. ¿Es que no se cansaba su cerebro de repetir una y otra vez la muerte de Cedric? Una vocecita en su cabeza le dijo que, quizá, si hubiera hecho caso a las instrucciones de los encapuchados y hubiera hecho los ejercicios mentales antes de irse a dormir, no habría tenido una pesadilla tan fuerte.

Pero es que la noche anterior no había tenido ningunas ganas de perder el tiempo aprendiendo a respirar y a vaciar su mente. Al subir al dormitorio, se había encontrado una nueva carta con varios ejercicios detallados y con órdenes expresas de leer uno de los capítulos del libro sobre Oclumancia que le habían prestado. Sin embargo, ¿por qué iba Harry a hacerles caso? ¿Por qué tenía que seguir sus instrucciones, cuando uno de ellos le había atacado a traición?

La primera noche tras el ataque, había decidido realizar los ejercicios que le pedían porque no veía nada de malo en aprender a hacerlos bien. Pero eso había sido antes de que Sirius le dijera, el día anterior, que los aurores habían peinado el castillo y que no había nadie peligroso. Y también había sido antes de que Ron y Hermione le contaran cómo uno de los encapuchados había zarandeado a Ron y los había guiado a ambos para que se declararan.

Eso último todavía le costaba pensarlo. Ron y Hermione…

Se lo habían dicho la tarde anterior, tras pasar un buen rato en una esquina, entre susurros apresurados, tratando de decidir cuál era la mejor forma de hacerlo. Como si Harry se lo fuera a tomar mal o algo.

Eran sus mejores amigos. Harry solo deseaba que fueran felices y, si eran felices juntos, genial.

¿Por qué entonces se sentía tan mal?

Quizá porque esa mañana, mientras Harry todavía estaba poniéndose el uniforme, Ron había salido del dormitorio y había bajado junto a Hermione al comedor, sin esperarlo. ¿Tan rápido se habían olvidado de él?

¿Y de qué iban los encapuchados? ¿Acaso no tenían mejores cosas que hacer que meterse en las vidas amorosas de los alumnos? Quién sabe, quizá conseguir que dos alumnos empezaran a salir era más importante que descubrir quién narices había atacado a Harry en las mazmorras.

En definitiva, Harry estaba de muy mal humor.

Cuando se acercó a la mesa de Gryffindor, vio que Ron le había dejado un hueco a su lado. Eso no lo animó. Preferiría que se hubiera olvidado de él completamente, para así poder enfadarse en paz.

— ¿Todo bien? No tienes buena cara — dijo Hermione nada más sentarse Harry.

Harry gruñó y empezó a servirse comida en el plato. Pudo notar cómo Ron y Hermione intercambiaban miradas, pero no quiso decirles nada.

Desayunaron rápido. Muy a su pesar, Harry podía sentir su enfado desinflarse cada vez más conforme pasaban los minutos. Y es que los esfuerzos de Ron y Hermione por incluirle en la conversación eran más que obvios, y Sirius había contado un chiste bastante bueno que lo había hecho sonreír contra su voluntad.

Para cuando el desayuno acabó, se sentía mucho mejor. No sabía si alegrarse por ello o no.

Dumbledore se puso en pie, provocando que las conversaciones entre los estudiantes cesaran de inmediato.

— Bienvenidos de nuevo. Espero que hayáis aprovechado bien el descanso de ayer —dijo Dumbledore en voz alta. Durante un momento, sus ojos parecieron detenerse en Ron y Hermione, aunque Harry pensó que quizá se lo había imaginado. — Lo que vamos a leer hoy será, sin duda, emocionante. Pero me temo que también leeremos momentos difíciles.

El silencio era casi total. Nadie tenía dudas sobre a qué se refería el director. Amos Diggory tenía la cabeza gacha y la vista fija en un punto del suelo.

— Si mis cálculos son correctos, hoy terminaremos el cuarto libro — continuó Dumbledore. — Tenemos un gran trabajo por delante, así que considero necesario empezar sin más demora. ¿Algún voluntario para leer el primer capítulo del día?

Pero saber que iban a leer sobre la muerte de Cedric ese mismo día hacía que la mayoría de las personas no sintieran ningunas ganas de ser quienes comenzaran la lectura.

Viendo que no había voluntarios entre el alumnado, el director se giró para mirar a los profesores.

— Hagrid, ¿te importaría? — dijo Dumbledore.

Harry se sorprendió. No era usual que el director nombrara a alguien en vez de esperar a que hubiera algún voluntario.

— Sin problema — respondió Hagrid, levantándose. Se acercó al atril y tomó el libro que Dumbledore le tendía.

— Pero antes... — dijo Dumbledore, haciendo un gesto con la mano que invitaba a todos los alumnos a ponerse en pie. Cuando todos hubieron cumplido, el director hizo una floritura con la varita para hacer desaparecer las mesas y reemplazarlas con sillones, sofás y todo tipo de almohadas.

Harry tragó saliva al notar que, esta vez, Dumbledore había escogido una gama de colores muy concreta. Tonos amarillos, dorados, negros. Un tributo a Cedric y a la casa de Hufflepuff que no pasó desapercibido para nadie.

Cuando todo el mundo se hubo sentado (armando mucho menos jaleo de lo usual), Hagrid habló con tono solemne:

— Este capítulo se titula: La primicia de Rita Skeeter — anunció.

Frunció el ceño en ese momento y Harry tardó varios segundos en entender por qué. El título del capítulo indicaba que iban a leer sobre aquel horrible artículo que Skeeter había escrito sobre Hagrid. ¿Lo sabía Dumbledore? ¿Por eso le había pedido a Hagrid que leyera? Harry no tenía ninguna duda de que así era.

Hagrid comenzó a leer.

Todos se levantaron tarde el 26 de diciembre. La sala común de Gryffindor se encontraba más silenciosa de lo que había estado últimamente, y muchos bostezos salpicaban las desganadas conversaciones. El pelo de Hermione volvía a estar tan enmarañado como siempre, y ella confesó que había empleado grandes cantidades de poción alisadora; «pero es demasiado lío para hacerlo todos los días», añadió con sensatez mientras rascaba detrás de las orejas a Crookshanks, que ronroneaba.

Harry oyó murmullos. Una valiente chica de tercero se atrevió a preguntar:

— ¿A qué te refieres con "grandes cantidades"?

— Usé un par de litros — admitió Hermione.

— Menuda exageración — Angelina parecía asombrada.

Ron y Hermione parecían haber llegado al acuerdo de no tocar más el tema de su disputa. Volvían a ser muy amables el uno con el otro, aunque algo formales.

Harry pensó que justo así era como se habían comportado tan solo un par de días atrás, tras leer todo lo relativo al baile de Navidad.

Los miró de reojo, evaluando su comportamiento actual. No estaban cogidos de la mano ni se hacían ojitos, pero era innegable que sus ojos brillaban más que de costumbre.

Ron y Harry la pusieron al tanto de la conversación entre Madame Maxime y Hagrid, pero ella no pareció encontrar tan sorprendente la noticia de que Hagrid era un semigigante.

A Hagrid también parecía hacérsele un poco extraño leer sobre sí mismo en tercera persona.

Bueno, ya me lo imaginaba —dijo encogiéndose de hombros—. Sabía que no podía ser un gigante puro, porque miden unos siete metros de altura.

— ¿Por qué Hermione siempre lo sabe todo? — exclamó un chico de segundo.

— Porque se pasa la vida en la biblioteca — replicó otro.

Hermione no lo negó.

Pero, la verdad, esa histeria con los gigantes... No creo que todos sean tan horribles. Son los mismos prejuicios que tiene la gente contra los hombres lobo. No es más que intolerancia, ¿verdad?

Se oyeron bufidos.

— No es comparable — dijo Sirius. — Es muy difícil encontrar gigantes amables.

— No lo es tanto — replicó Hagrid, antes de continuar leyendo.

Daba la impresión de que a Ron le hubiera gustado dar una respuesta mordaz, pero tal vez no quería empezar otra discusión, porque se contentó con negar con la cabeza cuando Hermione no lo veía.

Hermione miró a Ron con el ceño ligeramente fruncido y él replicó:

— Ya lo ha dicho Sirius. Es que no es lo mismo que con los hombres lobo. Hay hombres lobo amables — señaló con la cabeza a Lupin — y, a día de hoy, pueden tomar la poción y no herir a nadie. Pero los gigantes…

— También pueden ser amables — intervino Hagrid. Ron parecía escéptico y Harry no podía culparlo. A él tampoco se le había olvidado la cara destrozada de Hagrid al regresar de hablar con los gigantes. No parecía que hubieran sido muy amables con él…

Hermione también debía estar pensando lo mismo, porque no le llevó la contraria a Ron, aunque tampoco se atrevió a decirle nada a Hagrid.

Había llegado el momento de pensar en los deberes que no habían hecho durante la primera semana de vacaciones. Una vez pasado el día de Navidad, todo el mundo se sentía desinflado. Todo el mundo salvo Harry, que otra vez comenzaba a preocuparse.

— Cómo no, siempre tiene que preocuparte algo — dijo Charlie. — ¿Has tenido algún momento de tranquilidad desde que llegaste a Hogwarts?

— Solo unos pocos — replicó Harry con una sonrisa.

El problema era que, una vez terminadas las fiestas, el 24 de febrero parecía mucho más cercano, y aún no había hecho nada para descifrar el enigma que encerraba el huevo de oro.

Volvieron a escucharse murmullos y Harry hizo un esfuerzo por ignorarlos. Si les molestaba que hubiera tardado tanto en descifrar el huevo, era su problema. Además, ¿qué más daba? Al final había superado la prueba, ¿no?

Así pues, empezó a sacar el huevo del baúl cada vez que subía al dormitorio; lo abría y lo escuchaba con atención, esperando que algo cobrara sentido de repente. Trataba de pensar a qué le recordaba aquel sonido, aparte de a una treintena de sierras musicales, pero nunca había oído nada que se le pareciera.

— Creo que treinta sierras no harían un ruido tan espantoso — dijo Seamus.

Cerró el huevo, lo agitó vigorosamente y lo volvió a abrir para comprobar si el sonido había cambiado, pero no era así. Intentó hacerle al huevo varias preguntas, gritando por encima de los gemidos, pero no le respondía. Incluso tiró el huevo a la otra punta del dormitorio, aunque no creyó que fuera a servirle de nada.

— Bueno, sirvió para desahogarte — dijo Ron.

Hermione, por su parte, parecía indignada.

— ¡Harry! ¿Y si se hubiera roto?

— Era muy resistente — se defendió él.

Harry no olvidaba la pista que le había dado Cedric, pero los sentimientos de antipatía que éste le inspiraba entonces le hacían rechazar aquella ayuda siempre que fuera posible.

Se oyeron quejas por parte de muchos de Hufflepuff.

En cualquier caso, le parecía que, si de verdad Cedric hubiera querido echarle una mano, habría sido algo más explícito.

— No me podéis culpar por pensar eso — resopló Harry, hartándose de las miradas de reproche que iban hacia él desde todas las direcciones. — No es que su pista fuera muy clara, ¿no creéis?

— Pero ni siquiera intentaste hacer lo que te dijo — se quejó un chico de Hufflepuff, amigo de Cedric.

— Sí que lo hice, solo que aún no lo hemos leído — replicó Harry de mal humor.

Él, Harry, le había explicado qué era exactamente a lo que se iba a enfrentar en la primera prueba... mientras que la idea que Cedric tenía de justa correspondencia consistía en aconsejarle que se tomara un baño.

— En un sitio específico y con el huevo — añadió Parvati. — Tienes que admitir que estabas siendo bastante negativo por los celos que le tenías.

Harry gruñó y no respondió.

Bueno, él no necesitaba esa birria de ayuda, y menos de alguien que iba por los corredores cogido de la mano de Cho.

Se oyeron risas y Parvati lo miró como diciendo "¿Ves? Tengo razón".

Y así llegó el primer día del segundo trimestre, y Harry se fue a clase con el habitual peso de los libros, pergaminos y plumas, más el peso en el estómago de la preocupación por el enigma del huevo, como si también lo llevara de un lado a otro.

— Eso te pasa por dejarlo para el último día — dijo Hermione.

Harry rodó los ojos.

Todavía había una gruesa capa de nieve alrededor del colegio, y las ventanas del invernadero estaban cubiertas de un vaho tan espeso que no se podía ver nada por ellas en la clase de Herbología. Con aquel tiempo nadie tenía muchas ganas de que llegara la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, aunque, como dijo Ron, los escregutos seguramente los harían entrar en calor, ya fuera por tener que cazarlos o porque arrojarían fuego con la suficiente intensidad para prender la cabaña de Hagrid.

La profesora Umbridge pareció escandalizada al escuchar eso. Sin embargo, muchos alumnos encontraron el comentario muy divertido.

Sin embargo, al llegar a la cabaña de su amigo encontraron ante la puerta a una bruja anciana de pelo gris muy corto y barbilla prominente.

Daos prisa, vamos, ya hace cinco minutos que sonó la campana —les gritó al verlos acercarse a través de la nieve.

— ¡La profesora Grubbly-Plank! — exclamó Katie, sonriente.

Hagrid tenía el ceño fruncido mientas leía.

¿Quién es usted? —le preguntó Harry mirándola fijamente—. ¿Dónde está Hagrid?

Soy la profesora Grubbly-Plank —dijo con entusiasmo—, la sustituta temporal de vuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.

— ¿Qué le pasó a Hagrid? — preguntó una niña de primero.

— Seguro que ahora lo explican — respondió una amiga suya.

¿Dónde está Hagrid? —repitió Harry.

Está indispuesto —respondió lacónicamente la mujer.

La niña de primero pareció decepcionada.

Hasta los oídos de Harry llegó una risa apenas audible pero desagradable. Se volvió. Estaban llegando Draco Malfoy y el resto de los de Slytherin. Todos parecían contentos, y ninguno se sorprendía de ver a la profesora Grubbly-Plank.

— ¿Los Slytherin atacaron a Hagrid? — exclamó un niño de primer curso.

— Físicamente, no — respondió Fred con una mueca.

Por aquí, por favor —les dijo ésta, y se encaminó a grandes pasos hacia el potrero en que tiritaban los enormes caballos de Beauxbatons.

Harry, Ron y Hermione la siguieron volviendo la vista atrás, a la cabaña de Hagrid. Habían corrido todas las cortinas. ¿Estaba allí Hagrid, solo y enfermo?

— Ay, qué pena — se oyó decir a alguien.

¿Qué le pasa a Hagrid? —preguntó Harry, apresurándose para poder alcanzar a la profesora Grubbly-Plank.

No te importa —respondió ella, como si pensara que él trataba de molestar.

— ¿Qué formas de responder son esas? — se indignó la señora Weasley.

Sí me importa —replicó Harry acalorado—. ¿Qué le pasa?

La bruja no le hizo caso.

— Qué maleducada — se quejó Alicia.

— Tenía órdenes de no contar nada — explicó McGonagall.

— ¿Y por eso tenía que ser tan borde? — bufó Sirius.

McGonagall le lanzó una mirada severa. A Harry le hizo gracia ver que Sirius no replicaba nada más.

Los condujo al otro lado del potrero, donde descansaban los caballos de Beauxbatons, amontonados para protegerse del frío, y luego hacia un árbol que se alzaba en el lindero del bosque. Atado a él había un unicornio grande y muy bello.

Muchas de las chicas exclamaron «¡oooooooooooooh!» al ver al unicornio.

También en el comedor se escuchaban exclamaciones.

— ¿Vamos a ver unicornios en clase? — chilló una niña de primero, muy contenta. — ¡Genial!

Hagrid hizo una mueca y siguió leyendo sin responder.

¡Qué hermoso! —susurró Lavender Brown—. ¿Cómo lo atraparía? ¡Dicen que son sumamente difíciles de coger!

El unicornio era de un blanco tan brillante que a su lado la nieve parecía gris.

Muchos parecían maravillados ante esa descripción.

Piafaba nervioso con sus cascos dorados, alzando la cabeza rematada en un largo cuerno.

¡Los chicos que se echen atrás! —exclamó con voz potente la profesora Grubbly-Plank, apartándolos con un brazo que le pegó a Harry en el pecho—. Los unicornios prefieren el toque femenino. Que las chicas pasen delante y se acerquen con cuidado. Vamos, despacio...

— ¿Por qué le caías tan mal a Grubbly-Plank? — preguntó Neville, asombrado.

— Ni idea. Supongo que porque le pregunté por Hagrid — gruñó Harry. Jamás admitiría que las clases de la profesora habían sido buenas. Para él, ningún profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas podría superar a Hagrid… aunque sus métodos de enseñanza fueran poco ortodoxos.

Ella y las chicas se acercaron poco a poco al unicornio, dejando a los chicos junto a la valla del potrero, observando.

— ¿Entonces los chicos solo pudieron mirar sin hacer nada? ¡Qué injusto! — se quejó Lee Jordan.

Varias personas le dieron la razón. Los profesores intercambiaron miradas, sin saber bien qué decir.

En cuanto la profesora se alejó lo suficiente para no oírlos, Harry se dirigió a Ron.

¿Qué crees que le pasa? ¿No habrá sido un escreg...?

— Pues no me habría sorprendido — susurró Ginny.

No, nadie lo ha atacado, Potter, si es lo que piensas —intervino Malfoy con voz suave—. No: lo que pasa es que

Hagrid frenó en seco. Su cara se puso muy colorada y titubeó antes de leer:

le da vergüenza que vean su fea carota.

Muchos saltaron en defensa de Hagrid, pero, a pesar de ello, las risas de algunos Slytherin se escucharon con claridad.

— Qué ingenioso — dijo Hermione con sarcasmo.

— ¿No se te ocurrió un insulto más infantil? — habló Angelina, que miraba fijamente a Malfoy con una expresión de puro asco.

Malfoy se encogió de hombros.

— A mí me parece que lo describí perfectamente — dijo, ganándose más de una mirada llena de odio.

— Ya es suficiente — intervino McGonagall, enfadada. — Señor Malfoy, ¿debo añadir un día más a su lista de castigos? Porque, a este ritmo, estará castigado hasta que se gradúe.

Malfoy agachó la cabeza, sintiéndose humillado. Por su parte, Hagrid siguió leyendo en cuanto hubo suficiente silencio, todavía con el rostro ligeramente colorado.

¿Qué quieres decir? —preguntó Harry.

Malfoy metió la mano en un bolsillo de la túnica y sacó una página de periódico.

Aquí tienes —dijo—. No sabes cómo lamento tener que enseñártelo, Potter.

Sonreía de satisfacción mientras Harry cogía la página, la desplegaba y la leía.

— Eres despreciable — escupió Angelina, asqueada.

Malfoy la ignoró por completo.

Ron, Seamus, Dean y Neville miraban por encima de su hombro. Se trataba de un artículo encabezado con una foto en la que Hagrid tenía pinta de criminal.

Hagrid hizo una mueca al leer eso. Se escucharon murmullos, y Harry habría podido jurar que alguien dijo "Siempre lo parece", pero fue incapaz de identificar a quien hubiera sido.

EL GIGANTESCO ERROR DE DUMBLEDORE

Hagrid tomó aire y, armándose de valor, leyó:

Albus Dumbledore, el excéntrico director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, nunca ha tenido miedo de contratar a gente controvertida, nos cuenta Rita Skeeter, corresponsal especial.

— Quién si no — gruñó Hermione.

En septiembre de este año nombró profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras a Alastor Ojoloco Moody, el antiguo auror que, como todo el mundo sabe, es un cenizo y además se siente orgulloso de serlo; una decisión que causó gran sorpresa en el Ministerio de Magia, dado el bien conocido hábito que tiene Moody de atacar a cualquiera que haga un repentino movimiento en su presencia.

Muchos miraron a Moody en ese momento, esperando verlo enfadado, pero él solo dijo:

— Si atacara a cualquiera, no quedaría nadie vivo en el comedor.

Si pretendía que los alumnos se tranquilizaran al escuchar eso, se equivocó, porque consiguió todo lo contrario.

Hagrid volvió a tomar aire y, con algo de dificultad, leyó:

Aun así, Ojoloco Moody parece un profesor bondadoso y responsable al lado del ser parcialmente humano que ha contratado Dumbledore para impartir la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

— En eso debo admitir que estoy de acuerdo con la señorita Skeeter — dijo Umbridge. — La realidad es la realidad. Hagrid es un ser parcialmente humano y sin ninguna capacidad docente. El hecho de que sea profesor es un insulto a la profesión.

— Bueno, tenemos opiniones diferentes sobre lo que constituye un insulto a la profesión — bufó la profesora Trelawney.

Ambas mujeres se lanzaron dagas con los ojos bajo la mirada nerviosa de Fudge, que no parecía atreverse a decir ni una palabra.

Rubeus Hagrid, que admite que fue expulsado de Hogwarts cuando cursaba tercero, ha ocupado el puesto de guardabosque del colegio desde entonces, un trabajo en el que Dumbledore lo ha puesto de forma fija.

Hagrid leía con tono nervioso y, con cada segundo que pasaba, Harry se sentía más preocupado por él.

El curso pasado, sin embargo, Hagrid utilizó su misterioso ascendiente sobre el director para obtener el cargo adicional de profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, por encima de muchos candidatos mejor cualificados.

— ¿Misterioso ascendiente? — repitió Dean. — ¿Qué rayos es eso?

— Ella sabrá — replicó Ron.

Hagrid, que es un hombre enorme y de aspecto feroz, ha estado utilizando su nueva autoridad para aterrorizar a los estudiantes que tiene a su cargo con una sucesión de horripilantes criaturas.

— No nos aterroriza — saltó Seamus. — Bueno, los escregutos eran bastante horripilantes, pero tampoco es para tanto.

Dean y Neville le dieron la razón, aunque Harry estaba seguro de que a Neville sí que le parecía que los escregutos "eran para tanto".

Hagrid pareció agradecido al escuchar eso y siguió leyendo con un poco más de entereza.

Mientras Dumbledore hace la vista gorda, Hagrid ha conseguido lesionar a varios de sus alumnos durante una serie de clases que muchos admiten que resultan «aterrorizadoras».

«A mí me atacó un hipogrifo, y a mi amigo Vincent Crabbe le dio un terrible mordisco un gusarajo», nos confiesa Draco Malfoy, un alumno de cuarto curso. «Todos odiamos a Hagrid, pero tenemos demasiado miedo para decir nada.»

La indignación era total.

— Que vosotros seáis unos cobardes no significa que las clases de Hagrid sean aterrorizadoras — saltó Colin.

Al mismo tiempo, Lavender decía:

— ¿Pero cómo le va a morder un gusarajo? ¡Si no tenían dientes!

— ¡Lo del hipogrifo fue culpa suya! — exclamó Ernie Macmillan.

— ¿Y qué es eso de que todos odiamos a Hagrid? — bufó Lee Jordan. — ¡Sois los únicos!

Así, queja tras queja, un aluvión de gritos cayó sobre Malfoy y sus amigos. Cuando Umbridge gritó que "Su opinión era tan válida como las demás", los gritos se dirigieron hacia ella.

Finalmente, el profesor Dumbledore tuvo que llamar a la calma. Hagrid, que parecía en shock ante tantas muestras de apoyo, siguió leyendo con voz trémula:

No obstante, Hagrid no tiene intención de cesar su campaña de intimidación.

Hermione soltó un fuerte resoplido al escuchar eso.

El mes pasado, en conversación con una periodista de El Profeta, admitió haber creado por cruce unas criaturas a las que ha bautizado como «escregutos de cola explosiva», un cruce altamente peligroso entre mantícoras y cangrejos de fuego.

— ¡Ajá! — exclamó Umbridge, eufórica. — ¡Así que eso eran! Es ilegal realizar cruces peligrosos entre criaturas mágicas. ¡Puede ir a Azkaban!

Parecía que la Navidad se había adelantado para ella. Ver su cara iluminada de alegría hizo que a Harry le doliera el estómago.

— Eso es cierto. Es ilegal — afirmó Fudge, con menos convicción que Umbridge.

— Podremos resolver ese asunto cuando la lectura termine — dijo Dumbledore con calma, porque Hagrid no fue capaz de responderle ni a Umbridge ni al ministro. — Estoy seguro de que tendremos mucho de lo que hablar cuando llegue ese momento.

Aunque no parecía contenta, Umbridge aceptó la respuesta del director y se calló.

Por supuesto, la creación de nuevas especies de criaturas mágicas es una actividad que el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas siempre vigila de cerca. Hagrid, según parece, se considera por encima de tales restricciones insignificantes.

«Fue sólo como diversión», dice antes de apresurarse a cambiar de tema.

— Tiene un concepto un poco extraño de diversión — se oyó decir a una chica de cuarto.

Por si esto no fuera bastante, El Profeta ha descubierto recientemente que Hagrid no es, como ha pretendido siempre, un mago de sangre limpia. De hecho, ni siquiera es enteramente humano. Su madre, revelamos en exclusiva, no es otra que la giganta Fridwulfa, que en la actualidad se halla en paradero desconocido.

— ¿Su madre es famosa? — preguntó una niña de primero.

— Algo así — replicó Hagrid con voz ronca antes de continuar leyendo.

Brutales y sedientos de sangre, los gigantes llegaron a estar en peligro de extinción durante el pasado siglo por culpa de sus luchas fratricidas. Los pocos que sobrevivieron se unieron a las filas de El-que-no-debe-ser-nombrado, y fueron responsables de algunas de las peores matanzas de muggles que tuvieron lugar durante su reinado de terror.

Los pocos que no tenían mucha idea sobre la historia de los gigantes parecían asombrados. Sin embargo, la gran mayoría del comedor no estaba sorprendida en absoluto.

En tanto que muchos de los gigantes que sirvieron a El-que-no-debe-sernombrado cayeron abatidos por aurores que luchaban contra las fuerzas oscuras, Fridwulfa no se hallaba entre ellos. Es posible que se uniera a una de las comunidades de gigantes que perviven en algunas cadenas montañosas del extranjero. Pero, a juzgar por las travesuras que comete en las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas, el hijo de Fridwulfa parece haber heredado su naturaleza brutal.

A Hagrid le temblaba la voz al leer sobre su madre. Harry no pudo evitar sentir pena por él, y estaba seguro de que muchos sentían lo mismo.

Lo curioso es que, como todo Hogwarts sabe, Hagrid mantiene una amistad íntima con el muchacho que provocó la caída de Quien-ustedes-saben, y con ella la huida de la propia madre de Hagrid, como del resto de sus partidarios.

Al menos una docena de personas se giró para mirar a Harry, que usó todo su autocontrol para ignorarlas.

Tal vez Harry Potter no se halle al corriente de la desagradable verdad sobre su enorme amigo, pero Albus Dumbledore tiene sin duda la obligación de asegurarse de que Harry Potter, al igual que sus compañeros, esté advertido de los peligros que entraña la relación con semigigantes.

— Harry Potter es perfectamente capaz de cuidarse solo y de elegir a sus amigos — resopló Harry.

Hagrid le lanzó una mirada llena de agradecimiento.

— Bien dicho — dijo Sirius.

Harry terminó de leer y alzó los ojos hacia Ron, que contemplaba boquiabierto la página del periódico.

¿Cómo se ha enterado? —susurró éste. Pero no era eso lo que preocupaba a Harry.

¿Qué quieres decir con eso de «todos odiamos a Hagrid»? —le espetó a Malfoy —. ¿Qué son todas estas mentiras acerca de que a ése —y señaló a Crabbe— le dio un terrible mordisco un gusarajo? ¡Ni siquiera tienen dientes!

— ¡Eso, eso! — dijo Lavender.

Crabbe sonrió y no contestó. A Harry le dieron ganas de darle una patada y, a juzgar por la forma en la que los gemelos Weasley se crujían los nudillos, ellos también querían pegarle.

Crabbe se reía por lo bajo, muy satisfecho de sí mismo.

Bien, creo que esto debería poner fin a la carrera docente de ese zoquete —declaró Malfoy con ojos brillantes—. Un semigigante... ¡Y pensar que yo suponía que se había tragado una botella de crecehuesos cuando era joven! A los padres esto no les va a hacer ninguna gracia: ahora todos tendrán miedo de que se coma a sus hijos, ja, ja...

Harry no se esperaba la oleada de insultos que voló hacia Malfoy. Tampoco se esperaba que la profesora McGonagall decidiera que ya había tenido suficiente y declarara que Malfoy tenía otro castigo más por cumplir.

Visiblemente enfadado, Malfoy se vio obligado a mantenerse en silencio.

¡Mald...!

¿Estáis atendiendo, por ahí?

La voz de la profesora Grubbly-Plank llegó hasta ellos; las chicas se arracimaban en torno al unicornio, acariciándolo. Harry sentía tanta ira que el artículo de El Profeta le temblaba en las manos

Hagrid levantó la vista del libro un momento para dirigirle a Harry una mirada llena de gratitud. Con algo de alarma, Harry notó que a Hagrid le brillaban los ojos más de la cuenta, pero, por suerte, consiguió mantener las formas y seguir leyendo como si nada.

mientras se volvía con la mirada perdida hacia el unicornio, cuyas propiedades mágicas enumeraba en aquel instante la profesora en voz alta, para que los chicos también se enteraran.

¡Espero que se quede esta mujer! —dijo Parvati Patil al terminar la clase, cuando todos se dirigían hacia el castillo para la comida—. Esto se parece más a lo que yo me imaginaba de Cuidado de Criaturas Mágicas: criaturas hermosas como los unicornios, no monstruos...

De nuevo, Hagrid hizo una mueca al escuchar eso.

— Los gusarajos no son monstruos — le recordó Dean.

— Ya, pero son monstruosamente aburridos — dijo Seamus, haciendo reír a varias personas.

¿Y qué me dices de Hagrid? —replicó Harry enfadado, subiendo la pequeña escalinata.

¿Hagrid? —contestó Parvati con dureza—. Puede seguir siendo guardabosque, ¿no?

Parvati se puso muy roja. Hagrid no la miró y siguió leyendo como si esas palabras no le hubieran dolido, pero Harry lo conocía lo suficientemente bien como para saber que era todo fachada.

Desde el baile, Parvati se había mostrado muy fría con Harry. Éste reconocía que debería haberse mostrado más atento con su compañera de baile; pero, después de todo, ella no lo había pasado nada mal. De hecho, le contaba a todo el mundo que estuviera dispuesto a escucharla que se había citado con el chico de Beauxbatons en Hogsmeade el siguiente día que tuvieran permiso para ir allí.

El rostro de Parvati se tornó todavía más rojizo, si bien ahora el motivo era muy diferente.

Ha sido una buena clase —comentó Hermione cuando entraron en el Gran Comedor—. Yo no sabía ni la mitad de las cosas que la profesora Grubbly-Plank nos ha dicho sobre los unic...

¡Mira esto! —la cortó Harry, y le puso bajo la nariz el artículo de El Profeta.

— Qué borde — se quejó un chico de segundo.

Harry no le hizo ni caso.

Hermione leyó con la boca abierta. Reaccionó exactamente igual que Ron.

¿Cómo se ha podido enterar esa espantosa Skeeter? ¿Creéis que se lo diría Hagrid?

No —contestó Harry, que se abrió camino hasta la mesa de Gryffindor y se echó sobre una silla, furioso—. Ni siquiera nos lo dijo a nosotros. Supongo que le pondría de los nervios que Hagrid no quisiera decirle un montón de cosas negativas sobre mí, y se ha dedicado a hurgar para desquitarse con él.

— Es muy posible — dijo Alicia, pensativa. — ¿Qué otro motivo podría tener?

— A esa mujer le gusta causar el caos en todas partes — replicó Fred. — No necesita un motivo para hacerlo.

Tal vez lo oyó decírselo a Madame Maxime durante el baile —sugirió Hermione en voz baja.

— Pues sí — murmuró Harry, recordando el escarabajo que habían visto aquella noche.

¡La habríamos visto en el jardín! —objetó Ron—. Además, se supone que no puede volver a entrar en el colegio. Hagrid dijo que Dumbledore se lo había prohibido...

— Ahí tenías razón. La habríamos visto — susurró Harry. Se sentía muy estúpido cada vez que recordaba eso.

A Ron tampoco parecía hacerle mucha gracia.

— La teníamos delante y ni nos dimos cuenta — replicó, asqueado.

A lo mejor tiene una capa invisible —dijo Harry, sirviéndose en el plato un cazo de guiso de pollo, con tanta furia contenida que lo salpicó por todas partes—. Es el tipo de cosas que haría, ¿no?: ocultarse entre los arbustos para espiar a la gente.

— Pues algo así — murmuró Hermione.

— ¿Qué susurráis tanto? — preguntó Seamus.

Harry, Ron y Hermione dieron un salto. No se habían dado cuenta de que Dean y Seamus los miraban.

— Nada, nada — replicó Harry.

¿Como tú y Ron, te refieres? —preguntó Hermione.

¡Nosotros no pretendíamos oír! —repuso Ron indignado—. ¡No nos quedó otro remedio! ¡El muy tonto, hablando sobre la giganta de su madre donde cualquiera podía oírlo!

— Ups, perdón, Hagrid — dijo Ron, algo avergonzado.

— No pasa nada. Fui tonto, es verdad — admitió Hagrid antes de seguir leyendo.

Tenemos que ir a verlo —dijo Harry—. Esta noche, después de Adivinación. Para decirle que queremos que vuelva... ¿Tú quieres que vuelva? —le preguntó a Hermione.

Yo... bueno, no voy a fingir que no me haya gustado este agradable cambio, tener por una vez una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas como Dios manda...

Si las palabras de Parvati le habían dolido a Hagrid, estas todavía más.

¡pero quiero que vuelva Hagrid, por supuesto que sí! —se apresuró a añadir Hermione, temblando ante la furiosa mirada de Harry.

— Solo dijo que sí para que Potter no se enfadara — dijo Pansy.

— De eso nada — replicó Hermione. — Vale, me gustó la clase de la profesora Grubbly-Plank, ¡pero prefiero a Hagrid!

Harry no sabía hasta qué punto Hermione estaba siendo sincera, pero no le importaba porque Hagrid parecía aliviado.

De forma que esa noche, después de cenar, los tres volvieron a salir del castillo y se fueron por los helados terrenos del colegio hacia la cabaña de Hagrid.

— Como siempre, rompiendo las normas — gruñó el profesor Snape.

Sirius lo miró mal.

Llamaron a la puerta, y les respondieron los atronadores ladridos de Fang.

¡Somos nosotros, Hagrid! —gritó Harry, aporreando la puerta—. ¡Abre!

No respondió. Oyeron a Fang arañar la puerta, quejumbroso, pero ésta siguió cerrada. Llamaron durante otros diez minutos, y Ron incluso golpeó en una de las ventanas, pero no obtuvieron respuesta.

— A lo mejor no estaba en casa — sugirió una chica de segundo.

— Qué va. Es que estaba ignorándolos — respondió Justin.

Hagrid parecía algo avergonzado.

¿Por qué nos evita? —se lamentó Hermione, cuando finalmente desistieron y emprendieron el regreso al colegio—. Espero que no crea que a nosotros nos importa que sea un semigigante.

Hagrid hizo una pequeña pausa. Levantó la mirada, que volvía a estar acuosa, y estuvo a punto de decir algo. Debió pensarlo mejor, porque agachó la cabeza y continuó leyendo, cosa que Harry agradeció internamente. No quería que Hagrid se pusiera a llorar allí en medio.

Pero parecía que a Hagrid sí le importaba, porque no vieron ni rastro de él en toda la semana. No hizo acto de presencia en la mesa de los profesores a las horas de comer, no lo vieron ir a cumplir con sus obligaciones como guardabosque, y la profesora Grubbly-Plank siguió haciéndose cargo de las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas. Malfoy se relamía de gusto siempre que podía.

¿Se ha perdido vuestro amigo el híbrido? —le susurraba a Harry siempre que había algún profesor cerca, para que éste no pudiera tomar represalias—. ¿Se ha perdido el hombre elefante?

— No sé cómo lo haces, pero siempre te superas — dijo Angelina.

— Esos comentarios no tenían ninguna gracia — habló Daphne Greengrass al mismo tiempo.

Malfoy pasó de Angelina, pero miró a Daphne con desagrado.

— Nadie ha pedido tu opinión.

— Y a ti nadie te ha pedido que abras la boca, pero pareces incapaz de callarte — replicó Astoria, defendiendo a su hermana.

Crabbe y Goyle miraron a Astoria con rabia, pero Malfoy decidió ignorarla como había hecho con Angelina.

Había una visita programada a Hogsmeade para mediados de enero. Hermione se sorprendió mucho de que Harry pensara ir.

Pensé que querrías aprovechar la oportunidad de tener la sala común en silencio —comentó—. Tienes que ponerte en serio a pensar en el enigma.

— Pues sí, ya va siendo hora — dijo Susan Bones.

¡Ah...! Creo... creo que ya estoy sobre la pista —mintió Harry.

¿De verdad? —dijo Hermione, impresionada—. ¡Bien hecho!

Hermione gruñó y le lanzó a Harry una mirada enfadada.

— No tenías por qué mentirme.

— No me habrías dejado ir a Hogsmeade en paz si no lo hubiera hecho — replicó Harry, haciendo que ella rodara los ojos.

La sensación de culpa le provocó un retortijón de tripas, pero no hizo caso. Después de todo, todavía le quedaban cinco semanas para meditar en el enigma, y eso era como cinco siglos. Además, si iba a Hogsmeade, tal vez pudiera encontrarse con Hagrid y persuadirlo de que volviera.

— De cinco siglos nada, eran como cinco días — bufó Hermione.

— Al final lo resolví, ¿no? Pues ya está — se defendió Harry.

Él, Ron y Hermione salieron del castillo el sábado, y atravesaron el campo húmedo y frío en dirección a las verjas. Al pasar junto al barco anclado en el lago, vieron salir a cubierta a Viktor Krum, sin otra prenda de ropa que el bañador.

Se escucharon silbidos y más de una risita sugerente. Krum, pillado totalmente por sorpresa, pareció sentirse algo avergonzado.

A pesar de su delgadez debía de ser bastante fuerte, porque se subió a la borda, estiró los brazos y se tiró al lago.

¡Está loco! —exclamó Harry, mirando fijamente el renegrido pelo de Krum cuando su cabeza asomó en el medio del lago—. ¡Es enero, debe de estar helado!

— La temperratura del lago erra bastante agrradable — dijo Krum. — Hace mucho más frrío en mi país.

Muchos lo miraban como si estuviera mal de la cabeza.

— Tienes que tener el cuerpo hecho de piedra — dijo Jimmy Peakes, asombrado.

Hace mucho más frío en el lugar del que viene —comentó Hermione—. Supongo que para él está tibia.

Krum asintió.

Sí, pero además está el calamar gigante —señaló Ron. No parecía preocupado, más bien esperanzado.

Se oyeron bufidos y Hermione rodó los ojos. Krum, por su parte, frunció el ceño.

Hermione notó el tono de su voz, y le puso mala cara.

Es realmente majo, ¿sabéis? —dijo ella—. No es lo que uno podría pensar de alguien de Durmstrang. Me ha dicho que esto le gusta mucho más.

Como había alumnos que parecían sorprendidos, Krum dijo:

— El ambiente aquí es más amable.

— Después de conocer a Karkaroff, eso no me sorprende — rió Bill.

Ron no dijo nada. No había mencionado a Viktor Krum desde el baile, pero el 26 de diciembre Harry había encontrado bajo la cama un brazo en miniatura que tenía toda la pinta de haber sido desgajado de alguna figura que llevara la túnica de quidditch del equipo de Bulgaria.

Hubo risitas.

— Ay, los celos — canturreó una chica de sexto, haciendo que un grupito de chicas se echaran a reír.

Ron hizo todo lo posible por evitar la mirada de Krum, que no parecía muy contento. Hermione estaba exasperada.

— Eso no era necesario.

— Me traía malos recuerdos. Además, solo era una figura — se defendió Ron. — No busqué al Krum de verdad para arrancarle los brazos.

— Aun así, deberías disculparte — le dijo Hermione, molesta.

Ron pareció pensárselo. Harry supuso que no quería enfadar a Hermione cuando apenas llevaban un día de relación, porque solo entonces le mantuvo la mirada a Krum.

— Perdón — dijo.

— No hace falta que te disculpes— fue Krum quien habló, sorprendiendo a todos.

— Eh… — Ron estaba confuso. Miró a Hermione, luego a Krum, luego otra vez a Hermione.

— Como ya has dicho, solo erra una figurra — Krum se encogió de hombros. — Si hubierras intentado pegarme de verdad, te habrría hecho papilla. Pero con mis figurras puedes hacer lo que quierras.

Krum tenía una pequeña sonrisa y parecía estar disfrutando de la confusión de Ron.

— ¿Lo que quiera? Pues yo tengo claro lo que quiero hacer con la mía — se oyó decir a una chica de sexto, que se deshizo en risitas con sus amigas un segundo después.

Krum hizo una mueca y, por primera vez, a Harry le dio la impresión de que se sentía avergonzado.

Por suerte, Hagrid se apiadó tanto de Krum como de Ron, que todavía seguía muy confuso, y continuó leyendo.

Mientras recorrían la calle principal, cubierta de nieve enfangada, Harry estuvo muy atento por si vislumbraba a Hagrid, y propuso visitar Las Tres Escobas después de asegurarse de que éste no estaba en ninguna tienda.

— Si quería evitar a la gente, dudo que estuviera de compras — dijo Terry Boot.

La taberna se hallaba tan abarrotada como siempre, pero un rápido vistazo a todas las mesas reveló que Hagrid no se encontraba allí. Desanimado, Harry fue hasta la barra con Ron y Hermione, le pidió a la señora Rosmerta tres cervezas de mantequilla, y lamentó no haberse quedado en Hogwarts escuchando los gemidos del huevo de oro.

Pero ¿es que ese hombre no va nunca a trabajar? —susurró Hermione de repente—. ¡Mirad!

Señaló el espejo que había tras la barra, y Harry vio a Ludo Bagman allí reflejado, sentado en un rincón oscuro con unos cuantos duendes.

— En eso tienes razón. Nunca va a trabajar — afirmó Percy.

Bagman les hablaba a los duendes en voz baja y muy despacio, y ellos lo escuchaban con los brazos cruzados y miradas amenazadoras.

— Cómo no. Siempre está metido en problemas con los duendes — suspiró el señor Weasley.

Harry se dijo que era bastante raro que Bagman estuviera allí, en Las Tres Escobas, un fin de semana, cuando no había ningún acontecimiento relacionado con el Torneo y, por lo tanto, nada que juzgar. Miró el reflejo de Bagman. Parecía de nuevo tenso, tanto como lo había estado en el bosque aquella noche antes de que apareciera la Marca Tenebrosa.

— ¡A lo mejor fue él quien la conjuró! — exclamó un chico de segundo.

— ¡Claro! ¡Por eso está nervioso! — saltó otro.

Parecían muy emocionados por haber resuelto el enigma, así que Harry no les dijo que se equivocaban totalmente.

Pero en aquel momento Bagman miró hacia la barra, vio a Harry y se levantó.

¡Un momento, sólo un momento! —oyó que les decía a los duendes, y Bagman se apresuró a acercarse a él cruzando la taberna—. ¡Harry! ¿Cómo estás? —lo saludó; había recuperado su sonrisa infantil—. ¡Tenía ganas de encontrarme contigo! ¿Va todo bien?

Sí, gracias —respondió Harry.

Me pregunto si podría decirte algo en privado, Harry —dijo Bagman—. ¿Nos podríais disculpar un momento?

Eh... vale —repuso Ron, y se fue con Hermione en busca de una mesa.

Alguien silbó y se oyeron risitas.

— ¿Los dos solos? — habló alguien de Hufflepuff.

Ron y Hermione se ruborizaron.

Bagman condujo a Harry hasta el rincón de la taberna más alejado de la señora Rosmerta.

Bueno, sólo quería felicitarte por tu espléndida actuación ante el colacuerno húngaro, Harry —dijo Bagman—. Fue realmente soberbia.

Gracias —contestó Harry, pero sabía que aquello no era todo lo que Bagman quería decirle, porque sin duda podía haberlo felicitado delante de Ron y Hermione.

— Obviamente — bufó Zacharias Smith, que parecía aburrirse.

Sin embargo, Bagman no parecía tener ninguna prisa por hablar. Harry lo vio mirar por el espejo a los duendes, que a su vez los observaban a ellos en silencio con sus ojos oscuros y rasgados.

Una absoluta pesadilla —dijo Bagman en voz baja al notar que Harry también observaba a los duendes—. Su inglés no es muy bueno... Es como volver a entendérselas con todos los búlgaros en los Mundiales de Quidditch... pero al menos aquéllos utilizaban unos signos que cualquier otro ser humano podía entender. Estos parlotean duendigonza... y yo sólo sé una palabra en duendigonza: bladvak, que significa «pico de cavar». Y no quiero utilizarla por miedo a que crean que los estoy amenazando. —Se rió con una risa breve y retumbante.

— ¿Por qué conoce esa palabra? — preguntó Hannah, sorprendida. — ¿Lo normal no sería aprender a decir "hola" primero?

— Hola, adiós, gracias… — enumeró Ernie, que parecía tan confuso como ella. — Cualquier cosa menos "pico de cavar".

Pero a nadie se le ocurría por qué Bagman conocía solo esa palabra.

¿Qué quieren? —preguntó Harry, notando que los duendes no dejaban de vigilar a Bagman.

Eh... bueno... —dijo Bagman, que de pronto pareció muy nervioso—. Buscan a Barty Crouch.

Muchos se sorprendieron al escuchar eso.

¿Y por qué lo buscan aquí? —se extrañó Harry—. Estará en el Ministerio, en Londres, ¿no?

Eh... en realidad no tengo ni idea de dónde está —reconoció Bagman—. Digamos que... ha dejado de acudir al trabajo. Ya lleva ausente dos semanas.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. Harry se preguntaba cuánto tiempo tardaría la gente en darse cuenta de que algo raro pasaba con Crouch.

El joven Percy, su ayudante, asegura que está enfermo. Parece que ha estado enviando instrucciones por lechuza mensajera.

Percy hizo una mueca y no dijo nada.

Pero te ruego que no le digas nada de esto a nadie, porque Rita Skeeter mete las narices por todas partes, y es capaz de convertir la enfermedad de Barty en algo siniestro. Probablemente diría que ha desaparecido como Bertha Jorkins.

— Bueno, tampoco iría tan mal encaminada — murmuró Ron. — Algo siniestro sí que pasaba.

¿Se sabe algo de Bertha Jorkins? —preguntó Harry.

No —contestó Bagman, recuperando su aspecto tenso—. He puesto a alguna gente en su busca —«¡A buena hora!», pensó Harry—,

— Eso pensamos todos — suspiró la profesora McGonagall.

y todo resulta muy extraño. Hemos comprobado que llegó a Albania, porque allí se vio con su primo segundo. Y luego dejó la casa de su primo para trasladarse al sur a visitar a su tía. Pero parece que desapareció por el camino sin dejar rastro. Que me parta un rayo si comprendo dónde se ha metido. No parece el tipo de persona que se fugaría con alguien, por ejemplo...

El comedor se había quedado en silencio. Todos recordaban cómo había empezado el libro. Si lo que habían leído era cierto, Bertha Jorkins había sido asesinada muchos meses atrás.

Pero ¿qué hacemos hablando de duendes y de Bertha Jorkins? Lo que quería preguntarte es cómo te va con el huevo de oro.

Eh... no muy mal —mintió Harry.

Pero, al parecer, Bagman se dio cuenta de que Harry no era sincero.

— Qué curioso que Bagman se diera cuenta y Hermione no — notó Lavender.

Eso a Hermione no le hizo gracia.

Escucha, Harry —dijo en voz muy baja—, todo esto me hace sentirme culpable. Te metieron en el Torneo, tú no te presentaste, y... —su voz se hizo tan sutil que Harry tuvo que inclinarse para escuchar— si puedo ayudarte, darte un empujoncito en la dirección correcta... Siento debilidad por ti... ¡La manera en que burlaste al dragón! Bueno, sólo espero una indicación por tu parte.

Hubo un segundo de silencio anonadado antes de que al menos una veintena de personas estallara contra Bagman y contra Harry.

— ¡No hay derecho!

— ¿Y qué pasa con Cedric?

— ¡Injusticia!

— ¡Por eso ganó Potter!

— ¡Hizo trampas!

— ¡Hay que quitarle el premio!

— ¡Pobre Cedric!

Amos Diggory tenía la vista fija en Harry, a quien le dio un escalofrío al notar la rabia con la que el hombre lo miraba.

— ¡Silencio! — Dumbledore usó la varita para amplificar su voz, con lo que consiguió que se le escuchara sobre todas las demás personas. — Si continuamos leyendo, estoy seguro de que os encontraréis una grata sorpresa.

Hagrid leyó sin dejar que nadie dijera una sola palabra más contra Harry.

Harry miró la cara de Bagman, redonda y sonrosada, y los azules ojos de bebé, completamente abiertos.

— Pero para nada inocentes — murmuró Fred.

Se supone que tenemos que descifrarlo por nosotros mismos, ¿no? —repuso, poniendo mucho cuidado en decirlo como sin darle importancia y que no sonara a una acusación contra el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Bueno, sí —admitió Bagman—, pero... En fin, Harry, todos queremos que gane Hogwarts, ¿no?

¿Le ha ofrecido ayuda a Cedric?

Muchos parecieron sorprendidos al oír eso. Amos Diggory se inclinó hacia delante en el asiento, escuchando con atención.

Bagman frunció levemente el entrecejo.

No, no lo he hecho —reconoció—. Yo... bueno, como te dije, siento debilidad por ti. Por eso pensé en ofrecerte...

Bueno, gracias —respondió Harry—, pero creo que ya casi lo tengo... Me faltan un par de días.

Asombrados, algunos tuvieron la cortesía de parecer avergonzados y de murmurar disculpas hacia Harry. Otros estaban demasiado aturdidos como para decir nada.

— Perdona, Potter — habló uno de los amigos de Cedric, que había estado gritando hacía tan solo un minuto. — La verdad, no me esperaba que rechazaras la ayuda…

— No soy ningún tramposo — repuso Harry con frialdad. Estaba harto de que dudaran de él.

— Ya lo veo. Cada vez más, entiendo por qué a Cedric le caías bien — admitió el chico.

El ambiente se calmó después de eso. Más personas se atrevieron a disculparse con Harry, y Amos Diggory suspiró profundamente. Parecía que la oleada de emociones cambiantes lo había dejado exhausto.

No sabía muy bien por qué rechazaba la ayuda de Bagman. Tal vez fuera porque era para él casi un extraño, y aceptar su ayuda le parecía que estaba mucho más cerca de hacer trampas que si se la pedía a Ron, Hermione o Sirius.

— Además, no es lo mismo — notó Lupin. — Ni Ron, ni Hermione ni Sirius conocían la respuesta al enigma del huevo. Bagman sí.

Bagman parecía casi ofendido, pero no pudo decir mucho más porque en ese momento se acercaron Fred y George.

Hola, señor Bagman —saludó Fred con entusiasmo—. ¿Podemos invitarlo?

Eh... no —contestó Bagman, dirigiéndole a Harry una última mirada decepcionada—. No, muchachos, muchas gracias.

— Se nota mucho que os estaba evitando — dijo Katie.

— Pero no pudo hacerlo siempre — respondió George enigmáticamente. Algunos alumnos lo miraron con curiosidad, pero él no explicó a qué se refería.

Fred y George se quedaron tan decepcionados como Bagman, que miraba a Harry como si éste lo hubiera defraudado.

— Pues que le den — dijo Ron. — Hiciste bien en no aceptar su ayuda.

Harry estaba totalmente de acuerdo.

Bueno, tengo prisa —dijo—. Me alegro de veros a todos. Buena suerte, Harry.

Salió de la taberna a toda prisa. Los duendes se levantaron de las sillas y fueron tras él.

— Eso no tiene buena pinta — dijo Terry Boot.

— En solo unos minutos, Bagman ha tenido una discusión con los duendes, ha huido de los gemelos Weasley de forma sospechosa y ha intentado que Harry hiciera trampas en el torneo — enumeró Susan Bones.

— Se nota que no es de fiar — respondió Hannah.

Harry se reunió con Ron y Hermione.

¿Qué quería? —preguntó Ron en cuanto Harry se sentó.

Quería ayudarme con el huevo de oro —explicó Harry.

¡Eso no está bien! —exclamó Hermione muy sorprendida—. ¡Es uno de los jueces! Y además, tú ya lo tienes, ¿no?

Harry hizo una mueca al escuchar eso. Hermione frunció el ceño.

Eh... casi —repuso Harry.

¡Bueno, no creo que a Dumbledore le gustara enterarse de que Bagman intenta convencerte de que hagas trampa! —opinó Hermione, con expresión muy reprobatoria—. ¡Espero que intente ayudar igual a Cedric!

Pues no. Se lo he preguntado —respondió Harry.

— Eso es lo que más me molesta — dijo uno de los amigos de Cedric. — No es que Bagman quiera que gane Hogwarts, es que quería que ganara Potter. ¿Pero por qué?

Un chico de Ravenclaw suspiró.

— ¿Acaso no es obvio?

Pasaron los segundos y nadie le respondió, así que volvió a hablar, sonando exasperado:

— Tiene problemas con los duendes. ¿Cuál es la especialidad de los duendes?

— ¡El oro! — exclamó una chica de tercero.

— Exacto — replicó el Ravenclaw. — A mí me parece muy obvio. Bagman debe dinero a los duendes, así que apostó por Harry para conseguirlo. Por eso trata de ayudarle cada vez que puede, pero a Cedric no.

Harry estaba impresionado, y todavía se sorprendió más al ver que ese chico no era el único Ravenclaw que había pensado en eso.

¿Y a quién le importa si a Diggory lo están ayudando? —dijo Ron. Harry, en su interior, se mostró de acuerdo con su amigo.

— Cómo se notan los celos — rió una chica de séptimo.

Esos duendes no parecían muy amistosos —comentó Hermione, sorbiendo la cerveza de mantequilla—. ¿Qué harían aquí?

Según Bagman, buscar a Crouch —explicó Harry—. Sigue enfermo. No ha ido a trabajar.

A lo mejor lo está envenenando Percy —sugirió Ron—. Probablemente piensa que, si Crouch la palma, a él lo nombrarán director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

— ¡Claro que no! — exclamó Percy. — No lo digas ni en broma.

Ron rodó los ojos.

— Relájate un poco.

Hermione le dirigió a Ron una mirada que quería significar «no se bromea sobre esas cosas», y dijo:

Es curioso que los duendes busquen al señor Crouch... Normalmente tratarían con el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas.

Pero Crouch sabe un montón de lenguas —le recordó Harry—. A lo mejor buscan un intérprete.

— ¿Acaso no hay más intérpretes en el ministerio? — preguntó un chico de cuarto.

— Los hay — afirmó Fudge. — Pero pocos tienen el nivel que tenía Barty.

¿Ahora te preocupas por los duendecitos? —inquirió Ron—. ¿Estás pensando en fundar la S.P.A.D.A., o algo así? ¿La Sociedad Protectora de los Asquerosos Duendes Atontados?

Muchos se echaron a reír.

Ja, ja, ja —replicó Hermione con sarcasmo—. Los duendes no necesitan protección. ¿No os habéis enterado de lo que ha contado el profesor Binns sobre las revueltas de los duendes?

No —respondieron al unísono Harry y Ron.

Bueno, pues son perfectamente capaces de tratar con los magos —dijo Hermione sorbiendo más cerveza de mantequilla—. Son muy listos. No son como los elfos domésticos, que nunca defienden sus derechos.

— ¿En serio escuchas al profesor Binns? — preguntó Fred, horrorizado.

— Claro que sí. Sus clases son… interesantes — respondió Hermione, aunque titubeó un poco al final.

¡Oh! —exclamó Ron, mirando hacia la puerta.

Acababa de entrar Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica amarillo plátano y las uñas pintadas de un impactante color rosa, e iba acompañada de su barrigudo fotógrafo. Pidió bebidas, y junto con su fotógrafo pasó por en medio de la multitud hasta una mesa cercana a la de Harry, Ron y Hermione, que la miraban mientras se acercaba. Hablaba rápido y parecía muy satisfecha por algo.

— ¿A quién le había arruinado la vida ese día? — preguntó Angelina con sarcasmo.

... no parecía muy contento de hablar con nosotros, ¿verdad, Bozo? ¿Por qué será, a ti qué te parece? ¿Y qué hará con todos esos duendes tras él? ¿Les estaría enseñando la aldea? ¡Qué absurdo! Siempre ha sido un mentiroso. ¿Estará tramando algo? ¿Crees que deberíamos investigar un poco? El infortunado ex director de Deportes Mágicos, Ludo Bagman... Ése es un comienzo con mucha garra, Bozo: sólo necesitamos encontrar una historia a la altura del titular.

— Así que primero elige a las víctimas y luego se inventa una historia — notó Katie. — Pues vaya periodista.

Varias personas le dieron la razón.

¿Qué, tratando de arruinar la vida de alguien más? —preguntó Harry en voz muy alta.

Algunos se volvieron a mirar. Al ver quién le hablaba, Rita Skeeter abrió mucho los ojos, escudados tras las gafas con incrustaciones.

Muchos parecieron sorprendidos.

— ¿En serio dijiste eso en voz alta? — preguntó Neville.

Harry asintió.

¡Harry! —dijo sonriendo—. ¡Qué divino! ¿Por qué no te sientas con nos...?

No me acercaría a usted ni con una escoba de diez metros —contestó Harry furioso—. ¿Por qué le ha hecho eso a Hagrid?

— ¡Bien, Harry! — lo felicitó Sirius.

— ¡Bien dicho! — dijo a la vez Tonks.

Rita Skeeter levantó sus perfiladísimas cejas.

Nuestros lectores tienen derecho a saber la verdad, Harry. Sólo cumplo con mi...

¿Y qué más da que sea un semigigante? —gritó Harry—. ¡Él no tiene nada de malo!

Hagrid sonrió un poco al leer eso.

Toda la taberna se había sumido en el silencio. La señora Rosmerta observaba desde detrás de la barra, sin darse cuenta de que el pichel que llenaba de hidromiel rebosaba.

Eso le sacó risitas a más de uno.

La sonrisa de Rita Skeeter vaciló muy ligeramente, pero casi de inmediato tiró de los músculos de la cara para volver a fijarla en su lugar. Abrió el bolso de piel de cocodrilo, sacó la pluma a vuelapluma y le preguntó:

¿Me concederías una entrevista para hablarme del Hagrid que tú conoces?, ¿el hombre que hay detrás de los músculos?, ¿sobre vuestra inaudita amistad y las razones que hay para ella? ¿Crees que puede ser para ti algo así como un sustituto del padre?

— Esa mujer está loca — declaró Ron. — ¿Veis la facilidad con la que se inventa las cosas? Es alucinante.

— Da miedo — admitió Neville. — ¿Cómo es posible que alguien que cuenta tantas mentiras tenga tantísimos lectores?

— Sabe lo que le gusta a la gente — gruñó Hermione.

Hermione se levantó de pronto, agarrando la cerveza de mantequilla como si fuera una granada.

¡Es usted una mujer horrible! —le dijo con los dientes apretados—. No le importa nada con tal de conseguir su historia, ¿verdad? Cualquiera valdrá, ¿eh? Hasta Ludo Bagman...

— ¡Wow, Hermione! — exclamó Angelina, muy contenta.

Muchas personas la miraban con sorpresa y admiración.

Siéntate, estúpida, y no hables de lo que no entiendes —contestó fríamente Rita Skeeter, arrojándole a Hermione una dura mirada—.

Se oyeron jadeos.

— ¡La ha llamado estúpida! — exclamó una chica de segundo, indignada.

Yo sé cosas sobre Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta... y casi les iría bien —añadió, observando el pelo de Hermione.

Hermione se ruborizó al recordar ese comentario. Si bien algunas personas sonrieron al oírlo, la mayoría parecía tan indignada como la chica de segundo.

Vámonos —dijo Hermione—. Vamos, Harry... Ron.

Salieron. Mucha gente los observó mientras se iban. Harry miró atrás al llegar a la puerta: la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter estaba fuera del bolso y se deslizaba de un lado a otro por encima de un pedazo de pergamino puesto sobre la mesa.

— Ya estaba inventándose una historia sobre ti — suspiró Ginny. — Alguien tendría que prohibirle publicar en El Profeta.

Miró directamente a Fudge, que se atragantó con su propia saliva y evitó así tener que contestar.

Ahora la tomará contigo, Hermione —dijo Ron con voz baja y preocupada mientras subían la calle, deshaciendo el camino por el que habían llegado.

— Qué mono, está preocupado por ella — sonrió una chica de tercero.

Ron se ruborizó.

¡Que lo intente! —replicó Hermione con voz chillona. Temblaba de rabia—. ¡Ya verá! ¿Conque soy una estúpida? Pagará por esto. Primero Harry, luego Hagrid...

No hay que hacer enfadar a Rita Skeeter —añadió Ron nervioso—. Te lo digo en serio, Hermione. Te buscará algo para ponerte en evidencia...

— Y tenía razón — dijo Ron.

¡Mis padres no leen El Profeta, así que no me va a meter miedo! —contestó Hermione, dando tales zancadas que a Harry y Ron les costaba trabajo seguirla. La última vez que Harry había visto a Hermione tan enfadada, le había pegado una bofetada a Draco Malfoy—.

Muchos se echaron a reír al recordar eso y las mejillas de Malfoy se tornaron de un tono rosa claro.

¡Y Hagrid no va a seguir escondiendo la cabeza! ¡Nunca tendría que haber permitido que lo alterara esa imitación de ser humano! ¡Vamos!

— ¡Imitación de ser humano! — repitió George, maravillado.

— Me apunto eso — dijo Fred.

Hermione echó a correr y precedió a sus amigos durante todo el camino de vuelta por la carretera, a través de las verjas flanqueadas por cerdos alados y de los terrenos del colegio, hacia la cabaña de Hagrid.

Las cortinas seguían corridas, y al acercarse oyeron los ladridos de Fang.

¡Hagrid! —gritó Hermione, aporreando la puerta delantera—. ¡Ya está bien, Hagrid! ¡Sabemos que estás ahí dentro! ¡A nadie le importa que tu madre fuera una giganta! ¡No puedes permitir que esa asquerosa de Skeeter te haga esto! ¡Sal, Hagrid, deja de...!

Conforme Hagrid leía cada palabra, Hermione se ponía más roja. Harry, recordando lo que pasó en ese momento, soltó una risita.

Se abrió la puerta. Hermione dijo «hacer el... » y se calló de repente, porque acababa de encontrarse cara a cara no con Hagrid sino con Albus Dumbledore.

Hagrid sonrió al leer eso. Pasaron unos segundos y, cuando la gente hubo asimilado lo que acababan de escuchar, se oyeron carcajadas desde todas partes del comedor.

Hermione seguía muy roja y Dumbledore sonreía.

Buenas tardes —saludó el director en tono agradable, sonriéndoles.

Que... que... queríamos ver a Hagrid —dijo Hermione con timidez.

Sí, lo suponía—repuso Dumbledore con ojos risueños—. ¿Por qué no entráis?

Ah... eh... bien —aceptó Hermione.

Las risas continuaban.

— Qué mala pata — dijo Katie. Angelina tenía lágrimas en los ojos y estaba agarrada a Alicia, que también reía.

Los tres amigos entraron en la cabaña. En cuanto Harry cruzó la puerta, Fang se abalanzó sobre él ladrando como loco, e intentó lamerle las orejas. Harry se libró de Fang y miró a su alrededor.

— Qué mono es Fang — se oyó decir a una chica de segundo. Su interlocutora no parecía estar de acuerdo.

Hagrid estaba sentado a la mesa, en la que había dos tazas de té. Parecía hallarse en un estado deplorable. Tenía manchas en la cara, y los ojos hinchados, y, en cuanto al cabello, se había pasado al otro extremo: lejos de intentar dominarlo, en aquellos momentos parecía un entramado de alambres.

Hagrid se ruborizó al leer esa descripción de sí mismo.

Hola, Hagrid —saludó Harry. Hagrid levantó la vista.

... la —respondió, con la voz muy tomada.

Creo que nos hará falta más té —dijo Dumbledore, cerrando la puerta tras ellos.

Sacó la varita e hizo una floritura con ella, y en medio del aire apareció, dando vueltas, una bandeja con el servicio de té y un plato de bizcochos.

— Quiero aprender ese hechizo — murmuró Dean.

Dumbledore la hizo posarse sobre la mesa, y todos se sentaron. Hubo una breve pausa, y luego el director dijo:

¿Has oído por casualidad lo que gritaba la señorita Granger, Hagrid?

Hermione se puso algo colorada, pero Dumbledore le sonrió y prosiguió:

Parece ser que Hermione, Harry y Ron aún quieren ser amigos tuyos, a juzgar por la forma en que intentaban echar la puerta abajo.

— Creo que Dumbledore lo estaba disfrutando — dijo Sirius. Dumbledore no lo negó.

¡Por supuesto que sí! —exclamó Harry mirando a Hagrid—. Te tiene que importar un bledo lo que esa vaca... Perdón, profesor —añadió apresuradamente, mirando a Dumbledore.

Me he vuelto sordo por un momento y no tengo la menor idea de qué es lo que has dicho —dijo Dumbledore, jugando con los pulgares y mirando al techo.

Se oían risas por todas partes. No parecía que quedara nadie en el comedor que sintiera el más mínimo respeto por Rita Skeeter.

Eh... bien —dijo Harry mansamente—. Sólo quería decir... ¿Cómo pudiste pensar, Hagrid, que a nosotros podía importarnos lo que esa... mujer escribió de ti?

Dos gruesas lágrimas se desprendieron de los ojos color azabache de Hagrid y cayeron lentamente sobre la barba enmarañada.

— Qué dramático — se quejó Nott.

Aquí tienes la prueba de lo que te he estado diciendo, Hagrid —dijo Dumbledore, sin dejar de mirar al techo—. Ya te he mostrado las innumerables cartas de padres que te recuerdan de cuando estudiaron aquí, diciéndome en términos muy claros que, si yo te despidiera, ellos tomarían cartas en el asunto.

Muchos sonrieron al escuchar eso. Otros parecían sorprendidos, y no para bien. La cara de Malfoy era de disgusto.

No todos —repuso Hagrid con voz ronca—. No todos los padres quieren que me quede.

Realmente, Hagrid, si lo que buscas es la aprobación de todo el mundo, me temo que te quedarás en esta cabaña durante mucho tiempo —replicó Dumbledore, mirando severamente por encima de los cristales de sus gafas de media luna—. Desde que me convertí en el director de este colegio no ha pasado una semana sin que haya recibido al menos una lechuza con quejas por la manera en que llevo las cosas. Pero ¿qué tendría que hacer? ¿Encerrarme en mi estudio y negarme a hablar con nadie?

— Esa es una gran lección que aprender — dijo McGonagall.

— Efectivamente, si se me permite decirlo — respondió Dumbledore con una sonrisa.

Ya... pero tú no eres un semigigante —contestó Hagrid con voz ronca.

¡Hagrid, mira los parientes que tengo yo! —dijo Harry furioso—. ¡Mira a los Dursley!

Ante la mención de los Dursley, muchos alumnos pusieron caras de asco.

Bien observado —aprobó el profesor Dumbledore—. Mi propio hermano, Aberforth, fue perseguido por practicar encantamientos inapropiados en una cabra. Salió todo en los periódicos, pero ¿crees que Aberforth se escondió? ¡No lo hizo! ¡Siguió con lo suyo, como de costumbre, con la cabeza bien alta! La verdad es que no estoy seguro de que sepa leer, así que tal vez no fuera cuestión de valentía...

Las risitas incrédulas no se hicieron esperar.

— ¿A qué se refiere con encantamientos inapropiados? — preguntó Dennis inocentemente.

Colin se encogió de hombros.

— Quizá es que está prohibido realizar encantamientos en animales — sugirió.

— No, no es eso — les aseguró un chico de séptimo, pero no les ofreció una explicación, por lo que se quedaron bastante confusos.

Vuelve a las clases, Hagrid —pidió Hermione en voz baja—. Vuelve, por favor: te echamos de menos.

Hagrid tragó saliva. Nuevas lágrimas se derramaron por sus mejillas hasta la barba.

— Que deje de llorar ya — se quejó Zacharias Smith, ganándose varias miradas desagradables.

Dumbledore se levantó.

Me niego a aceptar tu dimisión, Hagrid, y espero que vuelvas al trabajo el lunes —dijo—. Nos veremos en el Gran Comedor para desayunar, a las ocho y media. No quiero excusas. Buenas tardes a todos.

— ¡Había presentado su dimisión! — exclamó Lee Jordan.

— Menos mal que el profesor Dumbledore no la aceptó — dijo Ginny.

Dumbledore salió de la cabaña, deteniéndose sólo para rascarle las orejas a Fang. Cuando la puerta se hubo cerrado tras él, Hagrid comenzó a sollozar tapándose la cara con las manos, del tamaño de ruedas de coche.

Zacharias rodó los ojos, pero no dijo nada.

Hermione le dio unas palmadas en el brazo, y al final Hagrid levantó la vista, con los ojos enrojecidos, y dijo:

Dumbledore es un gran hombre... un gran hombre...

Sí que lo es —afirmó Ron—. ¿Me puedo tomar uno de estos bizcochos, Hagrid?

Eso provocó bastantes risas y Ron se puso un poco rojo.

Todos los que quieras —contestó Hagrid, secándose los ojos con el reverso de la mano—. Tiene razón, desde luego; todos tenéis razón: he sido un tonto. A mi padre le hubiera dado vergüenza la forma en que me he comportado... —Derramó más lágrimas, pero se las secó con decisión y dijo—: Nunca os he enseñado fotos de mi padre, ¿verdad? Aquí tengo una...

Hagrid pausó y tomó aire antes de leer:

Hagrid se levantó, fue al aparador, abrió un cajón y sacó de él una foto de un mago de corta estatura. Tenía los mismos ojos negros de él, y sonreía sentado sobre el hombro de su hijo. Hagrid debía de medir entonces sus buenos dos metros y medio de altura, a juzgar por el manzano que había a su lado, pero su rostro era lampiño, joven, redondo y suave: seguramente no tendría más de once años.

Muchos escuchaban con atención. A Harry le sorprendió la cantidad de gente que sentía curiosidad por el pasado familiar de Hagrid.

Fue tomada justo después de que entré en Hogwarts —dijo Hagrid con voz ronca—. Mi padre se sentía muy satisfecho... aunque yo no pudiera ser mago, porque mi madre... Ya sabéis. Naturalmente, nunca fui nada del otro mundo en esto de la magia, pero al menos no llegó a enterarse de mi expulsión. Murió cuando yo estaba en segundo.

Incluso en el presente, la voz de Hagrid sonaba tomada, como si estuviera haciendo un esfuerzo por no llorar.

»Dumbledore fue el único que me defendió después de que faltó mi padre. Me dio el puesto de guardabosque... Confía en la gente. Le da a todo el mundo una segunda oportunidad: eso es lo que lo diferencia de otros directores. Aceptará a cualquiera en Hogwarts, mientras valga. Sabe que uno puede merecer la pena incluso aunque su familia no haya sido... bueno... del todo respetable.

— Por supuesto. Así es como debe ser — dijo McGonagall.

Hagrid volvió a tomar aire y, esta vez, habló sin que la voz le temblara, con la cabeza ligeramente más levantada que antes y una expresión llena de decisión en su rostro.

Pero hay quien no lo comprende. Los hay que siempre están contra uno... Los hay que pretenden que simplemente tienen esqueleto grande en vez de levantarse y decir: soy lo que soy, no me avergüenzo. Mi padre me decía que no me avergonzara nunca, que había quien estaría contra mí, pero que no merecía la pena molestarse por ellos. Y tenía razón.

— ¡Bien, Hagrid! — exclamó Sirius, echándose a aplaudir.

Tonks y Lupin lo siguieron, también Moody y Kingsley y, para cuando Harry se dio cuenta, medio comedor estaba aplaudiendo.

A Hagrid le brillaban los ojos. Sonrió y, tras dar las gracias con voz queda, continuó con la lectura con más ánimo que antes.

He sido un idiota. Y, en cuanto a ella, no voy a volver a preocuparme, os lo prometo. Esqueleto grande... Ya le daré esqueleto grande.

Harry, Ron y Hermione se miraron nerviosos unos a otros. Harry antes se hubiera llevado de paseo a cincuenta escregutos que admitir ante Hagrid que había escuchado su conversación con Madame Maxime, pero Hagrid seguía hablando, aparentemente inconsciente de haber dicho algo extraño.

— ¿Te vas a llevar a cincuenta escregutos de paseo ahora que Hagrid lo sabe? — preguntó Ginny con una sonrisa.

— Ya no quedan escregutos en el colegio. Es una pena — respondió Harry con sarcasmo y una sonrisita.

¿Sabes una cosa, Harry? —dijo, apartando la mirada de la fotografía de su padre, con los ojos muy brillantes—. Cuando te vi por primera vez, me recordaste un poco a mí mismo. Tus padres muertos, y tú te sentías como si no te merecieras venir a Hogwarts, ¿recuerdas?

Harry asintió.

¡Y ahora mírate! ¡Campeón del colegio! —Miró a Harry un instante y luego dijo, muy serio—: ¿Sabes lo que me gustaría, Harry? Me gustaría que ganaras, de verdad. Eso les enseñaría a todos... que no hay que ser de sangre limpia para conseguirlo. No te tienes que avergonzar de lo que eres. Eso les enseñaría que es Dumbledore el que tiene razón dejando entrar a cualquiera siempre y cuando sea capaz de hacer magia.

— Muchos de los mejores magos del último siglo no son de sangre limpia — dijo la profesora Sprout. — Va siendo hora de librarnos de tantos estereotipos.

Si bien muchos estaban de acuerdo con ella, también se ganó miradas heladas por parte de algunos.

¿Cómo te va con ese huevo, Harry?

Muy bien —dijo Harry—. Genial.

Harry hizo una mueca.

En el entristecido rostro de Hagrid se dibujó una amplia sonrisa.

Ése es mi chico... Muéstraselo, Harry, muéstrales quién eres. Véncelos.

— Le mentiste — dijo una chica de primero con tono acusatorio.

No era lo mismo mentir a los demás que hacerlo con Hagrid. Aquella tarde Harry volvió al castillo con Ron y Hermione, incapaz de desvanecer la imagen de la expresión de contento en la cara de Hagrid cuando se lo había imaginado ganando el Torneo. El incomprensible huevo pesaba aquella noche más que nunca en la conciencia de Harry, y, cuando volvió a la cama, se había forjado un propósito muy claro: era ya hora de tragarse el orgullo y ver si la pista de Cedric conducía a alguna parte.

— ¡Ya era hora! — exclamó una chica de Hufflepuff.

— Así termina — anunció Hagrid.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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