La madriguera:
— Creo que sería conveniente hacer un pequeño descanso — dijo Dumbledore, poniéndose en pie. — Tenéis mucho que asimilar.
¡Y tanto que era así!
A pesar de las palabras del director, nadie se movió. Nerviosos, los alumnos miraban a Sirius con cautela, algunos con más disimulo que otros. Nadie quería levantarse ni hablar en voz alta, por miedo a llamar la atención de Sirius y que éste los recordara.
— Vámonos de aquí — bufó Harry. — Tenemos unos minutos, ¿no?
Harry, Ron y Hermione se levantaron los primeros, seguidos por Luna y Ginny. Harry oyó jadeos y susurros y vio que Sirius se acababa de levantar.
— ¿Podemos hablar? — le dijo a su sobrino. Harry asintió y, tras despedirse rápidamente de sus amigos, salió del comedor con su padrino.
Nada más cerrarse las puertas tras ellos, pudo escuchar cómo decenas de personas comenzaban a hablar en voz alta. Sin embargo, no le importaba lo más mínimo lo que pudieran decir. Sirius estaba allí, sin necesidad de esconderse y probablemente no volvería a tener que vivir escondido nunca más. ¡Sería libre!
— Vamos por aquí — le dijo Sirius, señalando uno de los pasillos. Harry lo siguió sin importarle siquiera a dónde se dirigían. Se sentía feliz por primera vez desde hacía meses.
Subieron al segundo piso, donde Sirius lo dirigió hasta uno de los pasadizos secretos que Harry conocía gracias al mapa del merodeador. Una vez allí, lejos de las miradas de todo el mundo, Harry se permitió a sí mismo respirar tranquilo. La cantidad de emociones que había sentido durante los últimos quince minutos era tal que su cuerpo todavía temblaba ligeramente.
— ¿Todo bien? — le preguntó Sirius. Harry asintió con una gran sonrisa.
— Mejor que bien.
Se miraron, sonrientes, pero entonces la sonrisa de Sirius cayó y se convirtió en una mueca. A Harry se le hizo un nudo en el estómago.
— ¿Qué pasa? — preguntó con cierta alarma.
— Tenemos que hablar de algunas cosas — dijo Sirius. — No sé si lo sabes, pero el sábado hubo una reunión de la Orden. Hablamos sobre ellos.
— ¿Ellos? ¿Los mortífagos? — dijo Harry, confuso.
— No, tus tíos — replicó Sirius. Su expresión dejaba muy claro cuál era su opinión sobre ellos. — Esos malditos Dursleys…
— Ah…
— Escucha — le urgió Sirius, dando un paso al frente. — Dumbledore cree que tienes que volver allí. Dice que es…
— El sitio donde estoy más seguro — lo interrumpió Harry. — Sí, lo sé.
— No estoy de acuerdo — gruñó Sirius. — Te pusieron barrotes en la ventana… ¡Y una gatera! ¡No te daban de comer! Ya verás cuando salga de aquí, voy a…
— No, no vas a hacer nada. ¿Acaso quieres darle a Fudge una excusa para que te meta otra vez en Azkaban?
— ¿Y qué se supone que tengo que hacer? — exclamó Sirius. — ¿Dejar que te maltraten?
— ¡No me maltratan! — se defendió Harry. — Simplemente… no me tratan del todo bien.
Harry ignoró la mirada irónica de Sirius.
— Es verdad — insistió. — Todos os estáis imaginando que es peor de lo que es en realidad.
— ¿Ah, sí? ¿Entonces es mentira que solo te dio una lata de sopa fría en todo el día?
Ambos sabían la respuesta a esa pregunta, así que callaron.
— Mira… — empezó Harry. — Solo me quedan dos veranos con ellos. No merece la pena que vuelvan a meterte en Azkaban por vengarte de ellos. Volveré a Privet Drive, aguantaré a los Dursley unos meses y después seré libre para irme a donde quiera.
— No vas a volver solo — replicó Sirius. — Esta es una de las opciones de las que hablamos en la reunión. Si vuelves, volverás con escolta.
Harry bufó.
— La escolta no ha servido de mucho este verano.
— No esa clase de escolta — dijo Sirius, poniéndole una mano en el hombro. — Esta vez, estaremos dentro de la casa. Y los Dursleys lo sabrán.
— No — jadeó Harry, con los ojos muy abiertos. — Jamás lo permitirán. Eso solo empeorará las cosas.
— No podrán ponerte rejas en la ventana, ni evitar que comas lo que quieras — le prometió Sirius. — No lo permitiremos.
— Me echarán de casa antes que permitir que entren más magos en Privet Drive — afirmó Harry.
— También hay otra opción… Que te vengas a vivir conmigo. Si al acabar estos libros consigo que me retiren los cargos y quiten la recompensa por mi cabeza, podré reclamar tu custodia y no habrá nada que Dumbledore pueda hacer para impedirlo.
Los ojos de Harry se iluminaron.
— Además — añadió Sirius, sonriente. — Si todo sale bien y es verdad que estos libros nos enseñan cómo acabar con Voldy, quizá ni siquiera tengamos que preocuparnos mucho por la seguridad.
— Eso sería genial — suspiró Harry.
Durante unos minutos, hablaron de todo lo que les gustaría hacer una vez que Voldemort fuera derrotado. Sirius quería comprar una casa en el campo para el invierno y otra cerca del mar, para el verano. A Harry le bastaba con tener un techo sobre su cabeza y una cama donde dormir. Aunque, si tenía que ser sincero, la idea de tener un gran jardín donde poder jugar al quidditch se le hacía sumamente tentadora. Podría invitar a todos los Weasleys y a Hermione, quizá incluso a algunos amigos del ED. ¡Podría ir a casa durante las vacaciones de Navidad! Por algún motivo, esa idea le agradaba muchísimo.
Al cabo de un rato, regresaron al comedor, donde muchos alumnos se callaron nada más ver entrar a Sirius. Harry rodó los ojos. Habían estado en la misma sala que él durante varios días y no había atacado a nadie (bueno, a Fudge, pero se lo merecía). ¿Qué les hacía pensar que Sirius les haría daño?
Harry se sentó junto a Ron y Hermione, en el lugar que había ocupado antes. Sirius volvió a sentarse junto a Lupin, a quien se le veía sumamente relajado. A Harry le agradaba verlo así.
— ¿Ha pasado algo interesante mientras no estaba?
— Nah — respondió Ron, quien estaba comiéndose una rana de chocolate. — Algunos han salido para ir al baño, un par de personas se han puesto a llorar porque Sirius les da miedo y Umbridge ha vuelto a llamar a Lupin "ese licántropo".
— Estoy deseando que la echen — dijo Hermione. A Harry le sorprendió la intensidad con la que miraba a la profesora. — Quiero pensar que cuando acabemos la lectura, ella ya no estará en Hogwarts.
— Ojalá — replicó Harry.
Tras unos minutos, que pasaron charlando y comiendo dulces, el profesor Dumbledore se puso en pie.
— ¿Quién quiere leer? — preguntó. Muy pocas manos se alzaron en el aire. El director eligió a Justin Finch-Fletchley, quien se levantó rápidamente y se dirigió a la tarima.
— El capítulo se llama: La Madriguera — comenzó.
Los Weasleys se sonrieron entre sí. Harry no pudo evitar sonreír también, recordando la primera vez que fue a casa de Ron. Sentía que este capítulo iba a ser muy agradable de leer. O quizá es que aún se sentía en una nube, después de su conversación con Sirius y de todo lo sucedido. Verlo allí sentado entre la gente, comentando cosas en voz baja con el profesor Lupin y riendo con Tonks, lo llenaba de felicidad.
—¡Ron! —exclamó Harry, encaramándose a la ventana y abriéndola para poder hablar con él a través de la reja—. Ron, ¿cómo has logrado…? ¿Qué…?
— Esto va a ser interesante — rió Fred.
— ¿Cómo llegaste allí, Ron? — preguntó Lavender. Ron sonrió.
— Ahora lo verás.
Harry se quedó boquiabierto al darse cuenta de lo que veía. Ron sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire! Sonriendo a Harry desde los asientos delanteros, estaban Fred y George, los hermanos gemelos de Ron, que eran mayores que él.
— Cómo no, tenían que estar allí — bufó Angelina, con una gran sonrisa.
— Supongo que es el mismo coche con el que os estrellasteis contra el sauce boxeador el primer día de colegio — dijo Luna. Harry y Ron la miraron con la boca abierta.
— ¿Cómo sabes eso?
La chica se encogió de hombros.
— No se hablaba de otra cosa aquella semana.
— Menos mal que nadie te ha oído — susurró Hermione. — Creo que a los de primeros años no les gustaría que les chafaran la historia.
—¿Todo bien, Harry?
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron—. ¿Por qué no has contestado a mis cartas? Te he pedido unas doce veces que vinieras a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que te habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.
— ¿Doce veces? — rió Dean. — Sí que tenías ganas.
Pero su risa paró de golpe cuando cruzó miradas con Sirius. Parecía haber olvidado durante un momento que él estaba allí.
— Tú también habrías enviado doce cartas si no te contestaran y pensaras que ha pasado algo — replicó Ron, cuyas orejas se pusieron rojas.
—No fui yo. Pero ¿cómo se enteró?
—Trabaja en el Ministerio —contestó Ron—. Sabes que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.
—¡Tiene gracia que tú me lo digas! —repuso Harry, echando un vistazo al coche flotante.
— ¿De dónde lo sacaste? — preguntó Colin. Quizá era que Sirius ya no le daba miedo, o quizá era que la idea de tener un coche volador era demasiado maravillosa como para dejar que un supuesto asesino le chafara la ilusión.
— Eso es magia ilegal — intervino Umbridge antes de que Ron pudiera decir nada. — Conjurar un objeto muggle de esta manera está penado por la ley. ¿No es precisamente Arthur Weasley el responsable del departamento contra el uso indebido de objetos muggle?
El señor Weasley se sonrojó, incómodo.
— Así es — confirmó.
— ¿Y el coche era suyo?
— Esa investigación ya se llevó a cabo — la cortó Bill Weasley. Intercambió miradas con su padre antes de dejar que éste hablara.
— Estoy seguro de que podrá encontrar todos los archivos pertinentes en el ministerio — dijo Arthur, con la cabeza bien alta. Umbridge lo fulminó con la mirada.
— Créame, los buscaré.
Justin, claramente incómodo, siguió leyendo.
—¡Esto no cuenta! —explicó Ron—. Sólo lo hemos cogido prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esos muggles con los que vives…
— ¿Qué se siente al conducir un coche que vuela? — preguntó Seamus. — Tiene que ser genial.
— Lo es — sonrió Ron, antes de recordar que aún seguía enfadado con Seamus. Trató de cambiar su expresión a una más seria, pero solo consiguió hacer una mueca rara.
—No he sido yo, ya te lo he dicho…, pero es demasiado largo para explicarlo ahora. Mira, puedes decir en Hogwarts que los Dursley me tienen encerrado y que no podré volver al colegio, y está claro que no puedo utilizar la magia para escapar de aquí, porque el ministro pensaría que es la segunda vez que utilizo conjuros en tres días, de forma que…
— Así que te tuvieron encerrado tres días enteros — dijo Dean. A su lado, Neville tenía los ojos muy abiertos. Ambos chicos miraron de reojo a Sirius, quien parecía enfadado.
— Más o menos — dijo Harry, resignado. Cada vez odiaba más que se leyera su vida con los Dursley. Estaba harto de las miradas de pena.
—Deja de decir tonterías —dijo Ron—. Hemos venido para llevarte a casa con nosotros.
— Bien dicho — dijo la señora Weasley. George la miró con una ceja arqueada.
— Creo recordar que eso no es lo que dijiste entonces, mamá.
Aunque el tono de George era de broma, Molly se sonrojó con fuerza.
— No sabía lo que estaba pasando — se disculpó. — Si lo hubiera sabido, habría ido allí yo misma.
Harry bajó la cabeza para que no lo vieran sonreír.
—Pero tampoco vosotros podéis utilizar la magia para sacarme…
—No la necesitamos —repuso Ron, señalando con la cabeza hacia los asientos delanteros y sonriendo—. Recuerda a quién he traído conmigo.
Algunos rieron, aunque fueron risas muy apagadas. Nadie quería llamar la atención.
—Ata esto a la reja —dijo Fred, arrojándole un cabo de cuerda.
—Si los Dursley se despiertan, me matan —comentó Harry, atando la soga a uno de los barrotes. Fred aceleró el coche.
— Si arrancáis la reja seguro que se despiertan — dijo una chica de tercero de Slytherin. Parecía preocupada.
— Esto ya ha pasado, ¿recuerdas? — le respondió una amiga suya. La chica simplemente rodó los ojos mientras algunos de sus amigos soltaban risitas.
Harry se sorprendió al ver que parecían bastante relajados, al contrario que el resto de alumnos. Quizá los Slytherin eran más valientes de lo que aparentaban.
—No te preocupes —dijo Fred— y apártate.
Harry se retiró al fondo de la habitación, donde estaba Hedwig, que parecía haber comprendido que la situación era delicada y se mantenía inmóvil y en silencio.
— Tu lechuza es muy inteligente, Harry — le dijo Luna.
— Lo sé — respondió él con orgullo.
El coche aceleró más y más, y de pronto, con un sonoro crujido, la reja se desprendió limpiamente de la ventana mientras el coche salía volando hacia el cielo. Harry corrió a la ventana y vio que la reja había quedado colgando a sólo un metro del suelo. Entonces Ron fue recogiendo la cuerda hasta que tuvo la reja dentro del coche. Harry escuchó preocupado, pero no oyó ningún sonido que proviniera del dormitorio de los Dursley.
— Vaya — dijo Wood. — Deben de tener el sueño muy profundo.
Después de que Ron dejara la reja en el asiento trasero, a su lado, Fred dio marcha atrás para acercarse tanto como pudo a la ventana de Harry.
—Entra —dijo Ron.
—Pero todas mis cosas de Hogwarts… Mi varita mágica, mi escoba…
—¿Dónde están?
—Guardadas bajo llave en la alacena de debajo de las escaleras. Y yo no puedo salir de la habitación.
— Aún no me puedo creer que ni siquiera le dejaran tener los libros de clase — bufó la profesora Sprout.
—No te preocupes —dijo George desde el asiento del acompañante—. Quítate de ahí, Harry.
Fred y George entraron en la habitación de Harry trepando con cuidado por la ventana.
— Fred y George al rescate — rió Katie, antes de dirigir la mirada a donde estaba sentado Sirius y cerrar la boca de inmediato.
Harry comenzaba a sentirse frustrado.
«Hay que reconocer que lo hacen muy bien», pensó Harry cuando George se sacó del bolsillo una horquilla del pelo para forzar la cerradura.
— ¡Claro que lo hacemos bien!
— ¿Cómo sabíais lo de la horquilla? — preguntó Colin.
— Somos genios, ¿aún lo dudas? — dijo George, haciendo reír a muchos.
—Muchos magos creen que es una pérdida de tiempo aprender estos trucos muggles —observó Fred—, pero nosotros opinamos que vale la pena adquirir estas habilidades, aunque sean un poco lentas.
— Ya sabéis, niños — dijo Fred. — Esta es la lección de hoy: aprended a abrir cerraduras con una horquilla muggle, ¡por si acaso!
Hermione abrió la boca, debatiéndose entre contradecir las palabras de Fred o estar de acuerdo. Enseñar a un montón de alumnos pequeños a abrir cerraduras podía salir muy mal, pero, ¿y si algún día lo necesitaban, como Harry?
No supo qué posición tomar, así que optó por quedarse callada.
Se oyó un ligero «clic» y la puerta se abrió.
— Genial — se escuchó decir a un alumno de primero de Gryffindor. Por su expresión, estaba claro que aprendería esos trucos y no los usaría para hacer el bien.
—Bueno, nosotros bajaremos a buscar tus cosas. Recoge todo lo que necesites de tu habitación y ve dándoselo a Ron por la ventana —susurró George.
—Tened cuidado con el último escalón, porque cruje —les susurró Harry mientras los gemelos se internaban en la oscuridad.
Harry fue cogiendo sus cosas de la habitación y se las pasaba a Ron a través de la ventana. Luego ayudó a Fred y a George a subir el baúl por las escaleras. Oyó toser al tío Vernon.
— Qué tensión — murmuró Neville, nervioso.
Una vez en el rellano, llevaron el baúl a través de la habitación de Harry hasta la ventana abierta. Fred pasó al coche para ayudar a Ron a subir el baúl, mientras Harry y George lo empujaban desde la habitación. Centímetro a centímetro, el baúl fue deslizándose por la ventana.
— Hacéis un buen equipo — comentó Ginny. Angelina le sonrió.
— Claro que hacen buen equipo. Por eso nuestro equipo de quidditch es el mejor.
Su sonrisa se congeló en una mueca al recordar, exactamente al mismo tiempo que Harry, que él, Fred y George habían sido baneados de por vida del equipo de quidditch.
— Y por eso ganaremos la copa — afirmó Fred.
— Ejem… Creo recordar que está usted bajo un castigo de por vida, señor Weasley — le recordó Umbridge. — Tanto usted, como el señor Weasley y Potter, no volverán a pisar el campo de juego durante un campeonato.
— Ya veremos cómo acaba ese asunto cuando termine la lectura — interrumpió McGonagall. — Siga leyendo, señor Finch-Fletchley.
Justin le hizo caso, ignorando los bufidos de Umbridge. Harry se emocionó al pensar que seguramente podría volver a jugar al quidditch con sus compañeros. Si todos habían reaccionado así al saber que tío Vernon le había arrastrado hacia la habitación, ¿cómo reaccionarían al saber la cicatriz que tenía en la mano a causa de los castigos de Umbridge?
Tío Vernon volvió a toser.
—Un poco más —dijo jadeando Fred, que desde el coche tiraba del baúl—, empujad con fuerza…
Harry y George empujaron con los hombros, y el baúl terminó de pasar de la ventana al asiento trasero del coche.
—Estupendo, vámonos —dijo George en voz baja.
— Misión cumplida — sonrió Colin.
— No creo — le respondió su hermano, Dennis. — Siempre pasa algo. Seguro que la lían.
Harry no pudo evitar soltar una risita. Cuánta razón tenían.
Y en ese momento qué bien le caían Colin y Dennis, quienes no parecían nada preocupados por la presencia de Sirius. Sentía que el ambiente iba calmándose poco a poco, pero todavía había mucha tensión, y muchos alumnos parecían negarse a abrir la boca.
Pero al subir al alféizar de la ventana, Harry oyó un potente chillido detrás de él, seguido por la atronadora voz de tío Vernon.
—¡ESA MALDITA LECHUZA!
—¡Me olvidaba de Hedwig!
— ¡Harry! — exclamó Hermione. — No me lo puedo creer.
— Fue por la tensión — se disculpó él. — Estaba demasiado ocupado controlando que los Dursleys siguieran dormidos.
Harry cruzó a toda velocidad la habitación al tiempo que se encendía la luz del rellano. Cogió la jaula de Hedwig, volvió velozmente a la ventana, y se la pasó a Ron. Harry estaba subiendo al alféizar cuando tío Vernon aporreó la puerta, y ésta se abrió de par en par.
Se escucharon jadeos y murmullos de gente preocupada.
Durante una fracción de segundo, tío Vernon se quedó inmóvil en la puerta; luego soltó un mugido como el de un toro furioso y, abalanzándose sobre Harry, lo agarró por un tobillo.
Sirius soltó un gruñido que hizo saltar a más de uno. Tanto Harry como Lupin lo miraron mal.
— ¿Qué? — dijo él, como si no se hubiera dado cuenta de las reacciones de la gente. Lupin bufó.
— Si quieres que los estudiantes se relajen un poco, gruñir como si todavía fueras un perro no ayuda.
— Pero es que aún lo soy — sonrió Sirius. Acto seguido, se transformó de nuevo en Canuto, consiguiendo que muchos alumnos volvieran a jadear.
Sin embargo, parecía mucho más fácil para ellos mirar al gran perro negro que Sirius Black. Él debió notarlo, porque se dejó caer contra Lupin y movió la cola como el perro feliz que era.
Ron, Fred y George lo asieron a su vez por los brazos, y tiraban de él todo lo que podían.
—¡Petunia! —bramó tío Vernon—. ¡Se escapa! ¡SE ESCAPA!
— No entiendo esto — dijo Parvati, quien parecía mucho más tranquila ahora que Sirius era un perro. — Si tanto te odian, ¿no deberían alegrarse de que te escapes?
— Es lo mismo que decíamos cuando Harry fue a Hogwarts en el primer libro — habló Terry Boot. El chico había estado agarrado a una almohada y sin abrir la boca en todo el capítulo. — ¿Por qué estaban tan en contra de que Harry recibiera las cartas si eso significa que no tienen que verlo durante meses?
— Ya os lo dije — respondió Harry. — Odian más la magia de lo que me odian a mí.
— Ya, pero en esta ocasión esa explicación ya no sirve — insistió Parvati. — Ya sabías que eres un mago, ibas a regresar a Hogwarts de todas formas. ¿Por qué tanto interés en que no lo hicieras?
— No querían que volviera — le recordó Hermione. — El señor Dursley dijo algo de que nunca regresaría al colegio, ¿no?
— Qué estupidez — bufó Ginny. — No les funcionó con las cartas, ¿qué les hace pensar que podían mantener a Harry allí sin que nadie fuera a buscarlo?
Nadie tenía una respuesta para eso, por lo que Justin decidió seguir leyendo.
Pero los Weasley tiraron con más fuerza, y el tío Vernon tuvo que soltar la pierna de Harry. Tan pronto como éste se encontró dentro del coche y hubo cerrado la puerta con un portazo, gritó Ron:
—¡Fred, aprieta el acelerador!
Y el coche salió disparado en dirección a la luna.
— ¿Aún tenéis el coche? ¡Yo quiero probarlo! — dijo Angelina. Fred negó con la cabeza.
— Lo siento, se convirtió en un salvaje y ahora vive en el bosque prohibido.
Nadie le creyó.
Harry no podía creérselo: estaba libre. Bajó la ventanilla y, con el aire azotándole los cabellos, volvió la vista para ver alejarse los tejados de Privet Drive. Tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban asomados a la ventana de Harry, alucinados.
—¡Hasta el próximo verano! —gritó Harry.
Los Weasley se rieron a carcajadas, y Harry se recostó en el asiento, con una sonrisa de oreja a oreja.
En el comedor, muchos también reían. Canuto movía la cola felizmente.
—Suelta a Hedwig —dijo a Ron— y que nos siga volando. Lleva un montón de tiempo sin poder estirar las alas.
— Pobre — dijo Hagrid. — Lo debió pasar muy mal.
George le pasó la horquilla a Ron y, en un instante, Hedwig salía alborozada por la ventanilla y se quedaba planeando al lado del coche, como un fantasma.
Algunos sonrieron ante la imagen mental de Hedwig persiguiendo un coche volador en mitad de la noche.
—Entonces, Harry, ¿por qué…? —preguntó Ron impaciente—. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
Harry les explicó lo de Dobby, la advertencia que le había hecho y el desastre del pudín de violetas. Cuando terminó, hubo un silencio prolongado.
—Muy sospechoso —dijo finalmente Fred.
— ¿Tú crees? — se burló Charlie. Fred le pegó con una almohada.
—Me huele mal —corroboró George—. ¿Así que ni siquiera te dijo quién estaba detrás de todo?
—Creo que no podía —dijo Harry—, ya os he dicho que cada vez que estaba a punto de irse de la lengua, empezaba a darse golpes contra la pared.
Vio que Fred y George se miraban.
— Comunicación telepática de gemelos — le explicó George.
— Más rápida y efectiva que usar palabras — dijo Fred.
—¿Creéis que me estaba mintiendo? —preguntó Harry.
—Bueno —repuso Fred—, tengamos en cuenta que los elfos domésticos tienen mucho poder mágico, pero normalmente no lo pueden utilizar sin el permiso de sus amos. Me da la impresión de que enviaron al viejo Dobby para impedirte que regresaras a Hogwarts. Una especie de broma. ¿Hay alguien en el colegio que tenga algo contra ti?
Malfoy bufó, intuyendo lo que se iba a decir.
—Sí —respondieron Ron y Harry al unísono.
—Draco Malfoy —dijo Harry—. Me odia.
— Potter, háztelo mirar — replicó Draco. — Esta obsesión que tienes conmigo no es normal.
Canuto se transformó de nuevo en humano solo para responderle a Malfoy.
— Tengo la impresión de que esa "obsesión" es mutua — dijo en voz alta. Harry lo miró con los ojos como platos.
— Eso no ayuda — le dijo, indignado. Malfoy también lo estaba.
— Puedo asegurar que no pensé en Potter en todas las vacaciones — bufó Malfoy. — Él no puede decir lo mismo de mí.
— Siga leyendo, por favor — le urgió McGonagall a Justin, quien enseguida cumplió.
—¿Draco Malfoy? —dijo George, volviéndose—. ¿No es el hijo de Lucius Malfoy?
—Supongo que sí, porque no es un apellido muy común —contestó Harry—. ¿Por qué lo preguntas?
—He oído a mi padre hablar mucho de él —dijo George—. Fue un destacado partidario de Quien-tú-sabes.
Se formó un silencio tenso. Harry no sabía si se debía a la mención de las lealtades de Malfoy o al hecho de que Sirius volvía a ser humano y la gente era incapaz de relajarse cerca de él.
—Y cuando desapareció Quien-tú-sabes —dijo Fred, estirando el cuello para hablar con Harry—, Lucius Malfoy regresó negándolo todo. Mentiras… Mi padre piensa que él pertenecía al círculo más próximo a Quien-tú-sabes.
Malfoy mantuvo la cabeza bien alta, sin afirmar ni negar nada de lo que se estaba diciendo. No se escuchaba ni un suspiro.
Harry ya había oído estos rumores sobre la familia de Malfoy, y no le habían sorprendido en absoluto. En comparación con Malfoy, Dudley Dursley era un muchacho bondadoso, amable y sensible.
Contra eso, Malfoy no pudo quedarse callado.
— Deja de compararme con ese asqueroso muggle — resopló.
— Deja de portarte como un imbécil y dejaré de pensar que lo eres — replicó Harry.
— Veinte puntos menos para Gryff… — dijo Snape, antes de recordar que el sistema de puntos estaba en pausa. — Castigado, Potter.
— Oh, qué sorpresa — intervino Sirius antes de que Harry pudiera abrir la boca. — La serpiente protege a sus crías. Qué bonito.
— Es mi trabajo — replicó Snape con tono gélido. — Sé que ese es un concepto desconocido para ti, Black, pero algunas personas tenemos responsabilidades.
Furioso, Sirius se puso en pie para responderle a Snape, pero Dumbledore intervino antes de que pudiera decir nada.
— Continuemos con la lectura — dijo. — Siéntate, Sirius.
El fugitivo fulminó con la mirada a ambos antes de tomar asiento. Justin, nervioso, siguió leyendo.
—No sé si los Malfoy poseerán un elfo —dijo Harry.
— Todas las grandes familias tienen uno — replicó Pansy Parkinson. — Cómo se nota que te criaron muggles.
—Bueno, sea quien sea, tiene que tratarse de una familia de magos de larga tradición, y tienen que ser ricos —observó Fred.
—Sí, mamá siempre está diciendo que querría tener un elfo doméstico que le planchase la ropa —dijo George—. Pero lo único que tenemos es un espíritu asqueroso y malvado en el ático, y el jardín lleno de gnomos. Los elfos domésticos están en grandes casas solariegas y en castillos y lugares así, y no en casas como la nuestra.
Hermione bufó.
— Y mejor que sea así — le dijo a George. — Es esclavitud.
Harry rodó los ojos y le hizo señas a Justin para que siguiera leyendo inmediatamente, antes de que a Hermione le diera por ofrecer un discurso sobre los derechos élficos.
Harry estaba callado. A juzgar por el hecho de que Draco Malfoy tenía normalmente lo mejor de lo mejor, su familia debía de estar forrada de oro mágico. Podía imaginárselo dándose aires en una gran mansión. También parecía encajar con el tipo de cosas que Malfoy podría hacer, el enviar a un criado para que impidiera que Harry volviese a Hogwarts. ¿Había sido un estúpido al dar crédito a Dobby?
— Pobre Dobby, espero que no se ofenda al oír eso — dijo Harry. Draco lo miró muy mal.
— ¿Te preocupa más el elfo que lo que piense yo? — resopló. — Tienes un problema mental, Potter.
— Y tú un ego muy grande.
— Ya basta — intervino McGonagall.
—De cualquier manera, estoy muy contento de que hayamos podido rescatarte — dijo Ron—. Me estaba preocupando que no respondieras a mis cartas. Al principio le echaba la culpa a Errol…
—¿Quién es Errol?
—Nuestra lechuza macho. Pero está viejo. No sería la primera vez que le da un colapso al hacer una entrega. Así que intenté pedirle a Percy que me prestara a Hermes…
Percy se sobresaltó al escuchar su nombre.
Había tratado, el día anterior, de acercarse a su familia durante la cena. Sin embargo, se había quedado paralizado en el último momento y no había sido capaz. Recordaba las palabras de Ron, urgiéndole a hacer las paces cuanto antes, y sabía que debía hacerlo. ¿Por qué era tan difícil?
—¿Quién?
—La lechuza que nuestros padres compraron a Percy cuando lo nombraron prefecto —dijo Fred desde el asiento delantero.
—Pero Percy no me la quiso dejar —añadió Ron—. Dijo que la necesitaba él.
—Este verano, Percy se está comportando de forma muy rara —dijo George, frunciendo el entrecejo—. Ha estado enviando montones de cartas y pasando muchísimo tiempo encerrado en su habitación… No puede uno estar todo el día sacando brillo a la insignia de prefecto. Te estás desviando hacia el oeste, Fred — añadió, señalando un indicador en el salpicadero. Fred giró el volante.
Eso le sorprendió aún más a Percy. ¿Habían notado su comportamiento cuando pasaba horas encerrado y escribiéndose con Penélope? ¿Se habían preocupado? Nunca le habían dicho nada.
Esto solo lo hacía sentirse peor por todo lo que había hecho. Por otro lado, el resto de Weasleys trataba de aparentar normalidad, pero la expresión de Molly era tan tensa que nadie se creía que estuviera tranquila.
—¿Vuestro padre sabe que os habéis llevado el coche? —preguntó Harry, adivinando la respuesta.
—Esto…, no —contestó Ron—, esta noche tenía que trabajar. Espero que podamos dejarlo en el garaje sin que nuestra madre se dé cuenta de que nos lo hemos llevado.
—¿Qué hace vuestro padre en el Ministerio de Magia?
—Trabaja en el departamento más aburrido —contestó Ron—: el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles.
— No es aburrido — replicó Arthur, aunque no parecía nada enfadado. — Es fascinante.
—¿El qué?
—Se trata de cosas que han sido fabricadas por los muggles pero que alguien las encanta, y que terminan de nuevo en una casa o una tienda muggle. Por ejemplo, el año pasado murió una bruja vieja, y vendieron su juego de té a un anticuario. Una mujer muggle lo compró, se lo llevó a su casa e intentó servir el té a sus amigos. Fue una pesadilla. Nuestro padre tuvo que trabajar horas extras durante varias semanas.
—¿Qué ocurrió?
—Pues que la tetera se volvió loca y arrojó un chorro de té hirviendo por toda la sala, y un hombre terminó en el hospital con las tenacillas para coger los terrones de azúcar aferradas a la nariz.
Muchas personas se echaron a reír, mientras otras, como Hermione, parecían consternadas.
Nuestro padre estaba desesperado, en el departamento solamente están él y un viejo brujo llamado Perkins, y tuvieron que hacer encantamientos para borrarles la memoria y otros trucos para que no se acordaran de nada.
—Pero vuestro padre…, este coche…
Muchos parecían haber hecho la misma conexión, a juzgar por los murmullos y las risitas.
Fred se rió.
—Sí, le vuelve loco todo lo que tiene que ver con los muggles, tenemos el cobertizo lleno de chismes muggles. Los coge, los hechiza y los vuelve a poner en su sitio. Si viniera a inspeccionar a casa, tendría que arrestarse a sí mismo. A nuestra madre la saca de quicio.
— Interesante — dijo Fudge. — Habrá que iniciar una investigación al respecto. Apúntelo, Dolores.
— Por supuesto.
Sin embargo, Arthur no parecía preocupado. Quizá era que, como Harry, tenía esperanzas de que los libros consiguieran quitarle el poder tanto a Umbridge como a Fudge.
—Ahí está la carretera principal —dijo George, mirando hacia abajo a través del parabrisas—. Llegaremos dentro de diez minutos… Menos mal, porque se está haciendo de día.
Un tenue resplandor sonrosado aparecía en el horizonte, al este.
Fred dejó que el coche fuera perdiendo altura, y Harry vio a la escasa luz del amanecer el mosaico que formaban los campos y los grupos de árboles.
— Debió ser muy bonito — dijo Ginny. Harry asintió.
—Vivimos un poco apartados del pueblo —explicó George—. En Ottery Saint Catchpole.
Con una punzada, Harry se dio cuenta de que ahora todo el mundo sabía la zona en la que vivían los Weasleys. Se debió notar su nerviosismo en su cara, porque el señor Weasley le sonrió amablemente y le dijo:
— En el ministerio tienen mi dirección, naturalmente. Cualquiera que quiera saberla, puede hacerlo.
— Tenemos muy buenas medidas de seguridad — Bill le guiñó un ojo.
Más tranquilo, Harry siguió escuchando la lectura.
El coche volador descendía más y más. Entre los árboles destellaba ya el borde de un sol rojo y brillante.
—¡Aterrizamos! —exclamó Fred cuando, con una ligera sacudida, tomaron contacto con el suelo.
— Buen aterrizaje — los felicitó Arthur, evitando la mirada severa de su mujer.
Aterrizaron junto a un garaje en ruinas en un pequeño corral, y Harry vio por vez primera la casa de Ron.
Ron se puso algo nervioso. Le inquietaba saber qué habría pensado Harry realmente sobre su casa.
Parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que parecía sostenerse en pie por arte de magia, y Harry sospechó que así era probablemente. Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. Cerca de la entrada, clavado en el suelo, había un letrero torcido que decía «La Madriguera». En torno a la puerta principal había un revoltijo de botas de goma y un caldero muy oxidado. Varias gallinas gordas de color marrón picoteaban a sus anchas por el corral.
Algunas personas, principalmente de Slytheirn, murmuraban y se reían.
—No es gran cosa.
—Es una maravilla —repuso Harry, contento, acordándose de Privet Drive.
— Hombre, comparado con Privet Drive, cualquier sitio es bueno — dijo Zabini. Tanto los gemelos como Ron lo fulminaron con la mirada.
Salieron del coche.
—Ahora tenemos que subir las escaleras sin hacer el menor ruido —advirtió Fred —, y esperar a que mamá nos llame para el desayuno. Entonces tú, Ron, bajarás las escaleras dando saltos y diciendo: «¡Mamá, mira quién ha llegado esta noche!» Ella se pondrá muy contenta, y nadie tendrá que saber que hemos cogido el coche.
— ¿Y cómo se supone que iba a llegar Harry solo desde Privet Drive? — inquirió Hermione con una ceja arqueada.
— Magia — bufó Fred, como si fuera lo más obvio del mundo. Hermione rodó los ojos.
—Bien —dijo Ron—. Vamos, Harry, yo duermo en el…
De repente, Ron se puso de un color verdoso muy feo y clavó los ojos en la casa. Los otros tres se dieron la vuelta.
Muchos se tensaron. ¿Había algún peligro?
Molly, que sabía lo que venía ahora, gimió.
La señora Weasley iba por el corral espantando a las gallinas, y para tratarse de una mujer pequeña, rolliza y de rostro bondadoso, era sorprendente lo que podía parecerse a un tigre de enormes colmillos.
Muchos se echaron a reír a carcajadas. Los gemelos asentían, totalmente de acuerdo con la descripción. Harry le lanzó una mirada de disculpa a Molly, pero se sorprendió al ver que ella le sonreía.
— No pasa nada, cielo — le dijo. — Me alegra ver que puedo ser así de intimidante.
Dicho eso, lanzó una mirada severa a los gemelos, quienes inmediatamente bajaron las cabezas.
—¡Ah! —musitó Fred.
—¡Dios mío! —exclamó George.
La señora Weasley se paró delante de ellos, con las manos en las caderas, y paseó la mirada de uno a otro. Llevaba un delantal estampado de cuyo bolsillo sobresalía una varita mágica.
—Así que… —dijo.
—Buenos días, mamá —saludó George, poniendo lo que él consideraba que era una voz alegre y encantadora.
— No lo era — le informó Ron. George le arreó un almohadazo.
—¿Tenéis idea de lo preocupada que he estado? —preguntó la señora Weasley en un tono aterrador.
— Ha usado la palabra "aterrador" — notó Charlie. — Mamá, Harry te tiene más miedo a ti que a Quien-Tú-Sabes.
— No es cierto — se apresuró a decir Harry. Por suerte, Molly no parecía molesta.
—Perdona, mamá, pero es que, mira, teníamos que…
Aunque los tres hijos de la señora Weasley eran más altos que su madre, se amilanaron cuando descargó su ira sobre ellos.
Muchos rieron ante la imagen. Harry notó que la presencia de Sirius cada vez les imponía menos.
—¡Las camas vacías! ¡Ni una nota! El coche no estaba…, podíais haber tenido un accidente… Creía que me volvía loca, pero no os importa, ¿verdad?… Nunca, en toda mi vida… Ya veréis cuando llegue a casa vuestro padre, un disgusto como éste nunca me lo dieron Bill, ni Charlie, ni Percy…
—Percy, el prefecto perfecto —murmuró Fred.
—¡PUES PODRÍAS SEGUIR SU EJEMPLO! —gritó la señora Weasley, dándole golpecitos en el pecho con el dedo—. Podríais haberos matado o podría haberos visto alguien, y vuestro padre haberse quedado sin trabajo por vuestra culpa…
La señora Weasley estaba muy roja, pero aun así estaba en mucho mejor estado que Percy, a quien esas palabras le habían sentado como una puñalada en el pecho.
Por otro lado, mientras la gente reía, la señora Weasley se inclinó para decirle a sus hijos y a Harry:
— Ahora que sé toda la historia, entiendo por qué lo hicisteis. ¡Pero avisad la próxima vez!
Todos asintieron.
Les pareció que la reprimenda duraba horas. La señora Weasley enronqueció de tanto gritar y luego se plantó delante de Harry, que retrocedió asustado.
— Pobrecito — rió Ginny.
—Me alegro de verte, Harry, cielo —dijo—. Pasa a desayunar.
El comedor estalló en risas.
— No me esperaba eso — dijo Dean mientras reía.
— ¡Favoritismo! — exclamó Fred, fingiendo estar afectado.
Sirius sonreía de oreja a oreja, al igual que el profesor Lupin.
La señora Weasley se encaminó hacia la casa y Harry la siguió, después de dirigir una mirada azorada a Ron, que le respondió animándolo con un gesto de la cabeza.
La cocina era pequeña y todo en ella estaba bastante apretujado. En el medio había una mesa de madera que se veía muy restregada, con sillas alrededor. Harry se sentó tímidamente, mirando a todas partes. Era la primera vez que estaba en la casa de un mago.
— Es fascinante, ¿verdad? — dijo Colin. — La primera vez que fui a casa de un amigo mago casi me da algo de la emoción. ¡Los platos se fregaban solos!
— En casa de los Weasley también — recordó Harry con una sonrisa. Los que eran nacidos de magos parecían no entender por qué eso era tan maravilloso para Harry y Colin.
El reloj de la pared de enfrente sólo tenía una manecilla y carecía de números. En el borde de la esfera había escritas cosas tales como «Hora del té», «Hora de dar de comer a las gallinas» y «Te estás retrasando». Sobre la repisa de la chimenea había unos libros en montones de tres, libros que tenían títulos como La elaboración de queso mediante la magia, El encantamiento en la repostería o Por arte de magia: cómo preparar un banquete en un minuto. Y, a menos que Harry hubiera escuchado mal, la vieja radio que había al lado del fregadero acababa de anunciar que a continuación emitirían el programa «La hora de las brujas, con la popular cantante hechicera Celestina Warbeck».
— Oh, me encanta ese programa — dijo la profesora Sinistra, de astronomía. Molly sonrió.
Para los Weasleys, leer una descripción tan detallada de su casa debía ser muy extraño, pensó Harry. Ron parecía algo incómodo, pero el que peor lo estaba pasando era Percy, a quien esas descripciones le estaban haciendo sentir más nostalgia por su casa de la que había sentido nunca.
La señora Weasley preparaba el desayuno sin poner demasiada atención en lo que hacía, y en el rato que tardó en freír las salchichas echó unas cuantas miradas de desaprobación a sus hijos. De vez en cuando murmuraba: «cómo se os pudo ocurrir» o «nunca lo hubiera creído».
— Tenían una buena excusa — los defendió Bill.
— Ahora ya lo sé— replicó Molly. — Aun así, lo que hicieron estuvo mal. Nos tenían que haber avisado a mí y a tu padre para que fuéramos a comprobar si Harry estaba bien.
—Tú no tienes la culpa, cielo —aseguró a Harry, echándole en el plato ocho o nueve salchichas—. Arthur y yo también hemos estado muy preocupados por ti. Anoche mismo estuvimos comentando que si Ron seguía sin tener noticias tuyas el viernes, iríamos a buscarte para traerte aquí.
— ¿Veis? — dijo Molly. — Lo teníamos planeado.
Pero —dijo mientras le servía tres huevos fritos— cualquiera podría haberos visto atravesar medio país volando en ese coche e infringiendo la ley…
A Harry le hizo gracia cómo la señora Weasley asentía, de acuerdo consigo misma.
Entonces, como si fuera lo más natural, dio un golpecito con la varita mágica en el montón de platos sucios del fregadero, y éstos comenzaron a lavarse solos, produciendo un suave tintineo.
Tanto Colin como Harry sonrieron, así como muchos otros que se habían criado con muggles. ¡Qué maravilla que los platos se laven solos!
—¡Estaba nublado, mamá! —dijo Fred.
—¡No hables mientras comes! —le interrumpió la señora Weasley.
—¡Lo estaban matando de hambre, mamá! —dijo George.
Molly gimió.
— No tenía ni idea de lo literal que era eso — dijo, apenada. Harry le sonrió.
—¡Cállate tú también! —atajó la señora Weasley, pero cuando se puso a cortar unas rebanadas de pan para Harry y a untarlas con mantequilla, la expresión se le enterneció.
Harry se sonrojó un poco mientras algunos reían.
En aquel momento apareció en la cocina una personita bajita y pelirroja, que llevaba puesto un largo camisón y que, dando un grito, se volvió corriendo.
Ginny gimió y escondió la cara entre sus manos.
— Oh, no.
—Es Ginny —dijo Ron a Harry en voz baja—, mi hermana. Se ha pasado el verano hablando de ti.
Muchos silbaron y rieron. Ginny estaba totalmente roja y Michael Corner fulminaba a Harry con la mirada.
—Sí, debe de estar esperando que le firmes un autógrafo, Harry —dijo Fred con una sonrisa, pero se dio cuenta de que su madre lo miraba y hundió la vista en el plato sin decir ni una palabra más.
Ginny le lanzó una almohada a Fred.
— ¡Eh! — dijo él, tras recibir el impacto en toda la cara. — ¡Que esa es de las duras!
— Lo sé — bufó ella.
No volvieron a hablar hasta que hubieron terminado todo lo que tenían en el plato, lo que les llevó poquísimo tiempo.
—Estoy que reviento —dijo Fred, bostezando y dejando finalmente el cuchillo y el tenedor—. Creo que me iré a la cama y…
— Qué inocente — dijo Fred.
—De eso nada —interrumpió la señora Weasley—. Si te has pasado toda la noche por ahí, ha sido culpa tuya. Así que ahora vete a desgnomizar el jardín, que los gnomos se están volviendo a desmadrar.
—Pero, mamá…
—Y vosotros dos, id con él —dijo ella, mirando a Ron y Fred—. Tú sí puedes irte a la cama, cielo —dijo a Harry—. Tú no les pediste que te llevaran volando en ese maldito coche.
— ¡Favoritismo! — exclamó George esta vez, haciendo reír a algunos.
Pero Harry, que no tenía nada de sueño, dijo con presteza: —Ayudaré a Ron, nunca he presenciado una desgnomización.
— ¿Cómo podías no tener sueño después de pasar toda la noche despierto? — preguntó Ron. — Yo estaba que me caía.
— Sería por la emoción — respondió Harry. — Quería ver gnomos.
—Eres muy amable, cielo, pero es un trabajo aburrido —dijo la señora Weasley —. Pero veamos lo que Lockhart dice sobre el particular.
Ante la mención de Lockhart, muchos gruñeron, bufaron o suspiraron. Los que nunca habían tenido clase con él parecían extremadamente confundidos.
Y cogió un pesado volumen de la repisa de la chimenea. George se quejó.
—Mamá, ya sabemos desgnomizar un jardín.
— Y mejor de lo que ese imbécil podría hacerlo jamás — afirmó Ron. Todos los que habían estado allí aquel día que Lockhart soltó a los duendecillos mostraron su total acuerdo con Ron.
Harry echó una mirada a la cubierta del libro de la señora Weasley. Llevaba escritas en letras doradas de fantasía las palabras «Gilderoy Lockhart: Guía de las plagas en el hogar». Ocupaba casi toda la portada una fotografía de un mago muy guapo de pelo rubio ondulado y ojos azules y vivarachos.
— Lockhart era tan guapo que hasta Harry lo pensaba — rió Lavender. Muchos se echaron a reír y Harry, muy colorado, tartamudeó:
— ¡No es que me pareciera guapo!
— Guapo no, "muy guapo" — apuntó Hermione con una sonrisa. Harry rodó los ojos.
— A ti sí que te lo parecía — le replicó.
— No lo niego — dijo ella, haciendo reír a carcajadas a Lavender y Parvati. Ron gruñó.
Justin siguió leyendo con una gran sonrisa.
Como todas las fotografías en el mundo de la magia, ésta también se movía: el mago, que Harry supuso que era Gilderoy Lockhart, guiñó un ojo a todos con descaro. La señora Weasley le sonrió abiertamente.
—Es muy bueno —dijo ella—, conoce al dedillo todas las plagas del hogar, es un libro estupendo…
— De eso nada — bufó Ron por lo bajo.
—A mamá le gusta —dijo Fred, en voz baja pero bastante audible.
La señora Weasley se sonrojó y muchos rieron. Todos aquellos que lo habían conocido sabían el efecto que había tenido sobre la población femenina del colegio.
—No digas tonterías, Fred —dijo la señora Weasley, ruborizándose—. Muy bien, si crees que sabes más que Lockhart, ponte ya a ello; pero ¡ay de ti si queda un solo gnomo en el jardín cuando yo salga!
— No quedó ninguno, porque soy mejor desgnomizando jardines de lo que Lockhart lo ha sido nunca — anunció Fred en voz alta. Algunos le aplaudieron.
— Era un inútil — dijo Dean. — ¿Os acordáis de los duendecillos?
— Como para olvidarlo — resopló Neville.
— ¿Qué pasó? — preguntó Sirius con curiosidad. Tanto Dean como Neville se frenaron en seco, alerta, al igual que la mayoría de estudiantes. Sin embargo, Dean pareció cobrar valor de pronto, porque le habló directamente a Sirius:
— El muy inútil dejó sueltos un montón de duendecillos de Cornualles en clase. Como no pudo pararlos, huyó de allí y nos dejó que hiciéramos su trabajo.
— Me cogieron de las orejas y me colgaron de la lámpara — anunció Neville, haciendo reír a todos los que no estaban demasiado tensos por el recordatorio de la presencia de Sirius Black entre ellos.
Sin embargo, Sirius soltó una risotada y se dirigió directamente a Dumbledore.
— ¿Se puede saber por qué se contrató a ese inútil?
— Nadie más se presentó al puesto — confesó Dumbledore. — No tuve opción.
Ante eso, muchos bufaron y rieron. Los que no lo habían conocido consideraban que los demás estaban exagerando.
"Ya lo verán", pensó Harry.
— Si ser un inútil fuera su único defecto… — murmuró Ron. Harry no podía estar más de acuerdo.
Entre quejas y bostezos, los Weasley salieron arrastrando los pies, seguidos por Harry. El jardín era grande y a Harry le pareció que era exactamente como tenía que ser un jardín. A los Dursley no les habría gustado; estaba lleno de maleza y el césped necesitaba un recorte, pero había árboles de tronco nudoso junto a los muros, y en los arriates, plantas exuberantes que Harry no había visto nunca, y un gran estanque de agua verde lleno de ranas.
— Me encanta vuestro jardín — dijo Angelina. Molly le sonrió.
—Los muggles también tienen gnomos en sus jardines, ¿sabes? —dijo Harry a Ron mientras atravesaban el césped.
—Sí, ya he visto esas cosas que ellos piensan que son gnomos —dijo Ron, inclinándose sobre una mata de peonías—. Como una especie de papás Noel gorditos con cañas de pescar…
Todos los nacidos de muggles se echaron a reír.
— Eso los describe perfectamente — dijo Hermione, sonriendo. Ron pareció sentirse orgulloso de sí mismo.
Se oyó el ruido de un forcejeo, la peonía se sacudió y Ron se levantó, diciendo en tono grave:
—Esto es un gnomo.
—¡Suéltame! ¡Suéltame! —chillaba el gnomo.
Desde luego, no se parecía a papá Noel: era pequeño y de piel curtida, con una cabeza grande y huesuda, parecida a una patata.
Los que nunca habían visto un gnomo tenían cara de estar muy decepcionados.
Ron lo sujetó con el brazo estirado, mientras el gnomo le daba patadas con sus fuertes piececitos. Ron lo cogió por los tobillos y lo puso cabeza abajo.
—Esto es lo que tienes que hacer —explicó. Levantó al gnomo en lo alto («¡suéltame!», decía éste) y comenzó a voltearlo como si fuera un lazo.
— ¡Qué cruel! — chilló una niña de primero de Gryffindor. Miraba a Ron como si fuera un monstruo.
— No es cruel — explicó él. — No les hace daño.
— El señor Weasley tiene razón — intervino la profesora Sprout. — Los gnomos son increíblemente resistentes.
La niña pareció calmarse un poco, pero aún miraba a Ron con cautela.
Viendo el espanto en el rostro de Harry, Ron añadió—: No les duele. Pero los tienes que dejar muy mareados para que no puedan volver a encontrar su madriguera.
Entonces soltó al gnomo y éste salió volando por el aire y cayó en el campo que había al otro lado del seto, a unos siete metros, con un ruido sordo.
—¡De pena! —dijo Fred—. ¿Qué te apuestas a que lanzo el mío más allá de aquel tocón?
Harry aprendió enseguida que no había que sentir compasión por los gnomos y decidió lanzar al otro lado del seto al primer gnomo que capturase, pero éste, percibiendo su indecisión, le hundió sus afiladísimos dientes en un dedo, y le costó mucho trabajo sacudírselo…
Algunos rieron.
—Caramba, Harry…, eso habrán sido casi veinte metros…
Pronto el aire se llenó de gnomos volando.
—Ya ves que no son muy listos —observó George, cogiendo cinco o seis gnomos a la vez—. En cuanto se enteran de que estamos desgnomizando, salen a curiosear. Ya deberían haber aprendido a quedarse escondidos en su sitio.
— ¿Cogiendo cinco o seis? ¿Es que qué tamaño tienen? — preguntó un chico de segundo de Slytherin, quien obviamente jamás había visto un gnomo. Fred señaló con las manos el tamaño aproximado de los gnomos.
— Son una cosa así — dijo. — Y su cabeza es así — hizo un círculo con los dedos.
Al poco rato vieron que los gnomos que habían aterrizado en el campo, que eran muchos, empezaban a alejarse andando en grupos, con los hombros caídos.
— Pobrecitos — se quejó Hannah Abbott. — Los estáis echando de su hogar.
— Es que su hogar está en nuestro hogar — se defendió George. — Además, destrozan el jardín.
—Volverán —dijo Ron, mientras contemplaban cómo se internaban los gnomos en el seto del otro lado del campo—. Les gusta este sitio… Papá es demasiado blando con ellos, porque piensa que son divertidos…
El señor Weasley sonrió.
— Es que lo son.
En aquel momento se oyó la puerta principal de la casa.
—¡Ya ha llegado! —dijo George—. ¡Papá está en casa!
Y fueron corrieron a su encuentro.
Eso hizo sonreír aún más a Arthur.
El señor Weasley estaba sentado en una silla de la cocina, con las gafas quitadas y los ojos cerrados. Era un hombre delgado, bastante calvo, pero el escaso pelo que le quedaba era tan rojo como el de sus hijos.
— Y ahora me queda todavía menos — dijo, pasándose la mano por la cabeza. Molly le sonrió.
— No veo mucha diferencia, querido. Estás estupendo.
Fred fingió que le daban arcadas.
Llevaba una larga túnica verde polvorienta y estropeada de viajar.
—¡Qué noche! —farfulló, cogiendo la tetera mientras los muchachos se sentaban a su alrededor—. Nueve redadas. ¡Nueve! Y el viejo Mundungus Fletcher intentó hacerme un maleficio cuando le volví la espalda.
Ahora que conocía a Mundungus, Harry no pudo evitar sentir cierta indignación de que intentara hechizar al señor Weasley.
El señor Weasley tomó un largo sorbo de té y suspiró.
—¿Encontraste algo, papá? —preguntó Fred con interés.
—Sólo unas llaves que merman y una tetera que muerde —respondió el señor Weasley en un bostezo—. Han ocurrido, sin embargo, algunas cosas bastante feas que no afectaban a mi departamento. A Mortlake lo sacaron para interrogarle sobre unos hurones muy raros, pero eso incumbe al Comité de Encantamientos Experimentales, gracias a Dios.
—¿Para qué sirve que unas llaves encojan? —preguntó George.
— Buena pregunta — dijo Lavender, perpleja.
—Para atormentar a los muggles —suspiró el señor Weasley—. Se les vende una llave que merma hasta hacerse diminuta para que no la puedan encontrar nunca cuando la necesitan… Naturalmente, es muy difícil dar con el culpable porque ningún muggle quiere admitir que sus llaves merman; siempre insisten en que las han perdido. ¡Jesús! No sé de lo que serían capaces para negar la existencia de la magia, aunque la tuvieran delante de los ojos… Pero no os creeríais las cosas que a nuestra gente le ha dado por encantar…
—¿COMO COCHES, POR EJEMPLO?
La señora Weasley había aparecido blandiendo un atizador como si fuera una espada.
Muchos se echaron a reír. Harry oía las carcajadas de Sirius y vio cómo Molly se ruborizaba.
— Esto va a ser interesante — rió Arthur.
El señor Weasley abrió los ojos de golpe y dirigió a su mujer una mirada de culpabilidad.
—¿Co-coches, Molly cielo?
—Sí, Arthur, coches —dijo la señora Weasley, con los ojos brillándole—. Imagínate que un mago se compra un viejo coche oxidado y le dice a su mujer que quiere llevárselo para ver cómo funciona, cuando en realidad lo está encantando para que vuele.
El señor Weasley parpadeó.
— A ver cómo saliste de esta — dijo Sirius, sonriente. Los ojos le brillaban. El señor Weasley le devolvió la sonrisa.
— No fue nada fácil.
—Bueno, querida, creo que estarás de acuerdo conmigo en que no ha hecho nada en contra de la ley, aunque quizá debería haberle dicho la verdad a su mujer…
— Debería — bufó Molly, aunque no parecía realmente enfadada.
Verás, existe una laguna jurídica… siempre y cuando él no utilice el coche para volar. El hecho de que el coche pueda volar no constituye en sí…
—¡Señor Weasley, ya se encargó personalmente de que existiera una laguna jurídica cuando usted redactó esa ley! —gritó la señora Weasley—. ¡Sólo para poder seguir jugando con todos esos cachivaches muggles que tienes en el cobertizo!
— Habrá que modificar esa ley — anunció Fudge, pero nadie le hizo caso. Todos estaban más ocupados disfrutando la regañina de la señora Weasley a su marido.
¡Y, para que lo sepas, Harry ha llegado esta mañana en ese coche en el que tú no volaste!
—¿Harry? —dijo el señor Weasley mirando a su esposa sin comprender—. ¿Qué Harry?
Muchos rieron. Harry tenía una gran sonrisa que no podía ocultar.
Al darse la vuelta, vio a Harry y se sobresaltó.
—¡Dios mío! ¿Es Harry Potter? Encantado de conocerte. Ron nos ha hablado mucho de ti…
—¡Esta noche, tus hijos han ido volando en el coche hasta la casa de Harry y han vuelto! —gritó la señora Weasley—. ¿No tienes nada que comentar al respecto?
—¿Es verdad que hicisteis eso? —preguntó el señor Weasley, nervioso—. ¿Fue bien la cosa? Qui-quiero decir —titubeó, al ver que su esposa echaba chispas por los ojos—, que eso ha estado muy mal, muchachos, pero que muy mal…
Algunos estudiantes, que reían sin parar, aplaudieron al señor Weasley. Harry notó que Dumbledore parecía divertirse mucho.
—Dejémosles que lo arreglen entre ellos —dijo Ron a Harry en voz baja, al ver que su madre estaba a punto de estallar—. Venga, quiero enseñarte mi habitación.
— Bien, bien — dijo Sirius. — Hay que huir del campo de batalla antes de que la bomba explote.
Ron le sonrió, pero Harry vio que algunos alumnos parecían alarmados. ¿Acaso pensaban que Sirius se refería a bombas de verdad?
Salieron sigilosamente de la cocina y, siguiendo un estrecho pasadizo, llegaron a una escalera torcida que subía atravesando la casa en zigzag. En el tercer rellano había una puerta entornada. Antes de que se cerrara de un golpe, Harry pudo ver un instante un par de ojos castaños que estaban espiando.
—Ginny —dijo Ron—. No sabes lo raro que es que se muestre así de tímida. Normalmente nunca se esconde.
La chica volvió a gemir.
— No voy a sobrevivir este libro — afirmó en voz baja. — Entre esto y la cámara, creo que moriré de la vergüenza antes de que terminemos de leer.
— No tienes nada de qué avergonzarte — replicó Hermione. — Lo de la cámara no fue tu culpa, y lo de Harry tampoco. ¡Tenías once años!
Harry, que no sabía bien qué decir, no dijo nada.
Subieron dos tramos más de escalera hasta llegar a una puerta con la pintura desconchada y una placa pequeña que decía «Habitación de Ronald».
Cuando Harry entró, con la cabeza casi tocando el techo inclinado, tuvo que cerrar un instante los ojos. Le pareció que entraba en un horno, porque casi todo en la habitación era de color naranja intenso: la colcha, las paredes, incluso el techo. Luego se dio cuenta de que Ron había cubierto prácticamente cada centímetro del viejo papel pintado con pósteres iguales en que se veía a un grupo de siete magos y brujas que llevaban túnicas de color naranja brillante, sostenían escobas en la mano y saludaban con entusiasmo.
—¿Tu equipo de quidditch favorito? —le preguntó Harry.
—Los Chudley Cannons —confirmó Ron, señalando la colcha naranja, en la que había estampadas dos letras «C» gigantes y una bala de cañón saliendo disparada—. Van novenos en la liga.
— No lo puedes decir en serio — bufó Cormac McLaggen. — Son el peor equipo del mundo.
— Este año van quintos — replicó Ron, molesto.
— Solo porque los Kenmare Kestrels se han retirado — contestó McLaggen. — Y seguro que los Tutshill Tornados los adelantan en el siguiente partido.
— El quidditch me da igual — anunció Parvati. — ¿Pero de verdad te gusta tener toda la habitación naranja? No hay color más feo.
— ¡A mí me gusta! — exclamó Ron. — Y los Chudley Cannons son el mejor equipo, queráis o no.
— Prefiero el Puddlemere United — dijo Katie, sonriéndole a Wood, quien le devolvió la sonrisa.
— Espero no decepcionarte — respondió.
Ron tenía los libros de magia del colegio amontonados desordenadamente en un rincón, junto a una pila de cómics que parecían pertenecer todos a la serie Las aventuras de Martin Miggs, el «muggle» loco. Su varita mágica estaba en el alféizar de la ventana, encima de una pecera llena de huevos de rana y al lado de Scabbers, la gorda rata gris de Ron, que dormitaba en la parte donde daba el sol.
Sirius bufó y fulminó con la mirada el libro. Algunos alumnos, que estaban alerta a cada movimiento que Sirius hacía, parecieron asustarse. Harry rodó los ojos.
Tenía muchas ganas de que se leyera el tercer libro y todos dejaran de mirar a Sirius como si fuera a atacarles en cualquier momento.
Harry echó un vistazo por la diminuta ventana, tras pisar involuntariamente una baraja de cartas autobarajables que se hallaba esparcida por el suelo. Abajo, en el campo, podía ver un grupo de gnomos que volvían a entrar de uno en uno, a hurtadillas, en el jardín de los Weasley a través del seto.
— ¿De qué sirve desgnomizarlos, entonces? — preguntó Dean. — Si van a volver igual…
— Pero así evitamos que se conviertan en una plaga — explicó la señora Weasley.
Luego se volvió hacia Ron, que lo miraba con impaciencia, esperando que Harry emitiera su opinión.
—Es un poco pequeña —se apresuró a decir Ron—, a diferencia de la habitación que tenías en casa de los muggles.
— Después de la alacena, no creo que eso le importe mucho — dijo Lavender en voz baja, pero Harry la escuchó. Fingió no haberlo hecho.
Además, justo aquí arriba está el espíritu del ático, que se pasa todo el tiempo golpeando las tuberías y gimiendo…
Pero Harry le dijo con una amplia sonrisa:
—Es la mejor casa que he visto nunca.
Ron se ruborizó hasta las orejas.
En el presente, Ron sonreía ampliamente.
— Aquí termina — anunció Justin, aliviado.
Dumbledore se puso en pie, tomó el libro y leyó:
— El siguiente capítulo se titula: En Flourish y Blotts. ¿Quién quiere leerlo?
— Yo — dijo Sirius en voz alta. Dumbledore le sonrió.
— Adelante.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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