miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 2

 La advertencia de Dobby:


Harry entró de puntillas en su dormitorio, cerró la puerta y se echó en la cama. El problema era que ya había alguien sentado en ella.

— ¿Qué diablos? — soltó Seamus. — ¿Quién estaba en tu cama?

— ¡Sera la cosa con ojos del seto! — exclamó una niña de primero de Ravenclaw.

— El capítulo acaba aquí — dijo Katie, marcando la página antes de bajar del atril.

— ¿Quién quiere leer el siguiente? — preguntó Dumbledore.

— Yo me ofrezco voluntaria — habló, para sorpresa de Harry, la profesora Trelawney. — Vaticino que este será un capítulo emocionante.

Se levantó, tomó el libro y leyó con un tono fantasmagórico que hizo rodar los ojos a muchos alumnos:

— El siguiente capítulo tiene por título: La advertencia de Dobby.

— Al fin vamos a saber quién es ese tal Dobby — gruñó una chica de sexto.

La profesora la miró mal por interrumpir, antes de aclararse la garganta y seguir leyendo en voz teatral.

Harry no gritó, pero estuvo a punto. La pequeña criatura que yacía en la cama tenía unas grandes orejas, parecidas a las de un murciélago, y unos ojos verdes y saltones del tamaño de pelotas de tenis. En aquel mismo instante, Harry tuvo la certeza de que aquella cosa era lo que le había estado vigilando por la mañana desde el seto del jardín.

La niña de primero de Ravenclaw sonrió.

— Por esa descripción, yo diría que es un elfo doméstico — aventuró Terry Boot.

Muchos asintieron.

La criatura y él se quedaron mirando uno al otro, y Harry oyó la voz de Dudley proveniente del recibidor.

¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?

Fred bufó para ocultar una risita.

Aquel pequeño ser se levantó de la cama e hizo una reverencia tan profunda que tocó la alfombra con la punta de su larga y afilada nariz. Harry se dio cuenta de que iba vestido con lo que parecía un almohadón viejo con agujeros para sacar los brazos y las piernas.

— Sí, definitivamente es un elfo doméstico — afirmó Susan Bones. — ¿Pero qué hacía allí?

Esto…, hola —saludó Harry, azorado.

Harry Potter —dijo la criatura con una voz tan aguda que Harry estaba seguro de que se había oído en el piso de abajo—, hace mucho tiempo que Dobby quería conocerle, señor… Es un gran honor…

Gra-gracias —respondió Harry, que avanzando pegado a la pared alcanzó la silla del escritorio y se sentó.

— ¿Te daba miedo un simple elfo doméstico? — se burló Zabini. Para más inri, no fue el único que lo hizo, ya que muchos alumnos (incluidos algunos de Gryffindor) también habían soltado risitas.

— ¡Claro que no! Pero no sabía lo que era ni qué hacía en mi habitación— se defendió Harry.

La profesora Trelawney siguió leyendo.

A su lado estaba Hedwig, dormida en su gran jaula.

Quiso preguntarle «¿Qué es usted?», pero pensó que sonaría demasiado grosero, así que dijo:

¿Quién es usted?

— Qué educado — rió Parvati.

Dobby, señor. Dobby a secas. Dobby, el elfo doméstico —contestó la criatura.

¿De verdad? —dijo Harry—. Bueno, no quisiera ser descortés, pero no me conviene precisamente ahora recibir en mi dormitorio a un elfo doméstico.

— Solo es un elfo doméstico. ¿Qué más da que seas descortés? — bufó Nott, con quien Harry no había querido ni cruzar miradas desde el incidente en la lechucería. Cada vez que lo miraba, recordaba a ese encapuchado amenazándolo.

— Que sea un elfo doméstico no significa que no tenga sentimientos — replicó Hermione. — Creo firmemente que los elfos domésticos deberían ser tratados con respeto. Deberían tener un salario y vivir con libertad. Además…

— Creo que no has hablado con un elfo doméstico en tu vida — la interrumpió Nott. — A ellos les gusta vivir así.

Hermione abrió la boca para replicar, pero la profesora Trelawney siguió leyendo inmediatamente, interrumpiendo a la chica.

De la sala de estar llegaban las risitas falsas de tía Petunia. El elfo bajó la cabeza.

Estoy encantado de conocerlo —se apresuró a añadir Harry—. Pero, en fin, ¿ha venido por algún motivo en especial?

— Eres muy raro — dijo Lavender. Ante la expresión confundida de Harry, la chica explicó: — Te das cuenta de que puedes hablar con serpientes y lo primero que haces es preguntarles sobre su vida. Te encuentras un elfo doméstico en tu habitación y decides hablar con él como si nada.

— Pero eso es lo lógico, ¿no? — intervino Luna. — ¿Qué otra cosa podía hacer para averiguar qué hacía allí el elfo doméstico?

— Yo habría gritado — confesó Parvati.

— Si me encuentro un elfo en mi habitación, lo último que hago es sentarme amablemente a escucharlo — comentó Lee. — O me dice inmediatamente quién lo envía o lo echo de una patada.

— ¡Eso es cruel! — exclamó Hermione. A nadie más pareció importarle el comentario de Lee.

Sí, señor —contestó Dobby con franqueza—. Dobby ha venido a decirle, señor…, no es fácil, señor… Dobby se pregunta por dónde empezar…

Siéntese —dijo Harry educadamente, señalando la cama.

Para consternación suya, el elfo rompió a llorar, y además, ruidosamente.

¡Sen-sentarme! —gimió—. Nunca, nunca en mi vida…

Harry se estremeció al escuchar el tono teatral de la profesora de adivinación, quien fingía llorar como si fuera Dobby. La profesora Umbridge miraba a Trelawney con cara de asco y, por una vez en su vida, Harry sintió que Umbridge y él estaban de acuerdo en algo.

A Harry le pareció oír que en el piso de abajo hablaban entrecortadamente.

— ¿Pensarían que Harry estaba llorando? — dijo Dean, a quien la idea parecía hacerle gracia.

— O que los estaba boicoteando a propósito — sugirió Seamus.

Lo siento —murmuró—, no quise ofenderle.

¡Ofender a Dobby! —repuso el elfo con voz disgustada—. A Dobby ningún mago le había pedido nunca que se sentara…, como si fuera un igual.

— ¿Veis? — se quejó Hermione. — ¡Los elfos domésticos también quieren ser respetados!

— Dobby es especial, Hermione — le recordó Ron. — Es el único elfo al que he visto actuar así.

— ¿Y has visto muchos elfos domésticos en tu vida? — replicó la chica. Ron se sonrojó ligeramente.

— Bueno, no muchos — confesó. — Pero que yo sepa, la gran mayoría quieren servir a sus familias.

Hermione bufó y le dio la espalda a Ron, quien rodó los ojos.

Harry, procurando hacer «¡chss!» sin dejar de parecer hospitalario, indicó a Dobby un lugar en la cama, y el elfo se sentó hipando. Parecía un muñeco grande y muy feo.

Se escucharon risas, así como algunos comentarios de gente que sentía lástima por Dobby.

Por fin consiguió reprimirse y se quedó con los ojos fijos en Harry, mirándole con devoción.

— Lo que faltaba — bufó un Slytherin de séptimo. — Otro fan de Potter.

Sin que Harry lo supiera, el profesor Snape estaba pensando exactamente lo mismo.

Se ve que no ha conocido a muchos magos educados —dijo Harry, intentando animarle.

Harry cruzó miradas con Malfoy, quien se había mantenido callado desde que Dobby había entrado en escena. Harry no podía imaginarse lo extraño que debía ser escuchar a tu elfo doméstico adorar a tu peor enemigo.

Sin embargo, ese último comentario parecía haber molestado a Draco, cuya mirada estaba llena de rabia. Harry fingió que no le importaba. Al fin y al cabo, había sido el propio Dobby quien se había marchado de casa de los Malfoy para advertir a Harry. Si él había acabado dándole la libertad, era solo porque había visto lo mal que lo trataba Lucius Malfoy.

Dobby negó con la cabeza. A continuación, sin previo aviso, se levantó y se puso a darse golpes con la cabeza contra la ventana, gritando: «¡Dobby malo! ¡Dobby malo!»

No…, ¿qué está haciendo? —Harry dio un bufido, se acercó al elfo de un salto y tiró de él hasta devolverlo a la cama.

Muchos se hacían la misma pregunta que Harry. Los que tenían experiencia con elfos domésticos comprendían lo que estaba haciendo Dobby y sentían pena por él.

Hedwig se acababa de despertar dando un fortísimo chillido y se puso a batir las alas furiosamente contra las barras de la jaula.

— Pobrecita — murmuró Ginny.

Dobby tenía que castigarse, señor —explicó el elfo, que se había quedado un poco bizco—. Dobby ha estado a punto de hablar mal de su familia, señor.

¿Su familia?

La familia de magos a la que sirve Dobby, señor. Dobby es un elfo doméstico, destinado a servir en una casa y a una familia para siempre.

— Si tiene familia, ¿qué hace en casa de Harry? — preguntó Wood, confundido. Nadie supo responderle.

¿Y saben que está aquí? —preguntó Harry con curiosidad. Dobby se estremeció.

No, no, señor, no… Dobby tendría que castigarse muy severamente por haber venido a verle, señor. Tendría que pillarse las orejas en la puerta del horno, si llegaran a enterarse.

— Oh, no — gimió Hermione. Esta vez no fue ella sola. Muchos encontraron ese castigo demasiado duro.

Pero ¿no advertirán que se ha pillado las orejas en la puerta del horno?

Dobby lo duda, señor. Dobby siempre se está castigando por algún motivo, señor. Lo dejan de mi cuenta, señor. A veces me recuerdan que tengo que someterme a algún castigo adicional.

— Qué asquerosos — dijo Daphne Greengrass, de Slytherin. Harry se preguntó qué diría la chica si supiera de qué familia estaba hablando.

Pero ¿por qué no los abandona? ¿Por qué no huye?

Un elfo doméstico sólo puede ser libertado por su familia, señor. Y la familia nunca pondrá en libertad a Dobby… Dobby servirá a la familia hasta el día que muera, señor.

— O no — murmuró Harry, sacándole una sonrisa a Ron y Hermione.

Harry lo miró fijamente.

Y yo que me consideraba desgraciado por tener que pasar otras cuatro semanas aquí —dijo—.

— Es igual que con la serpiente — bufó Ron. — Deja de comparar tu vida con la de elfos domésticos y serpientes del zoo, ¿vale?

— Lo peor es que no hay mucha diferencia entre ellos — dijo Lavender. — Un poco más y Harry tiene peor vida que el elfo.

— ¡Eh! Que a mí no me hacen pillarme las orejas en el horno, no compares.

Lo que me cuenta hace que los Dursley parezcan incluso humanos. ¿Y nadie puede ayudarle? ¿Puedo hacer algo?

Casi al instante, Harry deseó no haber dicho nada. Dobby se deshizo de nuevo en gemidos de gratitud.

— Los Dursley se van a enfadar — dijo, nerviosa, una niña de primero de Hufflepuff que se mordía las uñas.

Por favor —susurró Harry desesperado—, por favor, no haga ruido. Si los Dursley le oyen, si se enteran de que está usted aquí…

Harry Potter pregunta si puede ayudar a Dobby… Dobby estaba al tanto de su grandeza, señor, pero no conocía su bondad…

Harry gimió, a la vez que se escuchaban muchas risitas. Si bien algunos parecían estar de acuerdo con Dobby, la gran mayoría consideraba que esa devoción era demasiado exagerada.

Harry, consciente de que se estaba ruborizando, dijo:

Sea lo que fuere lo que ha oído sobre mi grandeza, no son más que mentiras. Ni siquiera soy el primero de la clase en Hogwarts, es Hermione, ella…

Pero se detuvo enseguida, porque le dolía pensar en Hermione.

Hermione soltó un gemido antes de volver a lanzarse a los brazos de Harry, quien, de nuevo, entró en pánico. Con una mano le daba palmaditas en la espalda a Hermione, mientras con otra tiraba de la túnica de Ron para que lo auxiliara. Por suerte, esta vez Ron se apiadó de él y trató de consolar a Hermione cogiéndole la mano y dándole unas palmaditas suaves en el hombro. Eventualmente, Hermione se separó de Harry y, tras murmurar una disculpa, volvió a centrarse en la lectura. Harry no habría podido describir con palabras lo aliviado que se sentía al ver que Hermione no había llorado.

Lo que no notó fue que, si bien Hermione lo soltó a él, no hizo lo mismo con la mano de Ron.

Harry Potter es humilde y modesto —dijo Dobby, respetuoso. Le resplandecían los ojos grandes y redondos—. Harry Potter no habla de su triunfo sobre El-que-no-debe-ser-nombrado.

— Me temo que ahora sí que lo hace — intervino Umbridge. — Ahora, cuenta mentiras para llamar la atención.

— ¿Mentiras? — saltó George. — ¿Entonces por qué estamos leyendo esto, si son mentiras?

A Harry le sorprendió el tono de George, que estaba lejos de ser su usual tono bromista.

— Señor Weasley, muestre un poco de respeto — le espetó Umbridge. — Y, como ya dije en su momento, que vaya a suceder una guerra no significa que El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado haya regresado este pasado junio, ni que Potter haya luchado contra él. Todo eso son falacias, en mi opinión.

Varias personas protestaron, pero nadie más alto ni más claro que George, quien insultó a Umbridge y le hizo un gesto muy grosero con la mano.

— ¡Castigado, señor Weasley! — gritó Umbridge. — Y cincuenta puntos menos para Gryffindor.

— El sistema de puntos no funciona, Dolores — le recordó amablemente la profesora McGonagall. — Sybill, ¿querrías seguir leyendo?

— Por supuesto.

Antes de que a Umbridge le diera tiempo a protestar, la profesora Trelawney continuó la lectura.

¿Voldemort? —preguntó Harry.

Dobby se tapó los oídos con las manos y gimió:

¡Señor, no pronuncie ese nombre! ¡No pronuncie ese nombre!

Harry se sorprendió al ver que a la profesora ni le tembló la voz al leer el nombre de Voldemort.

¡Perdón! —se apresuró a decir—. Sé de muchísima gente a la que no le gusta que se diga…, mi amigo Ron…

Se detuvo. También era doloroso pensar en Ron.

— Oh — exclamó Ron, sorprendido. Durante un momento, Harry y él se miraron, incómodos, hasta que Hermione bufó, cogió a cada uno de un brazo y los estampó el uno contra el otro. Canuto, quien había estado en el regazo de Harry, se vio obligado a levantarse.

— ¡Auch! — se quejó Ron a la vez que su frente impactaba contra la cabeza de Harry.

— ¡Hermione! — bufó Harry, frotándose la zona adolorida.

— Harry se pasó el verano entero pensando que lo habías olvidado — dijo ella, mirando fijamente a Ron. — Así que ahora lo abrazas.

— Pero ya sabe la verdad — replicó Ron, aunque a la vez pasaba los brazos alrededor de Harry y para darle varias palmadas en la espalda.

— Me da igual — replicó Hermione.

— Venga, ea, ya está — dijo Harry, quien también le había dado varias palmadas en la espalda a Ron antes de separarse de él. — ¿Contenta?

— No — bufó ella. — ¿Por qué no sois capaces de daros un abrazo sin pegaros una paliza al mismo tiempo?

— ¿Paliza? No nos damos fuerte — se defendió Harry.

— Asúmelo, Hermione — intervino Dean. — Así se abrazan los hombres, ¿a que sí?

Se lanzó a abrazar a Seamus, quien, por la fuerza del impacto, cayó de lado sobre Neville. Mientras Dean le pegaba fuertes palmadas en la espalda a Seamus y éste gritaba, el pobre Neville trataba de salir de debajo de los dos amigos y medio comedor se echaba a reír.

Cuando Seamus, con la cara muy roja, consiguió que Dean dejara de pegarle, la profesora Trelawney siguió leyendo.

Dobby se inclinó hacia Harry, con los ojos tan abiertos como faros.

Dobby ha oído —dijo con voz quebrada— que Harry Potter tuvo un segundo encuentro con el Señor Tenebroso, hace sólo unas semanas…, y que Harry Potter escapó nuevamente.

— ¿Cómo se ha enterado de eso? — preguntó Hannah Abbott. Ernie se encogió de hombros.

Harry asintió con la cabeza, y a Dobby se le llenaron los ojos de lágrimas.

¡Ay, señor! —exclamó, frotándose la cara con una punta del sucio almohadón que llevaba puesto—. ¡Harry Potter es valiente y arrojado!

Malfoy rodó los ojos.

¡Ha afrontado ya muchos peligros! Pero Dobby ha venido a proteger a Harry Potter, a advertirle, aunque más tarde tenga que pillarse las orejas en la puerta del horno, de que Harry Potter no debe regresar a Hogwarts.

— ¿Y eso? — preguntó un chico de segundo de Hufflepuff. Muchos estudiantes de cursos inferiores parecían confundidos, pero todos los que habían estado aquel año en Hogwarts podían intuir lo que Dobby estaba advirtiendo.

Hubo un silencio, sólo roto por el tintineo de tenedores y cuchillos que venía del piso inferior, y el distante rumor de la voz de tío Vernon.

¿Qué-qué? —tartamudeó Harry—. Pero si tengo que regresar; el curso empieza el 1 de septiembre. Eso es lo único que me ilusiona. Usted no sabe lo que es vivir aquí. Yo no pertenezco a esta casa, pertenezco al mundo de Hogwarts.

— Imagina que lo único que te ilusione sea volver al colegio — le dijo Jimmy Peakes a Ritchie Coote. Por desgracia, lo dijo lo suficientemente alto como para que Harry lo escuchara y soltara un bufido. Canuto le lamió la mano, como diciendo "Yo te entiendo".

No, no, no —chilló Dobby, sacudiendo la cabeza con tanta fuerza que se daba golpes con las orejas—. Harry Potter debe estar donde no peligre su seguridad. Es demasiado importante, demasiado bueno, para que lo perdamos.

— ¿Qué quiere decir con eso? — exclamó un chico de segundo de Slytherin.

Los miembros de la Orden estaban extremadamente serios, pero nadie les prestaba atención.

Si Harry Potter vuelve a Hogwarts, estará en peligro mortal.

A Ginny le dio un escalofrío.

¿Por qué? —preguntó Harry sorprendido.

Hay una conspiración, Harry Potter. Una conspiración para hacer que este año sucedan las cosas más terribles en el Colegio Hogwarts de Magia —susurró Dobby, sintiendo un temblor repentino por todo el cuerpo—. Hace meses que Dobby lo sabe, señor. Harry Potter no debe exponerse al peligro: ¡es demasiado importante, señor!

Los alumnos mayores tenían semblantes serios, mientras los más jóvenes parecían sentir mucha curiosidad y un poco de alarma.

¿Qué cosas terribles? —preguntó inmediatamente Harry—. ¿Quién las está tramando?

Harry vio por el rabillo del ojo cómo Ginny hacía una mueca. Con disimulo, estiró el brazo para tocarle el brazo. Ella se giró, tan pálida que sus pecas resaltaban muchísimo contra su piel. Se miraron durante unos segundos y ella asintió, dando a entender que estaba bien. Harry le devolvió el gesto y soltó su brazo.

Dobby hizo un extraño ruido ahogado y acto seguido se empezó a golpear la cabeza furiosamente contra la pared.

¡Está bien! —gritó Harry, sujetando al elfo del brazo para detenerlo—. No puede decirlo, lo comprendo. Pero ¿por qué ha venido usted a avisarme? —Un pensamiento repentino y desagradable lo sacudió—. ¡Un momento! Esto no tiene nada que ver con Vol…, perdón, con Quien-usted-sabe, ¿verdad? Basta con que asiente o niegue con la cabeza —añadió apresuradamente, porque Dobby ya se disponía a golpearse de nuevo contra la pared.

Dobby movió lentamente la cabeza de lado a lado.

No, no se trata de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado, señor.

Ron arqueó la ceja y miró a Harry, quien se inclinó para susurrarle:

— No era Voldemort, era Tom Riddle. En teoría era una pista.

— Ah — asintió Ron, quien no parecía estar de acuerdo con las "pistas" de Dobby.

Pero Dobby tenía los ojos muy abiertos y parecía que trataba de darle una pista. Harry, sin embargo, estaba completamente desorientado.

Él no tiene hermanos, ¿verdad?

Algunos jadearon, asustados con solo pensarlo.

Dobby negó con la cabeza, con los ojos más abiertos que nunca.

Bueno, siendo así, no puedo imaginar quién más podría provocar que en Hogwarts sucedieran cosas terribles —dijo Harry—. Quiero decir que, además, allí está Dumbledore. ¿Sabe usted quién es Dumbledore?

Dobby hizo una inclinación con la cabeza.

Albus Dumbledore es el mejor director que ha tenido Hogwarts.

Esta vez, Harry miró directamente a Malfoy para ver su reacción. Se habría echado a reír al ver su cara de asco si no fuera porque sabía que los Malfoy harían cualquier cosa para quitar a Dumbledore del poder.

Dobby lo sabe, señor. Dobby ha oído que los poderes de Dumbledore rivalizan con los de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado. Pero, señor —la voz de Dobby se transformó en un apresurado susurro—, hay poderes que Dumbledore no…, poderes que ningún mago honesto…

Y antes de que Harry pudiera detenerlo, Dobby saltó de la cama, cogió la lámpara de la mesa de Harry y empezó a golpearse con ella en la cabeza lanzando unos alaridos que destrozaban los tímpanos.

— Oh, no — gimió Lavender. — Pobre.

— ¿Seguís defendiendo que los elfos domésticos son felices viviendo así? — replicó Hermione, molesta.

Nadie le quiso responder.

En el piso inferior se hizo un silencio repentino. Dos segundos después, Harry, con el corazón palpitándole frenéticamente, oyó que tío Vernon se acercaba, explicando en voz alta:

¡Dudley debe de haberse dejado otra vez el televisor encendido, el muy tunante!

— Buena excusa — dijo Angelina.

¡Rápido! ¡En el ropero! —dijo Harry, empujando a Dobby, cerrando la puerta y echándose en la cama en el preciso instante en que giraba el pomo de la puerta.

¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó tío Vernon rechinando los dientes, su cara espantosamente cerca de la de Harry—. Acabas de arruinar el final de mi chiste sobre el jugador japonés de golf… ¡Un ruido más, y desearás no haber nacido, mocoso!

— El que va a desear no haber nacido es él, cuando acabemos de leer — bufó Ron. Canuto, quien se había acomodado sobre un cojín junto a Harry, soltó un fuerte gruñido.

Tío Vernon salió de la habitación pisando fuerte con sus pies planos. Harry, temblando, abrió la puerta del armario y dejó salir a Dobby.

— Temblando… — gimió la señora Weasley. Harry deseaba que el libro no diera tantos detalles.

¿Se da cuenta de lo que es vivir aquí? —le dijo—. ¿Ve por qué debo volver a Hogwarts? Es el único lugar donde tengo…, bueno, donde creo que tengo amigos.

Hermione abrió la boca para decir algo, pero Harry la cortó.

— Lo sé, lo sé. Sé que tengo amigos.

¿Amigos que ni siquiera escriben a Harry Potter? —preguntó maliciosamente.

— ¿Cómo lo sabe? — exclamó Oliver Wood.

Supongo que habrán estado… ¡Un momento! —dijo Harry, frunciendo el entrecejo—. ¿Cómo sabe usted que mis amigos no me han escrito?

Dobby cambió los pies de posición.

Harry Potter no debe enfadarse con Dobby. Dobby pensó que era lo mejor…

¿Ha interceptado usted mis cartas?

— Eso es ilegal — comentó Tonks, más por costumbre debido a su trabajo que porque le importara.

Dobby las tiene aquí, señor —dijo el elfo, y escapando ágilmente del alcance de Harry, extrajo un grueso fajo de sobres del almohadón que llevaba puesto. Harry pudo distinguir la esmerada caligrafía de Hermione, los irregulares trazos de Ron, y hasta un garabato que parecía salido de la mano de Hagrid, el guardabosques de Hogwarts.

— ¿Veis? Ahí tenéis la explicación — dijo Ron en voz alta.

Dobby, inquieto, miró a Harry y parpadeó.

Harry Potter no debe enfadarse… Dobby pensaba… que si Harry Potter creía que sus amigos lo habían olvidado… Harry Potter no querría volver al colegio, señor.

— Qué cruel — se quejó Katie.

— Sus intenciones eran buenas, pero… — dijo Alicia, dudosa.

Canuto gruñía por lo bajo, de forma que Harry le acarició las orejas para calmarlo un poco. Si Sirius se encontraba con Dobby, Harry estaba seguro de que sería de todo menos agradable.

Harry no escuchaba. Se abalanzó sobre las cartas, pero Dobby lo esquivó.

Harry Potter las tendrá, señor, si le da a Dobby su palabra de que no volverá a Hogwarts. ¡Señor, es un riesgo que no debe afrontar! ¡Dígame que no irá, señor!

— ¿Pero qué más le da a ese elfo que Potter venga a Hogwarts o no? — dijo un alumno de tercero. — ¡No le afecta para nada!

Muchos asintieron, de acuerdo con él.

¡Iré! —dijo Harry enojado—. ¡Déme las cartas de mis amigos!

Entonces, Harry Potter no le deja a Dobby otra opción —dijo apenado el elfo. Antes de que Harry pudiera hacer algún movimiento, Dobby se había lanzado como una flecha hacia la puerta del dormitorio, la había abierto y había bajado las escaleras corriendo.

— ¡No! — exclamaron muchos.

— A Potter le van a cortar la cabeza — soltó Zacharias Smith. A Harry le sorprendió ver lo metido que estaba en la historia.

Con la boca seca y el corazón en un puño, Harry salió detrás de él, intentando no hacer ruido. Saltó los últimos seis escalones, cayó como un gato sobre la alfombra del recibidor y buscó a Dobby. Del comedor venía la voz de tío Vernon que decía:

—… señor Mason, cuéntele a Petunia aquella divertida anécdota de los fontaneros americanos, se muere de ganas de oírla…

— Qué falsos los dos — se quejó Parvati. A su lado, Lavender estaba inclinada hacia delante en el asiento y parecía ansiosa por saber lo que iba a suceder.

Harry cruzó el vestíbulo, y al llegar a la cocina, sintió que se le venía el mundo encima.

El pudín magistral de tía Petunia, el montículo de nata y violetas de azúcar, flotaba cerca del techo. Dobby estaba en cuclillas sobre el armario que había en un rincón.

No —rogó Harry con voz ronca—. Se lo ruego…, me matarán…

Aunque nadie lo dijo en voz alta, algunas personas se preguntaron cuan exagerada era esa frase, o si realmente Harry consideraba que su vida estaba en peligro con los Dursley. Canuto volvió a gruñir, por lo que Harry le susurró que se tranquilizara.

Lo que ninguno de los dos sabía era que Snape estaba teniendo una crisis existencial en aquel mismo momento. Cuantas más pruebas había de que Potter no era el niño mimado que él creía, más se hundía en la miseria. Ya no sabía qué pensar.

Harry Potter debe prometer que no irá al colegio.

Dobby…, por favor…

Dígalo, señor…

¡No puedo!

Entonces Dobby tendrá que hacerlo, señor, por el bien de Harry Potter.

El pudín cayó al suelo con un estrépito capaz de provocar un infarto.

— Esto demuestra que no fui yo quien hizo aquel hechizo — dijo Harry en voz alta, para que el ministro lo escuchara.

— Efectivamente — afirmó McGonagall. — Y estoy segura de que el elfo en cuestión no tendrá problemas en confirmar que los hechos que se cuentan en el libro fueron reales.

Fudge puso cara de haber tragado algo muy amargo, mientras Umbridge estaba roja de ira.

El plato se hizo añicos y la nata salpicó ventanas y paredes. Dando un chasquido como el de un látigo, Dobby desapareció.

Del comedor llegaron unos alaridos y tío Vernon entró de sopetón en la cocina y halló a Harry paralizado por el susto y cubierto de la cabeza a los pies con los restos del pudín de tía Petunia.

Algunos soltaron risitas.

Al principio le pareció que tío Vernon aún podría disimular el desastre («nuestro sobrino, ya ven…, está muy mal…, se altera al ver a desconocidos, así que lo tenemos en el piso de arriba…»).

Canuto ladró fuertemente, haciendo saltar a Dean y Seamus, que estaban cerca. Harry le volvió a acariciar las orejas para tranquilizarlo.

Llevó a los impresionados Mason de nuevo al comedor, prometió a Harry que, en cuanto se fueran, lo desollaría vivo, y le puso una fregona en las manos.

— ¿Lo desollaría? — exclamó Colin Creevey con los ojos como platos. Canuto volvió a ladrar.

— Tranquilo — le susurró Harry.

— ¿Está domesticado, no? — preguntó Seamus. — No es por nada, pero me está dando mal rollo.

— Sí, no te preocupes — respondió Harry rápidamente. Mantuvo una mano sobre la cabeza de Canuto, quien estaba muy enfadado.

Tía Petunia sacó helado del congelador y Harry, todavía temblando, se puso a fregar la cocina.

— Pobrecito — dijo alguien de séptimo. Harry comenzaba a odiar esa palabra.

Tío Vernon podría haberlo solucionado de esta manera, si no hubiera sido por la lechuza.

— ¿Hedwig hizo algo? — preguntó Lavender, sorprendida. Harry negó con la cabeza.

En el preciso instante en que tía Petunia estaba ofreciendo a sus invitados unos bombones de menta, una lechuza penetró por la ventana del comedor, dejó caer una carta sobre la cabeza de la señora Mason y volvió a salir. La señora Mason gritó como una histérica y huyó de la casa exclamando algo sobre los locos.

Muchos se echaron a reír, especialmente los nacidos de muggles que comprendían lo extraño que debió ser eso para la señora Mason.

El señor Mason se quedó sólo lo suficiente para explicarles a los Dursley que su mujer tenía pánico a los pájaros de cualquier tipo y tamaño, y para preguntarles si aquélla era su forma de gastar bromas.

— Qué casualidad — rió Cho Chang.

— Más bien, qué mala suerte — añadió Terry Boot.

Harry estaba en la cocina, agarrado a la fregona para no caerse, cuando tío Vernon avanzó hacia él con un destello demoníaco en sus ojos diminutos.

¡Léela! —dijo hecho una furia y blandiendo la carta que había dejado la lechuza—. ¡Vamos, léela!

Harry la cogió. No se trataba de ninguna felicitación por su cumpleaños.

— Será una nota del ministerio — explicó Roger Davies.

Estimado Señor Potter:

Hemos recibido la información de que un hechizo levitatorio ha sido usado en su lugar de residencia esta misma noche a las nueve y doce minutos.

Como usted sabe, a los magos menores de edad no se les permite realizar conjuros fuera del recinto escolar y reincidir en el uso de la magia podría acarrearle la expulsión del colegio (Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad, 1875, artículo tercero).

Asimismo le recordamos que se considera falta grave realizar cualquier actividad mágica que entrañe un riesgo de ser advertida por miembros de la comunidad no mágica o muggles (Sección decimotercera de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos).

¡Que disfrute de unas buenas vacaciones!

Afectuosamente,

Mafalda Hopkirk

Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia

Ministerio de Magia

— ¿Entonces podemos usar magia una vez sin que nos echen? — preguntó una chica de tercero. — ¡Genial!

— No lo hagas — le recomendó su amiga.

Harry levantó la vista de la carta y tragó saliva.

No nos habías dicho que no se te permitía hacer magia fuera del colegio —dijo tío Vernon, con una chispa de rabia en los ojos—. Olvidaste mencionarlo… Un grave descuido, me atrevería a decir…

— Oh, no — dijo Fleur, con los ojos muy abiertos.

— Ese elfo la ha liado pero bien — bufó Seamus.

Se echaba por momentos encima de Harry como un gran buldog, enseñando los dientes.

Canuto volvió a gruñir fuertemente. Algunos lo miraron con cautela.

Bueno, muchacho, ¿sabes qué te digo? Te voy a encerrar… Nunca regresarás a ese colegio… Nunca… Y si utilizas la magia para escaparte, ¡te expulsarán!

Y, riéndose como un loco, lo arrastró escaleras arriba.

— ¿Lo arrastró? — exclamaron varias voces. Por otro lado, Canuto se había levantado y ladraba sin cesar. Harry tuvo que agarrarlo del cuello para conseguir que volviera a sentarse en el cojín.

— Cállate — le suplicó en voz baja.

— Habría que quitarle la custodia — dijo Arthur, levantando la voz sobre los ladridos y mirando fijamente a Dumbledore.

— Hasta que la lectura termine, no se podrá hacer nada al respecto — dijo Dumbledore pausadamente. — Así que, por lo pronto, sigamos leyendo.

Tío Vernon fue tan duro con Harry como había prometido. A la mañana siguiente, mandó poner una reja en la ventana de su dormitorio e hizo una gatera en la puerta para pasarle tres veces al día una mísera cantidad de comida. Sólo lo dejaban salir por la mañana y por la noche para ir al baño. Aparte de eso, permanecía encerrado en su habitación las veinticuatro horas del día.

— ¿Qué?

— ¿Lo encerraron?

— ¡Rejas en la ventana!

— ¡¿Le pusieron una gatera?!

— ¿Esto va en serio?

— ¿CÓMO? —un grito sonó por encima de todos los demás. Harry sintió que casi se le paraba el corazón al darse cuenta de quién había gritado.

Sirius Black se encontraba de pie junto al sofá donde, hacía tan solo un minuto, un gran perro negro se hallaba sentado. El comedor al completo se sumió en el más profundo silencio mientras el fugitivo miraba con rabia al libro que la profesora Trelawney sostenía. Dicha mujer soltó un grito y dejó caer el libro, haciendo que Sirius se diera cuenta de lo que había pasado.

Tras unos segundos de completo silencio a causa del shock, se armó el pandemónium.

Cientos de gritos de estudiantes atemorizados retumbaron entre las paredes del comedor. Varios estudiantes de último curso trataron de hechizar a Sirius, quien rápidamente se agachó y logró esquivar los haces de luz por los pelos.

—¡BASTA! —gritó Harry, pero nadie le hacía caso. Vio las caras de pánico de Ron y Hermione, así como las de los gemelos y Ginny. Alguien, probablemente algún alumno tratando de ayudar, lo cogió del brazo y trató de alejarlo de allí, mientras decenas de hechizos caían sobre la mesita bajo la que Sirius había tomado refugio, pero Harry se zafó de su agarre y sacó su varita. Las chispas rojas que él acababa de mandar al aire para llamar la atención de todos fueron totalmente eclipsadas por el estallido enorme que surgió de la varita de Dumbledore, quien se había puesto en pie y tenía el rostro serio.

—¡SILENCIO! —gritó a continuación, de forma que se callaron todos los que no se habían callado ya tras la explosión. A Harry le sorprendió escuchar sollozos entre la multitud de alumnos, que se habían levantado de sus sitios y se encontraban divididos entre los que tenían las varitas en la mano, dispuestos a luchar, y los que estaban agazapados contra las paredes, atemorizados.

—¡Dumbledore! ¡Es Black! —farfulló el ministro, que estaba morado. Durante un momento, Harry pensó que Fudge se iba a desmayar. O a vomitar, una de dos.

—¡Atrápenlo! ¡Traigan a los dementores! —gritaba Umbridge, eufórica. Algunas personas hicieron el amago de acercarse a él, pero la Orden del Fénix se había colocado estratégicamente alrededor del lugar donde Sirius seguía escondido bajo la mesa. Todos ellos habían sacado sus varitas y parecían tan dispuestos a pelear como los demás, especialmente Lupin, cuya expresión, en aquel momento, hacía que Harry recordara que ese hombre se convertía cada mes en un monstruo despiadado.

—Nadie va a atrapar a nadie. Los dementores no son bienvenidos en Hogwarts —dijo Dumbledore calmadamente. Fudge estaba fuera de sí.

—¡Dumbledore! ¡¿Cómo puede estar tan tranquilo?! ¡Tiene a Sirius Black en el comedor! ¡Era ese perro! —Fudge se calló un instante, abriendo mucho los ojos en la expresión de quien de pronto comprende una cosa importante. —Usted lo sabía. Usted sabía que ese asesino estaba aquí en el comedor y aun así lo dejó entrar. ¡No lo entregó!

—Y no solo eso, ministro —dijo Umbridge, quien parecía sumamente feliz y orgullosa, lo que la hacía parecer aún más horrible. —Ese perro estaba con Potter. Potter es cómplice de Black, al igual que el profesor Dumbledore. ¡Los tres deberían ser entregados a los dementores!

—¡Eso es absurdo! —gritó Hermione, haciendo que muchos se sobresaltaran y que Umbridge la mirara con odio.

—Cállate, niña, si quieres tener algún futuro —dijo Umbridge con tanto veneno en sus palabras que muchos retrocedieron, alejándose de ella.

—¡Hey! ¡No tiene derecho a hablarle así! —gritó Ron, enfurecido. De su varita salieron chispas rojas sin que se diera cuenta. —Es usted quien no va a tener ningún futuro en cuanto se lean todas las cosas horribles que ha estado haciendo este curso. ¡Tortura a los alumnos!

—Mis métodos de disciplina son perfectamente adecuados —respondió la profesora.

Fudge parecía a punto del desmayo.

—Tenemos a un asesino en la sala. ¡Auror Moody! ¡Haga algo! ¡¿Por qué se niega a apresarlo?!

Se dirigió a Dumbledore con furia y desesperación en su mirada. Por un momento, a Harry hasta le dio pena.

—Porque es inocente —respondió Dumbledore, tan calmado como antes. Todos los alumnos y profesores estaban atentos a cada palabra, de forma que ni siquiera hacía falta que subiera la voz para que todos escucharan lo que decía. Tomó aire antes de continuar. —Sirius Black fue apresado injustamente por un crimen que no cometió.

—¡Absurdo! —farfulló Fudge. Entre los alumnos, el clima era de nerviosismo y sorpresa. Algunos aún lloraban, agazapados contra las paredes y abrazados a sus amigos.

—También creía usted que era absurdo que Lord Voldemort —la gente se estremeció —hubiera regresado, pero se le demostró lo contrario. Y también creo recordar que usted creyó absurdo que alguien pudiera venir desde el futuro a explicarnos cómo derrotar a Voldemort, pero se demostró que era cierto.

Los estudiantes y profesores estaban en completo silencio, asimilando cada palabra y lo que implicaba.

—Por tanto —continuó Dumbledore — creo que es bastante fácil de creer que alguien pudo haber sido encarcelado de forma injusta, sobre todo teniendo en cuenta que Sirius Black nunca tuvo un juicio. Se le envió directamente a prisión sin siquiera preguntarle qué había sucedido en realidad.

Ante esta nueva información, muchos estudiantes parecieron sorprenderse.

—Sirius es inocente —intervino Harry, dando un paso adelante. Estaba temblando, por lo que rezó internamente para que no se notara. Todas las miradas se dirigieron a él, pero él solo dirigió la suya a Fudge. —¿Por qué iba yo a defender al hombre que traicionó a mis padres y los vendió a Voldemort?

—Exacto —dijo Umbridge, dando también un paso adelante. —¿Por qué lo defiende, señor Potter? ¡Ese hombre es la causa de que usted no tenga padres! Sirius Black es uno de los más allegados a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado. ¿Acaso comparte usted sus ideales?

—No diga tonterías —bufó McGonagall.

—¿Insinúa que Harry es un mortífago? — dijo la señora Pomfrey con la ceja levantada. —Creo que hay más posibilidades de que nieve en el Sáhara que de que eso suceda.

—¡Usted ni siquiera le da clases, no sabe cómo es Potter! —replicó Umbridge. Su tono de voz se iba volviendo más agudo conforme más se enfadaba. Segundos después, miraba a la señora Pomfrey con incredulidad mientras esta reía a carcajada limpia, un sonido extraño entre el silencio tenso del Gran Comedor.

—¿Qué le hace tanta gracia? —inquirió Dolores, alzando ella también la ceja y mirando a la enfermera como si fuera la próxima en su lista de personas a las que despedir.

—Oh, nada, nada —sonrió Pomfrey. —Solo es que creo que he pasado más horas con el señor Potter de las que muchos profesores han pasado, incluyéndola a usted.

Harry bufó, sabiendo que era cierto.

—Ministro, le ruego que acabemos con esta situación cuanto antes —Umbridge ignoró a la enfermera y se dirigió a Fudge. —Es necesario llamar a los dementores.

—¡No! —gritó Lupin. —¡Sirius es inocente!

—Vaya, vaya… así que el licántropo también es amiguito del mortífago asesino. Vaya sorpresa —dijo Umbridge con una sonrisa que a Harry le dio escalofríos, pero lo que había dicho lo enfureció tanto que no pudo evitar hablar.

—Discúlpese —exigió Harry con fiereza. Todos lo miraron como si le hubiera salido otra cabeza.

—¿Disculparme? ¿Con el hombre lobo?—replicó la profesora, temblando de rabia. — ¡Ni en sueños!

En ese momento, las puertas del comedor se abrieron y por ellas entró una figura encapuchada. Inmediatamente, toda la atención se centró en esa persona, como si no hubiera un supuesto asesino bajo la mesa.

—Sirius Black es inocente —habló con la misma voz extraña que impedía ver si era un chico o una chica quien hablaba. Al parecer, que lo confirmara alguien del futuro era lo necesario para que todos lo creyeran, o eso dejaba entrever el gemido colectivo de sorpresa.

—¿Quién es usted? —preguntó Fudge, con la piel del color de la avena molida. — ¡Estoy harto de secretos! ¡Exijo que, de una vez, me dé una respuesta!

—Mi identidad no es de su incumbencia por el momento —contestó la figura con frialdad. —Solo he venido para deciros que Sirius Black es inocente. Recordad las palabras que se os dijeron antes de comenzar a leer: no juzguéis a nadie hasta haber terminado de leer los siete libros. Eso incluye a Sirius Black. Todo quedará claro una vez que leáis el tercer libro. Por ello, os recomiendo que os pongáis a leer cuanto antes.

Dicho esto, el encapuchado dio media vuelta y se encaminó hacia las puertas.

—Ah —añadió, parándose en seco. —Creo que no termináis de asimilar un pequeño detalle, a pesar de que se os ha repetido varias veces: nadie puede salir ni entrar del castillo hasta que se hayan leído los siete libros. Por tanto, no os queda más remedio que quedaros con Sirius Black. Cualquier ataque hacia su persona queda completamente prohibido y será castigado duramente.

Dicho eso, lanzó una mirada de advertencia hacia Umbridge y Fudge y se fue del comedor. Nadie trató de seguirlo. Harry, Ron y Hermione se lanzaron miradas de complicidad, los tres pensando lo mismo: ese encapuchado era el mismo que les había hablado detrás de la cabaña de Hagrid, unos días atrás.

El comedor había quedado en un silencio de estupefacción. El primero en recobrar la compostura fue Dumbledore, quien realmente parecía no haber llegado a perderla.

—Sirius, puedes salir de ahí abajo. Nadie va a tratar de atacarte —dijo el director amablemente. Segundos después, Sirius Black salía de su escondite, con una sonrisa que a muchos les sorprendió.

—La que se ha liado —rió Sirius. Parecía completamente tranquilo, a pesar de todo lo sucedido anteriormente.

—La que has liado —replicó Harry, aunque también sonreía, aliviado de que nadie pudiera tomar represalias contra Sirius. Aún tenía el corazón latiéndole a mil por hora, pero ahora más que nunca creía que el nombre de su padrino podría limpiarse. Fudge y Umbridge iban a tener que comerse sus palabras. Harry sentía como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. La sensación de alivio le provocaba ganas de reír.

Mientras tanto, Snape parecía furioso.

— Qué sorpresa — ironizó. — Black no es capaz ni de mantener la compostura.

Sirius, tan metido en su felicidad, ni se inmutó por su comentario.

—Esto no puede estar pasando—murmuró Fudge, más para sí mismo que para que otros lo escucharan.

—Pues está pasando, señor ministro —replicó McGonagall con frialdad. —Así que le sugiero que vuelva a tomar asiento y que continuemos con la lectura.

—Pero, pero… —Fudge miraba a Sirius y parecía muy contrariado y confuso. Harry decidió apiadarse de él.

—Ya lo ha escuchado, Sirius es inocente. Se demostrará en el tercer libro. Incluso si no lo fuera, ya ha oído a la persona del futuro: no se puede entrar ni salir, así que no puede llamar a los dementores. La mejor opción es seguir leyendo para descubrir la verdad.

Dijo todo esto en tono amable, tratando de que el pobre y contrariado ministro lo comprendiera a la perfección. Umbridge parecía furiosa.

—No pienso sentarme a leer un libro sobre Potter con un asesino al lado —casi gritó la mujer.

—Tranquila, señora. Sentarme a su lado es lo último que quiero hacer en esta vida —replicó Sirius, quien seguía sin perder su sonrisa. Dicho eso, le pasó el brazo por los hombros a Harry y dijo: —¿Seguimos con la lectura? Aunque esos estúpidos muggles me estaban poniendo de los nervios.

—¡No me digas! —ironizó Harry. —¿Cómo has podido perder el control de esa manera?

—¡Te encerraron! ¡Te pusieron una gatera, como a un animal! —bramó Sirius. Muchos alumnos gritaron, alarmados. Harry los ignoró a todos.

Sentía como si tuviera una bola de felicidad en el pecho. Sirius estaba allí, entre toda la gente, y nadie podía ponerle un solo dedo encima. Y cuando se leyera el tercer libro, su nombre se limpiaría y Harry podría irse a vivir con él, quisiera lo que quisiera Dumbledore. Si bien había pensado en ello muchas veces, nunca había tenido tantas esperanzas de que se hiciera realidad como en este momento.

—Incluso si es inocente —habló Umbridge de nuevo —va a ser juzgado de todas formas. ¡Es usted un animago ilegal!

Contra eso, Sirius no podía replicar, ya que era cierto. Fudge estaba muy callado, mirando a un punto fijo de la pared.

—Señor ministro —siguió Umbridge. —Estará de acuerdo en que ser un animago ilegal es motivo más que suficiente para ser juzgado frente al Wizengamot.

Pero el ministro no parecía estar escuchando a Umbridge. Seguía mirando la pared en estado casi catatónico.

—¿Señor? ¿Está usted bien? —preguntó ella. A estas alturas, todos estaban mirando al ministro, quien murmuró algo en voz tan baja que nadie lo escuchó.

—¿Disculpe? ¿Ha dicho algo? —volvió a preguntar Umbridge. A Harry le estaban dando muchas ganas de lanzarle un hechizo para que se callara.

—Me ha mordido… —dijo el ministro, esta vez más alto y claro. —Sirius Black me ha mordido. ¡Me ha mordido!

El recuerdo de Canuto mordiendo a Fudge unos días antes regresó a la mente de todos.

El ministro tenía una expresión tan indignada y sorprendida que Harry, mitad eufórico por la revelación de Sirius, mitad histérico, se echó a reír. No fue el único: tanto Ron como Hermione rieron, así como los demás Weasleys, excepto Percy, quien había observado todo completamente en silencio. A Harry le pareció que estaba un poco pálido. Sirius solo se encogió de hombros.

—Son las ventajas de ser un perro —respondió tranquilamente. Fudge lo miraba con incredulidad.

—Creo que es conveniente que volvamos todos a nuestros asientos y continuemos con la lectura —dijo Dumbledore, cuyos ojos brillaban.

Todos los alumnos, aún perplejos, volvieron a sus asientos. Los que estaban histéricos hacía un rato ahora estaban más calmados, pero miraban a Sirius como si en cualquier momento fuera a sacar la varita y a matarlos a todos. Muchos alumnos todavía no guardaban sus varitas. Harry rodó los ojos.

—¿No lo habéis oído? Sirius es inocente.

—Entró en la torre de Gryffindor —acusó un valiente alumno de sexto. —Hace un par de años. Se decía que quería matarte.

—Lo sé—respondió Harry. —Pero todo tiene una explicación.

—Nunca le haría daño a Harry —dijo Sirius en tono serio, mirando al alumno de sexto directamente. El chico se encogió un poco en su asiento, pero asintió, dejando ver que, al menos por el momento, iba a dejar las cosas como estaban.

Al cabo de unos minutos, todo el mundo había vuelto a sus lugares, algunos con más prisa que otros. Había alumnos que todavía se limpiaban las lágrimas y se agarraban con fuerza a sus amigos. Sirius despeinó a Harry antes de ir a sentarse junto a Lupin, un par de sofás más allá. Al otro lado de Lupin estaba sentada Tonks, y a Harry le pareció que el profesor estaba muy feliz de estar sentado en ese sitio.

La profesora Trelawney parecía haberse recobrado de la impresión, porque se encaminó hacia el libro, que seguía en el suelo, y lo abrió buscando la página adecuada. Para cuando la encontró y se situó en su lugar inicial, todo el mundo volvía a estar listo para leer, aunque muchos todavía miraban a Sirius con cautela.

— Por supuesto, yo ya sabía que esto sucedería — afirmó antes de comenzar a leer.

Muchos rodaron los ojos.

Al cabo de tres días, no había indicios de que los Dursley se hubieran apiadado de él, y Harry no encontraba la manera de escapar de su situación. Pasaba el tiempo tumbado en la cama, viendo ponerse el sol tras la reja de la ventana y preguntándose entristecido qué sería de él.

— Autocompadeciéndote, más bien — le reprochó Hermione. Harry bufó.

— No tenía mucho más que hacer — se defendió, pero no podía estar realmente molesto por el comentario. Todavía temblaba, mitad por los nervios, mitad por la emoción de tener a Sirius allí.

¿De qué le serviría utilizar sus poderes mágicos para escapar de la habitación, si luego lo expulsaban de Hogwarts por hacerlo? Por otro lado, la vida en Privet Drive nunca había sido tan penosa. Ahora que los Dursley sabían que no se iban a despertar por la mañana convertidos en murciélagos, había perdido su única defensa. Tal vez Dobby lo había salvado de los horribles sucesos que tendrían lugar en Hogwarts, pero tal como estaban las cosas lo más probable era que muriese de inanición.

Sirius soltó un gruñido, haciendo que varias personas saltaran y que alguien gritara. Lupin, quien parecía estar luchando contra una gran sonrisa, le lanzó una mirada de advertencia.

Se abrió la gatera y apareció la mano de tía Petunia, que introdujo en la habitación un cuenco de sopa de lata. Harry, a quien las tripas le dolían de hambre, saltó de la cama y se abalanzó sobre el cuenco.

— Lo tenían como un animal — se quejó Charlie. Harry se ruborizó, pero el comentario tampoco le afectó para nada. Sentía que una burbuja de felicidad le protegía de absolutamente todo.

La sopa estaba completamente fría, pero se bebió la mitad de un trago. Luego se fue hasta la jaula de Hedwig y le puso en el comedero vacío los trozos de verdura embebidos del caldo que quedaban en el fondo del cuenco. La lechuza erizó las plumas y lo miró con expresión de asco intenso.

No debes despreciarlo, es todo lo que tenemos —dijo Harry con tristeza.

— Jo, Harry — dijo Hermione. — Eso es muy triste.

Harry vio cómo Lavender abría la boca para decir algo, pero, tras una rápida mirada a Sirius, la cerró enseguida. Había un silencio tenso en el comedor. En la mesa de profesores, Umbridge seguía roja de ira y Fudge no había recuperado el color natural de su piel, que estaba pálida y sudorosa.

Volvió a dejar el cuenco vacío en el suelo, junto a la gatera, y se echó otra vez en la cama, casi con más hambre que la que tenía antes de tomarse la sopa.

— ¿Eso es posible? — preguntó un Hufflepuff de segundo, antes de que su amigo le arreara con un cojín.

— ¡Calla! — le susurró, mirando con pánico a la zona donde Sirius estaba sentado. Con cierta irritación, Harry se dio cuenta de que nadie quería hablar para no llamar la atención de Sirius.

— Sí, es posible — le respondió Luna, sorprendiendo a Harry y a muchos otros. — Sucede porque el estómago comienza a digerir la comida, pero, al no encontrar la suficiente, comienza a intentar digerirse a sí mismo.

Por la cara de muchos, estaba claro que se imaginaban estómagos gigantes comiéndose a la gente.

Suponiendo que siguiera vivo cuatro semanas más tarde, ¿qué sucedería si no se presentaba en Hogwarts? ¿Enviarían a alguien a averiguar por qué no había vuelto? ¿Podrían conseguir que los Dursley lo dejaran ir?

— No me puedo creer que sigas viviendo con ellos — dijo Ginny en voz baja. — ¿En qué diantres piensa Dumbledore?

— A saber — bufó Harry.

El resto del comedor seguía en el más absoluto silencio. Sirius no parecía incómodo con las decenas de miradas que se dirigían a él cada pocos segundos. Al contrario, se lo veía relajado y feliz. Harry supuso que se sentía como él mismo: como si se hubiera quitado un enorme peso de encima y tuviera esperanza por primera vez en mucho tiempo.

La habitación estaba cada vez más oscura. Exhausto, con las tripas rugiéndole y el cerebro dando vueltas a aquellas preguntas sin respuesta, Harry concilió un sueño agitado.

Soñó que lo exhibían en un zoo, dentro de una jaula con un letrero que decía «Mago menor de edad». Por entre los barrotes, la gente lo miraba con ojos asombrados mientras él yacía, débil y hambriento, sobre un jergón. Entre la multitud veía el rostro de Dobby y le pedía ayuda a voces, pero Dobby se excusaba diciendo: «Harry Potter está seguro en este lugar, señor», y desaparecía. Luego llegaban los Dursley, y Dudley repiqueteaba los barrotes de la jaula, riéndose de él.

— Tus sueños son escalofriantes — le dijo Ron.

— Pues espera a leer los de este año — le susurró Harry.

¡Para! —dijo Harry, sintiendo el golpeteo en su dolorida cabeza—. Déjame en paz… Basta ya…, estoy intentando dormir…

Abrió los ojos. La luz de la luna brillaba por entre los barrotes de la ventana. Y alguien, con los ojos muy abiertos, lo miraba tras la reja: alguien con la cara llena de pecas, el pelo cobrizo y la nariz larga.

Ron Weasley estaba afuera en la ventana.

— ¿Qué? — exclamó Angelina, antes de llevarse la mano a la boca y mirar a Sirius con pánico.

— Y aquí termina este capítulo — anunció la profesora Trelawney, de nuevo con su tono teatral. Hizo una extraña reverencia y volvió a sentarse a su lugar.

— Creo que sería conveniente hacer un pequeño descanso — dijo Dumbledore, poniéndose en pie. — Tenéis mucho que asimilar.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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