miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 4

 En flourish y blotts:


Dumbledore se puso en pie, tomó el libro y leyó:

— El siguiente capítulo se titula: En Flourish y Blotts. ¿Quién quiere leerlo?

— Yo — dijo Sirius en voz alta. Dumbledore le sonrió.

— Adelante.

El comedor al completo se sumió en un profundo silencio. Decenas de miradas seguían a Sirius mientras subía a la tarima, pero a él no parecía importarle lo más mínimo que la mayoría de los estudiantes estuvieran aterrorizados ante su presencia. Tal era el silencio, que ni siquiera la profesora Umbridge o el ministro se atrevieron a abrir la boca, aunque dejar a Sirius Black leer definitivamente no les hacía ninguna gracia.

— En Flourish y Blotts  leyó, con una sonrisa. — Espero que el capítulo sea más interesante que el título.

Nadie rió, aunque Ron sonrió y Harry rodó los ojos.

La vida en La Madriguera no se parecía en nada a la de Privet Drive. Los Dursley lo querían todo limpio y ordenado; la casa de los Weasley estaba llena de sorpresas y cosas asombrosas.

Nott sonrió con desdén.

— No sé si "asombrosas" es la palabra que yo usaría.

Aunque al principio no parecía intimidado por Sirius, una mirada molesta por parte de éste fue suficiente para conseguir que Nott bajara la cabeza.

Harry se llevó un buen susto la primera vez que se miró en el espejo que había sobre la chimenea de la cocina, y el espejo le gritó: «¡Vaya pinta! ¡Métete bien la camisa!»

Algunos rieron, pero fueron risas apagadas. Miraban con cautela a Sirius y no se atrevían a hacer el más mínimo gesto que pudiera interrumpir la lectura.

El espíritu del ático aullaba y golpeaba las tuberías cada vez que le parecía que reinaba demasiada tranquilidad en la casa.

Tendríamos que hacer algo al respecto — dijo Molly.

— ¿Pero qué gracia tendría eso? — dijo Arthur. — El espíritu le da más personalidad a la casa.

Y las explosiones en el cuarto de Fred y George se consideraban completamente normales.

— Por qué será que no me sorprende — rió Angelina. Acto seguido, lanzó una mirada inquieta a Sirius, pero éste sonreía y no parecía importarle lo más mínimo que le interrumpieran.

Lo que Harry encontraba más raro en casa de Ron, sin embargo, no era el espejo parlante ni el espíritu que hacía ruidos, sino el hecho de que allí, al parecer, todos le querían.

La voz de Sirius se tornó más grave, a medida que su expresión se ensombrecía.

De pronto, Harry se vio envuelto en los brazos de la señora Weasley. Notó también la mano de Ron sobre su rodilla y escuchó a alguien sonarse la nariz, probablemente Hermione.

— Siempre serás bienvenido en nuestra casa, Harry — dijo el señor Weasley con solemnidad. Harry notó su cara arder.

— Gracias — murmuró, contento de que su rostro estuviera oculto de la vista de todos gracias al abrazo de la señora Weasley, quien parecía no tener ninguna intención de soltarlo.

— Malditos Dursleys… — escuchó resoplar a Ginny.

Con los ojos muy brillantes, Molly se separó de él, no sin antes darle un beso en la frente. A Harry aquello casi lo deshizo por completo y tuvo que respirar hondo un par de veces para controlar sus emociones.

Cuando al fin se atrevió a mirar al resto de Weasleys a la cara, vio que todos parecían igual de solemnes y enternecidos que Molly y Arthur. Con un nudo en la garganta y las mejillas ardiendo, fijó su vista en Sirius y suplicó internamente que siguiera la lectura.

Sirius abrió la boca con la intención de decir algo, pero pareció cambiar de opinión al ver la mirada de Harry. Tras unos segundos, siguió leyendo el capítulo.

La señora Weasley se preocupaba por el estado de sus calcetines e intentaba hacerle comer cuatro raciones en cada comida. Al señor Weasley le gustaba que Harry se sentara a su lado en la mesa para someterlo a un interrogatorio sobre la vida con los muggles, y le preguntaba cómo funcionaban cosas tales como los enchufes o el servicio de correos.

— Yo no sé cómo funciona el servicio de correos — Harry escuchó a Colin susurrarle a Ginny. — Ni los enchufes, la verdad.

— ¿No os lo enseñan en el colegio muggle? — preguntó Ginny en voz baja. Colin negó con la cabeza.

— Nos enseñan un montón de tonterías — dijo. — Aunque, si te soy sincero, creo que lo de los enchufes lo enseñan en secundaria. Y yo no he estudiado secundaria en un instituto muggle.

— Hogwarts es mejor que cualquier instituto muggle — afirmó Ginny con una sonrisa que Colin devolvió con ganas.

— Pues sí, no me arrepiento de venir aquí.

Sirius, ajeno a la conversación entre Colin y Ginny, leía imitando la voz del señor Weasley.

¡Fascinante! —decía, cuando Harry le explicaba cómo se usaba el teléfono—. Son ingeniosas de verdad, las cosas que inventan los muggles para apañárselas sin magia.

Malfoy rodó los ojos, mientras Crabbe soltaba una risita despectiva.

Una mañana soleada, cuando llevaba más o menos una semana en La Madriguera, Harry les oyó hablar sobre Hogwarts. Cuando Ron y él bajaron a desayunar, encontraron al señor y la señora Weasley sentados con Ginny a la mesa de la cocina. Al ver a Harry Ginny dio sin querer un golpe al cuenco de las gachas y éste se cayó al suelo con gran estrépito.

Esta vez, la gente no pudo controlar las ganas de reír. Ginny gimió y volvió a esconder la cara entre las manos, sabiendo que el asunto solo iba a empeorar.

Con una gran sonrisa y utilizando un tono sugerente, Sirius leyó:

Ginny solía tirar las cosas cada vez que Harry entraba en la habitación donde ella estaba.

— Que alguien me deje inconsciente, por favor — gimió Ginny. — No quiero leer esto.

Hermione le daba palmaditas en la espalda en señal de apoyo, mientras Fred y George comenzaban a cantar "Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche". Harry les lanzó una almohada, acertándole a Fred en toda la cara.

Se metió debajo de la mesa para recoger el cuenco y se levantó con la cara tan colorada y brillante como un tomate. Haciendo como que no lo había visto, Harry se sentó y cogió la tostada que le pasaba la señora Weasley.

— Muy bien, Harry — lo felicitó Hermione. — Tienes más tacto que muchos otros — añadió, fulminando con la mirada a los gemelos y a Sirius, cuya sonrisa le hacía parecer diez años más joven.

Han llegado cartas del colegio —dijo el señor Weasley entregando a Harry y a Ron dos sobres idénticos de pergamino amarillento, con la dirección escrita en tinta verde—. Dumbledore ya sabe que estás aquí, Harry; a ése no se le escapa una.

Arthur no pudo evitar pensar con amargura que, en realidad, a Dumbledore se le escapaban muchas cosas. No fue el único que pensó lo mismo.

También han llegado cartas para vosotros dos —añadió, al ver entrar tranquilamente a Fred y George, todavía en pijama.

Hubo unos minutos de silencio mientras leían las cartas. A Harry le indicaban que cogiera el tren a Hogwarts el 1 de septiembre, como de costumbre, en la estación de King's Cross.

Varios alumnos sonrieron. La sola mención de las cartas de Hogwarts era suficiente para que sintieran otra vez esa emoción de empezar un nuevo curso.

Se adjuntaba una lista de los libros de texto que necesitaría para el curso siguiente:

Los estudiantes de segundo curso necesitarán:

El libro reglamentario de hechizos (clase 2), Miranda Goshawk.

Recreo con la «banshee», Gilderoy Lockhart.

Una vuelta con los espíritus malignos, Gilderoy Lockhart.

Vacaciones con las brujas, Gilderoy Lockhart.

Sirius parecía muy confuso mientras leía. Todos aquellos que no habían estado en Hogwarts ese año compartían su mismo sentimiento.

Recorridos con los trols, Gilderoy Lockhart.

Viajes con los vampiros, Gilderoy Lockhart.

Sirius se giró para dirigirse al director.

— ¿Os pagó Lockhart para que le hicierais publicidad?

Dumbledore negó con la cabeza, divertido.

Paseos con los hombres lobo, Gilderoy Lockhart.

Un año con el Yeti,

— Adivinad de quién — resopló Sirius.

— ¿De Lockhart, quizá? — preguntó Fred, como si le costara un gran esfuerzo adivinar la respuesta.

— ¡Bingo! Un año con el Yeti, de Gilderoy Lockhart.

Muchos alumnos estaban incrédulos.

— ¿Esa lista es de verdad? — preguntó una chica de segundo de Ravenclaw. — ¿Para qué necesitabais tantos libros de Lockhart?

— Para utilizarlos como escudo contra los duendecillos de Cornualles — respondió Ron.

Después de leer su lista, Fred echó un vistazo a la de Harry.

¡También a ti te han mandado todos los libros de Lockhart! —exclamó—. El nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras debe de ser un fan suyo; apuesto a que es una bruja.

— En algo tenías razón — intervino Harry. — El profesor de defensa de ese año era el mayor fan de Lockhart que jamás habrá.

En ese instante, Fred vio que su madre lo miraba severamente, y trató de disimular untándose mermelada en el pan.

Algunos rieron, si bien de forma disimulada. En esta ocasión, no se trataba solo de que no quisieran llamar la atención de Sirius Black, sino que tampoco querían llamar la atención de Molly Weasley.

Todos estos libros no resultarán baratos —observó George, mirando de reojo a sus padres—. De hecho, los libros de Lockhart son muy caros…

Bueno, ya nos apañaremos —repuso la señora Weasley aunque parecía preocupada—. Espero que a Ginny le puedan servir muchas de vuestras cosas.

Los Weasley enrojecieron, especialmente tras escuchar algunas risitas provenientes del alumnado. Harry podía ver que Malfoy estaba deseando hacer algún comentario al respecto, pero incluso él parecía cohibido ante la presencia de Sirius.

¿Es que ya vas a empezar en Hogwarts este curso? —preguntó Harry a Ginny. Ella asintió con la cabeza, enrojeciendo hasta la raíz del pelo, que era de color rojo encendido, y metió el codo en el plato de la mantequilla.

Ginny, quien era físicamente incapaz de ruborizarse más, decidió cambiar de táctica y, en lugar de esconder su cara, levantó la cabeza con orgullo.

— ¿Qué pasa? — le dijo a un grupito de alumnas de sexto que reían y se burlaban de ella. — ¿Nunca habéis tenido once años?

Dos de las chicas se sobresaltaron, mirando con sorpresa a Ginny y desviando la mirada hacia Sirius. Con un deje de pánico, una de ellas contestó:

— S-sí, claro. Es solo que… es gracioso.

Acabó casi en un susurro, petrificada ante el hecho de que Sirius la estaba mirando fijamente mientras hablaba. A su lado, sus amigas se habían puesto muy pálidas.

Harry no pudo soportarlo más.

— ¿No habéis escuchado nada de lo que ha dicho la persona del futuro? — bufó en voz alta. Todas las miradas se dirigieron a él. — Sirius es inocente. Ni siquiera tuvo un juicio antes de que lo enviaran a Azkaban. ¿Podéis dejar de actuar como si fuera a atacaros en cualquier momento?

— Déjalo, Harry — intervino Sirius. — No me molesta. Al contrario — con una sonrisa ladeada, añadió: — Creo que podría asustar a todo el comedor a la vez.

— Ya lo has hecho antes — le recordó Lupin. Sirius solo sonrió con más ganas.

— Pero ahora puedo hacerlo a propósito.

— Sigue leyendo, Black — interrumpió Snape de mala gana. — Y deja de perder el tiempo.

Con un gruñido, Sirius se giró para responderle a Snape, pero Dumbledore habló antes de que pudiera hacerlo.

— Por favor, Sirius — dijo. — Sigue con la lectura.

Sirius no tuvo más remedio que obedecer, no sin antes lanzar una mirada fulminante a Snape.

Afortunadamente, el único que se dio cuenta fue Harry, porque Percy el hermano mayor de Ron, entraba en aquel preciso instante. Ya se había vestido y lucía la insignia de prefecto de Hogwarts en el chaleco de punto.

El tono sarcástico de Sirius era indicativo suficiente de su opinión sobre los prefectos. Percy se sonrojó fuertemente.

Buenos días a todos —saludó Percy con voz segura—. Hace un hermoso día.

Se oyeron risitas ahogadas. Percy, rojo como un tomate, estalló:

— ¿Qué pasa? — dijo. — ¿Acaso decir que hace un buen día es motivo de burla? Sois ridículos.

Durante un momento, Harry, quien miraba con la boca abierta a Percy, se dio cuenta por primera vez de la increíble similitud entre Percy y el resto de Weasleys, particularmente Ginny. ¿Dónde habían estado ese mal genio y esos malos modales durante los años pasados?

Muchos miraban a Percy con sorpresa, pero nadie tanto como los gemelos. Incluso Fudge, quien había abierto mucho los ojos, parecía tan perplejo que no fue capaz de decir ni una sola palabra.

Por el rabillo del ojo, Harry vio a Ron sonreír un momento.

Se sentó en la única silla que quedaba, pero inmediatamente se levantó dando un brinco, y quitó del asiento un plumero gris medio desplumado. O al menos eso es lo que Harry pensó que era, hasta que vio que respiraba.

— ¿Qué demonios? — exclamó Seamus, con una ceja arqueada. Sin embargo, pareció arrepentirse de haber hablado dos segundos más tarde, cuando vio que Sirius lo miraba.

El ex-convicto siguió leyendo como si no hubiera visto la cara del chico tornarse totalmente blanca.

¡Errol! —exclamó Ron, cogiendo a la maltratada lechuza y sacándole una carta que llevaba debajo del ala—. ¡Por fin! Aquí está la respuesta de Hermione. Le escribí contándole que te íbamos a rescatar de los Dursley.

Por algún motivo, aunque la palabra "rescatar" no le había molestado en aquel entonces, ahora sí que lo hacía. No conseguía comprenderlo, pero la idea de tener que ser rescatado de su propia familia le molestaba a pesar de que nunca antes había tenido problemas con ese concepto.

Ron llevó a Errol hasta una percha que había junto a la puerta de atrás e intentó que se sostuviera en ella, pero Errol volvió a caerse, así que Ron lo dejó en el escurridero, exclamando en voz baja «¡Pobre!».

— Qué pena — comentó Lavender en voz baja. — ¿Sigue vivo, no?

— Sí — confirmó Ron. — Y sigue chocándose contra los muebles.

Luego rasgó el sobre y leyó la carta de Hermione en voz alta.

Querido Ron, y Harry, si estás ahí:

Espero que todo saliera bien y que Harry esté estupendamente, y que no hayas tenido que saltarte las normas para sacarlo, Ron, porque eso traería problemas también a Harry.

— Demasiado tarde — dijo Fred. — Las normas están para saltarse.

He estado muy preocupada y, si Harry está bien, te ruego que me escribas lo antes posible para contármelo, aunque quizá sería mejor que usaras otra lechuza, porque creo que ésta no aguantará un viaje más.

— Pobre Errol — se escuchó decir a alguien de Ravenclaw. A juzgar por la cara de Ron, a él se le hacía tan raro como a Harry que ahora todo el comedor supiera hasta el nombre de su lechuza familiar.

Por supuesto, estoy muy atareada con los deberes escolares («¿Cómo puede ser?», se preguntó Ron horrorizado. «¡Si estamos en vacaciones!»),

Hermione lo miró con seriedad.

— En vacaciones también hay deberes — le recordó. — Y siempre viene bien repasar el contenido del año anterior y el del siguiente año.

— Prefiero jugar al quidditch — afirmó Ron. Hermione rodó los ojos.

y el próximo miércoles nos vamos a Londres a comprar los nuevos libros. ¿Por qué no quedamos en el callejón Diagon?

Contadme qué ha pasado en cuanto podáis.

Un beso de

Hermione

Bueno, no estaría mal, podríamos ir también a comprar vuestro material —dijo la señora Weasley, comenzando a quitar las cosas de la mesa—. ¿Qué vais a hacer hoy?

Harry, Ron, Fred y George planeaban subir la colina hasta un pequeño prado que tenían los Weasley. Como estaba rodeado de árboles que lo protegían de las miradas indiscretas del pueblo que había abajo, allí podían practicar el quidditch, con tal de que tuvieran cuidado de no volar muy alto.

Harry sonrió con solo recordar las horas que habían pasado en aquel prado. Cómo le gustaría estar allí en este momento.

Aunque no podían usar verdaderas pelotas de quidditch, porque si se les escaparan y llegaran a sobrevolar el pueblo, la gente lo vería como un fenómeno de difícil explicación; en su lugar, se arrojaban manzanas.

— Qué cutre — se quejó Cormac McLaggen.

Se turnaban para montar en la Nimbus 2.000 de Harry, que era con mucho la mejor escoba; a la vieja Estrella Fugaz de Ron incluso la adelantaban las mariposas.

— Menos mal que ya no tengo esa escoba — suspiró Ron. — Imagina jugar al quidditch con ella. Si ni con mi escoba nueva soy capaz de parar los goles…

— No digas eso — lo regañó Harry. — Lo único que te hace falta es un poco de confianza. En los entrenamientos lo haces mucho mejor.

Ron no pareció creerle.

Cinco minutos después se encontraban subiendo la colina, con las escobas al hombro. Habían preguntado a Percy si quería ir con ellos, pero les había dicho que estaba ocupado. Harry sólo había visto a Percy a las horas de comer; el resto del tiempo lo pasaba encerrado en su cuarto.

— Como cualquier adolescente — le susurró Tonks a Lupin, haciéndole soltar un bufido.

Me gustaría saber qué se lleva entre manos —dijo Fred, frunciendo el entrecejo —. No parece el mismo. Recibió los resultados de sus exámenes el día antes de que llegaras tú; tuvo doce M.H.B. y apenas se alegró.

Los Weasleys escuchaban la conversación tratando de mantenerse tan impasibles como pudieran. Sin embargo, Percy lo estaba pasando fatal y se notaba. Había fijado su vista en el suelo, incapaz de mirar a nadie a los ojos y mucho menos a su familia.

Se habían preocupado por él. Se habían preguntado qué le pasaba, ¡incluso los gemelos habían notado que actuaba raro! ¡Y les había importado!

Todo en cuanto había creído durante los últimos años se estaba derrumbando. ¿Cómo podría arreglar la relación con su familia? ¿Acaso seguía teniendo derecho a intentarlo?

Matriculas de Honor en Brujería —explicó George, viendo la cara de incomprensión de Harry—. Bill también sacó doce. Si no nos andamos con cuidado, tendremos otro Premio Anual en la familia. Creo que no podría soportar la vergüenza.

— Más quisieras tú tener un Premio Anual, enano — le dijo Bill a George, quien fingió estremecerse.

Bill era el mayor de los hermanos Weasley. Él y el segundo, Charlie, habían terminado ya en Hogwarts. Harry no había visto nunca a ninguno de los dos, pero sabía que Charlie estaba en Rumania estudiando a los dragones, y Bill en Egipto, trabajando para Gringotts, el banco de los magos.

Todas las miradas se centraron en los dos hermanos, quienes trataron por todos los medios parecer impasibles.

No sé cómo se las van a arreglar papá y mamá para comprarnos todo lo que necesitamos este curso —dijo George después de una pausa—. ¡Cinco lotes de los libros de Lockhart! Y Ginny necesitará una túnica y una varita mágica, entre otras cosas.

Algunos los miraron con pena, otros, con la burla reflejada en sus rostros. Harry tenía muchas ganas de borrarles esas caras de superioridad a todos los que estaban riéndose de los Weasleys.

Harry no decía nada. Se sentía un poco incómodo. En una cámara acorazada subterránea de Gringotts, en Londres, tenía guardada una pequeña fortuna que le habían dejado sus padres.

— Oh, cielo — le dijo la señora Weasley. — No te sientas incómodo por eso.

Naturalmente, ese dinero sólo servía en el mundo mágico; no se podían utilizar galeones, sickles ni knuts en las tiendas muggles. A los Dursley nunca les había dicho una palabra sobre su cuenta bancaria en Gringotts. Y la verdad es que no creía que su aversión a todo lo relacionado con el mundo de la magia se hiciera extensiva a un buen montón de oro.

— Si se atrevieran a intentar coger un solo galeón de los Potter, lo pagarían muy caro — gruñó Sirius, interrumpiéndose a sí mismo.

Viendo su expresión enfadada, muchos de los alumnos que habían conseguido relajarse un poco volvieron a estar en tensión y desconfiar de Sirius. Harry rodó los ojos. ¡Sirius no estaba ayudando a mejorar su imagen!

Al miércoles siguiente, la señora Weasley los despertó a todos temprano. Después de tomarse rápidamente media docena de emparedados de beicon cada uno, se pusieron las chaquetas

Durante unos segundos, Harry no pudo evitar reflexionar sobre lo diferente que era esa mañana de cualquiera de las que había pasado con los Dursley. Levantarse, poder tomar un buen desayuno, tener a alguien que le insistiera para que se pusiera una chaqueta y no pasara frío, ir a comprar los libros del colegio… Era tan maravilloso que, a veces, aún no se creía la suerte que había tenido al hacerse amigo de Ron y de toda su familia.

y la señora Weasley, cogiendo una maceta de la repisa de la chimenea de la cocina, echó un vistazo dentro.

Ya casi no nos queda, Arthur —dijo con un suspiro—. Tenemos que comprar un poco más… ¡bueno, los huéspedes primero! ¡Después de ti, Harry, cielo!

Y le ofreció la maceta.

Algunos de los nacidos de muggles parecieron tan confusos como Harry se sintió aquel día.

Harry vio que todos lo miraban.

¿Qué… qué es lo que tengo que hacer? —tartamudeó.

Él nunca ha viajado con polvos flu —dijo Ron de pronto—. Lo siento, Harry, no me acordaba.

— ¿Qué son los polvos flu? — se escuchó preguntar a alguien de primero de Hufflepuff.

— Los echas en la chimenea y puedes viajar con el fuego — le dijo un amigo. Ante la cara de horror de la chica, el amigo se echó a reír.

Sin embargo, paró inmediatamente al ver que había llamado la atención de Sirius. Éste, notando que había puesto nervioso al chico, le dedicó lo que debía ser una sonrisa tranquilizadora (no lo era) y siguió leyendo.

¿Nunca? —le preguntó el señor Weasley—. Pero ¿cómo llegaste al callejón Diagon el año pasado para comprar las cosas que necesitabas?

En metro…

¿De verdad? —inquirió interesado el señor Weasley—. ¿Había escaleras mecánicas? ¿Cómo son exactamente…?

— Son geniales y deberíamos tenerlas en Hogwarts — declaró una chica de séptimo a la que Harry no conocía.

— No funcionarían — explicó Terry Boot. Hermione, que había abierto la boca para decir lo mismo, la cerró inmediatamente, frustrada.

Ahora no, Arthur —le interrumpió la señora Weasley—. Los polvos flu son mucho más rápidos, pero la verdad es que si no los has usado nunca…

Lo hará bien, mamá —dijo Fred—.

— Retiro lo dicho — dijo Fred, haciendo que Harry bufara y Ron soltara una risotada.

Harry, primero míranos a nosotros.

Cogió de la maceta un pellizco de aquellos polvos brillantes, se acercó al fuego y los arrojó a las llamas.

Produciendo un estruendo atronador, las llamas se volvieron de color verde esmeralda y se hicieron más altas que Fred. Éste se metió en la chimenea, gritando: «¡Al callejón Diagon!», y desapareció.

Los que nunca habían viajado con polvos flu ni habían visto a alguien hacerlo escuchaban con muchísima atención, algunos con la boca abierta de la impresión.

Tienes que pronunciarlo claramente, cielo —dijo a Harry la señora Weasley, mientras George introducía la mano en la maceta—, y ten cuidado de salir por la chimenea correcta.

— Eh, Sirius — dijo Fred en voz alta. — Vuelve a leer esa frase. Creo que Harry no la entendió muy bien.

Con una sonrisa ladeada, Sirius repitió la frase despacio, haciendo hincapié en cada palabra y mirando a Harry como para asegurarse de que entendía el mensaje.

— Ja, ja — dijo él. — Muy gracioso.

Muchos los miraron con confusión.

¿Qué? —preguntó Harry nervioso, al tiempo que la hoguera volvía a tronar y se tragaba a George.

Bueno, ya sabes, hay una cantidad tremenda de chimeneas de magos entre las que escoger, pero con tal de que pronuncies claro…

Lo hará bien, Molly, no te apures —le dijo el señor Weasley, sirviéndose también polvos flu.

— Error — intervino esta vez George. — ¿Desde cuándo a Harry le salen las cosas bien?

— He de decir que nos preocupas — declaró Fred, fingiendo seriedad. — Empezamos a pensar que eres gafe.

Harry los ignoró totalmente. Por desgracia, él también empezaba a pensar lo mismo.

Pero, querido, si Harry se perdiera, ¿cómo se lo íbamos a explicar a sus tíos?

A ellos les daría igual —la tranquilizó Harry—. Si yo me perdiera aspirado por una chimenea, a Dudley le parecería una broma estupenda, así que no se preocupe por eso.

La expresión de Sirius cambió totalmente al leer esa frase. De nuevo, muchos alumnos se encogieron en sus asientos y hubo incluso quienes agarraron la varita con fuerza, escondiéndola entre las mangas de la túnica.

Bueno, está bien…, ve después de Arthur —dijo la señora Weasley—. Y cuando entres en el fuego, di adónde vas.

Y mantén los codos pegados al cuerpo —le aconsejó Ron.

Y los ojos cerrados —le dijo la señora Weasley—. El hollín…

Y no te muevas —añadió Ron—. O podrías salir en una chimenea equivocada…

Pero no te asustes y vayas a salir demasiado pronto. Espera a ver a Fred y George.

— Normal que le saliera mal — se quejó Hermione. — ¡Qué agobio!

Harry le agradeció internamente la empatía.

Haciendo un considerable esfuerzo para acordarse de todas estas cosas, Harry cogió un pellizco de polvos flu y se acercó al fuego. Respiró hondo, arrojó los polvos a las llamas y dio unos pasos hacia delante. El fuego se percibía como una brisa cálida. Abrió la boca y un montón de ceniza caliente se le metió en la boca.

Ca-ca-llejón Diagon —dijo tosiendo.

— Idiota — bufó Malfoy. Harry lo miró mal, pero no podía decir que no había sido muy torpe aquel día, así que se quedó callado para proteger su dignidad.

Le pareció que lo succionaban por el agujero de un enchufe gigante y que estaba girando a gran velocidad… El bramido era ensordecedor… Harry intentaba mantener los ojos abiertos, pero el remolino de llamas verdes lo mareaba… Algo duro lo golpeó en el codo, así que él se lo sujetó contra el cuerpo, sin dejar de dar vueltas y vueltas… Luego fue como si unas manos frías le pegaran bofetadas en la cara.

— Esa es una buena descripción de cómo se siente el viajar con polvos flu — comentó Hannah Abbott. Aunque la chica parecía muy nerviosa con la presencia de Sirius, se había tranquilizado un poco al ver a los gemelos hablar con él como si nada, como si no fuera un ex-convicto y presunto asesino.

A través de las gafas, con los ojos entornados, vio una borrosa sucesión de chimeneas y vislumbró imágenes de las salas que había al otro lado… Los emparedados de beicon se le revolvían en el estómago. Cerró los ojos de nuevo deseando que aquello cesara, y entonces… cayó de bruces sobre una fría piedra y las gafas se le rompieron.

— Estoy de acuerdo con Fred, eres gafe — comentó Ginny. Harry hizo una mueca.

Y, tras pensar que seguramente sí lo era, no pudo evitar notar lo diferente que era la Ginny actual de la del libro. ¿Dónde estaba la niña que metía el codo en el plato de la mantequilla? En parte, se sentía aliviado de que Ginny claramente no siguiera sintiendo lo mismo que antes. Ahora ella estaba con Corner y era feliz. Además, jamás habría podido salir con ella. ¡Era la hermana pequeña de Ron!

Durante un segundo, se imaginó cómo sería si ambos se enamoraran. ¿Cómo reaccionaría Ron? ¿Y Hermione? ¿Y el resto de los Weasleys? Solo pensarlo le ponía nervioso. ¡Menos mal que nunca sucedería!

De pronto, pensando en Ginny y Corner, recordó el fragmento de capítulo que leyó en el despacho de Dumbledore. Debía admitir que sentía curiosidad. ¿Cuándo cortaría Ginny con Corner? ¿Qué les pasaría para acabar su relación? Y, sobre todo, ¿cómo acabarían Ginny y Dean juntos? Viéndolos en el presente, ni siquiera los veía interactuar mucho. En solo un año, serían pareja.

Mareado, magullado y cubierto de hollín, se puso de pie con cuidado y se quitó las gafas rotas. Estaba completamente solo, pero no tenía ni idea de dónde. Lo único que sabía es que estaba en la chimenea de piedra de lo que parecía ser la tienda de un mago, apenas iluminada, pero no era probable que lo que vendían en ella se encontrara en la lista de Hogwarts.

Sirius leía con el ceño fruncido, preocupado por su ahijado. Como él, muchos estaban nerviosos y esperaban que Harry estuviera en un sitio seguro.

En un estante de cristal cercano había una mano cortada puesta sobre un cojín, una baraja de cartas manchada de sangre y un ojo de cristal que miraba fijamente. Unas máscaras de aspecto diabólico lanzaban miradas malévolas desde lo alto. Sobre el mostrador había una gran variedad de huesos humanos y del techo colgaban unos instrumentos herrumbrosos, llenos de pinchos. Y, lo que era peor, el oscuro callejón que Harry podía ver a través de la polvorienta luna del escaparate no podía ser el callejón Diagon.

Muchos alumnos parecieron totalmente horrorizados ante esa descripción.

— ¿Dónde te metiste? — preguntó Neville con un hilo de voz.

— Ahora lo verás — respondió Harry, sombrío. Por muchos años que pasaran, el callejón Knockturn siempre le parecería un lugar horrible.

Cuanto antes saliera de allí, mejor. Con la nariz aún dolorida por el topetazo, Harry se fue rápida y sigilosamente hacia la puerta, pero antes de que hubiera salvado la mitad de la distancia, aparecieron al otro lado del escaparate dos personas, y una de ellas era la última a la que Harry habría querido encontrarse en su situación: perdido, cubierto de hollín y con las gafas rotas. Era Draco Malfoy.

— ¿Preocupado de que tu enamorado te viera sucio y desgarbado? — preguntó Fred con tono sugerente.

Harry, a quien no le quedaban almohadas que tirarle, buscó alrededor algo que lanzarle para que se callara. Sin embargo, unos segundos después una almohada enorme cruzaba como el rayo el comedor y se estampaba contra la cara de Fred.

Harry siguió con la vista la trayectoria de la almohada y vio que había sido el propio Draco quien la había lanzado.

— Basta ya con esas bromas de mal gusto, Weasley — dijo el joven Malfoy. Para cualquiera que lo viera, Draco parecía enfadado y asqueado. Sin embargo, Harry había pasado los últimos cuatro años y medio de su vida prestando atención a cada paso que Malfoy daba, por lo que sabía que el chico estaba nervioso y trataba de ocultarlo fingiendo estar más enfadado de lo que estaba.

No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que lo que ponía nervioso a Draco era saber que Harry había estado allí el día que fue con su padre al callejón Knockturn. Harry casi podía escuchar los pensamientos de Malfoy. ¿Cuánto habría escuchado Harry? ¿Habría sido su culpa que se produjera una redada en su casa poco después? ¿Cuánto sabía Harry sobre lo que los Malfoy escondían en su casa?

— Si tanto te ofende, será por algo — dijo Fred, encogiéndose de hombros y sonriendo.

— Eh, de eso nada — interrumpió Sirius. — ¿Mi ahijado, con un Malfoy? ¡Te desheredo, Harry, te desheredo!

Harry rodó los ojos, deseando que Sirius no le siguiera la broma a los gemelos.

— ¿Por qué?

Para sorpresa de Harry, fue una chica de Hufflepuff quien habló. Se dirigía directamente a Sirius, quien se quedó totalmente confuso.

— ¿Por qué qué? — preguntó.

— ¿Por qué desheredarías a Harry si saliera con un chico? — aclaró ella. — ¡Cada uno puede querer a quien le dé la gana!

Tras unos segundos de silencio estupefacto, Sirius se echó a reír.

— ¡No, no! No me malentiendas — dijo entre risas. — Harry puede salir con quien le dé la gana. Hombre, mujer, me da igual. ¡Pero no con un Malfoy!

Pronunció el apellido como si fuera una palabrota.

— Ningún Malfoy que se precie saldría con un Potter — bufó Draco. — No es mi culpa que Potter esté obsesionado conmigo. Preferiría que me dejara en paz.

Ante eso, Harry, indignado, se quedó con la boca abierta. ¿Qué lo dejara en paz él a Malfoy? ¡Si era él quien siempre se metía donde nadie le llamaba!

Sin embargo, antes de que pudiera gritar precisamente eso, McGonagall llamó al orden y obligó a Sirius a seguir leyendo.

— No les hagas ni caso — le susurró Ron. Harry asintió.

Harry repasó apresuradamente con los ojos lo que había en la tienda y encontró a su izquierda un gran armario negro, se metió en él y cerró las puertas, dejando una pequeña rendija para echar un vistazo. Unos segundos más tarde sonó un timbre y Malfoy entró en la tienda.

El hombre que iba detrás de él no podía ser sino su padre. Tenía la misma cara pálida y puntiaguda, y los mismos ojos de un frío color gris. El señor Malfoy cruzó la tienda, mirando vagamente los artículos expuestos, y pulsó un timbre que había en el mostrador antes de volverse a su hijo y decirle:

No toques nada, Draco.

El susodicho escuchaba la escena tratando de parecer tranquilo e incluso aburrido. Internamente, estaba histérico. Necesitaba saber qué había escuchado Potter.

Malfoy, que estaba mirando el ojo de cristal, le dijo: —Creía que me ibas a comprar un regalo.

— ¿Ves? Igual que Dudley — bufó Harry. Draco lo fulminó con la mirada.

Te dije que te compraría una escoba de carreras —le dijo su padre, tamborileando con los dedos en el mostrador.

¿Y para qué la quiero si no estoy en el equipo de la casa? —preguntó Malfoy, enfurruñado—. Harry Potter tenía el año pasado una Nimbus 2.000. Y obtuvo un permiso especial de Dumbledore para poder jugar en el equipo de Gryffindor. Ni siquiera es muy bueno, sólo porque es famoso… Famoso por tener esa ridícula cicatriz en la frente…

— ¿Quién es ahora el que está obsesionado, eh? — Harry no pudo aguantarse las ganas de restregárselo por la cara.

— Yo solo te he mencionado una vez — replicó Malfoy. Ambos se miraron con rabia.

Malfoy se inclinó para examinar un estante lleno de calaveras.

A todos les parece que Potter es muy inteligente sólo porque tiene esa maravillosa cicatriz en la frente y una escoba mágica…

— Cuánta envidia — murmuró Ginny.

Me lo has dicho ya una docena de veces por lo menos —repuso su padre dirigiéndole una mirada fulminante—,

— Una docena de veces — repitió Sirius. — Una. Docena. De veces.

Malfoy sintió sus mejillas arder.

—¡Dejad de buscar cosas donde no las hay! — exclamó.

Por una vez, Harry estaba de acuerdo con Malfoy.

y te quiero recordar que sería mucho más… prudente dar la impresión de que tú también lo admiras, porque en la clase todos lo ven como el héroe que hizo desaparecer al Señor Tenebroso… ¡Ah, señor Borgin!

Tras el mostrador había aparecido un hombre encorvado, alisándose el grasiento cabello.

Sirius miró fijamente a Snape.

— ¿Familia tuya? — le guiñó un ojo y siguió leyendo como si nada. Si las miradas pudiesen matar, la que el profesor de pociones le echó a Sirius lo habría fulminado en un instante.

¡Señor Malfoy, qué placer verle de nuevo! —respondió el señor Borgin con una voz tan pegajosa como su cabello—. ¡Qué honor…! Y ha venido también el señor Malfoy hijo. Encantado. ¿En qué puedo servirles? Precisamente hoy puedo enseñarles, y a un precio muy razonable…

— ¡Espera! — Malfoy se levantó. — Esto no quiero que se lea.

Hubo una oleada de protestas por parte de los alumnos.

— Debe leerse el capítulo al completo, señor Malfoy — le recordó McGonagall. Draco frunció el ceño.

— ¿Por qué? Esta parte solo es Potter siendo un cotilla, como siempre. Los negocios de mi padre no tienen nada que ver con él. Es un abuso de mi privacidad y de la de mi familia.

— Te aguantas — intervino Harry de mal humor. — Si tengo que soportar que se lea toda mi vida, tú puedes soportar que se lea una conversación de tu padre. ¿O es que tienes miedo de algo, Malfoy?

— Más quisieras, Potter — ambos cruzaron miradas desafiantes.

Ignorando totalmente a Malfoy, Sirius siguió leyendo.

Hoy no vengo a comprar, señor Borgin, sino a vender —dijo el padre de Malfoy.

¿A vender? —La sonrisa desapareció gradualmente de la cara del señor Borgin.

Usted habrá oído, por supuesto, que el ministro está preparando más redadas — empezó el padre de Malfoy, sacando un pergamino del bolsillo interior de la chaqueta y desenrollándolo para que el señor Borgin lo leyera—. Tengo en casa algunos… artículos que podrían ponerme en un aprieto, si el Ministerio fuera a llamar a…

Draco fulminó con la mirada a Harry, quien notó su ira sin siquiera mirarlo. Ahora Malfoy tenía pruebas de que había sido Harry quien le había chivado al ministerio los negocios de Lucius Malfoy.

Aunque tampoco es que haya servido de mucho, pensó Harry con amargura.

El señor Borgin se caló unas gafas y examinó la lista.

Pero me imagino que el Ministerio no se atreverá a molestarle, señor.

El padre de Malfoy frunció los labios.

Aún no me han visitado. El apellido Malfoy todavía inspira un poco de respeto, pero el Ministerio cada vez se entromete más. Incluso corren rumores sobre una nueva Ley de defensa de los muggles… Sin duda ese rastrero Arthur Weasley, ese defensor a ultranza de los muggles, anda detrás de todo esto…

Todos los Weasley se tensaron. Bill y Ron, especialmente, parecían furiosos.

Harry sintió que lo invadía la ira.

Arthur le sonrió.

Y, como ve, algunas de estas cosas podrían hacer que saliera a la luz…

¿Puedo quedarme con esto? —interrumpió Draco, señalando la mano cortada que estaba sobre el cojín.

¡Ah, la Mano de la Gloria! —dijo el señor Borgin, olvidando la lista del padre de Malfoy y encaminándose hacia donde estaba Draco—. ¡Si se introduce una vela entre los dedos, alumbrará las cosas sólo para el que la sostiene! ¡El mejor aliado de los ladrones y saqueadores! Su hijo tiene un gusto exquisito, señor.

Espero que mi hijo llegue a ser algo más que un ladrón o un saqueador, Borgin —repuso fríamente el padre de Malfoy.

Malfoy se sonrojó intensamente. Se oyeron algunas risas y jadeos de sorpresa. Harry no podía negar que era agradable ver cómo ahora todo el mundo centraba su atención en Malfoy y no en él.

Y el señor Borgin se apresuró a decir:

No he pretendido ofenderle, señor, en absoluto…

Aunque si no mejoran sus notas en el colegio —añadió el padre de Malfoy, aún más fríamente—, puede, claro está, que sólo sirva para eso.

Esta vez, los jadeos fueron más fuertes. Hubo también algunas risitas, si bien fueron muy pocas. Todo el mundo estaba sorprendido al escuchar al gran Lucius Malfoy, amigo del ministro de magia, hablar así de su propio hijo.

A juzgar por la cara de Draco, tenía tantas ganas de huir del comedor como Harry las había tenido durante la lectura de sus días con los Dursleys.

No es culpa mía —replicó Draco—. Todos los profesores tienen alumnos enchufados. Esa Hermione Granger mismo…

— Así que también está obsesionado con Hermione — saltó George. — Qué primicia.

— ¡Ni en sueños! — bufó Malfoy, pero nadie le hizo caso, porque Sirius siguió leyendo. Era obvio que estaba disfrutando poner incómodo a Draco.

Vergüenza debería darte que una chica que no viene de una familia de magos te supere en todos los exámenes —dijo el señor Malfoy bruscamente.

Sirius lo leyó imitando la voz de Lucius y dándose aires de importancia. Draco estaba que chirriaba de la ira.

¡Ja! —se le escapó a Harry por lo bajo, encantado de ver a Draco tan avergonzado y furioso.

Ambos volvieron a cruzar miradas, sabiendo que ese era un sentimiento que compartían.

En todas partes pasa lo mismo —dijo el señor Borgin, con su voz almibarada—. Cada vez tiene menos importancia pertenecer a una estirpe de magos.

— Mejor que sea así — gruñó Moody. — Panda de estirados snobs…

Algunos alumnos lo miraron, alarmados e indignados. Otros sonrieron, totalmente de acuerdo con él.

No para mí —repuso el señor Malfoy, resoplando de enfado.

No, señor, ni para mí, señor —convino el señor Borgin, con una inclinación.

— Lameculos — bufó Seamus.

En ese caso, quizá podamos volver a fijarnos en mi lista —dijo el señor Malfoy, lacónicamente—. Tengo un poco de prisa, Borgin, me esperan importantes asuntos que atender en otro lugar.

Imitándolo con una vocecita aguda, Fred repitió la última frase.

Se pusieron a regatear. Harry espiaba poniéndose cada vez más nervioso conforme Draco se acercaba a su escondite, curioseando los objetos que estaban a la venta. Se detuvo a examinar un rollo grande de cuerda de ahorcado y luego leyó, sonriendo, la tarjeta que estaba apoyada contra un magnífico collar de ópalos:

Cuidado: no tocar Collar embrujado.

A Harry le dio un escalofrío, aunque no sabría decir por qué.

Hasta la fecha se ha cobrado las vidas de diecinueve muggles que lo poseyeron.

Draco se volvió y reparó en el armario. Se dirigió hacia él, alargó la mano para coger la manilla…

Muchos se tensaron.

De acuerdo —dijo el señor Malfoy en el mostrador—. ¡Vamos, Draco!

Cuando Draco se volvió, Harry se secó el sudor de la frente con la manga.

— Te libraste por los pelos — resopló Justin Finch-Fletchley.

Que tenga un buen día, señor Borgin. Le espero en mi mansión mañana para recoger las cosas.

En cuanto se cerró la puerta, el señor Borgin abandonó sus modales afectados.

Quédese los buenos días, señor Malfoy, y si es cierto lo que cuentan, usted no me ha vendido ni la mitad de lo que tiene oculto en su mansión.

La cara de Draco Malfoy era un poema. Harry tuvo que aguantar las ganas de reír, cosa que Ron no hizo.

Y se metió en la trastienda mascullando. Harry aguardó un minuto por si volvía, y luego, con el máximo sigilo, salió del armario y, pasando por delante de las estanterías de cristal, se fue de la tienda por la puerta delantera.

— Bien hecho, aunque es algo arriesgado — lo felicitó Kingsley. Harry sonrió, orgulloso.

Sujetándose delante de la cara las gafas rotas, miró en torno. Había salido a un lúgubre callejón que parecía estar lleno de tiendas dedicadas a las artes oscuras. La que acababa de abandonar, Borgin y Burkes, parecía la más grande, pero enfrente había un horroroso escaparate con cabezas reducidas y, dos puertas más abajo, tenían expuesta en la calle una jaula plagada de arañas negras gigantes. Dos brujos de aspecto miserable lo miraban desde el umbral y murmuraban algo entre ellos. Harry se apartó asustado, procurando sujetarse bien las gafas y salir de allí lo antes posible.

Muchos alumnos estaban horrorizados.

— Ese sitio parece sacado de una peli de miedo — bufó Colin. Harry asintió.

Un letrero viejo de madera que colgaba en la calle sobre una tienda en la que vendían velas envenenadas, le indicó que estaba en el callejón Knockturn. Esto no le podía servir de gran ayuda, dado que Harry no había oído nunca el nombre de aquel callejón. Con la boca llena de cenizas, no debía de haber pronunciado claramente las palabras al salir de la chimenea de los Weasley.

— ¿Qué te hace pensar eso? — ironizó Ron.

Intentó tranquilizarse y pensar qué debía hacer.

¿No estarás perdido, cariño? —le dijo una voz al oído, haciéndole dar un salto.

A Harry se le hizo muy raro escuchar a Sirius pronunciar la palabra "cariño", aunque aún más raro se le había hecho oírlo pronunciar el nombre de Draco.

Tenía ante él a una bruja decrépita que sostenía una bandeja de algo que se parecía horriblemente a uñas humanas enteras. Lo miraba de forma malévola, enseñando sus dientes sarrosos. Harry se echó atrás.

— Oh, no… — gimió un chico de primero de Ravenclaw. Harry estaba seguro de que, de encontrarse con un boggart, ese chico vería una banshee.

Estoy bien, gracias —respondió—. Yo sólo…

¡HARRY! ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

— ¿Encontraste a alguien conocido? — dijo Neville, sorprendido.

El corazón de Harry dio un brinco, y la bruja también, con lo que se le cayeron al suelo casi todas las uñas que llevaba en la bandeja, y le echó una maldición mientras la mole de Hagrid, el guardián de Hogwarts, se acercaba con paso decidido y sus ojos de un negro azabache destellaban sobre la hirsuta barba.

Algunos Gryffindor aplaudieron al guardabosques, quien sonrió y les saludó con la mano.

— Hirsuta… — repitió Sirius. — ¿Alguien sabe lo que significa eso? Porque yo no.

— Significa áspero o duro — le explicó Luna. — Solo se suele utilizar para hablar de pelo.

— Ah — dijo Sirius. — Nunca te acostarás sin saber nada nuevo. En fin… sigo.

¡Hagrid! —dijo Harry, con la voz ronca por la emoción—. Me perdí…, y los polvos flu…

Hagrid cogió a Harry por el pescuezo y le separó de la bruja, con lo que consiguió que a ésta le cayera la bandeja definitivamente al suelo.

— Pobrecita — dijo Katie. Alicia y Angelina la miraron como si le hubiera salido una cabeza nueva.

— ¿Cómo que pobrecita? ¡Tenía una bandeja con uñas humanas! — casi chilló Angelina.

— Ya, pero aun así… Todo su trabajo se arruinó.

— ¿Qué trabajo? ¿Arrancar uñas humanas? — ironizó Alicia.

— Quizá sirven para elaborar pociones — sugirió Wood. — Pociones oscuras o algo así.

— Seguramente — asintió Katie.

A pesar de que su conversación se había oído en todo el comedor y de que estaba presente un maestro en pociones, Snape no abrió la boca para ofrecer una hipótesis o dar información. Se limitó a mirar con desdén al alumnado.

Los gritos de la bruja les siguieron a lo largo del retorcido callejón hasta que llegaron a un lugar iluminado por la luz del sol. Harry vio en la distancia un edificio que le resultaba conocido, de mármol blanco como la nieve: era el banco de Gringotts. Hagrid lo había conducido hasta el callejón Diagon.

— Como siempre, Hagrid al rescate — dijo Ron. — Al menos esta vez no tuvo que buscarte en un pedrusco en medio del mar.

¡No tienes remedio! —le dijo Hagrid de mala uva, sacudiéndole el hollín con tanto ímpetu que casi lo tira contra un barril de excrementos de dragón que había a la entrada de una farmacia—. Merodeando por el callejón Knockturn… No sé, Harry, es un mal sitio… Será mejor que nadie te vea por allí.

Ya me di cuenta —dijo Harry, agachándose cuando Hagrid hizo ademán de volver a sacudirle el hollín—. Ya te he dicho que me había perdido. ¿Y tú, qué hacías?

— Muy buena pregunta — interrumpió la profesora Umbridge. — ¿Qué hacía usted allí, en un lugar de tan mala reputación como ese?

Habló mirando fijamente a Hagrid, pero fue Sirius el que contestó.

— La respuesta está en la siguiente línea, señora — dijo, antes de leer:

Buscaba un repelente contra las babosas carnívoras —gruñó Hagrid—. Están echando a perder las berzas. ¿Estás solo?

— ¿Acaso no hay tiendas especializadas en herbología en el callejón Diagon? — insistió la profesora. A su lado, Fudge parecía muy interesado en el tema, pero claramente no se había recuperado de su shock todavía. Se lo veía cansado y agobiado.

— En ninguna encontré un repelente lo suficientemente fuerte — explicó Hagrid.

Antes de que Umbridge pudiera seguir haciendo preguntas, Sirius siguió leyendo, dejándola con la palabra en la boca.

He venido con los Weasley, pero nos hemos separado —explicó Harry—. Tengo que buscarlos…

Bajaron juntos por la calle.

¿Por qué no has respondido a ninguna de mis cartas? —preguntó a Harry, que se veía obligado a trotar a su lado (tenía que dar tres pasos por cada zancada que Hagrid daba con sus grandes botas).

Algunos rieron al imaginar a un pequeño Harry siguiendo al gigante de Hagrid a todo correr.

Harry se lo explicó todo sobre Dobby y los Dursley.

»¡Condenados muggles! —gruñó Hagrid—. Si hubiera sabido…

— Si lo hubiéramos sabido todos… — añadió la profesora McGonagall. Harry notó que también se la veía agotada.

¡Harry! ¡Harry! ¡Aquí!

Harry vio a Hermione Granger en lo alto de las escaleras de Gringotts. Ella bajó corriendo a su encuentro, con su espesa cabellera castaña al viento.

— Oh, qué bonito, un reencuentro estival — rió Parvati.

¿Qué les ha pasado a tus gafas? Hola, Hagrid. ¡Cuánto me alegro de volver a veros! ¿Vienes a Gringotts, Harry?

Tan pronto como encuentre a los Weasley —respondió Harry.

No tendréis que esperar mucho —dijo Hagrid con una sonrisa.

Harry y Hermione miraron alrededor. Corriendo por la abarrotada calle llegaban Ron, Fred, George, Percy y el señor Weasley.

Harry —dijo el señor Weasley jadeando—. Esperábamos que sólo te hubieras pasado una chimenea. —Se frotó su calva brillante—.

Muchos rieron ante eso, incluido Sirius.

Molly está desesperada…, ahora viene.

¿Dónde has salido? —preguntó Ron.

En el callejón Knockturn —respondió Harry con voz triste.

¡Fenomenal! —exclamaron Fred y George a la vez.

Molly miró con severidad a los gemelos, quienes pusieron sus mejores caras de inocentes.

A nosotros nunca nos han dejado entrar —añadió Ron, con envidia.

Y han hecho bien —gruñó Hagrid.

Estaba claro que ahora muchos alumnos tenían curiosidad por visitar ese callejón.

La señora Weasley apareció en aquel momento a todo correr, agitando el bolso con una mano y sujetando a Ginny con la otra.

Ginny hizo una mueca.

¡Ay, Harry… Ay, cielo… Podías haber salido en cualquier parte!

Respirando aún con dificultad, sacó del bolso un cepillo grande para la ropa y se puso a quitarle a Harry el hollín con el que no había podido Hagrid. El señor Weasley le cogió las gafas, les dio un golpecito con la varita mágica y se las devolvió como nuevas.

De nuevo, Harry no pudo evitar comparar esos gestos con lo que había vivido creciendo con los Dursley. Ellos jamás le habían arreglado las gafas.

No quería pensar mucho en ello, pero las reacciones de todos le habían afectado más de lo que estaba dispuesto a admitir incluso a sí mismo.

Bueno, tengo que irme —dijo Hagrid, a quien la señora Weasley estaba estrujando la mano en ese instante («¡El callejón Knockturn! ¡Menos mal que usted lo ha encontrado, Hagrid!», le decía)—. ¡Os veré en Hogwarts! —dijo, y se alejó a zancadas, con su cabeza y sus hombros sobresaliendo en la concurrida calle.

¿A que no adivináis a quién he visto en Borgin y Burkes? —preguntó Harry a Ron y Hermione mientras subían las escaleras de Gringotts—. A Malfoy y a su padre.

Malfoy rodó los ojos.

— Cómo no, ya estás cotilleando sobre mí, Potter.

— No todos los días se ve a alguien vender objetos ilegales y oscuros — respondió Harry. Se oyeron algunos jadeos entre la multitud.

¿Y compró algo Lucius Malfoy? —preguntó el señor Weasley, con acritud.

No, quería vender.

Así que está preocupado —comentó el señor Weasley con satisfacción, a pesar de todo—. ¡Cómo me gustaría coger a Lucius Malfoy!

Draco le lanzó una mirada fulminante a Arthur Weasley, quien fingió no darse cuenta. Crabbe y Goyle se crujían los nudillos y hacían gestos agresivos con los puños.

Ten cuidado, Arthur —le dijo severamente la señora Weasley mientras entraban en el banco y un duende les hacía reverencias en la puerta—. Esa familia es peligrosa, no vayas a dar un paso en falso.

Por la mirada de Draco en ese momento, estaba claro que estaba de acuerdo con Molly, por extraño que pudiera parecer.

¿Así que no crees que un servidor esté a la altura de Lucius Malfoy? — preguntó indignado el señor Weasley, pero en aquel momento se distrajo al ver a los padres de Hermione, que estaban ante el mostrador que se extendía a lo largo de todo el gran salón de mármol, esperando nerviosos a que su hija los presentara.

»¡Pero ustedes son muggles! —observó encantado el señor Weasley—. ¡Esto tenemos que celebrarlo con una copa! ¿Qué tienen ahí? ¡Ah, están cambiando dinero muggle! ¡Mira, Molly! —dijo, señalando emocionado el billete de diez libras esterlinas que el señor Granger tenía en la mano.

Algunos rieron, especialmente los nacidos de muggles.

Nos veremos aquí luego —dijo Ron a Hermione, cuando otro duende de Gringotts se disponía a conducir a los Weasley y a Harry a las cámaras acorazadas donde se guardaba el dinero.

Para llegar a las cámaras tenían que subir en unos carros pequeños, conducidos por duendes, que circulaban velozmente sobre unos raíles en miniatura por los túneles que había debajo del banco. Harry disfrutó del vertiginoso descenso hasta la cámara acorazada de los Weasley, pero cuando la abrieron se sintió mal, mucho peor que en el callejón Knockturn. Dentro no había más que un montoncito de sickles de plata y un galeón de oro. La señora Weasley repasó los rincones de la cámara antes de echar todas las monedas en su bolso.

Por el tono de voz de Sirius, estaba claro que no le agradaba leer esa parte. Los Weasleys se habían vuelto a ruborizar y se oyeron algunas risitas despectivas desde la zona donde estaba sentado Draco.

Harry aún se sintió peor cuando llegaron a la suya. Intentó impedir que vieran el contenido metiendo a toda prisa en una bolsa de cuero unos puñados de monedas.

Harry bajó la cabeza, sin atreverse a mirar a los Weasleys. Si pudiera, les daría tanto dinero que no tendrían que volver a preocuparse sobre sus finanzas. Pero sabía que jamás lo aceptarían.

Sin embargo, ellos no parecían estar molestos con Harry. Al contrario, tanto Molly como Arthur le sonrieron, enternecidos porque al chico le hubiera importado tanto no herir sus sentimientos ni provocarles celos.

Pero la mayor sorpresa fue la reacción de Ron, quien no pareció sentir envidia de Harry. Harry lo miraba de reojo, buscando los usuales indicios de que algo no iba bien, pero no encontró nada. Quizá la charla con sus padres acerca de sus inseguridades había ayudado a Ron más de lo que cualquiera podría haber imaginado.

Cuando salieron a las escaleras de mármol, el grupo se separó. Percy musitó vagamente que necesitaba otra pluma. Fred y George habían visto a su amigo de Hogwarts, Lee Jordan.

A Lee le hizo mucha ilusión volver a ser mencionado en la lectura.

La señora Weasley y Ginny fueron a una tienda de túnicas de segunda mano. Y el señor Weasley insistía en invitar a los Granger a tomar algo en el Caldero Chorreante.

Nos veremos dentro de una hora en Flourish y Blotts para compraros los libros de texto —dijo la señora Weasley, yéndose con Ginny—. ¡Y no os acerquéis al callejón Knockturn! —gritó a los gemelos, que ya se alejaban.

— ¿Y te fías de ellos? — preguntó Charlie. La señora Weasley suspiró.

— No me queda otra, no tengo ocho ojos.

A Ron le dio un escalofrío y Hermione soltó una risita, medio exasperada medio divertida.

Harry, Ron y Hermione pasearon por la tortuosa calle adoquinada. Las monedas de oro, plata y bronce que tintineaban alegremente en la bolsa dentro del bolsillo de Harry estaban pidiendo a gritos que se les diera uso, así que compró tres grandes helados de fresa y mantequilla de cacahuete, que devoraron con avidez mientras subían por el callejón, contemplando los fascinantes escaparates.

— Ahora quiero helado — murmuró Susan Bones. Hannah Abbott la miró como si estuviera loca.

— ¿Con el frío que hace? ¡Estamos en diciembre!

— ¿Y qué? — dijo Susan. — El helado está bueno todo el año. Y en invierno no se te derrite en las manos.

Mientras ella y Hannah discutían en susurros sobre el tema (¡Te resfriarás si tomas helado en invierno!), Sirius siguió leyendo.

Ron se quedó mirando un conjunto completo de túnicas de los jugadores del Chudley Cannon en el escaparate de Artículos de calidad para el juego de quidditch, hasta que Hermione se los llevó a rastras a la puerta de al lado, donde debían comprar tinta y pergamino.

— Si no fuera por ti, me faltarían la mitad de cosas cuando llegara el primer día de clases — rió Harry. Hermione rodó los ojos, pero tenía una pequeña sonrisa en los labios.

En la tienda de artículos de broma Gambol y Japes encontraron a Fred, George y Lee Jordan, que se estaban abasteciendo de las «Fabulosas bengalas del doctor Filibuster, que no necesitan fuego porque se prenden con la humedad», y en una tienda muy pequeña de trastos usados, repleta de varitas rotas, balanzas de bronce torcidas y capas viejas llenas de manchas de pociones, encontraron a Percy, completamente absorto en la lectura de un libro aburridísimo que se titulaba Prefectos que conquistaron el poder.

Muchos resoplaron o se echaron a reír. Percy se sonrojó al más puro estilo Weasley.

«Estudio sobre los prefectos de Hogwarts y sus trayectorias profesionales» — leyó Ron en voz alta de la contracubierta—. Suena fascinante…

Marchaos —les dijo Percy de mal humor.

Desde luego, Percy es muy ambicioso, lo tiene todo planeado; quiere llegar a ministro de Magia… —dijo Ron a Harry y Hermione en voz baja, cuando salieron dejando allí a Percy.

Fue como si alguien le hubiera pegado una bofetada al ministro. Fudge se giró inmediatamente para mirar a Percy, quien no sabía dónde meterse.

— ¿Así que ministro de magia, eh? — dijo Fudge. Había un brillo en sus ojos que a Harry no le gustaba nada. — Ya veo…

— Ese no es mi objetivo, señor — se apresuró a aclarar Percy. — Tengo otras ambiciones.

Pero el daño estaba hecho. Mientras Fudge juzgaba a Percy con la mirada, Sirius siguió leyendo, ya que no le interesaba lo más mínimo si Percy llegaba a ministro o se quedaba en perrito faldero.

Una hora después, se encaminaban a Flourish y Blotts. No eran, ni mucho menos, los únicos que iban a la librería. Al acercarse, vieron para su sorpresa a una multitud que se apretujaba en la puerta, tratando de entrar. El motivo de tal aglomeración lo proclamaba una gran pancarta colgada de las ventanas del primer piso:

GILDEROY LOCKHART firmará hoy ejemplares de su autobiografía EL ENCANTADOR de 12.30 a 16.30 horas.

¡Podremos conocerle en persona! —chilló Hermione—. ¡Es el que ha escrito casi todos los libros de la lista!

Sirius leyó eso con una voz tan aguda que a Harry le dieron ganas de taparse los oídos. Por otra parte, Hermione parecía asqueada consigo misma.

La multitud estaba formada principalmente por brujas de la edad de la señora Weasley. En la puerta había un mago con aspecto abrumado, que decía:

Por favor, señoras, tengan calma…, no empujen…, cuidado con los libros…

Harry, Ron y Hermione consiguieron al fin entrar. En el interior de la librería, una larga cola serpenteaba hasta el fondo, donde Gilderoy Lockhart estaba firmando libros. Cada uno cogió un ejemplar de Recreo con la «banshee» y se unieron con disimulo al grupo de los Weasley, que estaban en la cola junto con los padres de Hermione.

— Os colasteis — se rió Luna.

¡Qué bien, ya estáis aquí! —dijo la señora Weasley. Parecía que le faltaba el aliento, y se retocaba el cabello con las manos—. Enseguida nos tocará.

Algunos rieron, incluido Arthur Weasley.

A medida que la cola avanzaba, podían ver mejor a Gilderoy Lockhart. Estaba sentado a una mesa, rodeado de grandes fotografías con su rostro, fotografías en las que guiñaba un ojo y exhibía su deslumbrante dentadura. El Lockhart de carne y hueso vestía una túnica de color añil, que combinaba perfectamente con sus ojos; llevaba su sombrero puntiagudo de mago desenfadadamente ladeado sobre el pelo ondulado.

— Definitivamente yo no he escrito esto — les susurró Harry a Ron y Hermione. — ¿"Túnica añil que combinaba perfectamente con sus ojos"? Ni de broma lo describiría así.

— Tienes razón — dijo Ron. — Así que tiene que ser otra persona. O algún hechizo, como pensamos.

— Voto por el hechizo — dijo Hermione en voz baja. — Seguiré investigando a ver si encuentro algo que nos dé una pista.

Un hombre pequeño e irritable merodeaba por allí sacando fotos con una gran cámara negra que echaba humaredas de color púrpura a cada destello cegador del flash.

Fuera de aquí —gruñó a Ron, retrocediendo para lograr una toma mejor—. Es para el diario El Profeta.

¡Vaya cosa! —exclamó Ron, frotándose el pie en el sitio en que el fotógrafo lo había pisado.

— Qué desagradable — se quejó Lavender.

Gilderoy Lockhart lo oyó y levantó la vista. Vio a Ron y luego a Harry, y se fijó en él. Entonces se levantó de un salto y gritó con rotundidad:

¿No será ése Harry Potter?

Harry gimió, sabiendo lo que iba a pasar.

La multitud se hizo a un lado, cuchicheando emocionada. Lockhart se dirigió hacia Harry y cogiéndolo del brazo lo llevó hacia delante. La multitud aplaudió. Harry se notaba la cara encendida cuando Lockhart le estrechó la mano ante el fotógrafo, que no paraba un segundo de sacar fotos, ahumando a los Weasley.

Y ahora sonríe, Harry —le pidió Lockhart con su sonrisa deslumbrante—. Tú y yo juntos nos merecemos la primera página.

Algunos rodaron los ojos, otros rieron. Muchos tenían envidia y no se preocupaban en ocultarlo.

Por otro lado, Snape sentía que este capítulo estaba confirmando lo que ya sabía: que Potter adoraba su fama y aprovechaba cualquier ocasión para ser el centro de atención.

Cuando le soltó la mano, Harry tenía los dedos entumecidos. Quiso volver con los Weasley, pero Lockhart le pasó el brazo por los hombros y lo retuvo a su lado.

Esa simple frase fue para Snape como un puñetazo en la cara. ¿Potter había querido alejarse de Lockhart? ¿Alejarse de las cámaras?

Sirius siguió leyendo. Cada vez que leía un diálogo de Lockhart, utilizaba una vocecita aguda y ridícula que Harry sentía que le pegaba muy bien al profesor de defensa contra las artes oscuras.

Señoras y caballeros —dijo en voz alta, pidiendo silencio con un gesto de la mano—. ¡Éste es un gran momento! ¡El momento ideal para que les anuncie algo que he mantenido hasta ahora en secreto! Cuando el joven Harry entró hoy en Flourish y Blotts, sólo pensaba comprar mi autobiografía, que estaré muy contento de regalarle.

Muchos bufaron, incrédulos.

— Su autobiografía es el último libro que quiero leerme en la vida — resopló Harry.

La multitud aplaudió de nuevo—. Él no sabía —continuó Lockhart, zarandeando a Harry de tal forma que las gafas le resbalaron hasta la punta de la nariz— que en breve iba a recibir de mí mucho más que mi libro El encantador. Harry y sus compañeros de colegio contarán con mi presencia. ¡Sí, señoras y caballeros, tengo el gran placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!

En el comedor nadie se sorprendió, porque todos sabían que había sido el profesor de defensa.

La multitud aplaudió y vitoreó al mago, y Harry fue obsequiado con las obras completas de Gilderoy Lockhart. Tambaleándose un poco bajo el peso de los libros, logró abrirse camino desde la mesa de Gilderoy, en que se centraba la atención del público, hasta el fondo de la tienda, donde Ginny aguardaba junto a su caldero nuevo.

Tenlos tú —le farfulló Harry, metiendo los libros en el caldero—. Yo compraré los míos…

— Qué detalle — dijo Romilda Vane, quien miró muy mal a Ginny. A ella no pareció molestarle, pero a Harry sí, aunque prefirió callarse para no armar más drama.

¿A que te gusta, eh, Potter? —dijo una voz que Harry no tuvo ninguna dificultad en reconocer. Se puso derecho y se encontró cara a cara con Draco Malfoy, que exhibía su habitual aire despectivo—. El famoso Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista.

— Cuánta envidia — comentó Wood. — Háztelo mirar, Malfoy.

Sirius siguió leyendo sin darle tiempo a Draco para que respondiera.

¡Déjale en paz, él no lo ha buscado! —replicó Ginny. Era la primera vez que hablaba delante de Harry. Estaba fulminando a Malfoy con la mirada.

— Qué mona — rió una chica de séptimo de Ravenclaw.

¡Vaya, Potter, tienes novia! —dijo Malfoy arrastrando las palabras.

— ¿Celoso?

Para sorpresa de Harry, no fueron los gemelos quienes hablaron, ni siquiera fue alguien de Gryffindor. Fue una chica de Slytherin con la que él no había hablado nunca, pero que sabía que se apellidaba Greengrass.

— ¿Celoso? ¿De quién, de Potter? — resopló Malfoy. — Ni de broma.

— De Weasley, entonces — dijo la chica. Ante la expresión indignada de Malfoy, ella se echó a reír.

— Ahora entiendo por qué los gemelos Weasley hacen esto todo el rato — rió. — Es demasiado fácil.

Estaba claro que Malfoy no sabía cómo contestar. No podía ser tan agresivo como con los Gryffindor porque era alguien de su propia casa. Aprovechando su shock, Sirius siguió leyendo con una gran sonrisa.

Ginny se puso roja mientras Ron y Hermione se acercaban, con sendos montones de los libros de Lockhart.

¡Ah, eres tú! —dijo Ron, mirando a Malfoy como se mira un chicle que se le ha pegado a uno en la suela del zapato—. ¿A que te sorprende ver aquí a Harry, eh?

No me sorprende tanto como verte a ti en una tienda, Weasley —replicó Malfoy—. Supongo que tus padres pasarán hambre durante un mes para pagarte esos libros.

— Qué asco das — le dijo Angelina. Durante un momento, Harry pensó que la chica volvería a lanzarle algo a Malfoy, pero contuvo las ganas.

Muchas personas en el comedor estaban de acuerdo con ella.

Ron se puso tan rojo como Ginny. Dejó los libros en el caldero y se fue hacia Malfoy, pero Harry y Hermione lo agarraron de la chaqueta.

¡Ron! —dijo el señor Weasley, abriéndose camino a duras penas con Fred y George—. ¿Qué haces? Vamos afuera, que aquí no se puede estar.

Vaya, vaya…, ¡si es el mismísimo Arthur Weasley!

Era el padre de Draco. El señor Malfoy había cogido a su hijo por el hombro y miraba con la misma expresión de desprecio que él.

— Vaya encuentro — dijo Ernie Macmillan. — Qué tensión.

Lucius —dijo el señor Weasley, saludándolo fríamente.

Mucho trabajo en el Ministerio, me han dicho —comentó el señor Malfoy—. Todas esas redadas… Supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no? —Se acercó al caldero de Ginny y sacó de entre los libros nuevos de Lockhart un ejemplar muy viejo y estropeado de la Guía de transformación para principiantes—. Es evidente que no —rectificó—. Querido amigo, ¿de qué sirve deshonrar el nombre de mago si ni siquiera te pagan bien por ello?

Algunas personas insultaron al señor Malfoy en voz alta, sorprendiendo a Harry. Al parecer, mucha gente estaba cogiéndole cariño a los Weasley.

El señor Weasley se puso aún más rojo que Ron y Ginny.

Tenemos una idea diferente de qué es lo que deshonra el nombre de mago, Malfoy —contestó.

Es evidente —dijo Malfoy, mirando de reojo a los padres de Hermione, que lo miraban con aprensión—, por las compañías que frecuentas, Weasley… Creía que ya no podías caer más bajo.

Hermione resopló, indignada.

Entonces el caldero de Ginny saltó por los aires con un estruendo metálico; el señor Weasley se había lanzado sobre el señor Malfoy, y éste fue a dar de espaldas contra un estante.

Sirius miró directamente al libro con los ojos como platos antes de soltar una carcajada. Muchas personas en el comedor también habían soltado exclamaciones de "¡Pelea, pelea!" y risas. Arthur Weasley estaba extremadamente rojo.

Docenas de pesados libros de conjuros les cayeron sobre la cabeza. Fred y George gritaban: «¡Dale, papá!», y la señora Weasley exclamaba: «¡No, Arthur, no!» La multitud retrocedió en desbandada, derribando a su vez otros estantes.

Molly gimió al recordar aquel momento. Sin embargo, aunque nunca lo habría admitido en voz alta, se sentía orgullosa de que su marido le hubiera pegado a Lucius Malfoy.

Los que sí que no tenían ningún problema en admitirlo eran los gemelos, quienes sonreían de oreja a oreja.

¡Caballeros, por favor, por favor! —gritó un empleado. Y luego, más alto que las otras voces, se oyó:

¡Basta ya, caballeros, basta ya!

Hagrid vadeaba el río de libros para acercarse a ellos. En un instante, separó a Weasley y Malfoy. El primero tenía un labio partido, y al segundo, una Enciclopedia de setas no comestibles le había dado en un ojo. Malfoy todavía sujetaba en la mano el viejo libro sobre transformación. Se lo entregó a Ginny, con la maldad brillándole en los ojos.

Toma, niña, ten tu libro, que tu padre no tiene nada mejor que darte.

Ginny miró fijamente un punto del suelo, tratando de mantenerse lo más estoica posible. Ese había sido el momento en el que su vida había cambiado para siempre. Nunca volvería a ser la misma.

Hermione notó lo tensa que estaba y le dio la mano en señal de apoyo. Harry, recordando la conversación que habían tenido el día anterior, se inclinó hacia ella y le susurró:

— ¿Todo bien?

Ella lo miró y, con una sonrisa algo forzada, asintió con la cabeza.

— Sí, no te preocupes. Es solo que me encantaría volver a aquel momento y pegarle con el diario en toda la boca.

Harry soltó un bufido.

— Si descubres cómo hacerlo, llámame para que vaya a verlo.

— Te guardaré un asiento en primera fila — prometió ella.

Librándose de Hagrid, que lo agarraba del brazo, hizo una seña a Draco y salieron de la librería.

No debería hacerle caso, Arthur —dijo Hagrid, ayudándolo a levantarse del suelo y a ponerse bien la túnica—. En esa familia están podridos hasta las entrañas, lo sabe todo el mundo. Son una mala raza. Vamos, salgamos de aquí.

— Tú sí que eres una mala raza, gigante subdesarrollado — le espetó Malfoy con rabia.

— ¡Castigado, por insultar a un profesor! — intervino McGonagall antes de que Hagrid pudiera decir nada.

— ¡Él ha sido el primero en insultar! — protestó Malfoy.

— No es excusa para insultar a un miembro del profesorado — dijo la profesora son severidad. Malfoy se hundió en el asiento, lleno de rabia.

Dio la impresión de que el empleado quería impedirles la salida, pero a Hagrid apenas le llegaba a la cintura, y se lo pensó mejor.

Algunos rieron.

Se apresuraron a salir a la calle. Los padres de Hermione todavía temblaban del susto y la señora Weasley, que iba a su lado, estaba furiosa.

¡Qué buen ejemplo para tus hijos…, peleando en público! ¿Que habrá pensado Gilderoy Lockhart?

Estaba encantado —repuso Fred—. ¿No le oísteis cuando salíamos de la librería? Le preguntaba al tío ese de El Profeta si podría incluir la pelea en el reportaje. Decía que todo era publicidad.

— ¿Cómo pudimos creer en algún momento que ese tío no era un impostor? — preguntó Harry en voz baja.

— A mí no me mires — dijo Ron. — Yo siempre sospeché de él.

Los ánimos ya se habían calmado cuando el grupo llegó a la chimenea del Caldero Chorreante, donde Harry, los Weasley y todo lo que habían comprado volvieron a La Madriguera utilizando los polvos flu.

— Espero que esta vez cerraras la boca — rió Tonks.

Antes se despidieron de los Granger, que abandonaron el bar por la otra puerta, hacia la calle muggle que había al otro lado. El señor Weasley iba a preguntarles cómo funcionaban las paradas de autobús, pero se detuvo en cuanto vio la cara que ponía su mujer.

Harry se quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo antes de utilizar los polvos flu. Decididamente, aquél no era su medio de transporte favorito.

— Y nunca lo será — añadió Harry.

— Ya está — anunció Sirius, cerrando el libro. — No me puedo creer que Arthur Weasley golpeara a Malfoy. ¡Y yo me lo perdí!

Dumbledore se puso en pie y cogió el libro mientras Sirius regresaba a su asiento junto a Lupin y Tonks.

— El siguiente capítulo se titula: El sauce boxeador. ¿Quién quiere leer?


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii


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