El caliz de fuego:
—¡Harry...! ¡Es Krum!
Ron se ruborizó intensamente, a la vez que Krum fruncía el ceño al sentir una oleada de miradas caer directamente sobre él.
— Así acaba — anunció Vaisey, marcando la página. — ¿Leo el título del siguiente?
Cuando Dumbledore asintió, Vaisey leyó:
— El Cáliz de Fuego.
Se extendieron los murmullos por el comedor al tiempo que muchas miradas caían sobre Harry, algunas más disimuladas que otras.
Harry tragó saliva. No sabía por qué, pero estaba empezando a ponerse nervioso. Era consciente de que, si en este capítulo se relataba cómo el cáliz había seleccionado a los campeones, todos tendrían que admitir de una vez por todas que él no fue quien metió su nombre.
Sin embargo, había una parte de él que le susurraba que, quienes querían dudar de su honestidad, lo harían de todas formas. No sabía qué esperar.
El director pidió otro voluntario para leer y, de nuevo, no faltaron manos alzadas entre el alumnado.
Dumbledore escogió a Marcus Belby, de Ravenclaw, quien subió a la tarima y comenzó a leer sin más demora.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó Ron asombrado cuando los alumnos de Hogwarts, formados en fila, volvían a subir la escalinata tras la comitiva de Durmstrang—. ¡Krum, Harry! ¡Es Viktor Krum!
—¡Ron, por Dios, no es más que un jugador de quidditch! —dijo Hermione.
— Seguro que ya no te parece solo un jugador más —dijo Parvati con una sonrisita.
Hermione se ruborizó intensamente. Ron, por otro lado, frunció el ceño y miró hacia el libro con creciente mal humor.
—¿Nada más que un jugador de quidditch? —repitió Ron, mirándola como si no pudiera dar crédito a sus oídos—. ¡Es uno de los mejores buscadores del mundo, Hermione! ¡Nunca me hubiera imaginado que aún fuera al colegio!
—Suelen crreer que soy mayorr de lo que soy —admitió Krum.
— Es pogque siempge tienes el ceño fguncido — replicó Fleur.
Krum no pareció ofendido y Harry se preguntó en qué momento se habían hecho tan amigos esos dos.
Cuando volvían a cruzar el vestíbulo con el resto de los estudiantes de Hogwarts, de camino al Gran Comedor, Harry vio a Lee Jordan dando saltos en vertical para poder distinguir la nuca de Krum.
Se escucharon risitas y fue el turno de Lee de ruborizarse. Los gemelos se taparon la boca con la mano para intentar disimular la risa, por respeto a su amigo, pero no les funcionó muy bien.
Unas chicas de sexto revolvían en sus bolsillos mientras caminaban.
—¡Ah, es increíble, no llevo ni una simple pluma! ¿Crees que accedería a firmarme un autógrafo en el sombrero con mi lápiz de labios?
Krum alzó una ceja muy poblada al escuchar eso, pero no dijo nada. Harry supuso que debía estar acostumbrado a ese tipo de trato por parte de la gente.
—¡Pero bueno! —bufó Hermione muy altanera al adelantar a las chicas, que habían empezado a pelearse por el lápiz de labios.
Harry oyó voces provenientes de un grupo de chicas que estaban no muy lejos de él, a su derecha. Al verlas, Harry estuvo seguro de que se trataban de las mismas del pintalabios, porque parecían muy avergonzadas.
—Voy a intentar conseguir su autógrafo —dijo Ron—. No llevarás una pluma, ¿verdad, Harry?
— Es increíble lo mucho que cambiaron las cosas —dijo Ginny en voz baja con una risita. A Ron no pareció hacerle mucha gracia.
—Las dejé todas en la mochila —contestó.
Se dirigieron a la mesa de Gryffindor. Ron puso mucho interés en sentarse orientado hacia la puerta de entrada, porque Krum y sus compañeros de Durmstrang seguían amontonados junto a ella sin saber dónde sentarse.
— Con lo fan que eras... —dijo Charlie esta vez. Ron gruñó al escucharlo.
Por suerte, Krum no pareció enterarse de ese intercambio.
Los alumnos de Beauxbatons se habían puesto en la mesa de Ravenclaw y observaban el Gran Comedor con expresión crítica. Tres de ellos se sujetaban aún bufandas o chales en torno a la cabeza.
—No hace tanto frío —dijo Hermione, molesta—. ¿Por qué no han traído capa?
Fleur le lanzó una mirada molesta a Hermione.
— Pogque en Fgancia no hace tanto fgío y nuestgos unifogmes no incluyen capa. Aquí la pgegunta es, ¿pog qué te molesta tanto que alguien lleve una bufanda cuando tú no tienes fgío? Es absugdo.
Hermione abrió y cerró la boca un par de veces.
— Yo... No es que me molestara...
Por suerte, Fleur se apiadó de ella y no le recordó que en la descripción que acababan de leer se utilizaba específicamente la palabra "molesta". Otras personas parecían más que dispuestas a recordárselo, pero Belby siguió leyendo y perdieron su oportunidad.
—¡Aquí! ¡Ven a sentarte aquí! —decía Ron entre dientes—. ¡Aquí! Hermione, hazte a un lado para hacerle sitio...
—¿Qué?
—Demasiado tarde —se lamentó Ron con amargura.
Eso provocó que algunos se echaran a reír a carcajadas.
— Ya no lo tengo claro —se oyó decir a una chica de tercero. — ¿A Weasley quien le gusta, Granger o Krum?
— Creo que los dos —replicó otra, emocionada.
— De eso nada —bufó Ron. — No me agrada Krum —recordó en ese momento que Krum estaba allí en el comedor y, lanzándole una mirada nerviosa, añadió: — Quiero decir... A Krum prácticamente no lo conozco. No sé cómo es... Me parecía un buen jugador de quidditch, pero fuera de ahí, no sé...
Krum asintió y, si se sentía ofendido, no lo demostró, aunque a Harry no le dio la impresión de que así fuera.
Viktor Krum y sus compañeros de Durmstrang se habían colocado en la mesa de Slytherin. Harry vio que Malfoy, Crabbe y Goyle parecían muy ufanos por este hecho. En el instante en que miró, Malfoy se inclinaba un poco para dirigirse a Krum.
Algunos pasaban la mirada desde Malfoy a Krum, como esperando alguna confirmación de que existiese amistad entre ellos, pero la expresión de Malfoy denotaba cierta desgana y Krum directamente parecía contrariado ante la idea de ser amigo de Malfoy.
Harry recordó entonces que la reacción de Krum al leer el día anterior que Malfoy había querido ir a Durmstrang había sido decir "No, gracias. Os lo podéis quedar". Soltó una carcajada que pilló por sorpresa a Ron, Hermione y Ginny e hizo que lo miraran con extrañeza.
—Sí, muy bien, hazle la pelota, Malfoy —dijo Ron de forma mordaz—. Apuesto algo a que Krum no tarda en calarte... Seguro que tiene montones de gente lisonjeándolo todo el día... ¿Dónde creéis que dormirán? Podríamos hacerle sitio en nuestro dormitorio, Harry... No me importaría dejarle mi cama: yo puedo dormir en una plegable.
Se oyeron risas a lo largo de todo el comedor. Bill y Charlie trataban de disimular un poco, pero los gemelos y Ginny habían abandonado cualquier intento de sutileza y reian a carcajadas. Incluso Percy tenía una sonrisita en los labios.
— Estabas coladísimo por Krum, ¿eh? — rió Angelina.
— Que no — gruñó Ron, cuya cara estaba tan roja que podría haberse hecho un huevo frito sobre ella.
Cuando pudo parar de reír, Fred dijo:
— No pasa nada porque quisieras que Krum se acostara en tu cama, Ronnie. Seguro que Harry también le dejaría su cama a Bill si se la pidiese.
Harry le lanzó un cojín a Fred con tanta fuerza como pudo. Bill soltó una risotada, miró a Krum y le dijo:
— Bienvenido al club de los guays — levantó la mano y ambos chocaron los cinco, bajo la divertida mirada de Fleur.
Harry y Ron, muy avergonzados, hicieron un esfuerzo por ignorar a todo el mundo y mantener la vista fija en el libro. Hermione, por otro lado, no apartaba la mirada de Ron, quien o no se dio cuenta o no se atrevía a mirarla a la cara.
Hermione exhaló un sonoro resoplido.
—Parece que están mucho más contentos que los de Beauxbatons —comentó Harry.
Los alumnos de Durmstrang se quitaban las pesadas pieles y miraban con expresión de interés el negro techo lleno de estrellas. Dos de ellos cogían los platos y las copas de oro y los examinaban, aparentemente muy impresionados.
— Utilizarr utensilios de orro todos los días es un poco excesivo — admitió Krum al sentir una decena de miradas curiosas sobre él. — En Durmstrang utilizábamos materriales menos valiosos parra el día a día.
En el fondo, en la mesa de los profesores, Filch, el conserje, estaba añadiendo sillas. Como la ocasión lo merecía, llevaba puesto su frac viejo y enmohecido.
— Me pregunto por qué no lo lleva a lavar — le susurró Angelina a Katie, aunque Harry pudo oírlo perfectamente. — Vale que lo use poco, pero ponérselo aun teniendo moho…
Katie se encogió de hombros, tan confusa como ella.
Harry se sorprendió de verlo añadir cuatro sillas, dos a cada lado de Dumbledore.
—Pero sólo hay dos profesores más —se extrañó Harry—. ¿Por qué Filch pone cuatro sillas? ¿Quién más va a venir?
—¿Eh? —dijo Ron un poco ido. Seguía observando a Krum con avidez.
— Empieza a rozar la obsesión — dijo Ernie Macmillan.
Ron lo miró mal. Krum, por otro lado, ni siquiera se inmutó.
Habiendo entrado todos los alumnos en el Gran Comedor y una vez sentados a las mesas de sus respectivas casas, empezaron a entrar en fila los profesores, que se encaminaron a la mesa del fondo y ocuparon sus asientos. Los últimos en la fila eran el profesor Dumbledore, el profesor Karkarov y Madame Maxime. Al ver aparecer a su directora, los alumnos de Beauxbatons se pusieron inmediatamente en pie. Algunos de los de Hogwarts se rieron. El grupo de Beauxbatons no pareció avergonzarse en absoluto, y no volvió a ocupar sus asientos hasta que Madame Maxime se hubo sentado a la izquierda de Dumbledore.
— Nunca entendí eso — dijo Fleur en voz alta. — ¿Pog qué gueía la gente?
— Aquí no acostumbramos a quedarnos de pie hasta que los profesores se sienten — le explicó Bill. Fleur frunció el ceño.
— ¿Y qué? No es tan difícil de entendeg que, en otgos lugagues, la gente lo haga paga mostrag guespeto.
Bill se encogió de hombros.
— Seguramente los alumnos de Hogwarts que se rieron eran de los primeros años. Hay que ser un poco infantil para reírse de algo tan simple.
Harry enseguida notó que algunas personas le lanzaban a Bill miradas cargadas de reproche, pero ninguna de ellas se atrevió a decir nada. Sorprendentemente, algunos de esos alumnos no pertenecían a los años inferiores, sino que incluso había un chico de séptimo que parecía haberse ofendido tras las palabras de Bill.
Éste, sin embargo, permaneció en pie, y el silencio cayó sobre el Gran Comedor.
—Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mi un placer daros la bienvenida a Hogwarts. Deseo que vuestra estancia aquí os resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea.
Una de las chicas de Beauxbatons, que seguía aferrando la bufanda con que se envolvía la cabeza, profirió lo que inconfundiblemente era una risa despectiva.
Se oyeron quejas a lo largo de todo el comedor.
— Hay que entenderla, se estaba helando — dijo Hannah Abbott. Sin embargo, fue de las pocas personas que se mostró comprensiva.
—¡Nadie te obliga a quedarte! —susurró Hermione, irritada con ella.
— Así se habla — dijo Sirius con fiereza.
—El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete —explicó Dumbledore—. ¡Ahora os invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvierais en vuestra casa!
Se sentó, y Harry vio que Karkarov se inclinaba inmediatamente hacia él y trababan conversación.
Harry hizo una mueca. Cada mención de Karkarov le dejaba un mal sabor de boca.
Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Los elfos domésticos de las cocinas parecían haber tocado todos los registros. Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que Harry hubiera visto nunca, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros.
— El cambio cultural ya era lo bastante brusco como para que encima no sirvieran ninguna comida que les resultara familiar— dijo McGonagall.
—¿Qué es esto? —dijo Ron, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco que había al lado de un familiar pastel de carne y riñones.
—Bullabesa —repuso Hermione.
—Por si acaso, tuya —replicó Ron.
— Tenía una pinta horrible — se quejó Lavender.
— Pues estaba deliciosa — replicó Alicia Spinnet. A Fleur pareció caerle bien tras ese comentario.
—Es un plato francés —explicó Hermione—. Lo probé en vacaciones, este verano no, el anterior, y es muy rica.
—Te creo sin necesidad de probarla —dijo Ron sirviéndose pastel.
— Tendrías que haber aprovechado la oportunidad — dijo Percy. — A saber cuándo vuelves a tener comida extranjera a tu disposición.
— Mientras pueda seguir comiendo la comida de aquí, me vale — contestó Ron.
El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo sangre.
— ¿No es un poco agobiante ir vestidos de rojo todos los días? — preguntó Romilda Vane. — Cuando estéis todos en el comedor, debe dañar a la vista, tanto color rojo junto…
— ¿Y a vosotrros no os resulta deprrimente ir vestidos siemprre de negrro? — replicó Krum.
Romilda pareció contrariada, pero no supo qué responder.
A los veinte minutos de banquete, Hagrid entró furtivamente en el Gran Comedor a través de la puerta que estaba situada detrás de la mesa de los profesores. Ocupó su silla en un extremo de la mesa y saludó a Harry, Ron y Hermione con la mano vendada.
—¿Están bien los escregutos, Hagrid? —le preguntó Harry.
—Prosperando —respondió Hagrid, muy contento.
—Sí, estoy seguro de que prosperan —dijo Ron en voz baja—. Parece que por fin han encontrado algo de comer que les gusta, ¿verdad? ¡Los dedos de Hagrid!
Si bien se oyeron algunas risas, la mayoría de gente pareció preocupada por Hagrid.
— No me estaban comiendo — se defendió él. — Solo jugaban.
— Sí, a ver quién de ellos podía comerse el trozo de dedo más grande — murmuró Ron.
En aquel momento dijo una voz:
—«Pegdonad», ¿no «queguéis» bouillabaisse?
Se trataba de la misma chica de Beauxbatons que se había reído durante el discurso de Dumbledore. Al fin se había quitado la bufanda. Una larga cortina de pelo rubio plateado le caía casi hasta la cintura. Tenía los ojos muy azules y los dientes muy blancos y regulares.
Muchos se giraron para mirar a Fleur.
— Así que eras tú la que se rió durante el discurso de Dumbledore — exclamó un chico de sexto.
— Qué maleducada — se oyó decir a una de cuarto, que miraba a Fleur con desagrado.
Fleur frunció el ceño.
— Tenía fgío, hambge y estaba cansada del viaje. Las cosas no habían empezado muy bien.
Algunos parecieron entenderla, pero otros seguían mirándola con molestia.
Ron se puso colorado. La miró, abrió la boca para contestar, pero de ella no salió nada más que un débil gorjeo.
— ¿Qué te pasa en este capítulo? — bufó Hermione. — Primero Viktor, ahora Fleur.
— Y yo qué sé — exclamó Ron, muy rojo.
—Puedes llevártela —le dijo Harry, acercándole a la chica la sopera.
—¿Habéis «tegminado» con ella?
—Sí —repuso Ron sin aliento—. Sí, es deliciosa.
Fleur rodó los ojos. Muchos rieron y silbaron, haciendo que Ron se ruborizara todavía más. Hermione tenía una expresión amarga en el rostro.
La chica cogió la sopera y se la llevó con cuidado a la mesa de Ravenclaw. Ron seguía mirándola con ojos desorbitados, como si nunca hubiera visto una chica.
Hermione soltó un bufido.
Harry se echó a reír, y el sonido de su risa pareció sacar a Ron de su ensimismamiento.
—¡Es una veela! —le dijo a Harry con voz ronca.
—¡Por supuesto que no lo es! —repuso Hermione ásperamente—. No veo que nadie más se haya quedado mirándola con la boca abierta como un idiota.
— Granger está celosa — le dijo una chica de Hufflepuff a una amiga, aunque se la oyó en todo el comedor. — Tanto en el libro como ahora, mírala.
— De eso nada — resopló Hermione, que, ciertamente, no parecía de muy buen humor.
Harry intercambió miradas con Ginny. Ron seguía muy rojo y parecía confundido.
Pero no estaba totalmente en lo cierto. Cuando la chica cruzó el Gran Comedor muchos chicos volvieron la cabeza, y algunos se quedaban sin habla, igual que Ron.
— Sí que es una veela, ¿verdad? — preguntó una niña de primero.
— Sí y no — replicó la propia Fleur. — Mi abuela lo ega.
Algunos asintieron, como si se acabara de resolver un gran misterio.
—¡Te digo que no es una chica normal! —exclamó Ron, haciéndose a un lado para verla mejor—. ¡Las de Hogwarts no están tan bien!
Ron recibió una oleada de miradas acusatorias.
— Los chicos tampoco es que estén muy allá — replicó ferozmente una Slytherin de cuarto.
—En Hogwarts las hay que están muy bien —contestó Harry, sin pensar. Daba la casualidad de que Cho Chang estaba sentada a unas pocas sillas de distancia de la chica del pelo plateado.
Harry gimió, al tiempo que medio comedor se echaba a reír.
— ¿Pero qué os pasa en este capítulo? — rió Tonks.
— Ay, las hormonas adolescentes — dijo Sirius, fingiendo limpiarse una lágrima. — Qué recuerdos.
Harry lo miró mal, sintiéndose traicionado, porque Sirius parecía estar pasándoselo muy bien a su costa.
Se atrevió a mirar a Cho un momento y vio que la chica se había ruborizado, pero no estaba riéndose, cosa que Harry agradeció internamente.
—Cuando podáis apartar la vista de ahí —dijo Hermione—, veréis quién acaba de llegar.
— Qué paciencia tienes, Granger — dijo una chica de séptimo de Ravenclaw. Hermione suspiró.
— Lo sé.
Hermione ignoró totalmente las miradas indignadas de Harry y Ron.
Señaló la mesa de los profesores, donde ya se habían ocupado los dos asientos vacíos. Ludo Bagman estaba sentado al otro lado del profesor Karkarov, en tanto que el señor Crouch, el jefe de Percy, ocupaba el asiento que había al lado de Madame Maxime.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Harry sorprendido.
—Son los que han organizado el Torneo de los tres magos, ¿no? —repuso Hermione—. Supongo que querían estar presentes en la inauguración.
— Exactamente — dijo Percy, y Harry se preguntó si la mención de su nombre y del señor Crouch le había devuelto la emoción por la lectura, porque llevaba un buen rato sin hablar.
Cuando llegaron los postres, vieron también algunos dulces extraños. Ron examinó detenidamente una especie de crema pálida, y luego la desplazó un poco a la derecha, para que quedara bien visible desde la mesa de Ravenclaw. Pero la chica que parecía una veela debía de haber comido ya bastante, y no se acercó a pedirla.
— Qué patético — dijo Parvati con una mueca.
— A mí me parece adorable — replicó Lavender.
Una vez limpios los platos de oro, Dumbledore volvió a levantarse. Todos en el Gran Comedor parecían emocionados y nerviosos. Con un estremecimiento, Harry se preguntó qué iba a suceder a continuación. Unos asientos más allá, Fred y George se inclinaban hacia delante, sin despegar los ojos de Dumbledore.
— Para lo que sirvió — dijo Fred con amargura.
—Ha llegado el momento —anunció Dumbledore, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El Torneo de los tres magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el cofre...
—¿El qué? —murmuró Harry. Ron se encogió de hombros.
—... sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocéis, permitidme que os presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
Los gemelos hicieron muecas de desagrado al escuchar el nombre de Bagman. De hecho, debido a todo lo que ya se había leído sobre él y su poca profesionalidad, muchos alumnos no parecían especialmente alegres por su regreso a la lectura.
Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado.
— Menudo amargado — se quejó Dean.
Al recordarlo vestido con su impecable traje en los Mundiales de Quidditch, Harry pensó que no le pegaba la túnica de mago. El bigote de cepillo y la raya del pelo, tan recta, resultaban muy raros junto al pelo y la barba de Dumbledore, que eran largos y blancos.
— Me temo que el señor Crouch y yo teníamos ideas diferentes sobre moda — dijo Dumbledore, con tono de estar compartiendo información de vital importancia.
Harry vio a McGonagall rodar los ojos.
—Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones.
— Más bien, el señor Crouch trabajó y Bagman cooperó mínimamente — apuntó Percy.
A la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más.
Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía:
—Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre...
— Las palabras "bondad" y "Filch" no pegan en la misma frase — murmuró Seamus.
Filch, que había pasado inadvertido pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja.
— Tiene cientos de años — confirmó Dumbledore. — Su valor es incalculable.
Algunos alumnos, especialmente los de primero, parecieron muy impresionados.
De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción. Dennis Creevey se puso de pie sobre la silla para ver bien, pero era tan pequeño que su cabeza apenas sobresalía de las demás.
Muchos se echaron a reír, incluido el propio Dennis.
—Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.
Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar.
Harry tragó saliva. En aquel momento, no había sido consciente de lo ciertas que eran las palabras de Dumbledore.
—Como todos sabéis, en el Torneo compiten tres campeones —continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante.
— O cuatro — dijo Malfoy en tono sarcástico.
Harry lo miró mal.
Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.
— Pues tan imparcial no era — resopló Zacharias Smith, lanzándole una mirada acusatoria a Harry.
Harry notó que algunos le daban la razón y a él le entraron ganas de irse del comedor y mandar a la porra a todo el mundo. Si tantas ganas tenían de dudar de él y de juzgarlo por cosas en las que no tuvo ni voz ni voto, podían apañárselas solitos con todo el tema de la lectura y de los dichosos libros.
Se obligó a respirar hondo (de la forma que había practicado con Ginny) para calmarse.
Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.
Los de primero, que no habían visto el cáliz el año anterior, escuchaban con mucha atención.
Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien.
—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz — explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a sus colegios.
Amos Diggory levantó la cabeza con orgullo al escuchar eso. El más digno, por decisión del cáliz, había sido Cedric.
Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.
»Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.
— Por desgracia — se lamentó Fred.
»Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar vuestro nombre en el cáliz de fuego estáis firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que debéis estar muy seguros antes de ofrecer vuestra candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.
— Creo que ese es un dato que merece la pena recalcar — dijo Lupin en voz alta. — En el momento en el que un nombre entrara en el cáliz, esa persona estaba obligada a participar si resultaba elegida, debido a un contrato mágico.
— Por eso Harry tuvo que participar, contra su voluntad — añadió Sirius.
Algunos asintieron, mientras otros todavía parecían algo reticentes a creer que Harry no había querido participar.
—¡Una raya de edad! —dijo Fred Weasley con ojos chispeantes de camino hacia la puerta que daba al vestíbulo—. Bueno, creo que bastará con una poción envejecedora para burlarla. Y, una vez que el nombre de alguien esté en el cáliz, ya no podrán hacer nada. Al cáliz le da igual que uno tenga diecisiete años o no.
—Pero no creo que nadie menor de diecisiete años tenga ninguna posibilidad — objetó Hermione—. No hemos aprendido bastante...
— Ya no puedes decir lo mismo — dijo Sirius, sonriente.
Harry hizo una mueca. Haber ganado el torneo no le proporcionaba ninguna felicidad.
—Habla por ti —replicó George—. Tú lo vas a intentar, ¿no, Harry?
Harry pensó un momento en la insistencia de Dumbledore en que nadie se ofreciera como candidato si no había cumplido los diecisiete años, pero luego volvió a imaginarse a sí mismo ganando el Torneo de los tres magos... Se preguntó hasta qué punto se enfadaría Dumbledore si alguien por debajo de los diecisiete hallaba la manera de cruzar la raya de edad...
— ¿Aun sigues diciendo que no metiste tu nombre en el cáliz, Potter? — dijo McLaggen en voz alta. — Porque el libro sigue demostrando que querías hacerlo.
— Claro que quería — replicó Harry, enfadándose. — Igual que todos. Pero no lo hice yo, ni le pedí a nadie que lo hiciese. Cuando salió mi nombre, si hubiera podido elegir, habría rechazado participar.
McLaggen seguía sin parecer convencido.
— Eso lo veremos ahora — contestó.
—¿Dónde está? —dijo Ron, que no escuchaba una palabra de la conversación, porque escrutaba la multitud para ver dónde se encontraba Krum—. Dumbledore no ha dicho nada de dónde van a dormir los de Durmstrang, ¿verdad?
— En tu cama no, eso estaba claro — rió una chica de séptimo, haciendo que Ron soltara un bufido.
Pero su pregunta quedó respondida al instante. Habían llegado a la altura de la mesa de Slytherin, y Karkarov les metía prisa en aquel momento a sus alumnos.
—Al barco, vamos —les decía—. ¿Cómo te encuentras, Viktor? ¿Has comido bastante? ¿Quieres que pida que te preparen un ponche en las cocinas?
— Qué servicial — dijo Angelina, muy impresionada.
Harry vio que Krum negaba con la cabeza mientras se ponía su capa de pieles.
—Profesor, a mí sí me gustaría tomar un ponche —dijo otro de los alumnos de Durmstrang.
—No te lo he ofrecido a ti, Poliakov —contestó con brusquedad Karkarov, de cuyo rostro había desaparecido todo aire paternal—. Ya veo que has vuelto a mancharte de comida la pechera de la túnica, niño indeseable...
Se oyeron quejas por todo el comedor.
— Cuánto favoritismo — dijo Ernie Macmillan, indignado.
— Está claro quien era el preferido — resopló un chico de Slytherin.
Krum mantuvo el rostro impasible, aunque a Harry le pareció que el trato tan amable de Karkaroff no le agradaba mucho.
Karkarov se volvió y marchó hacia la puerta por delante de sus alumnos. Llegó a ella exactamente al mismo tiempo que Harry, Ron y Hermione, y Harry se detuvo para cederle el paso.
—Gracias —dijo Karkarov despreocupadamente, echándole una mirada.
Y de repente Karkarov se quedó como helado. Volvió a mirar a Harry y dejó los ojos fijos en él, como si no pudiera creer lo que veía.
— No me digas que era fan de Potter — resopló Zacharias Smith.
— En absoluto — replicó Harry con una mueca.
Detrás de su director, también se detuvieron los alumnos de Durmstrang. Muy lentamente, los ojos de Karkarov fueron ascendiendo por la cara de Harry hasta llegar a la cicatriz. También sus alumnos observaban a Harry con curiosidad. Por el rabillo del ojo, Harry veía en sus caras la expresión de haber caído en la cuenta de algo. El chico que se había manchado de comida la pechera le dio un codazo a la chica que estaba a su lado y señaló sin disimulo la frente de Harry.
— Vaya, eres famoso hasta en otros países — dijo Colin, impresionado.
— Claro que lo es — respondió Hagrid. — Quien-Tú-Sabes causó estragos en muchos más lugares de lo que parece.
—Sí, es Harry Potter —dijo desde detrás de ellos una voz gruñona.
El profesor Karkarov se dio la vuelta. Ojoloco Moody estaba allí, apoyando todo su peso en el bastón y observando con su ojo mágico, sin parpadear, al director de Durmstrang.
Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas significativas. Ese encuentro había sido mucho más importante de lo que había parecido a simple vista. No se trataba de dos profesores, sino de dos mortífagos, uno de los cuales estaba oculto bajo el rostro de uno de los mejores aurores.
Ante los ojos de Harry, Karkarov palideció y le dirigió a Moody una mirada terrible, mezcla de furia y miedo.
—¡Tú! —exclamó, mirando a Moody como si no diera crédito a sus ojos.
Muchos parecieron confundidos.
— ¿De qué se conocían? — preguntó Justin.
Como muchos se quedaron mirando a Moody en espera de una respuesta, éste replicó:
— Solíamos ir juntos a tomar el té. .
El sarcasmo en su voz no pasó desapercibido para nadie. Algunos parecieron muy decepcionados.
—Sí, yo —contestó Moody muy serio—. Y, a no ser que tengas algo que decirle a Potter, Karkarov, deberías salir. Estás obstruyendo el paso.
Era cierto. La mitad de los alumnos que había en el Gran Comedor aguardaban tras ellos, y se ponían de puntillas para ver qué era lo que ocasionaba el atasco.
Sin pronunciar otra palabra, el profesor Karkarov salió con sus alumnos. Moody clavó los ojos en su espalda y, con un gesto de intenso desagrado, lo siguió con la vista hasta que se alejó.
Ahora Harry sabía que ese desagrado se debía a razones más complejas de lo que habría podido imaginarse en aquel momento.
Como al día siguiente era sábado, lo normal habría sido que la mayoría de los alumnos bajaran tarde a desayunar. Sin embargo, Harry, Ron y Hermione no fueron los únicos que se levantaron mucho antes de lo habitual en días de fiesta. Al bajar al vestíbulo vieron a unas veinte personas agrupadas allí, algunas comiendo tostadas, y todas contemplando el cáliz de fuego.
—¿Hubo gente que madrugó para mirar el cáliz? —dijo un chico de Hufflepuff, confuso. — ¿Por qué?
— Para saber quiénes se presentarían, obviamente — replicó Roger Davies.
Lo habían colocado en el centro del vestíbulo, encima del taburete sobre el que se ponía el Sombrero Seleccionador. En el suelo, a su alrededor, una fina línea de color dorado formaba un círculo de tres metros de radio.
—¿Ya ha dejado alguien su nombre? —le preguntó Ron algo nervioso a una de tercero.
—Todos los de Durmstrang —contestó ella—. Pero de momento no he visto a ninguno de Hogwarts.
Una chica de cuarto soltó un gritito.
— ¡Esa era yo! — exclamó, emocionada.
—Seguro que lo hicieron ayer después de que los demás nos acostamos —dijo Harry—. Yo lo habría hecho así si me fuera a presentar: preferiría que no me viera nadie. ¿Y si el cáliz te manda a freír espárragos?
— ¿Eso es una confesión? — se oyó decir a alguien de Slytherin que no dio la cara.
— Oh, venga ya — bufó Ginny. — Al próximo que acuse a Harry sin pruebas le lanzo un maleficio.
— Yo te ayudo — dijo Bill calmadamente. — Se unos cuantos muy buenos.
Harry se sintió reconfortado al escuchar a los Weasley defenderlo.
Fred, George y Lee Jordan bajaban corriendo la escalera. Los tres parecían muy nerviosos.
—Ya está —les dijo Fred a Harry, Ron y Hermione en tono triunfal—. Acabamos de tomárnosla.
—¿El qué? —preguntó Ron.
—La poción envejecedora, cerebro de mosquito —respondió Fred.
La señora Weasley miró a Fred con reproche, pero él puso su expresión más inocente y se libró de la regañina.
—Una gota cada uno —explicó George, frotándose las manos con júbilo—. Sólo necesitamos ser unos meses más viejos.
—Si uno de nosotros gana, repartiremos el premio entre los tres —añadió Lee, con una amplia sonrisa.
—No estoy muy convencida de que funcione, ¿sabéis? Seguro que Dumbledore ha pensado en eso —les advirtió Hermione.
Fred, George y Lee no le hicieron caso.
— Debisteis hacerle caso — dijo Angelina.
— No me arrepiento de nada — replicó George.
—¿Listos? —les dijo Fred a los otros dos, temblando de emoción—. Entonces, vamos. Yo voy primero...
Harry observó, fascinado, cómo Fred se sacaba del bolsillo un pedazo de pergamino con las palabras: «Fred Weasley, Hogwarts.» Fred avanzó hasta el borde de la línea y se quedó allí, balanceándose sobre las puntas de los pies como un saltador de trampolín que se dispusiera a tirarse desde veinte metros de altura.
— Así me sentía — admitió Fred.
Luego, observado por todos los que estaban en el vestíbulo, tomó aire y dio un paso para cruzar la línea.
Durante una fracción de segundo, Harry creyó que el truco había funcionado. George, desde luego, también lo creyó, porque profirió un grito de triunfo y avanzó tras Fred. Pero al momento siguiente se oyó un chisporroteo, y ambos hermanos se vieron expulsados del círculo dorado como si los hubiera echado un invisible lanzador de peso. Cayeron al suelo de fría piedra a tres metros de distancia, haciéndose bastante daño, y para colmo sonó un «¡plin!» y a los dos les salió de repente la misma barba larga y blanca.
Muchos se echaron a reir a carcajadas.
— No dolió tanto como parecía — dijo George, aunque Harry sospechó que lo decía para proteger su ego.
En el vestíbulo, todos prorrumpieron en carcajadas. Incluso Fred y George se rieron al ponerse en pie y verse cada uno la barba del otro.
— Estábamos fabulosos — dijo Fred, causando más risas.
— Bueno, si al final te mueres, al menos George podrá decir que te ha visto con barba de señor mayor — comentó una chica de segundo.
Toda risa cesó al instante. Fred aún sonreía, aunque de forma forzada, y George directamente se había quedado blanco.
— ¿Qué te hace pensar que ese es un comentario apropiado? — exclamó Percy. La chica pareció muy apurada y pidió perdón varias veces, aunque eso no evitó que varias personas (incluidos muchos Weasleys) la miraran con desagrado. La señora Weasley se había mantenido en silencio, pero Harry podía ver en su cara que ese comentario había sido como un cubo de agua fría.
Con un tono ligeramente más solemne que antes, Belby siguió leyendo.
—Os lo advertí —dijo la voz profunda de alguien que parecía estar divirtiéndose, y todo el mundo se volvió para ver salir del Gran Comedor al profesor Dumbledore. Examinó a Fred y George con los ojos brillantes—. Os sugiero que vayáis los dos a ver a la señora Pomfrey. Está atendiendo ya a la señorita Fawcett, de Ravenclaw, y al señor Summers, de Hufflepuff, que también decidieron envejecerse un poquito. Aunque tengo que decir que me gusta más vuestra barba que la que les ha salido a ellos.
Tanto Fawcett como Summers enrojecieron intensamente.
— Yo creo que el profesor Dumbledore disfrutó mucho nuestro sufrimiento — dijo Fred, rompiendo el silencio incómodo que todavía perduraba.— Seguro que eligió las barbas más feas que pudo a propósito.
Dumbledore sonrió.
— Admito que no me esmeré mucho en hacer que parecieran elegantes.
Algunos bufaron al oir eso.
Fred y George salieron para la enfermería acompañados por Lee, que se partía de risa, y Harry, Ron y Hermione, que también se reían con ganas, entraron a desayunar.
Habían cambiado la decoración del Gran Comedor. Como era Halloween, una nube de murciélagos vivos revoloteaba por el techo encantado mientras cientos de calabazas lanzaban macabras sonrisas desde cada rincón.
— Genial — se oyó decir a alguien de primero.
Se encaminaron hacia donde estaban Dean y Seamus, que hablaban sobre los estudiantes de Hogwarts que tenían diecisiete años o más y que podrían intentar participar.
—Corre por ahí el rumor de que Warrington se ha levantado temprano para echar el pergamino con su nombre —le dijo Dean a Harry—. Sí, hombre, ese tío grande de Slytherin que parece un oso perezoso...
Hubo varias exclamaciones de protesta por parte de la zona de Slytherin.
Harry, que se había enfrentado a Warrington en quidditch, movió la cabeza en señal de disgusto.
—¡Espero que no tengamos de campeón a nadie de Slytherin!
Las protestas aumentaron.
— Ya estamos otra vez con los prejuicios — se quejó Daphne Greengrass.
—Y los de Hufflepuff hablan todos de Diggory —comentó Seamus con desdén —. Pero no creo que quiera arriesgarse a perder su belleza.
La frágil normalidad que se había recobrado desde el desafortunado comentario sobre Fred desapareció al instante. A Seamus le cayeron encima decenas de miradas enfadadas, pero ninguna tan mortal como la de Amos Diggory. Seamus fue prudente y mantuvo la cabeza agachada en señal de arrepentimiento.
—¡Escuchad! —dijo Hermione repentinamente.
En el vestíbulo estaban lanzando vítores. Se volvieron todos en sus asientos y vieron entrar en el Gran Comedor, sonriendo con un poco de vergüenza, a Angelina Johnson. Era una chica negra, alta, que jugaba como cazadora en el equipo de quidditch de Gryffindor.
Sorprendida, Angelina dijo:
— No me esperaba que se me describiera a estas alturas del libro. Al menos no me ha sacado defectos...
— Bienvenida a la minoría — dijo Bill, sonriente.
Angelina fue hacia ellos, se sentó y dijo:
—¡Bueno, lo he hecho! ¡Acabo de echar mi nombre!
—¡No puedo creerlo! —exclamó Ron, impresionado.
—Pero ¿tienes diecisiete años? —inquirió Harry.
—Claro que los tiene. Porque si no le habría salido barba, ¿no? —dijo Ron.
— Buena deducción — rió Tonks.
—Mi cumpleaños fue la semana pasada —explicó Angelina.
—Bueno, me alegro de que entre alguien de Gryffindor —declaró Hermione—. ¡Espero que quedes tú, Angelina!
—Gracias, Hermione —contestó Angelina sonriéndole.
— Habría estado bien — dijo Katie. — Aunque me habría muerto de preocupación.
Angelina le sonrió.
—Sí, mejor tú que Diggory el hermoso —dijo Seamus, lo que arrancó miradas de rencor de unos de Hufflepuff que pasaban al lado.
— Perdón, perdón — dijo Seamus, adelantándose a las decenas de personas que ya se preparaban para cantarle las cuarenta.
— Se nota la envidia que le tenías — dijo un Hufflepuff, visiblemente disgustado.
— No lo niego — admitió Seamus, aunque Harry pensó que probablemente lo hacía solo para calmar los ánimos. Aun así, Amos Diggory lo miraba con algo cercano al odio.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Ron a Harry y Hermione cuando hubieron terminado el desayuno y salían del Gran Comedor.
—Aún no hemos bajado a visitar a Hagrid —comentó Harry.
—Bien —dijo Ron—, mientras no nos pida que donemos los dedos para que coman los escregutos...
Se oyeron risitas. Hagrid no se lo tomó mal, por suerte.
A Hermione se le iluminó súbitamente la cara.
—¡Acabo de darme cuenta de que todavía no le he pedido a Hagrid que se afilie a la P.E.D.D.O.! —dijo con alegría—. ¿Querréis esperarme un momento mientras subo y cojo las insignias?
—Pero ¿qué pretende? —dijo Ron, exasperado, mientras Hermione subía por la escalinata de mármol.
— Hacer justicia — replicó Hermione.
Ron rodó los ojos.
—Eh, Ron —le advirtió Harry—, por ahí viene tu amiga...
Los estudiantes de Beauxbatons estaban entrando por la puerta principal, provenientes de los terrenos del colegio, y entre ellos llegaba la chica veela. Los que estaban alrededor del cáliz de fuego se echaron atrás para dejarlos pasar, y se los comían con los ojos.
Ron se puso colorado. Fleur, por otro lado, ni reaccionó.
Madame Maxime entró en el vestíbulo detrás de sus alumnos y los hizo colocarse en fila. Uno a uno, los alumnos de Beauxbatons fueron cruzando la raya de edad y depositando en las llamas de un blanco azulado sus pedazos de pergamino. Cada vez que caía un nombre al fuego, éste se volvía momentáneamente rojo y arrojaba chispas.
Cuando todos los estudiantes de Beauxbatons hubieron presentado sus nombres, Madame Maxime los hizo volver a salir del castillo.
—¿Dónde dormirán? —preguntó Ron, acercándose a la puerta y observándolos.
— Supongo que en los carruajes en los que llegaron — dijo Susan Bones. — Los Durmstrang dormían en el barco, así que tendría sentido.
Un sonoro traqueteo anunció tras ellos la reaparición de Hermione, que llevaba consigo las insignias de la P.E.D.D.O.
—¡Démonos prisa! —dijo Ron, y bajó de un salto la escalinata de piedra, sin apartar los ojos de la chica veela, que iba con Madame Maxime por la mitad de la explanada.
Ron gimió, incapaz de ignorar del todo las risitas y las burlas. Harry pensó que menos mal que Fleur se lo estaba tomando bien, porque si ella se uniera a las burlas quizá el ego de Ron no lo soportaría.
Al acercarse a la cabaña de Hagrid, al borde del bosque prohibido, el misterio de los dormitorios de los de Beauxbatons quedó disipado. El gigantesco carruaje de color azul claro en el que habían llegado estaba aparcado a unos doscientos metros de la cabaña de Hagrid, y los de Beauxbatons entraron en él de nuevo. Al lado, en un improvisado potrero, pacían los caballos de tamaño de elefantes que habían tirado del carruaje.
— ¿Del tamaño de elefantes? — repitió un alumno de primero, asombrado.
Hagrid asintió.
Harry llamó a la puerta de Hagrid, y los estruendosos ladridos de Fang respondieron al instante.
—¡Ya era hora! —exclamó Hagrid, después de abrir la puerta de golpe y verlos—. ¡Creía que no os acordabais de dónde vivo!
Algunos rieron. A Umbridge no pareció hacerle gracia, pero no dijo nada.
—Hemos estado muy ocupados, Hag... —empezó a decir Hermione, pero se detuvo de pronto, estupefacta, al ver a Hagrid.
Hagrid llevaba su mejor traje peludo de color marrón (francamente horrible), con una corbata a cuadros amarillos y naranja.
— ¿Horrible?
— Lo siento, Hagrid — se disculpó Harry.
— La verdad es que es feo de narices — añadió Ron.
Hagrid pareció algo apenado.
— A mí me gusta — dijo. A muchos les dio pena, pero no la suficiente como para mentir y decir que les gustaba el traje
Y eso no era lo peor: era evidente que había tratado de peinarse usando grandes cantidades de lo que parecía aceite lubricante hasta alisar el pelo formando dos coletas.
La cara de Hagrid demostraba que, muy posiblemente, sí se había tratado de aceite lubricante.
Puede que hubiera querido hacerse una coleta como la de Bill y se hubiera dado cuenta de que tenía demasiado pelo. A Hagrid aquel tocado le sentaba como a un santo dos pistolas.
Algunos se echaron a reír a carcajadas. Hagrid tenía el ceño fruncido.
— Podíais haberme dicho que iba tan mal. No me habría ofendido.
Harry, Ron y Hermione se disculparon con la mirada.
Durante un instante Hermione lo miró con ojos desorbitados, y luego, obviamente decidiendo no hacer ningún comentario, dijo:
—Eh... ¿dónde están los escregutos?
—Andan entre las calabazas —repuso Hagrid contento—. Se están poniendo grandes: ya deben de tener cerca de un metro. El único problema es que han empezado a matarse unos a otros.
— Qué pena — dijo Nott con sarcasmo. Hagrid lo miró mal.
—¡No!, ¿de verdad? —dijo Hermione, echándole a Ron una dura mirada para que se callara, porque éste, viendo el peinado de Hagrid, acababa de abrir la boca para comentar algo.
— Tenías que haberle dejado — se lamentó Hagrid, que parecía avergonzado.
—Sí —contestó Hagrid con tristeza—. Pero están bien. Los he separado en cajas, y aún quedan unos veinte.
—Bueno, eso es una suerte —comentó Ron. Hagrid no percibió el sarcasmo de la frase.
Hagrid se hundía más con cada frase que se leía. Ron hizo una mueca y volvió a lanzarle una mirada de disculpa.
La cabaña de Hagrid constaba de una sola habitación, uno de cuyos rincones se hallaba ocupado por una cama gigante cubierta con un edredón de retazos multicolores. Delante de la chimenea había una mesa de madera, también de enorme tamaño, y unas sillas, sobre las que colgaban unos cuantos jamones curados y aves muertas. Se sentaron a la mesa mientras Hagrid comenzaba a preparar el té, y no tardaron en hablar sobre el Torneo de los tres magos. Hagrid parecía tan nervioso como ellos a causa del Torneo.
—Esperad y veréis —dijo, entusiasmado—. No tenéis más que esperar. Vais a ver lo que no habéis visto nunca. La primera prueba... Ah, pero se supone que no debo decir nada.
— ¿Se lo dijiste? — exclamó Fudge.
— No, no. Ese día no hablé más del tema — dijo Hagrid rápidamente.
Harry sintió una punzada de nervios al darse cuenta de que quizá Hagrid se vería en apuros cuando se supiera que sí le enseñó a los dragones.
—¡Vamos, Hagrid! —lo animaron Harry, Ron y Hermione. Pero él negó con la cabeza, sonriendo al mismo tiempo.
—No, no, no quiero estropearlo por vosotros. Pero os aseguro que será muy espectacular. Los campeones van a tener en qué demostrar su valía. ¡Nunca creí que viviría lo bastante para ver una nueva edición del Torneo de los tres magos!
Terminaron comiendo con Hagrid, aunque no comieron mucho: Hagrid había preparado lo que decía que era un estofado de buey, pero, cuando Hermione sacó una garra de su plato, los tres amigos perdieron gran parte del apetito.
Las caras de asco de gran parte del alumnado hicieron que Hagrid rodara los ojos.
— Estaba bueno, ¿no? Eso es lo que importa.
Sin embargo, lo pasaron bastante bien intentando sonsacar a Hagrid cuáles iban a ser las pruebas del Torneo, especulando qué candidatos elegiría el cáliz de fuego y preguntándose si Fred y George habrían vuelto a ser barbilampiños.
Algunos rieron al oír eso.
— Solo tuvimos barba durante unos veinte minutos — se lamentó Fred.
A media tarde empezó a caer una lluvia suave. Resultaba muy agradable estar sentados junto al fuego, escuchando el suave golpeteo de las gotas de lluvia contra los cristales de la ventana, viendo a Hagrid zurcir calcetines y discutir con Hermione sobre los elfos domésticos, porque él se negó tajantemente a afiliarse a la P.E.D.D.O. cuando ella le mostró las insignias.
—Eso sería jugarles una mala pasada, Hermione —dijo Hagrid gravemente, enhebrando un grueso hilo amarillo en una enorme aguja de hueso—. Lo de cuidar a los humanos forma parte de su naturaleza. Es lo que les gusta, ¿te das cuenta? Los harías muy desgraciados si los apartaras de su trabajo, y si intentaras pagarles se lo tomarían como un insulto.
— No me puedo creer que esté de acuerdo con Hagrid en algo — se oyó decir a un Slytherin.
—Pero Harry liberó a Dobby, ¡y él se puso loco de contento! —objetó Hermione— . ¡Y nos han dicho que ahora quiere que le paguen!
—Sí, bien, en todas partes hay quien se desmadra. No niego que haya elfos raros a los que les gustaría ser libres, pero nunca conseguirías convencer a la mayoría. No, nada de eso, Hermione.
— ¿Ves? Estabas siendo egoísta — dijo Pansy en voz alta.
— De eso nada — replicó Hermione, molesta.
A Hermione no le hizo ni pizca de gracia su negativa y volvió a guardarse la caja de las insignias en el bolsillo de la capa.
Hacia las cinco y media se hacía de noche, y Ron, Harry y Hermione decidieron que era el momento de volver al castillo para el banquete de Halloween. Y, lo más importante de todo, para el anuncio de los campeones de los colegios.
— La única vez que el banquete no era lo más importante — dijo Jimmy Peakes.
—Voy con vosotros —dijo Hagrid, dejando la labor—. Esperad un segundo.
Hagrid se levantó, fue hasta la cómoda que había junto a la cama y empezó a buscar algo dentro de ella. No pusieron mucha atención hasta que un olor horrendo les llegó a las narices. Entre toses, Ron preguntó:
—¿Qué es eso, Hagrid?
—¿Qué, no os gusta? —dijo Hagrid, volviéndose con una botella grande en la mano.
— Obviamente — dijo Snape, juzgando a Hagrid con la mirada. Éste se ruborizó intensamente.
—¿Es una loción para después del afeitado? —preguntó Hermione con un hilo de voz.
—Eh... es agua de colonia —murmuró Hagrid. Se había ruborizado—. Tal vez me he puesto demasiada. Voy a quitarme un poco, esperad...
Salió de la cabaña ruidosamente, y lo vieron lavarse con vigor en el barril con agua que había al otro lado de la ventana.
Algunos rieron. Otros parecían sentir curiosidad ante el repentino interés de Hagrid por acicalarse.
—¿Agua de colonia? —se preguntó Hermione sorprendida—. ¿Hagrid?
—¿Y qué me decís del traje y del peinado? —preguntó a su vez Harry en voz baja.
— ¿Tenía una cita? — preguntó una niña de primero.
Hagrid negó con la cabeza.
—¡Mirad! —dijo de pronto Ron, señalando algo fuera de la ventana.
Hagrid acababa de enderezarse y de volverse. Si antes se había ruborizado, aquello no había sido nada comparado con lo de aquel momento. Levantándose muy despacio para que Hagrid no se diera cuenta, Harry, Ron y Hermione echaron un vistazo por la ventana y vieron que Madame Maxime y los alumnos de Beauxbatons acababan de salir del carruaje, evidentemente para acudir, como ellos, al banquete. No oían nada de lo que decía Hagrid, pero se dirigía a Madame Maxime con una expresión embelesada que Harry sólo le había visto una vez: cuando contemplaba a Norberto, el cachorro de dragón.
— ¡Le gusta! — exclamaron varias voces, seguidas de risas y silbidos.
Hagrid estaba rojo como un tomate.
—¡Se va al castillo con ella! —exclamó Hermione, indignada—. ¡Creía que iba a ir con nosotros!
Las risas continuaban.
— Tenía las prioridades claras — reía Sirius.
Sin siquiera volver la vista hacia la cabaña, Hagrid caminaba pesadamente a través de los terrenos de Hogwarts al lado de Madame Maxime. Detrás de ellos iban los alumnos de Beauxbatons, casi corriendo para poder seguir las enormes zancadas de los dos gigantes.
Fleur frunció el ceño al recordar eso.
—¡Le gusta! —dijo Ron, incrédulo—. Bueno, si terminan teniendo niños, batirán un récord mundial. Seguro que pesarán alrededor de una tonelada.
Muchos se echaron a reír.
Salieron de la cabaña y cerraron la puerta. Fuera estaba ya sorprendentemente oscuro. Se arrebujaron bien en la capa y empezaron a subir la cuesta.
—¡Mirad, son ellos! —susurró Hermione.
El grupo de Durmstrang subía desde el lago hacia el castillo. Viktor Krum caminaba junto a Karkarov, y los otros alumnos de Durmstrang los seguían un poco rezagados.
Varias personas se quejaron por el favoritismo tan obvio de Karkaroff.
— Pobrecitos los demás estudiantes — dijo Hannah.
Ron observó a Krum emocionado, pero éste no miró a ningún lado al entrar por la puerta principal, un poco por delante de Hermione, Ron y Harry.
Una vez dentro vieron que el Gran Comedor, iluminado por velas, estaba casi abarrotado. Habían quitado del vestíbulo el cáliz de fuego y lo habían puesto delante de la silla vacía de Dumbledore, sobre la mesa de los profesores. Fred y George, nuevamente lampiños, parecían haber encajado bastante bien la decepción.
—Espero que salga Angelina —dijo Fred mientras Harry, Ron y Hermione se sentaban.
Angelina le sonrió a Fred.
—¡Yo también! —exclamó Hermione—. ¡Bueno, pronto lo sabremos!
El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días, Harry no disfrutó la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día.
— Me pasó igual — admitió Neville.
Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor —a juzgar por los cuellos que se giraban continuamente, las expresiones de impaciencia, las piernas que se movían nerviosas y la gente que se levantaba para ver si Dumbledore ya había terminado de comer—, Harry sólo deseaba que la cena terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones.
Muchos asintieron, recordando aquella noche.
Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.
— Yo creo que ese hombre no ha sentido una emoción en su vida — se quejó un chico de tercero de Gryffindor.
—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.
A Harry le dio un escalofrío. Para él, aquellas primeras instrucciones habían sido uno de los momentos más confusos de su vida.
Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes.
—De un instante a otro —susurró Lee Jordan, dos asientos más allá de Harry.
De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito.
En el presente, nadie gritó, pero muchos escuchaban la descripción con asombro y admiración.
Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.
—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.
—¡Era de imaginar! —gritó Ron, al tiempo que una tormenta de aplausos y vítores inundaba el Gran Comedor.
Se oyeron algunos aplausos aislados, hasta que los alumnos decidieron que sí que iban a aplaudir y lo hicieron con más ganas. Krum lo agradeció con un gesto de la cabeza.
Harry vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.
—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!
— Y si hubiera sido otro, habrías llorado — bufó Ron en voz baja.
Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.
—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour!
De nuevo, se oyeron aplausos, aunque a Harry le parecieron menos calurosos que los de Krum. Fleur agradeció el gesto con una pequeña inclinación de la cabeza.
—¡Es ella, Ron! —gritó Harry, cuando la chica que parecía una veela se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw.
—¡Mirad qué decepcionados están todos! —dijo Hermione elevando la voz por encima del alboroto, y señalando con la cabeza al resto de los alumnos de Beauxbatons.
«Decepcionados» era decir muy poco, pensó Harry. Dos de las chicas que no habían resultado elegidas habían roto a llorar, y sollozaban con la cabeza escondida entre los brazos.
— Qué pena — dijo Luna.
— Tenían que habérselo esperado — dijo a la vez Zacharias Smith.
Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...
Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.
—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!
El comedor estalló en aplausos. Harry aplaudió tan fuerte que se dejó las manos rojas, pero no le importó.
Todo el mundo participó: profesores, alumnos e invitados. Amos pareció muy agradecido. Cuando se hizo el silencio, Belby siguió leyendo.
—¡No! —dijo Ron en voz alta, pero sólo lo oyó Harry: el jaleo proveniente de la mesa de al lado era demasiado estruendoso.
— Perdón por eso — dijo Ron rápidamente, antes de que lo atacaran.
Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la concurrencia.
A Amos Diggory le brillaban los ojos. Solo entonces se dio cuenta Harry de que Amos no había estado presente en aquel momento y, por tanto, no había sabido lo calurosos que habían sido los aplausos hacia Cedric.
—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos vosotros, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, daréis a vuestros respectivos campeones todo el apoyo que podáis. Al animarlos, todos vosotros contribuiréis de forma muy significativa a...
Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido.
Belby levantó la mirada del libro para dirigirla a Harry un momento antes de continuar.
Todos sabían lo que venía ahora, pero eso no evitó que el ambiente se tensara notablemente.
El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino.
Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:
—Harry Potter.
Harry notó las miradas de todos.
— Ese es el final — dijo Belby, y se hizo el silencio.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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