jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 17

 Los cuatro campeones:


Harry Potter.

Harry notó las miradas de todos.

— Ese es el final — dijo Belby, y se hizo el silencio.

Harry tragó saliva. Ya estaba dentro del torneo... Cada vez faltaba menos para llegar a la noche de la tercera prueba. Todavía no tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de soportar eso cuando lo leyeran.

— Menudo final — exclamó Sirius, rompiendo el silencio y sacando a Harry de sus deprimentes pensamientos.

Dumbledore se puso en pie y tomó el libro que Belby había dejado en el atril.

— El siguiente capítulo se titula: Los cuatro campeones.

Levantó la mirada, pidiendo voluntarios sin necesidad de utilizar las palabras. Varias manos se alzaron, si bien el número había disminuido considerablemente en comparación con otros capítulos.

Dumbledore escogió a Andrew Kirke, de Gryffindor, que subió a la tarima y tomó el libro entre sus manos.

— Los cuatro campeones — repitió.

Harry permaneció sentado, consciente de que todos cuantos estaban en el Gran Comedor lo miraban. Se sentía aturdido, atontado. Debía de estar soñando. O no había oído bien.

— ¿Veis? Se sentía como si estuviera soñando — dijo McLaggen. — Porque era justo lo que quería que sucediera. Era demasiado bueno para ser real, ¿verdad, Potter?

— ¿Tú eres tonto o te lo haces? — estalló George, girándose para mirar a McLaggen con rabia. — ¿Es que no sabes leer? ¿No eres capaz de escuchar una descripción tan simple y entender que Harry estaba confuso, no feliz?

— Háztelo mirar — dijo Tonks, juzgando a Cormac con la mirada. — Lo tuyo no es normal.

McLaggen había estado a punto de responderle algo cortante a George, pero la intervención de Tonks había hecho que su rabia se tornara en vergüenza.

Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio.

— Es que estábamos enfurecidos — dijo un Hufflepuff de sexto. — Para una vez que alguien de Hufflepuff tiene la oportunidad de destacar, llega Potter a arrebatárselo. Y encima de forma ilegal.

Varios asintieron y murmuraron su acuerdo.

— Yo no puse mi nombre... — empezó a decir Harry por enésima vez, muy molesto.

— Lo sé — lo cortó el Hufflepuff. — Yo no creo que te presentaras tú al torneo. Seguro que alguien te jugo una mala pasada. Pero eso no cambia lo que he dicho, Potter. Teníamos motivos para estar enfadados.

Muy a su pesar, Harry entendía lo que el Hufflepuff quería decir.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

Harry se volvió hacia Ron y Hermione. Más allá de ellos, vio que todos los demás ocupantes de la larga mesa de Gryffindor lo miraban con la boca abierta.

— Normal — bufó Seamus. — Nos dejaste en shock.

Yo no puse mi nombre —dijo Harry, totalmente confuso—. Vosotros lo sabéis.

Uno y otro le devolvieron la misma mirada de aturdimiento.

Ron hizo una mueca al leer eso y Harry se tensó. Tenían que estar a punto de leer su pelea con Ron... ¿sería en este capítulo? ¿O en el siguiente? Fuera como fuera, estaba muy cerca, y Harry podía notar los nervios en el estómago.

En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

Vamos —le susurró Hermione, dándole a Harry un leve empujón.

Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco.

— Pobrecito — dijo Romilda. — La verdad es que da un poco de pena, hasta tuvieron que empujarlo porque no se lo creía...

Si bien muchos todavía parecían mantener la idea de que Harry se había presentado a propósito, la mayoría se inclinaba más por su inocencia. Por ello, le cayeron en ese momento muchas miradas de pena, que Harry no supo muy bien cómo aceptar. No sabía qué era peor: que lo miraran con enfado o con pena.

Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff. Le pareció un camino larguísimo. La mesa de los profesores no parecía hallarse más cerca aunque él caminara hacia ella, y notaba la mirada de cientos y cientos de ojos, como si cada uno de ellos fuera un reflector.

Harry recordaba aquel momento con total nitidez. Viendo ahora la distancia entre el fondo del comedor y la mesa de profesores, se preguntó cómo se le pudo hacer tan eterno un paseo tan corto.

El zumbido se hacía cada vez más fuerte. Después de lo que le pareció una hora, se halló delante de Dumbledore y notó las miradas de todos los profesores.

Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír.

— Uf, debía estar enfadado — dijo Ernie.

— Más bien, preocupado — respondió Dumbledore.

Harry pasó por la mesa de profesores. Hagrid, sentado justo en un extremo, no le guiñó un ojo, ni levantó la mano, ni hizo ninguna de sus habituales señas de saludo. Parecía completamente aturdido y, al pasar Harry, lo miró como hacían todos los demás.

— Perdona, Harry — se disculpó Hagrid. — Estaba tan sorprendido como todos.

Harry lo entendía, aunque, si era sincero consigo mismo, le habría gustado que Hagrid le hubiera hecho alguna seña en aquel momento. Le había hecho falta.

Harry salió del Gran Comedor y se encontró en una sala más pequeña, decorada con retratos de brujos y brujas. Delante de él, en la chimenea, crepitaba un fuego acogedor.

Cuando entró, las caras de los retratados se volvieron hacia él. Vio que una bruja con el rostro lleno de arrugas salía precipitadamente de los límites de su marco y se iba al cuadro vecino, que era el retrato de un mago con bigotes de foca. La bruja del rostro arrugado empezó a susurrarle algo al oído.

— Hasta los cuadros estaban incrédulos. Fue un caos... — dijo la profesora McGonagall.

Viktor Krum, Cedric Diggory y Fleur Delacour estaban junto a la chimenea. Con sus siluetas recortadas contra las llamas, tenían un aspecto curiosamente imponente.

Fleur pareció sorprendida al escuchar eso.

Krum, cabizbajo y siniestro, se apoyaba en la repisa de la chimenea, ligeramente separado de los otros dos. Cedric, de pie con las manos a la espalda, observaba el fuego. Fleur Delacour lo miró cuando entró y volvió a echarse para atrás su largo pelo plateado.

¿Qué pasa? —preguntó, creyendo que había entrado para transmitirles algún mensaje—. ¿«Quieguen» que volvamos al «comedog»?

Se oyeron algunos bufidos. Harry se preguntó qué ganaría: el desagrado que algunos sentían por Fleur o el que sentían por el propio Harry.

Harry no sabía cómo explicar lo que acababa de suceder. Se quedó allí quieto, mirando a los tres campeones, sorprendido de lo altos que parecían.

Sirius sonrió.

— Bueno, te sacaban varios años. Eran más altos que tú.

Harry soltó un bufido y no respondió.

Oyó detrás un ruido de pasos apresurados. Era Ludo, que entraba en la sala. Cogió del brazo a Harry y lo llevó hacia delante.

¡Extraordinario! —susurró, apretándole el brazo—. ¡Absolutamente extraordinario! Caballeros... señorita —añadió, acercándose al fuego y dirigiéndose a los otros tres—. ¿Puedo presentarles, por increíble que parezca, al cuarto campeón del Torneo de los tres magos?

— ¿Por qué estaba tan emocionado? — se quejó la señora Weasley. — ¡Harry solo tenía catorce años! Era peligroso.

— Para Bagman, eso solo le daba más emoción al torneo — dijo Percy con amargura.

Viktor Krum se enderezó. Su hosca cara se ensombreció al examinar a Harry.

Krum frunció el ceño al oír eso.

Cedric parecía desconcertado: pasó la vista de Bagman a Harry y de Harry a Bagman como si estuviera convencido de que había oído mal. Fleur Delacour, sin embargo, se sacudió el pelo y dijo con una sonrisa:

¡Oh, un chiste muy «divegtido», «señog» Bagman!

¿Un chiste? —repitió Bagman, desconcertado—. ¡No, no, en absoluto! ¡El nombre de Harry acaba de salir del cáliz de fuego!

— Es que ega impensable que alguien tan joven pudiega pagticipag — dijo Fleur, probablemente porque notó las miradas que habían ido en su dirección tras su comentario en el libro.

Krum contrajo levemente sus espesas cejas negras. Cedric seguía teniendo el mismo aspecto de cortés desconcierto. Fleur frunció el entrecejo.

«Pego» es evidente que ha habido un «egog» —le dijo a Bagman con desdén—. Él no puede «competig». Es demasiado joven.

— En eso estábamos todos de acuerdo — bufó la profesora McGonagall.

Bueno... esto ha sido muy extraño —reconoció Bagman, frotándose la barbilla impecablemente afeitada y mirando sonriente a Harry—. Pero, como sabéis, la restricción es una novedad de este año, impuesta sólo como medida extra de seguridad. Y como su nombre ha salido del cáliz de fuego... Quiero decir que no creo que ahora haya ninguna posibilidad de hacer algo para impedirlo. Son las reglas, Harry, y no tienes más remedio que concursar. Tendrás que hacerlo lo mejor que puedas...

— Entonces, ¿podrías haberte enfrentado a las pruebas sin tomártelo en serio? — preguntó un Hufflepuff de primero. — El cáliz solo dice que tienes que participar, no que tengas que hacerlo bien.

— ¡Eso! — exclamó una chica de Gryffindor. — ¿No podías, no sé, haberte presentado en el sitio de la prueba y no haber hecho nada? Tendrías calificación de cero y tu participación no contaría para nada, pero cumplirías el contrato.

Harry iba a replicar, pero Hermione se le adelantó.

— Sí, claro, se planta delante del dragón y no hace nada — dijo con sarcasmo. — ¿Creéis que el dragón se habría quedado ahí sin más?

Los dos alumnos que habían hablado antes parecieron avergonzados.

Detrás de ellos, la puerta volvió a abrirse para dar paso a un grupo numeroso de gente: el profesor Dumbledore, seguido de cerca por el señor Crouch, el profesor Karkarov, Madame Maxime, la profesora McGonagall y el profesor Snape. Antes de que la profesora McGonagall cerrara la puerta, Harry oyó el rumor de los cientos de estudiantes que estaban al otro lado del muro.

¡Madame Maxime! —dijo Fleur de inmediato, caminando con decisión hacia la directora de su academia—. ¡Dicen que este niño también va a «competig»!

En medio de su aturdimiento e incredulidad, Harry sintió una punzada de ira: «¿Niño?»

Se oyeron risitas. Fleur pareció un poco arrepentida.

— Es que solo tenías catogce años — se excusó.

— Pero con catorce años ya había derrotado a un basilisco y ahuyentado a más de cien dementores — habló Angelina, haciendo que las risitas cesaran.

Harry notó que algunos lo miraban con respeto y sintió una oleada de gratitud hacia Angelina. Fleur se disculpó con la mirada y Harry asintió, perdonándola.

Madame Maxime se había erguido completamente hasta alcanzar toda su considerable altura. La parte superior de la cabeza rozó en la araña llena de velas, y el pecho gigantesco, cubierto de satén negro, pareció inflarse.

¿Qué significa todo esto, «Dumbledog»? —preguntó imperiosamente.

— Yo habría salido corriendo si esa mujer me hubiera hablado así — murmuró Seamus.

— Lo mismo digo — respondió Lavender, nerviosa solo de pensarlo.

Es lo mismo que quisiera saber yo, Dumbledore —dijo el profesor Karkarov. Mostraba una tensa sonrisa, y sus azules ojos parecían pedazos de hielo—. ¿Dos campeones de Hogwarts? No recuerdo que nadie me explicara que el colegio anfitrión tuviera derecho a dos campeones. ¿O es que no he leído las normas con el suficiente cuidado?

Soltó una risa breve y desagradable.

— Qué pasivo-agresivo — dijo Hermione con una mueca.

— Menudo imbécil — bufó Fred.

Si Krum lo escuchó, no dijo nada para defender a su antiguo director.

C'est impossible! —exclamó Madame Maxime, apoyando su enorme mano llena de soberbias cuentas de ópalo sobre el hombro de Fleur—. «Hogwag» no puede «teneg» dos campeones. Es absolutamente injusto.

— En eso tenía razón — dijo la profesora Umbridge. — La participación de Potter en el torneo fue una injusticia hacia el resto de campeones.

— Una vez que el nombre había salido, no quedaba otro remedio. Por muy injusto que fuera, ya no se podía hacer nada— replicó Fudge.

Umbridge frunció el ceño, pero no dijo nada. A Harry le dio la impresión de que la relación entre ella y Fudge había empeorado desde el inicio de la lectura, pero no sabría decir en qué momento había sucedido.

Creíamos que tu raya de edad rechazaría a los aspirantes más jóvenes, Dumbledore —añadió Karkarov, sin perder su sonrisa, aunque tenía los ojos más fríos que nunca—. De no ser así, habríamos traído una más amplia selección de candidatos de nuestros colegios.

No es culpa de nadie más que de Potter, Karkarov —intervino Snape con voz melosa. La malicia daba un brillo especial a sus negros ojos—. No hay que culpar a Dumbledore del empeño de Potter en quebrantar las normas. Desde que llegó aquí no ha hecho otra cosa que traspasar límites...

Se oyeron protestas a lo largo del comedor, pero ninguna tan alta como la de Sirius:

— Cómo no, no podías perder la oportunidad de criticar a Harry, ¿verdad? — dijo, lanzándole a Snape una mirada cargada de asco.

— No dije ninguna mentira — replicó Snape, impasible. — Utilizar la capa invisible para burlar el toque de queda, preparar una poción prohibida en el baño de las chicas, secuestrar a dos alumnos y meterlos en un armario — dejó de mirar a Sirius y dirigió la vista a Harry, que tragó saliva — utilizar ese dichoso mapa para ir a Hogsmeade sin permiso mientras un asesino estaba en busca y captura… ¿Hace falta que continúe?

— El que debe continuar es el señor Kirke — dijo McGonagall, haciéndole una señal al chico para que siguiera leyendo. Harry agradeció el gesto internamente, ya que no tenía ni idea de qué decir para defenderse.

Gracias, Severus —dijo con firmeza Dumbledore, y Snape se calló, aunque sus ojos siguieron lanzando destellos malévolos entre la cortina de grasiento pelo negro.

Algunos miraron a Snape con sorna, disfrutando del hecho de que Dumbledore le hubiera cortado tan tajantemente. Por su parte, Snape miró al director con amargura, pero éste o no lo notó o fingió no hacerlo.

El profesor Dumbledore miró a Harry, y éste le devolvió la mirada, intentando descifrar la expresión de los ojos tras las gafas de media luna.

¿Echaste tu nombre en el cáliz de fuego, Harry? —le preguntó Dumbledore con tono calmado.

— ¿Cómo podía estar calmado? — se oyó decir a Demelza Robins. — Yo en su lugar habría estado histérica.

Harry se imaginó a Dumbledore atravesando la sala en dos zancadas y zarandeándolo como si fuera un muñeco mientras gritaba "¿¡Metiste tu nombre en el cáliz de fuego!?" y tuvo que fingir una tos para ocultar una sonrisita. Cómo se alegraba de que Dumbledore supiera mantener las formas.

No —contestó Harry, muy consciente de que todos lo observaban con gran atención. Semioculto en la sombra, Snape profirió una suave exclamación de incredulidad.

Algunos, como Sirius, miraron mal a Snape.

¿Le pediste a algún alumno mayor que echara tu nombre en el cáliz de fuego? —inquirió el director, sin hacer caso a Snape.

No —respondió Harry con vehemencia.

— ¿Se podía hacer eso? — exclamó Justin Finch-Fletchley.

Todos se quedaron mirando al director, que simplemente sonrió y dijo:

— No era imposible. A veces las respuestas más sencillas son las correctas.

Hubo una oleada de bufidos, resoplidos y quejas.

— Si lo hubiera sabido... — se lamentó Ernie Macmillan, aunque Harry sospechaba que no se habría presentado de todas formas.

— Por supuesto, si algún alumno se hubiera atrevido a meter el nombre de otro en el cáliz, especialmente tratándose de menores de edad, el castigo habría sido ejemplar — dijo McGonagall con severidad.

Las quejas disminuyeron y se oyó a una voz decir:

— ¿Entonces, al que metió el nombre de Potter en el cáliz lo castigaron? ¿O nunca se supo quién fue?

— Interesante pregunta, a la que sin duda se responderá durante la lectura — dijo Dumbledore, haciéndole a Kirke una seña para que siguiera leyendo.

¡Ah, «pog» supuesto está mintiendo! —gritó Madame Maxime. Snape agitaba la cabeza de un lado a otro, con un rictus en los labios.

— ¿Qué es un rictus? — se oyó preguntar a un chico de segundo.

— Ni idea — replicó otro, del mismo año.

Él no pudo cruzar la raya de edad —dijo severamente la profesora McGonagall—. Supongo que todos estamos de acuerdo en ese punto...

«Dumbledog» pudo «habeg» cometido algún «egog» —replicó Madame Maxime, encogiéndose de hombros.

Por supuesto, eso es posible —admitió Dumbledore por cortesía.

Se oyeron risitas. Fleur rodó los ojos y murmuró algo que solo Bill escuchó, pero que le hizo sonreír.

¡Sabes perfectamente que no has cometido error alguno, Dumbledore! — repuso airada la profesora McGonagall—. ¡Por Dios, qué absurdo! ¡Harry no pudo traspasar por sí mismo la raya! Y, puesto que el profesor Dumbledore está seguro de que Harry no convenció a ningún alumno mayor para que lo hiciera por él, mi parecer es que eso debería bastarnos a los demás.

Y le dirigió al profesor Snape una mirada encolerizada.

Harry cruzó miradas con McGonagall y deseó que ella supiera lo agradecido que se sentía con ella por haberle defendido. Ella debió entenderlo, porque asintió levemente con la cabeza y, durante un segundo, a Harry le pareció que le había sonreído.

Señor Crouch... señor Bagman —dijo Karkarov, de nuevo con voz afectada—, ustedes son nuestros jueces imparciales. Supongo que estarán de acuerdo en que esto es completamente irregular.

— Bagman estaba tan emocionado que de imparcial no tenía nada — bufó Tonks.

Bagman se pasó un pañuelo por la cara, redonda e infantil, y miró al señor Crouch, que estaba fuera del círculo iluminado por el fuego de la chimenea y tenía el rostro medio oculto en la sombra. Su aspecto era vagamente misterioso, y la semioscuridad lo hacia parecer mucho más viejo, dándole una apariencia casi de calavera.

A Harry le dio un escalofrío. Intercambió miradas con Ron y Hermione y supo que ellos habían pensado lo mismo que él: que era curioso que se lo comparara con una calavera cuando, apenas unos meses después, Crouch moriría allí mismo, en Hogwarts.

Pero, al hablar, su voz fue tan cortante como siempre:

Hay que seguir las reglas, y las reglas establecen claramente que aquellas personas cuyos nombres salgan del cáliz de fuego estarán obligadas a competir en el Torneo.

— Sigo pensando que podría haber participado sin participar — dijo la chica que había hablado antes, aunque le lanzo a Hermione una mirada nerviosa. — Con lo del dragón, podría haber salido a la arena e inmediatamente hacer una señal de alerta para que detuvieran la prueba y rendirse sin luchar. Al dragón no le habría dado tiempo ni de girarse a mirar a Potter.

— Menuda estupidez — dijo George. La chica lo miro mal.

Bien, Barty conoce el reglamento de cabo a rabo —dijo Bagman, sonriendo y volviéndose hacia Karkarov y Madame Maxime, como si el asunto estuviera cerrado.

Insisto en que se vuelva a proponer a consideración el nombre del resto de mis alumnos —dijo Karkarov. La sonrisa y el tono afectado habían desaparecido. De hecho, la expresión de su rostro no era nada agradable—. Vuelve a sacar el cáliz de fuego, y continuaremos añadiendo nombres hasta que cada colegio cuente con dos campeones. No pido más que lo justo, Dumbledore.

— Eso habría sido ideal — admitió la profesora Sprout. — ¿Por qué no se hizo?

— El cáliz no admite devoluciones — replicó Snape con tono amargo. — La elección ya había concluido y no había vuelta atrás.

Pero, Karkarov, no es así como funciona el cáliz de fuego —objetó Bagman—. El cáliz acaba de apagarse y no volverá a arder hasta el comienzo del próximo Torneo.

¡En el que, desde luego, Durmstrang no participará! —estalló Karkarov—. ¡Después de todos nuestros encuentros, negociaciones y compromisos, no esperaba que ocurriera algo de esta naturaleza! ¡Estoy tentado de irme ahora mismo!

Se oyeron algunos bufidos y varias voces que gritaban:

— ¡Pues que se vaya!

— ¡Buen viaje!

Ésa es una falsa amenaza, Karkarov —gruñó una voz, junto a la puerta—. Ahora no puedes retirar a tu campeón. Está obligado a competir. Como dijo Dumbledore, ha firmado un contrato mágico vinculante. Te conviene, ¿eh?

Moody acababa de entrar en la sala. Se acercó al fuego cojeando, y, a cada paso que daba, retumbaba la pata de palo.

— ¿A qué se refiere? ¿Qué le conviene? — preguntó Hannah Abbott.

— Shhh— chistó Susan Bones. Hannah la miró con reproche.

¿Que si me conviene? —repitió Karkarov—. Me temo que no te comprendo, Moody.

A Harry le pareció que Karkarov intentaba adoptar un tono de desdén, como si ni siquiera mereciera la pena escuchar lo que Moody decía, pero las manos traicionaban sus sentimientos. Estaban apretadas en sendos puños.

— Parece que Karkarov no era muy buen actor — rió Padma Patil.

Harry volvió a intercambiar miradas significativas con Ron y Hermione. Karkarov había sido mejor actor de lo que todos se imaginaban.

¿No me entiendes? —dijo Moody en voz baja—. Pues es muy sencillo, Karkarov. Tan sencillo como que alguien eche el nombre de Potter en ese cáliz sabiendo que si sale se verá forzado a participar.

¡Evidentemente, alguien tenía mucho empeño en que «Hogwag tuviega» el doble de «opogiunidades»! —declaró Madame Maxime.

— Era mucho más complicado que eso — dijo Dumbledore con calma, llamando la atención de todo el mundo. — Alguien tenía un plan muy complejo y detallado para llegar a Harry.

Varias decenas de miradas cayeron sobre en él ese momento y Harry deseó que Dumbledore no hubiera dicho nada.

Estoy completamente de acuerdo, Madame Máxime —asintió Karkarov, haciendo ante ella una leve reverencia—. Voy a presentar mi queja ante el Ministerio de Magia y la Confederación Internacional de Magos...

Si alguien tiene motivos para quejarse es Potter —gruñó Moody—, y, sin embargo, es curioso... No le oigo decir ni medio...

— Claro que no se quejaba — dijo un chico de séptimo. — Todos queríamos participar en el torneo. Aunque no fuera Potter el que dejara su nombre en el cáliz, no puede negar que la idea de ser uno de los campeones le gustaba.

Harry soltó un bufido.

— Me gustaba hasta que resultó que alguien había echado mi nombre para intentar matarme — replicó. — Lo he dicho ya y lo repito: habría preferido no participar.

Algunos seguían sin creérselo y Harry comenzaba a perder la paciencia. Los nervios por leer la pelea con Ron tampoco ayudaban a que se tomara bien las cosas.

— Son imbéciles — murmuró Ginny, y Harry no podía estar más de acuerdo.

¿Y «pog» qué «tendgía» que «quejagse»? —estalló Fleur Delacour, dando una patada en el suelo—. Va a «podeg pagticipag», ¿no? ¡Todos hemos soñado «dugante» semanas y semanas con «seg» elegidos! Mil galeones en metálico... ¡es una «opogtunidad pog» la que muchos «moguiguían»!

Tal vez alguien espera que Potter muera por ella —replicó Moody, con un levísimo matiz de exasperación en la voz.

A estas palabras les siguió un silencio extremadamente tenso.

En el comedor, el silencio también era tenso, aunque no había nadie más tenso que el propio Harry. Se obligó a respirar hondo y relajar los músculos de los hombros, que se le habían tensado tanto que dolía. Escuchar a Moody... no, a Barty Crouch Jr., decir eso como si no supiera exactamente quién esperaba que Harry muriera tras el torneo…

Ludo Bagman, que parecía muy nervioso, se alzaba sobre las puntas de los pies y volvía apoyarse sobre las plantas.

Pero hombre, Moody... ¡vaya cosas dices! —protestó.

— No era ninguna tontería — dijo McGonagall solemnemente.

Como todo el mundo sabe, el profesor Moody da la mañana por perdida si no ha descubierto antes de la comida media docena de intentos de asesinato —dijo en voz alta Karkarov—. Por lo que parece, ahora les está enseñando a sus alumnos a hacer lo mismo. Una rara cualidad en un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, Dumbledore, pero no dudo que tenías tus motivos para contratarlo.

Conque imagino cosas, ¿eh? —gruñó Moody—. Conque veo cosas, ¿eh? Fue una bruja o un mago competente el que echó el nombre del muchacho en el cáliz.

— Ahí se está echando flores — murmuró Ron.

— Tenía que disimular — replicó Hermione.

¡Ah!, ¿qué prueba hay de eso? —preguntó Madame Maxime, alzando sus enormes manos.

¡Que consiguió engañar a un objeto mágico extraordinario! —replicó Moody —. Para hacerle olvidar al cáliz de fuego que sólo compiten tres colegios tuvo que usarse un encantamiento confundidor excepcionalmente fuerte... Porque creo estar en lo cierto al suponer que propuso el nombre de Potter como representante de un cuarto colegio, para asegurarse de que era el único en su grupo...

Muchos parecían impresionados.

— Qué inteligente — se oyó decir a alguien de tercero, que miraba a Moody con apreciación.

El verdadero Moody, sin embargo, frunció el ceño y no se dio por aludido.

— La verdad es que tiene sentido — dijo Dean en voz alta. — Si no podía haber más de un campeón del mismo colegio, Harry debía estar en una categoría diferente, como si perteneciera a otro colegio.

— Y no hay forma de que Harry pudiera haber confundido al cáliz para creer eso — dijo George, girándose para mirar directamente a McLaggen con dureza. Tras unos segundos, miró a Harry y añadió: — Sin ofender, Harry, destruidor de basiliscos, pesadilla de los dementores.

Harry se atragantó con su propia saliva a la par que se oían risitas por diferentes lugares del comedor.

Parece que has pensado mucho en ello, Moody —apuntó Karkarov con frialdad —, y la verdad es que te ha quedado una teoría muy ingeniosa... aunque he oído que recientemente se te metió en la cabeza que uno de tus regalos de cumpleaños contenía un huevo de basilisco astutamente disimulado, y lo hiciste trizas antes de darte cuenta de que era un reloj de mesa. Así que nos disculparás si no te tomamos demasiado en serio...

— ¿Eso es verdad? — preguntó Sirius con una sonrisita.

Moody lo miró como si estuviera loco.

— No — gruñó.

Muchos parecieron decepcionados.

Hay gente que puede aprovecharse de las situaciones más inocentes —contestó Moody con voz amenazante—. Mi trabajo consiste en pensar cómo obran los magos tenebrosos, Karkarov, como deberías recordar.

¡Alastor! —dijo Dumbledore en tono de advertencia.

Si bien gran parte del comedor pareció confusa, hubo algunos (generalmente miembros de la orden o de la familia Weasley) que comprendieron que el comentario no tenía nada de inocente.

Por un momento, Harry se preguntó a quién se estaba dirigiendo, pero luego comprendió que Ojoloco no podía ser el verdadero nombre de Moody.

Se escucharon risitas.

— A veces se me olvida que solo tenías catorce años — sonrió Lupin.

Harry bufó, algo avergonzado.

— ¿Entonces Ojoloco no es su nombre de verdad? — se oyó preguntar a una niña de primero.

— Claro que no — dijo Tonks, a la vez que Moody gruñía. — Es su apodo, por razones obvias.

Algunos se quedaron mirándole el ojo mágico, pero bastaba que Moody les devolviera la mirada para que agacharan las cabezas con apuro.

Éste se calló, aunque siguió mirando con satisfacción a Karkarov, que tenía el rostro encendido de cólera.

No sabemos cómo se ha originado esta situación —continuó Dumbledore dirigiéndose a todos los reunidos en la sala—. Pero me parece que no nos queda más remedio que aceptar las cosas tal como están. Tanto Cedric como Harry han sido seleccionados para competir en el Torneo. Y eso es lo que tendrán que hacer.

Amos Diggory eligió ese momento para lanzarle una mirada mordaz a Harry, como si él tuviera la culpa de que Cedric hubiera tenido que compartir el título de campeón de Hogwarts. Harry fingió no notarlo.

Ah, «pego, Dumbledog»...

Mi querida Madame Maxime, si se le ha ocurrido a usted una alternativa, estaré encantado de escucharla.

Dumbledore aguardó, pero Madame Maxime no dijo nada; se limitó a mirarlo duramente. Y no era la única: Snape parecía furioso, Karkarov estaba lívido. Bagman, en cambio, parecía bastante entusiasmado.

— A Bagman lo único que le importaba era que el torneo fuera emocionante — resopló Percy.

Bueno, ¿nos ponemos a ello, entonces? —dijo frotándose las manos y sonriendo a todo el mundo—. Tenemos que darles las instrucciones a nuestros campeones, ¿no? Barty, ¿quieres hacer el honor?

El señor Crouch pareció salir de un profundo ensueño.

Sí —respondió—, las instrucciones. Sí... la primera prueba...

Harry se dio cuenta en ese momento de que Crouch había estado en la misma habitación que su hijo (y futuro asesino) en aquel momento, y que dos mortífagos estaban allí, así como una semi-gigante y una semi-veela... Ciertamente, había sido un grupo de gente peculiar.

Fue hacia la zona iluminada por el fuego. De cerca, a Harry le pareció que se encontraba enfermo. Se lo veía ojeroso, y la piel, arrugada y reseca, mostraba un aspecto que no era el que tenía durante los Mundiales de Quidditch.

— ¿Estaba enfermo? — preguntó Dennis Creevey.

— Sería eso — replicó un chico de tercero.

La primera prueba está pensada para medir vuestro coraje —les explicó a Harry, Cedric, Fleur y Krum—, así que no os vamos a decir en qué consiste. El coraje para afrontar lo desconocido es una cualidad muy importante en un mago, muy importante...

— Bueno, eso Harry ya lo había demostrado de sobra — dijo Charlie, haciendo que Harry se ruborizara.

La primera prueba se llevará a cabo el veinticuatro de noviembre, ante los demás estudiantes y el tribunal. A los campeones no les está permitido solicitar ni aceptar ayuda de ningún tipo por parte de sus profesores para llevar a cabo las pruebas del Torneo.

Harry hizo una mueca. ¿Cómo se tomaría la gente el hecho de que ninguno de los campeones había cumplido esa norma?

Harán frente al primero de los retos armados sólo con su varita. Cuando la primera prueba haya dado fin, recibirán información sobre la segunda. Debido a que el Torneo exige una gran dedicación a los campeones, éstos quedarán exentos de los exámenes de fin de año.

Se oyeron quejas a lo largo de todo el comedor.

— ¿En serio? ¡No sabía eso! — exclamó un Slytherin de séptimo. — Me habría presentado si lo hubiera sabido.

— Jo, Harry. Entonces apenas has hecho exámenes — dijo Lee Jordan con envidia. — En segundo tampoco hiciste.

— Ese año nadie hizo exámenes — le recordó Hermione.

El señor Crouch se volvió hacia Dumbledore.

Eso es todo, ¿no, Albus?

Creo que sí —respondió Dumbledore, que observaba al señor Crouch con algo de preocupación—. ¿Estás seguro de que no quieres pasar la noche en Hogwarts, Barty?

No, Dumbledore, tengo que volver al Ministerio—contestó el señor Crouch—. Es un momento muy difícil, tenemos mucho trabajo. He dejado a cargo al joven Weatherby...

Percy dio un salto en su asiento y se irguió con orgullo.

Es muy entusiasta; a decir verdad, quizá sea demasiado entusiasta...

El orgullo se evaporó, al tiempo que se escuchaban risas.

— Y seguía sin saberse tu nombre — dijo un Slytherin de sexto con maldad. — Qué triste.

— Más triste es la cara que debió quedársele a tu madre cuando te vio por primera vez — replicó Fred sin perder ni un segundo.

Se oyeron muchos "Ohhhh" y carcajadas por todo el comedor. Harry notó que Hagrid intentaba disimular, pero su sonrisa era tan grande que no había manera.

El Slytherin, por su parte, dijo algo que nadie oyó debido al alboroto (y que probablemente era un insulto hacia Fred) y cerró la boca, de mal humor.

Al menos tomarás algo de beber antes de irte... —insistió Dumbledore.

Vamos, Barty. ¡Yo me voy a quedar! —dijo Bagman muy animado—. Ahora es en Hogwarts donde ocurren las cosas, ya lo sabes. ¡Es mucho más emocionante que la oficina!

Hermione rodó los ojos, pero fue Angelina la que habló:

— Era como un niño grande — dijo, el desagrado muy claro en su voz.

Creo que no, Ludo —contestó Crouch, con algo de su sempiterna impaciencia.

Profesor Karkarov, Madame Maxime, ¿una bebida antes de que nos retiremos a descansar? —ofreció Dumbledore.

Pero Madame Maxime ya le había pasado a Fleur un brazo por los hombros y la sacaba rápidamente de la sala. Harry las oyó hablar muy rápido en francés al salir al Gran Comedor. Karkarov le hizo a Krum una seña, y ellos también salieron, aunque en silencio.

— No debían estar muy contentos — dijo Wood. — Sinceramente, no me extraña. A sus ojos debía parecer que Hogwarts estaba haciendo trampas.

— Exactamente — replicó Fleur. — Nos sentíamos engañados.

Krum asintió, mostrando su acuerdo con Fleur.

Harry, Cedric, os recomiendo que subáis a los dormitorios —les dijo Dumbledore, sonriéndoles—. Estoy seguro de que las casas de Hufflepuff y Gryffindor os aguardan para celebrarlo con vosotros, y no estaría bien privarlas de esta excelente excusa para armar jaleo.

La profesora Umbridge no pareció nada contenta al escuchar eso y lanzó una mirada enfadada hacia los Gryffindor, como si hacer fiestas en la sala común fuera una ofensa hacia el ministerio.

Harry miró a Cedric, que asintió con la cabeza, y salieron juntos.

El Gran Comedor se hallaba desierto. Las velas, casi consumidas ya, conferían a las dentadas sonrisas de las calabazas un aspecto misterioso y titilante.

O sea —comentó Cedric con una sutil sonrisa— ¡que volvemos a jugar el uno contra el otro!

— Diggory se lo tomó bastante bien — dijo un niño de primero con sorpresa.

— Nos lo tomamos nosotros peor — admitió uno de los amigos de Cedric. — Él era demasiado amable.

Amos asintió levemente, tan levemente que Harry no se habría dado cuenta si no hubiera estado mirándolo con atención en ese momento.

Eso parece —repuso Harry. No se le ocurría nada que decir. En su cabeza reinaba una confusión total, como si le hubieran robado el cerebro.

— Eso lo describía bien — resopló Harry.

Por suerte, la mayoría del comedor ya parecía haber aceptado que él no metió el nombre en el cáliz de fuego, porque gran parte de las miradas y gestos que cayeron sobre él fueron de apoyo.

Bueno, cuéntame —le dijo Cedric cuando entraban en el vestíbulo, pálidamente iluminado por las antorchas—. ¿Cómo hiciste para dejar tu nombre?

No lo hice —le contestó Harry levantando la mirada hacia él—. Yo no lo puse. He dicho la verdad.

Ah... vale —respondió Cedric. Era evidente que no le creía—. Bueno... hasta mañana, pues.

— No le puedes culpar por no creerte. Casi nadie lo hizo — dijo Marietta.

— No le culpo — replicó Harry antes de que alguien pudiera hacerse la idea equivocada.

En vez de continuar por la escalinata de mármol, Cedric se metió por una puerta que quedaba a su derecha. Harry lo oyó bajar por la escalera de piedra y luego, despacio, comenzó él mismo a subir por la de mármol.

¿Iba a creerle alguien aparte de Ron y Hermione, o pensarían todos que él mismo se había apuntado para el Torneo?

Harry notó a Ron tensarse a su lado y sintió los nervios regresar a su estómago con fiereza. No quería leer esto… Ni quería que se leyera frente a todos.

Pero ¿cómo podía creer eso nadie, cuando iba a enfrentarse a tres competidores que habían recibido tres años más de educación mágica que él, cuando tendría que enfrentarse a unas pruebas que no sólo serían muy peligrosas, sino que debían ser realizadas ante cientos de personas? Sí, es verdad que había pensado en ser campeón: había dejado volar la imaginación. Pero había sido una locura, realmente, una especie de sueño. En ningún momento había considerado seriamente la posibilidad de entrar...

El silencio en el comedor era absoluto. Los pocos que todavía habían dudado parecían incómodos, incluso McLaggen, aunque los ojos de George clavados en él quizá también contribuían a su visible incomodidad.

Pero había alguien que sí lo había considerado, alguien que quería que participara en el Torneo, y se había asegurado de que entraba. ¿Por qué? ¿Para darle un gusto? No sabía por qué, pero le parecía que no.

— ¿Tú crees, Potter? — bufó Malfoy, mirándole como si fuera tonto.

Harry rodó los ojos.

¿Para verlo hacer el ridículo? Bueno, seguramente quedaría complacido.

— No te creas, lo hiciste bastante bien — dijo Luna amablemente. Harry se lo agradeció.

¿O lo había hecho para que muriera? ¿Moody había estado simplemente dando sus habituales muestras de paranoia? ¿No podía haber puesto alguien su nombre en el cáliz de fuego para hacerle una gracia, como parte de un juego? ¿De verdad había alguien que deseaba que muriera?

— ¿Todavía te lo preguntas? — volvió a decir Malfoy, incrédulo. — No sé si eres muy tonto o muy inocente.

— Ninguna de las dos cosas — replicó Harry, enfadado. — Recuerdo haber pensado en Voldemort inmediatamente.

— Pues aquí lo que ha salido es que tu primer pensamiento fue que quizá alguien quería hacerte feliz — respondió Malfoy.

— No, fue que no me parecía que quien lo hubiera hecho quisiera hacerme feliz — corrigió Harry.

Malfoy iba a replicar algo, pero un par de risitas tontas lo distrajeron.

Se trataba de un grupito de chicas de tercero, que pasaban la mirada de Harry a Malfoy y cuchicheaban, emocionadas. Como Harry y Malfoy se habían callado y el comedor se encontraba en silencio, Harry alcanzó a oír la palabra "drarry" antes de que una de ellas le tapara la boca a otra, avergonzada.

Exasperado, Harry le hizo una señal a Kirke para que continuara leyendo, no queriendo hablar ni una palabra más con Malfoy. Él debió sentir lo mismo, porque hizo una mueca y no dijo nada más.

A Harry no le costó responderse esa última pregunta. Sí, había alguien que deseaba que muriera, había alguien que quería matarlo desde antes de que cumpliera un año: lord Voldemort.

Aunque no quería hablar con él, Harry no pudo evitar mirar a Malfoy como diciendo "¿Ves? Pensé en él". Malfoy lo vio y rodó los ojos.

Pero ¿cómo podía Voldemort haber echado el nombre de Harry en el cáliz de fuego? Se suponía que estaba muy lejos, en algún país distante, solo, oculto, débil e impotente...

— Pero no estaba solo — murmuró Neville. — Estaba con Colagusano…

Pero, en aquel sueño que había tenido justo antes de despertarse con el dolor en la cicatriz, Voldemort no se hallaba solo: hablaba con Colagusano, tramaba con él el asesinato de Harry...

El silencio del comedor se intensificó. Algunos intercambiaron miradas nerviosas.

Harry se llevó una sorpresa al encontrarse de pronto delante de la Señora Gorda, porque apenas se había percatado de adónde lo llevaban los pies. Fue también sorprendente ver que la Señora Gorda no estaba sola dentro de su marco: la bruja del rostro arrugado —la que se había metido en el cuadro de su vecino cuando él había entrado en la sala donde aguardaban los campeones— se hallaba en aquel momento sentada, muy orgullosa, al lado de la Señora Gorda. Tenía que haber pasado a toda prisa de cuadro en cuadro a través de siete tramos de escalera para llegar allí antes que él.

— ¿Los retratos pueden cansarse? — preguntó Dennis.

— No de la misma forma que los vivos, pero sí — replicó la profesora McGonagall.

Tanto ella como la Señora Gorda lo miraban con el más vivo interés.

Bien, bien —dijo la Señora Gorda—, Violeta acaba de contármelo todo. ¿A quién han escogido al final como campeón?

«Tonterías» —repuso Harry desanimado.

¡Cómo que son tonterías! —exclamó indignada la bruja del rostro arrugado.

Se escuchó alguna risita y más de un resoplido exasperado.

No, no, Violeta, ésa es la contraseña —dijo en tono apaciguador la Señora Gorda, girando sobre sus goznes para dejarlo pasar a la sala común.

El jaleo que estalló ante Harry al abrirse el retrato casi lo hace retroceder. Al segundo siguiente se vio arrastrado dentro de la sala común por doce pares de manos y rodeado por todos los integrantes de la casa de Gryffindor, que gritaban, aplaudían y silbaban.

¡Tendrías que habernos dicho que ibas a participar! —gritó Fred. Parecía en parte enfadado y en parte impresionado.

— Más lo segundo que lo primero — afirmó Fred.

¿Cómo te las arreglaste para que no te saliera barba? ¡Increíble! —gritó George.

No lo hice —respondió Harry—. No sé cómo...

Pero Angelina se abalanzaba en aquel momento hacia él.

¡Ah, ya que no soy yo, me alegro de que por lo menos sea alguien de Gryffindor...!

Hubo alumnos de Hufflepuff que la miraron mal, pero Angelina rodó los ojos y replicó:

— Vosotros habríais pensado lo mismo en mi lugar, no podéis negarlo.

Nadie se atrevió a llevarle la contraria.

¡Ahora podrás tomarte la revancha contra Diggory por lo del último partido de quidditch, Harry! —le dijo chillando Katie Bell, otra de las cazadoras del equipo de Gryffindor.

Katie hizo una mueca, pero no dijo nada.

Tenemos algo de comida, Harry. Ven a tomar algo...

No tengo hambre. Ya comí bastante en el banquete.

Pero nadie quería escuchar que no tenía hambre, nadie quería escuchar que él no había puesto su nombre en el cáliz de fuego, nadie en absoluto se daba cuenta de que no estaba de humor para celebraciones...

Algunos Gryffindor intercambiaron miradas llenas de culpabilidad.

Lee Jordan había sacado de algún lado un estandarte de Gryffindor y se empeñó en ponérselo a Harry a modo de capa. Harry no pudo zafarse. Cada vez que intentaba escabullirse por la escalera hacia los dormitorios, sus compañeros cerraban filas obligándolo a tomar otra cerveza de mantequilla y llenándole las manos de patatas fritas y cacahuetes.

— Quizá nos pasamos un poco — admitió Seamus.

— Perdón por eso — dijo Lee Jordan a la vez.

Pero a Harry no le importaba lo que se estaba leyendo, en absoluto, porque sabía lo que estaban a punto de leer y no tenía ningunas ganas de hacerlo. Preferiría leer mil y una veces cómo los Gryffindor lo habían envuelto en estandartes contra su voluntad y habían ignorado sus sentimientos antes que escuchar lo que había sucedido justo después.

Ron debía estar pensando algo similar, porque había empalidecido mucho.

Todos querían averiguar cómo lo había hecho, cómo había burlado la raya de edad de Dumbledore y logrado meter el nombre en el cáliz de fuego.

No lo hice —repetía una y otra vez—. No sé cómo ha ocurrido.

Pero, para el caso que le hacían, lo mismo le hubiera dado no abrir la boca.

— Sé que no es excusa, pero estábamos muy emocionados — dijo Katie, apenada. — Perdona, Harry.

Varias voces se sumaron a su disculpa, incluidas las de los hermanos Creevey, que parecían consternados.

— No pasa nada — se obligó a decir Harry en voz alta, solo para calmar los ánimos. Ciertamente, le importaba un pimiento si toda la casa Gryffindor le pedía disculpas o no. Solo le importaba la opinión de una persona y lo que pasaría cuando todos supieran…

¡Estoy cansado! —gritó al fin, después de casi media hora—. No, George, en serio... Me voy a la cama.

George hizo una mueca al escuchar eso, pero no dijo nada.

Lo que quería por encima de todo era encontrar a Ron y Hermione para comentar las cosas con algo de sensatez, pero ninguno de ellos parecía hallarse en la sala común.

— Eso es raro — dijo Terry Boot, frunciendo el ceño. — Cualquiera habría pensado que ellos dos serían los primeros en abalanzarse sobre ti en cuanto entraras por la puerta.

Hermione tenía la vista fija en el suelo, mientras que Ron se miraba las manos, incómodo.

Insistiendo en que necesitaba dormir, y casi pasando por encima de los pequeños hermanos Creevey, que intentaron detenerlo al pie de la escalera, Harry consiguió desprenderse de todo el mundo y subir al dormitorio tan rápido como pudo.

Para su alivio, vio a Ron tendido en su cama, completamente vestido; no había nadie más en el dormitorio. Miró a Harry cuando éste cerró la puerta tras él.

Harry notaba como si hubiera una bola de nervios en su estómago. De nuevo, se forzó a respirar hondo.

¿Dónde has estado? —le preguntó Harry.

Ah, hola —contestó Ron.

Ron hizo un ruido raro con la garganta y Harry lo miró. Decir que Ron estaba incómodo no era suficiente: parecía estar deseando salir corriendo del comedor. Sin embargo, seguía allí sentado, a su lado, y Harry se preguntó qué estaría pasando por su cabeza.

Le sonreía, pero era una sonrisa muy rara, muy tensa. De pronto Harry se dio cuenta de que todavía llevaba el estandarte de Gryffindor que le había puesto Lee Jordan. Se apresuró a quitárselo, pero lo tenía muy bien atado. Ron permaneció quieto en la cama, observando los forcejeos de Harry para aflojar los nudos.

Hubo murmullos.

— ¿Qué pasaba? — preguntó Lisa Turpin, curiosa.

— Creo que fue cuando se pelearon — replicó Lavender, algo alterada.

Los murmullos aumentaron y esta vez fueron acompañados de numerosas miradas sorprendidas que Harry hizo un gran esfuerzo para ignorar. Sin embargo, Ron parecía estar hundiéndose bajo su peso.

Bueno —dijo, cuando por fin Harry se desprendió el estandarte y lo tiró a un rincón—, enhorabuena.

¿Qué quieres decir con eso de «enhorabuena»? —preguntó Harry, mirando a Ron. Decididamente había algo raro en la manera en que sonreía su amigo. Era más bien una mueca.

La señora Weasley tenía el ceño fruncido en una expresión de incomprensión, mientras que su marido simplemente parecía triste, como si ya supiera exactamente lo que se iba a leer. Entre los Weasley, el ambiente era sombrío.

Bueno... eres el único que logró cruzar la raya de edad —repuso Ron—. Ni siquiera lo lograron Fred y George. ¿Qué usaste, la capa invisible?

La capa invisible no me hubiera permitido cruzar la línea —respondió Harry.

Ah, bien. Pensé que, si había sido con la capa, podrías habérmelo dicho... porque podría habernos tapado a los dos, ¿no? Pero encontraste otra manera, ¿verdad?

— Así que ese es el problema — dijo Padma. — Ron estaba dolido porque Harry no lo había incluido en su plan.

— Era más complicado que eso — replicó Hermione, aunque su tono de voz mostraba que preferiría no hablar del tema.

Escucha —dijo Harry—. Yo no eché mi nombre en el cáliz de fuego. Ha tenido que hacerlo alguien, no sé quién.

Ron alzó las cejas.

¿Y por qué se supone que lo ha hecho?

No lo sé —dijo Harry. Le pareció que sonaría demasiado melodramático contestar «para verme muerto».

— Un poco — admitió Ron, sorprendiendo a Harry porque era lo primero que había dicho desde que comenzaron a leer su discusión. Parecía que decir esas dos palabras le había costado, pero todavía le estaba costando más continuar. Aun así, lo hizo: — Pero era cierto, aunque sonara dramático.

Harry asintió, sin saber qué decir.

Ron levantó las cejas tanto que casi quedan ocultas bajo el flequillo.

Vale, bien. A mí puedes decirme la verdad —repuso—. Si no quieres que lo sepa nadie más, estupendo, pero no entiendo por qué te molestas en mentirme a mí. No te vas a ver envuelto en ningún lío por decirme la verdad.

— Te está llamando mentiroso a la cara — bufó Roger Davies.

— Qué fuerte — saltó una chica de Slytherin. — Yo pensaba que tenían más confianza.

Como ellos, más voces se unieron a las quejas, hasta que las mejillas de Ron se tornaron rojas y Harry deseó que todo el mundo se callara. Por suerte, Kirke continuó leyendo rápido.

Esa amiga de la Señora Gorda, esa tal Violeta, nos ha contado a todos que Dumbledore te ha permitido entrar. Un premio de mil galeones, ¿eh? Y te vas a librar de los exámenes finales...

¡No eché mi nombre en el cáliz! —exclamó Harry, comenzando a enfadarse.

Vale, tío —contestó Ron, empleando exactamente el mismo tono escéptico de Cedric—.

Algunos jadearon.

— No me esperaba que Weasley dudara de Potter después de decirle claramente que él no se presentó al torneo — exclamó un chico de cuarto.

— ¿No se supone que era su mejor amigo? Qué poca confianza — bufó un Ravenclaw, enfadado.

Pero esta mañana dijiste que lo habrías hecho de noche, para que nadie te viera... No soy tan tonto, ¿sabes?

Pues nadie lo diría.

El comedor estalló.

— ¡Pelea, pelea! — chilló un chico de primero, emocionado.

— ¡Lo ha matado! — exclamó un chico de segundo.

— ¡Genial!

— ¡Vaya respuesta!

— Ya le vale a Weasley, qué mal amigo.

— ¡Pues menos mal que eran amigos!

— ¿Pero en serio se pelearon? Ahora están sentados juntos.

— ¡Weasley es idiota!

— ¡El idiota es Potter! Weasley solo pensaba lo mismo que los demás.

La profesora McGonagall tuvo que provocar una explosión con la varita para que todo el mundo se quedara en silencio.

— ¡Suficiente! — exclamó. — Siga leyendo, señor Kirke.

¿Sí? —Del rostro de Ron se borró todo asomo de sonrisa, ya fuera forzada o de otro tipo—. Supongo que querrás acostarte ya, Harry. Mañana tendrás que levantarte temprano para alguna sesión de fotos o algo así.

— Cómo se notan los celos — bufó Parvati.

— Le tenía mucha envidia — dijo Nott a la vez, claramente disfrutando del caos.

Ron ni siquiera se defendió. Tenía la cara muy roja y la cabeza gacha, y no se atrevía a mirar a nadie. La señora Weasley parecía muy apenada al ver así a su hijo.

Tiró de las colgaduras del dosel de su cama para cerrarlas, dejando a Harry allí, de pie junto a la puerta, mirando las cortinas de terciopelo rojo que en aquel momento ocultaban a una de las pocas personas de las que nunca habría pensado que no le creería.

Ron hizo un ruido raro y, viendo su expresión, Harry no tuvo la menor duda de que esa frase le había hecho más daño que todos los insultos que habían volado hacia él durante los últimos minutos.

— Así acaba — dijo Kirke, con cara de circunstancias.

Dumbledore se puso en pie.

— Es hora de hacer un descanso, para comer y recargar energías, ¿no creéis? Nos vemos dentro de una hora.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII 

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