jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 10

 Alboroto en el ministerio:


— Disculpe, señor Goyle — lo llamó Dumbledore. — ¿Podría leer el título del siguiente capítulo, si es tan amable?

Goyle, que se encontraba ya a medio camino entre la tarima y su asiento, tuvo que dar media vuelta. Tomó el libro de nuevo, tardó unos segundos en encontrar la página (puesto que había cerrado el libro sin marcarla) y leyó de mala gana:

— Alboroto en el ministerio.

Goyle volvió a dejar el libro en su lugar y bajó de la tarima, al tiempo que Dumbledore pedía un nuevo voluntario. Esta vez, varias personas alzaron la mano, entre ellas Romilda Vane, quien finalmente fue la elegida.

La chica subió casi al trote, llena de emoción.

— Alboroto en el Ministerio — repitió y, sin perder más tiempo, comenzó a leer.

El señor Weasley los despertó cuando llevaban sólo unas pocas horas durmiendo. Usó la magia para desmontar las tiendas, y dejaron el cámping tan rápidamente como pudieron. Al pasar por al lado del señor Roberts, que estaba a la puerta de su casita, vieron que tenía un aspecto extraño, como de aturdimiento. El muggle los despidió con un vago «Feliz Navidad».

— ¡Pobre hombre! — exclamó Susan Bones.

— Le dejaron el cerebro frito — dijo Lee Jordan con una mueca.

— ¿Qué le pasó después de eso? ¿Se recuperó? — preguntó Luna.

El señor Weasley asintió, tras lo que Luna pareció aliviada.

Se recuperará —aseguró el señor Weasley en voz baja, de camino hacia el páramo—. A veces, cuando se modifica la memoria de alguien, al principio se siente desorientado... y es mucho lo que han tenido que hacerle olvidar.

— Se habrían ahorrado todo ese trabajo si hubieran enviado al señor Roberts de vacaciones — se quejó Terry Boot.

Harry estaba totalmente de acuerdo. Fudge, por otro lado, evitó contestar.

Al acercarse al punto donde se hallaban los trasladores oyeron voces insistentes. Cuando llegaron vieron a Basil, el que estaba a cargo de los trasladores, rodeado de magos y brujas que exigían abandonar el cámping lo antes posible.

— Lo que me sorprende es que tanta gente se esperara a la mañana siguiente — dijo Padma Patil. — Yo me habría querido marchar esa misma madrugada.

El señor Weasley discutió también brevemente con Basil, y terminaron poniéndose en la cola. Antes de que saliera el sol cogieron un neumático viejo que los llevó a la colina de Stoatshead. Con la luz del alba, regresaron por Ottery St. Catchpole hacia La Madriguera, hablando muy poco porque estaban cansados y no pensaban más que en el desayuno.

— En el desayuno y en la marca tenebrosa sobre el cielo — dijo Charlie en tono irónico.

Cuando doblaron el recodo del camino y La Madriguera apareció a la vista, les llegó por el húmedo camino el eco de una persona que gritaba:

¡Gracias a Dios, gracias a Dios!

La señora Weasley, que evidentemente los había estado aguardando en el jardín delantero, corrió hacia ellos, todavía calzada con las zapatillas que se ponía para salir de la cama, la cara pálida y tensa y un ejemplar estrujado de El Profeta en la mano.

¡Arthur, qué preocupada me habéis tenido, qué preocupada!

Le echó a su marido los brazos al cuello, y El Profeta se le cayó de la mano. Al mirarlo en el suelo, Harry distinguió el titular «Escenas de terror en los Mundiales de Quidditch», acompañado de una centelleante fotografía en blanco y negro que mostraba la Marca Tenebrosa sobre las copas de los árboles.

— Debió ser aterrador ver ese titular sabiendo lo que significa la marca — dijo Colin con una mueca.

La señora Weasley no dijo nada. Estaba muy blanca.

Estáis todos bien —murmuraba la señora Weasley como ida, soltando al señor Weasley y mirándolos con los ojos enrojecidos—. Estáis vivos, niños...

Y, para sorpresa de todo el mundo, cogió a Fred y George y los abrazó con tanta fuerza que sus cabezas chocaron.

Muchos se echaron a reír. Fred fingió una mueca de dolor y se llevó la mano a la cabeza.

— Todavía me duele. George tiene la cabeza como una bludger.

— Al contrario que la tuya, Fred, que está blanda porque no hay nada dentro — dijo Bill con una sonrisita. Mientras George soltaba una carcajada, Fred le lanzaba un cojín a Bill con tanto ímpetu que se desvió a medio camino y le dio a Fleur en la cabeza.

Harry no pudo evitar reír al ver a Fred disculparse con expresión de pánico mientras Fleur le lanzaba una mirada indignada.

¡Ay!, mamá... nos estás ahogando...

¡Pensar que os reñí antes de que os fuerais! —dijo la señora Weasley, comenzando a sollozar—. ¡No he pensado en otra cosa! Que si os atrapaba Quien-vosotros-sabéis, lo último que yo os había dicho era que no habíais tenido bastantes TIMOS. Ay, Fred... George...

El ambiente entre los Weasley se tornó solemne de pronto. Harry escuchó un sollozo y, alarmado, se giró para mirar a la señora Weasley, a la que su marido le acababa de tender un pañuelo.

La señora Weasley levantó la mirada hacia los gemelos y lo que Harry vio en sus ojos hizo que se le formara un nudo en la garganta. No hacía falta ser un genio para adivinar en qué estaba pensando. De hecho, Harry estaba seguro de que todos los miembros de la familia tenían lo mismo en mente: la advertencia del encapuchado sobre la futura muerte de Fred.

Charlie apretaba los nudillos; Bill miraba hacia el libro con rostro impasible, si bien la tensión en sus hombros era visible para cualquiera que lo mirara durante más de dos segundos. Ron se había puesto pálido, y Ginny miraba el suelo. Sin embargo, fue la reacción de George la que sorprendió a Harry, porque cuando Harry dirigió la vista directamente hacia él, vio que George se la devolvía. No miraba a su madre, que aún lloraba, ni a su hermano gemelo, que sonreía y le daba palmaditas a Ginny en la espalda. Sus ojos estaban fijos en Harry, pero desvió la mirada antes de que Harry pudiera interpretarla.

En la tarima, ignorando todo lo que sucedía con los Weasley, Romilda siguió leyendo.

Vamos, Molly, ya ves que estamos todos bien —le dijo el señor Weasley en tono tranquilizador, arrancándola de los gemelos y llevándola hacia la casa—. Bill — añadió en voz baja—, recoge el periódico. Quiero ver lo que dice.

Una vez que hubieron entrado todos, algo apretados, en la pequeña cocina y que Hermione hubo preparado una taza de té muy fuerte para la señora Weasley, en el que su marido insistió en echar unas gotas de «whisky envejecido de Ogden», Bill le entregó el periódico a su padre.

— Entonces lo que la calmó no fue el té, fue el alcohol — dijo Sirius con una risita. Sin embargo, la señora Weasley seguía disgustada y no pareció verle la gracia al chiste, a juzgar por la mirada llena de hastío que le lanzó a Sirius.

Éste echó un vistazo a la primera página mientras Percy atisbaba por encima de su hombro.

Me lo imaginaba —dijo resoplando el señor Weasley—. «Errores garrafales del Ministerio... los culpables en libertad... falta de seguridad... magos tenebrosos yendo por ahí libremente... desgracia nacional...» ¿Quién ha escrito esto? Ah, claro... Rita Skeeter.

— Cómo no — bufó Hermione.

Harry sintió una punzada de nervios al pensar que, probablemente, leerían muchas cosas sobre Rita Skeeter a partir de ahora. No le apetecía nada de nada.

¡Esa mujer la tiene tomada con el Ministerio de Magia! —exclamó Percy furioso—. La semana pasada dijo que perdíamos el tiempo con nimiedades referentes al grosor de los calderos en vez de acabar con los vampiros. Como si no estuviera expresamente establecido en el parágrafo duodécimo de las Orientaciones para el trato de los seres no mágicos parcialmente humanos...

Haznos un favor, Percy —le pidió Bill, bostezando—, cállate.

Algunos silbaron y le aplaudieron a Bill. Harry oyó más de una voz gritar "¡Eso, eso!". Miró a Percy, que se había puesto colorado y no decía nada para defenderse.

Sin embargo, esta vez Bill le hizo un gesto de disculpa a su hermano. Esto claramente pilló por sorpresa a Percy, que se quedó con la boca ligeramente abierta y no supo qué responder. Por suerte, Romilda siguió leyendo y no tuvo que decir nada más.

Me mencionan —dijo el señor Weasley, abriendo los ojos tras las gafas al llegar al final del artículo de El Profeta.

¿Dónde? —balbuceó la señora Weasley, atragantándose con el té con whisky —. ¡Si lo hubiera visto, habría sabido que estabas vivo!

La señora Weasley gimió y le cogió el brazo a su marido, todavía angustiada.

No dicen mi nombre —aclaró el señor Weasley—. Escucha: «Si los magos y brujas aterrorizados que aguardaban ansiosamente noticias del bosque esperaban algún aliento proveniente del Ministerio de Magia, quedaron tristemente decepcionados. Un oficial del Ministerio salió del bosque poco tiempo después de la aparición de la Marca Tenebrosa diciendo que nadie había resultado herido, pero negándose a dar más información. Está por ver si su declaración bastará para sofocar los rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque una hora más tarde.» Vaya, francamente... —dijo el señor Weasley exasperado, pasándole el periódico a Percy—. No hubo ningún herido, ¿qué se supone que tendría que haber dicho? «Rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque...» Desde luego, habrá rumores después de publicado esto.

— Eso es lo que pretendía Skeeter — dijo Sirius en voz alta. Muchos se giraron para mirarle, con mucho menos miedo del que habían mostrado días atrás. — Creo que esa mujer disfruta ver el caos.

— Sí, sobre todo si sabe que lo ha causado ella — resopló Lupin.

Exhaló un profundo suspiro.

Molly, voy a tener que ir a la oficina. Habrá que hacer algo.

Iré contigo, papá —anunció gravemente Percy—. El señor Crouch necesitará todas las manos disponibles. Y podré entregarle en persona mi informe sobre los calderos.

Se oyeron murmullos y Harry no tuvo ninguna duda de que estaban criticando a Percy.

Salió aprisa de la cocina.

La señora Weasley parecía disgustada.

¡Arthur, te recuerdo que estás de vacaciones! Esto no tiene nada que ver con la oficina. ¿No se las pueden apañar sin ti?

Tengo que ir, Molly —insistió el señor Weasley—. Por culpa mía están peor las cosas. Me pongo la túnica y me voy...

— Yo no creo que fuera culpa tuya, Arthur — dijo Kingsley. — Solo dijiste la verdad: que no había heridos. Fue Skeeter quien inició los rumores.

— Esa reportera de pacotilla habría iniciado los rumores aunque el mismísimo ministro de magia hubiera salido del bosque a explicarlo todo — gruñó Moody.

Señora Weasley —dijo de pronto Harry, sin poder contenerse—, ¿no ha llegado Hedwig trayéndome una carta?

¿Hedwig, cariño? —contestó la señora Weasley como distraída—. No... no, no ha habido correo.

Algunos le lanzaron miradas exasperadas.

— Creo que no era el mejor momento para preguntar por el correo — dijo Lisa Turpin. — No tienes mucho tacto, ¿no?

Harry bufó y la ignoró totalmente.

Ron y Hermione miraron a Harry con curiosidad. Harry les dirigió una significativa mirada y dijo:

¿Te parece bien que deje mis cosas en tu habitación, Ron?

Sí, claro... Subo contigo —respondió Ron de inmediato—.Hermione...

Voy con vosotros —se apresuró a contestar ella, y los tres salieron de la cocina y subieron la escalera.

— La forma que tenéis de comunicaros delante de todos sin que se note es fascinante — dijo Angelina.

Varias personas murmuraron su acuerdo.

¿Qué pasa, Harry? —preguntó Ron en cuanto cerraron tras ellos la puerta de la habitación de la buhardilla.

Hay algo que no os he dicho —explicó Harry—: cuando desperté el domingo por la mañana, la cicatriz me volvía a doler.

Se oyeron varias exclamaciones.

— ¡Al fin!

— ¡Ya era hora, Potter!

— Tenías que habérselo contado antes — lo regañó una chica de cuarto.

Harry rodó los ojos. No le parecía que hubiera esperado demasiado.

La reacción de Ron y Hermione fue muy parecida a como se la había imaginado en su habitación de Privet Drive. Hermione ahogó un grito y comenzó de inmediato a proponer cosas, mencionando varios libros de consulta y a todo el mundo al que se podía recurrir, desde Albus Dumbledore a la señora Pomfrey, la enfermera de Hogwarts.

— Aunque me siento halagada, admito que yo no sería la mejor opción a la que acudir — dijo la señora Pomfrey. — Las cicatrices causadas por maldiciones no son mi especialidad… especialmente si se tratan de cicatrices tan únicas como la de Potter.

Sintiendo cómo parte del comedor se giraba para observar su cicatriz una vez más, Harry se aplastó el flequillo contra la frente.

Ron se había quedado atónito.

Pero... él no estaba allí... ¿o sí? ¿Estaba por allí Quien-tú-sabes? Quiero decir... la anterior vez que te dolió la cicatriz era porque él estaba en Hogwarts, ¿no?

Estoy seguro de que esta vez no estaba en Privet Drive —dijo Harry—. Pero yo había estado soñando con él... con él y Peter... ya sabéis, Colagusano. Ahora no puedo recordar todo el sueño, pero sí me acuerdo de que hablaban de matar... a alguien.

— A alguien — repitió Ron. — ¿Por qué nos mentiste? Sabías perfectamente a quién querían matar.

Harry se encogió de hombros.

— No quería asustaros.

— Ya estábamos asustados, ¿qué más nos daba estarlo un poco más? — se quejó Hermione.

Había vacilado un momento antes de decir «me», pero no quiso ver a Hermione aún más asustada de lo que ya estaba.

— Vaya, así que a quien no querías asustar era a Granger. Weasley te daba igual — comentó una chica de segundo. — Interesante…

Harry no le veía lo interesante por ningún lado.

— No es que Ron me diera igual — replicó. — Es que Hermione estaba más asustada.

Pero la chica ya no parecía estar escuchándole.

Sólo fue un sueño —afirmó Ron para darle ánimos—. Una pesadilla nada más.

Ron hizo una mueca.

— Lo retiro — murmuró.

Sí... pero ¿seguro que no fue nada más? —replicó Harry, mirando por la ventana al cielo, que iba poniéndose más brillante—. Es extraño, ¿no? Me duele la cicatriz, y tres días después los mortífagos se ponen en marcha y el símbolo de Voldemort aparece en el cielo.

— Está claro que no fue casualidad — dijo un chico de tercero con gesto preocupado.

¡No... pronuncies... ese... nombre! —dijo Ron entre sus dientes apretados.

¿Y recordáis lo que dijo la profesora Trelawney al final de este curso? —siguió Harry, sin hacer caso a Ron.

La profesora Trelawney les daba clase de Adivinación en Hogwarts.

— Ya lo sabemos — se quejó Zacharias Smith.

Del rostro de Hermione desapareció la expresión de terror, y lanzó un resoplido de burla.

Harry, ¡no irás a prestar atención a lo que dijo aquel viejo fraude!

Hermione se ruborizó al sentir la mirada enfadada de la profesora Trelawney.

Umbridge, por otro lado, sonrió ampliamente al escuchar las palabras de Hermione, cosa que pareció disgustar todavía más a la chica.

Tú no estabas allí —contestó Harry—. No la oíste. Aquella vez fue diferente. Ya te lo conté, entró en trance. En un trance de verdad. Y dijo que el Señor Tenebroso se alzaría de nuevo... más grande y más terrible que nunca... y que lo lograría porque su vasallo iba a regresar con él. Y aquella misma noche escapó Colagusano.

Muchos miraron directamente a la profesora Trelawney, que mantenía la cabeza alta con orgullo.

— Aún me sorprende que hiciera una profecía real — admitió Seamus. — Nunca me lo habría esperado.

— Ni tú ni nadie — replicó Dean.

Se hizo un silencio durante el cual Ron hurgaba, sin darse cuenta, en un agujero que había en la colcha de los Chudley Cannons.

¿Por qué preguntaste si había llegado Hedwig, Harry? —preguntó Hermione—. ¿Esperas carta?

Le escribí a Sirius contándole lo de mi cicatriz —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. Espero su respuesta.

¡Bien pensado! —aprobó Ron, y su rostro se alegró un poco—. ¡Seguro que Sirius sabe qué hay que hacer!

Sirius sonrió al escuchar eso.

Esperaba que regresara enseguida —dijo Harry.

Pero no sabemos dónde está Sirius... Podría estar en África o ve a saber dónde, ¿no? opinó sensatamente Hermione—. Hedwig no va a hacer un viaje así en pocos días.

Sí, ya lo sé —admitió Harry, pero sintió un peso en el estómago al mirar por la ventana y no ver a Hedwig.

— ¿Estabas en África? — le preguntó Tonks a Sirius.

— Qué va. Solo te diré que estaba en el sur y que había playas preciosas — contestó él. Harry notó que algunos alumnos miraban a Sirius con envidia y no pudo decidir si le hacía gracia o no. No sabía si, que la misma gente que unos días antes había sido incapaz de mirar a Sirius sin temblar, ahora le tuviera envidia, resultaba cómico o un poco triste.

Vamos a jugar a quidditch en el huerto, Harry —propuso Ron—. Vamos, seremos tres contra tres. Jugarán Bill, Charlie, Fred y George... Puedes intentar el «Amago de Wronski»...

Ron —dijo Hermione, en tono de «no creó que estés siendo muy sensato»—, Harry no tiene ganas de jugar a quidditch justamente ahora... Está preocupado y cansado. Deberíamos ir todos a dormir.

Sí que me apetece jugar a quidditch —la contradijo Harry—. Vamos, cogeré mi Saeta de Fuego.

Hermione abandonó la habitación, murmurando algo que sonó más o menos cómo a: «¡Hombres!»

Muchos se echaron a reír.

— Eso te pasa por asumir los sentimientos de Potter, Granger — se oyó decir a una chica de cuarto a la que, obviamente, no le caía bien Hermione.

Como Hermione pareció contrariada tras escuchar eso, Harry intervino:

— A ver, Hermione tenía razón. Sí que estaba preocupado y cansado, pero prefería distraerme con el quidditch antes que irme a la cama a seguir pensando en esas cosas — replicó.

La chica de cuarto seguía mirando a Hermione con algo parecido a la burla, y Harry decidió que daba igual lo que dijera, la chica no cambiaría de opinión.

Ni Percy ni su padre pararon mucho en casa durante la semana siguiente. Se marchaban cada mañana antes de que se levantara el resto de la familia, y volvían cada noche después de la cena.

Es un absoluto caos —contaba Percy dándose tono, la noche antes del retorno a Hogwarts—. Me he pasado toda la semana apagando fuegos. La gente no ha dejado de enviarnos vociferadores y, claro, si no se abren enseguida, estallan. Hay quemaduras por todo mi escritorio, y mi mejor pluma quedó reducida a cenizas.

— Lo de enviar vociferadores en masa al ministerio siempre me ha parecido una tontería — dijo la profesora McGonagall. — Nunca los escuchan quienes deberían hacerlo.

Fudge se lo tomó como un ataque personal.

— Si llegan doscientas cartas, no puedo leerlas todas — se defendió. — Y los vociferadores son redirigidos a otras oficinas. ¡Imagina si me llegaran directamente a mí! Podría estar en medio de una reunión importante y que de pronto apareciera una dichosa carta. Sería un desastre…

¿Por qué envían tantos vociferadores? —preguntó Ginny mientras arreglaba con celo su ejemplar de Mil y una hierbas y hongos mágicos sobre la alfombrilla que había delante de la chimenea de la sala de estar.

Se oyeron risitas provenientes de una de las esquinas del comedor. Harry vio que se trataba de un grupo de Hufflepuff que miraba a Ginny con sonrisitas burlonas.

Eso puso a Harry de mal humor. ¿Qué más les daba a esas personas si Ginny tenía que arreglar su libro con celo porque no podía comprar uno nuevo? Si eso les parecía un motivo de burla, es que no tenían cerebro.

Para quejarse de la seguridad en los Mundiales —explicó Percy—. Reclaman compensaciones por los destrozos en sus propiedades. Mundungus Fletcher nos ha puesto una demanda por una tienda de doce dormitorios con jacuzzi, pero lo tengo calado: sé a ciencia cierta que estuvo durmiendo bajo una capa levantada sobre unos palos.

Algunos rieron.

— Por qué será que no me sorprende — resopló Sirius.

La señora Weasley miró el reloj de pared del rincón. A Harry le gustaba aquel reloj.

La señora Weasley le sonrió, y él le devolvió la sonrisa.

Resultaba completamente inútil si lo que uno quería saber era la hora, pero en otros aspectos era muy informativo. Tenía nueve manecillas de oro, y cada una de ellas llevaba grabado el nombre de un miembro de la familia Weasley. No había números alrededor de la esfera, sino indicaciones de dónde podía encontrarse cada miembro de la familia; indicaciones tales como «En casa», «En el colegio» y «En el trabajo», pero también «Perdido», «En el hospital» «En la cárcel» y, en la posición en que en los relojes normales está el número doce, ponía «En peligro mortal».

— Me encantaría tener un reloj así — se oyó decir a Dennis Creevey.

Ocho de las manecillas señalaban en aquel instante la posición «En casa», pero la del señor Weasley, que era la más larga, aún seguía marcando «En el trabajo». La señora Weasley exhaló un suspiro.

Vuestro padre no había tenido que ir a la oficina un fin de semana desde los días de Quien-vosotros-sabéis —explicó—. Lo hacen trabajar demasiado. Si no vuelve pronto se le va a echar a perder la cena.

— Para eso existen los encantamientos de estasis — le recordó Sirius.

— Esos encantamientos dejan la comida pastosa y desagradable — se quejó la señora Weasley. — No merecen la pena.

Bueno, papá piensa que tiene que compensar de alguna manera el error que cometió el día del partido, ¿no? —repuso Percy—. A decir verdad, fue un poco imprudente al hacer una declaración pública sin contar primero con la autorización del director de su departamento...

¡No te atrevas a culpar a tu padre por lo que escribió esa miserable de Skeeter! —dijo la señora Weasley, estallando de repente.

Percy hizo una mueca al recordar eso, al tiempo que se oían murmullos y alguna risita de fondo.

— Se lo merece — se oyó decir a una chica de sexto. — Criticar así a su padre… Qué desagradecido.

Percy agachó la cabeza y la pena que Harry ya sentía por él aumentó todavía más. Si bien se había merecido el grito de la señora Weasley, resultaba desagradable ver a todo el comedor posicionarse contra un Weasley, fuera quien fuera.

Si papá no hubiera dicho nada, la vieja Rita habría escrito que era lamentable que nadie del Ministerio informara de nada —intervino Bill, que estaba jugando al ajedrez con Ron—. Rita Skeeter nunca deja bien a nadie. Recuerda que en una ocasión entrevistó a todos los rompedores de maldiciones de Gringotts, y a mí me llamó «gilí del pelo largo».

Volvieron a escucharse risitas. Otros, sin embargo, parecieron indignados.

— ¿Y le permitieron publicar el artículo con el insulto? ¡Qué mal! — exclamó una Slytherin de séptimo.

Bueno, la verdad es que está un poco largo, cielo —dijo con suavidad la señora Weasley—. Si me dejaras tan sólo que...

No, mamá.

— Qué pesada — se oyó decir a alguien unos sofás más allá. Harry no supo quién fue, pero pensó que mejor así, porque que criticaran a la señora Weasley le molestaba más que cuando criticaban a Percy.

La lluvia golpeaba contra la ventana de la sala de estar. Hermione se hallaba inmersa en el Libro reglamentario de hechizos, curso 4º, del que la señora Weasley había comprado ejemplares para ella, Harry y Ron en el callejón Diagon. Charlie zurcía un pasamontañas a prueba de fuego.

— ¿Sabes zurcir? — exclamó Katie, impresionada.

Charlie se encogió de hombros.

— No se me da mal. Me enseñó mi madre — dijo, mirando a la señora Weasley y sonriéndole. — Aunque ella te dirá que todavía tengo mucho que aprender.

— Lo haces muy bien — se apresuró a decir la señora Weasley, quizá demasiado rápido para resultar creíble, pero Charlie no se lo tomó mal.

Harry, que tenía a sus pies el equipo de mantenimiento de escobas voladoras que le había regalado Hermione el día en que cumplió trece años, le sacaba brillo a su Saeta de Fuego. Fred y George estaban sentados en un rincón algo apartado, con las plumas en la mano, cuchicheando con la cabeza inclinada sobre un pedazo de pergamino.

¿Qué andáis tramando? —les preguntó la señora Weasley de pronto, con los ojos clavados en ellos.

Son deberes —explicó vagamente Fred.

No digas tonterías. Todavía estáis de vacaciones —replicó la señora Weasley.

— Como excusa es bastante mala — se burló Angelina.

Fred suspiró.

— No estaba inspirado ese día.

Sí, nos hemos retrasado bastante —repuso George.

No estaréis por casualidad redactando un nuevo cupón de pedido, ¿verdad? — dijo con recelo la señora Weasley—. Espero que no se os haya pasado por la cabeza volver a las andadas con los «Sortilegios Weasley».

Al escuchar las palabras "Sortilegios Weasley", Umbridge le lanzó a los gemelos una mirada asesina que ellos fingieron no notar. Ambos trataron de mantener el semblante tan angelical como fuera posible, aunque Harry dudaba que alguien se creyera esa fachada.

¡Mamá! —dijo Fred, levantando la vista hacia ella, con mirada de dolor—. Si mañana se estrella el expreso de Hogwarts y George y yo morimos, ¿cómo te sentirías sabiendo que la última cosa que oímos de ti fue una acusación infundada?

Todos se rieron, hasta la señora Weasley.

No reía en el presente. La señora Weasley hizo una mueca al oír eso y dejó escapar un quejido.

— No bromeéis más con eso — les pidió.

— Mamá, deja de preocuparte tanto — dijo Fred. El comedor se había quedado en silencio y todo el mundo lo miraba a él. — Da igual lo que dijeran esos tipos del futuro. Para eso estamos leyendo, ¿no? Para cambiar las cosas. No me va a pasar nada.

— Ay — La señora Weasley se abalanzó sobre Fred, envolviéndolo en un abrazo. Volvían a caerle lágrimas por las mejillas y Harry tuvo que apartar la mirada, porque ver a la señora Weasley tan disgustada le hacía sentirse mal.

Fred le dio unas palmaditas a su madre en la espalda, al tiempo que le lanzaba a su padre miradas de pánico. Cuando el señor Weasley no hizo nada para detener a su esposa, Fred intercambió miradas con sus hermanos, pero ninguno se ofreció a ayudar a Fred a liberarse del abrazo.

Tuvo que esperar a que su madre se calmara y lo dejara ir por voluntad propia, pero para entonces Romilda ya había continuado leyendo.

¡Ya viene vuestro padre! —anunció repentinamente, al volver a mirar el reloj. La manecilla del señor Weasley había pasado de pronto de «En el trabajo» a «Viajando». Un segundo más tarde se había detenido en la indicación «En casa», con las demás manecillas, y lo oyeron en la cocina.

¡Voy, Arthur! —dijo la señora Weasley, saliendo a toda prisa de la sala.

Un poco después el señor Weasley entraba en la cálida sala de estar, con su cena en una bandeja. Parecía reventado de cansancio.

— Lo estaba — admitió el señor Weasley.

Algunos lo miraron con pena.

Bueno, ahora sí que se va a armar la gorda —dijo, sentándose en un butacón junto al fuego, y jugueteando sin entusiasmo con la coliflor un poco mustia de su plato—. Rita Skeeter se ha pasado la semana husmeando en busca de algún otro lío ministerial del que informar en el periódico, y acaba de enterarse de la desaparición de la pobre Bertha, así que ya tiene titular para El Profeta de mañana. Le advertí a Bagman que debería haber mandado a alguien a buscarla hace mucho tiempo.

Entre los alumnos, muchos intercambiaron miradas significativas. La mención de Bertha en el sueño de Harry todavía seguía presente en las memorias de todos.

El señor Crouch lleva semanas diciendo lo mismo —se apresuró a añadir Percy.

Crouch tiene suerte de que Rita no se haya enterado de lo de Winky —dijo el señor Weasley irritado—. Habríamos tenido una semana entera de titulares a propósito de que encontraran a su elfina doméstica con la varita con la que se invocó la Marca Tenebrosa.

— Seguro que Skeeter se sentiría muy frustrada si supiera que se le escapó aquella noticia — dijo Ron alegremente.

Creía que todos estábamos de acuerdo en que esa elfina, aunque sea una irresponsable, no fue quien convocó la Marca —replicó Percy, molesto.

¡Si te interesa mi opinión, el señor Crouch tiene mucha suerte de que en El Profeta nadie sepa lo mal que trata a los elfos! —dijo enfadada Hermione.

Se oyeron varios "Uuuuh" y muchas risitas de estudiantes que pasaban la mirada entre Hermione y Percy, como esperando que también pelearan en el presente.

¡Mira por dónde! —repuso Percy—. Hermione, un funcionario de alto rango del Ministerio como es el señor Crouch merece una inquebrantable obediencia por parte de su servicio.

¡Por parte de su esclava, querrás decir! —contestó Hermione, elevando estridentemente la voz—. Porque a Winky no le pagaba, ¿verdad?

— Y dale. ¡Que los elfos no quieren cobrar! — exclamó Pansy Parkinson. — Mira que eres cabezota, Granger.

Hermione le lanzó una mirada enfadada.

— No, los cabezotas sois todos aquellos que os negáis a ver que el trato que reciben los elfos domésticos es lamentable. Pero claro, es mucho más fácil mantener el status quo y seguir aprovechándoos de una raza de criaturas inocentes que haceros vosotros vuestra propia colada.

Se hizo el silencio. Pansy y Hermione seguían lanzándose miradas asesinas, hasta que un valiente Ravenclaw dijo en voz alta:

— Bueno, precisamente la colada no la suelen hacer, ¿no? Por lo de la prenda…

El chico cerró la boca al sentir la mirada que le echó Hermione.

¡Creo que será mejor que subáis todos a repasar vuestro equipaje! —dijo la señora Weasley, terminando con la discusión—. ¡Vamos, todos, ahora mismo...!

Harry guardó su equipo de mantenimiento de escobas voladoras, se echó al hombro la Saeta de Fuego y subió la escalera con Ron. La lluvia sonaba aún más fuerte en la parte superior de la casa, acompañada del ulular del viento, por no mencionar los esporádicos aullidos del espíritu que habitaba en la buhardilla.

— No sé cómo podéis dormir con eso — dijo Alicia con una mueca. — A mí me daría miedo.

— No hace nada — respondió Ron, encogiéndose de hombros. — Solo se queja y hace ruido, pero no es peligroso.

Pigwidgeon comenzó a gorjear y zumbar por la jaula cuando ellos entraron. La vista de los baúles a medio hacer parecía haberlo excitado.

Échale unas chucherías lechuciles —dijo Ron, tirándole un paquete a Harry—. Puede que eso lo mantenga callado.

— Es curioso — dijo Lavender. — Actúas como si Pig no te importara y solo fuera una molestia, pero al mismo tiempo le estás dando chucherías. Creo que en el fondo le tienes cariño.

Ron soltó un bufido y no respondió. Harry no lo diría en voz alta, pero esta vez estaba de acuerdo con Lavender.

Harry metió las chucherías por entre las barras de la jaula de Pigwidgeon y volvió a su baúl. La jaula de Hedwig estaba al lado, aún vacía.

Ya ha pasado más de una semana —comentó Harry, mirando la percha desocupada de Hedwig—. No crees que hayan atrapado a Sirius, ¿verdad, Ron?

No, porque habría salido en El Profeta —contestó Ron—. El Ministerio estaría muy interesado en demostrar que son capaces de coger a alguien, ¿no te parece?

Sí, supongo...

— El argumento de Ron era bueno — dijo Sirius. — Además, tenías que haber sabido que yo no me dejaría atrapar tan fácilmente. No tenías de qué preocuparte.

— No te ofendas, pero lo de que no te dejarías atrapar tan fácilmente es discutible — replicó Harry. — Te transformaste en humano delante de todo el colegio y del ministro hace tan solo unos días…

Sirius jadeó.

— ¡Eso es diferente! Los Dursley me pusieron de los nervios…

Harry rodó los ojos y decidió que lo más inteligente sería dejar el tema. Lo último que quería era que se volviera a hablar de los Dursley.

Mira, aquí tienes lo que mi madre te compró en el callejón Diagon. También te sacó un poco de oro de la cámara acorazada... y te ha lavado los calcetines.

Con cierto esfuerzo puso una pila de paquetes sobre la cama plegable de Harry, y dejó caer al lado la bolsa de dinero y el montón de calcetines.

Harry le agradeció a la señora Weasley con la mirada. Ella le sonrió, aunque, como sus ojos todavía estaban un poco rojos después de haber llorado antes, su sonrisa pareció algo triste.

Harry empezó a desenvolver las compras. Además del Libro reglamentario de hechizos, curso 4º, de Miranda Goshawk, tenía un puñado de plumas nuevas, una docena de rollos de pergamino y recambios para su equipo de preparar pociones: ya casi no le quedaba espina de pez-león ni esencia de belladona. Estaba metiendo en el caldero la ropa interior cuando Ron, detrás de él, lanzó un resoplido de disgusto.

¿Qué se supone que es esto?

Había cogido algo que a Harry le pareció un largo vestido de terciopelo rojo oscuro. Alrededor del cuello tenía un volante de puntilla de aspecto enmohecido, y puños de puntilla a juego.

Los que recordaban lo que era se echaron a reír. Los que no tenían ni idea miraron a Ron con mucha confusión, y al ver su cara de amargura se sintieron todavía más confusos que antes.

Llamaron a la puerta y entró la señora Weasley con unas cuantas túnicas de Hogwarts recién lavadas y planchadas.

Aquí tenéis —dijo, separándolas en dos montones—. Ahora lo que deberíais hacer es meterlas con cuidado para que no se arruguen.

Mamá, me has puesto un vestido nuevo de Ginny —dijo Ron, enseñándoselo.

— Yo no me pongo eso ni loca — bufó Ginny.

Ron la miró muy mal.

Por supuesto que no te he puesto ningún vestido de Ginny —negó la señora Weasley—. En vuestra lista de la escuela dice que este curso necesitaréis túnicas de gala... túnicas para las ocasiones solemnes.

Se escucharon risitas.

— El terciopelo y las puntillas no suenan muy solemnes que digamos — dijo Lee Jordan, tratando de aguantar la risa.

Tienes que estar bromeando —dijo Ron, sin dar crédito a lo que oía—. No voy a ponerme eso, de ninguna manera.

¡Todo el mundo las lleva, Ron! —replicó enfadada la señora Weasley—. ¡Van todos así! ¡Tu padre también tiene una para las reuniones importantes!

— La suya no tiene puntilla — se quejó Ron. Se había puesto colorado.

— Lo siento, cielo. Pero es lo que había — se disculpó la señora Weasley.

Antes voy desnudo que ponerme esto —declaró Ron, testarudo.

No seas tonto —repuso la señora Weasley—. Tienes que tener una túnica de gala: ¡lo pone en la lista! Le compré otra a Harry... Enséñasela, Harry...

Harry hizo una mueca. Aquello no había sido buena idea.

Con cierta inquietud, Harry abrió el último paquete que quedaba sobre la cama. Pero no era tan terrible como se había temido, al menos su túnica de gala no tenía puntillas; de hecho, era más o menos igual que las de diario del colegio, salvo que era verde botella en vez de negro.

Pensé que haría juego con tus ojos, cielo —le dijo la señora Weasley cariñosamente.

— Pensó bien. Le quedaba genial — se oyó decir a una chica de Hufflepuff. Harry sintió sus mejillas arder y tuvo que ignorar las risitas que se extendieron por todo el comedor.

¡Bueno, ésa está bien! —exclamó Ron, molesto, observando la túnica de Harry—. ¿Por qué no me podías traer a mí una como ésa?

Porque... bueno, la tuya la tuve que comprar de segunda mano, ¡y no había mucho donde escoger! —explicó la señora Weasley, sonrojándose.

En el presente, tanto la señora Weasley como Ron se habían sonrojado. Harry notó que varias personas los miraban con gesto burlón, incluido Malfoy, y decidió echarle a él la mirada más asesina que pudo. Malfoy no pareció muy impresionado.

Harry apartó la vista. De buena gana les hubiera dado a los Weasley la mitad de lo que tenía en su cámara acorazada de Gringotts, pero sabía que jamás lo aceptarían.

Ron hizo una mueca al oír eso. Harry deseó que el libro dejara de mencionar los problemas financieros de los Weasley.

Recordó entonces que pronto se leería su gran pelea con Ron, porque era imposible que no se mencionara en los libros…

La idea de leer todo aquello delante del colegio entero le producía náuseas.

No pienso ponérmela nunca —repitió Ron testarudamente—. Nunca.

Bien —contestó su madre con brusquedad—. Ve desnudo. Y, Harry, por favor, hazle una foto. No me vendrá mal reírme un rato.

Muchos se echaron a reír al escuchar eso. Harry notó que incluso Hagrid trataba de ocultar una risita. Ron lo observaba todo con una expresión de desagrado.

Salió de la habitación dando un portazo. Oyeron detrás de ellos un curioso resoplido. Pigwidgeon se acababa de atragantar con una chuchería lechucil demasiado grande.

¿Por qué ninguna de mis cosas vale para nada? —dijo Ron furioso, cruzando la habitación para quitársela del pico.

— ¡Eh! Pig es adorable — la defendió Hannah Abbott. — No la llames inútil, pobrecita.

— Casi se muere por una chuchería — replicó Ron.

Romilda anunció que ese era el final del capítulo y, antes de que el director pudiera decirle nada, leyó:

— El siguiente se llama: El expreso de Hogwarts.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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