jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 9

 La marca tenebrosa:


— Qué suerte tuvisteis — dijo Alicia.

— Sí, bueno — replicó Fred. — Más o menos.

Como ni Fred y George añadieron nada más, Dennis anunció que era el final del capítulo. Sin esperar a que Dumbledore le dijera nada, añadió:

— El siguiente se llama: La Marca Tenebrosa.

Se hizo el silencio de forma tan repentina que Harry giró la cabeza para comprobar si alguno de los encapuchados había entrado por la puerta, pero no había sido así. Las puertas del comedor seguían cerradas y el ambiente de alegría y emoción por el partido se acababa de transformar repentinamente en un nerviosismo intenso que hizo que Harry se sintiera muy incómodo.

Esta vez, nadie levantó la mano cuando Dumbledore pidió un voluntario para leer. Muchos alumnos agacharon la cabeza, evitando cruzar miradas con el director, mientras otros tantos le echaban un vistazo al resto del comedor en busca de valientes que se ofrecieran a leer.

Sinceramente, Harry no podía culparlos por no querer ser quienes leyeran ese capítulo. Él mismo se encontraba examinándose las puntas de los zapatos, evitando así levantar la vista hacia el atril en el que Dumbledore esperaba pacientemente.

— ¿No? ¿A nadie le apetece? — volvió a preguntar Dumbledore. Tras unos segundos de silencio, añadió: — Me temo que tendré que elegir a alguien. Veamos, veamos… Que el azar decida.

Sacó la varita y Harry supuso lo que iba a hacer. Recordaba cómo, días atrás, había hecho aparecer una pluma que había sobrevolado el comedor hasta caer sobre uno de los alumnos.

Deseó con todas sus fuerzas que no le tocara leer. No iba a ser un capítulo agradable.

Tal como Harry había supuesto, Dumbledore hizo aparecer una hermosa pluma blanca que recorrió todo el comedor, como mecida por un viento que nadie más podía sentir. La pluma perdió altura y, finalmente, se detuvo sobre la cabeza de Goyle, quien pareció muy sorprendido.

— Ah, señor Goyle — sonrió Dumbledore, haciendo desaparecer la pluma. — Excelente. Suba a la tarima, por favor.

Goyle le lanzó una mirada confusa a Malfoy antes de ponerse en pie y dirigirse a la tarima. Malfoy no parecía muy contento.

Visiblemente nervioso, Goyle tomó el libro y empezó a leer sin demora:

No le digáis a vuestra madre que habéis apostado —imploró a F…

Hizo una mueca de desagrado antes de referirse a Fred y George por sus nombres de pila.

Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura.

A los gemelos tampoco les agradó escuchar sus nombres viniendo de Goyle.

No te preocupes, papá —respondió Fred muy alegre—. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.

Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo.

— Exactamente — murmuró el señor Weasley. La señora Weasley lo miró con reproche.

Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse.

— Qué bonito suena todo — dijo Luna con una sonrisa.

Harry, que recordaba aquellos momentos con mucha claridad, estaba totalmente de acuerdo. Le habría gustado mucho que esa alegría hubiera durado.

No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir.

A pesar de que todos estaban algo tensos por el título del capítulo, se escuchó más de una risita. Ginny rodó los ojos e ignoró a todos los que reían.

Hermione y Ginny se metieron en su tienda, y Harry y el resto de los Weasley se pusieron el pijama y se subieron cada uno a su litera. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.

¡Cómo me alegro de haber librado hoy! —murmuró el señor Weasley ya medio dormido—. No me haría ninguna gracia tener que decirles a los irlandeses que se acabó la fiesta.

— No le habríamos hecho ni caso — le susurró Seamus a Dean. Harry, que estaba cerca, pudo oírlo, y estaba seguro de que el señor Weasley también, aunque este último mantuvo la vista en el libro y fingió no haber oído nada.

Harry, que se había acostado en una de las literas superiores, encima de Ron, estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los leprechauns. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski». Oliver Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada...

— Yo lo intentaba — se quejó Oliver. — Pero no puedes comparar un diagrama con ver la jugada en directo.

Harry se imaginó a sí mismo vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Ludo Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes... Potter!»

Se oyeron risitas burlonas y Harry se ruborizó. Puede que aquellas fantasías hubieran sido un poco infantiles, pero estaba seguro de que no había sido el único que las había tenido después del partido.

Harry no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.

¡Levantaos! ¡Ron, Harry... deprisa, levantaos, es urgente!

Harry se tensó. Noto que Ron, a su lado, también lo hacía, y que Hermione se estaba mordiendo el labio. Ginny se había cruzado de brazos y miraba hacia el libro con expresión seria.

Harry se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo.

¿Qué pasa? —preguntó.

Intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría.

— También gritaban antes, ¿no? — preguntó un chico de primero, algo aturdido.

— No era igual — replicó un chico al que Harry no conocía. — Yo también estaba allí… Créeme, los gritos de alegría y los de pánico no suenan igual.

El chico de primero asintió con nerviosismo y volvió a prestarle atención a Goyle.

Bajó de la litera y cogió su ropa, pero el señor Weasley, que se había puesto los vaqueros sobre el pijama, le dijo:

No hay tiempo, Harry... Coge sólo tu chaqueta y sal... ¡rápido!

Harry obedeció y salió a toda prisa de la tienda, delante de Ron. A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudo ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.

Harry tragó saliva. Una luz verde…

Ahora era más consciente que nunca de lo que esa luz significaba.

A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Harry entornó los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras.

Durante un segundo, Harry pensó en los encapuchados del futuro, pero apartó ese pensamiento inmediatamente. Si comenzaba a buscar paralelismos entre los mortífagos y la gente del futuro, se volvería loco.

Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.

Los que no habían estado presentes en el mundial lo escuchaban todo con caras de espanto. Los que lo habían vivido, por otro lado, parecían incluso más horrorizados.

Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, Harry vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento.

Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y Harry reconoció a una de ellas: era el señor Roberts, el gerente del cámping. Los otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos.

Se oyeron jadeos.

— ¡No! — exclamó Susan Bones. — Pobre hombre.

— Encima de que lo desmemorizan diez veces al día… — dijo Justin.

No eran los únicos que sentían pena por el señor Roberts. Los comentarios de apoyo hacia él y su familia se extendían por todo el comedor.

Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.

Nadie rió en el comedor, si bien a Harry le pareció ver algo de movimiento en la zona de Slytherin. Cuando miró, solo vio a un par de Slytherin de séptimo sonreír de forma macabra. Le dieron ganas de lanzarles un maleficio, pero se contuvo.

Dan ganas de vomitar —susurró Ron, observando al más pequeño de los niños muggles, que había empezado a dar vueltas como una peonza, a veinte metros de altura, con la cabeza caída y balanceándose de lado a lado como si estuviera muerto—. Dan verdaderas ganas de vomitar...

El señor Weasley asintió solemnemente. A Harry le pareció que miraba a Ron con orgullo, pero Ron no pareció darse cuenta.

Hermione y Ginny llegaron a toda prisa, poniéndose la bata sobre el camisón, con el señor Weasley detrás. Al mismo tiempo salieron de la tienda de los chicos Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.

Vamos a ayudar al Ministerio —gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido, arremangándose él también—. Vosotros id al bosque, y no os separéis. ¡Cuando hayamos solucionado esto iré a buscaros!

— No debimos separarnos — murmuró Ginny. — Solo trajo más problemas.

— Era nuestro deber ayudar — replicó Percy.

Ginny no parecía estar de acuerdo.

Bill, Charlie y Percy se precipitaron al encuentro de la multitud. El señor Weasley corrió tras ellos. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.

Vamos —dijo Fred, cogiendo a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.

— Eso debió hacerte mucha gracia — dijo Michael Corner en tono irónico. Ginny sonrió levemente.

— Pues, a decir verdad, no me importó. Sabes que no me suele gustar que me guíen como a una niña, pero aquella vez… — se encogió de hombros.

Harry, Ron, Hermione y George los siguieron. Al llegar a los primeros árboles volvieron la vista atrás. La multitud seguía creciendo. Distinguieron a los magos del Ministerio, que intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta los encapuchados que iban en el centro: les estaba costando trabajo. Debían de tener miedo de lanzar algún embrujo que tuviera como consecuencia la caída al suelo de la familia Roberts.

— Exactamente — afirmó Tonks. — Habría sido demasiado fácil hacerle daño a esa familia. Era una situación muy complicada.

Las farolas de colores que habían iluminado el camino al estadio estaban apagadas. Oscuras siluetas daban tumbos entre los árboles, y se oía el llanto de niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Harry avanzaba con dificultad, empujado de un lado y de otro por personas cuyos rostros no podía distinguir. De pronto oyó a Ron gritar de dolor.

Se oyeron jadeos.

— ¿Qué pasó? — saltó una chica de segundo, nerviosa.

— Nada importante — gruñó Ron.

¿Qué ha sucedido? —preguntó Hermione nerviosa, deteniéndose tan de repente que Harry chocó con ella—. ¿Dónde estás, Ron? Qué idiotez... ¡Lumos!

La varita se encendió, y su haz de luz se proyectó en el camino. Ron estaba echado en el suelo.

He tropezado con la raíz de un árbol —dijo de malhumor, volviendo a ponerse en pie.

Varias personas resoplaron.

— Nos has asustado para nada, Weasley — se quejó Roger Davies. Ron rodó los ojos.

— Os habéis asustado solos.

De pronto, una niña de primero jadeó.

— ¡Ha usado un hechizo fuera del colegio! — chilló, señalando a Hermione. — ¿La van a expulsar?

— Era una situación peligrosa. El uso de la magia estaba justificado — dijo Dumbledore amablemente. La niña de primero pareció aliviada y Harry vio a Hermione dedicarle una sonrisa.

Bueno, con pies de ese tamaño, lo difícil sería no tropezar —dijo detrás de ellos una voz que arrastraba las palabras.

Goyle sonrió antes de leer:

Harry, Ron y Hermione se volvieron con brusquedad. Draco Malfoy estaba solo, cerca de ellos, apoyado tranquilamente en un árbol. Tenía los brazos cruzados y parecía que había estado contemplando todo lo sucedido desde un hueco entre los árboles.

Varias personas miraron mal a Malfoy, incluyendo a prácticamente toda la familia Weasley.

Ron mandó a Malfoy a hacer algo que, como bien sabía Harry, nunca habría dicho delante de su madre.

La sonrisa de Goyle desapareció. Ron, por otro lado, pareció orgulloso de sí mismo, aunque Harry no sabía si debía a lo que le había dicho a Malfoy aquel día o al hecho de que acababa de hacer reír a medio comedor con ello. La señora Weasley suspiró y le lanzó a Ron una mirada de reproche, pero no dijo nada. Harry supuso que, como todos los demás, pensaba que Malfoy se merecía el insulto.

Cuida esa lengua, Weasley —le respondió Malfoy, con un brillo en los ojos—. ¿No sería mejor que echarais a correr? No os gustaría que la vieran, supongo...

Señaló a Hermione con un gesto de la cabeza, al mismo tiempo que desde el cámping llegaba un sonido como de una bomba y un destello de luz verde iluminaba por un momento los árboles que había a su alrededor.

A Harry le dio un escalofrío.

¿Qué quieres decir? —le preguntó Hermione desafiante.

Que van detrás de los muggles, Granger —explicó Malfoy—. ¿Quieres ir por el aire enseñando las bragas? No tienes más que darte una vuelta... Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.

En el comedor, la tensión se podía cortar con un cuchillo. Ron miraba a Malfoy como si fuera la mayor escoria del mundo. Malfoy, por su parte, mantenía la cabeza bien alta y la vista fija en Goyle.

¡Hermione es bruja! —exclamó Harry.

Sigue tu camino, Potter —dijo Malfoy sonriendo maliciosamente—. Pero si crees que no pueden distinguir a un sangre sucia, quédate aquí.

¡Te voy a lavar la boca! —gritó Ron. Todos los presentes sabían que sangre sucia era una denominación muy ofensiva para referirse a un mago o bruja que tenía padres muggles.

— Añadiremos otro día de castigo, señor Malfoy — dijo la profesora McGonagall. Tenía el ceño fruncido y miraba a Malfoy con desaprobación.

— No es justo, profesora — se quejó él. — Eso pasó fuera del colegio.

— Cumplirás el castigo conmigo — gruñó Snape.

Muchos rodaron los ojos al escuchar eso, suponiendo que Snape sería benevolente con Malfoy. Sin embargo, Harry notó la forma en la que Malfoy se tensó y miró a Snape con recelo.

No importa, Ron —dijo Hermione rápidamente, agarrándolo del brazo para impedirle que se acercara a Malfoy.

Desde el otro lado de los árboles llegó otra explosión, más fuerte que cualquiera de las anteriores. Cerca de ellos gritaron algunas personas.

Malfoy soltó una risita.

Qué fácil es asustarlos, ¿verdad? —dijo con calma—. Supongo que papá os dijo que os escondierais. ¿Qué pretende? ¿Rescatar a los muggles?

— Cuando creo que no puedes ser peor persona, siempre sales con algo nuevo — dijo Angelina, asqueada.

No era la única que pensaba así. Harry se sorprendió al ver que al menos la mitad del comedor miraba a Malfoy con desagrado, y hasta vio a un par de Gryffindor de sexto crujirse los nudillos a modo de amenaza. Si Malfoy se dio cuenta de ello, no lo demostró.

¿Dónde están tus padres? —preguntó Harry, a quien le hervía la sangre—. Tendrán una máscara puesta, ¿no?

Malfoy se volvió hacia Harry, sin dejar de sonreír.

Bueno, si así fuera, me temo que no te lo diría, Potter.

— Eso es que sí — bufó Lee Jordan. — Por qué será que no me sorprende.

Malfoy ni lo negó ni lo confirmó, a pesar de que muchos le lanzaron miradas insistentes. Harry no necesitaba que Malfoy dijera nada. Estaba totalmente seguro de que Lucius Malfoy había sido uno de los encapuchados de aquel día.

Venga, vámonos —los apremió Hermione, arrojándole a Malfoy una mirada de asco—. Tenemos que buscar a los otros.

Mantén agachada tu cabezota, Granger —dijo Malfoy con desprecio.

— ¿Es cosa mía o Malfoy está ayudando a Granger? — dijo una chica de tercero.

Harry no supo qué cara debía tener, pero estaba seguro de que era todo un poema.

— ¿Perdona? — dijo Ron, incrédulo. — ¿Ayudándola a qué, si se puede saber?

— Bueno, os ha advertido de que esa gente buscaba a los muggles — dijo la chica, encogiéndose de hombros. — Y ahora le ha dicho a Granger que se mantenga agachada… Si lo piensas bien, le está diciendo que tenga cuidado, ¿no?

— No — bufó Malfoy, indignado. — No seas estúpida.

La chica de tercero lo miró muy mal. Goyle siguió leyendo, algo aturdido.

Vámonos —repitió Hermione, y arrastró a Ron y a Harry de nuevo al camino.

¡Os apuesto lo que queráis a que su padre es uno de los enmascarados! —exclamó Ron, furioso.

¡Bueno, con un poco de suerte, el Ministerio lo atrapará! —repuso Hermione enfáticamente—. ¿Dónde están los otros?

— No lo atraparon, ¿verdad? — dijo un chico de segundo con tono de resignación.

— No, pero algún día lo harán — replicó Fred, ganándose una mirada de odio por parte de Malfoy.

Fred, George y Ginny habían desaparecido, aunque el camino estaba abarrotado de gente que huía sin dejar de echar nerviosas miradas por encima del hombro hacia el campamento.

Un grupo de adolescentes en pijama discutía a voces, un poco apartados del camino. Al ver a Harry, Ron y Hermione, una muchacha de pelo espeso y rizado se volvió y les preguntó rápidamente:

Goyle se quedó en silencio.

— Eh…

Miraba el libro con el ceño fruncido.

— ¿Sucede algo? — preguntó la profesora McGonagall.

— No puedo leer esto — replicó Goyle. — Está en italiano o algo.

La profesora se puso en pie. Tomó el libro, rodó los ojos y leyó en perfecto francés:

Où est Madame Maxime? Nous l'avons perdue...

Fleur dejó escapar un "Oh" de sorpresa.

La profesora se sentó y Goyle continuó leyendo.

Eh... ¿qué? —preguntó Ron.

¡Oh...!

La muchacha que acababa de hablar le dio la espalda, y, cuando reemprendieron la marcha, la oyeron decir claramente:

«Ogwarts.»

— Qué maleducada — se quejó Romilda Vane.

— Bueno, no puedes culparla — dijo Katie Bell. — La situación era peligrosa y debía estar asustada. No tenía tiempo para ponerse a charlar con desconocidos, ¿no crees?

Romilda no pareció muy convencida.

Beauxbatons —murmuró Hermione.

¿Cómo? —dijo Harry.

Que deben de ser de Beauxbatons —susurró Hermione—. Ya sabéis: la Academia de Magia Beauxbatons... He leído algunas cosas sobre ella en Evaluación de la educación mágica en Europa.

Fleur parecía sorprendida, como si no hubiera esperado escuchar el nombre de su escuela tan pronto.

Ah... Ya... —respondió Harry.

Fred y George no pueden haber ido muy lejos —dijo Ron, que sacó la varita mágica, la encendió como la de Hermione y entrecerró los ojos para ver mejor a lo largo del camino.

Harry buscó la suya en los bolsillos de la chaqueta, pero no la encontró. Lo único que había en ellos eran los omniculares.

No, no lo puedo creer... ¡He perdido la varita!

— ¿En serio?

— No puede ser.

— ¿De verdad?

— ¿Cómo se puede ser tan inútil?

— Bien hecho, Potter.

— ¡Qué mal!

Harry bufó e ignoró a todo el mundo.

¿Bromeas?

Ron y Hermione levantaron las suyas lo suficiente para iluminar el terreno a cierta distancia. Harry miró a su alrededor, pero no había ni rastro de la varita.

A lo mejor te la has dejado en la tienda —dijo Ron.

O tal vez se te ha caído del bolsillo mientras corríamos —sugirió Hermione, nerviosa.

Sí —respondió Harry—, tal vez...

— Lo que dijo Hermione tiene sentido — dijo Neville. — Pero qué mala suerte.

Harry hizo una mueca. Neville no sabía hasta qué punto había tenido mala suerte aquel día.

No solía separarse de su varita cuando estaba en el mundo mágico, y hallarse sin ella en aquella situación lo hacía sentirse muy vulnerable.

Varios asintieron, mostrando solidaridad.

Un crujido los asustó a los tres. Winky, la elfina doméstica, intentaba abrirse paso entre unos matorrales. Se movía de manera muy rara, con mucha dificultad, como si una mano invisible la sujetara por la espalda.

¡Hay magos malos por ahí! —chilló como loca, mientras se inclinaba hacia delante y trataba de seguir corriendo—. ¡Gente en lo alto! ¡En lo alto del aire! ¡Winky prefiere desaparecer de la vista!

Y se metió entre los árboles del otro lado del camino, jadeando y chillando como si tratara de vencer la fuerza que la empujaba hacia atrás.

Harry tragó saliva. Nadie en el comedor parecía especialmente interesado en la elfina. Incluso a Harry le resultaba algo frustrante recordar que él tampoco le había dado mucha importancia a aquel encuentro…

Pero ¿qué le pasa? —preguntó Ron, mirando con curiosidad a Winky mientras ella escapaba—. ¿Por qué no puede correr con normalidad?

Me imagino que no le dieron permiso para esconderse —explicó Harry. Se acordó de Dobby: cada vez que intentaba hacer algo que a los Malfoy no les hubiera gustado, se veía obligado a golpearse.

— Pobre Dobby — dijo Lavender, apenada. — Y pobre Winky.

¿Sabéis? ¡Los elfos domésticos llevan una vida muy dura! —dijo, indignada, Hermione—. ¡Es esclavitud, eso es lo que es! Ese señor Crouch la hizo subir a lo alto del estadio, aunque a ella la aterrorizara, ¡y la ha embrujado para que ni siquiera pueda correr cuando aquéllos están arrasando las tiendas de campaña! ¿Por qué nadie hace nada al respecto?

Bueno, los elfos son felices así, ¿no? —observó Ron—. Ya oíste a Winky antes del partido: «La diversión no es para los elfos domésticos...» Eso es lo que le gusta, que la manden.

Hermione miró mal a Ron al recordar eso.

Es gente como tú, Ron —replicó Hermione, acalorada—, la que mantiene estos sistemas injustos y podridos, simplemente porque son demasiado perezosos para...

Oyeron otra fuerte explosión proveniente del otro lado del bosque.

¿Qué tal si seguimos? —propuso Ron.

— Ahí te has pasado — le recriminó Fred a Hermione. — Ya lo has visto. Los elfos quieren vivir así. Y si no te lo crees, baja a las cocinas a comprobarlo.

Hermione lo miró con el ceño fruncido, haciendo que Harry pensara en McGonagall.

— Aceptan ese modo de vida porque es lo único que conocen. Si tuvieran la oportunidad de experimentar algo nuevo…

— … seguirían queriendo trabajar como lo hacen — terminó Sirius por ella. — Escucha, Hermione. Es muy noble lo que intentas hacer y todo eso, pero los elfos domésticos son más felices así.

— Dobby no lo era — se defendió Hermione.

— Dobby es especial — replicó Sirius.

Hermione no quiso seguir discutiendo, aunque Harry pensó que no fue por falta de ganas, sino porque el tiempo apremiaba. Goyle siguió leyendo.

Harry lo vio dirigir una mirada inquieta a Hermione. Tal vez fuera cierto lo que Malfoy les había dicho. Tal vez Hermione corría más peligro que ellos. Reemprendieron la marcha. Harry seguía revolviendo en los bolsillos, aunque sabía que la varita no estaba allí.

— Eso ha sido muy bonito — dijo Luna.

Varios la miraron con extrañeza, incluido el propio Harry. Viendo sus expresiones, Luna añadió:

— Normalmente Ron habría seguido discutiendo después de que Hermione le dijera esas cosas tan desagradables. Pero, en vez de eso, lo ha dejado pasar para centrarse en salir de allí lo antes posible y así protegerla — explicó. — Es un gesto muy bonito.

Ron se puso rojo como un tomate. A Hermione, por otro lado, parecía que ese detalle le había pillado totalmente por sorpresa. No le dio tiempo a decirle nada a Ron antes de que Goyle siguiera leyendo.

Siguieron el oscuro camino internándose en el bosque más y más, todavía tratando de encontrar a Fred, George y Ginny. Pasaron junto a unos duendes que se reían a carcajadas, reunidos alrededor de una bolsa de monedas de oro que sin duda habían ganado apostando en el partido, y que no parecían dar ninguna importancia a lo que ocurría en el cámping.

— Bueno, a ellos no les afectaba — dijo Jack Sloper. — Y mientras su dinero esté bien, lo demás no les importa.

Poco después llegaron a una zona iluminada por una luz plateada, y al mirar por entre los árboles vieron a tres veelas altas y hermosas de pie en un claro del bosque, rodeadas por un grupo de jóvenes magos que hablaban a voces.

Yo gano cien bolsas de galeones al año —gritaba uno de ellos—. Me dedico a matar dragones a cuenta de la Comisión para las Criaturas Peligrosas.

De eso nada —le gritó su amigo—: tú te dedicas a lavar platos en el Caldero Chorreante. Pero yo soy cazador de vampiros. Hasta ahora he matado a unos noventa...

Resultaba surrealista leer ese momento tan absurdo sabiendo que, al tiempo que eso ocurría, una familia muggle estaba siendo torturada a tan solo unos metros de allí.

Un tercer joven, cuyos granos eran visibles incluso a la tenue luz plateada que emitían las veelas, lo cortó:

Yo estoy a punto de convertirme en el ministro de Magia más joven de todos los tiempos.

Fudge bufó al oír eso.

A Harry le hizo mucha gracia porque reconoció al de los granos. Se llamaba Stan Shunpike, y en realidad era cobrador en un autobús de tres pisos llamado autobús noctámbulo.

Se oyeron risitas aisladas. La situación de la familia del señor Roberts estaba muy presente en la mente de todos.

Se volvió para decírselo a Ron, pero vio que éste había adoptado una extraña expresión relajada, y un segundo después su amigo decía en voz muy alta:

¿Os he contado que he inventado una escoba para ir a Júpiter?

Esta vez, la gente no pudo contenerse y se escucharon carcajadas a lo largo de todo el comedor. Ron se puso muy colorado.

¡Lo que hay que oír! —exclamó Hermione con un resoplido, y entre ella y Harry agarraron firmemente a Ron de los brazos, le dieron media vuelta y siguieron caminando. Para cuando las voces de las veelas y sus tres admiradores se habían apagado, se encontraban en lo más profundo del bosque. Estaban solos, y todo parecía mucho más silencioso.

— Granger estaba celosa, sin duda — dijo una chica de cuarto, ganándose una mirada reprobatoria de Hermione. Ron, que seguía rojo por lo de antes, pareció muy confundido.

Harry miró a su alrededor.

Creo que podríamos aguardar aquí. Podemos oír a cualquiera a un kilómetro de distancia.

Apenas había acabado de decirlo cuando Ludo Bagman salió de detrás de un árbol, justo delante de ellos.

Incluso a la débil luz de las dos varitas, Harry pudo apreciar que Bagman estaba muy cambiado. Había perdido su aspecto alegre, su rostro ya no tenía aquel color sonrosado y parecía como si le hubieran quitado los muelles de los pies. Se lo veía pálido y tenso.

— A parte de perder una apuesta enorme, estaba sucediendo lo de los muggles — dijo la profesora Sprout. — No me extraña que tuviera mal aspecto.

¿Quién está ahí? —dijo pestañeando y tratando de distinguir sus rostros—. ¿Qué hacéis aquí solos?

Se miraron unos a otros, sorprendidos.

Bueno, en el campamento hay una especie de disturbio —explicó Ron. Bagman lo miró.

¿Qué?

El cámping. Unos cuantos han atrapado a una familia de muggles...

Bagman lanzó un juramento.

¡Maldición! —dijo, muy preocupado, y sin otra palabra desapareció haciendo «¡plin!».

— Espera, ¿ni siquiera se había enterado? — bufó la profesora McGonagall. — Lo que hay que ver.

— Entonces solo estaba nervioso por lo de sus apuestas — dijo Sprout con desgana. No parecía que le tuviera ningún respeto a Bagman.

No se puede decir que el señor Bagman esté a la última, ¿verdad? —observó Hermione frunciendo el entrecejo.

Pero fue un gran golpeador —puntualizó Ron, que salió del camino para dirigirse a un pequeño claro; se sentó en la hierba seca, al pie de un árbol—. Las Avispas de Wimbourne ganaron la liga tres veces consecutivas estando él en el equipo.

— Eso no quita que sea una mala persona — dijo Parvati. Ron rodó los ojos.

Se sacó del bolsillo la pequeña figura de Krum, lo posó en el suelo y lo observó caminar durante un rato.

Ron parecía muy incómodo, al contrario que Krum, cuyo rostro demostraba total neutralidad.

Como el auténtico Krum, la miniatura resultaba un poco patosa y encorvada, mucho menos impresionante sobre sus pies que montado en una escoba.

Esta vez, la expresión neutral de Krum fue reemplazada por una mueca.

— Ya ha quedado clarro…

— Perdón — se disculpó Harry, aunque Krum no parecía enfadado.

Harry permanecía atento a cualquier ruido que llegara del cámping. Todo parecía tranquilo: tal vez el jaleo hubiera acabado.

Espero que los otros estén bien —dijo Hermione después de un rato.

Estarán bien —afirmó Ron.

¿Te imaginas que tu padre atrapa a Lucius Malfoy? —dijo Harry, sentándose al lado de Ron y contemplando la desgarbada miniatura de Krum sobre las hojas caídas en el suelo—. Siempre ha dicho que le gustaría pillarlo.

— Ni en tus mejores sueños, Weasley — gruñó Malfoy, ganándose miradas de odio y un gesto muy feo por parte de uno de los gemelos.

Eso borraría la sonrisa de satisfacción de la cara de Draco —comentó Ron.

Malfoy alzó una ceja.

— Vaya. ¿Y esas confianzas, Weasley? — dijo con desdén.

Ron se encogió de hombros.

— De alguna forma tenía que diferenciarte de tu padre, ¿no? Aunque quizá da igual. Sois los dos iguales.

Malfoy apretó la mandíbula y miró a Ron con rabia, pero no dijo nada. A Harry le pareció que la expresión de Malfoy era un poco extraña, como si ese comentario no le hubiera agradado nada.

Quizá sí se estaba replanteando si seguir los pasos de su padre sería lo correcto… Si la comparación le había disgustado, quizá es que Malfoy se encontraba en buen camino.

Pero esos pobres muggles... —dijo Hermione con nerviosismo—. ¿Y si no pueden bajarlos?

Podrán —le aseguró Ron—. Hallarán la manera.

Es una idiotez hacer algo así cuando todo el Ministerio de Magia está por allí —declaró Hermione—. Lo que quiero decir es que ¿cómo esperan salirse con la suya? ¿Creéis que habrán bebido, o simplemente...?

— Son parte del ministerio — bufó Moody. — Lo tenían demasiado fácil.

Fudge pareció muy incómodo. Umbridge tenía pinta de querer replicarle algo cortante a Moody, pero no lo hizo.

Pero de repente dejó de hablar y miró por encima del hombro. Harry y Ron se apresuraron a mirar también. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.

¿Quién es? —llamó Harry.

Sólo se oyó el silencio. Harry se puso en pie y miró hacia el árbol. Estaba demasiado oscuro para ver muy lejos, pero tenía la sensación de que había alguien justo un poco más allá de donde llegaba su visión.

¿Quién está ahí? —preguntó.

— ¿En serio crees que te van a responder? — se burló Zacharias Smith.

— Si se trataba de alguien inocente, sí — replicó Harry de mala gana.

Y entonces, sin previo aviso, una voz diferente de cualquier otra que hubieran escuchado en el bosque desgarró el silencio. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que parecía más bien un conjuro:

¡MORSMORDRE!

Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad que los ojos de Harry habían intentado penetrar en vano, y se levantó hacia el cielo por encima de las copas de los árboles.

No hizo falta leer la descripción para que todos supieran de qué se trataba. El título del capítulo seguía presente en sus mentes.

Harry deseó que el hechizo no se hubiera leído. La idea de que ahora todos supieran cuáles eran las palabras necesarias para conjurar una marca tenebrosa le ponía nervioso.

¿Qué...? —exclamó Ron, poniéndose en pie de un salto y mirando hacia arriba. Durante una fracción de segundo, Harry creyó que aquello era otra formación de leprechauns. Luego comprendió que se trataba de una calavera de tamaño colosal, compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y con una lengua en forma de serpiente que le salía de la boca. Mientras miraban, la imagen se alzaba más y más, resplandeciendo en una bruma de humo verdoso, estampada en el cielo negro como si se tratara de una nueva constelación.

— De eso nada — dijo Seamus. — Las constelaciones son bonitas. Aquella marca… Era aterradora.

De pronto, el bosque se llenó de gritos. Harry no comprendía por qué, pero la única causa posible era la repentina aparición de la calavera, que ya se había elevado lo suficiente para iluminar el bosque entero como un horrendo anuncio de neón. Buscó en la oscuridad a la persona que había hecho aparecer la calavera, pero no vio a nadie.

— Un horrendo anuncio de neón — repitió Colin. — Eso lo describe bien.

— Sí, bueno, aunque los anuncios no suelen dar miedo — respondió Dennis con una mueca.

¿Quién está ahí? —gritó de nuevo.

¡Harry, vamos, muévete! —Hermione lo había agarrado por la parte de atrás de la chaqueta, y tiraba de él.

¿Qué pasa? —preguntó Harry, sobresaltándose al ver la cara de ella tan pálida y aterrorizada.

¡Es la Marca Tenebrosa, Harry! —gimió Hermione, tirando de él con toda su fuerza—. ¡El signo de Quien-tú-sabes!

¿El de Voldemort?

¡Vamos, Harry!

— ¿De verdad no lo sabías? — preguntó Ernie Macmillan, incrédulo.

— Pues no — replicó Harry. — Nunca había oído hablar de esa marca.

Dijo eso último con la vista fija en el ministro, quien apartó la mirada rápidamente.

Harry se volvió, mientras Ron recogía a toda prisa su miniatura de Krum, y los tres se dispusieron a cruzar el claro. Pero tan sólo habían dado unos pocos pasos, cuando una serie de ruiditos anunció la repentina aparición, de la nada, de una veintena de magos que los rodearon.

Se oyeron jadeos.

Harry paseó la mirada por los magos y tardó menos de un segundo en darse cuenta de que todos habían sacado la varita mágica y que las veinte varitas los apuntaban. Sin pensarlo más, gritó:

¡AL SUELO! —y, agarrando a sus dos amigos, los arrastró con él sobre la hierba.

¡Desmaius! —gritaron las veinte voces.

— ¡No! — exclamó Hagrid.

Como él, muchos parecieron alarmados al escuchar eso. La señora Weasley se llevó las manos a la boca, horrorizada.

Hubo una serie de destellos cegadores, y Harry sintió que el pelo se le agitaba como si un viento formidable acabara de barrer el claro. Al levantar la cabeza un centímetro, vio unos chorros de luz roja que salían de las varitas de los magos, pasaban por encima de ellos, cruzándose, rebotaban en los troncos de los árboles y se perdían luego en la oscuridad.

— Menos mal que os agachasteis a tiempo — gimió la señora Weasley, que se había puesto pálida.

¡Alto! —gritó una voz familiar—. ¡ALTO! ¡Es mi hijo!

El pelo de Harry volvió a asentarse. Levantó un poco más la cabeza. El mago que tenía delante acababa de bajar la varita. Al darse la vuelta vio al señor Weasley, que avanzaba hacia ellos a zancadas, aterrorizado.

Ron... Harry... —Su voz sonaba temblorosa—. Hermione... ¿Estáis bien?

Apártate, Arthur —dijo una voz fría y cortante.

Era el señor Crouch. Él y los otros magos del Ministerio estaban acercándose. Harry se puso en pie de cara a ellos. Crouch tenía el rostro crispado de rabia.

— ¿No pretenderá echaros la culpa? — bufó Hagrid. — Ese imbécil…

Umbridge jadeó al oírlo.

— Modere su lenguaje — le recriminó.

Hagrid no pareció preocupado en absoluto, a pesar de que Umbridge lo miraba con desagrado.

¿Quién de vosotros lo ha hecho? —dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada—. ¿Quién de vosotros ha invocado la Marca Tenebrosa?

¡Nosotros no hemos invocado eso! —exclamó Harry, señalando la calavera.

¡No hemos hecho nada! —añadió Ron, frotándose el codo y mirando a su padre con expresión indignada—. ¿Por qué nos atacáis?

— Buena pregunta — dijo McGonagall, girándose para mirar al ministro. — Veinte desmaius… podrían haberlos matado.

Fudge se removió en su asiento, incómodo.

— Era una situación complicada… Todo era muy confuso…

Nadie se tragó sus excusas.

¡No mienta, señor Potter! —gritó el señor Crouch. Seguía apuntando a Ron con la varita, y los ojos casi se le salían de las órbitas: parecía enloquecido—. ¡Lo hemos descubierto en el lugar del crimen!

Barty... —susurró una bruja vestida con una bata larga de lana—. Son niños, Barty. Nunca podrían haberlo hecho...

— Al fin habla alguien con cerebro — exclamó Sirius. Parecía indignado.

Decidme, ¿de dónde ha salido la Marca Tenebrosa? —preguntó apresuradamente el señor Weasley.

De allí —respondió Hermione temblorosa, señalando el lugar del que había partido la voz—. Estaban detrás de los árboles. Gritaron unas palabras... un conjuro.

¿Conque estaban allí? —dijo el señor Crouch, volviendo sus desorbitados ojos hacia Hermione, con la desconfianza impresa en cada rasgó del rostro—. ¿Conque pronunciaron un conjuro? Usted parece muy bien informada de la manera en que se invoca la Marca Tenebrosa, señorita.

— Ese tío es imbécil — declaró Dean.

— ¿Qué rayos le pasa? — exclamó Justin Finch-Fletchley al mismo tiempo.

Pero, aparte del señor Crouch, ningún otro mago del Ministerio parecía creer ni remotamente que Harry, Ron y Hermione pudieran haber invocado la calavera. Por el contrario, después de oír a Hermione habían vuelto a alzar las varitas y apuntaban a la dirección a la que ella había señalado, tratando de ver algo entre los árboles.

— Menos mal — dijo la señora Weasley, aliviada.

Demasiado tarde —dijo sacudiendo la cabeza la bruja vestida con la bata larga de lana—. Se han desaparecido.

No lo creo —declaró un mago de barba escasa de color castaño. Era Amos Diggory, el padre de Cedric—. Nuestros rayos aturdidores penetraron en aquella dirección, así que hay muchas posibilidades de que los hayamos atrapado...

Muchos miraron directamente a Amos, que escuchaba la lectura con gesto neutral.

¡Ten cuidado, Amos! —le advirtieron algunos de los magos cuando el señor Diggory alzó la varita, fue hacia el borde del claro y desapareció en la oscuridad.

Hermione se llevó las manos a la boca cuando lo vio desaparecer.

Al cabo de unos segundos lo oyeron gritar:

¡Sí! ¡Los hemos capturado! ¡Aquí hay alguien! ¡Está inconsciente! Es... Pero... ¡caray!

— ¿Pillaron a quien lo hizo? — exclamó Dennis Creevey, emocionado. — ¡Qué fuerte! ¡Si nunca los pillan!

— No te hagas ilusiones — le dijo Ron.

¿Has atrapado a alguien? —le gritó el señor Crouch, con tono de incredulidad—. ¿A quién? ¿Quién es?

Oyeron chasquear ramas, crujir hojas y luego unos pasos sonoros hasta que el señor Diggory salió de entre los árboles. Llevaba en los brazos a un ser pequeño, desmayado. Harry reconoció enseguida el paño de cocina. Era Winky.

Se oyeron exclamaciones y gritos ahogados a lo largo de todo el comedor.

— ¡Crouch debió ordenarle que lo hiciera! — exclamó una chica de tercero. — Por eso estaba tan empeñado en acusar a Harry y los demás. ¡Seguro que fue él!

— No creo — replicó un amigo suyo. — Quizá la elfina solo estaba en el sitio equivocado…

El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en Winky. Luego pareció despertar.

Esto... es... imposible —balbuceó—. No...

— Te han pillado, te aguantas — dijo un chico de segundo. Varios le dieron la razón. Parecía que gran parte del comedor estaba aceptando a Crouch como culpable.

Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que éste había encontrado a Winky.

¡Es inútil, señor Crouch! —dijo el señor Diggory—. No hay nadie más.

Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.

— ¡Deja de fingir! — exclamó otro chico de segundo. Harry empezaba a sentirse un poco frustrado.

Es un poco embarazoso —declaró con gravedad el señor Diggory, bajando la vista hacia la inconsciente Winky—. La elfina doméstica de Barty Crouch... Lo que quiero decir...

Déjalo, Amos —le dijo el señor Weasley en voz baja—. ¡No creerás de verdad que fue la elfina! La Marca Tenebrosa es una señal de mago. Se necesita una varita.

Durante un segundo, muchos parecieron confundidos al perder a su principal sospechoso.

Sí —admitió el señor Diggory—. Y ella tenía una varita.

¿Qué? —exclamó el señor Weasley.

Aquí, mira. —El señor Diggory cogió una varita y se la mostró—. La tenía en la mano. De forma que, para empezar, se ha quebrantado la cláusula tercera del Código de Usó de la Varita Mágica: «El uso de la varita mágica no está permitido a ninguna criatura no humana.»

Los que culpaban a Crouch y a la elfina respiraron aliviados, viendo su teoría ganar fuerza.

Entonces oyeron otro «¡plin!», y Ludo Bagman se apareció justo al lado del padre de Ron. Parecía despistado y sin aliento. Giró sobre si mismo, observando con los ojos desorbitados la calavera verde.

¡La Marca Tenebrosa! —dijo, jadeando, y casi pisa a Winky al volverse hacia sus colegas con expresión interrogante—. ¿Quién ha sido? ¿Los habéis atrapado? ¡Barty! ¿Qué sucede?

— Qué hombre más inútil — se quejó una chica de séptimo.

El señor Crouch había vuelto con las manos vacías. Su cara seguía estando espectralmente pálida, y se le había erizado el bigote de cepillo.

¿Dónde has estado, Barty? —le preguntó Bagman—. ¿Por qué no estuviste en el partido? Tu elfina te estaba guardando una butaca... ¡Gárgolas tragonas! —Bagman acababa de ver a Winky, tendida a sus pies—. ¿Qué le ha pasado?

He estado ocupado, Ludo —respondió el señor Crouch, hablando aún como a trompicones y sin apenas mover los labios—. Hemos dejado sin sentido a mi elfina.

— ¿Crouch ni siquiera fue al partido? ¡Eso es que estaba preparando el ataque a los muggles! — exclamó una chica de tercero.

Cada vez más personas se unían a esa teoría. Harry se mantuvo en silencio, más que nada porque le daba pereza explicar todo lo que había sucedido en realidad.

¿Sin sentido? ¿Vosotros? ¿Qué quieres decir? Pero ¿por qué...?

De repente, Bagman comprendió lo que sucedía. Levantó la vista hacia la calavera, luego la bajó hacia Winky y terminó dirigiéndola al señor Crouch.

¡No! —dijo—. ¿Winky? ¿Winky invocando la Marca Tenebrosa? ¡Ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Para empezar, necesitaría una varita mágica!

Y tenía una —explicó el señor Diggory—. La encontré con una varita en la mano, Ludo. Si le parece bien, señor Crouch, creó que deberíamos oír lo que ella tenga que decir.

— Menos mal que alguien pensó en preguntarle a la pobre Winky — dijo Hermione.

— Sí. Sin embargo, Hermione — intervino el profesor Lupin, — no debes olvidar que Winky es la elfina de Crouch. Si él le pide que mienta, ella lo hará. Su testimonio es fácilmente manipulable.

Hermione hizo una mueca y asintió con la cabeza.

Crouch no dio muestra de haber oído al señor Diggory, pero éste interpretó su silencio como conformidad. Levantó la varita, apuntó a Winky con ella y dijo:

¡Enervate!

Winky se movió lánguidamente. Abrió sus grandes ojos de color castaño y parpadeó varias veces, como aturdida. Ante la mirada de los magos, que guardaban silencio, se incorporó con movimientos vacilantes y se quedó sentada en el suelo.

Vio los pies de Diggory y poco a poco, temblando, fue levantando los ojos hasta llegar a su cara, y luego, más despacio todavía, siguió elevándolos hasta el cielo. Harry vio la calavera reflejada dos veces en sus enormes ojos vidriosos. Winky ahogó un grito, miró asustada a la multitud de gente que la rodeaba y estalló en sollozos de terror.

A pesar de que dos minutos antes muchos la habían acusado, la reacción general ante esa descripción fue un sentimiento de pena.

— No creo que fuera ella… Está aterrorizada — gimió Parvati.

¡Elfina! —dijo severamente el señor Diggory—. ¿Sabes quién soy? ¡Soy miembro del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas!

Winky se balanceó de atrás adelante sobre la hierba, respirando entrecortadamente. Harry no pudo menos que acordarse de Dobby en sus momentos de aterrorizada desobediencia.

— Pobrecita — dijo Susan Bones. — Yo tampoco creo que fuera ella… Parece demasiado inocente.

— Pero haría lo que fuera si Crouch se lo ordenara — replicó Ernie. — Y Crouch no me parece tan inocente.

— No sé, me sigue pareciendo todo muy raro — insistió Susan. Ernie se encogió de hombros.

Como ves, elfina, la Marca Tenebrosa ha sido conjurada en este lugar hace tan sólo un instante —explicó el señor Diggory—. ¡Y a ti te hemos descubierto un poco después, justo debajo! ¡Si eres tan amable de darnos una explicación...!

¡Yo... yo... yo no lo he hecho, señor! —repuso Winky jadeando—. ¡Ni siquiera hubiera sabido cómo hacerlo, señor!

—Obviamente — murmuró Hermione.

¡Te hemos encontrado con una varita en la mano! —gritó el señor Diggory, blandiéndola ante ella.

Cuando la luz verde que iluminaba el claro del bosque procedente de la calavera dio de lleno en la varita, Harry la reconoció.

¡Eh... es la mía! —exclamo. Todo el mundo lo miró.

— ¡Venga ya!

— ¿En serio?

— No puede ser.

— Siempre pasa igual. ¿Cómo te metes en estos líos? — exclamó un chico de cuarto.

— No es mi culpa — se defendió Harry. Casi todo el comedor lo miraba con una mezcla entre exasperación y pena.

¿Cómo has dicho? —preguntó el señor Diggory, sin dar crédito a sus oídos.

¡Que es mi varita! —dijo Harry—. ¡Se me cayó!

¿Que se te cayó? —repitió el señor Diggory, extrañado—. ¿Es eso una confesión? ¿La tiraste después de haber invocado la Marca?

— Menuda tontería — resopló la señora Pomfrey. Amos Diggory la miró con desdén.

¡Amos, recuerda con quién hablas! —intervino el señor Weasley, muy enojado—. ¿Te parece posible que Harry Potter invocara la Marca Tenebrosa?

Eh... no, por supuesto —farfulló el señor Diggory—. Lo siento... Me he dejado llevar.

Harry le agradeció al señor Weasley con la mirada. Él le sonrió amablemente.

De todas formas, no fue ahí donde se me cayó —añadió Harry, señalando con el pulgar hacia los árboles que había justo debajo de la calavera—. La eché en falta nada más internarnos en el bosque.

Así que —dijo el señor Diggory, mirando con severidad a Winky, que se había encogido de miedo— la encontraste tú, ¿eh, elfina? Y la cogiste y quisiste divertirte un rato con ella, ¿eh?

— El señor Diggory me está cayendo muy mal — se quejó Angelina, aunque tuvo cuidado de hacerlo en voz baja para que Amos no lo oyera.

Harry pensaba lo mismo y estaba seguro de que también lo hacían otros muchos en el comedor. Sin embargo, por respeto, nadie dijo nada más.

¡Yo no he hecho magia con ella, señor! —chilló Winky, mientras las lágrimas le resbalaban por ambos lados de su nariz, aplastada y bulbosa—.¡Yo... yo... yo sólo la cogí, señor! ¡Yo no he conjurado la Marca Tenebrosa, señor, ni siquiera sabría cómo hacerlo!

— Sí sabría hacerlo si Crouch se lo explicara — insistió un chico de tercero.

— ¡Que no fue Winky! — estalló Hermione. — Dejad de culpar a la pobre elfina por algo que no hizo.

El chico de tercero pareció cohibido ante la regañina de Hermione y no replicó nada.

¡No fue ella! —intervino Hermione. Estaba muy nerviosa por tener que hablar delante de todos aquellos magos del Ministerio, pero lo hacía con determinación—. ¡Winky tiene una vocecita chillona, y la voz que oímos pronunciar el conjuro era mucho más grave! —Miró a Ron y Harry, en busca de apoyo—. No se parecía en nada a la de Winky, ¿a que no?

No —confirmó Harry, negando con la cabeza—. Sin lugar a dudas, no era la de un elfo.

No, era una voz humana —dijo Ron.

— Humana y de hombre — añadió Ron en el presente. Muchos intercambiaron miradas y un valiente Gryffindor de segundo dijo:

— Entonces fue Crouch. Y luego le dio la varita a su elfina para que se deshiciese de ella.

Ginny rodó los ojos.

— Llevamos ya cuatro libros y, si algo ha quedado claro, es que las cosas nunca son tan simples como parecen. No juzguéis tan rápido.

Bueno, pronto lo veremos —gruñó el señor Diggory, sin darles mucho crédito —. Hay una manera muy sencilla de averiguar cuál ha sido el último conjuro efectuado con una varita mágica. ¿Sabías eso, elfina?

Winky temblaba y negaba frenéticamente con la cabeza, batiendo las orejas, mientras el señor Diggory volvía a levantar su varita y juntaba la punta con el extremo de la varita de Harry.

— Yo tampoco lo sabía — admitió una niña de primero de Hufflepuff. — ¿Cómo se hace?

— Es muy sencillo — replicó el profesor Flitwick con su voz aguda. — Solo es necesario decir las palabras adecuadas y la varita mostrará un reflejo visual del último hechizo utilizado.

La niña escuchaba con interés y Harry tuvo la certeza de que encantamientos era su asignatura favorita.

¡Prior Incantato! —dijo con voz potente el señor Diggory.

Harry oyó que Hermione ahogaba un grito, horrorizada, cuando una calavera con lengua en forma de serpiente surgió del punto en que las dos varitas hacían contacto. Era, sin embargo, un simple reflejo de la calavera verde que se alzaba sobre ellos, y parecía hecha de un humo gris espeso: el fantasma de un conjuro.

Muchos se quedaron con la boca abierta.

— Eso lo demuestra. ¡Fue Crouch y le dio la varita a Winky! — exclamó Demelza Robins.

— No estés tan segura — replicó Charlie, haciendo que la chica dejara escapar un gritito ahogado. Harry se sintió muy confundido durante unos momentos, hasta que vio que Demelza se había puesto muy roja y le hacía ojitos a Charlie, que la ignoraba completamente. Bill y los gemelos reían por lo bajo.

¡Deletrius! —gritó el señor Diggory, y la calavera se desvaneció en una voluta de humo—. ¡Bien! —exclamó con una expresión incontenible de triunfo, bajando la vista hacia Winky, que seguía agitándose convulsivamente.

¡Yo no lo he hecho! —chilló la elfina, moviendo los ojos aterrorizada—. ¡No he sido, no he sido, yo ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Soy una elfina buena, no uso varita, no sé cómo se hace!

¡Te hemos atrapado con las manos en la masa, elfina! —gritó el señor Diggory—. ¡Te hemos cogido con la varita que ha obrado el conjuro!

— Diggory está siendo muy injusto — dijo Jimmy Peakes en voz alta, sorprendiendo a muchos. — Está empeñado en culpar a la gente, ¡sin pruebas!

Amos le lanzó una fría mirada antes de decir:

— Yo solo trataba de arrojar luz en el asunto. Las pruebas acusaban a la elfina.

— Tiene nombre — replicó un chico de primero. Diggory lo ignoró y volvió a mirar a Goyle, que tenía pinta de estar deseando acabar de leer.

Amos —dijo en voz alta el señor Weasley—, piensa en lo que dices. Son poquísimos los magos que saben llevar a cabo ese conjuro... ¿Quién se lo podría haber enseñado?

Quizá Amos quiere sugerir que yo tengo por costumbre enseñar a mis sirvientes a invocar la Marca Tenebrosa. —El señor Crouch había hablado impregnando cada sílaba de una cólera fría.

— Uf. Se ha metido en un lío — murmuró Ginny con una mueca. Harry asintió, recordando la cara de terror que había puesto Amos Diggory en aquel momento.

Se hizo un silencio muy tenso. Amos Diggory se asustó.

No... no... señor Crouch, en absoluto...

Diggory hizo una mueca al escuchar eso. Entre los estudiantes, quedaba claro que el respeto inicial que habían sentido por él comenzaba a desvanecerse.

Te ha faltado muy poco para acusar a las dos personas de entre los presentes que son menos sospechosas de invocar la Marca Tenebrosa: a Harry Potter... ¡y a mí mismo! Supongo que conoces la historia del niño, Amos.

Por supuesto... Todo el mundo la conoce... —musitó el señor Diggory, desconcertado.

¡Y yo espero que recuerdes las muchas pruebas que he dado, a lo largo de mi prolongada trayectoria profesional, de que desprecio y detesto las Artes Oscuras y a cuantos las practican! —gritó el señor Crouch, con los ojos de nuevo desorbitados.

Esta vez, fue Harry quien hizo una mueca al escuchar eso. No lo había comprendido en aquel momento, porque no sabía que Crouch había mandado a su propio hijo a Azkaban. Ahora que lo sabía, entendía la fuerza de sus argumentos contra los de Diggory.

Señor Crouch, yo... ¡yo nunca sugeriría que usted tuviera la más remota relación con este incidente! —farfulló Amos Diggory. Su rala barba de color castaño conseguía en parte disimular su sonrojo.

Diggory tenía una expresión de hastío en su rostro y parecía estar arrepintiéndose de estar leyendo los libros allí con ellos.

¡Si acusas a mi elfina me acusas a mí, Diggory! —vociferó el señor Crouch—. ¿Dónde podría haber aprendido la invocación?

Po... podría haberla aprendido... en cualquier sitio...

Eso es, Amos... —repuso el señor Weasley—. En cualquier sitio. Winky — añadió en tono amable, dirigiéndose a la elfina, pero ella se estremeció como si él también le estuviera gritando—, ¿dónde exactamente encontraste la varita mágica?

— Bien, bien — dijo Moody. — Primero hay que interrogar a los testigos. Luego ya puedes ir acusando a niños y elfos si es lo que te apetece — añadió, mirando directamente a Diggory con cara de desagrado. Diggory le devolvió la mirada con tanta frialdad como pudo.

Winky retorcía el dobladillo del paño de cocina tan violentamente que se le deshilachaba entre los dedos.

Yo... yo la he encontrado... la he encontrado ahí, señor... —susurró— Ahí... entre los árboles, señor.

¿Te das cuenta, Amos? —dijo el señor Weasley—. Quienesquiera que invocaran la Marca podrían haberse desaparecido justo después de haberlo hecho, dejando tras ellos la varita de Harry. Una buena idea, no usar su propia varita, que luego podría delatarlos. Y Winky tuvo la desgracia de encontrársela un poco después y de haberla cogido.

— Menos mal que estabas allí, Arthur — dijo Sirius, que parecía enfadado. — Creo que eres la única persona que estaba hablando con lógica.

El señor Weasley se ruborizó, sobre todo cuando la señora Weasley se inclinó para darle un beso en la mejilla.

¡Pero entonces ella tuvo que estar muy cerca del verdadero culpable! — exclamó el señor Diggory, impaciente—. ¿Viste a alguien, elfina?

Winky comenzó a temblar más que antes. Sus enormes ojos pasaron vacilantes del señor Diggory a Ludo Bagman, y luego al señor Crouch. Tragó saliva y dijo:

No he visto a nadie, señor... A nadie.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.

Amos —dijo secamente el señor Crouch—, soy plenamente consciente de que lo normal, en este caso, sería que te llevaras a Winky a tu departamento para interrogarla. Sin embargo, te ruego que dejes que sea yo quien trate con ella.

— No sé qué es peor — se quejó Padma Patil. — Ambos tratan a Winky como si fuera basura.

El señor Diggory no pareció tomar en consideración aquella sugerencia, pero para Harry era evidente que el señor Crouch era un miembro del Ministerio demasiado importante para decirle que no.

Puedes estar seguro de que será castigada —agregó el señor Crouch fríamente.

— ¿Castigada por qué? — dijo Ginny. — ¡Si no ha hecho nada!

— Tenía órdenes de quedarse en la tienda — le explicó Harry.

— Era peligroso. ¡Y debía estar aterrada! — exclamó Angelina. — Crouch se puede meter sus órdenes por…

Harry no supo por dónde, porque la profesora McGonagall le lanzó a Angelina una mirada tan severa que la chica se calló instantáneamente.

A... a... amo... —tartamudeó Winky, mirando al señor Crouch con los ojos bañados en lágrimas—. A... a... amo, se lo ruego...

El señor Crouch bajó la mirada, con el rostro tan tenso que todas sus arrugas se le marcaban profundamente. No había ni un asomo de piedad en su mirada.

Winky se ha portado esta noche de una manera que yo nunca hubiera creído posible —dijo despacio—. Le mandé que permaneciera en la tienda. Le mandé permanecer allí mientras yo solucionaba el problema. Y me ha desobedecido. Esto merece la prenda.

¡No! —gritó Winky, postrándose a los pies del señor Crouch—. ¡No, amo! ¡La prenda no, la prenda no!

— Crouch es despreciable — dijo Lee Jordan con cara de asco. Los murmullos que siguieron a su comentario le dieron la razón.

Harry sabía que la única manera de liberar a un elfo doméstico era que su amo le regalara una prenda de su propiedad. Daba pena ver la manera en que Winky se aferraba a su paño de cocina sollozando a los pies de su amo.

— Es muy triste — se lamentó la profesora Sprout.

¡Pero estaba aterrorizada! —saltó Hermione indignada, mirando al señor Crouch—. ¡Su elfina siente terror a las alturas, y los magos enmascarados estaban haciendo levitar a la gente! ¡Usted no le puede reprochar que huyera!

— Bien dicho, Hermione — dijo Lupin. Hermione sonrió tímidamente.

Harry se fijó entonces en Percy, que escuchaba en silencio toda la conversación con Crouch y tenía una expresión algo extraña en su rostro.

El señor Crouch dio un paso atrás para librarse del contacto de su elfina, a la que miraba como si fuera algo sucio y podrido que le podía echar a perder los lustrosos zapatos.

Una elfina que me desobedece no me sirve para nada —declaró con frialdad, mirando a Hermione—. No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.

Si bien parecía que algunos alumnos comprendían el punto de vista de Crouch, nadie se atrevió a defenderlo en voz alta. De hecho, ni siquiera Percy dijo nada: estaba concentrado en escuchar la lectura y seguía teniendo esa expresión extraña que Harry no sabía cómo interpretar.

Winky lloraba con tanta energía que sus sollozos resonaban en el claro del bosque. Se hizo un silencio muy desagradable al que puso fin el señor Weasley diciendo con suavidad:

Bien, creo que me llevaré a los míos a la tienda, si no hay nada que objetar. Amos, esa varita ya no nos puede decir nada más. Si eres tan amable de devolvérsela a Harry...

El señor Diggory se la devolvió a Harry, y éste se la guardó en el bolsillo.

De forma involuntaria, Harry miró a Diggory y se sorprendió al ver que éste le miraba. Solo pasaron unos instantes hasta que Diggory apartó la vista hacia Goyle, pero a Harry le bastaron para saber que Amos no lo tenía en alta estima. La frialdad en sus ojos era innegable.

Vamos, vosotros tres —les dijo en voz baja el señor Weasley. Pero Hermione no quería moverse. No apartaba la vista de la elfina, que seguía sollozando—. ¡Hermione! —la apremió el señor Weasley. Ella se volvió y siguió a Harry y a Ron, que dejaban el claro para internarse entre los árboles.

¿Qué le va a pasar a Winky? —preguntó Hermione, en cuanto salieron del claro.

No lo sé —respondió el padre de Ron.

¡Qué manera de tratarla! —dijo Hermione furiosa—. El señor Diggory, sin dejar de llamarla «elfina»... ¡y el señor Crouch! ¡Sabe que no lo hizo y aun así la va a despedir! Le da igual que estuviera aterrorizada, o alterada... ¡Es como si no fuera humana!

— ¿Humana? — repitieron varias voces, con distintos tonos de sorpresa y desdén.

— Es una elfina, no es humana — bufó Zabini.

Hermione rodó los ojos.

— Me refería a que es un ser vivo con sentimientos — dijo en voz alta. — Y se merece respeto.

Algunos rodaron los ojos y la ignoraron. Otros le dieron la razón. Con un poco de nervios, Harry se preguntó si, para cuando acabaran de leer, Hermione habría conseguido arrastrar a todo el colegio para que participara en la P.E.D.D.O.

Es que no lo es —repuso Ron. Hermione se le enfrentó.

Eso no quiere decir que no tenga sentimientos, Ron. Da asco la manera...

Estoy de acuerdo contigo, Hermione —se apresuró a decir el señor Weasley, haciéndole señas de que siguiera adelante—, pero no es el momento de discutir los derechos de los elfos. Me gustaría que estuviéramos de vuelta en la tienda lo antes posible. ¿Qué ocurrió con los otros?

— Qué rápido le ha callado la boca a Granger — se oyó decir a una chica de sexto de Slytherin.

Dicha chica se vio sorprendida por la cantidad de miradas desagradables que le cayeron encima. Harry no sabía si la gente que la miraba mal estaba de acuerdo con Hermione o si le habían cogido cariño a Winky al igual había sucedido con Dobby.

Los perdimos en la oscuridad —explicó Ron—. Papá, ¿por qué le preocupaba tanto a todo el mundo aquella cosa en forma de calavera?

— Es curioso que no lo supieras, siendo de una familia enteramente mágica — dijo Alicia Spinnet.

Ron se encogió de hombros.

— Bueno, no es que sea un buen tema sobre el que hablar mientras cenas, ¿no?

La señora Weasley dejó escapar un suspiro.

— Siempre tuve esperanzas de que mis hijos no tuvieran que reconocer esa dichosa marca ni lo que representa — dijo con tristeza.

Os lo explicaré en la tienda —contestó el señor Weasley con cierto nerviosismo.

Pero cuando llegaron al final del bosque no los dejaron pasar: una multitud de magos y brujas atemorizados se había congregado allí, y al ver aproximarse al señor Weasley muchos de ellos se adelantaron.

¿Qué ha sucedido?

¿Quién la ha invocado, Arthur?

¡No será... él!

— Por supuesto que no — bufó Fudge. — Lo que hay que oír…

— Ciertamente, Cornelius, en aquella ocasión el culpable directo no fue Voldemort — dijo Dumbledore con calma. Fudge hizo un ruido raro con la garganta y se quedó mirando al director como si fuese la criatura más extraña del mundo. Harry supuso que se debía a la falta de costumbre de que Dumbledore le diera la razón en algo.

Por supuesto que no es él —contestó el señor Weasley sin demostrar mucha paciencia—. No sabemos quién ha sido, porque se desaparecieron. Ahora, por favor, perdonadme. Quiero ir a dormir.

Atravesó la multitud seguido de Harry, Ron y Hermione, y regresó al cámping. Ya estaba todo en calma: no había ni rastro de los magos enmascarados, aunque algunas de las tiendas destruidas seguían humeando.

Charlie asomaba la cabeza fuera de la tienda de los chicos.

¿Qué pasa, papá? —le dijo en la oscuridad—. Fred, George y Ginny volvieron bien, pero los otros...

Aquí los traigo —respondió el señor Weasley, agachándose para entrar en la tienda. Harry, Ron y Hermione entraron detrás.

— No os hacéis una idea de lo preocupados que estábamos — dijo Percy.

— Tenías que haber supuesto que se encontrarían metidos en el centro del problema — le dijo Wood. — Creo que Harry tiene un don para estar siempre en medio de todo.

— Hey — se quejó Harry, mientras muchos a su alrededor le daban la razón a Wood. De hecho, hasta Ron asentía con ganas, lo que le hizo ganarse una mirada frustrada de Harry. — No es mi culpa.

— Nadie dice que lo sea — dijo Ginny. — Pero es increíble la facilidad que tienes para estar en el peor sitio en el peor momento.

Eso Harry no podía negarlo.

Bill estaba sentado a la pequeña mesa de la cocina, aplicándose una sábana al brazo, que sangraba profusamente. Charlie tenía un desgarrón muy grande en la camisa, y Percy hacía ostentación de su nariz ensangrentada. Fred, George y Ginny parecían incólumes pero asustados.

¿Los habéis atrapado, papá? —preguntó Bill de inmediato—. ¿Quién invocó la Marca?

No, no los hemos atrapado —repuso el señor Weasley—. Hemos encontrado a la elfina del señor Crouch con la varita de Harry, pero no hemos conseguido averiguar quién hizo realmente aparecer la Marca.

¿Qué? —preguntaron a un tiempo Bill, Charlie y Percy.

Se oyeron algunas risitas aisladas.

— Es que suena absurdo — rió Katie.

¿La varita de Harry? —dijo Fred.

¿La elfina del señor Crouch? —inquirió Percy, atónito.

Con ayuda de Harry, Ron y Hermione, el señor Weasley les explicó todo lo sucedido en el bosque. Al finalizar el relato, Percy se mostraba indignado.

¡Bueno, el señor Crouch tiene toda la razón en querer deshacerse de semejante elfina! —dijo—. Escapar cuando él le mandó expresamente que se quedara... Avergonzarlo ante todo el Ministerio... ¿En qué situación habría quedado él si la hubieran llevado ante el Departamento de Regulación y Control...?

Una oleada de miradas asqueadas cayeron sobre Percy, quien las sintió con tanta fuerza que hasta se movió ligeramente hacia atrás, como alejándose de ellas.

— Esta vez tienes que admitirlo. Sonabas como un imbécil — dijo Fred.

Percy, tras unos segundos, dijo:

— Vale. Ahora que he escuchado cómo le habló el señor Crouch a Winky, veo que no hizo las cosas bien. Pero debes admitir que yo también tenía algo de razón ahí: si la elfina hubiera seguido las órdenes del señor Crouch, no se habría visto envuelta en…

— Ya, bueno, el tema de Winky es complicado, ¿no crees, Perce? — lo interrumpió Fred, alzando una ceja.

Por la mente de ambos debió pasar todo el desastre entre Winky, el señor Crouch, su mujer y Barty Crouch Jr., porque Percy hizo una mueca y no siguió hablando.

Ella no hizo nada... —lo interrumpió Hermione con brusquedad—. ¡Sólo estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado!

Percy se quedó desconcertado. Hermione siempre se había llevado muy bien con él... Mejor, de hecho, que cualquiera de los demás.

Percy y Hermione intercambiaron miradas.

— Es que estabas defendiendo lo indefendible — se excusó Hermione.

¡Hermione, un mago que ocupa una posición cómo la del señor Crouch no puede permitirse tener una elfina doméstica que hace tonterías con una varita mágica! —declaró Percy pomposamente, recuperando el aplomo.

¡No hizo tonterías con la varita! —gritó Hermione—. ¡Sólo la recogió del suelo!

— Vaya — exclamó Dean. — ¿Hermione le gritó?

Hermione se ruborizó intensamente. Percy, por otro lado, pareció muy incómodo.

— Percy se lo merecía — gruñó Angelina. — Sin ofender, pero estabas siendo muy…

— Sí, lo sé — la interrumpió Percy. Parecía abatido. A Harry le dio un poco de pena.

Bueno, ¿puede explicar alguien qué era esa cosa en forma de calavera? —pidió Ron, impaciente—. No le ha hecho daño a nadie... ¿Por qué le dais tanta importancia?

Ya te lo dije, Ron, es el símbolo de Quien-tú-sabes —explicó Hermione, antes de que pudiera contestar ningún otro—. He leído sobre el tema en Auge y caída de las Artes Oscuras.

— Sí, y lo de que no le ha hecho daño a nadie es relativo — dijo Kingsley. — Es un símbolo de muerte.

— Exacto — intervino McGonagall en tono serio. — Solo verla resultaba doloroso, porque sabías lo que significaba. Esa marca ha provocado más dolor del que jamás podáis imaginar.

Se hizo un silencio solemne. Las expresiones de aquellos que habían vivido la guerra decían más de lo que cualquier palabra podría decir.

Goyle siguió leyendo enseguida.

Y no se la había vuelto a ver desde hacia trece años —añadió en voz baja el señor Weasley—. Es natural que la gente se aterrorizara... Ha sido casi cómo volver a ver a Quien-tú-sabes.

Sigo sin entenderlo —dijo Ron, frunciendo el entrecejo—. Quiero decir que no deja de ser simplemente una señal en el cielo...

— Mira que eres tonto — gruñó un chico de séptimo.

— ¡Eh! — exclamó Ron, indignado. Varios Weasley miraron al estudiante de séptimo con enfado.

Ron, Quien-tú-sabes y sus seguidores mostraban la Marca Tenebrosa en el cielo cada vez que cometían un asesinato —repuso el señor Weasley—. El terror que inspiraba... No puedes ni imaginártelo: eres demasiado joven. Imagínate que vuelves a casa y ves la Marca Tenebrosa flotando justo encima, y comprendes lo que estás a punto de encontrar dentro... —El señor Weasley se estremeció—. Era lo que más temía todo el mundo... lo peor...

Se hizo el silencio.

En el comedor, también todos escuchaban en silencio. La explicación hecha por el señor Weasley hizo que más de uno se estremeciera.

Luego Bill, quitándose la sábana del brazo para comprobar el estado de su herida, dijo:

Bueno, quienquiera que la hiciera aparecer esta noche, a nosotros nos fastidió, porque los mortífagos echaron a correr en cuanto la vieron. Todos se desaparecieron antes de que nosotros hubiéramos llegado lo bastante cerca para desenmascarar a ninguno de ellos. Afortunadamente, pudimos coger a la familia Roberts antes de que dieran contra el suelo. En estos momentos les están modificando la memoria.

— Pobre familia — dijo Lavender, apenada.

¿Mortífagos? —repitió Harry—. ¿Qué son los mortífagos?

Se oyeron bufidos a lo largo de todo el comedor.

— No me puedo creer que Potter no lo supiera — dijo Zabini.

— ¿Cómo iba a saberlo? — se defendió Harry.

Sin embargo, para su sorpresa, Lupin se puso de parte de Zabini:

— Tiene razón, Harry. Alguien debió hablarte de ellos mucho antes. Yo no era consciente de lo poco que sabías sobre el tema… Si lo hubiera sabido, te habría explicado muchas cosas en tu tercer año.

Harry no supo qué responder. Supuso que Lupin tenía razón y que lo ideal habría sido que Harry hubiera sabido todas esas cosas sobre mortífagos y marcas mucho antes de su cuarto año.

Es como se llaman a sí mismos los partidarios de Quien-tú-sabes —explicó Bill —. Creo que esta noche hemos visto lo que queda de ellos; quiero decir, los que se libraron de Azkaban.

Pero no tenemos pruebas de eso, Bill —observó el señor Weasley—, aunque es probable que tengas razón —agregó, desesperanzado.

Varias personas asintieron, dándoles la razón. Fudge chasqueó la lengua en un gesto de desagrado. Umbridge, por su parte, tenía una expresión aburrida en su cara de sapo.

Apuesto a que sí —dijo Ron de pronto—. ¡Papá, encontramos a Draco Malfoy en el bosque, y prácticamente admitió que su padre era uno de aquellos chalados de las máscaras! ¡Y todos sabemos lo bien que se llevaban los Malfoy con Quien-tú-sabes!

Medio comedor se giró para mirar a Malfoy, quien rodó los ojos.

— No sabes nada sobre mi familia, Weasley. Así que cierra la boca.

— Sé más que suficiente — replicó Ron, enfadado. Pero, mientras él hablaba, Goyle había continuado leyendo, por lo que Ron se vio obligado a quedarse en silencio.

Pero ¿qué pretendían los partidarios de Voldemort...? —empezó a decir Harry. Todos se estremecieron. Como la mayoría de los magos, los Weasley evitaban siempre pronunciar el nombre de Voldemort.

Goyle soltó un gritito. Harry supuso que se acababa de dar cuenta de que había pronunciado el nombre de Voldemort varias veces durante la lectura.

— Por favor, continúe — le instó Dumbledore. Goyle, que se había puesto pálido, siguió leyendo.

Lo siento —añadió apresuradamente Harry—. ¿Qué pretendían los partidarios de Quien-vosotros-sabéis, haciendo levitar a los muggles? Quiero decir, ¿para qué lo hicieron?

¿Para qué? —dijo el señor Weasley, con una risa forzada—. Harry, ésa es su idea de la diversión. La mitad de los asesinatos de muggles que tuvieron lugar bajo el poder de Quien-tú-sabes se cometieron nada más que por diversión. Me imagino que anoche bebieron bastante y no pudieron aguantar las ganas de recordarnos que todavía están ahí y son unos cuantos. Una encantadora reunión para ellos —terminó, haciendo un gesto de asco.

— Es horripilante — dijo Hagrid, asqueado. — Y pensar que esa es su forma de diversión…

— No tienen corazón — dijo la señora Pomfrey.

Pero, si eran mortífagos, ¿por qué se desaparecieron al ver la Marca Tenebrosa? — preguntó Ron—. Tendrían que haber estado encantados de verla, ¿no?

— Ahí tiene razón — se oyó decir a una chica de segundo.

Piensa un poco, Ron —dijo Bill—. Si de verdad eran mortífagos, hicieron lo indecible para no entrar en Azkaban cuando cayó Quien-tú-sabes, y dijeron todo tipo de mentiras sobre que él los había obligado a matar y a torturar a la gente. Estoy seguro de que ellos tendrían aún más miedo que nosotros si volviera. Cuando perdió sus poderes, negaron haber tenido relación con él y se apresuraron a regresar a su vida cotidiana. Imagino que no les guarda mucho aprecio, ¿no crees?

Se hizo el silencio. Tras unos momentos, Neville dijo:

— Entonces los que causaron aquel alboroto fueron los más cobardes de entre los mortífagos. Es asqueroso…

—Así es — asintió Lupin.

Entonces... los que hicieron aparecer la Marca Tenebrosa... —dijo Hermione pensativamente— ¿lo hicieron para mostrar su apoyo a los mortífagos o para espantarlos?

Puede ser cualquier cosa, Hermione —admitió el señor Weasley—. Pero te diré algo: sólo los mortífagos sabían formar la Marca. Me sorprendería mucho que la persona que lo hizo no hubiera sido en otro tiempo un mortífago, aunque no lo sea ahora...

— ¿Se descubrió quién fue? — preguntó Parvati. — ¿Lo sabremos si seguimos leyendo?

Se formó un murmullo entre los estudiantes que, como ella, se morían de la curiosidad. El profesor Dumbledore respondió:

— Sí, señorita Patil. Eventualmente, la verdad siempre se descubre.

Harry miró a Fudge en ese momento y vio que se acababa de poner de un rojo intenso. Esperaba que Dumbledore tuviera razón y que la verdad se descubriera pronto… porque la idea de haber leído cuatro años de su vida para que Fudge se negara a aceptar la realidad le preocupaba.

Escuchad: es muy tarde, y si vuestra madre se entera de lo sucedido se preocupará muchísimo. Lo que vamos a hacer es dormir unas cuantas horas y luego intentaremos irnos de aquí en uno de los primeros trasladores.

A Harry le zumbaba la cabeza cuando regresó a la litera. Tenía motivos para estar reventado de cansancio, porque eran casi las tres de la madrugada; sin embargo, se sentía completamente despejado... y preocupado.

— Normal — bufó Ron. — Todos lo estábamos.

Hacía tres días (parecía mucho más, pero realmente eran sólo tres días) que había despertado con la cicatriz ardiéndole. Y aquella noche, por primera vez en trece años, había aparecido en el cielo la Marca de lord Voldemort. ¿Qué significaba todo aquello?

— Que Voldemort estaba preparándose para regresar — dijo Harry en voz alta, con la vista fija en Umbridge y en el ministro. — Como se probará al final del libro, supongo — añadió.

— Eso ya lo veremos, Potter — replicó la profesora Umbridge. Le brillaban los ojos y Harry estaba seguro de que se moría por castigarle de nuevo por sus palabras.

Pensó en la carta que le había escrito a Sirius antes de dejar Privet Drive. ¿La habría recibido ya? ¿Cuándo contestaría? Harry estaba acostado de cara a la lona, pero ya no tenía fantasías de escobas voladoras que lo fueran introduciendo en el sueño paulatinamente, y pasó mucho tiempo desde que comenzaron los ronquidos de Charlie hasta que, finalmente, él también cayó dormido.

— No me esperaba lo de los ronquidos — dijo Charlie en tono divertido, haciendo que la tensión se relajara un poco.

Goyle dejó el libro de cualquier manera sobre el atril y comenzó a bajar la tarima.

— Disculpe, señor Goyle — lo llamó Dumbledore. — ¿Podría leer el título del siguiente capítulo, si es tan amable?

Goyle, que se encontraba ya a medio camino entre la tarima y su asiento, tuvo que dar media vuelta. Tomó el libro de nuevo, tardó unos segundos en encontrar la página (puesto que había cerrado el libro sin marcarla) y leyó de mala gana:

— Alboroto en el ministerio.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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