El expreso de Hogwarts:
Romilda anunció que ese era el final del capítulo y, antes de que el director pudiera decirle nada, leyó:
— El siguiente se llama: El expreso de Hogwarts.
Mientras Romilda regresaba a su asiento, Dumbledore volvía a pedir voluntarios para leer.
Al menos una decena de personas, incluyendo un par de profesores, levantaron la mano. Harry supuso que se debía a que el título del capítulo lo hacía parecer ligero y agradable. Hizo memoria, tratando de recordar si en aquel viaje a Hogwarts sucedió algo malo, pero lo único que recordó fue aquella estúpida discusión con Malfoy.
El director escogió a Anthony Goldstein, de Ravenclaw, que subió a la tarima y comenzó a leer sin demora.
Cuando Harry despertó a la mañana siguiente, había en el ambiente una definida tristeza de fin de vacaciones. La copiosa lluvia seguía salpicando contra la ventana mientras él se ponía los vaqueros y una sudadera. Se vestirían con las túnicas del colegio cuando estuvieran en el expreso de Hogwarts.
— Sería genial que todos nos pusiéramos las túnicas en casa algún año — dijo Jimmy Peakes. — Imaginad la cara de los muggles cuando vieran a cientos de personas vestidas con túnicas en la estación.
— Pensarían que somos una secta — replicó Seamus.
Por fin él, Ron, Fred y George bajaron a desayunar. Acababan de llegar al rellano del primer piso, cuando la señora Weasley apareció al pie de la escalera, con expresión preocupada.
—¡Arthur! —llamó mirando hacia arriba—. ¡Arthur! ¡Mensaje urgente del Ministerio!
Harry se echó contra la pared cuando el señor Weasley pasó metiendo mucho ruido, con la túnica puesta del revés, y desapareció de la vista a toda prisa.
Algunos rieron, mientras otros miraban al señor Weasley como si se hubiera vuelto loco. Por su parte, el señor Weasley se ruborizó ligeramente.
Cuando Harry y los demás entraron en la cocina, vieron a la señora Weasley buscando nerviosa por los cajones del aparador («¡Tengo una pluma en algún sitio!», murmuraba) y al señor Weasley inclinado sobre el fuego, hablando con...
Para asegurarse de que los ojos no lo habían engañado, Harry los cerró con fuerza y volvió a abrirlos.
Eso despertó la curiosidad de muchos, que se inclinaron en sus asientos o murmuraron entre sí, tratando de adivinar qué había sorprendido tanto a Harry.
Semejante a un enorme huevo con barba, la cabeza de Amos Diggory se encontraba en medio de las llamas.
Se oyeron risitas muy mal disimuladas. Amos Diggory le lanzó una mirada helada a Harry, quien tragó saliva.
Hablaba muy deprisa, completamente indiferente a las chispas que saltaban en torno a él y a las llamas que le lamían las orejas.
—... Los vecinos muggles oyeron explosiones y gritos, y por eso llamaron a esos... ¿cómo los llaman...?, «pocresías». Arthur, tienes que ir para allá...
— ¿Quiere decir policías? — rió Colin. Dejó de reír abruptamente cuando notó que la mirada helada de Diggory se trasladaba de Harry a él.
—¡Aquí está! —dijo sin aliento la señora Weasley, poniendo en las manos de su marido un pedazo de pergamino, un tarro de tinta y una pluma estrujada.
—... Ha sido una suerte que yo me enterara —continuó la cabeza del señor Diggory—. Tenía que ir temprano a la oficina para enviar un par de lechuzas, y encontré a todos los del Uso Indebido de la Magia que salían pitando. ¡Si Rita Skeeter se entera de esto, Arthur...!
—¿Qué dice Ojoloco que sucedió? —preguntó el señor Weasley, que abrió el tarro de tinta, mojó la pluma y se dispuso a tomar notas.
Moody arqueó la ceja al escuchar su nombre, o eso le pareció a Harry.
La cabeza del señor Diggory puso cara de resignación.
—Dice que oyó a un intruso en el patio de su casa. Dice que se acercaba sigilosamente a la casa, pero que los contenedores de basura lo cogieron por sorpresa.
Muchos alumnos trataban de mirar a Moody con disimulo, mientras otros ni siquiera se esforzaban por ocultarlo.
—¿Qué hicieron los contenedores de basura? —inquirió el señor Weasley, escribiendo como loco.
—Por lo que sé, hicieron un ruido espantoso y prendieron fuego a la basura por todas partes —explicó el señor Diggory—. Parece ser que uno de los contenedores todavía andaba por allí cuando llegaron los «pocresías».
— Esos pobres agentes se tuvieron que llevar el susto de su vida — dijo Dean por lo bajo.
El señor Weasley emitió un gruñido.
—¿Y el intruso?
—Ya conoces a Ojoloco, Arthur —dijo la cabeza del señor Diggory, volviendo a poner cara de resignación—. ¿Que alguien se acercó al patio de su casa en medio de la noche? Me parece más probable que fuera un gato asustado que anduviera por allí cubierto de mondas de patata.
— Pues le informo, Amos, de que no se trataba de ningún gato — gruñó Moody. Tenía la vista fija en Amos y hablaba con tanto desprecio que Harry no supo cómo Diggory pudo soportarlo.
Como Diggory no se atrevió a replicar nada (más allá de un breve gesto de disculpa con la cabeza), Goldstein siguió leyendo, algo confuso.
Pero, si los del Uso Indebido de la Magia le echan las manos encima a Ojoloco, se la ha cargado. Piensa en su expediente. Tenemos que librarlo acusándolo de alguna cosa de poca monta, algo relacionado con tu departamento. ¿Qué tal lo de los contenedores que han explotado?
—Sería una buena precaución —repuso el señor Weasley, con el entrecejo fruncido y sin dejar de escribir a toda velocidad—. ¿Ojoloco no usó la varita? ¿No atacó realmente a nadie?
— Así que están haciendo chanchullos para encubrirlo — dijo Umbridge en voz alta. Pasaba la mirada del señor Weasley a Diggory, y a Harry le hizo pensar en un sapo que mira dos grandes moscas. — Recordaré ese dato, por supuesto. Y cuando salgamos de aquí, hablaremos.
El señor Weasley le lanzó una mirada nerviosa a su mujer.
— Bueno, para eso todavía faltan al menos unos cuantos días, Dolores — le recordó Dumbledore en tono alegre. — Creo que tendrás muchas más cosas que recordar para ese entonces.
Umbridge lo miró mal.
—Apuesto a que saltó de la cama y comenzó a echar maleficios contra todo lo que tenía a su alcance desde la ventana —contestó el señor Diggory—, pero les costará trabajo demostrarlo, porque no hay heridos.
—Bien, ahora voy —dijo el señor Weasley. Se metió en el bolsillo el pergamino con las notas que había tomado y volvió a salir a toda prisa de la cocina.
La cabeza del señor Diggory miró a la señora Weasley.
—Lo siento, Molly —dijo, más calmado—, siento haber tenido que molestaros tan temprano... pero Arthur es el único que puede salvar a Ojoloco, y se supone que es hoy cuando Ojoloco empieza su nuevo trabajo. ¿Por qué tendría que escoger esta noche...?
— Verás, no fue mi elección — replicó Moody de mal humor. — Muchas cosas ese año no fueron de mi elección, como quizá recuerdes.
Harry notó que Diggory se había tensado. Miraba a Moody como si quisiera responder algo, pero prefirió callarse.
—No importa, Amos —repuso la señora Weasley—. ¿Estás seguro de que no quieres una tostada o algo antes de irte?
—Eh... bueno —aceptó el señor Diggory.
La señora Weasley cogió una tostada untada con mantequilla de un montón que había en la mesa de la cocina, la puso en las tenacillas de la chimenea y se la acercó al señor Diggory a la boca.
—«Gacias» —masculló éste, y luego, haciendo «¡plin!», se desvaneció.
A Harry le resultaba sorprendente que el mismo hombre que se había desvanecido de la chimenea de los Weasley con una tostada en la boca fuera el mismo que llevaba horas lanzándole miradas frías. Le parecían personas totalmente diferentes.
Había pensado algo similar al volver a escuchar a Diggory hablar de Cedric justo antes de los mundiales. Aquel hombre tan jovial, tan orgulloso de su hijo… El mismo hombre que ahora parecía tener diez años más, aunque solo había pasado un año desde aquel momento.
Harry se preguntó si él también habría cambiado. Cuando se miraba al espejo, no se veía muy diferente del año anterior, excepto por las ojeras (pero eso era culpa de las pesadillas) y de que quizá estaba un poco más delgado (o eso decía la señora Weasley). Pero al menos a él no le habían salido canas.
Sin poder evitarlo, pensó en los desconocidos del futuro. Si todos ellos habían vivido una guerra y habían visto morir a… ¿sus amigos? ¿Sus familiares? Habían visto morir a Fred y a Lupin, ¿pero qué relación tenían con ellos? ¿Les había dolido su muerte?
Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas que le entraban ganas de tirarse de los pelos. Si su teoría de que uno de los encapuchados era George era cierta, entonces sí, la muerte de Fred le había tenido que doler más que nada en el mundo.
Miró a George de reojo, recordando la mirada tan extraña que le había echado mientras leían el capítulo anterior, cuando la señora Weasley se había puesto a llorar y había abrazado a Fred. Ahora se encontraba mirando hacia Goldstein y concentrado en la lectura (más concentrado que él mismo, desde luego) y Harry decidió dejar de pensar en el tema.
Harry oyó al señor Weasley despidiéndose apresuradamente de Bill, Charlie, Percy y las chicas. A los cinco minutos volvió a entrar en la cocina, con la túnica ya bien puesta y pasándose un peine por el pelo.
—Será mejor que me dé prisa. Que tengáis un buen trimestre, muchachos —les dijo el señor Weasley a Harry, Ron y los gemelos, mientras se echaba una capa sobre los hombros y se disponía a desaparecerse—. Molly, ¿podrás llevar tú a los chicos a la estación de King's Cross?
—Por supuesto que sí —asintió ella—. Tú cuida de Ojoloco, que ya nos arreglaremos.
Al desaparecerse el señor Weasley, Bill y Charlie entraron en la cocina.
—¿Alguien mencionó a Ojoloco? —preguntó Bill—. ¿Qué ha hecho ahora?
Moody resopló y Bill trató de ocultar una sonrisita, sin éxito.
—Dice que alguien intentó entrar anoche en su casa —explicó la señora Weasley.
—¿Ojoloco Moody? —dijo George pensativo, poniéndose mermelada de naranja en la tostada—. ¿No es el chiflado...?
— Eso dicen — replicó Moody. — En mi opinión, los chiflados son ellos.
A juzgar por las miradas de gran parte del comedor, los estudiantes no compartían esa opinión.
—Tu padre tiene muy alto concepto de él —le recordó severamente la señora Weasley.
—Sí, bueno, papá colecciona enchufes, ¿no? —comentó Fred en voz baja, cuando su madre salió de la cocina—. Dios los cría...
Se oyeron risas a lo largo de todo el comedor. A Harry le hizo gracia notar que las risas de Hagrid y de Sirius resonaban sobre todas las demás.
— ¡Fred! — lo regañó su madre, aunque sin mucho enfado. Todavía seguía algo tocada tras el inesperado recordatorio del futuro de Fred.
—Moody fue un gran mago en su tiempo —afirmó Bill.
—Es un viejo amigo de Dumbledore, ¿verdad? —dijo Charlie.
—Pero Dumbledore tampoco es lo que se entiende por normal, ¿a que no? — repuso Fred—. Bueno, ya sé que es un genio y todo eso...
Las risas aumentaron.
— Lo estás arreglando — ironizó Angelina. Fred se encogió de hombros.
— Sigo manteniendo lo que dije.
— Y haces bien, señor Weasley — replicó Dumbledore. Le brillaban los ojos. — Admito que tengo ciertas peculiaridades.
— ¿Solo ciertas? — murmuró Ron. — Es más raro que un perro verde.
Eso le sacó una risita a Harry, Hermione y Ginny.
—¿Quién es Ojoloco? —preguntó Harry.
—Está retirado, pero antes trabajaba para el Ministerio —explicó Charlie—. Yo lo conocí un día en que papá me llevó con él al trabajo. Era un auror: uno de los mejores... un cazador de magos tenebrosos —añadió, viendo que Harry seguía sin entender—.
— ¿No sabías lo que es un auror? — exclamó Ernie Macmillan. — Caray, Harry…
— ¿Cómo iba a saberlo? — se defendió Harry. — En Hogwarts no se habla de profesiones hasta el quinto año.
McGonagall frunció el ceño.
— Quizá deberíamos empezar a hablar de ese tema en los primeros años. Puede que conocer la terminología adecuada desde primero sea útil para tomar decisiones sobre las optativas y el camino a seguir.
Dumbledore pareció pensarlo un momento antes de asentir.
— Puede ser interesante.
La mitad de las celdas de Azkaban las ha llenado él. Pero se creó un montón de enemigos... sobre todo familiares de los que atrapaba... y, según he oído, en su vejez se ha vuelto realmente paranoico. Ya no confía en nadie. Ve magos tenebrosos por todas partes.
Moody soltó una carcajada que parecía de todo menos una risa. Harry se sobresaltó, y no fue el único. De hecho, muchos alumnos miraron a Moody con alarma y un par de chicas de segundo se movieron ligeramente hacia la izquierda en sus asientos, alejándose de él.
— Mucha gente cree que me he vuelto paranoico — dijo Moody en voz alta. — Pero lo que tengo no es paranoia, es experiencia. Para evitar ser una presa fácil para los mortífagos, lo mejor es estar en alerta permanente. ¡Que sean ellos los que se lleven la sorpresa!
Aunque muchos parecieron entender su razonamiento, otros lo miraban con más cautela todavía.
Bill y Charlie decidieron ir a despedirlos a todos a la estación de King's Cross, pero Percy, disculpándose de forma exagerada, dijo que no podía dejar de ir al trabajo.
—En estos momentos no puedo tomarme más tiempo libre —declaró—. Realmente el señor Crouch está empezando a confiar en mí.
—Sí, ¿y sabes una cosa, Percy? —le dijo George muy serio—. Creo que no tardará en aprenderse tu nombre.
Se escucharon risitas por todo el comedor. Percy se ruborizó intensamente.
— George… — lo regañó su madre. George rodó los ojos.
— Vale, lo que dije no fue agradable, lo admito — dijo, dirigiéndose directamente a Percy. — Pero tú tienes que admitir que no querer ir a despedirnos a la estación por cosas del trabajo era una excusa horrible. No fuiste porque no quisiste, y lo sabes.
Percy jadeó.
— ¡Tenía que trabajar!
— Recuerdo tu horario, Perce — replicó George. — No tenías que estar allí a una hora fija.
— Venga ya, Percy. Admítelo — intervino Fred.
Percy seguía muy colorado. Tras soltar un resoplido, ignoró a los gemelos y volvió a centrar la mirada en el libro.
— Percy…
Fue Ron quien habló, y su tono le sorprendió mucho a Harry. No hablaba con enfado, sino que su voz sonaba a… ¿comprensión? Y a advertencia.
Percy miró a Ron y debió entender lo que le quería decir con la mirada, porque suspiró de nuevo y dijo:
— Vale, sí pude haber ido a acompañaros. Pero no estabais siendo muy agradables conmigo, ¿no crees?
— Tú tampoco lo estabas siendo — replicó Ginny.
Percy volvió a mirar a Ron, sin decir palabra. Harry recordó entonces que Ron había sido el primero en hablar con Percy cuando éste todavía estaba peleado con toda su familia. Aunque no tenía ni idea de qué habrían hablado Ron y él fuera del comedor, aquel primer día de lectura, Harry sabía que debió ser importante.
Y esa conversación estaba ahora en la mente de ambos hermanos. Por tercera vez en menos de dos minutos, Percy suspiró y dijo:
— Ya. Lo sé.
— Ni nosotros fuimos agradables contigo ni tú con nosotros. Todos tenemos cosas de las que nos arrepentimos — dijo Ron. Percy asintió, y el resto de los Weasley parecía dividido entre la sorpresa y el remordimiento.
Hermione miraba a Ron como si le hubiera salido una segunda cabeza, pero no parecía disgustada en absoluto. Al contrario, había un deje de orgullo en sus ojos que Ron pareció no notar.
La señora Weasley tuvo que habérselas con el teléfono de la oficina de correos del pueblo para pedir tres taxis muggles ordinarios que los llevaran a Londres.
—Arthur intentó que el Ministerio nos dejara unos coches —le susurró a Harry la señora Weasley en el jardín de delante de la casa, mientras observaban cómo los taxistas cargaban los baúles—. Pero no había ninguno libre... Éstos no parecen estar muy contentos, ¿verdad?
Harry no quiso decirle a la señora Weasley que los taxistas muggles no acostumbraban transportar lechuzas nerviosas, y Pigwidgeon estaba armando un barullo inaguantable.
— Ay, me lo podías haber dicho, Harry — se lamentó la señora Weasley. — Quizá debí dejarles más propina…
Por otro lado, no se pusieron precisamente más contentos cuando unas cuantas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que prendían con la humedad, se cayeron inesperadamente del baúl de Fred al abrirse de golpe. Crookshanks se asustó con las bengalas, intentó subirse encima de uno de los taxistas, le clavó las uñas en la pierna, y éste se sobresaltó y gritó de dolor.
— Sin duda alguna, debiste dejarles más propina — dijo Tonks con una sonrisita. La señora Weasley hizo una mueca.
El viaje resultó muy incómodo porque iban apretujados en la parte de atrás con los baúles. Crookshanks tardó un rato en recobrarse del susto de las bengalas, y para cuando entraron en Londres, Harry, Ron y Hermione estaban llenos de arañazos.
— Esa maldita bola de pelo — se oyó decir a un chico de tercero.
— ¡Eh! Te recuerdo que descubrió a Pettigrew — exclamó una chica de segundo, indignada.
— Sigue siendo una apestosa bola de pelo — se quejó el mismo chico.
Mucha gente lo miró mal, incluida Hermione.
Fue un alivio llegar a King's Cross, aunque la lluvia caía aún con más fuerza y se calaron completamente al cruzar la transitada calle en dirección a la estación, llevando los baúles.
— ¿No podíais usar un hechizo repelente de agua? — preguntó Hannah Abbott.
— O un paraguas — resopló Justin.
Harry ya estaba acostumbrado a entrar en el andén nueve y tres cuartos. No había más que caminar recto a través de la barrera, aparentemente sólida, que separaba los andenes nueve y diez. La única dificultad radicaba en hacerlo con disimulo, para no atraer la atención de los muggles.
— Gracias por la información, no lo sabía — dijo Zabini en tono irónico.
Todo el comedor lo ignoró.
Aquel día lo hicieron por grupos. Harry, Ron y Hermione (los más llamativos, porque llevaban con ellos a Pigwidgeon y a Crookshanks) pasaron primero: caminaron como quien no quiere la cosa hacia la barrera, hablando entre ellos despreocupadamente, y la atravesaron... y, al hacerlo, el andén nueve y tres cuartos se materializó allí mismo.
El expreso de Hogwarts, una reluciente máquina de vapor de color escarlata, ya estaba allí, y de él salían nubes de vapor que convertían en oscuros fantasmas a los numerosos alumnos de Hogwarts y sus padres, reunidos en el andén.
— A veces haces descripciones muy poéticas, Harry — dijo Luna. — Nubes de vapor que convertían en oscuros fantasmas…
Harry se encogió de hombros. No era la primera vez que Luna comentaba algo por el estilo, pero, a decir verdad, le ponía un poco nervioso que asumiera que el libro lo había escrito él, porque le hacía plantearse muchas preguntas que no podía responder.
Harry, Ron y Hermione entraron a coger sitio, y no tardaron en colocar su equipaje en un compartimiento de uno de los vagones centrales del tren. Luego bajaron de un salto otra vez al andén para despedirse de la señora Weasley, de Bill y de Charlie.
—Quizá nos veamos antes de lo que piensas —le dijo Charlie a Ginny, sonriendo, al abrazarla.
Ginny bufó.
— Habría sido mejor que nos lo dijerais de antemano — se quejó.
— Fue más divertido sorprenderos — rió Charlie.
—¿Por qué? —le preguntó Fred muy interesado.
—Ya lo verás —respondió Charlie—. Pero no le digas a Percy que he dicho nada, porque, al fin y al cabo, es «información reservada, hasta que el ministro juzgue conveniente levantar el secreto».
—Sí, ya me gustaría volver a Hogwarts este año —dijo Bill con las manos en los bolsillos, mirando el tren con nostalgia.
—¿Por qué? —quiso saber George, intrigado.
— Es por el famoso torneo, ¿no? — preguntó un chico de primero. — Yo lo seguí leyendo El Profeta. Me habría encantado nacer un año antes para poder estar aquí ya y verlo todo en directo.
Varios alumnos de primero admitieron sentirse de forma similar.
— Hay que admitir que la mayoría del torneo fue genial — dijo una chica de cuarto. — Aunque el final fuera… bueno — le lanzó una mirada de soslayo a Diggory.
— Ojalá haber estado aquí — suspiró una chica de primero.
—Porque vais a tener un curso muy interesante —explicó Bill, parpadeando—. Quizá podría hacer algo de tiempo para ir y echar un vistazo a...
—¿A qué?
Pero en aquel momento sonó el silbato, y la señora Weasley los empujó hacia las puertas de los vagones.
Se oyeron algunas risas burlonas en varias zonas del comedor. Bill y Charlie sonreían.
— Hay que admitir que los tiempos no pudieron ser mejores — rió Charlie.
—Gracias por la estancia, señora Weasley —dijo Hermione después de que subieron al tren, cerraron la puerta y se asomaron por la ventanilla para hablar con ella.
—Sí, gracias por todo, señora Weasley —dijo Harry.
—El placer ha sido mío —respondió ella—. Os invitaría también a pasar la Navidad, pero... bueno, creo que preferiréis quedaros en Hogwarts, porque con una cosa y otra...
— Molly, ¿tú también? — rió Lupin. — Pobres. Debió ser muy frustrante no saber de qué iba la cosa.
— No te haces una idea — se quejó Ron.
—¡Mamá! —exclamó Ron enfadado—. ¿Qué es lo que sabéis vosotros tres y nosotros no?
—Esta noche os enteraréis, espero —contestó la señora Weasley con una sonrisa—. Va a ser muy emocionante... Desde luego, estoy muy contenta de que hayan cambiado las normas...
— Venga ya, eso lo está haciendo aposta para frustrarlos aún más — dijo Roger Davies al tiempo que Sirius se echaba a reír.
— Buena esa, Molly — la felicitó con una sonrisa. Harry, sintiéndose traicionado, le lanzó una mirada de reproche, pero eso solo hizo que Sirius riera más fuerte.
—¿Qué normas? —preguntaron Harry, Ron, Fred y George al mismo tiempo.
—Seguro que el profesor Dumbledore os lo explicará... Ahora, portaos bien, ¿eh? ¿Eh, Fred? ¿Eh, George?
— Ron es el que siempre se mete en los peores líos, pero nosotros somos los que nos llevamos la doble advertencia — se quejó Fred en tono dramático. — ¡Injusticia!
El tren pitó muy fuerte y comenzó a moverse.
—¡Decidnos lo que va a ocurrir en Hogwarts! —gritó Fred desde la ventanilla cuando ya las figuras de la señora Weasley, de Bill y de Charlie empezaban a alejarse —. ¿Qué normas van a cambiar?
Pero la señora Weasley tan sólo sonreía y les decía adiós con la mano. Antes de que el tren hubiera doblado la curva, ella, Bill y Charlie habían desaparecido.
— Nunca me había sentido tan despreciado — dijo Fred con fingido dolor. — Fuimos ignorados…
— Y engañados… — añadió George.
— … por nuestra propia familia — siguió Fred.
La señora Weasley rodó los ojos y Harry se alegró al ver que recobraba su espíritu usual.
— Dejad de exagerar. No os lo podíamos contar, y punto.
Harry, Ron y Hermione regresaron a su compartimiento. La espesa lluvia salpicaba en las ventanillas con tal fuerza que apenas distinguían nada del exterior. Ron abrió su baúl, sacó la túnica de gala de color rojo oscuro y tapó con ella la jaula de Pigwidgeon para amortiguar sus gorjeos.
—Bagman nos quería contar lo que va a pasar en Hogwarts —dijo malhumorado, sentándose al lado de Harry—. En los Mundiales, ¿recordáis? Pero mi propia madre es incapaz de decir nada. Me pregunto qué...
— Tu propia madre estaba siguiendo las normas — le recordó la señora Weasley. — Bagman no debería tomarse como ejemplo de nada.
— Ahora ya lo sé — se quejó Ron.
—¡Shh! —susurró de pronto Hermione, poniéndose un dedo en los labios y señalando el compartimiento de al lado.
Los tres aguzaron el oído y, a través de la puerta entreabierta, oyeron una voz familiar que arrastraba las palabras.
— Seguro que es Malfoy — dijo Angelina inmediatamente.
—... Mi padre pensó en enviarme a Durmstrang antes que a Hogwarts. Conoce al director. Bueno, ya sabéis lo que piensa de Dumbledore: a ése le gustan demasiado los sangre sucia...
Se oyeron jadeos y Harry notó que Malfoy mantenía la vista fija en uno de los cojines que había frente a él, evitando así las miradas del resto del comedor. Lleno de curiosidad, Harry se fijó en Snape, quien miraba a Malfoy con intensidad.
No había olvidado lo que había presenciado en las mazmorras, cuando Malfoy había cumplido su castigo con él, Ron y Hermione. Snape lo había tenido horas escribiendo la frase "Jamás volveré a utilizar el término sangre sucia".
Deseó poder leer los pensamientos del profesor. Por la forma en la que miraba a Malfoy, estaba claro que no se sentía muy contento con él.
En cambio, en el Instituto Durmstrang no admiten a ese tipo de chusma. Pero a mi madre no le gustaba la idea de que yo fuera al colegio tan lejos. Mi padre dice que en Durmstrang tienen una actitud mucho más sensata que en Hogwarts con respecto a las Artes Oscuras. Los alumnos de Durmstrang las aprenden de verdad: no tienen únicamente esa porquería de defensa contra ellas que tenemos nosotros...
— Créeme, muchacho — gruñó Moody. — Lo mejor que puedes aprender sobre las Artes Oscuras es a evitarlas. Aprender a defenderse es primordial. Si lo que quieres es aprender a usarlas, acabarás muy mal.
Malfoy le lanzó a Moody una mirada nerviosa y no contestó. Harry, recordando la vez que el falso Moody lo había convertido en un hurón, no pudo esconder una sonrisita. Quedaba claro que a Malfoy aún le quedaban las secuelas de aquel día.
Ginny lo miró con curiosidad y Harry se inclinó para explicárselo al oído. Ginny también sonrió al recordarlo.
— Espero que salga en el libro — susurró.
A Harry le encantó la idea. Mucho más contento que antes, siguió escuchando la lectura.
Hermione se levantó, fue de puntillas hasta la puerta del compartimiento y la cerró para no dejar pasar la voz de Malfoy.
—Así que piensa que Durmstrang le hubiera venido mejor, ¿no? —dijo irritada —. Me gustaría que lo hubieran llevado allí. De esa forma no tendríamos que aguantarlo.
— No, grracias — dijo Krum. — Os lo podéis quedarr.
Tomado por sorpresa, Harry soltó una carcajada que apenas se escuchó en el comedor, debido a que buena parte del alumnado también reía. Malfoy, por otro lado, miraba a Krum con total indignación.
— No, si ya tenía claro que tienes el gusto atrofiado, Krum — le espetó, lanzando una mirada significativa hacia Hermione.
Ron entendió por dónde iban los tiros antes que Harry.
— ¡Eh! — exclamó. — El que tiene el gusto atrofiado eres tú.
Malfoy sonrió maliciosamente.
— Creo que tú tienes tan mal gusto como Krum, Weasley.
Ron estuvo a punto de levantarse, pero Hermione lo agarró del brazo.
— No merece la pena — susurró. —Déjalo estar.
Ron le lanzó una última mirada envenenada a Malfoy antes de volver a mirar hacia el libro con el ceño fruncido.
—¿Durmstrang es otra escuela de magia? —preguntó Harry.
—Sí —dijo Hermione desdeñosamente—, y tiene una reputación horrible. Según el libro Evaluación de la educación mágica en Europa, da muchísima importancia a las Artes Oscuras.
Hermione se puso muy roja.
— Eh… Lo siento — se disculpó con Krum, quien simplemente se encogió de hombros.
— Sé que no tiene buena reputación — dijo. — Es lo que hay.
Hermione pareció aliviada.
—Creo que he oído algo sobre ella —comentó Ron pensativamente—. ¿Dónde está? ¿En qué país?
—Bueno, nadie lo sabe —repuso Hermione, levantando las cejas.
—Eh... ¿por qué no? —se extrañó Harry.
—Hay una rivalidad tradicional entre todas las escuelas de magia. A las de Durmstrang y Beauxbatons les gusta ocultar su paradero para que nadie les pueda robar los secretos —explicó Hermione con naturalidad.
— Hogwagts está demasiado despgotegida — dijo Fleur en voz alta.
Algunos la miraron mal. Otros parecieron estar de acuerdo con ella.
—¡Vamos! ¡No digas tonterías! —exclamó Ron, riéndose—. Durmstrang tiene que tener el mismo tamaño que Hogwarts. ¿Cómo van a esconder un castillo enorme?
—¡Pero si también Hogwarts está oculto! —dijo Hermione, sorprendida—. Eso lo sabe todo el mundo. Bueno, todo el mundo que ha leído Historia de Hogwarts.
— Es decir, solo tú — dijo Ron.
Hermione rodó los ojos.
— Muchos lo han leído, ¿recuerdas? Sobre todo Ravenclaws…
— Pero los Ravenclaws no cuentan — insistió Ron. — Se leen todo lo que tenga letras aunque sea un aburrimiento.
Se oyó más de un bufido desde la zona de Ravenclaw, aunque ninguno de ellos contradijo a Ron.
—Sólo tú, entonces —repuso Ron—. A ver, ¿cómo han hecho para esconder un lugar como Hogwarts?
—Está embrujado —explicó Hermione—. Si un muggle lo mira, lo único que ve son unas ruinas viejas con un letrero en la entrada donde dice: «MUY PELIGROSO. PROHIBIDA LA ENTRADA.»
— Sinceramente, es una protección un poco cutre — dijo Seamus. — ¿Sabéis la cantidad de muggles que leerían ese cartel y pasarían de él? Nadie hace caso a los carteles de peligro.
Lupin asintió y dijo:
— Lo que protege a Hogwarts realmente no es ese cartel, es lo lejos que está de una zona poblada y la cantidad de hechizos anti-muggles que lo rodean.
—¿Así que Durmstrang también parece unas ruinas para el que no pertenece al colegio?
—Posiblemente —contestó Hermione, encogiéndose de hombros—. O podrían haberle puesto repelentes mágicos de muggles, como al estadio de los Mundiales. Y, para impedir que los magos ajenos lo encuentren, pueden haberlo convertido en inmarcable.
—¿Cómo?
—Bueno, se puede encantar un edificio para que sea imposible marcarlo en ningún mapa.
Muchos parecieron fascinados ante la idea. McGonagall miró a Hermione con aprobación.
—Eh... si tú lo dices... —admitió Harry.
Eso le sacó una risita a más de uno.
—Pero creo que Durmstrang tiene que estar en algún país del norte —dijo Hermione reflexionando—. En algún lugar muy frío, porque llevan capas de piel como parte del uniforme.
Muchos miraron a Krum, como pidiendo que confirmara en qué país se encontraba Durmstrang, pero Krum mantuvo la boca cerrada. Harry pensó que, aunque ya no fuera estudiante del colegio, todavía sentía lealtad hacia él.
—¡Ah, piensa en las posibilidades que eso tiene! —dijo Ron en tono soñador—. Habría sido tan fácil tirar a Malfoy a un glaciar y que pareciera un accidente... Es una pena que su madre no quisiera que fuera allí.
— Vaya, Weasley. Así que le deseaste la muerte a Malfoy — dijo Snape lentamente.
Ron gimió por lo bajo.
— Francamente, Severus, es obvio que no era un comentario serio — bufó McGonagall.
— De todas formas, se añadirá un día más de castigo a la larga lista que ya posee el señor Weasley — replicó Snape.
Ron usó toda su fuerza de voluntad para no responder nada.
La lluvia se hacía aún más y más intensa conforme el tren avanzaba hacia el norte. El cielo estaba tan oscuro y las ventanillas tan empañadas que hacia el mediodía ya habían encendido las luces. El carrito de la comida llegó traqueteando por el pasillo, y Harry compró un montón de pasteles en forma de caldero para compartirlos con los demás.
— Qué mono — dijo una chica de séptimo.
Harry notó sus mejillas arder y evitó cruzar miradas con Sirius, quien sonreía de oreja a oreja.
Varios de sus amigos pasaron a verlos a lo largo de la tarde, incluidos Seamus Finnigan, Dean Thomas y Neville Longbottom, un muchacho de cara redonda extraordinariamente olvidadizo que había sido criado por su abuela, una bruja de armas tomar.
Muchos se echaron a reír, incluido Neville.
— Eso la describe bien.
Seamus aún llevaba la escarapela del equipo de Irlanda. Parecía que iba perdiendo su magia poco a poco, y, aunque todavía gritaba «¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!», lo hacía de forma muy débil y como fatigada.
— Tenía que aprovecharla — se excusó Seamus. — Me costó varios galeones…
Después de una media hora, Hermione, harta de la inacabable charla sobre quidditch, se puso a leer una vez más el Libro reglamentario de hechizos, curso 4º, e intentó aprenderse el encantamiento convocador.
— Eso te pasa por estar rodeada siempre de hombres — dijo una chica de sexto.
— No es eso — bufó Hermione. — Ginny es una chica y habla tanto de quidditch como Harry y Ron. Debo tener una maldición o algo así, por eso siempre estoy rodeada de fanáticos del quidditch.
— Sería una maldición un poco tonta, ¿no? — replicó un chico de segundo.
— No lo decía en serio — bufó Hermione.
Mientras revivían el partido de la Copa, Neville los escuchaba con envidia.
—Mi abuela no quiso ir —dijo con evidente tristeza—. No compró entradas. Supongo que habrá sido impresionante...
—Lo fue —asintió Ron—. Mira esto, Neville...
— Qué poco tacto — se quejó Hannah.
Ron se encogió de hombros.
Revolvió un poco en su baúl, que estaba colgado en la rejilla portaequipajes, y sacó la miniatura de Viktor Krum.
—¡Vaya! —exclamó Neville maravillado, cuando Ron le puso a Krum en su rechoncha mano.
Neville se sonrojó al escuchar eso.
—Lo vimos muy de cerca, además —añadió Ron—, porque estuvimos en la tribuna principal...
—Por primera y última vez en tu vida, Weasley.
Draco Malfoy acababa de aparecer en el vano de la puerta.
— Qué sorpresa — ironizó Angelina.
— Creo que ya es oficial — dijo Fred en voz alta. — Malfoy echa tanto de menos a Harry durante las vacaciones de verano que no puede esperarse a llegar a Hogwarts para verlo de nuevo.
Se oyeron risitas.
— Cierra la boca, Weasley — dijo Malfoy de mal humor.
— No puedes negarlo — insistió Fred. — Fuiste a su compartimento en primero para conocerlo. En segundo no, pero porque Harry no estaba en el tren. En tercero también fuiste a tocar las narices, y en cuarto también…
— Eh, Harry. ¿Viste a Malfoy en el tren este año? — preguntó un chico de séptimo.
Harry hizo memoria.
— Sí — afirmó. — Vino a presumir de su nueva insignia de prefecto.
Eso provocó que se escucharan más risas por todo el comedor. Malfoy frunció el ceño y murmuró que solo sus amigos pudieron oír.
Detrás de él estaban Crabbe y Goyle, sus enormes y brutos amigotes, que parecían haber crecido durante el verano al menos treinta centímetros cada uno. Evidentemente, habían escuchado la conversación a través de la puerta del compartimiento, que Dean y Seamus habían dejado entreabierta.
— ¿Treinta centímetros? Qué exageración — dijo Padma Patil. Se giró entonces para mirar a Crabbe y Goyle con ojo crítico. — Aunque…
—No recuerdo haberte invitado a entrar, Malfoy —dijo Harry fríamente.
Se oyeron silbidos y un par de aplausos.
— ¡Así se habla, Harry! — exclamó alguien. Harry no supo quién fue.
—¿Qué es eso, Weasley? —preguntó Malfoy, señalando la jaula de Pigwidgeon. Una manga de la túnica de gala de Ron colgaba de ella balanceándose con el movimiento del tren, y el puño de puntilla de aspecto enmohecido resaltaba a la vista.
Ron intentó ocultar la túnica, pero Malfoy fue más rápido: agarró la manga y tiró de ella.
—¡Mirad esto! —exclamó Malfoy, encantado, enseñándoles a Crabbe y a Goyle la túnica de Ron—. No pensarás ponerte esto, ¿eh, Weasley? Fueron el último grito hacia mil ochocientos noventa...
— Eso es innecesario — dijo Astoria Greengrass con una mueca. Malfoy la miró con una ceja arqueada y no dijo nada para defenderse.
—¡Vete a la mierda, Malfoy! —le dijo Ron, con la cara del mismo color que su túnica cuando la desprendió de las manos de Malfoy.
— Esa boca — le reprendió la señora Weasley. Ron se disculpó con su madre, aunque Harry sabía que no se arrepentía lo más mínimo.
Malfoy se rió de él sonoramente. Crabbe y Goyle se reían también como tontos.
—¿Así que vas a participar, Weasley? ¿Vas a intentar dar un poco de gloria a tu apellido? También hay dinero, por supuesto. Si ganaras podrías comprarte una túnica decente...
—¿De qué hablas? —preguntó Ron bruscamente.
—¿Vas a participar? —repitió Malfoy—. Supongo que tú sí, Potter. Nunca dejas pasar una oportunidad de exhibirte, ¿a que no?
— Ahí Malfoy tenía razón — dijo Nott.
— Yo no me presenté al torneo — replicó Harry con frialdad.
Nott soltó un bufido.
— ¿Ah, no? ¿Pretendes que nos lo creamos?
Por desgracia, las expresiones y los murmullos de muchos estudiantes demostraban que las palabras de Nott no estaban siendo mal recibidas. Frustrado, Harry señaló hacia el libro y dijo:
— Nadie tiene por qué creerme. Ya lo veréis cuando lo leamos.
Nott lo miró con desprecio y no replicó. De mal humor, Harry volvió a centrarse en la lectura.
—Malfoy, una de dos: explica de qué estás hablando o vete —dijo Hermione con irritación, por encima de su Libro reglamentario de hechizos, curso 4º.
Una alegre sonrisa se dibujó en el pálido rostro de Malfoy.
—¡No me digas que no lo sabéis! —dijo muy contento—. ¿Tú tienes en el Ministerio a un padre y un hermano, y no lo sabes?
Ron bufó al oír eso.
— ¿Veis? Nos lo teníais que haber contado.
El señor y la señora Weasley intercambiaron miradas, algo apenados.
Dios mío, mi padre me lo dijo hace un siglo... Cornelius Fudge se lo explicó. Pero, claro, mi padre siempre se ha relacionado con la gente más importante del Ministerio... Quizá el rango de tu padre es demasiado bajo para enterarse, Weasley. Sí... seguramente no tratan de cosas importantes con tu padre delante.
— Ya ves que no es así — replicó Bill con una frialdad poco propia de él. — No es que tu padre tuviera acceso a más información, sino que el mío siguió las normas… Supongo que Lucius Malfoy tiene problemas para seguir las indicaciones más simples.
— Retira eso — dijo Malfoy entre dientes. Sus mejillas se habían tornado de un rosa pálido. — Retira eso, Weasley.
— No — contestó Bill.
Pero Malfoy no se atrevía a pelear contra Bill, y menos delante de todo el colegio. Por ello, se tuvo que contentar con lanzarle una mirada llena de furia.
Volviendo a reírse, Malfoy hizo una seña a Crabbe y Goyle, y los tres se fueron. Ron se puso en pie y cerró la puerta corredera del compartimiento dando un portazo tan fuerte que el cristal se hizo añicos.
—¡Ron! —le reprochó Hermione. Luego sacó la varita y susurró—: ¡Reparo! — Los trozos se recompusieron en una plancha de cristal y regresaron a la puerta.
— Tienes que aprender a controlar el mal genio — dijo Ginny.
— Mira quién habla — resopló Ron.
—Bueno... ha hecho como que lo sabe todo y nosotros no —dijo Ron con un gruñido—. «Mi padre siempre se ha relacionado con la gente más importante del Ministerio...» Mi padre podría haber ascendido cuando hubiera querido... pero prefiere quedarse donde está...
El señor Weasley se ruborizó intensamente.
—Por supuesto que sí —asintió Hermione en voz baja—. No dejes que te moleste Malfoy, Ron.
—¿Él? ¿Molestarme a mí? ¡Como si pudiera! —replicó Ron cogiendo uno de los pasteles en forma de caldero que quedaban y aplastándolo.
Se oyeron algunas risitas. Ron, que seguía de mal humor, soltó un gruñido.
A Ron no se le pasó el malhumor durante el resto del viaje. No habló gran cosa mientras se cambiaban para ponerse la túnica del colegio, y seguía sonrojado cuando por fin el expreso de Hogwarts aminoró la marcha hasta detenerse en la estación de Hogsmeade, que estaba completamente oscura.
Eso pareció animar a Malfoy, que también se había quedado de mal humor tras su discusión con Bill.
Cuando se abrieron las puertas del tren, se oyó el retumbar de un trueno. Hermione envolvió a Crookshanks con su capa, y Ron dejó la túnica de gala cubriendo la jaula de Pigwidgeon antes de salir del tren bajo el aguacero con la cabeza inclinada y los ojos casi cerrados. La lluvia caía entonces tan rápida y abundantemente que era como si les estuvieran vaciando sobre la cabeza un cubo tras otro de agua helada.
— Me gustaría decir que es una exageración, pero no — dijo Hermione estremeciéndose.
—¡Eh, Hagrid! —gritó Harry, viendo una enorme silueta al final del andén.
—¿Todo bien, Harry? —le gritó Hagrid, saludándolo con la mano—. ¡Nos veremos en el banquete si no nos ahogamos antes!
Varias personas se echaron a reír.
— ¿Había peligro de ahogamiento? — dijo una chica de segundo, alarmada.
— Claro que no — rió Hagrid.
Era tradición que los de primero llegaran al castillo de Hogwarts atravesando el lago con Hagrid.
—¡Ah, no me haría gracia pasar el lago con este tiempo! —aseguró Hermione enfáticamente, tiritando mientras avanzaban muy despacio por el oscuro andén con el resto del alumnado. Cien carruajes sin caballo los esperaban a la salida de la estación.
A Harry le dio un escalofrío al escuchar lo de "sin caballo". Cómo le gustaría seguir creyendo eso…
Harry, Ron, Hermione y Neville subieron agradecidos a uno de ellos, la puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.
— Así acaba — dijo Goldstein. Le tendió el libro a Dumbledore, que lo tomó con delicadeza y anunció:
— El siguiente capítulo se titula: El Torneo de los Tres Magos.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
No hay comentarios:
Publicar un comentario