jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 12

 El torneo de los tres magos:


Harry, Ron, Hermione y Neville subieron agradecidos a uno de ellos, la puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.

— Así acaba — dijo Goldstein. Le tendió el libro a Dumbledore, que lo tomó con delicadeza y anunció:

— El siguiente capítulo se titula: El Torneo de los Tres Magos.

Harry notó que los más jóvenes intercambiaban miradas emocionadas. Sin embargo, los alumnos que habían estado en Hogwarts el año anterior no parecían sentir tanta emoción ante la inminente lectura del torneo, aunque Harry estaba seguro de que a ninguno de ellos le incomodaba tanto la idea como a él.

— ¿Algún voluntario? — pidió Dumbledore, y la única respuesta que obtuvo fue el silencio. Tras unos segundos bastante incómodos (en los que gran parte del comedor mantuvo la vista fija en el suelo o en el techo, evitando así la mirada de Dumbledore), la profesora Sinistra, de astronomía, se ofreció a leer.

Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal. Pegando la cara a la ventanilla, Harry podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts, con sus numerosos ventanales iluminados reluciendo borrosamente tras la cortina de lluvia. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra.

— Debimos haber sabido que sería un año catastrófico — dijo Dean con una mueca. — Si nada más llegar ya caían rayos…

— El cielo nos estaba avisando — replicó Neville, estremeciéndose.

Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También Harry, Ron, Hermione y Neville saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

¡Caray! —exclamó Ron, sacudiendo la cabeza y poniéndolo todo perdido de agua—. Si esto sigue así, va a terminar desbordándose el lago. Estoy empapado... ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza.

Ron gruñó, al tiempo que se escuchaban risitas a lo largo de todo el comedor.

Empapado y farfullando de indignación, Ron se tambaleó y cayó contra Harry, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caía... rozando a Hermione.

Estalló a los pies de Harry, y una ola de agua fría le mojó las zapatillas y los calcetines.

A Harry le dio un escalofrío. Llevar puestos unos calcetines empapados de agua fría debía ser una de las sensaciones más desagradables del mundo.

A su alrededor, todos chillaban y se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego.

— Seguro que fue Peeves — bufó Marietta.

Varias personas le dieron la razón.

Harry levantó la vista y vio, flotando a seis o siete metros por encima de ellos, a Peeves el poltergeist, una especie de hombrecillo con un gorro lleno de cascabeles y pajarita de color naranja. Su cara, ancha y maliciosa, estaba contraída por la concentración mientras se preparaba para apuntar a un nuevo blanco.

— ¿Por qué no lo echan del colegio? — se quejó una chica de segundo. — Lo único que hace es molestar.

— Hogwarts es su hogar — contestó Dumbledore con tono amable, pero firme. La chica frunció el ceño pero no se atrevió a llevarle la contraria al director.

¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall, que era la subdirectora del colegio y jefa de la casa de Gryffindor. Resbaló en el suelo mojado y para no caerse tuvo que agarrarse al cuello de Hermione.

Algunos rieron por lo bajo, pero fueron la minoría. La profesora McGonagall, que se había ruborizado ligeramente, le pidió disculpas a Hermione.

¡Ay! Perdón, señorita Granger.

¡No se preocupe, profesora! —dijo Hermione jadeando y frotándose la garganta.

McGonagall hizo una mueca y Harry vio que la profesora Sprout le daba un par de palmaditas en el hombro, compadeciéndose de su incomodidad, aunque parecía que la escena la divertía.

¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.

¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya mojadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —Y dirigió otro globo hacia un grupo de segundo curso que acababa de llegar.

Harry escuchó a varias chicas de sexto llamar a Peeves algo muy feo. A la vez, varios estudiantes de tercero protestaron en voz alta:

— Yo también creo que deberían echarlo — exclamó uno de ellos.

— Es insoportable.

— ¡No sirve para nada!

— Tenéis toda la razón — sonrió Umbridge, y el grupo de tercero cerró la boca inmediatamente. — Un colegio no es lugar para un poltergeist. De hecho, no es lugar para muchas de las criaturas que alberga… — su mirada se posó directamente en Lupin al decir eso. — Es necesario hacer una limpieza y…

Sin embargo, la profesora Sinistra continuó leyendo.

¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto, Peeves...

Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.

— Ejem…

¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud—. ¡Vamos, al Gran Comedor!

— Disculpe — la interrumpió Umbridge con voz aguda. — Estaba hablando.

— Oh — exclamó la profesora Sinistra. — No me había dado cuenta. Una disculpa…

Y continuó leyendo.

Harry, Ron y Hermione cruzaron el vestíbulo entre resbalones y atravesaron la puerta doble de la derecha. Ron murmuraba entre dientes y se apartaba el pelo empapado de la cara.

Harry ya casi ni escuchaba la lectura. Estaba demasiado ocupado disfrutando de la expresión estupefacta de Umbridge. Podía oír la risita de Hermione, que trataba de disimular sin mucho éxito. Igual que ella, otros alumnos también reían por lo bajo, aunque algunos lo hacían con más descaro que otros.

— No voy a tolerar… — farfulló Umbridge, pero Sinistra siguió con la lectura.

El Gran Comedor, decorado para el banquete de comienzo de curso, tenía un aspecto tan espléndido como de costumbre, y el ambiente era mucho más cálido que en el vestíbulo. A la luz de cientos y cientos de velas que flotaban en el aire sobre las mesas, brillaban las copas y los platos de oro.

— ¡Pare de leer! — exclamó finalmente Umbridge, poniéndose en pie. — Menuda falta de respeto. ¡Y de parte de una profesora!

Sinistra se giró elegantemente para mirar a Umbridge, a quien le dedicó una mirada severa.

— Me parece una mayor falta de respeto interrumpir constantemente la lectura para expresar sus ideales del siglo pasado. Háganos un favor a todos y cállese.

Si no hubiera estado tan sorprendido, Harry se habría puesto a aplaudir. De pronto decidió que Astronomía debía convertirse en su asignatura favorita.

— Se ha vuelto loca — susurró Ron, mirando a la profesora con admiración.

El que sí se puso a aplaudir fue Sirius, quien se echó a reír con tanta fuerza que casi se cayó del sofá. A su lado, el profesor Lupin sonreía ligeramente, aunque Harry notó en su expresión que la mirada de Umbridge no le había pasado desapercibida.

Umbridge, por otro lado, estaba lívida de ira.

— Queda usted despedida — escupió.

Se oyó un suspiro, y Harry supo lo que iba a pasar antes de que sucediera.

— Me temo, Dolores, que ha olvidado usted de nuevo… — empezó a decir Dumbledore, pero Umbridge lo cortó.

— No he olvidado nada. Puede que esta… profesora… no pueda marcharse ahora mismo, pero lo hará inmediatamente en cuanto acabemos la lectura — chilló. Le lanzó una mirada a Fudge, como pidiéndole apoyo, pero pilló al ministro por sorpresa y todo lo que éste atinó a hacer fue encogerse de hombros y apartar la mirada.

— Siéntese. La lectura debe continuar — le ordenó McGonagall. Umbridge pareció plantearse quedarse de pie con tal de llevarle la contraria, pero finalmente tomó asiento, no sin antes mirar con rabia a ambas profesoras.

— Por favor, querida, si eres tan amable… — el tono de voz suave con el que McGonagall le habló a Sinistra fue tan diferente del que había usado con Umbridge que Harry casi se echó a reír al escucharlo.

Intercambió miradas con Ron, Hermione y Ginny, quienes se estaban divirtiendo tanto como él.

Las cuatro largas mesas pertenecientes a las casas estaban abarrotadas de alumnos que charlaban. Al fondo del comedor, los profesores se hallaban sentados a lo largo de uno de los lados de la quinta mesa, de cara a sus alumnos. Harry, Ron y Hermione pasaron por delante de los estudiantes de Slytherin, de Ravenclaw y de Hufflepuff, y se sentaron con los demás de la casa de Gryffindor al otro lado del Gran Comedor, junto a Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor. De color blanco perla y semitransparente, Nick llevaba puesto aquella noche su acostumbrado jubón, con una gorguera especialmente ancha que servía al doble propósito de dar a su atuendo un tono festivo y de asegurar que la cabeza se tambaleara lo menos posible sobre su cuello, parcialmente cortado.

Buenas noches —dijo sonriéndoles.

¡Pues cómo serán las malas! —contestó Harry, quitándose las zapatillas y vaciándolas de agua—. Espero que se den prisa con la Ceremonia de Selección, porque me muero de hambre.

Algunos se echaron a reír.

— Vaya forma de contestar — se quejó una chica de Hufflepuff, pero a Harry le dio totalmente igual.

La selección de los nuevos estudiantes para asignarles casa tenía lugar al comienzo de cada curso; pero, por una infortunada combinación de circunstancias, Harry no había estado presente más que en la suya propia. Estaba deseando que empezara.

— ¡Es verdad! — exclamó Angelina. — Caray, Harry. Nunca empiezas con buen pie.

— Sí, bueno, no te olvides de que fue por venir a Hogwarts en un coche volador — le recordó Lee Jordan. — Eso no es empezar con mal pie, es empezar a lo grande.

Snape le lanzó una mirada severa a Lee, que fingió no darse cuenta.

Justo en aquel momento, una voz entrecortada y muy excitada lo llamó:

¡Eh, Harry!

Era Colin Creevey, un alumno de tercero para quien Harry era una especie de héroe.

Colin se atragantó con su propia saliva. Sus amigos se echaron a reír a carcajadas.

Hola, Colin —respondió con poco entusiasmo.

Harry hizo una mueca. Esperaba que Colin no se tomara eso a mal, aunque ni siquiera parecía haberlo oído, pues sus amigos seguían burlándose de él.

Harry, ¿a que no sabes qué? ¿A que no sabes qué, Harry? ¡Mi hermano empieza este año! ¡Mi hermano Dennis!

Dennis sonrió con ganas al escuchar eso.

Eh... bien —dijo Harry.

¡Está muy nervioso! —explicó Colin, casi saltando arriba y abajo en su asiento—. ¡Espero que le toque Gryffindor! Cruza los dedos, ¿eh, Harry?

— Qué mono — dijo una chica de tercero, sonriéndole a Colin. Eso solo provocó que sus amigos se burlaran aún más de él. El pobre parecía querer que la tierra se lo tragase, y Harry no sabía si se había sonrojado por lo que habían leído o por el comentario de la chica.

Sí, vale —accedió Harry. Se volvió hacia Hermione, Ron y Nick Casi Decapitado—. Los hermanos generalmente van a la misma casa, ¿no? —comentó. Estaba pensando en los Weasley, que eran siete y todos habían pertenecido a Gryffindor.

No, no necesariamente —repuso Hermione—. La hermana gemela de Parvati Patil está en Ravenclaw, y son idénticas. Uno pensaría que tenían que estar juntas, ¿verdad?

Las gemelas intercambiaron miradas, visiblemente sorprendidas al haber aparecido en el libro de forma tan inesperada.

Harry miró la mesa de los profesores. Había más asientos vacíos de lo normal. Hagrid, por supuesto, estaría todavía abriéndose camino entre las aguas del lago con los de primero; la profesora McGonagall se encontraría seguramente supervisando el secado del suelo del vestíbulo; pero había además otra silla vacía, y no caía en la cuenta de quién era el que faltaba.

¿Dónde está el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras? — preguntó Hermione, que también miraba la mesa de los profesores.

Muchos alumnos se giraron para mirar a Moody, quien soltó un bufido tan fuerte que varias personas apartaron la mirada, nerviosas.

Nunca habían tenido un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que les durara más de un curso. Con diferencia, el favorito de Harry había sido el profesor Lupin, que había dimitido el curso anterior.

Lupin le sonrió a Harry, muy agradecido.

— Fue el profesor favorito de todo el mundo — dijo Dean en voz alta. — Cuando todo esto acabe, tiene que volver.

La cara de Umbridge mostraba claramente cuál era su opinión sobre ese tema, pero no dijo nada. Harry supuso que la pelea con Sinistra (que aún le parecía demasiado maravillosa para ser real) todavía estaba presente en su memoria.

Recorrió la mesa de los profesores de un lado a otro: no había ninguna cara nueva.

¡A lo mejor no han podido encontrar a nadie! —dijo Hermione, preocupada.

— Si eso llegara a suceder, se notificaría a todo el alumnado — dijo McGonagall.

Harry examinó la mesa con más cuidado. El pequeño profesor Flitwick, que impartía la clase de Encantamientos, estaba sentado sobre un montón de cojines al lado de la profesora Sprout, que daba Herbología y que en aquellos momentos llevaba el sombrero ladeado sobre el lacio pelo gris. Hablaba con la profesora Sinistra, del departamento de Astronomía.

La profesora Sinistra sonrió.

— Para un capítulo en el que aparezco, voy y me ofrezco a leerlo… — bufó, antes de continuar leyendo.

Al otro lado de la profesora Sinistra estaba Snape, el profesor de Pociones, con su pelo grasiento, su nariz ganchuda y su rostro cetrino: la persona a la que Harry tenía menos aprecio en todo Hogwarts.

Se oyeron murmullos y mucha gente miró a Snape, queriendo ver su reacción, pero se encontraron con una expresión totalmente neutral en su rostro.

El odio que Harry le profesaba sólo tenía parangón con el que Snape le profesaba a él, un odio que, si eso era posible, parecía haberse intensificado el curso anterior después de que Harry había ayudado á huir a Sirius ante las desmesuradas narices de Snape. Snape y Sirius habían sido enemigos desde que eran estudiantes.

— Ciertamente, no aprecio que se me deje por mentiroso — habló Snape, con la vista fija en Harry. — Ni por incompetente…

Harry le devolvió la mirada con tanta intensidad como pudo.

Al otro lado de Snape había un asiento vacío que Harry adivinó que era el de la profesora McGonagall. En la silla contigua, y en el mismo centro de la mesa, estaba sentado el profesor Dumbledore, el director: su abundante pelo plateado y su barba brillaban a la luz de las velas, y llevaba una majestuosa túnica de color verde oscuro bordada con multitud de estrellas y lunas.

— Una de mis túnicas favoritas, sin duda — comentó Dumbledore alegremente. Su entusiasmo contrastaba mucho con la expresión todavía agria del profesor Snape.

Dumbledore había juntado las yemas de sus largos y delgados dedos, y apoyaba sobre ellas la barbilla, mirando al techo a través de sus gafas de media luna, como absorto en sus pensamientos. Harry también miró al techo. Por obra de encantamiento, tenía exactamente el mismo aspecto que el cielo al aire libre, aunque nunca lo había visto tan tormentoso como aquel día. Se arremolinaban en él nubes de color negro y morado. Después de oír un trueno, Harry vio que un rayo dibujaba en el techo su forma ahorquillada.

Como siempre que se describía el techo del comedor, muchos alumnos miraron hacia arriba, incluido Harry. Después de hacerlo se sintió muy estúpido, porque ya sabía el tiempo que hacía hoy fuera del castillo… y tampoco es que le afectara mucho, pues no iba a poder salir de todas formas.

¡Que se den prisa! —gimió Ron, al lado de Harry—. Podría comerme un hipogrifo.

— Y cuándo no — dijo Ginny, rodando los ojos.

No había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo el silencio. La profesora McGonagall marchaba a la cabeza de una larga fila de alumnos de primero, a los que condujo hasta la parte superior del Gran Comedor, donde se encontraba la mesa de los profesores. Si Harry, Ron y Hermione estaban mojados, lo suyo no era nada comparado con lo de aquellos alumnos de primero. Más que haber navegado por el lago, parecían haberlo pasado a nado.

— La verdad es que daban mucha pena — admitió Katie Bell. — Parecían helados.

— Lo estábamos — confirmó una chica que ahora estaba en segundo.

— No había pasado tanto frío en mi vida — añadió el chico que estaba sentado a su lado.

Temblando con una mezcla de frío y nervios, llegaron a la altura de la mesa de los profesores y se detuvieron, puestos en fila, de cara al resto de los estudiantes. El único que no temblaba era el más pequeño de todos, un muchacho con pelo castaño desvaído que iba envuelto en lo que Harry reconoció como el abrigo de piel de topo de Hagrid.

Dennis soltó un chillido al tiempo que varias personas se giraban para mirarlo.

— Eras tú, ¿verdad? — preguntó un chico de tercero. Dennis asintió.

— Es que me caí al lago — confesó.

Colin, sin embargo, sonreía con ganas.

— ¡Te fijaste en mi hermano! — dijo, dirigiéndose a Harry. Parecía emocionado.

Harry no sabía cómo sentirse.

El abrigo le venía tan grande que parecía que estuviera envuelto en un toldo de piel negra. Su carita salía del cuello del abrigo con aspecto de estar al borde de la conmoción.

Se oyeron varios "Aww" y alguna que otra risita. Dennis se ruborizó intensamente.

Cuando se puso en fila con sus aterrorizados compañeros, vio a Colin Creevey, levantó dos veces el pulgar para darle a entender que todo iba bien y dijo sin hablar, moviendo sólo los labios: «¡Me he caído en el lago!» Parecía completamente encantado por el accidente.

— Eres raro de narices, Creevey — resopló Roger Davies.

Dennis se encogió de hombros.

— Me hacía ilusión estar en Hogwarts. ¡Y me sacó del lago el calamar gigante! — sonrió.

Entonces la profesora McGonagall colocó un taburete de cuatro patas en el suelo ante los alumnos de primero y, encima de él, un sombrero extremadamente viejo, sucio y remendado. Los de primero lo miraban, y también el resto de la concurrencia. Por un momento el Gran Comedor quedó en silencio. Entonces se abrió un desgarrón que el sombrero tenía cerca del ala, formando como una boca, y empezó a cantar:

— No voy a cantar — anunció Sinistra. Dumbledore, que había abierto la boca, la cerró inmediatamente.

La profesora recitó:

Hace tal vez mil años

que me cortaron, ahormaron y cosieron. Había entonces cuatro magos de fama

de los que la memoria los nombres guarda:

El valeroso Gryffindor venía del páramo, la justa Ravenclaw, de la cañada,

Los Ravenclaw aplaudieron al escuchar el nombre de su fundadora. Los Gryffindor, pillados por sorpresa, también se pusieron a aplaudir con retraso.

la dulce Hufflepuff del ancho valle, y el astuto Slytherin, de los pantanos.

Sinistra leyó tan rápido que los Hufflepuff y los Slytherin aplaudieron al mismo tiempo.

Compartían un deseo, una esperanza, un sueño: idearon de común acuerdo un atrevido plan para educar jóvenes brujos.

Así nació Hogwarts, este colegio.

Luego, cada uno de aquellos fundadores fundó una casa diferente

para los diferentes caracteres de su alumnado.

Para Gryffindor

el valor era lo mejor;

Esta vez, los Gryffindor sí pudieron aplaudir a tiempo. Harry se unió a los aplausos.

para Ravenclaw,

la inteligencia.

Los Ravenclaw hicieron aún más ruido que los Gryffindor, algo que McLaggen debió tomarse a mal, a juzgar por el gesto que les dedicó con la mano.

Para Hufflepuff el mayor mérito de todos era romperse los codos.

El ambicioso Slytherin ambicionaba alumnos ambiciosos.

Los Hufflepuff y Slytherin acabaron aplaudiendo juntos de nuevo, y así consiguieron hacer más ruido que nadie. McLaggen parecía disgustado.

Estando aún con vida

se repartieron a cuantos venían, pero ¿cómo seguir escogiendo

cuando estuvieran muertos y en el hoyo?

Fue Gryffindor el que halló el modo: me levantó de su cabeza,

y los cuatro en mí metieron algo de su sesera para que pudiera elegiros a la primera.

Ahora ponme sobre las orejas. No me equivoco nunca: echaré un vistazo a tu mente ¡y te diré de qué casa eres!

En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el Sombrero Seleccionador.

No es la misma canción de cuando nos seleccionó a nosotros —comentó Harry, aplaudiendo con los demás.

— Claro que no — dijo Ernie. — Cambia todos los años.

— Ahora ya lo sé — replicó Harry.

Canta una canción diferente cada año —dijo Ron—. Tiene que ser bastante aburrido ser un sombrero, ¿verdad? Supongo que se pasa el año preparando la próxima canción.

— Es una vida un poco triste — se lamentó Hannah.

— No esté tan segura, señorita Abbott — dijo Dumbledore. — El sombrero seleccionador nunca se aburre. Puedo garantizarlo.

Y tras esa afirmación que dejó confundida a la mayoría de estudiantes, Dumbledore volvió a quedarse en silencio.

La profesora McGonagall desplegaba en aquel momento un rollo grande de pergamino.

Cuando pronuncie vuestro nombre, os pondréis el sombrero y os sentaréis en el taburete —dijo dirigiéndose a los de primero—. Cuando el sombrero anuncie la casa a la que pertenecéis, iréis a sentaros en la mesa correspondiente. ¡Ackerley, Stewart!

Ackerley pegó un salto en su asiento. Varias personas se rieron de él.

Un chico se adelantó, temblando claramente de la cabeza a los pies, cogió el Sombrero Seleccionador, se lo puso y se sentó en el taburete.

¡Ravenclaw! —gritó el sombrero.

Los Ravenclaw se echaron a aplaudir con fuerza, incluso aquellos que hacía dos segundos se habían burlado del pobre chico.

Stewart Ackerley se quitó el sombrero y se fue a toda prisa a sentarse a la mesa de Ravenclaw, donde todos lo estaban aplaudiendo. Harry vislumbró a Cho, la buscadora del equipo de Ravenclaw, que recibía con vítores a Stewart Ackerley cuando se sentaba. Durante un fugaz segundo, Harry sintió el extraño deseo de ponerse en la mesa de Ravenclaw.

Lo único que deseaba ahora era hundirse bajo tierra y no volver a ver a cruzarse con un ser humano nunca jamás.

Le ardía la cara, pero más le ardían las miradas de gran parte del comedor y las carcajadas que se oían hasta de la zona de Slytherin.

— Estabas coladísimo por ella. ¡Qué mono! — exclamó una chica de sexto.

Cho, por su parte, también se había ruborizado.

— No te rías — se quejó Harry, dándole un codazo a Ron.

— ¿Qué? Eh… — Ron soltó una risita más. — Eh… Sí, perdón.

Los gemelos no fueron tan benévolos. Todavía reían a carcajadas (al igual que Sirius) cuando Sinistra continuó leyendo.

¡Baddock, Malcolm! —¡Slytherin!

Los Slytherin aplaudieron con fuerza, y hasta dieron golpes en las mesas para hacer más ruido.

La mesa del otro extremo del Gran Comedor estalló en vítores. Harry vio cómo aplaudía Malfoy cuando Malcolm se reunió con ellos. Harry se preguntó si Baddock tendría idea de que la casa de Slytherin había dado más brujos y brujas oscuros que ninguna otra. Fred y George silbaron a Malcolm Baddock mientras tomaba asiento.

— ¿Veis eso normal? — bufó Daphne Greengrass. — A ver, ¿qué había hecho Baddock para que le silbarais?

— Ser de Slytherin —replicó Fred.

— ¿Y? ¿Qué había hecho él? — insistió Daphne, enfadada. — Solo se había puesto un sombrero. No os atacó, ni os dirigió la palabra, ni hizo absolutamente nada. Silbasteis a un niño de primero solo por ser Slytherin, ¡y luego os quejáis de que los Slytherin os tratan mal!

Fred frunció el ceño y no respondió nada. A decir verdad, Harry entendía lo que quería decir Daphne… pero también entendía el punto de vista de Fred. Nada bueno había salido nunca de Slytherin.

¡Branstone, Eleanor!

¡Hufflepuff!

¡Cauldwell, Owen!

¡Hufflepuff!

Los Hufflepuff aplaudieron con tanta fuerza como pudieron. Tanto Eleanor como Owen se sonrojaron.

¡Creevey, Dennis!

El pequeño Dennis Creevey avanzó tambaleándose y se tropezó en el abrigo de piel de topo de Hagrid al mismo tiempo que éste entraba furtivamente en el Gran Comedor a través de una puerta situada detrás de la mesa de los profesores.

Se oyeron risitas. Dennis no pareció avergonzado.

Unas dos veces más alto que un hombre normal y al menos tres veces más ancho, Hagrid, con su pelo y barba largos, enmarañados y renegridos, daba un poco de miedo. Una impresión falsa, porque Harry, Ron y Hermione sabían que Hagrid tenía un carácter muy bondadoso.

Hagrid sonrió al escuchar eso.

Les guiñó un ojo mientras se sentaba a un extremo de la mesa de los profesores, y observó cómo Dennis Creevey se ponía el Sombrero Seleccionador. El desgarrón que tenía el sombrero cerca del ala volvió a abrirse.

¡Gryffindor! —gritó el sombrero.

Los Gryffindor habían estado preparados. Estallaron en aplausos y Lee lanzó por los aires a modo de confeti unos trocitos de pergamino que había estado rompiendo desde la primera ronda de aplausos. Dennis sonrió encantado.

Harry aplaudió con los demás de la mesa de Gryffindor cuando Dennis Creevey, sonriendo de oreja a oreja, se quitó el sombrero, lo volvió a poner en el taburete y se fue a toda prisa junto a su hermano.

¡Colin, me caí! —dijo de modo estridente, arrojándose sobre un asiento vacío—. ¡Fue estupendo! ¡Y algo en el agua me agarró y me devolvió a la barca!

¡Tranqui! —repuso Colin, igual de emocionado—. ¡Seguramente fue el calamar gigante, Dennis!

¡Vaya! —exclamó Dennis, como si nadie, en sus mejores sueños, pudiera imaginar nada mejor que ser arrojado al agua en un lago de varias brazas de profundidad, por una sacudida en medio de una tormenta, y ser sacado por un monstruo marino gigante.

Eso hizo reír a muchas personas, tanto estudiantes como profesores y miembros de la Orden. Tonks parecía especialmente divertida y Harry pensó que se llevaría bien con Colin y Dennis.

¡Dennis!, ¡Dennis!, ¿has visto a ese chico? ¡El del pelo negro y las gafas!, ¿lo ves? ¿A que no sabes quién es, Dennis?

Harry miró para otro lado y se fijó en el Sombrero Seleccionador, que en aquel instante estaba ocupándose de Emma Dobbs.

— Estabas obsesionado — se rió uno de los amigos de Colin.

— Puede ser — admitió el chico. — Perdona, Harry.

— No pasa nada — replicó Harry rápidamente.

La Selección continuó. Chicos y chicas con diferente grado de nerviosismo en la cara se iban acercando, uno a uno, al taburete de cuatro patas, y la fila se acortaba considerablemente conforme la profesora McGonagall iba llamando a los de la ele.

¡Vamos, deprisa! —gimió Ron, frotándose el estómago.

¡Por favor, Ron! Recordad que la Selección es mucho más importante que la comida —le dijo Nick Casi Decapitado, al tiempo que «¡Madley, Laura!» se convertía en miembro de la casa Hufflepuff.

Pillados por sorpresa, solo una decena de Hufflepuffs reaccionaron a tiempo para aplaudir antes de que Sinistra continuara leyendo. Laura Madley pareció un poco decepcionada.

Por supuesto que sí, si uno está muerto —replicó Ron.

— ¡Ron! — exclamó la señora Weasley. — No seas insensible.

Ron rodó los ojos.

— No se ofendió — dijo como excusa.

Espero que la remesa de este año en nuestra casa cumpla con los requisitos — comentó Nick Casi Decapitado, aplaudiendo cuando «¡McDonald, Natalie!» llegó a la mesa de Gryffindor—. No queremos romper nuestra racha ganadora, ¿verdad?

Los Gryffindor fueron más rápidos que los Hufflepuff y sí aplaudieron a Natalie.

Gryffindor había ganado los tres últimos años la Copa de las Casas.

¡Pritchard, Graham!

¡Slytherin!

¡Quirke, Orla!

¡Ravenclaw!

Por último, con «¡Whitby, Kevin!» («¡Hufflepuff!»), la Ceremonia de Selección dio fin.

Las cuatro casas acabaron aplaudiendo al mismo tiempo.

La profesora McGonagall cogió el sombrero y el taburete, y se los llevó.

Se acerca el momento —dijo Ron cogiendo el tenedor y el cuchillo y mirando ansioso su plato de oro.

— Solo piensas en comer — se quejó Parvati.

— A la hora de la cena, sí — replicó Ron.

El profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.

Tengo sólo dos palabras que deciros —dijo, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor—: ¡A comer!

¡Obedecemos! —dijeron Harry y Ron en voz alta, cuando por arte de magia las fuentes vacías de repente aparecieron llenas ante sus ojos.

Eso hizo reír a más de uno, incluido al propio Harry.

Nick Casi Decapitado observó con tristeza cómo Harry, Ron y Hermione llenaban sus platos de comida.

¡Ah, «esdo esdá me'or»! —dijo Ron con la boca llena de puré de patata.

Ginny rodó los ojos.

— Al menos traga antes de hablar.

Ron la ignoró totalmente.

Tenéis suerte de que haya banquete esta noche, ¿sabéis? —comentó Nick Casi Decapitado—. Antes ha habido problemas en las cocinas.

¿«Po' gué»? ¿«Gué ha sudedido»? —dijo Harry, con la boca llena con un buen pedazo de carne.

Ginny soltó un bufido.

— ¿Tú también?

— Era eso o ignorar a Nick — se excusó Harry.

Peeves, por supuesto —explicó Nick Casi Decapitado, moviendo la cabeza, que se tambaleó peligrosamente. Se subió la gorguera un poco más—. Lo de siempre, ya sabéis. Quería asistir al banquete. Bueno, eso está completamente fuera de cuestión, porque ya lo conocéis: es un salvaje; no puede ver un plato de comida y resistir el impulso de tirárselo a alguien. Celebramos una reunión de fantasmas al respecto. El Fraile Gordo estaba a favor de darle una oportunidad, pero el Barón Sanguinario... más prudentemente, a mí parecer... se mantuvo en sus trece.

— Y bien que hizo — resopló Angelina.

El Barón Sanguinario era el fantasma de Slytherin, un espectro adusto y mudo cubierto de manchas de sangre de color plateado. Era el único en Hogwarts que realmente podía controlar a Peeves.

— A Peeves y a quien quiera — dijo Neville. — Con el miedo que da…

Sí, ya nos pareció que Peeves estaba enfadado por algo —dijo Ron en tono enigmático—. ¿Qué hizo en las cocinas?

¡Oh, lo normal! —respondió Nick Casi Decapitado, encogiéndose de hombros —. Alborotó y rompió cosas. Tiró cazuelas y sartenes. Lo encontraron nadando en la sopa. A los elfos domésticos los sacó de sus casillas...

¡Paf!

Hermione acababa de golpear su copa de oro. El zumo de calabaza se extendió rápidamente por el mantel, manchando de color naranja una amplia superficie de tela blanca, pero Hermione no se inmutó por ello.

Muchos miraron a Hermione con desconcierto.

¿Aquí hay elfos domésticos? —preguntó, clavando los ojos en Nick Casi Decapitado, con expresión horrorizada—. ¿Aquí, en Hogwarts?

Algunas personas gimieron (Ron y Harry). Otras parecieron muy interesadas en el tema.

Claro que sí —respondió Nick Casi Decapitado, sorprendido de la reacción de Hermione—. Más que en ninguna otra morada de Gran Bretaña, según creo. Más de un centenar.

¡Si nunca he visto a ninguno! —objetó Hermione.

Bueno, apenas abandonan las cocinas durante el día —explicó Nick Casi Decapitado—. Salen de noche para hacer un poco de limpieza... atender los fuegos y esas cosas... Se supone que no hay que verlos. Eso es lo que distingue a un buen elfo doméstico, que nadie sabe que está ahí.

Hermione bufó.

— Parte de su trabajo es ser invisibles… Es muy triste — se quejó.

Hermione lo miró fijamente.

Pero ¿les pagan? —preguntó—. Tendrán vacaciones, ¿no? Y... y baja por enfermedad, pensiones y todo eso...

Algunos alumnos miraron a Hermione como si estuviera loca.

— No sabes lo que dices — dijo una chica de séptimo de Slytherin.

— Que tengáis la costumbre de tratar mal a los elfos no hace que esté bien — replicó Hermione tajantemente.

Nick Casi Decapitado se rió con tantas ganas que la gorguera se le bajó y la cabeza se le cayó y quedó colgando del fantasmal trocito de piel y músculo que todavía la mantenía unida al cuello.

¿Baja por enfermedad y pensiones? —repitió, volviendo a colocarse la cabeza sobre los hombros y asegurándola de nuevo con la gorguera—. ¡Los elfos domésticos no quieren bajas por enfermedad ni pensiones!

— Exacto — dijeron varias personas, incluido Sirius, para frustración de Hermione.

Hermione miró su plato, que estaba casi intacto, puso encima el tenedor y el cuchillo y lo apartó de ella.

— Qué estúpida — bufó Pansy. — Que yo sepa, no has dejado de comer, ¿verdad?

Hermione no replicó.

«Vabos, He'mione» —dijo Ron, rociando sin querer a Harry con trocitos de budín de Yorkshire—. «Va'a», lo siento, «Adry». —Tragó—. ¡Porque te mueras de hambre no vas a conseguir que tengan bajas por enfermedad!

— Ahí Ron tenía razón — dijo Ginny. Hermione bufó y no dijo nada.

Esclavitud —dijo Hermione, respirando con dificultad—. Así es como se hizo esta cena: mediante la esclavitud.

Y se negó a probar otro bocado.

— Qué dramática — volvió a quejarse Pansy.

— Mira quién fue a hablar — murmuró Hermione de mal humor.

La lluvia seguía golpeando con fuerza contra los altos y oscuros ventanales. Otro trueno hizo vibrar los cristales, y el techo que reproducía la tormenta del cielo brilló iluminando la vajilla de oro justo en el momento en que los restos del plato principal se desvanecieron y fueron reemplazados, en un abrir y cerrar de ojos, por los postres.

¡Tarta de melaza, Hermione! —dijo Ron, dándosela a oler—. ¡Bollo de pasas, mira! ¡Y pastel de chocolate!

— No sé si estás siendo cruel o un buen amigo — dijo Luna.

— ¿Qué?

Viendo la expresión confundida de Ron, Luna añadió:

— Si le estabas ofreciendo comida para hacer que sintiera hambre y tuviera que renunciar a su protesta, estabas siendo cruel. Si solo querías que cenara algo para que no se fuera a dormir sin tomar nada, estabas siendo un buen amigo — explicó. Lo miró fijamente antes de decir: — ¿Qué opción era?

— ¿Qué más da? — gruñó Ron.

Ginny le dio un codazo.

— Sé amable — susurró, enfadada.

Ron no le hizo ni caso. Hermione, por su parte, parecía pensativa.

— Eso, Ron. ¿Qué opción era? — dijo.

Ron casi se atragantó con su propia saliva.

— ¿Eh?

— Responde.

— ¿Tú qué crees? — replicó. Se había puesto muy rojo. — Soy cruel. Sabes que solo quería molestarte.

Dicho eso, Ron dirigió la mirada hacia el libro, con las mejillas casi tan rojas como su pelo. Hermione lo miraba con una expresión extraña y Harry deseó que ambos dejaran de actuar así.

Pero la mirada que le dirigió Hermione le recordó hasta tal punto la de la profesora McGonagall que prefirió desistir.

— ¡Ah! Entonces era la segunda opción —exclamó Luna. — Porque si hubieras querido molestarla, ver su mirada enfadada habría sido un incentivo para continuar haciéndolo, no para parar.

Esta vez Ron sí se atragantó. Por suerte, el ataque de tos le sirvió para poder evitar contestarle algo a Luna o a Hermione, cuya expresión era todavía más extraña que antes.

Una vez terminados los postres y cuando los últimos restos desaparecieron de los platos, dejándolos completamente limpios, Albus Dumbledore volvió a levantarse. El rumor de charla que llenaba el Gran Comedor se apagó al instante, y sólo se oyó el silbido del viento y la lluvia golpeando contra los ventanales.

¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos —Hermione lanzó un gruñido—,

— Pues haber comido — se oyó decir a alguien que no fue lo suficientemente valiente como para dar la cara.

debo una vez más rogar vuestra atención mientras os comunico algunas noticias:

»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que os comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.

— Es una pena lo de los yoyós — se quejó un alumno de cuarto. — Eran divertidos…

— A mí me daban dolor de cabeza — replicó otro.

La boca de Dumbledore se crispó un poco en las comisuras. Luego prosiguió:

Como cada año, quiero recordaros que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes.

— Excepto para que los alumnos de primero cumplan castigos de noche — añadió la señora Weasley, con la mirada fija en Dumbledore.

El director no respondió nada.

Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.

»Es también mi doloroso deber informaros de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.

¿Qué? —dijo Harry sin aliento.

— Duele con solo oírlo — dijo Wood. Varios le dieron la razón.

Miró a Fred y George, sus compañeros del equipo de quidditch. Le decían algo a Dumbledore moviendo sólo los labios, sin pronunciar ningún sonido, porque debían de estar demasiado consternados para poder hablar.

— Sí, lo estábamos — afirmó Fred.

Dumbledore continuó:

Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutaréis enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...

Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.

— La verdad es que fue muy oportuno — murmuró Ginny.

Harry asintió.

En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.

Varias miradas se dirigieron a Moody, que las ignoró todas. Escuchaba con interés lo que se estaba describiendo.

Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo. Hermione ahogó un grito.

Hermione hizo una mueca y trató de cruzar miradas con Moody para disculparse, pero él no le hizo ni caso. No parecía ofendido.

Aquella luz había destacado el rostro del hombre, y era un rostro muy diferente de cuantos Harry había visto en su vida. Parecía como labrado en un trozo de madera desgastado por el tiempo y la lluvia, por alguien que no tenía la más leve idea de cómo eran los rostros humanos y que además no era nada habilidoso con el formón.

— Guau — exclamó Fred. — Yo creía que no podías describir a nadie peor que a Krum.

— No, no. Pettigrew fue peor que Krum — dijo George. — Pero este es peor que Pettigrew.

Harry se encogió de hombros y miró a Moody, que curiosamente parecía divertido ante su descripción.

— No te preocupes, Potter. No me ofendes — dijo antes de que Harry pudiera decir nada. — Aunque admito que habría sido agradable ser descrito como guay, igual que otros…

Harry jadeó y al menos una docena de personas se echó a reír.

— No te vamos a dejar olvidarlo nunca — dijo Ron, riendo por lo bajo. Harry lo miró mal.

— Cuanta más gente describes, más halagado me siento — rió Bill. Harry no sabía dónde meterse y estaba seguro de que su cara volvía a estar roja como un tomate.

Por suerte, la profesora Sinistra se apiadó de él y siguió leyendo.

Cada centímetro de la piel parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos.

Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal... y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.

Casi todos los estudiantes miraban a Moody ahora, con todo descaro, tratando de vislumbrar bien su ojo mágico.

— Si queréis me lo saco y lo veis mejor — resopló Moody en tono irónico. Eso hizo que muchos apartaran la mirada, algo avergonzados.

El extraño llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que Harry no consiguió oír. Parecía estar haciéndole preguntas al extraño, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre el asiento vacío que había a su derecha.

Dumbledore mantenía el semblante neutral, y Harry se preguntó cómo debía estar sintiéndose al saber que estrechó la mano de un mortífago.

El extraño se sentó y sacudió su melena para apartarse el pelo entrecano de la cara; se acercó un plato de salchichas, lo levantó hacia lo que le quedaba de nariz y lo olfateó. A continuación se sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.

— La verdad es que te imitaba bastante bien, por lo que veo — dijo Tonks, sorprendida.

— Lo suficientemente bien como para durar todo un año — bufó Moody.

Los pocos alumnos que oyeron ese intercambio parecieron muy confusos.

Os presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras — dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: el profesor Moody.

Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore. El sonido de las palmadas de ambos resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Todos los demás parecían demasiado impresionados por la extraña apariencia de Moody para hacer algo más que mirarlo.

— Pobre profesor Moody — dijo una niña de primero.

— De todas formas ese imbécil no se merecía los aplausos— bufó Moody. La niña lo miró con alarma, como si estuviera loco.

¿Moody? —le susurró Harry a Ron—. ¿Ojoloco Moody? ¿Al que tu padre ha ido a ayudar esta mañana?

Debe de ser él —dijo Ron, con voz asustada.

¿Qué le ha ocurrido? —preguntó Hermione en voz muy baja—. ¿Qué le pasó en la cara?

No lo sé —contestó Ron, observando a Moody con fascinación.

Muchos miraban a Moody y claramente se hacían las mismas preguntas que Hermione, pero nadie se atrevió a pedirle que las respondiera.

Moody parecía totalmente indiferente a aquella fría acogida. Haciendo caso omiso de la jarra de zumo de calabaza que tenía delante, volvió a buscar en su capa de viaje, sacó una petaca y echó un largo trago de su contenido. Al levantar el brazo para beber, la capa se alzó unos centímetros del suelo, y Harry vio, por debajo de la mesa, parte de una pata de palo que terminaba en una garra.

Harry sintió un escalofrío al leer lo de la petaca. Si hubiera sabido lo que era…

Dumbledore volvió a aclararse la garganta.

Como iba diciendo —siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Ojoloco Moody—, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mí informaros de que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos.

¡Se está quedando con nosotros! —dijo Fred en voz alta.

Algunos rieron al oír eso.

Repentinamente se quebró la tensión que se había apoderado del Gran Comedor desde la entrada de Moody. Casi todo el mundo se rió, y Dumbledore también, como apreciando la intervención de Fred.

No me estoy quedando con nadie, señor Weasley —repuso—, aunque, hablando de quedarse con la gente, este verano me han contado un chiste buenísimo sobre un trol, una bruja y un leprechaun que entran en un bar...

— ¡Ese lo conozco! — exclamó Sirius. — Entran en el bar y…

— Ahora no — lo cortó Lupin, dándole un codazo.

— Nunca sabremos el final de ese chiste — se lamentó Fred.

La profesora McGonagall se aclaró ruidosamente la garganta.

Eh... bueno, quizá no sea éste el momento más apropiado... No, es verdad — dijo Dumbledore—. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los tres magos! Bien, algunos de vosotros seguramente no sabéis qué es el Torneo de los tres magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa.

— Ahora ya lo sabemos todos, ¿nos podemos saltar la explicación? — preguntó Zabini.

— La leeré rápido, para los de primero — replicó Sinistra.

»El Torneo de los tres magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades... hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo.

Se creó un silencio incómodo.

¿El número de muertes? —susurró Hermione, algo asustada.

Pero la mayoría de los alumnos que había en el Gran Comedor no parecían compartir aquel miedo: muchos de ellos cuchicheaban emocionados, y el mismo Harry estaba más interesado en seguir oyendo detalles sobre el Torneo que en preocuparse por unas muertes que habían ocurrido hacía más de cien años.

Si antes Harry había querido estar bajo tierra y nunca salir, ahora deseó que una horda de hipogrifos lo llevara en volandas hasta un volcán y lo dejara caer.

Quién le habría dicho en aquel momento que esas muertes que sucedieron cien años atrás podrían volver a repetirse… y que él lo vería en primer plano.

Amos Diggory tenía una expresión que aparentaba neutralidad, pero la tensión en su mandíbula era más que obvia.

En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo — prosiguió Dumbledore—, ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que éste es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal.

El silencio incómodo se intensificó. No se podía oír ni un susurro, ni una sola palabra.

— Pues parece que no se aseguraron lo suficiente — dijo un chico de Hufflepuff, rompiendo el silencio. Harry lo reconoció como uno de los amigos de Cedric.

— Eh… Sí, bueno — tartamudeó Fudge. — Claramente, algo falló.

Si las miradas matasen, la que Diggory le echó a Fudge lo habría fulminado en ese instante.

»En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los tres magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones.

— ¿Entonces a Potter le dieron los mil galeones? — preguntó una chica de cuarto.

Fudge asintió, y varias personas miraron mal a Harry, quien no quiso explicar que ni siquiera se había quedado con el dinero.

¡Yo voy a intentarlo! —dijo entre dientes Fred Weasley, con la cara iluminada de entusiasmo ante la perspectiva de semejante gloria y riqueza. No debía de ser el único que se estaba imaginando a sí mismo como campeón de Hogwarts. En cada una de las mesas, Harry veía a estudiantes que miraban a Dumbledore con expresión de arrebato, o que cuchicheaban con los vecinos completamente emocionados.

— Todos queríamos participar — dijo un chico de sexto. — Fue muy injusto…

Pero Dumbledore volvió a hablar, y en el Gran Comedor se hizo otra vez el silencio.

Aunque me imagino que todos estaréis deseando llevaros la Copa del Torneo de los tres magos —dijo—, los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con el Ministerio de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Sólo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. Ésta — Dumbledore levantó ligeramente la voz debido a que algunos hacían ruidos de protesta en respuesta a sus últimas palabras, especialmente los gemelos Weasley, que parecían de repente furiosos—

— Es que solo nos faltaban unos meses — se quejó Fred.

— Y esa regla no existía antes — añadió George.

— Mala suerte — replicó la señora Weasley. Harry estaba segura de que se alegraba mucho de que la restricción de edad hubiese sido aprobada.

es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. —Sus ojos de color azul claro brillaron especialmente cuando los guiñó hacia los rostros de Fred y George, que mostraban una expresión de desafío—. Así pues, os ruego que no perdáis el tiempo presentándoos si no habéis cumplido los diecisiete años.

— Supongo que nadie fue tan tonto como para intentarlo — dijo un chico de primero.

— Supones mal — gruñó uno de quinto, de mal humor.

»Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos trataréis a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que daréis vuestro apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos vosotros estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!

Dumbledore volvió a sentarse y siguió hablando con Ojoloco Moody. Los estudiantes hicieron mucho ruido al ponerse en pie y dirigirse hacia la doble puerta del vestíbulo.

¡No pueden hacer eso! —protestó George Weasley, que no se había unido a la multitud que avanzaba hacia la salida sino que se había quedado quieto, de pie y mirando a Dumbledore—. Nosotros cumpliremos los diecisiete en abril: ¿por qué no podemos tener una oportunidad?

— Eso mismo — dijo Fred. — Solo eran unos meses…

— Las normas son las normas — replicó McGonagall.

No me van a impedir que entre —aseguró Fred con testarudez, mirando a la mesa de profesores con el entrecejo fruncido—. Los campeones tendrán que hacer un montón de cosas que en condiciones normales nunca nos permitirían. ¡Y hay mil galeones de premio!

— Sí te van a impedir que entres — dijo Zacharias Smith con sorna.

Fred le lanzó una mirada asesina.

Sí —asintió Ron, con expresión soñadora—. Sí, mil galeones...

Vamos —dijo Hermione—, si no nos movemos nos vamos a quedar aquí solos. Harry, Ron, Hermione, Fred y George salieron por el vestíbulo; los gemelos iban hablando de lo que Dumbledore podía hacer para impedir que participaran en el Torneo los menores de diecisiete años.

¿Quién es ese juez imparcial que va a decidir quiénes serán los campeones? — preguntó Harry.

— Ni siquiera era una persona — rió Angelina. — Qué mal encaminados ibais.

No lo sé —respondió Fred—, pero es a él a quien tenemos que engañar. Supongo que un par de gotas de poción envejecedora podrían bastar, George...

— Pues no — dijeron Fred y George a la vez, abatidos. Bill y Charlie se rieron de ellos.

Pero Dumbledore sabe que no tienes la edad —dijo Ron.

Ya, pero él no es el que decide quién será el campeón, ¿no? —dijo Fred astutamente—. Me da la impresión de que cuando ese juez sepa quién quiere participar escogerá al mejor de cada colegio y no le importará mucho la edad. Dumbledore pretende que no lleguemos a presentarnos.

— Ciertamente, habría sido mejor que no lo intentarais — dijo Dumbledore. Le brillaban los ojos. — Pero, por supuesto, tomé las medidas necesarias para evitar que lo consiguierais… como bien sabéis.

Fred y George parecieron aún más abatidos que antes. Varias personas rieron al recordar lo que les sucedió.

¡Pero ha habido muertos! —señaló Hermione con voz preocupada mientras atravesaban una puerta oculta tras un tapiz y comenzaban a subir otra escalera más estrecha.

Sí —admitió Fred, sin darle importancia—, pero eso fue hace años, ¿no? Además, ¿es que puede haber diversión sin un poco de riesgo? ¡Eh, Ron!, y si averiguamos cómo engañar a Dumbledore, ¿no te gustaría participar?

Fred hizo una mueca al oír eso, pero nadie le echó en cara sus palabras. Después de todo, nadie había esperado que volviera a morir alguien…

¿Qué te parece? —le preguntó Ron a Harry—. Estaría bien participar, ¿no? Pero supongo que elegirán a alguien mayor... No sé si estamos preparados...

Yo, desde luego, no lo estoy —dijo desde detrás de Fred y George la voz triste de Neville—. Supongo que a mi abuela le gustaría que lo intentara. Siempre me dice que debería mantener alto el honor de la familia. Tendré que... ¡Ay!

Neville acababa de hundir un pie en un peldaño a mitad de la escalera.

Muchos se echaron a reír. Neville se puso rojo como un tomate.

En Hogwarts había muchos escalones falsos como aquél. Para la mayor parte de los estudiantes que llevaban cierto tiempo en Hogwarts, saltar aquellos escalones especiales se había convertido en un acto inconsciente, pero la memoria de Neville era nefasta. Entre Harry y Ron lo agarraron por las axilas y le liberaron el pie, mientras una armadura que había al final de la escalera se reía con un tintineo de sus piezas de metal.

— Hasta las armaduras se ríen de Longbottom — dijo Malfoy, divertido.

¡Cállate! —le dijo Ron, bajándole la visera al pasar.

Neville le agradeció con la mirada a Ron.

Fueron hasta la entrada de la torre de Gryffindor, que estaba oculta tras el enorme retrato de una señora gorda con un vestido de seda rosa.

¿La contraseña? —preguntó cuando los vio aproximarse.

«¡Tonterías!» —respondió George—. Es lo que me ha dicho abajo un prefecto. El retrato se abrió hacia ellos para mostrar un hueco en el muro, a través del cual entraron. Un fuego crepitaba en la sala común de forma circular, abarrotada de mesas y de butacones mullidos. Hermione dirigió una mirada sombría a las alegres llamas, y Harry la oyó murmurar claramente «esclavitud» antes de volverse a ellos para darles las buenas noches y desaparecer por la puerta hacia el dormitorio de las chicas.

— Y qué pretendías, ¿no volver a usar los sillones de la sala común? — dijo Parvati. — ¿No volver a usar la chimenea? Porque te he visto hacer ambas cosas.

— Protesté de otra manera — se defendió Hermione.

Harry, Ron y Neville subieron por la última escalera, que era de caracol, para ir a su dormitorio, que se hallaba al final de la torre. Pegadas a la pared había cinco camas con dosel de color carmesí intenso, cada una de las cuales tenía a los pies el baúl de su propietario. Dean y Seamus se metían ya en la cama. Seamus había colgado la escarapela del equipo de Irlanda en la cabecera de la suya, y Dean había clavado con chinchetas el póster de Viktor Krum sobre la mesita de noche.

Krum pareció sorprendido. Le hizo un gesto de agradecimiento a Dean, que le devolvió el saludo con una sonrisa.

El antiguo póster del equipo de fútbol de West Ham estaba justo al lado.

Está pirado —comentó Ron suspirando y moviendo la cabeza de lado a lado ante los futbolistas de papel.

— Deja de meterte con el fútbol — se quejó Dean.

— Nunca — replicó Ron.

Harry, Ron y Neville se pusieron el pijama y se metieron en la cama. Alguien (un elfo doméstico, sin duda) había colocado calentadores entre las sábanas. Era muy placentero estar allí, en la cama, y escuchar la tormenta que azotaba fuera.

Podría presentarme —dijo Ron en la oscuridad, medio dormido—, si Fred y George descubren cómo hacerlo... El Torneo... nunca se sabe, ¿verdad?

Ron hizo una mueca. Harry tragó saliva. Sabía que se acercaba el momento… Tendrían que leer la pelea que habían tenido, pero no se sentía preparado para ello.

Supongo que no... —Harry se dio la vuelta en la cama y una serie de nuevas imágenes deslumbrantes se le formaron en la mente: engañaba a aquel juez imparcial y le hacía creer que tenía diecisiete años... Lo elegían campeón de Hogwarts... Se hallaba en el campo, con los brazos alzados delante de todo el colegio, y sus compañeros lo ovacionaban...

— Así que ahí fue cuando empezaste a planearlo — dijo Nott.

— No — replicó Harry. — Ahí fue cuando me quedé dormido. ¿O acaso fui el único que se fue a dormir ese día pensando en el torneo?

Muchos intercambiaron miradas, y Harry supo que había dicho lo correcto.

Acababa de ganar el Torneo de los tres magos, y de entre la borrosa multitud se destacaba claramente el rostro de Cho, resplandeciente de admiración...

Pillado por sorpresa, Harry gimió y agachó la cabeza, tratando de no mirar a nadie y de ignorar las múltiples risitas que se oían a lo largo del comedor. Sobre todo, no quería mirar a Cho.

Harry sonrió a la almohada, contento de que Ron no pudiera ver lo que él veía.

— Así termina — dijo Sinistra. — Y el siguiente se titula: Ojoloco Moody.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 



No hay comentarios:

Publicar un comentario