Maldiciones Imperdonables:
Snape se marchó. Harry subió a su habitación, donde todavía tenía que leer los dichosos capítulos sobre Oclumancia antes de irse a dormir.
Recordó entonces cómo había practicado con Ginny y decidió que la Oclumancia le gustaba, aunque de momento solo consistiera en aprender a respirar.
La mañana siguiente amaneció fría y ventosa. Era temprano, más temprano de lo que Harry hubiera esperado, pero curiosamente no tenía sueño.
Podía oír los ronquidos de Ron y Neville, así como las ráfagas de viento que soplaban al otro lado de la ventana. Por lo demás, silencio. Hubiera querido seguir durmiendo, pues todavía faltaban casi dos horas hasta que se empezara a servir el desayuno, pero era incapaz de volver a cerrar los ojos.
Probablemente se debía a que, la noche anterior, se había ido a dormir mucho más temprano de lo habitual. Se había leído los dos capítulos sobre Oclumancia y había practicado los ejercicios, que de alguna forma habían conseguido relajarlo tanto que había conciliado el sueño enseguida. De hecho, ni siquiera había tenido pesadillas. No recordaba haber dormido tan bien desde hacía mucho tiempo.
Supuso que debía darle las gracias a Ginny por haberle mostrado cómo se hacían los ejercicios de relajación, pero solo pensar en ello hacía que le ardiera la cara.
Mentiría si dijera que no había soñado nada. Era cierto que no había tenido pesadillas, sí, pero el sueño que había tenido había sido… desconcertante, cuanto menos.
Habían estado en La Madriguera, celebrando la Navidad. Harry supuso que eso se debía a que su subconsciente sabía que era diciembre y las festividades se acercaban. No era nada raro. La cuestión es que había estado cenando con los Weasley e intercambiando regalos. Fred y George habían estado cantando villancicos a todo volumen, y por algún motivo alguien le había regalado a Charlie una cría de dragón que se parecía mucho a Norberto. Todos se lo estaban pasando en grande. En algún punto, Harry había salido fuera, donde la nieve cubría todo cuanto podía ver y el cielo estrellado, sin ninguna nube, se cernía sobre él. Y entonces había aparecido Ginny, como salida de la nada, y le había dado una pequeña caja envuelta en papel de regalo. "Feliz Navidad", había dicho, y Harry había rasgado el papel con ilusión. No recordaba qué había sido ese regalo —era algo pequeño, ¿quizá una snitch? — pero sí recordaba que le había dado las gracias a Ginny, y entonces se había inclinado hacia ella…
Trató de pensar en otra cosa, pero tenía ese momento del sueño grabado a fuego en su memoria.
Ginny no le gustaba. Jamás había pensado en ella como algo más que una amiga, o por lo menos no había sido así hasta hacía qué, ¿unos pocos días? Era cierto que se había alegrado al saber que ella y Corner habían cortado. También era cierto que a él ya no le gustaba Cho, porque había quedado claro que eran incompatibles y que el fantasma de Cedric no les permitiría tener una relación sana. Y tampoco podía negar que hablar con Ginny se le hacía mil veces más fácil que hacer lo mismo con Cho.
Los ratos que habían pasado juntos a solas, charlando en la sala común, o como el día anterior, en la torre de Astronomía, le habían resultado muy agradables. Y el día anterior, cuando ella le había puesto la mano sobre su abdomen…
Seguramente, debido a todo ello, su cerebro estaba confundido y le hacía soñar cosas extrañas.
Harry cerró los ojos. Sabía que no volvería a quedarse dormido, pero decidió quedarse allí y disfrutar del silencio. Hoy tendría que volver a pasar horas en el comedor, leyendo su vida, escuchando cómo todo el mundo le juzgaba por cosas que no eran de su incumbencia.
Aunque podía ser peor, pensó. Ron lo iba a tener mucho más difícil.
Era imposible que no leyeran la pelea que habían tenido. Y, por supuesto, leerían que Harry no metió su nombre en el cáliz… Así que Ron quedaría como un mal amigo delante de su familia y de todo el colegio.
Pero, ahora mismo, no parecía que a Ron le importara mucho. Sus ronquidos no cesaban y Harry se preguntó cómo podía dormir tan a gusto sabiendo que, muy probablemente, todo el colegio se iba a volver contra él ese mismo día.
Se oyó una ráfaga de viento especialmente fuerte que hizo vibrar las ventanas, aunque nadie se despertó. Harry, todavía con los ojos cerrados, centró su atención en el viento.
Recordaba lo que había leído la noche anterior sobre Oclumancia. Según los capítulos tres y cuatro, era posible confundir a un posible enemigo durante un ataque si, en lugar de pensar en los recuerdos que pretendías ocultar, te centrabas en recuerdos totalmente banales. También se explicaba que, para aquellas personas que tuvieran dificultad para poner la mente en blanco durante una intromisión (así llamaban al acto de invadir la mente de otra persona), concentrarse en un ruido blanco o en una imagen concreta podía ser de utilidad.
Harry decidió probarlo. Se concentró en el soplido del viento, tratando de vaciar su mente de todo lo demás. Sonaba fácil, pero le resultaba sorprendentemente difícil. Su mente estaba llena de frustraciones y de preguntas sin respuesta. Durante un momento, volvió a él la imagen del encapuchado que había visto el día anterior, en el pasillo. Había parecido tan enfadado…
Se preguntaba si era George. De hecho, se preguntaba si su sospecha inicial de que George era un encapuchado era certera o no. Había algo que le había estado molestando durante días, pero solo ahora, en la tranquilidad de su dormitorio, se atrevió a pensar sobre ello.
Los desconocidos mantenían sus identidades en secreto, llegando incluso a tomar poción multijugos para cambiar su aspecto bajo la capucha, o eso había dicho Moody cuando le había preguntado sobre el tema. Entonces, ¿significaba eso que ninguno de ellos era el propio Harry o uno de sus amigos? Porque si algo tenía claro era que, si él viajara al pasado, confiaría en sí mismo y le contaría toda la verdad. Recordaba lo mal que se había sentido en verano, cuando todo el mundo había estado en Grimmauld Place y él había estado solo, con los Dursley, sin saber nada de nadie y sin tener la más remota idea de qué estaba sucediendo con Voldemort. Cuando todos habían estado ocultándole información, había sentido una frustración y una ira que no desearía volver a sentir.
Por ello, no creía que uno de los encapuchados pudiera ser él mismo. Era imposible que su "yo" del futuro le hiciera pasar por eso de nuevo. No se ocultaría información a sí mismo.
Entonces, podía concluir que él no era uno de ellos… Pero los libros contaban su vida. Y volvió a lo de siempre: ¿quién los había escrito? Si la teoría de Ron y Hermione era cierta, podían haber usado un hechizo que los escribiera utilizando la magia. Eso explicaría que se comentaran detalles que el propio Harry no conocía.
Si él no era uno de los encapuchados… ni había escrito los libros… y su rol en la guerra había sido importante, tan importante como para que alguien viajara al pasado a contar su vida… la conclusión a la que llegaba era que, muy probablemente, él estaba muerto.
Tenía sentido. ¿Por qué los desconocidos se negarían a darle información, si él era el protagonista de los dichosos libros? ¿Por qué se negarían a revelar su identidad? ¿Por qué estaban leyendo su vida, y no la de otro?
Porque él había muerto luchando contra Voldemort, esa era la única respuesta.
Y los encapuchados… ¿querrían evitar su muerte, igual que la de Fred, igual que la de Lupin? Harry supuso que sí, aunque no se habría atrevido a poner la mano en el fuego.
Volvió a cerrar los ojos, que había abierto de forma involuntaria al perderse en sus pensamientos. Se centró de nuevo en el viento, queriendo vaciar su mente.
Y así estuvo, practicando, fallando y volviendo a intentarlo, hasta que los ronquidos cesaron y empezó a escuchar movimiento en el dormitorio. Solo entonces se levantó y comenzó a prepararse para el día.
Media hora después, se encontraba en la mesa de Gryffindor, desayunando con sus amigos. Ron estaba a su lado, llenándose la boca de cruasanes con cara de querer volver a la cama. Hermione y Ginny charlaban sobre algo, aunque Harry no estaba prestando atención y nunca supo a qué venían las risitas que ambas soltaban cada pocos minutos. De hecho, estaba haciendo un esfuerzo consciente por no prestarles atención, más que nada porque no se atrevía a mirar a Ginny.
Echó un vistazo al resto de la mesa. Sirius y Tonks reían por lo bajo, y Harry tardó unos segundos en darse cuenta de a qué se debía. Habían hechizado una de las tostadas del profesor Lupin para que, cada vez que él tratara de ponerle mermelada, se deslizara sobre el plato, huyendo de él. Seamus parecía haber copiado la broma, porque la tostada de Dean también bailaba sobre el plato, ante la frustrada mirada del chico.
Los minutos pasaron y el desayuno terminó. Dumbledore se puso en pie.
— Bienvenidos un día más — dijo en voz alta, haciendo que todos los alumnos se quedaran en silencio. — Espero que os encontréis con energías. Tenemos mucho que leer — sonrió.
Amos Diggory, que estaba sentado en una de las esquinas de la mesa de profesores, miraba al director con el ceño fruncido.
— Por favor, en pie.
Siguiendo las instrucciones de Dumbledore, todo el mundo se levantó para permitir que el director hiciera desaparecer las mesas de las casas. Como en los días anteriores, estas fueron reemplazadas por múltiples sofás, sillones y almohadas varias, que los alumnos no tardaron en ocupar.
Harry se sentó en uno de los sofás, rodeado de sus amigos, notando con curiosidad la gama de colores escogida esta vez por el director. Si bien el día anterior había decidido decorar el mobiliario con los colores de la bandera de Irlanda, esta vez había optado por una amalgama de tonos navideños. Rojos y dorados, blancos y verdes, era como si el comedor entero estuviera celebrando la Navidad.
Con una punzada de culpa, Harry recordó su sueño de esa mañana. Esa sí era una Navidad que le gustaría celebrar…
Frenó en seco. Su cerebro tenía que dejar de pensar cosas sin sentido.
— ¿Algún valiente que se ofrezca a ser el primero en leer? — preguntó el director cuando todo el mundo, tanto alumnos como profesores e invitados, se hubo sentado.
Varias personas levantaron la mano. Ni Harry ni sus amigos lo hicieron.
— Usted, señorita Brant — señaló a una alumna de cuarto de Ravenclaw. Harry escuchó a Hermione soltar un bufido cuando la chica se puso en pie y se encaminó hacia la tarima.
— ¿La conoces? — susurró.
Hermione tenía el ceño fruncido.
— Ayer no fue muy simpática — replicó.
Ron la miró, algo confuso.
— ¿No es la chica que nos dijo que recogiéramos las cosas del suelo?
— Exacto.
— No hizo nada malo, entonces. Solo nos advirtió.
Hermione bufó.
— Y luego la profesora Sprout no nos dijo nada, ¿recuerdas? Seguro que esa chica se inventó la norma para que nos fuéramos de allí.
Harry lo escuchaba todo con creciente confusión. Ginny, por otro lado, sí parecía saber de qué hablaban.
— ¿Y por qué querría que nos marcháramos de allí? — preguntó Ron.
Hermione no respondió. Miraba a la Ravenclaw con el ceño fruncido.
La chica subió a la tarima y tomó el libro que el director le tendía.
— ¿Le importaría leer el título del capítulo? — pidió Dumbledore.
— Por supuesto. Se titula: Maldiciones imperdonables — anunció.
Eso hizo que tanto Harry como Ron y Hermione volvieran a prestar atención.
Harry miró de reojo a Neville, que se había tensado visiblemente. Si lo que se iba a leer era la clase con el falso Moody… Neville definitivamente no iba a pasarlo muy bien.
Brant tomó aire y, sin más dilación, comenzó a leer.
Los dos días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se cuente como tal el que Neville dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones.
Se oyeron risitas. Neville, sin embargo, estaba más serio que de costumbre.
Definitivamente, se había dado cuenta de lo que estaban a punto de leer.
El profesor Snape, que durante el verano parecía haber acumulado rencor en cantidades nunca antes conocidas, castigó a Neville a quedarse después de clase.
— ¿Le pasaría algo al profesor durante el verano? — preguntó una chica de tercero.
— No, es que es así de imbécil — replicó una voz entre un grupito de Gryffindor de cuarto.
Snape lanzó una mirada asesina hacia aquella zona, pero fue incapaz de identificar al que había hablado.
Al final del castigo, Neville sufría un colapso nervioso, porque el profesor Snape lo había obligado a destripar un barril de sapos cornudos.
— ¡Eso es demasiado! — exclamó la profesora McGonagall.
— Ese pobre chico tiene un sapo— gimió la señora Pomfrey. — Debió ser como destripar a su mascota.
Snape mantuvo el rostro impasible, pero McGonagall parecía enfadada de verdad.
— ¿No vas a decir nada?
— No considero que fuera un castigo exagerado — replicó finalmente el profesor Snape. Harry supuso que no se atrevía a ignorar a McGonagall. — Longbottom creó una mezcla tan corrosiva como para fundir su caldero… por sexta vez — añadió, con tono de desprecio. — Ciertamente, los castigos anteriores no fueron lo suficientemente duros como para que el mensaje calara.
Neville mantuvo la cabeza agachada y no dijo nada para defenderse. Algunos alumnos lo miraban con pena, mientras a otros (incluyendo a Pansy Parkinson, que sonreía con ganas) parecían divertirse.
—Tú sabes por qué Snape está de tan mal humor, ¿verdad? —dijo Ron a Harry, mientras observaban cómo Hermione enseñaba a Neville a llevar a cabo el encantamiento antigrasa para quitarse de las uñas los restos de tripa de sapo.
Varias personas murmuraron con interés.
— Necesito aprender eso para usarlo en Herbología — dijo Seamus con una mueca de asco.
—Sí —respondió Harry—. Por Moody.
Era comúnmente sabido que Snape ansiaba el puesto de profesor de Artes Oscuras, y era el cuarto año consecutivo que se le escapaba de las manos.
— De eso nada — dijo Angelina. — Era el cuarto año desde que tú estabas allí, Harry, pero antes de que llegaras tampoco tenía el puesto.
— Eso, eso. Creo que nunca ha sido profesor de Defensa — añadió Lee, quizá con un poco más de alegría de la que debería haber mostrado.
El profesor Snape los fulminó con la mirada a ambos.
Snape había odiado a los anteriores titulares de la asignatura y nunca se había esforzado en disimularlo. No obstante, parecía especialmente cauteloso a la hora de mostrar cualquier indicio patente de animosidad contra Ojoloco Moody. Desde luego, cada vez que Harry los veía juntos (a la hora de las comidas, o cuando coincidían en los corredores), se llevaba la clara impresión de que Snape rehuía los ojos de Moody, tanto el mágico como el normal.
—Me parece que Snape le tiene algo de miedo, ¿no crees? —dijo Harry, pensativo.
— Por supuesto que no — bufó Snape.
Moody soltó una carcajada. Hubo alumnos que lo miraron con cautela.
—¿Te imaginas que Moody convierte a Snape en un sapo cornudo —dijo, con lágrimas de risa en los ojos— y lo hace botar por toda la mazmorra...?
Nadie dijo ni una palabra, si bien el silencio solo conseguía que el murmullo de risas histéricas que el alumnado trataba de ahogar fuera más notorio. Sirius parecía a punto de estallar.
— Sería divertido, ¿verdad, Potter? — dijo Snape lentamente, con los ojos fijos en él, llenos de odio.
Harry tragó saliva. El próximo castigo que tuviera con Snape sería terrible, podía sentirlo.
Los de cuarto curso de Gryffindor tenían tantas ganas de asistir a la primera clase de Moody que el jueves, después de comer, llegaron muy temprano e hicieron cola a la puerta del aula cuando la campana aún no había sonado.
La única que faltaba era Hermione, que apareció puntual.
—Vengo de la...
—... biblioteca —adivinó Ron—. Date prisa o nos quedaremos con los peores asientos.
— Qué bonito, se terminan las frases el uno al otro — se oyó decir a una Hufflepuff.
Ron se puso rojo como un tomate. Para sorpresa de Harry, Hermione también se ruborizó.
Y se apresuraron a ocupar tres sillas delante de la mesa del profesor. Sacaron sus ejemplares de Las fuerzas oscuras: una guía para la autoprotección, y aguardaron en un silencio poco habitual. No tardaron en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor antes de que entrara en el aula, tan extraño y aterrorizador como siempre.
— Me lo tomaré como un cumplido — dijo Moody.
A juzgar por las caras de algunos alumnos, para ellos no lo era.
Entrevieron la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica.
—Ya podéis guardar los libros —gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella—. No los necesitaréis para nada.
La profesora Umbridge frunció el ceño al escuchar eso.
Volvieron a meter los libros en las mochilas. Ron estaba emocionado.
— Como todos — dijo Dean. — Las clases de Defensa teóricas son un aburrimiento.
— Pero son necesarias — le cortó Umbridge.
Nadie quiso replicarle.
Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartarse la larga mata de pelo gris del rostro, desfigurado y lleno de cicatrices, y comenzó a pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre.
—Bien —dijo cuando el último de la lista hubo contestado «presente»—. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya sois bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Habéis estudiado los boggarts, los gorros rojos, los hinkypunks, los grindylows, los kappas y los hombres lobo, ¿no es eso?
Hubo un murmullo general de asentimiento.
— Tiene gracia que el único profesor que se ha molestado en informarse sobre nuestro nivel fuera un mortífago — susurró Hermione.
— Seguro que Lupin lo habría hecho también de haber podido — replicó Harry.
— Claro. Si Lockhart no hubiera perdido la cabeza — añadió Ron, también susurrando. — Pero sí, aunque me cueste decirlo… El falso Moody no fue tan mal profesor.
Sintiendo una punzada de culpa por estar de acuerdo con eso, Harry siguió escuchando la lectura.
—Pero estáis atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentaros a maldiciones —prosiguió Moody—. Así que he venido para prepararos contra lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para enseñaros a tratar con las mal...
—¿Por qué, no se va a quedar más? —dejó escapar Ron.
Ron hizo una mueca. Ahora que sabían cuáles habían sido los planes de Voldemort, aquella pregunta parecía demasiado ingenua.
El ojo mágico de Moody giró para mirarlo. Ron se asustó, pero al cabo de un rato Moody sonrió. Era la primera vez que Harry lo veía sonreír. El resultado de aquel gesto fue que su rostro pareció aún más desfigurado y lleno de cicatrices que nunca, pero era un alivio saber que en ocasiones podía adoptar una expresión tan amistosa como la sonrisa.
— Debiste haber dado clase con una bolsa en la cabeza — dijo Tonks, guiñándole un ojo a Moody. — Parece que tu cara distraía demasiado a los alumnos.
— Eso parece — replicó Moody, que no parecía enfadado.
Ron se tranquilizó.
—Supongo que tú eres hijo de Arthur Weasley, ¿no? —dijo Moody—. Hace unos días tu padre me sacó de un buen aprieto... Sí, sólo me quedaré este curso. Es un favor que le hago a Dumbledore: un curso y me vuelvo a mi retiro.
Soltó una risa estridente, y luego dio una palmada con sus nudosas manos.
A Harry le dio un escalofrío. Ahora comprendía que aquella risa no tenía nada de inocente.
—Así que... vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y en gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñaros las contramaldiciones y dejarlo en eso. No tendríais que aprender cómo son las maldiciones prohibidas hasta que estéis en sexto. Se supone que hasta entonces no seréis lo bastante mayores para tratar el tema. Pero el profesor Dumbledore tiene mejor opinión de vosotros y piensa que podréis resistirlo, y yo creo que, cuanto antes sepáis a qué os enfrentáis, mejor.
Muchos alumnos, en especial aquellos que nunca habían dado clase con Moody, escuchaban con suma atención. Ninguno de ellos notó que el propio Moody prestaba atención a cada palabra, pues eran tan nuevas para él como para todos ellos.
¿Cómo podéis defenderos de algo que no habéis visto nunca? Un mago que esté a punto de echaros una maldición prohibida no va a avisaros antes. No es probable que se comporte de forma caballerosa. Tenéis que estar preparados. Tenéis que estar alerta y vigilantes. Y usted, señorita Brown, tiene que guardar eso cuando yo estoy hablando.
Lavender se sobresaltó y se puso colorada. Le había estado mostrando a Parvati por debajo del pupitre su horóscopo completo.
Algunos rieron, mientras otros le lanzaban a Lavender miradas exasperadas.
La chica se había puesto muy roja.
Daba la impresión de que el ojo mágico de Moody podía ver tanto a través de la madera maciza como por la nuca.
—Así que... ¿alguno de vosotros sabe cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?
— Por desgracia, sí — murmuró Neville.
Harry lo escuchó y eso solo le hizo preocuparse más por lo que iban a leer.
Varias manos se levantaron, incluyendo la de Ron y la de Hermione. Moody señaló a Ron, aunque su ojo mágico seguía fijo en Lavender.
Lavender se estremeció.
—Eh... —dijo Ron, titubeando— mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición imperius, o algo parecido.
—Así es —aprobó Moody—. Tu padre la conoce bien. En otro tiempo la maldición imperius le dio al Ministerio muchos problemas.
— Demasiados — se quejó el señor Weasley.
Fudge asintió con ganas, y a Harry le sorprendió ver al señor Weasley y al ministro estar de acuerdo en algo.
Moody se levantó con cierta dificultad sobre sus disparejos pies, abrió el cajón de la mesa y sacó de él un tarro de cristal. Dentro correteaban tres arañas grandes y negras. Harry notó que Ron, a su lado, se echaba un poco hacia atrás: Ron tenía fobia a las arañas.
— ¿Lo van a repetir en cada libro? — resopló Ron.
— Eso parece — respondió Hermione.
Moody metió la mano en el tarro, cogió una de las arañas y se la puso sobre la palma para que todos la pudieran ver. Luego apuntó hacia ella la varita mágica y murmuró entre dientes:
—¡Imperio!
Se oyeron jadeos.
— ¿Realizó la maldición Imperius delante de los alumnos? — chilló Umbridge.
Por una vez, no era la única docente que estaba indignada.
— No me enteré de eso — bufó Sprout. — Aunque supongo que no debería sorprenderme, sabiendo…
Le lanzó una mirada significativa a Moody, que no dijo nada. Los alumnos miraban al auror con más desconfianza que antes.
La araña se descolgó de la mano de Moody por un fino y sedoso hilo, y empezó a balancearse de atrás adelante como si estuviera en un trapecio; luego estiró las patas hasta ponerlas rectas y rígidas, y, de un salto, se soltó del hilo y cayó sobre la mesa, donde empezó a girar en círculos. Moody volvió a apuntarle con la varita, y la araña se levantó sobre dos de las patas traseras y se puso a bailar lo que sin lugar a duda era claqué.
Muchos escuchaban con expresiones de incredulidad.
Todos se reían. Todos menos Moody.
—Os parece divertido, ¿verdad? —gruñó—. ¿Os gustaría que os lo hicieran a vosotros?
La risa dio fin casi al instante.
— Hay que admitir que el hombre no estaba mal como profesor — dijo Sirius en voz alta. — Me sorprende que no os dijera que utilizarais las maldiciones a diestro y siniestro.
Varios lo miraron con asombro, pasando la vista entre él y Moody.
— Pensaba que Black y Moody se llevaban bien — se oyó murmurar a una chica de segundo de Gryffindor.
— ¡Claro que nos llevamos bien! — exclamó Sirius. — ¿Verdad?
Le sonrió a Moody, quien puso cara de hastío y centró la vista en el libro. Sin embargo, a pesar de su expresión, el auror no negó las palabras de Sirius.
Los alumnos parecieron todavía más confundidos que antes.
—Esto supone el control total —dijo Moody en voz baja, mientras la araña se hacía una bola y empezaba a rodar—. Yo podría hacerla saltar por la ventana, ahogarse, colarse por la garganta de cualquiera de vosotros...
Ron se estremeció.
No fue el único. Incluso la profesora McGonagall hizo una mueca de desagrado.
—Hace años, muchos magos y brujas fueron controlados por medio de la maldición imperius —explicó Moody, y Harry comprendió que se refería a los tiempos en que Voldemort había sido todopoderoso—. Le dio bastante que hacer al Ministerio, que tenía que averiguar quién actuaba por voluntad propia y quién, obligado por la maldición.
— ¿Cómo se puede saber eso? — preguntó un alumno de séptimo.
— Tenemos equipos especializados en esos temas — dijo Fudge, dándose importancia. — Aunque es muy difícil, hacemos todo lo que podemos.
»Podemos combatir la maldición imperius, y yo os enseñaré cómo, pero se necesita mucha fuerza de carácter, y no todo el mundo la tiene. Lo mejor, si se puede, es evitar caer víctima de ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y todos se sobresaltaron.
— Hay que admitir que te clavó — dijo Sirius, impresionado.
— Se informó muy bien — gruñó Moody.
Los pocos alumnos que escucharon ese intercambio no entendieron nada.
Moody cogió la araña trapecista y la volvió a meter en el tarro.
—¿Alguien conoce alguna más? ¿Otra maldición prohibida?
Hermione volvió a levantar la mano y también, con cierta sorpresa para Harry, lo hizo Neville. La única clase en la que alguna vez Neville levantaba la mano era Herbología, su favorita. Él mismo parecía sorprendido de su atrevimiento.
Muchos se giraron para mirar a Neville con sorpresa.
— No me esperaba que Longbottom conociera maldiciones tan oscuras — admitió una chica de tercero.
— Los que parecen más inocentes siempre acaban siendo los más peligrosos — bufó otra.
Neville no dijo nada.
—¿Sí? —dijo Moody, girando su ojo mágico para dirigirlo a Neville.
—Hay una... la maldición cruciatus —dijo éste con voz muy leve pero clara. Moody miró a Neville fijamente, aquella vez con los dos ojos.
—¿Tú te llamas Longbottom? —preguntó, bajando rápidamente el ojo mágico para consultar la lista.
Neville asintió nerviosamente con la cabeza, pero Moody no hizo más preguntas.
Se volvió a la clase en general y alcanzó el tarro para coger la siguiente araña y ponerla sobre la mesa, donde permaneció quieta, aparentemente demasiado asustada para moverse.
Hagrid hizo una mueca de dolor al escuchar eso.
—La maldición cruciatus precisa una araña un poco más grande para que podáis apreciarla bien —explicó Moody, que apuntó con la varita mágica a la araña y dijo—:¡Engorgio!
La araña creció hasta hacerse más grande que una tarántula. Abandonando todo disimulo, Ron apartó su silla para atrás, lo más lejos posible de la mesa del profesor.
Se oyeron algunas risitas aisladas, pero fueron muy pocas. Nadie había olvidado a Aragog.
Moody levantó otra vez la varita, señaló de nuevo a la araña y murmuró:
La chica de Ravenclaw tragó saliva antes de leer:
—¡Crucio!
Algunas personas parecieron incómodas con tan solo escuchar el encantamiento.
De repente, la araña encogió las patas sobre el cuerpo. Rodó y se retorció cuanto pudo, balanceándose de un lado a otro. No profirió ningún sonido, pero era evidente que, de haber podido hacerlo, habría gritado. Moody no apartó la varita, y la araña comenzó a estremecerse y a sacudirse más violentamente.
—¡Pare! —dijo Hermione con voz estridente.
Muchos escuchaban con horror, si bien Harry notó que algunos alumnos no parecían muy preocupados por la araña. Se preguntó si, de haberse tratado de un gatito en lugar de un insecto, les habría conmovido más.
Harry la miró. Ella no se fijaba en la araña sino en Neville, y Harry, siguiendo la dirección de los ojos de su amiga, vio que las manos de Neville se aferraban al pupitre. Tenía los nudillos blancos y los ojos desorbitados de horror.
De nuevo, las miradas curiosas cayeron sobre el chico, que hizo todo lo posible por ignorarlas.
Ron se inclinó y le dio unas palmaditas en la espalda, a modo de apoyo.
Moody levantó la varita. La araña relajó las patas pero siguió retorciéndose.
—Reducio —murmuró Moody, y la araña se encogió hasta recuperar su tamaño habitual. Volvió a meterla en el tarro—. Dolor —dijo con voz suave—. No se necesitan cuchillos ni carbones encendidos para torturar a alguien si uno sabe llevar a cabo la maldición cruciatus... También esta maldición fue muy popular en otro tiempo. Bueno, ¿alguien conoce alguna otra?
— Solo queda una — habló McGonagall, que se había puesto blanca. — Y espero que no se atreviera a utilizarla frente a vosotros.
Miró directamente hacia donde los alumnos de quinto de Gryffindor estaban sentados. Harry cruzó miradas con ella, pero apartó la vista.
Harry miró a su alrededor. A juzgar por la expresión de sus compañeros, parecía que todos se preguntaban qué le iba a suceder a la última araña. La mano de Hermione tembló un poco cuando se alzó por tercera vez.
—¿Sí? —dijo Moody, mirándola.
—Avada Kedavra —susurró ella.
Se oyeron jadeos.
— Nunca pensé que escucharía esas palabras venir de la boca de Granger — susurró Ernie Macmillan, horrorizado y asombrado a partes iguales.
Algunos, incluido Ron, le dirigieron tensas miradas.
—¡Ah! —exclamó Moody, y la boca torcida se contorsionó en otra ligera sonrisa—. Sí, la última y la peor. Avada Kedavra: la maldición asesina.
— Encima lo dijo sonriendo — resopló la señora Weasley. Estaba aún más blanca que McGonagall.
Muchos alumnos miraban a Moody con aprensión. Harry estaba seguro de que, de no haberse encontrado allí el auror, más de una persona estaría criticándole duramente.
Metió la mano en el tarro de cristal, y, como si supiera lo que le esperaba, la tercera araña echó a correr despavorida por el fondo del tarro, tratando de escapar a los dedos de Moody, pero él la atrapó y la puso sobre la mesa. La araña correteó por la superficie.
Moody levantó la varita, y, previendo lo que iba a ocurrir, Harry sintió un repentino estremecimiento.
La Ravenclaw volvió a tomar aire, nerviosa.
—¡Avada Kedavra! —gritó Moody.
Hubo un cegador destello de luz verde y un ruido como de torrente, como si algo vasto e invisible planeara por el aire. Al instante la araña se desplomó patas arriba, sin ninguna herida, pero indudablemente muerta. Algunas de las alumnas profirieron gritos ahogados. Ron se había echado para atrás y casi se cae del asiento cuando la araña rodó hacia él.´
— ¿Te daba más miedo la araña que la maldición? — dijo Charlie, incrédulo.
— ¿De qué te sorprendes? — bufó Ron.
Moody barrió con una mano la araña muerta y la dejó caer al suelo.
—No es agradable —dijo con calma—. Ni placentero. Y no hay contramaldición. No hay manera de interceptarla. Sólo se sabe de una persona que haya sobrevivido a esta maldición, y está sentada delante de mí.
Harry tragó saliva, recordando aquel momento. Neville no era el único que lo había pasado mal en aquella clase.
Harry sintió su cara enrojecer cuando los ojos de Moody (ambos ojos) se clavaron en los suyos. Se dio cuenta de que también lo observaban todos los demás. Harry miró la limpia pizarra como si se sintiera fascinado por ella, pero no veía nada en absoluto...
— Pobrecito — oyó decir a Lavender, pero la ignoró totalmente.
De manera que así habían muerto sus padres... exactamente igual que esa araña. ¿También habían resultado sus cuerpos intactos, sin herida ni marca visible alguna? ¿Habían visto el resplandor de luz verde y oído el torrente de muerte acercándose velozmente, antes de que la vida les fuera arrancada?
Una oleada de miradas llenas de pena cayeron sobre él. Tratando de evitarlas todas, acabó cruzando miradas con Neville, que seguía inusualmente serio, y supo inmediatamente que el chico le entendía. No vio pena en él, sino comprensión.
Harry se había imaginado la muerte de sus padres una y otra vez durante los últimos tres años, desde que se había enterado de que los habían asesinado, desde que había averiguado lo sucedido aquella noche: que Colagusano los había traicionado revelando su paradero a Voldemort, el cual los había ido a buscar a la casa de campo;
Sirius soltó un gruñido al escuchar el nombre de Colagusano.
que Voldemort había matado en primer lugar a su padre; que James Potter había intentado enfrentarse a él, mientras le gritaba a su mujer que cogiera a Harry y echara a correr... y que Voldemort había ido luego hacia Lily Potter y le había ordenado hacerse a un lado para matar a Harry;
Harry no sabía hacia dónde mirar, pues en todas partes había alguien que tenía la vista puesta en él. Acabó mirando a Lupin, pero la expresión de dolor que tenía en ese momento hizo que Harry no pudiera soportarlo y bajara la mirada, fijándola en sus propias manos.
que ella le había rogado que la matara a ella y no al niño, y se había negado a dejar de servir de escudo a su hijo... y que de aquella manera Voldemort la había matado a ella también, antes de dirigir la varita contra Harry...
Se hizo un silencio solemne. Nadie se atrevía a decir nada, y Harry deseó con todas sus fuerzas que la Ravenclaw se diera prisa y acabara de leer cuanto antes.
Harry estaba al tanto de aquellos detalles porque había oído las voces de sus padres al enfrentarse con los dementores el curso anterior. Porque ésa era la terrible arma de los dementores: obligar a su víctima a revivir los peores recuerdos de su vida, y ahogarla, impotente, en su propia desesperación...
— Es horrible — gimió Romilda Vane. — Pobre Harry.
Algunas personas la miraron mal, por atreverse a hablar en un momento tan tenso.
Moody había vuelto a hablar; desde la distancia, según le parecía a Harry. Haciendo un gran esfuerzo, volvió al presente y escuchó lo que decía el profesor.
—Avada Kedavra es una maldición que sólo puede llevar a cabo un mago muy poderoso. Podríais sacar las varitas mágicas todos vosotros y apuntarme con ellas y decir las palabras, y dudo que entre todos consiguierais siquiera hacerme sangrar la nariz. Pero eso no importa, porque no os voy a enseñar a llevar a cabo esa maldición.
— Eso faltaba — resopló Umbridge y, para su sorpresa, Harry se alegró de escuchar su voz. Cualquier cosa era mejor que ese silencio solemne que nunca auguraba nada bueno. — Señor director, ¿cómo pudo permitir que un profesor utilizara la maldición Imperius y la maldición tortura en un aula?
— Me temo que el año pasado cometí más de un error, Dolores — replicó Dumbledore.
— ¿Y ya está? ¿Esa es su excusa? Debería saber siempre lo que sucede en el colegio. ¡Es su trabajo!
Dumbledore suspiró.
— Así es, y me temo que fallé estrepitosamente. Por favor, señorita Brant, continúe leyendo.
La Ravenclaw le hizo caso, forzando a Umbridge a que cerrara la boca.
»Ahora bien, si no existe una contramaldición para Avada Kedavra, ¿por qué os la he mostrado? Pues porque tenéis que saber. Tenéis que conocer lo peor. Ninguno de vosotros querrá hallarse en una situación en que tenga que enfrentarse a ella. ¡ALERTA PERMANENTE! —bramó, y toda la clase volvió a sobresaltarse.
— ¿Por qué hace eso? — se quejó un valiente alumno de primero. — Es ridículo.
— Porque la gente no está lo suficientemente alerta — replicó Moody. — ¡ALERTA PERMANENTE! — gritó de pronto, y un par de alumnas de Hufflepuff chillaron fuertemente.
Moody miró al niño de primero como diciendo "¿Ves?" y el chico no tuvo más remedio que callarse.
»Veamos... esas tres maldiciones, Avada Kedavra, cruciatus e imperius, son conocidas como las maldiciones imperdonables. El uso de cualquiera de ellas contra un ser humano está castigado con cadena perpetua en Azkaban.
— ¿Y contra arañas no? — preguntó Susan Bones. — ¿Era legal que nos enseñara esos hechizos?
— El uso de cualquier maldición imperdonable está penado por la ley — dijo Fudge rápidamente. — No importa contra qué esté siendo utilizado el hechizo. Como si se lo lanzas a una pared. Si conjuras una maldición imperdonable, vas a Azkaban.
Se hizo el silencio. Harry supo, por las miradas que le echaban a Moody, que muchos se preguntaban por qué él no estaba en Azkaban.
Quiero preveniros, quiero enseñaros a combatirlas. Tenéis que prepararos, tenéis que armaros contra ellas; pero, por encima de todo, debéis practicar la alerta permanente e incesante. Sacad las plumas y copiad lo siguiente...
Se pasaron lo que quedaba de clase tomando apuntes sobre cada una de las maldiciones imperdonables.
— Os está enseñando algo útil — dijo Bill. — Una pena que fuera un chiflado.
Muchos parecieron sorprendidos al escucharlo, y una chica que llevaba varios días haciéndole ojitos a Bill le lanzó una mirada aprensiva a Moody, como si esperara que atacara a Bill en cualquier momento.
Pero Moody no dijo nada, y la chica de Ravenclaw siguió leyendo.
Nadie habló hasta que sonó la campana; pero, cuando Moody dio por terminada la lección y ellos hubieron salido del aula, todos empezaron a hablar inconteniblemente. La mayoría comentaba cosas sobre las maldiciones en un tono de respeto y temor.
—¿Visteis cómo se retorcía?
—Y cuando la mató... ¡simplemente así!
Hablaban sobre la clase, pensó Harry, como si hubiera sido un espectáculo teatral, pero para él no había resultado divertida.
— Lo raro habría sido que te gustase — dijo Sirius.
— Debió ser muy difícil — añadió Lupin, que miraba tanto a Harry como a Neville.
Y, a juzgar por las apariencias, tampoco para Hermione.
—Daos prisa —les dijo muy tensa a Harry y Ron.
—¿No vuelves a la condenada biblioteca? —preguntó Ron.
—No —replicó Hermione, señalando a un pasillo lateral—. Neville.
Neville se hallaba de pie, solo en mitad del pasillo, dirigiendo al muro de piedra que tenía delante la misma mirada horrorizada con que había seguido a Moody durante la demostración de la maldición cruciatus.
En el presente, muchos volvieron a girarse para mirarlo, llenos de curiosidad. Harry sintió ganas de decirles que se metieran en sus propios asuntos, pero sabía por experiencia propia que eso no serviría de nada. Por desgracia, Neville tendría que aguantar las miraditas hasta que el libro cambiara de tema.
—Neville... —lo llamó Hermione con suavidad. Neville la miró.
—Ah, hola —respondió con una voz mucho más aguda de lo usual—. Qué clase tan interesante, ¿verdad? Me pregunto qué habrá para cenar, porque... porque me muero de hambre, ¿vosotros no?
— No se te da bien fingir — dijo Luna. — De hecho, creo que no era necesario en ese momento. Harry, Ron y Hermione te habrían entendido.
Neville hizo una mueca. Sus mejillas se habían tornado ligeramente rosadas.
—Neville, ¿estás bien? —le preguntó Hermione.
—Sí, sí, claro, estoy bien —farfulló Neville atropelladamente, con la voz demasiado aguda—. Una cena muy interesante... clase, quiero decir... ¿Qué habrá para cenar?
Nadie rió. El sentimiento general era de desconcierto, mientras que aquellos que conocían la historia de los padres de Neville (los miembros de la Orden y del profesorado) parecieron muy tristes.
Ron le dirigió a Harry una mirada asustada.
—Neville, ¿qué...?
Oyeron tras ellos un retumbar sordo y seco, y al volverse vieron que el profesor Moody avanzaba hacia allí cojeando. Los cuatro se quedaron en silencio, mirándolo con aprensión, pero cuando Moody habló lo hizo con un gruñido mucho más suave que el que le habían oído hasta aquel momento.
—No te preocupes, hijo —le dijo a Neville—. ¿Por qué no me acompañas a mi despacho? Ven... tomaremos una taza de té.
Harry sintió una oleada de ira al escuchar eso. ¿Cómo se atrevía a llamar "hijo" a Neville? ¿Y cómo era posible que Harry no se hubiera dado cuenta de que un hombre que realiza maldiciones imperdonables frente a alumnos de cuarto no puede ser de fiar?
Neville pareció aterrorizarse aún más ante la perspectiva de tomarse un té con Moody. Ni se movió ni habló.
Moody dirigió hacia Harry su ojo mágico.
—Tú estás bien, ¿no, Potter?
—Sí —contestó Harry en tono casi desafiante.
— Eso es que no — bufó Fred. — No sabéis mentir, ninguno de los dos.
Harry y Neville fruncieron el ceño, pero no dijeron nada.
El ojo azul de Moody vibró levemente en su cuenca al escudriñar a Harry. Luego dijo:
—Tenéis que saber. Puede parecer duro, pero tenéis que saber. No sirve de nada hacer como que... bueno... Vamos, Longbottom, tengo algunos libros que podrían interesarte.
Neville miró a sus amigos de forma implorante, pero ninguno dijo nada, así que no tuvo más remedio que dejarse arrastrar por Moody, que le había puesto en el hombro una de sus nudosas manos.
— Te habría hecho ir con él aunque nos hubiéramos opuesto — se disculpó Hermione.
Neville asintió. No parecía enfadado con ellos.
—Pero ¿qué pasaba? —preguntó Ron observando a Neville y Moody doblar la esquina.
—No lo sé —repuso Hermione, pensativa.
—¡Vaya clase!, ¿eh? —comentó Ron, mientras emprendían el camino hacia el Gran Comedor—. Fred y George tenían razón. Este Moody sabe de qué va la cosa, ¿a que sí? Cuando hizo la maldición Avada Kedavra, ¿te fijaste en cómo murió la araña, cómo estiró la pata?
— Tienes el tacto de un elefante cojo — resopló Ginny.
Ron hizo una mueca.
— Perdón — le dijo a Harry.
— No te preocupes.
Ron enmudeció de pronto ante la mirada de Harry, y no volvió a decir nada hasta que llegaron al Gran Comedor, cuando se atrevió a comentar que sería mejor que empezaran aquella misma noche con el trabajo para la profesora Trelawney, porque les llevaría unas cuantas horas.
— Al menos se dio cuenta de que había metido la pata — dijo Charlie.
— Claro que me di cuenta — bufó Ron. — ¿Tú sabes la mirada que me echó Harry? Si hubiera sido un basilisco, habría muerto.
A Harry no le parecía que lo hubiera mirado tan mal, pero tampoco podía asegurarlo, así que no dijo nada al respecto.
Hermione no participó en la conversación de Harry y Ron durante la cena, sino que comió a toda prisa para volver a la biblioteca. Harry y Ron fueron hacia la torre de Gryffindor, y Harry, que no había pensado en otra cosa durante toda la cena, volvió al tema de las maldiciones imperdonables.
—¿No se meterán en un aprieto Moody y Dumbledore si el Ministerio se entera de que hemos visto las maldiciones? —preguntó, cuando se acercaban a la Señora Gorda.
— Si nos hubiéramos enterado en ese momento, sí — replicó Fudge. — Pero ahora ya no hay nada que hacer.
— ¿Cómo que no? — dijo Zacharias Smith. — El profesor Moody está ahí. ¿No puede detenerlo cuando acabe la lectura?
— Que lo intente — gruñó Moody.
Fudge pareció incómodo.
— Verás… La situación es más complicada de lo que parece — respondió finalmente.
Como no añadió nada más, Brant siguió leyendo.
—Sí, seguramente —contestó Ron—. Pero Dumbledore siempre ha hecho las cosas a su manera, ¿no?, y me parece que Moody se ha estado metiendo en problemas desde hace años. Primero ataca y luego pregunta... Fíjate en lo de los contenedores de basura. «Tonterías...»
La Señora Gorda se hizo a un lado para dejarles paso, y ellos entraron en la sala común de Gryffindor, que estaba muy animada y llena de gente.
—Entonces, ¿nos ponemos con lo de Adivinación? —propuso Harry.
—Deberíamos —respondió Ron refunfuñando.
Harry suspiró con alivio. Si el resto del capítulo eran ellos haciendo los deberes de Adivinación, sería inmensamente feliz.
Fueron por los libros y los mapas al dormitorio, y encontraron a Neville allí solo, sentado en la cama, leyendo. Parecía mucho más tranquilo que al final de la clase de Moody, aunque todavía no estuviera del todo normal. Tenía los ojos enrojecidos.
— Ay, pobre — dijo Parvati.
Hubo muchas personas que miraron mal a Moody en ese momento, y Harry se sorprendió al notar que la mayoría de ellas eran chicas. Hannah Abbott, en especial, fulminaba a Moody con la mirada, con una intensidad que Harry jamás habría esperado de ella.
Neville también debió notarlo, porque se puso muy colorado.
—¿Estás bien, Neville? —le preguntó Harry.
—Sí, sí —respondió Neville—, estoy bien, gracias. Estoy leyendo este libro que me ha dejado el profesor Moody...
Levantó el libro para que lo vieran. Se titulaba Las plantas acuáticas mágicas del Mediterráneo y sus propiedades.
A Harry le dio un escalofrío al escuchar el título. Barty Crouch Jr. ya había comenzado a mover los hilos para llevar a cabo el plan.
—Parece que la profesora Sprout le ha dicho al profesor Moody que soy muy bueno en Herbología —dijo Neville. Había una tenue nota de orgullo en su voz que Harry no había percibido nunca—. Pensó que me gustaría este libro.
Decirle a Neville lo que la profesora Sprout opinaba de él, pensó Harry, había sido una manera muy hábil de animarlo, porque muy raramente oía decir que fuera bueno en algo. Era un gesto del estilo de los del profesor Lupin.
— Cómo se nota que Remus fue tu profesor favorito — rió Tonks.
Harry se encogió de hombros, quitándole importancia, pero la verdad es que le daba un poco de vergüenza que Lupin supiera que lo tenía en tal alta estima.
El profesor Lupin sonreía con ganas.
Harry y Ron cogieron sus ejemplares de Disipar las nieblas del futuro y volvieron con ellos a la sala común, encontraron una mesa libre y se pusieron a trabajar en las predicciones para el mes siguiente. Al cabo de una hora habían hecho muy pocos progresos, aunque la mesa estaba abarrotada de trozos de pergamino llenos de cuentas y símbolos, y Harry tenía la cabeza tan neblinosa como si se le hubiera metido dentro todo el humo procedente de la chimenea de la profesora Trelawney.
— Yo estaba igual — admitió Ron.
—No tengo ni idea de qué significa todo esto —declaró, observando una larga lista de cálculos.
—¿Sabes qué? —dijo Ron, que tenía el pelo de punta a causa de todas las veces que se había pasado los dedos por él llevado por la desesperación—. Creo que tendríamos que usar el método alternativo de Adivinación.
—¿Qué quieres decir? ¿Que nos lo inventemos?
— Es la salida más obvia — dijo Fred.
— Debisteis hacerlo así desde el principio — añadió George.
La señora Weasley no parecía aprobar ese método, pero no dijo nada. La profesora Trelawney tenía el ceño fruncido.
—Claro —contestó Ron, que barrió de la mesa el batiburrillo de cuentas y apuntes, mojó la pluma en tinta y comenzó a escribir—. El próximo lunes —dijo, mientras escribía— es probable que me acatarre debido a la negativa influencia de la conjunción de Marte y Júpiter. —Levantó la vista hacia Harry—. Ya la conoces: pon unas cuantas desgracias y le gustará.
— No es tan simple — bufó Trelawney, ignorando las risas de muchos alumnos. — La Adivinación requiere…
— Tener mucha imaginación — terminó Umbridge por ella, sonriendo.
Ambas mujeres intercambiaron miradas desafiantes y Harry se preguntó si iban a volver a pelearse.
—Bien —asintió Harry, estrujando su primer borrador del trabajo y tirándolo al fuego por encima de las cabezas de un grupo de charlatanes alumnos de primero—. Vale. El lunes tendré riesgo de... resultar quemado.
—La verdad es que sí —dijo Ron con una risita—, porque el próximo lunes volveremos a ver los escregutos.
— Si al final vais a acertar más de chiripa que trabajando en serio — bufó Hermione.
Bien, el martes yo...
—Puedes perder tu más preciada posesión —propuso Harry, echando un vistazo a Disipar las nieblas del futuro en busca de ideas.
Harry sintió una punzada al leer eso. Esa frase le recordaba demasiado a la segunda prueba.
—Muy bien. Será a causa de... eh... Mercurio. ¿Qué te parece si a ti alguien que pensabas que era amigo tuyo te apuñala por la espalda?
—Sí, eso me gusta —dijo Harry, tomando nota—. Y ocurrirá porque... Venus estará en la duodécima casa celeste.
Se oían risas a lo largo de todo el comedor, pero Harry de pronto sentía como si sonaran muy lejanas. Una puñalada… Y perder una posesión…
— Chicos… — dijo, y tanto Hermione como todos los Weasley se giraron para mirarle.
— ¿Qué pasa? — preguntó Ron.
— Acertamos de verdad — respondió Harry con un hilo de voz. Tenía la vista fija en el libro y era consciente de que su cara debía ser todo un poema.
— ¿Qué? No digas tonterías — bufó Hermione.
— Lo digo en serio — replicó Harry en voz alta, llamando la atención de más gente. La Ravenclaw paró de leer. — Piénsalo. El primer día, estaré en peligro de resultar quemado…
— Sí, por los escregutos — dijo Hermione.
— No, ¡por la primera prueba! — exclamó Harry. Todo el comedor se había quedado en silencio, escuchando sus palabras. — Tuve que burlar al dragón, ¿recuerdas?
Ron lo miraba con la boca abierta, pero Hermione tenía el ceño fruncido.
— Solo es casualidad.
— El segundo día, el martes, perderé una posesión. ¡Me quitaron lo más preciado y se lo llevaron al fondo del lago! — insistió Harry.
El silencio era total.
— La verdad es que sí suena como la segunda prueba — dijo Ginny. — Y… oh, Merlín. ¿El amigo que te apuñala por la espalda?
— Durante la tercera prueba — asintió Harry. No tenía muy claro si se refería a Krum o a Moody, pero fuera como fuese, había sucedido.
— Solo son casualidades — insistió Hermione. — ¡Os lo estabais inventando!
— O quizá su ojo interior es más certero de lo que pensaban — dijo la profesora Trelawney en voz alta, claramente orgullosa. — ¿Visteis algo más, queridos?
Harry tragó saliva. Estaba sudando. No recordaba lo que había escrito, pero enseguida la Ravenclaw se puso a leer:
—Y el miércoles creo que me irá muy mal en una pelea.
—¡Eh, me lo has quitado! Bueno, no pasa nada: puedo perder una apuesta.
—Sí, puedes apostar a que yo gano la pelea.
Levantó la mirada y la dirigió a Harry y Ron, como esperando confirmación de que eso había sucedido.
— Bueno, no es que me fuera muy bien en la pelea contra Voldemort — bufó Harry al notar las miradas de todos.
— Y la apuesta — dijo Ron, con los ojos como platos. — ¿A qué se referirá?
— Quizá a la apuesta de Fred y George — sugirió Ginny.
— Pero ellos la ganaron — le recordó Hermione. — Dejad de darle vueltas. ¡Solo es casualidad!
Pero Harry tenía la piel de gallina. No sabía si era casualidad o no, pero, fuera como fuera, le daba escalofríos.
Continuaron inventando predicciones (que iban aumentando en gravedad) durante otra hora, mientras se iba vaciando la sala común conforme la gente se iba a dormir. Crookshanks se les acercó, saltó con agilidad a una silla vacía y miró a Harry acusadoramente, de forma muy semejante a como lo habría hecho Hermione de haber sabido que no estaban haciendo el trabajo de un modo honrado.
— Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños — dijo Fred.
Hermione parecía orgullosa de Crookshanks.
Harry contempló la sala, intentando pensar en una desgracia que aún no hubiera puesto, y vio a Fred y George sentados uno al lado del otro contra el muro de enfrente, las cabezas casi juntas y las plumas en la mano, escudriñando un pedazo de pergamino. No era normal ver a Fred y George apartados en un rincón y trabajando en silencio. Les gustaba estar en todos los fregados y ser siempre el centro de atención.
— Qué bien nos conoces — dijo George.
Había algo misterioso en la manera en que trabajaban sobre el trozo de pergamino, y Harry se acordó de cómo se habían puesto a escribir los dos juntos cuando habían vuelto a La Madriguera. Entonces había pensado que debía de tratarse de otro cupón de pedido para los «Sortilegios Weasley», pero esta vez no le daba la misma impresión: en ese caso, seguramente habrían dejado a Lee Jordan participar en la broma. Se preguntó si no estaría más bien relacionado con el Torneo de los tres magos.
— ¡Vaya! — exclamó Fred. — Al final va a resultar que no eres adivino, porque no estábamos haciendo nada de eso.
Harry bufó.
— El adivino es Ron — dijo Luna, llamando la atención de todos. — ¿No lo recordáis? No es la primera vez que adivina cosas así, de la nada.
— Que no soy vidente — gruñó Ron.
— Claro que no — Hermione le dio la razón. Luna no pareció ofendida.
Mientras Harry los observaba, George le dirigió a Fred un gesto negativo de la cabeza, tachó algo con la pluma y, en una voz muy baja que sin embargo llegó al otro lado de la sala casi vacía, le dijo:
—No... así da la impresión de que lo estamos acusando. Tenemos que tener cuidado...
Harry recordaba haberse sentido muy confuso en aquel momento. Ahora, le quedaba claro que los gemelos habían estado intentando solucionar el problema con Bagman.
En ese momento George levantó la vista y se dio cuenta de que Harry los observaba. Harry sonrió y se apresuró a volver a sus predicciones. No quería que George pensara que los espiaba. Poco después, los gemelos enrollaron el pergamino, les dieron las buenas noches y se fueron a dormir.
— Creo que se dieron cuenta — dijo Ginny.
— Pues un poco, sí — admitió George. — Al menos nos hizo darnos cuenta de que los asuntos serios era mejor discutirlos en un lugar más privado.
Muchos alumnos parecían confusos y llenos de curiosidad por saber qué habían estado tramando los gemelos, pero ni Fred ni George dijeron nada.
Hacía unos diez minutos que Fred y George se habían marchado cuando se abrió el hueco del retrato y Hermione entró en la sala común con un manojo de pergaminos en una mano y en la otra una caja cuyo contenido hacía ruido conforme ella andaba. Crookshanks arqueó la espalda, ronroneando.
—¡Hola! —saludó—, ¡acabo de terminar!
—¡Yo también! —contestó Ron con una sonrisa de triunfo, soltando la pluma.
— La diferencia es que ella sí que hizo su trabajo — dijo Seamus con una risita.
— Eh, que lo acerté todo — se defendió Ron, aunque la idea parecía tenerle muy confuso.
Hermione se sentó, dejó en una butaca vacía las cosas que llevaba, y cogió las predicciones de Ron.
—No vas a tener un mes muy bueno, ¿verdad? —comentó con sorna, mientras Crookshanks se hacia un ovillo en su regazo.
—Bueno, al menos no me coge de sorpresa —repuso Ron bostezando.
Algunos rieron.
—Me temo que te vas a ahogar dos veces —dijo Hermione.
—¿Sí? —Ron echó un vistazo a sus predicciones—. Tendré que cambiar una de ellas por ser pisoteado por un hipogrifo desbocado.
— ¿Te ha pasado alguna de esas cosas? — preguntó Lavender con asombro.
— No — replicó Ron.
Lavender pareció decepcionada.
—¿No te parece que es demasiado evidente que te lo has inventado? —preguntó Hermione.
—¡Cómo te atreves! —exclamó Ron, ofendiéndose de broma—. ¡Hemos trabajado como elfos domésticos!
Hermione arrugó el entrecejo.
—No es más que una forma de hablar —se apresuró a decir Ron.
— Es una expresión muy común — confirmó Bill. — La tía Muriel la utiliza todo el tiempo.
Harry dejó también la pluma. Acababa de predecir su propia muerte por decapitación.
Muchos rieron a carcajadas, incluido Sirius.
— Buena esa — dijo.
— Te has pasado — habló Hermione al mismo tiempo.
—¿Qué hay en la caja? —inquirió, señalando hacia ella.
—Es curioso que lo preguntes —dijo Hermione, dirigiéndole a Ron una mirada desagradable. Levantó la tapa y les mostró el contenido.
Dentro había unas cincuenta insignias de diferentes colores, pero todas con las mismas letras: «P.E.D.D.O.»
La Ravenclaw se interrumpió a sí misma para lanzarle a Hermione una mirada incrédula. Hermione mantuvo la cabeza alta.
—¿«Peddo»? —leyó Harry, cogiendo una insignia y mirándola—. ¿Qué es esto?
Se oían risitas burlonas por todo el comedor.
—No es «peddo» —repuso Hermione algo molesta—. Es pe, e, de, de, o: «Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros.»
—No había oído hablar de eso en mi vida —se extrañó Ron.
—Por supuesto que no —replicó Hermione con énfasis—. Acabo de fundarla.
— ¡Qué guay! — exclamó una chica de segundo. Hermione pareció gratamente sorprendida.
—¿De verdad? —dijo Ron, sorprendido—. ¿Con cuántos miembros cuenta?
—Bueno, si vosotros os afiliáis, con tres —respondió Hermione.
Se volvieron a oír risitas. Sin embargo, varias personas parecían interesadas.
— Yo quiero apuntarme — dijo la misma chica de segundo.
— ¡Y yo! — exclamó otra.
Hermione les sonrió con ganas.
—¿Y crees que queremos ir por ahí con unas insignias en las que pone «peddo»? —dijo Ron.
—Pe, e, de, de, o —lo corrigió Hermione, enfadada—. Iba a poner «Detengamos el Vergonzante Abuso de Nuestras Compañeras las Criaturas Mágicas y Exijamos el Cambio de su Situación Legal», pero no cabía. Así que ése es el encabezamiento de nuestro manifiesto. —Blandió ante ellos el manojo de pergaminos—. He estado documentándome en la biblioteca. La esclavitud de los elfos se remonta a varios siglos atrás. No comprendo cómo nadie ha hecho nada hasta ahora...
—Hermione, métetelo en la cabeza —la interrumpió Ron—: a... ellos... les... gusta. ¡A ellos les gusta la esclavitud!
— Exacto — dijo Sirius. — Es muy noble lo que tratas de hacer, Hermione, pero es inútil.
Hermione no le hizo ni caso. Que varias personas hubieran mostrado interés por unirse le había dado esperanzas.
—Nuestro objetivo a corto plazo—siguió Hermione, hablando aún más alto que Ron y actuando como si no hubiera oído una palabra— es lograr para los elfos domésticos un salario digno y unas condiciones laborales justas. Los objetivos a largo plazo incluyen el cambio de la legislación sobre el uso de la varita mágica y conseguir que haya un representante elfo en el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas.
—¿Y cómo lograremos todo eso? —preguntó Harry.
— Buena pregunta — bufó Seamus. — ¿No crees que estás siendo demasiado ambiciosa?
— No — replicó Hermione, cortante.
—Comenzaremos buscando afiliados —explicó Hermione muy contenta—.Pienso que puede estar bien pedir como cuota de afiliación dos sickles, que darán derecho a una insignia, y podemos destinar los beneficios a elaborar panfletos para nuestra campaña. Tú serás el tesorero, Ron: tengo arriba una hucha de lata para ti. Y tú, Harry, serás el secretario, así que quizá quieras escribir ahora algo de lo que estoy diciendo, como testimonio de nuestra primera sesión.
— No les ha dejado elegir — resopló un chico de sexto.
— Entre amigos hay que apoyarse — le respondió una chica de séptimo.
Hubo una pausa en la que Hermione les sonrió satisfecha, y Harry permaneció callado, dividido entre la exasperación que le provocaba Hermione y la diversión que le causaba la cara de Ron, el cual parecía hallarse en un estado de aturdimiento.
— Como para no estarlo — rió Charlie.
El silencio fue roto por un leve golpeteo en la ventana. Harry miró hacia allí e, iluminada por la luz de la luna, vio una lechuza blanca posada en el alféizar.
—¡Hedwig! —gritó, y se levantó de un salto para ir al otro lado de la sala común a abrir la ventana.
Hedwig entró, cruzó la sala volando y se posó en la mesa, sobre las predicciones de Harry.
—¡Ya era hora! —exclamó Harry, yendo aprisa tras ella.
Eso mismo decían muchos en ese momento.
—¡Trae la contestación! —dijo Ron nervioso, señalando el mugriento trozo de pergamino que Hedwig llevaba atado a la pata.
Harry se dio prisa en desatarlo y se sentó para leerlo. Una vez desprendida de su carga, Hedwig aleteó hasta posarse en una de sus rodillas, ululando suavemente.
— Qué mona — dijo Romilda Vane.
—¿Qué dice? —preguntó Hermione con impaciencia.
La carta era muy corta, y parecía escrita con mucha premura. Harry la leyó en voz alta:
Harry:
Salgo ahora mismo hacia el norte. Esta noticia de que tu cicatriz te ha dolido se suma a una serie de extraños rumores que me han llegado hasta aquí. Si vuelve a dolerte, ve directamente a Dumbledore. Me han dicho que ha sacado a Ojoloco de su retiro, lo que significa que al menos él está al tanto de los indicios, aunque sea el único.
Estaremos pronto en contacto. Un fuerte abrazo a Ron y Hermione. Abre los ojos, Harry.
Sirius
— ¿Abre los ojos? — se burló Lupin.— Si lo que pretendías era asustarlo, lo hiciste muy bien.
Sirius gruñó.
Harry miró a Ron y Hermione, que le devolvieron la mirada.
—¿Que viene hacia el norte? —susurró Hermione—. ¿Regresa?
—¿Que Dumbledore está al tanto de los indicios? —dijo Ron, perplejo—. ¿Qué pasa, Harry?
Harry acababa de pegarse con el puño en la frente, ahuyentando a Hedwig.
—¡No tendría que haberle contado nada! —exclamó con furia.
— ¿Eh? ¿Por qué? — exclamó Sirius.
— Porque esa carta te hizo ponerte en peligro — replicó Harry.
Si le hubiera pasado algo a Sirius por su culpa... No habría podido perdonárselo jamás.
—¿De qué hablas? —le preguntó Ron, sorprendido.
—¡Ha pensado que tenía que venir! —repuso Harry, dando un puñetazo en la mesa que hizo que Hedwig fuera a posarse en el respaldo de la silla de Ron, ululando indignada—. ¡Regresa porque cree que estoy en peligro! ¡Y a mí no me pasa nada! No tengo nada para ti —le dijo en tono de regañina a Hedwig, que abría y cerraba el pico esperando una recompensa—. Si quieres comer tendrás que ir a la lechucería.
Hedwig lo miró con aire ofendido y volvió a salir por la ventana abierta, pegándole en la cabeza con el ala al pasar.
— Te lo merecías — dijo Ginny. — Pobre Hedwig.
Varias personas miraban mal a Harry en ese momento. A decir verdad, el propio Harry se sentía mal después de leer eso. Sintió unas ganas repentinas de ir a la lechucería y darle a Hedwig tantas golosinas como quisiera.
—Harry... —comenzó a decir Hermione, en un tono de voz tranquilizador.
—Me voy a la cama —atajó Harry—. Hasta mañana.
— Qué maleducado — dijo un chico de Ravenclaw.
— Estaba preocupado, hay que entenderlo — replicó Angelina.
En el dormitorio, Harry se puso el pijama y se metió en su cama de dosel, pero no tenía sueño.
Si Sirius volvía y lo atrapaban, sería culpa suya, de Harry. ¿Por qué demonios no se había callado? Un ratito de dolor y enseguida a contarlo... Si hubiera tenido la sensatez de guardárselo...
— No seas tonto, Harry — le dijo Sirius. — Hiciste lo correcto. Soy un adulto, puedo tomar mis propias decisiones y cuidar de mí mismo. Quiero que siempre me cuentes lo que te pasa.
Harry asintió. Deseó que Sirius no le dijera cosas así delante de todo el mundo, porque siempre se le hacía un nudo en la garganta.
Oyó a Ron entrar en el dormitorio poco después, pero no le dijo nada. Permaneció mucho tiempo contemplando el oscuro dosel de la cama. El dormitorio estaba sumido en completo silencio, y, si se hubiera hallado menos agobiado por las preocupaciones, Harry se habría dado cuenta de que la ausencia de los habituales ronquidos de Neville indicaba que alguien más tampoco lograba conciliar el sueño.
— Normal — gimió Hannah Abbott.
— Ese es el final del capítulo — anunció a la vez la chica de Ravenclaw.
Dejó el libro en la tarima y regresó a su lugar. Dumbledore se levantó, cogió el tomo y dijo:
— El siguiente capítulo se titula: Beauxbatons y Durmstrang. Tiene pinta de que va a ser mucho más agradable que el anterior.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL:LUXERII
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