jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 18

 La comprobación de las varitas mágicas:


— Así acaba — dijo Kirke, con cara de circunstancias.

Dumbledore se puso en pie.

— Es hora de hacer un descanso, para comer y recargar energías, ¿no creéis? Nos vemos dentro de una hora.

— Vámonos de aquí — murmuró Ron, poniéndose en pie de inmediato. Harry le siguió, consciente de los murmullos y de las miradas hacia ellos. Muchos estudiantes también se estaban levantando y preparándose para salir del comedor, pero parecía que una gran parte del alumnado consideraba más interesante mirar cómo salían Harry y Ron, o al menos esa era la impresión que le daba.

Cuando Harry se giró, vio que ninguno de los Weasley ni Hermione les seguían. Le hizo una seña a Hermione, pero ella dijo rápidamente:

— Luego os alcanzo. Tengo que hablar unas cosas con Ginny…

Y cogió a Ginny del brazo e inmediatamente comenzaron a hablar en susurros.

Harry no era estúpido. Mientras salía del comedor, siguiendo a Ron y consciente de que nadie venía tras ellos, sabía perfectamente que Hermione no les acompañaba porque quería dejarlos solos.

No le molestó. De hecho, se sentía un poco agradecido, aunque la perspectiva de tener que hablar con Ron sobre aquella pelea le ponía muy nervioso.

Ron caminó con prontitud hacia las escaleras y subió los escalones de dos en dos. Harry lo siguió, en silencio, ignorando las miradas y los murmullos de todos aquellos alumnos que también salían del comedor y se dispersaban por todo el colegio.

Subieron hasta llegar al séptimo piso y Harry supo inmediatamente a dónde pretendía ir Ron. Se pararon frente a una pared vacía, donde Ron le lanzó a Harry una mirada nerviosa antes de caminar frente a ella con cara de concentración. La puerta de la sala de los menesteres se apareció frente a ellos y entraron.

El interior era muy similar al que Harry recordaba de otros días: una estancia pequeña, parecida a la sala común, donde poder hablar tranquilamente sentados en butacas y frente al calor del fuego de la chimenea.

Ron se dejó caer en uno de los sillones, soltando un enorme suspiro, y Harry también se sentó.

No tenía ni idea de qué decir.

Por suerte, Ron fue el primero que habló:

— ¿Crees que Hermione sabrá dónde buscarnos?

— No creo que venga — admitió Harry, mirando el fuego.

Ron también lo miraba.

— Lo que vamos a leer… — se aclaró la garganta. — No va a ser fácil.

— No creo que la gente esté muy contenta contigo — contestó Harry, decidiendo que no tenía sentido seguir aplazando lo inevitable. — Pero, sinceramente, creo que sería un poco hipócrita que se enfadaran. Ellos tampoco me creyeron.

Ron hizo una mueca.

— Yo… No es que no te creyera. Quizá al principio no, pero después sí.

— Ya, lo sé. Hermione me lo dijo — replicó Harry. Recordaba aquella breve conversación con Hermione el día después de que su nombre saliera del cáliz de fuego. — ¿Sabes? No tenemos por qué hablar de esto.

— Yo creo que sí — respondió Ron, aunque con dificultad. Probablemente tenía menos ganas que Harry de tener esa conversación.

— De verdad que no hay por qué…

— He pasado días diciéndole a Percy que le eche valor a las cosas y le pida perdón a mi familia— lo interrumpió Ron. — Sería muy hipócrita por mi parte no hacer lo mismo.

Harry apartó la vista del fuego. Miró a Ron, que le devolvía la mirada.

— No es lo mismo. Tú ya me pediste perdón.

— Pero vamos a leerlo todo otra vez — replicó Ron. — Con detalles. Estoy seguro de que todo el comedor se va a poner en mi contra y…

— Y no quieres que yo también lo haga — terminó Harry por él. Ron asintió, tragando saliva. — No te preocupes.

— Sí me preocupo — gimió Ron. — Fui un imbécil. Creo que se te ha olvidado lo imbécil que fui.

— No se me ha olvidado — bufó Harry. — Es solo que ya da igual.

Pero Ron no parecía aliviado.

— ¡No da igual! — exclamó. — Joder, Harry. Al menos enfádate un poco.

Harry resopló, incrédulo.

— ¿Por qué quieres que me enfade?

— Porque estaba celoso y lo pagué contigo — replicó Ron, poniéndose rojo. — Estuve hablando con mis padres el otro día, ¿recuerdas?

Harry se acordaba perfectamente. Después de leer todas las veces que Ron se había menospreciado a sí mismo en el primer libro, los Weasley habían hablado con él a solas sobre el tema. Harry no tenía ni idea de las cosas que habrían dicho, pero a Ron parecía haberle sentado muy bien esa conversación.

— Me dijeron que no tendría que callarme estas cosas — siguió Ron. En su cara se podía haber hecho un huevo frito. — Y creo que tienen razón. Fui un imbécil y quiero que sepas… pues que lo siento.

Parecía querer que la tierra se lo tragara allí mismo. De hecho, Harry se sentía de forma similar.

— Que no pasa nada — insistió, azorado. Se puso en pie, queriendo escapar de aquella conversación. — Vamos al comedor. Deben estar sirviendo ya la comida…

Ron se puso en pie, pero agarró a Harry del brazo y lo obligó a mirarle a la cara.

— Hay mucha gente a la que le gustaría vernos pelear. Recuerda lo que pasó cuando leímos lo de Scabbers y Crookshanks.

Harry hizo una mueca. Sería difícil olvidar la cantidad de gente que había deseado ver pelear a Ron y Hermione.

— Pues que les den — replicó, tajante. — Tú al menos me pediste perdón y lo compensaste con creces. Ellos este año han vuelto a estar en mi contra. Llevan meses llamándome loco por decir que Voldemort ha regresado. Y nadie me ha pedido perdón ni por lo del año pasado ni por lo de este.

Esta vez, Ron sí pareció sentirse aliviado.

— Vale. Bien, entonces… bien.

Claramente avergonzado, sin saber qué decir, Ron le dio un golpe amistoso en el brazo. Harry se lo devolvió, sonriente.

— Vamos, tengo hambre.

Los dos salieron de la sala de los menesteres y caminaron hacia el comedor, esta vez charlando con normalidad. Harry sentía como si se hubiera quitado un peso de encima.

— ¿Qué crees que va a pasar cuando todos sepan que los campeones sabían lo de los dragones antes de tiempo? — preguntó Ron, muy animado. — No creo que a Krum le haga gracia que se demuestre que Karkarov hacía trampas.

— A Fleur tampoco — dijo Harry. — Al menos no pueden quejarse de que fue injusto. Todos estábamos avisados.

Aunque, a decir verdad, Harry no estaba seguro de nada. Las reacciones del comedor cada vez le pillaban más desprevenido y ya no tenía ni idea de qué considerarían justo y qué no.

No lo admitiría en voz alta, pero se sentía nervioso. Había sido consciente desde hacía días de que el cuarto libro sería el más difícil de leer, pero una cosa era pensarlo y otra era vivirlo.

Llegaron al comedor, donde los sofás y sillones habían sido reemplazados de nuevo por las mesas de las casas. Hicieron el camino hacia la mesa de Gryffindor y se sentaron junto a Hermione, que les lanzó una mirada evaluadora.

— ¿Me pasas las patatas? — le dijo Ron a Ginny. A Hermione debió gustarle su tono animado, porque inmediatamente se relajó.

La hora de la comida pasó volando. Si Harry ignoraba el resto del comedor, podía imaginarse que estaba en Grimmauld Place, rodeado de los Weasley y de Sirius y Lupin. No por primera vez, deseó que la lectura se realizara exclusivamente delante de ellos, en vez de frente a todo el colegio.

Cuando todo el mundo hubo terminado su postre, Dumbledore se puso en pie. Varios alumnos se levantaron antes de que él dijera nada y Dumbledore les sonrió.

— Es hora de continuar leyendo. Por favor, en pie.

Hizo una floritura con la varita y volvieron a aparecer los sillones, sofás, almohadas y demás mobiliario que habían aparecido antes. De hecho, Harry ocupó exactamente el mismo lugar, al igual que el resto de sus amigos.

— ¿Quién se ofrece a leer el siguiente capítulo? — preguntó Dumbledore.

Se alzaron varias manos. El director escogió a Natalie McDonald, de Gryffindor, que subió a la tarima y cogió el libro con reverencia.

— La comprobación de las varitas mágicas — leyó, y Harry sintió una punzada de ira al recordarlo.

¿Saldría la entrevista que le había hecho Skeeter? En parte, esperaba que así fuera, para demostrar que todo lo que esa mujer decía era mentira.

Al despertar el domingo por la mañana, a Harry le costó un rato recordar por qué se sentía tan mal. Luego, el recuerdo de la noche anterior estuvo dándole vueltas en la cabeza.

— ¿Te sentías mal por haber sido elegido campeón o por la pelea con Weasley? — preguntó un chico de segundo.

— Yo creo que las dos cosas — replicó otro.

Harry, por su parte, no dijo nada.

Se incorporó en la cama y descorrió las cortinas del dosel para intentar hablar con Ron y explicarle las cosas, pero la cama de su amigo se hallaba vacía. Evidentemente, había bajado a desayunar.

Algunos miraron a Ron con reproche y éste hizo una mueca.

— Te estaba evitando — se oyó decir a una chica de Ravenclaw. Era de las que miraba a Ron con desagrado.

— Obviamente — contestó Harry de mala gana.

Si ya iban a empezar a criticar a Ron, la cosa pintaba mal.

Harry se vistió y bajó por la escalera de caracol a la sala común. En cuanto apareció, los que ya habían vuelto del desayuno prorrumpieron en aplausos. La perspectiva de bajar al Gran Comedor, donde estaría el resto de los alumnos de Gryffindor, que lo tratarían como a una especie de héroe, no lo seducía en absoluto. La alternativa, sin embargo, era quedarse allí y ser acorralado por los hermanos Creevey, que en aquel momento le insistían por señas en que se acercara.

— Ups. Perdón — dijo Colin, arrepentido. Dennis parecía un cachorrito al que habían regañado.

— No pasa nada — contestó Harry.

Caminó resueltamente hacia el retrato, lo abrió, traspasó el hueco y se encontró de cara con Hermione.

—Hola —saludó ella, que llevaba una pila de tostadas envueltas en una servilleta—. Te he traído esto... ¿Quieres dar un paseo?

—Buena idea —le contestó Harry, agradecido.

— Ella sí que es buena amiga — dijo un chico de cuarto.

Ron agachó la cabeza, incómodo, y Harry le lanzó al chico una mirada llena de hastío. Los Weasley también parecían molestos.

Bajaron la escalera, cruzaron aprisa el vestíbulo sin desviar la mirada hacia el Gran Comedor y pronto recorrían a zancadas la explanada en dirección al lago, donde estaba anclado el barco de Durmstrang, que se reflejaba en la superficie como una mancha oscura. Era una mañana fresca, y no dejaron de moverse, masticando las tostadas, mientras Harry le contaba a Hermione qué era exactamente lo que había ocurrido después de abandonar la noche anterior la mesa de Gryffindor. Para alivio suyo, Hermione aceptó su versión sin un asomo de duda.

— No como otros — bufó Marietta.

— Tú tampoco te lo creíste — replicó Cho con voz queda, aunque el silencio era tal que sus palabras se oyeron en todo el comedor. Marietta se puso roja y miró con reproche a su amiga.

—Bueno, estaba segura de que tú no te habías propuesto —declaró cuando él terminó de relatar lo sucedido en la sala—. ¡Si hubieras visto la cara que pusiste cuando Dumbledore leyó tu nombre! Pero la pregunta es: ¿quién lo hizo? Porque Moody tiene razón, Harry: no creo que ningún estudiante pudiera hacerlo... Ninguno sería capaz de burlar el cáliz de fuego, ni de traspasar la raya de...

—¿Has visto a Ron? —la interrumpió Harry.

— Qué maleducado — se quejó una chica de sexto, al tiempo que otra exclamaba:

— ¡Qué mono! No podía dejar de pensar en Ron.

Hermione dudó.

—Eh... sí... está desayunando —dijo.

—¿Sigue pensando que yo eché mi nombre en el cáliz?

—Bueno, no... no creo... no en realidad —contestó Hermione con embarazo.

Algunos parecieron confundidos al escuchar eso.

—¿Qué quiere decir «no en realidad»?

—¡Ay, Harry!, ¿es que no te das cuenta? —dijo Hermione—. ¡Está celoso!

—¿Celoso? —repitió Harry sin dar crédito a sus oídos—. ¿Celoso de qué? ¿Es que le gustaría hacer el ridículo delante de todo el colegio?

— Eso ya lo estoy haciendo — murmuró Ron, cuyas mejillas se habían tornado rojas al notar la cantidad de miradas acusatorias que caían sobre él.

—Mira —le explicó Hermione armándose de paciencia—, siempre eres tú el que acapara la atención, lo sabes bien. Sé que no es culpa tuya —se apresuró a añadir, viendo que Harry abría la boca para protestar—, sé que no lo vas buscando... pero el caso es que Ron tiene en casa todos esos hermanos con los que competir, y tú eres su mejor amigo, y eres famoso. Cuando te ven a ti, nadie se fija en él, y él lo aguanta, nunca se queja. Pero supongo que esto ha sido la gota que colma el vaso...

— Siempre es el mismo problema — se quejó Angelina. — Ron, necesitas más autoestima.

Ron no sabía dónde meterse.

—Genial —dijo Harry con amargura—, realmente genial. Dile de mi parte que me cambio con él cuando quiera. Dile de mi parte que por mi encantado... Verá lo que es que todo el mundo se quede mirando su cicatriz de la frente con la boca abierta a donde quiera que vaya...

— Podrías usar maquillaje para taparla — sugirió una chica de tercero. Harry supuso que su cara debió ser todo un poema, porque la chica se apresuró a decir: — Solo era una idea.

— A mí me parece mejor idea que la gente deje de mirar a los demás como si fueran objetos de colección — dijo Sirius en voz alta. La chica soltó un gritito y se encogió en su asiento.

—No pienso decirle nada —replicó Hermione—. Díselo tú: es la única manera de arreglarlo.

—¡No voy a ir detrás de él para ver si madura! —estalló Harry.

Ron hizo una mueca. Parecía que los comentarios del Harry del pasado le dolían más que los de la gente del presente.

Había hablado tan alto que, alarmadas, algunas lechuzas que había en un árbol cercano echaron a volar —. A lo mejor se da cuenta de que no lo estoy pasando bomba cuando me rompan el cuello o...

— No digas eso — se quejó la señora Weasley con una mueca.

—Eso no tiene gracia —dijo Hermione en voz baja—, no tiene ninguna gracia. — Parecía muy nerviosa—. He estado pensando, Harry. Sabes qué es lo que tenemos que hacer, ¿no? Hay que hacerlo en cuanto volvamos al castillo.

—Sí, claro, darle a Ron una buena patada en el...

— Me lo habría merecido — dijo Ron, abatido.

Harry rodó los ojos.

— Si quieres te doy la patada ahora. ¿Te sentirías mejor? — ironizó.

— Yo le sujeto los brazos y tú le pegas un puñetazo en el estómago — sugirió Fred. — O, si quieres, le pego yo también el puñetazo. Me siento generoso hoy.

Ron lo miró mal, pero no dijo nada para defenderse.

—Escribir a Sirius. Tienes que contarle lo que ha pasado. Te pidió que lo mantuvieras informado de todo lo que ocurría en Hogwarts. Da la impresión de que esperaba que sucediera algo así. Llevo conmigo una pluma y un pedazo de pergamino...

— Bien pensado, Hermione — dijo Sirius. — Si dependiera de Harry, creo que nunca me escribiría para estas cosas — añadió con tono dramático.

— No quería preocuparte — replicó Harry.

— Y yo quiero que me preocupes. Tenemos un conflicto de intereses — respondió Sirius, guiñándole un ojo.

—Olvídalo —contestó Harry, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los oía. Pero los terrenos del castillo parecían desiertos—. Le bastó saber que me dolía la cicatriz, para regresar al país. Si le cuento que alguien me ha hecho entrar en el Torneo de los tres magos se presentará en el castillo.

Sirius soltó una carcajada.

— Literalmente.

La profesora Umbridge se irguió en el asiento al escuchar eso.

— ¿Cómo? — exclamó. — ¿Entró en el castillo?

Sirius se encogió de hombros.

— Sí y no — respondió.

Umbridge pareció escandalizada. Se puso a murmurar furiosamente con Fudge.

—Él querría que tú se lo dijeras —dijo Hermione con severidad—. Se enterará de todas formas.

— Exacto — afirmó Sirius.

Hermione parecía muy complacida.

—¿Cómo?

—Harry, esto no va a quedar en secreto. El Torneo es famoso, y tú también lo eres. Me sorprendería mucho que El Profeta no dijera nada de que has sido elegido campeón... Se te menciona en la mitad de los libros sobre Quien-tú-sabes. Y Sirius preferiría que se lo contaras tú.

— ¿Solo lo mencionan en la mitad de libros? — preguntó Dean.

— Hay libros más específicos sobre sus acciones durante la guerra en los que no necesariamente se cuenta cómo fue derrotado — replicó McGonagall.

—Vale, vale, ya le escribo —aceptó Harry, tirando al lago el último pedazo de tostada.

— Qué desperdicio — se quejó Lisa Turpin.

Harry rodó los ojos.

Lo vieron flotar un momento, antes de que saliera del agua un largo tentáculo, lo cogiera y se lo llevara a la profundidad del lago.

Harry miró a Lisa como diciendo "¿Ves? No se desperdició nada." Ahora fue ella quien rodó los ojos, molesta.

Entonces volvieron al castillo.

—¿Y qué lechuza voy a utilizar? —preguntó Harry, mientras subían la pequeña escalinata—. Me pidió que no volviera a enviarle a Hedwig.

—Pídele a Ron...

—No le pienso pedir nada a Ron —declaró tajantemente Harry.

— No creo que Ron te hubiera dejado a Pig — dijo Lavender.

Harry lo sabía, pero le dolió un poco escucharlo.

—Bueno, pues utiliza cualquiera de las lechuzas del colegio —propuso Hermione—. Están a disposición de todos.

Así que subieron a la lechucería. Hermione le dejó a Harry un trozo de pergamino, una pluma y un frasco de tinta, y luego paseó entre los largos palos observando las lechuzas, mientras Harry se sentaba con la espalda apoyada en el muro y escribía:

Querido Sirius:

— ¿Soy al único al que leer su correspondencia privada le parece un poco incómodo? — preguntó un chico de tercero de Slytherin.

— Estás leyendo sus acciones y pensamientos — bufó Terry Boot. — En comparación, leer una carta no es nada.

Me pediste que te mantuviera al corriente de todo lo que ocurriera en Hogwarts, así que ahí va: no sé si habrás oído ya algo, pero este año se celebra el Torneo de los tres magos, y el sábado por la noche me eligieron cuarto campeón. No sé quién introduciría mi nombre en el cáliz de fuego, porque yo no fui. El otro campeón de Hogwarts es Cedric Diggory, de Hufflepuff.

Esta vez, nadie discutió al oír que Harry proclamaba no haberse presentado al torneo. Todos habían aceptado la realidad de que alguien había echado su nombre en el cáliz, contra su voluntad.

Se detuvo en aquel punto, meditando. Tuvo la tentación de decir algo sobre la angustia que lo invadía desde la noche anterior, pero no se le ocurrió la manera de explicarlo, de modo que simplemente volvió a mojar la pluma en la tinta y escribió:

Espero que estés bien, y también Buckbeak.

Harry

— Ni siquiera lo intentaste — se quejó Alicia.

Harry frunció el ceño.

— No se me ocurría nada — se defendió.

—Ya he acabado —le dijo a Hermione poniéndose en pie y sacudiéndose la paja de la túnica.

Al oír aquello, Hedwig bajó revoloteando, se le posó en el hombro y alargó una pata.

—No te puedo enviar a ti —le explicó Harry, buscando entre las lechuzas del colegio—. Tengo que utilizar una de éstas.

Hedwig ululó muy fuerte y echó a volar tan repentinamente que las garras le hicieron un rasguño en el hombro. No dejó de darle la espalda mientras Harry le ataba la carta a una lechuza grande.

— Ay no, pobrecita — se lamentó Parvati.

— Pobrecito Harry, que fue el que recibió el rasguño — replicó Katie Bell.

Cuando ésta partió, Harry se acercó a Hedwig para acariciarla, pero ella chasqueó el pico con furia y revoloteó hacia el techo, donde Harry no podía alcanzarla.

—Primero Ron y ahora tú —le dijo enfadado—. Y yo no tengo la culpa.

— Menuda racha — dijo Ginny. Harry asintió.

— Ni que lo digas.

— Tienes la lechuza más orgullosa de mundo — dijo Hagrid, aunque se le notaba el afecto en la voz.

Si Harry había tenido esperanzas de que las cosas mejoraran cuando todo el mundo se hubiera hecho a la idea de que él era campeón, al día siguiente comprobó lo equivocado que estaba. Una vez reanudadas las clases, no pudo seguir evitando al resto del colegio, y resultaba evidente que el resto del colegio, exactamente igual que sus compañeros de Gryffindor, pensaba que era Harry el que se había presentado al Torneo. Pero, a diferencia de sus compañeros de Gryffindor, no parecían favorablemente impresionados.

Algunos intercambiaron miradas, nerviosos.

Los de Hufflepuff, que generalmente se llevaban muy bien con los de Gryffindor, se mostraban ahora muy antipáticos con ellos. Bastó una clase de Herbología para que esto quedara patente. No había duda de que los de Hufflepuff pensaban que Harry le quería robar la gloria a su campeón.

— Es que era lo que pensábamos — admitió Susan Bones. — No era nada personal. Si hubiera sido cualquier otra persona de Gryffindor, habríamos estado igual de enfadados.

Muy a su pesar, Harry podía entender los sentimientos de los Hufflepuff.

Un sentimiento que, tal vez, se veía incrementado por el hecho de que la casa de Hufflepuff no estaba acostumbrada a la gloria, y de que Cedric era uno de los pocos que alguna vez le habían conferido alguna, cuando ganó a Gryffindor al quidditch.

Amos Diggory levantó la cabeza con orgullo al escuchar eso.

Ernie Macmillan y Justin Finch-Fletchley, con quienes Harry solía llevarse muy bien, no le dirigieron la palabra ni siquiera cuando estuvieron trasplantando bulbos botadores a la misma bandeja, pero se rieron de manera bastante desagradable al ver que uno de los bulbos botadores se le escapaba a Harry de las manos y se le estrellaba en la cara.

— Vaya amigos — bufó Charlie. Varias personas parecían pensar como él, ya que también resoplaron y miraron a los dos Hufflepuff con desagrado.

— Perdón por eso — dijo Ernie rápidamente. Justin también se disculpó, y Harry aceptó sus disculpas.

Ron también le había retirado la palabra. Hermione se sentó entre ellos, forzando la conversación; pero, aunque uno y otro le respondían con normalidad, evitaban el contacto visual entre sí. A Harry le pareció que hasta la profesora Sprout lo trataba de manera distante. Y es que ella era la jefa de la casa Hufflepuff.

La profesora Sprout se ruborizó intensamente, pero no lo negó.

En circunstancias normales se hubiera muerto de ganas de ver a Hagrid, pero la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas implicaba ver también a los de Slytherin. Era la primera vez que se vería con ellos desde su conversión en campeón.

Como era de esperar, Malfoy llegó a la cabaña de Hagrid con su habitual cara de desprecio.

— Es que no tiene otra cara — dijo Ginny.

—¡Ah, mirad, tíos, es el campeón! —les dijo a Crabbe y Goyle en cuanto llegaron a donde él podía oírlos—. ¿Habéis traído el libro de autógrafos? Tenéis que daros prisa para que os lo firme, porque no creo que dure mucho: la mitad de los campeones murieron durante el Torneo. ¿Cuánto crees que vas a durar, Potter? Mi apuesta es que diez minutos de la primera prueba.

— ¿Cómo te sientes ahora, Malfoy, sabiendo que Harry burló al dragón? — dijo Wood.

Malfoy hizo una mueca.

— Lo único que hizo Potter fue tener mucha suerte — replicó.

— Y tú lo que tienes es mucha envidia — contestó Fred. Malfoy lo miró muy mal, pero no dijo nada porque Natalie siguió leyendo.

Crabbe y Goyle le rieron la gracia a carcajadas, pero Malfoy tuvo que dejarlo ahí porque Hagrid salió de la parte de atrás de la cabaña con una torre bamboleante de cajas, cada una de las cuales contenía un escreguto bastante grande. Para espanto de la clase, Hagrid les explicó que la razón de que los escregutos se hubieran estado matando unos a otros era un exceso de energía contenida, y la solución sería que cada alumno le pusiera una correa a un escreguto y lo sacara a dar una vuelta.

—Ni que fueran perros — bufó Roger Davies.

— Ojalá hubieran sido perros — se lamentó Seamus.

Lo único bueno de aquello fue que acaparó toda la atención de Malfoy.

—¿Sacarlo a dar una vuelta? —repitió con desagrado, mirando una de las cajas —. ¿Y dónde le vamos a atar la correa? ¿Alrededor del aguijón, de la cola explosiva o del aparato succionador?

— Tú tendrías que haberlo hecho alrededor de la cola explosiva. Y sin guantes — dijo un valiente chico de séptimo al que Snape le lanzó la mirada más gélida que pudo.

—En el medio —dijo Hagrid, mostrándoles cómo—. Eh... tal vez deberíais poneros antes los guantes de piel de dragón, por si acaso. Harry, ven aquí y ayúdame con este grande...

En realidad, la auténtica intención de Hagrid era hablar con Harry lejos del resto de la clase.

— Usar las clases para estar de cháchara con los alumnos...

— Sí, Dolores. Lo sabemos. No está bien. — dijo la profesora McGonagall, cortante.

Esperó hasta que todo el mundo se hubo alejado con los escregutos, y luego se volvió a Harry y le dijo, muy serio:

—Así que te toca participar, Harry. En el Torneo. Campeón del colegio.

—Uno de los campeones —lo corrigió Harry.

Ernie hizo una mueca.

— Es curioso ver cómo todos pensábamos que querías eclipsar a Cedric cuando en realidad era lo contrario.

— Si con curioso quieres decir frustrante, sí, lo es — dijo Hannah, apenada.

Debajo de las cejas enmarañadas, los ojos de color negro azabache de Hagrid lo observaron con nerviosismo.

—¿No tienes ni idea de quién pudo hacerlo, Harry?

—Entonces, ¿tú sí me crees cuando digo que yo no fui? —le preguntó Harry, haciendo un esfuerzo para disimular el sentimiento de gratitud que le habían inspirado las palabras de Hagrid.

Hagrid le sonrió y Harry le devolvió la sonrisa.

—Por supuesto —gruñó Hagrid—. Has dicho que no fuiste tú, y yo te creo. Y también te cree Dumbledore.

—Me gustaría saber quién lo hizo —dijo Harry amargamente.

— Ya somos dos — dijo Terry Boot.

— Tres.

— Cuatro...

Varios alumnos se unieron y sus voces se entremezclaron, haciendo que fuera imposible distinguir cuántos eran.

Los dos miraron hacia la explanada. La clase se hallaba en aquel momento muy dispersa, y todos parecían encontrarse en apuros. Los escregutos median casi un metro y se habían vuelto muy fuertes. Ya no eran blandos y descoloridos, porque les había salido una especie de coraza de color gris brillante. Parecían un cruce entre escorpiones gigantes y cangrejos de río, pero seguían sin tener nada que pudiera identificarse como cabeza u ojos. Se habían vuelto vigorosos y difíciles de dominar.

— ¿Medían casi un metro? — exclamó la señora Weasley, alarmada.

— Después de las tarántulas, creo que ni Ron ni Harry estarían muy impresionados por los escregutos — dijo el señor Weasley.

Ron se encogió de hombros.

— No eran agradables, pero al menos no tenían ocho patas.

Harry se imaginó a un escreguto con ocho patas y le dio un escalofrío.

—Parece que lo pasan bien, ¿no? —comentó Hagrid contento.

Harry dio por sentado que se refería a los escregutos, porque sus compañeros de clase, decididamente, no lo estaban pasando nada bien: de vez en cuando estallaba la cola de uno de los escregutos, que salía disparado a varios metros de distancia, y más de un alumno acababa arrastrado por el suelo, boca abajo, e intentaba desesperadamente ponerse en pie.

Algunos rieron al imaginarlo. Ninguno de los que reía había tenido que lidiar con los escregutos en clase.

—Ah, Harry, no sé... —dijo Hagrid de pronto con un suspiro, mirándolo otra vez con preocupación—. Campeón del colegio... Parece que todo te pasa a ti, ¿verdad?

Harry no respondió. Sí, parecía que todo le pasaba a él. Eso era más o menos lo que le había dicho Hermione paseando por el lago, y ése, según ella, era el motivo de que Ron le hubiera retirado la palabra.

— Pobre. Encima de que le pasa todo, le dejan de hablar por ello — dijo Tonks.

Harry notó que el señor Weasley intercambiaba miradas con Ron. Le pareció que se mostraba comprensivo, pero, a decir verdad, no le dio tiempo a fijarse mucho antes de que Natalie continuara leyendo.

Los días siguientes se contaron entre los peores que Harry pasó en Hogwarts. Lo más parecido que había experimentado habían sido aquellos meses, cuando estaba en segundo, en que una gran parte del colegio sospechaba que era él el que atacaba a sus compañeros, pero en aquella ocasión Ron había estado de su parte. Le parecía que podría haber soportado la actitud del resto del colegio si hubiera vuelto a contar con la amistad de Ron, pero no iba a intentar convencerlo de que se volvieran a hablar si él no quería hacerlo. Sin embargo, se sentía solo y no recibía más que desprecio de todas partes.

Le cayeron una docena de miradas llenas de pena que contrastaban mucho con el desprecio con el que algunos miraban a Ron.

— ¿Cómo puedes estar ahí sentado a su lado sin disculparte? — exclamó Demelza.— Después de lo que hemos leído...

— ¿Y tú qué sabes si se ha disculpado o no? — le espetó George.

— Métete en tus asuntos — añadió Fred.

Demelza soltó un bufido de indignación y replicó:

— Tanto que decís ser amigos de Harry, pero si es alguien de vuestra familia el que le hace daño no decís ni una palabra, ¿eh? Es que claro, la familia va primero…

— Harry es parte de nuestra familia — la cortó George, enfadado. — Pero tampoco vamos a pegarle una paliza a Ron por haberse portado como un idiota.

— Todos hemos cometido errores en algún momento — dijo Bill, y sus ojos se posaron brevemente sobre los de Percy, que se ruborizó. Charlie asentía con ganas.

Demelza pareció cohibida al ver sus palabras contradichas por los dos miembros de la familia Weasley a los que más admiraba (o eso le parecía a Harry, que había notado las miraditas que echaba a Bill y a Charlie). Ron, por su parte, se sintió muy agradecido.

Era capaz de entender la actitud de los de Hufflepuff, aunque no le hiciera ninguna gracia, porque ellos tenían un campeón propio al que apoyar. Tampoco esperaba otra cosa que insultos por parte de los de Slytherin (les caía muy mal, y siempre había sido así, porque él había contribuido muy a menudo a la victoria de Gryffindor frente a ellos, tanto en quidditch como en la Copa de las Casas). Pero había esperado que los de Ravenclaw encontraran tantos motivos para apoyarlo a él como a Cedric. Y se había equivocado: la mayor parte de los de Ravenclaw parecía pensar que él se desesperaba por conseguir un poco más de fama y que por eso había engañado al cáliz de fuego para que aceptara su nombre.

Entre los Ravenclaw, el ambiente era de culpabilidad.

— Es que era lo que parecía desde fuera — se excusó Terry.

— Yo siempre te apoyé — dijo Luna al mismo tiempo. — Y no fui la única. No todo el mundo en Ravenclaw estaba en tu contra.

Harry sintió una oleada de gratitud hacia Luna.

Además estaba el hecho de que Cedric quedaba mucho mejor que él como campeón. Era extraordinariamente guapo, con la nariz recta, el pelo moreno y los ojos grises, y aquellos días no se sabía quién era más admirado, si él o Viktor Krum. Harry llegó a ver un día a la hora de la comida que las mismas chicas de sexto que tanto interés habían mostrado en conseguir el autógrafo de Viktor Krum le pedían a Cedric que les firmara en las mochilas.

Esas chicas se pusieron coloradas al oír eso, mientras que Amos sonrió por primera vez desde que se había unido a la lectura.

— Diggory también tiene una descripción agradable — notó Charlie. — ¿Cuántas van ya?

— Solo Fleur y yo — dijo Bill. — Y Krum, pero solo cuando se habla de quidditch.

— Añade a Cedric a la lista — repuso Charlie, sonriendo.

Harry se ruborizó, aunque no sabía muy bien por qué.

Mientras tanto, Sirius no contestaba, Hedwig no lo dejaba acercarse, la profesora Trelawney le predecía la muerte incluso con más convicción de la habitual, y en la clase del profesor Flitwick le fue tan mal con los encantamientos convocadores que le mandó más deberes (y fue el único al que se los mandó, aparte de Neville).

Neville hizo una mueca.

— Al menos tú tenías una excusa para estar distraído — dijo.

Harry se sintió mal por él.

—De verdad que no es tan difícil, Harry —le decía Hermione para animarlo, al salir de la clase. Ella había logrado que los objetos fueran zumbando a su encuentro desde cualquier parte del aula, como si tuviera algún tipo de extraño imán que atraía borradores, papeleras y lunascopios—. Lo que pasa es que no te concentrabas.

—¿Por qué sería? —contestó Harry con amargura. En ese momento pasó Cedric rodeado de un numeroso grupo de tontitas, todas las cuales miraron a Harry como si fuera un escreguto de cola explosiva especialmente crecido—.

Hubo murmullos en una zona llena de chicas. Harry estaba seguro de que se sentían ofendidas por haber sido referidas como tontitas, pero ninguna se atrevió a quejarse en voz alta.

Pero no importa. Me muero de ganas de que llegue la clase doble de Pociones que tenemos esta tarde...

La clase doble de Pociones constituía siempre una mala experiencia, pero aquellos días era una verdadera tortura. Estar encerrado en una mazmorra durante hora y media con Snape y los de Slytherin, dispuestos a mortificar a Harry todo lo posible por haberse atrevido a ser campeón del colegio, era una de las cosas más desagradables que Harry pudiera imaginar. Así había sido el viernes anterior, en el que Hermione, sentada a su lado, se pasó la clase repitiéndole en voz baja: «No les hagas caso, no les hagas caso»; y no tenía motivos para pensar que la lección de aquella tarde fuera a ser más llevadera.

— Es demasiado fácil provocarte, Potter — dijo Daphne Greengrass. — Tienes que aprender a ignorar ese tipo de cosas.

— Es más fácil decirlo que hacerlo — replicó Harry.

Cuando, después de comer, él y Hermione llegaron a la puerta de la mazmorra de Snape, se encontraron a los de Slytherin que esperaban fuera, cada uno con una insignia bien grande en la pechera de la túnica. Por un momento, Harry tuvo la absurda idea de que eran insignias de la P.E.D.D.O.

— Ni de broma — bufó Pansy.

Luego vio que todas mostraban el mismo mensaje en caracteres luminosos rojos, que brillaban en el corredor subterráneo apenas iluminado:

Apoya a CEDRIC DIGGORY: ¡el AUTÉNTICO campeón de Hogwarts!

— Tengo varias de esas en casa — dijo Amos con orgullo.

—¿Te gustan, Potter? —preguntó Malfoy en voz muy alta, cuando Harry se aproximó—. Y eso no es todo, ¡mira!

Apretó la insignia contra el pecho, y el mensaje desapareció para ser reemplazado por otro que emitía un resplandor verde:

POTTER APESTA

— Qué infantil — dijo Angelina, rodando los ojos.

Malfoy la miró mal, y también lo hizo Amos Diggory, para exasperación de Harry.

Los de Slytherin berrearon de risa. Todos apretaron su insignia hasta que el mensaje POTTER APESTA brilló intensamente por todos lados. Harry notó que se ponía rojo de furia.

Se oyeron risitas en la zona de Slytherin. Sin embargo, Daphne Greengrass soltó un resoplido y dijo:

— No me extraña que Potter le tenga tanta manía a Slytherin. Solo interactúa con cretinos.

Varios Slytherin protestaron, incluyendo a Pansy Parkinson, que miraba a Daphne como si fuera un bicho raro.

Harry, sin embargo, se sintió agradecido al ver que varias personas de Slytherin se ponían de parte de Daphne.

—¡Ah, muy divertido! —le dijo Hermione a Pansy Parkinson y su grupo de chicas de Slytherin, que se reían más fuerte que nadie—. Derrocháis ingenio.

— Eso era sarcasmo, por si alguna no lo entendió — dijo Sirius en voz alta, mirando directamente a Pansy y a otras chicas de Slytherin que estaban a su alrededor.

Ninguna de ellas se atrevió a contestarle.

Ron estaba apoyado contra el muro con Dean y Seamus. No se rió, pero tampoco defendió a Harry.

Ron hizo una mueca. Se escuchó a alguien decir "Vaya amigo", pero Harry no supo quién fue.

—¿Quieres una, Granger? —le dijo Malfoy, ofreciéndosela—. Tengo montones. Pero con la condición de que no me toques la mano. Me la acabo de lavar y no quiero que una sangre sucia me la manche.

Se oyeron jadeos. Medio comedor se giró para mirar a Malfoy, que se había puesto pálido. Ron soltó tal gruñido que una niña de primero que estaba sentada cerca de ellos pegó un salto.

— Se añadirá un castigo más — dijo la profesora McGonagall, enfadada.

— Y lo cumplirá conmigo — añadió el profesor Snape, que miraba a Malfoy con intensidad.

Se oyeron varias quejas y protestas por parte de algunos alumnos (especialmente de Gryffindor) que consideraban que Snape no le daría a Malfoy un castigo muy severo. Harry, sin embargo, se quedó en silencio. Recordaba que Snape había obligado a Malfoy a copiar unas líneas cuyo mensaje… no encajaba con Snape, ni con Slytherin, ni mucho menos con Malfoy. Ese asunto todavía le confundía.

La ira que Harry había acumulado durante días y días pareció a punto de reventar un dique en su pecho. Antes de que se diera cuenta de lo que hacía había cogido la varita mágica. Todos los que estaban alrededor se apartaron y retrocedieron hacia el corredor.

— Estabas tardando en hacer algo así — dijo el profesor Lupin. — Lo que me sorprende es que aguantaras tanto tiempo bajo toda esa presión.

— Si yo hubiera estado en tu lugar, ni siquiera habría ido a clase ese día — admitió Tonks.

Varias personas parecían estar de acuerdo con ella y Harry se sintió frustrado. Por mucho que ahora dijeran que habría sido comprensible que se hubiera saltado las clases, si de verdad Harry lo hubiera hecho le habría caído una buena regañina.

—¡Harry! —le advirtió Hermione.

—Vamos, Potter —lo desafió Malfoy con tranquilidad, también sacando su varita —. Ahora no tienes a Moody para que te proteja. A ver si tienes lo que hay que tener...

— El que no tiene lo que hay que tener eres tú — bufó Angelina.

Malfoy le lanzó una mirada llena de odio.

Se miraron a los ojos durante una fracción de segundo, y luego, exactamente al mismo tiempo, ambos atacaron:

—¡Furnunculus! —gritó Harry.

—¡Densaugeo! —gritó Malfoy.

De las varitas salieron unos chorros de luz, que chocaron en el aire y rebotaron en ángulo. El conjuro de Harry le dio a Goyle en la cara, y el de Malfoy a Hermione.

— Uf, qué mala pata — dijo Ginny con una mueca.

Goyle chilló y se llevó las manos a la nariz, donde le brotaban en aquel momento unos forúnculos grandes y feos. Hermione se tapaba la boca con gemidos de pavor.

— ¿Cuántas veces tenemos que decir que está prohibido pelear en los pasillos? — exclamó la profesora McGonagall.

— Quizá tendríamos que poner carteles — sugirió el profesor Flitwick. McGonagall soltó un bufido y no respondió.

—¡Hermione! —Ron se acercó a ella apresuradamente, para ver qué le pasaba.

Se oyeron algunos grititos y risitas.

— Le gusta, le gusta — canturreaba un chico de segundo.

Harry estaba seguro de que, si no hubieran estado todos los Weasleys presentes, Ron le habría lanzado un maleficio al chico. Hermione, por otro lado, mantenía la expresión tan neutral como podía, pero se la notaba avergonzada y sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas.

Harry se volvió y vio a Ron que le retiraba a Hermione la mano de la cara.

— ¡La cogió de la mano! — chilló una chica de tercero. Le siguieron varios gritos emocionados y Harry decidió que la gente estaba muy mal de la cabeza.

No fue una visión agradable. Los dos incisivos superiores de Hermione, que ya de por si eran más grandes de lo normal,

Hermione hizo un ruido extraño. Cada vez estaba más roja.

crecían a una velocidad alarmante. Se parecía más y más a un castor conforme los dientes alargados pasaban el labio inferior hacia la barbilla. Los notó allí, horrorizada, y lanzó un grito de terror.

—¿A qué viene todo este ruido? —dijo una voz baja y apagada. Acababa de llegar Snape.

Harry se inclinó hacia delante en el asiento, y Ron hizo lo mismo. Ambos deseaban ver cómo iba a reaccionar la gente al leer lo cruel que había sido Snape.

Los de Slytherin se explicaban a gritos. Snape apuntó a Malfoy con un largo dedo amarillo y le dijo:

—Explícalo tú.

—Potter me atacó, señor...

— Porque tú lo provocaste — exclamó Lee Jordan.

Malfoy fingió no escucharlo.

—¡Nos atacamos el uno al otro al mismo tiempo! —gritó Harry.

—... y le dio a Goyle. Mire...

Snape examinó a Goyle, cuya cara no hubiera estado fuera de lugar en un libro de setas venenosas.

— Se lo merece — dijo Ginny con rotundidad.

—Ve a la enfermería, Goyle —indicó Snape con calma.

—¡Malfoy le dio a Hermione! —dijo Ron—. ¡Mire!

Hermione se encogió un poco en el asiento, mientras que Ron y Harry estaban preparados para lo que venía.

Obligó a Hermione a que le enseñara los dientes a Snape, porque ella hacía todo lo posible para taparlos con las manos, cosa bastante difícil dado que ya le pasaban del cuello de la camisa. Pansy Parkinson y las otras chicas de Slytherin se reían en silencio con grandes aspavientos, y señalaban a Hermione desde detrás de la espalda de Snape.

— Sois tontísimas — dijo Angelina, mirando directamente a ese grupo de chicas de Slytherin.

— Profesor, nos acaba de insultar — se quejó una de ellas en voz alta.

Snape parecía querer decir algo, pero entonces miró a Dumbledore y, con expresión de vinagre, cerró la boca. Las chicas de Slytherin no parecieron muy contentas.

Snape miró a Hermione fríamente y luego dijo:

—No veo ninguna diferencia.

— ¡Severus! — exclamó McGonagall.

— ¡Habrase visto! — saltó Flitwick, literalmente saltando en su asiento y haciendo que se le resbalara el sombrero.

— ¿Por qué eres así? — se quejó la profesora Sprout al mismo tiempo, mientras Sinistra le recogía a Flitwick su sombrero del suelo y le lanzaba dagas a Snape con la mirada.

Snape no dijo nada, a pesar de que tanto los profesores como gran parte del alumnado criticaban duramente sus palabras.

Dumbledore tenía la vista fija en un punto del suelo y no dijo una palabra, pero la decepción que sentía era casi palpable. Snape lo miró de reojo. A Harry le dio la sensación de que podían comunicarse sin palabras, pero no tenía pruebas de ello.

Hermione profirió un gemido y se le empañaron los ojos. Dando media vuelta, echó a correr por el corredor hasta perderse de vista.

— Oh, no — se lamentó la señora Weasley, antes de dedicarle a Hermione una expresión amable.

Tal vez fue una suerte que Harry y Ron empezaran a gritar a Snape a la vez, y también que sus voces retumbaran en el corredor de piedra, porque con el alboroto le fue imposible entender lo que le decían exactamente. Pero captó la esencia.

—Muy bien —declaró con su voz más suave—. Cincuenta puntos menos para Gryffindor, y Weasley y Potter se quedarán castigados. Ahora entrad, o tendréis que quedaros castigados una semana entera.

Los Gryffindor estallaron en protestas. Varios se pusieron en pie, denunciando a voz en grito la injusticia cometida.

La profesora McGonagall estaba blanca de ira y Harry se imaginó por un momento lo que pasaría si la mujer perdiera el control y le lanzara a Snape un maleficio. Pagaría por ver eso.

Pero no, McGonagall no perdió el juicio. De hecho, los gritos de los Gryffindor, las quejas de los Hufflepuff y Ravenclaw que se solidarizaban con ellos y las exclamaciones de disgusto provenientes del resto del profesorado no parecían causar el menor efecto en Snape. Lo único que le hizo perder la neutralidad de su expresión fue el sonido de la voz de Dumbledore, llena de decepción, que decía:

— Severus…

Snape no se atrevía a mirar a Dumbledore a la cara, algo que Harry jamás había pensado que presenciaría.

— Esa conducta es intolerable — decía la profesora Umbridge. No parecía que Snape le cayera bien. —Otra muestra más de la ineptitud del profesorado de este colegio.

— Hablaremos de esto más tarde — la interrumpió Dumbledore en voz más alta, aunque no se dirigía a ella, sino a Snape. — Por favor, señorita McDonald. Continúe.

A Harry le zumbaban los oídos. Era tal la injusticia cometida por Snape que sentía el impulso de cortarlo en mil pedazos.

Se oyeron jadeos, pero, sobre todo, se oyeron gritos de ánimo.

— ¡Se lo tendría merecido! — gritó un Gryffindor de séptimo.

— ¡Tendríamos que convertirlo en ingredientes para pociones! — dijo otra persona, aunque Harry no tuvo ni la más remota idea de quién había sido.

— Yo me ofrezco voluntario para hacerlo — habló Sirius, mitad en serio mitad en broma. Lupin le dio un codazo para que se callara.

Snape tenía la vista fija en Harry en ese momento, que sentía sus pupilas como si fueran dagas.

Pasó por delante de él, se dirigió con Ron hacia la parte de atrás de la mazmorra y arrojó violentamente la mochila en el pupitre. También Ron temblaba de cólera, y por un momento Harry creyó que todo iba a volver a ser entre ellos como antes. Pero entonces Ron se fue a sentar con Dean y Seamus, dejándolo solo en el pupitre.

— Estuve a punto de sentarme contigo — admitió Ron en voz baja, ignorando los comentarios del resto del comedor, a quienes no les había hecho mucha gracia que no se sentara con Harry. — Pero después me acordé de que seguíamos enfadados.

Harry bufó.

Al otro lado de la mazmorra, Malfoy le dio la espalda a Snape y apretó la insignia, sonriendo de satisfacción. La inscripción POTTER APESTA brilló en el aula.

La clase dio comienzo, y Harry clavó los ojos en Snape mientras imaginaba que le sucedían cosas horribles. Si hubiera sabido cómo hacer la maldición cruciatus... Snape se habría caído de espaldas al suelo y allí se habría quedado, sacudiéndose y retorciéndose como aquella araña...

Snape miró a Harry con tanto odio que el chico inmediatamente fijó su vista en un punto de la cabeza de Parvati, evitando con todas sus fuerzas mirar hacia la mesa de profesores.

— Llevo diciendo desde hace meses que Potter es peligroso — dijo Umbridge en voz alta, interrumpiendo a Natalie. — Si todavía os queda alguna duda de ello, podemos repetir esa frase tantas veces como necesitéis.

— Discúlpeme, Dolores, si no considero que una frase pensada por un adolescente tras una pelea sea un indicativo de su personalidad real — contestó Dumbledore.

— Quiso usar la maldición cruciatus — exclamó Umbridge. — ¿Puede haber una muestra mayor de su falta de empatía y de su deseo de hacer daño? ¡Potter es un peligro!

— Potter estaba bajo una presión inaguantable — la cortó la señora Pomfrey. Miraba a Umbridge como si fuera un grano especialmente feo. — Alguien lo había forzado a participar en un torneo extremadamente peligroso, su mejor amigo le había dado la espalda, tenía a todo el colegio en su contra, ¡hasta su lechuza estaba enfadada con él! Había insignias insultándole, la gente lo trataba como si fuera un apestado… Y llega un profesor — la señora Pomfrey miró entonces a Snape con tanta fiereza que hasta él pareció sorprendido —, alguien que en teoría debería proteger a los alumnos y evitar peleas, y se burla de una de las pocas personas que seguían a su lado. Y, no contento con eso, le quita CINCUENTA puntos, no diez ni quince, ¡cincuenta!

Snape no fue capaz de aguantarle la mirada.

— Creo que todos están olvidando que Potter solo tenía catorce años — siguió la enfermera, llena de ira. — Si yo hubiera estado en su lugar, a tan temprana edad y bajo tanta presión, creo que también habría pensado cosas cuestionables.

Todo el comedor se quedó en silencio. Ni siquiera la profesora Umbridge se atrevió a replicar nada, quizá por la expresión furiosa de la señora Pomfrey hacía pensar que una sola palabra más podía hacerla arrancar cabezas.

Harry notaba un nudo en la garganta. Que la señora Pomfrey lo defendiera con tanto ahínco significaba más de lo que jamás podría expresar con palabras. Lo único que consiguió decir sin que le temblara la voz fue un "Gracias" que, por suerte, debido al silencio tan profundo que se había quedado tras el estallido de la enfermera, se escuchó por todo el comedor.

La señora Pomfrey le hizo un gesto que claramente decía "No hay de qué". Tanto la profesora McGonagall como la señora Weasley parecían estar totalmente de acuerdo con ella.

Cuando nadie dijo nada más, Natalie siguió leyendo, algo aturdida.

—¡Antídotos! —dijo Snape, mirándolos a todos con sus fríos ojos negros de brillo desagradable—. Ahora debéis preparar vuestras recetas. Quiero que las elaboréis con mucho cuidado, y luego elegiremos a alguien en quien probarlas...

Los ojos de Snape se posaron en Harry, y éste comprendió lo que se avecinaba: Snape iba a envenenarlo.

— ¿Sueles envenenar a los alumnos para probar los antídotos, Severus? — preguntó la profesora McGonagall. Su tono indicaba peligro.

— En ocasión — replicó Snape. Antes de que McGonagall pudiera contestar, añadió: — Por supuesto, siempre tengo a la mano un antídoto bien preparado por mí mismo.

— Sigue siendo intolerable — dijo McGonagall. Varias voces le dieron la razón.

Harry se imaginó cogiendo el caldero, corriendo hasta el frente de la clase y volcándolo encima del grasiento pelo de Snape.

— Me habría encantado ver eso — dijo Sirius.

— Y a mí me habría encantado verte recibir el beso de los dementores, pero parece que ambos nos vimos decepcionados — replicó Snape de inmediato.

Harry pensó que Sirius le acababa de proporcionar a Snape una vía de escape para descargar toda la frustración y rabia que sentía contra el propio Harry y contra el resto de profesores que se habían manifestado en su contra.

— Bueno, a mí los dementores no me van a poner un dedo encima — respondió Sirius con una sonrisa. — Pero estoy seguro de que algún día le tocarás tanto las narices a un alumno que te vaciará el caldero en la cabeza. Y espero que alguien esté allí para contármelo todo.

Snape hizo amago de coger su varita, pero una mirada severa de Dumbledore lo detuvo.

Pero entonces llamaron a la puerta de la mazmorra, y Harry despertó de sus ensoñaciones.

Era Colin Creevey. Entró en el aula, sonrió a Harry y fue hacia la mesa de Snape.

Colin soltó un gritito al escuchar su nombre.

—¿Sí? —preguntó éste escuetamente.

—Disculpe, señor. Tengo que llevar a Harry Potter arriba.

Snape apuntó su ganchuda nariz hacia Colin y clavó los ojos en él. La sonrisa de Colin desapareció.

Dennis miró mal a Snape, que ni se inmutó.

—A Potter le queda otra hora de Pociones —contestó Snape con frialdad—. Subirá cuando la clase haya acabado.

Colin se ruborizó.

En el presente, también estaba un poco rojo.

—Señor..., el señor Bagman quiere que vaya —dijo muy nervioso—. Tienen que ir todos los campeones. Creo que les quieren hacer unas fotos...

Harry hubiera dado cualquier cosa por que Colin no hubiera dicho las últimas palabras. Se arriesgó a echar una ojeada a Ron, pero éste no quitaba la vista del techo.

— Perdón — se disculpó Colin.

— No pasa nada — respondió Harry.

Ron, que parecía algo incómodo, se alegró mucho cuando nadie comentó nada sobre él.

—Muy bien, muy bien —replicó Snape con brusquedad—. Potter, deje aquí sus cosas. Quiero que vuelva luego para probar el antídoto.

— ¿Pretendías que Potter regresara a clase solo para envenenarlo? — dijo Kingsley, sorprendido.

— Es increíble — dijo la señora Weasley, enfadada.

—Disculpe, señor. Tiene que llevarse sus cosas —dijo Colin—. Todos los campeones...

—¡Muy bien! —lo cortó Snape—. ¡Potter, coja su mochila y salga de mi vista!

— Te libraste por los pelos — dijo Neville. — Acabé probando yo el antídoto.

Varias personas lo miraron con pena.

Harry se echó la bolsa al hombro, se levantó y se dirigió a la puerta. Al pasar por entre los pupitres de los de Slytherin, vio la inscripción POTTER APESTA brillando por todos lados.

—Es alucinante, ¿no, Harry? —comentó Colin en cuanto Harry cerró tras él la puerta de la mazmorra—. ¿No te parece? ¿Tú, campeón?

—Sí, realmente alucinante —repuso Harry con pesadumbre, encaminándose hacia la escalinata del vestíbulo—. ¿Para qué quieren las fotos, Colin?

— Perdón otra vez — dijo Colin, que cada vez estaba más rojo. Algunos de sus amigos se habían echado a reír.

—¡Creo que para El Profeta!

—Genial —dijo Harry con tristeza—. Justo lo que necesito. Más publicidad.

— Me está empezando a dar mucha pena — admitió Padma Patil.

— ¿Empezando? A mí lleva dándome pena desde el primer libro — dijo Hannah.

Harry deseó no haber escuchado eso, porque no sabía cómo le hacía sentir. No quería que la gente sintiera pena por él.

—¡Buena suerte! —le deseó Colin cuando llegaron.

Harry llamó a la puerta y entró.

Era un aula bastante pequeña. Habían retirado hacia el fondo la mayoría de los pupitres para dejar un amplio espacio en el medio, pero habían juntado tres de ellos delante de la pizarra, y los habían cubierto con terciopelo. Detrás de los pupitres habían colocado cinco sillas, y Ludo Bagman se hallaba sentado en una de ellas hablando con una bruja a quien Harry no conocía, que llevaba una túnica de color fucsia.

— Debía ser algo importante si Bagman estaba allí — dijo Dean.

— Solo estaba allí por las fotos — replicó Harry.

Como de costumbre, Viktor Krum estaba de pie en un rincón, sin hablar con nadie. Cedric y Fleur conversaban. Fleur parecía mucho más contenta de lo que la había visto Harry hasta el momento, y repetía su habitual gesto de sacudir la cabeza para que la luz arrancara reflejos a su largo pelo plateado.

Se oyeron risitas y Fleur frunció el ceño.

— ¿Hago eso? — preguntó.

— A veces — replicó Bill. — Cada uno tiene sus gestos. Yo tengo la manía de tocarme el pendiente cuando…

— Cuando estás distgaído — terminó Fleur por él, sonriendo. Bill le devolvió la sonrisa y Harry notó que la señora Weasley los observaba a los dos como un halcón sobre su presa.

Un hombre barrigudo con una enorme cámara de fotos negra que echaba un poco de humo observaba a Fleur por el rabillo del ojo.

Fleur hizo una mueca de asco al escuchar eso.

Bagman vio de pronto a Harry, se levantó rápidamente y avanzó como a saltos.

—¡Ah, aquí está! ¡El campeón número cuatro! Entra, Harry, entra... No hay de qué preocuparse: no es más que la ceremonia de comprobación de la varita. Los demás miembros del tribunal llegarán enseguida...

—¿Comprobación de la varita? —repitió Harry nervioso.

Lo mismo preguntaban algunos a lo largo del comedor.

—Tenemos que comprobar que vuestras varitas se hallan en perfectas condiciones, que no dan ningún problema. Como sabes, son las herramientas más importantes con que vais a contar en las pruebas que tenéis por delante —explicó Bagman—. El experto está arriba en estos momentos, con Dumbledore. Luego habrá una pequeña sesión fotográfica. Esta es Rita Skeeter —añadió, señalando con un gesto a la bruja de la túnica de color fucsia—. Va a escribir para El Profeta un pequeño artículo sobre el Torneo.

Hermione hizo una mueca de asco al escuchar el nombre de Skeeter.

—A lo mejor no tan pequeño, Ludo —apuntó Rita Skeeter mirando a Harry. Tenía peinado el cabello en unos rizos muy elaborados y curiosamente rígidos que ofrecían un extraño contraste con su rostro de fuertes mandíbulas; llevaba unas gafas adornadas con piedras preciosas, y los gruesos dedos —que agarraban un bolso de piel de cocodrilo— terminaban en unas uñas de varios centímetros de longitud, pintadas de carmesí.

— ¿Piel de cocodrilo? — repitió Parvati. — Qué hortera.

— Y tanto — asintió Lavender.

—Me pregunto si podría hablar un ratito con Harry antes de que empiece la ceremonia —le dijo a Bagman sin apartar los ojos de Harry—. El más joven de los campeones, ya sabes... Por darle un poco de gracia a la cosa.

—¡Por supuesto! —aceptó Bagman—. Es decir, si Harry no tiene inconveniente...

—Eh... —vaciló Harry.

—Divinamente —exclamó Rita Skeeter.

— ¡Si no lo ha dejado hablar! — exclamó Dean.

Sin perder un instante, sus dedos como garras cogieron a Harry por el brazo con sorprendente fuerza, lo volvieron a sacar del aula y abrieron una puerta cercana.

—Es mejor no quedarse ahí con todo ese ruido —explicó—. Veamos... ¡Ah, sí, este sitio es bonito y acogedor!

Era el armario de la limpieza. Harry la miró.

Algunos rieron, mientras otros miraron a Harry con curiosidad.

— ¿Te hizo la entrevista en el armario? — preguntó Ernie, incrédulo.

— Sí, y todo lo que escribió era mentira — replicó Harry.

Eso pareció avivar el interés de la gente, a juzgar por los murmullos.

—Entra, cielo, está muy bien. Divinamente —repitió Rita Skeeter sentándose a duras penas en un cubo vuelto boca abajo. Empujó a Harry para que se sentara sobre una caja de cartón y cerró la puerta, con lo que quedaron a oscuras—. Veamos...

Abrió el bolso de piel de cocodrilo y sacó unas cuantas velas que encendió con un toque de la varita, y por arte de magia las dejó colgando en medio del aire para que iluminaran el armario.

—¿No te importa que use una pluma a vuelapluma, Harry? Me dejará más libre para hablar...

— Divinamente — respondió Fred, sacando algunas risitas.

—¿Una qué? —preguntó Harry.

Rita Skeeter sonrió más pronunciadamente, y Harry contó tres dientes de oro. Volvió a coger el bolso de piel de cocodrilo y sacó de él una pluma de color verde amarillento y un rollo de pergamino que extendió entre ellos, sobre una caja de Quitamanchas mágico multiusos de la señora Skower. Se metió en la boca el plumín de la pluma verde amarillenta, la chupó por un momento con aparente fruición y luego la puso sobre el pergamino, donde se quedó balanceándose sobre la punta, temblando ligeramente.

— ¿Quién chupa las plumas? — se oyó decir a una voz con asco.

Si alguien en el comedor lo hacía, ninguno se atrevió a confesarlo.

—Probando: mi nombre es Rita Skeeter, periodista de El Profeta.

Harry bajó de inmediato la vista a la pluma. En cuanto Rita Skeeter empezó a hablar, la pluma se puso a escribir, deslizándose por la superficie del pergamino:

La atractiva rubia Rita Skeeter, de cuarenta y tres años, cuya despiadada pluma ha pinchado tantas reputaciones demasiado infladas...

—Divinamente —dijo Rita Skeeter una vez más.

— ¡Entonces no es ella la que escribe! ¡Es la pluma! — exclamó Romilda Vane.

— ¿Por qué ha escrito todas esas palabras si no es lo que ha dicho? — preguntó al mismo tiempo un chico de primero.

— Me temo que esa pluma escribe lo que la señorita Skeeter desea, no necesariamente lo que dice en ese momento — explicó Dumbledore.

Algunos parecieron impresionados.

— Yo quiero una para los exámenes — se oyó murmurar a Seamus.

Rasgó la parte superior del pergamino, la estrujó y se la metió en el bolso. Entonces se inclinó hacia Harry.

—Bien, Harry, ¿qué te decidió a entrar en el Torneo?

—Eh... —volvió a vacilar Harry, pero la pluma lo distraía. Aunque él no hablara, se deslizaba por el pergamino a toda velocidad, y en su recorrido Harry pudo distinguir una nueva frase:

Una terrible cicatriz, recuerdo del trágico pasado, desfigura el rostro por lo demás muy agradable de Harry Potter, cuyos ojos...

Harry volvió a sentir el enfado que había sentido aquel día. El hecho de que se oyeran algunas risitas en el comedor no ayudó.

— Bueno, te ha llamado guapo — le dijo Ron, quizá porque notaba que se estaba poniendo de mal humor.

—No mires a la pluma, Harry —le dijo con firmeza Rita Skeeter. De mala gana, Harry la miró a ella—. Bien, ¿qué te decidió a participar en el Torneo?

—Yo no decidí participar —repuso Harry—. No sé cómo llegó mi nombre al cáliz de fuego. Yo no lo puse.

— No recuerdo que la entrevista dijera que no fuiste tú — dijo Katie Bell.

— Es que escribió lo que le dio la gana — respondió Harry.

Rita Skeeter alzó una ceja muy perfilada.

—Vamos, Harry, no tengas miedo de verte metido en problemas. Ya sabemos todos que tú no deberías participar. Pero no te preocupes por eso: a nuestros lectores les gustan los rebeldes.

—Pero es que no fui yo —repitió Harry—. No sé quién...

—¿Qué te parecen las pruebas que tienes por delante? —lo interrumpió Rita Skeeter—. ¿Estás emocionado? ¿Nervioso?

— Como no le ha gustado la respuesta, cambia de tema — bufó Hermione.

— Me está cayendo muy mal — admitió Neville, para sorpresa de Harry. Neville no solía hablar mal de nadie.

—No he pensado realmente... Sí, supongo que estoy nervioso —reconoció Harry. La verdad es que mientras hablaba se le revolvían las tripas.

Algunos lo miraron con pena.

—En el pasado murieron algunos de los campeones, ¿no? —dijo Rita Skeeter—. ¿Has pensado en eso?

— ¿Cómo le pregunta eso a un chico de catorce años? — exclamó la profesora Sprout.

— No tiene conciencia — bufó McGonagall.

—Bueno, dicen que este año habrá mucha más seguridad —contestó Harry. Entre ellos, la pluma recorría el pergamino a tal velocidad que parecía que estuviera patinando.

— Pues no estabas hablando tanto como para que fuera tan rápido — se oyó decir a Justin.

—Desde luego, tú te has enfrentado en otras ocasiones a la muerte, ¿no? — prosiguió Rita Skeeter, mirándolo atentamente—. ¿Cómo dirías que te ha afectado?

—Eh...

—¿Piensas que el trauma de tu pasado puede haberte empujado a probarte a ti mismo, a intentar estar a la altura de tu nombre? ¿Crees que tal vez te sentiste tentado de presentarte al Torneo de los tres magos porque...?

— Está loca — declaró Sirius. — Ni siquiera te estaba escuchando.

— Por algo es la peor reportera de El Profeta — declaró Lupin en voz alta. Tenía la mirada puesta en Fudge, que enseguida apartó la suya.

Harry se preguntó si, cuando todo esto acabara, Fudge se vería obligado a vetar a Skeeter de la redacción de El Profeta.

—Yo no me presenté —la cortó Harry, empezando a enfadarse. —¿Recuerdas algo de tus padres?

—No.

—¿Cómo crees que se sentirían ellos si supieran que vas a competir en el Torneo de los tres magos? ¿Orgullosos?, ¿preocupados?, ¿enfadados?

— Es una maleducada.

— ¡Insensible!

— Qué asco.

Así, las exclamaciones y quejas se sucedieron una tras otra, forzando a Natalie a parar de leer. Cuando la gente se hubo calmado (después de que Hagrid llamara a Skeeter algo muy feo), retomó la lectura.

Harry estaba ya realmente enojado. ¿Cómo demonios iba a saber lo que sentirían sus padres si estuvieran vivos?

— Oh, no — se oyó lamentarse a alguien de sexto. Hermione le dio unas palmaditas en la mano y Ron soltó un enorme bufido que demostraba su desagrado hacia Skeeter.

— Se merece que nadie la deje publicar nunca más — murmuró Ginny.

Harry estaba totalmente de acuerdo.

Podía notar la atenta mirada de Rita Skeeter. Frunciendo el entrecejo, evitó sus ojos y miró las palabras que acababa de escribir la pluma.

Las lágrimas empañan sus ojos, de un verde intenso, cuando nuestra conversación aborda el tema de sus padres, a los que él a duras penas puede recordar.

—¡Yo no tengo lágrimas en los ojos! —dijo casi gritando.

— Después de esto, creo que Skeeter lo va a tener difícil para resultar creíble otra vez — dijo Tonks.

— No me puedo creer que me creyera todo lo que escribió en esa entrevista — dijo un chico de tercero.

Antes de que Rita pudiera responder una palabra, la puerta del armario de la limpieza volvió a abrirse. Harry miró hacia fuera, parpadeando ante la brillante luz. Albus Dumbledore estaba ante ellos, observándolos a ambos, allí, apretujados en el armario.

—¡Dumbledore! —exclamó Rita Skeeter, aparentemente encantada.

— Ha llegado el rescate — se oyó decir a Sirius.

Pero Harry se dio cuenta de que la pluma y el pergamino habían desaparecido de repente de la caja de quitamanchas mágico, y los dedos como garras de Rita se apresuraban a cerrar el bolso de piel de cocodrilo.

— Eso demuestra que era consciente de que lo que estaba haciendo no estaba bien — dijo Alicia.

Varias personas asintieron, de acuerdo.

—¿Cómo estás? —saludó ella, levantándose y tendiéndole a Dumbledore una mano grande y varonil—. Supongo que verías mi artículo del verano sobre el Congreso de la Confederación Internacional de Magos, ¿no?

—Francamente repugnante —contestó Dumbledore, echando chispas por los ojos—. Disfruté en especial la descripción que hiciste de mí como un imbécil obsoleto.

Se escucharon gritos ahogados y más de una risa mal disimulada.

Dumbledore, por su parte, sonrió amablemente y no dijo nada.

Rita Skeeter no pareció avergonzarse lo más mínimo.

—Sólo me refería a que algunas de tus ideas son un poco anticuadas, Dumbledore, y que muchos magos de la calle...

—Me encantaría oír los razonamientos que justifican tus modales, Rita —la interrumpió Dumbledore, con una cortés inclinación y una sonrisa—, pero me temo que tendremos que dejarlo para más tarde. Está a punto de empezar la comprobación de las varitas, y no puede tener lugar si uno de los campeones está escondido en un armario de la limpieza.

— O, dicho con otras palabras, que te den, Rita — dijo Sirius.

— Suelo preferir expresarme de forma más educada, pero sí, ese era el mensaje — afirmó Dumbledore, que todavía sonreía. Algunos se quedaron mirándolo con la boca abierta.

Muy contento de librarse de Rita Skeeter, Harry se apresuró a volver al aula. Los otros campeones ya estaban sentados en sillas cerca de la puerta, y él se sentó rápidamente al lado de Cedric y observó la mesa cubierta de terciopelo, donde ya se encontraban reunidos cuatro de los cinco miembros del tribunal: el profesor Karkarov, Madame Maxime, el señor Crouch y Ludo Bagman. Rita Skeeter tomó asiento en un rincón. Harry vio que volvía a sacar el pergamino del bolso, lo extendía sobre la rodilla, chupaba la punta de la pluma a vuelapluma y la depositaba sobre el pergamino.

Algunos volvieron a hacer muecas de asco al escuchar que chupaba la pluma.

—Permitidme que os presente al señor Ollivander —dijo Dumbledore, ocupando su sitio en la mesa del tribunal y dirigiéndose a los campeones—. Se encargará de comprobar vuestras varitas para asegurarse de que se hallan en buenas condiciones antes del Torneo.

— Así que el experto era el señor Ollivander — dijo Lavender, sorprendida.

Harry miró hacia donde señalaba Dumbledore, y dio un respingo de sorpresa al ver al anciano mago de grandes ojos claros que aguardaba en silencio al lado de la ventana. Ya conocía al señor Ollivander. Se trataba de un fabricante de varitas mágicas al que hacía más de tres años, en el callejón Diagon, le había comprado la varita que aún poseía.

— La que es gemela de la de Quien-Tú-Sabes. Aún me sorprende — se oyó decir a un Hufflepuff de cuarto.

Harry deseó que no hubiera dicho nada, porque los murmullos que siguieron a ese comentario no le gustaron nada.

—Mademoiselle Delacour, ¿le importaría a usted venir en primer lugar? —dijo el señor Ollivander, avanzando hacia el espacio vacío que había en medio del aula.

Fleur Delacour fue a su encuentro y le entregó su varita.

Como si fuera una batuta, el anciano mago la hizo girar entre sus largos dedos, y de ella brotaron unas chispas de color oro y rosa. Luego se la acercó a los ojos y la examinó detenidamente.

—Sí —murmuró—, veinticinco centímetros... rígida... palisandro... y contiene... ¡Dios mío!...

—Un pelo de la cabeza de una veela —dijo Fleur—, una de mis abuelas.

Varias personas exclamaron.

— ¡Así que sí que es una veela! — chilló una Ravenclaw.

— Eso lo explica todo — bufó Parvati.

Fleur ni se inmutó.

De forma que Fleur tenía realmente algo de veela, se dijo Harry, pensando que debía contárselo a Ron... Luego recordó que no se hablaba con él.

— No podías dejar de pensar en él, ¿eh? — dijo Katie, comprensiva.

Harry se encogió de hombros y prefirió no contestar, porque sentía que, si lo hacía, le ardería la cara de la vergüenza. Ron sonreía y parecía contento de que Harry lo hubiera tenido tan presente.

—Sí —confirmó el señor Ollivander—, sí. Nunca he usado pelo de veela. Me parece que da como resultado unas varitas muy temperamentales. Pero a cada uno la suya, y si ésta le viene bien a usted...

— Paga mí es pegfenta — declaró Fleur. Algunos la miraban con admiración, como si tener la confirmación de que era parte veela lo cambiara todo.

Pasó los dedos por la varita, según parecía en busca de golpes o arañazos. Luego murmuró:

—¡Orchideous! —Y de la punta de la varita brotó un ramo de flores—. Bien, muy bien, está en perfectas condiciones de uso —declaró, recogiendo las flores y ofreciéndoselas a Fleur junto con la varita—. Señor Diggory, ahora usted.

— Primero el fotógrafo se queda mirándola de reojo y ahora Ollivander le da flores — bufó Demelza. — Qué fuerte…

— Cuánta envidia — susurró Ginny, juzgando a Demelza con la mirada.

Fleur se volvió a su asiento, sonriendo a Cedric cuando se cruzaron.

— ¿Estaba intentando ligar con Cedric? — exclamó Marietta. A su lado, Cho tenía el ceño fruncido.

— Clago que no. Solo estaba siendo educada — replicó Fleur de mal humor.

Cho no pareció muy convencida.

—¡Ah!, veamos, ésta la hice yo, ¿verdad? —dijo el señor Ollivander con mucho más entusiasmo, cuando Cedric le entregó la suya—. Sí, la recuerdo bien. Contiene un solo pelo de la cola de un excelente ejemplar de unicornio macho. Debía de medir diecisiete palmos. Casi me clava el cuerno cuando le corté la cola. Treinta centímetros y medio... madera de fresno... agradablemente flexible. Está en muy buenas condiciones... ¿La trata usted con regularidad?

—Le di brillo anoche —repuso Cedric con una sonrisa.

A Amos Diggory le brillaban los ojos, Harry no sabía si de orgullo o de la emoción de leer las palabras que su hijo había pronunciado en momentos en los que él no estaba presente.

Harry miró su propia varita. Estaba llena de marcas de dedos. Con la tela de la túnica intentó frotarla un poco, con disimulo, pero de la punta saltaron unas chispas doradas. Fleur Delacour le dirigió una mirada de desdén, y desistió.

Fleur se disculpó con la mirada.

El señor Ollivander hizo salir de la varita de Cedric una serie de anillos de humo plateado, se declaró satisfecho y luego dijo:

—Señor Krum, si tiene usted la bondad...

Viktor Krum se levantó y avanzó hasta el señor Ollivander desgarbadamente, con la cabeza gacha y un andar torpe. Sacó la varita y se quedó allí con el entrecejo fruncido y las manos en los bolsillos de la túnica.

— Vuelves a ser torpe — rió Bill.

Krum tenía el ceño fruncido.

— Solo le gusto cuando estoy en una escoba — se quejó, aunque no parecía que le molestara realmente.

—Mmm —dijo el señor Ollivander—, ésta es una manufactura Gregorovitch, si no me equivoco. Un excelente fabricante, aunque su estilo no acaba de ser lo que yo... Sin embargo...

— ¿Gregorovitch? Nunca lo había oído — dijo Charlie.

Levantó la varita para examinarla minuciosamente, sin parar de darle vueltas ante los ojos.

—Sí... ¿Madera de carpe y fibra sensible de dragón? —le preguntó a Krum, que asintió con la cabeza—. Bastante más gruesa de lo usual... bastante rígida... veintiséis centímetros... ¡Avis!

La varita de carpe produjo un estallido semejante a un disparo, y un montón de pajarillos salieron piando de la punta y se fueron por la ventana abierta hacia la pálida luz del sol.

— Me apunto ese hechizo — se oyó susurrar a Hannah Abbott.

—Bien —dijo el viejo mago, devolviéndole la varita a Krum—. Ahora queda... el señor Potter.

Harry se levantó y fue hasta el señor Ollivander cruzándose con Krum. Le entregó su varita.

—¡Aaaah, sí! —exclamó el señor Ollivander con ojos brillantes de entusiasmo—. Sí, sí, sí. La recuerdo perfectamente.

"Como para olvidarla", pensó Harry.

Harry también se acordaba. Lo recordaba como si hubiera sido el día anterior. Cuatro veranos antes, el día en que cumplía once años, había entrado con Hagrid en la tienda del señor Ollivander para comprar una varita mágica. El señor Ollivander le había tomado medidas y luego le fue entregando una serie de varitas para que las probara. Harry cogió y probó casi todas las varitas de la tienda, o al menos eso le pareció, hasta encontrar una que le iba bien, aquélla, que estaba hecha de acebo, medía veintiocho centímetros y contenía una única pluma de la cola de un fénix.

— Ya sabemos todo eso — se quejó Zacharias Smith.

Natalie lo miró mal por interrumpirla para no aportar nada.

El señor Ollivander se había quedado muy sorprendido de que a Harry le fuera tan bien aquella varita. «Curioso —había dicho—... muy curioso.» Y sólo cuando al fin Harry le preguntó qué era lo curioso, le había explicado que la pluma de fénix de aquella varita provenía del mismo pájaro que la del interior de la varita de lord Voldemort.

— Me sigue dando escalofríos — admitió Lavender.

Harry rodó los ojos y no contestó.

Harry no se lo había dicho a nadie. Le tenía mucho cariño a su varita, y no había nada que pudiera hacer para evitar aquel parentesco con la de Voldemort, de la misma manera que no podía evitar el suyo con tía Petunia. Pero esperaba que el señor Ollivander no les revelara a los presentes nada de aquello. Le daba la impresión de que, si lo hacía, la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter explotaría de la emoción.

— Creo que habría salido en primera plana — dijo el señor Weasley. — Menos mal que nunca se enteró.

El anciano mago se pasó mucho más rato examinando la varita de Harry que la de ningún otro. Pero al final hizo manar de ella un chorro de vino y se la devolvió a Harry, declarando que estaba en perfectas condiciones.

— Eso tiene mérito, después de todas las situaciones peligrosas en las que ha estado — dijo el profesor Flitwick con un toque de admiración en su voz. — Parece que es una varita especialmente resistente.

Harry estaba totalmente de acuerdo. No se explicaba cómo se encontraba en tan buen estado después de todo lo que había pasado.

—Gracias a todos —dijo Dumbledore, levantándose—. Ya podéis regresar a clase. O tal vez sería más práctico ir directamente a cenar, porque falta poco para que terminen...

Harry se levantó para irse, con la sensación de que al final no todo había ido mal aquel día, pero el hombre de la cámara de fotos negra se levantó de un salto y se aclaró la garganta.

—¡Las fotos, Dumbledore, las fotos! —gritó Bagman—. Todos los campeones y los miembros del tribunal. ¿Qué te parece, Rita?

—Eh... sí, ésas primero —dijo Rita Skeeter, poniendo los ojos de nuevo en Harry—. Y luego tal vez podríamos sacar unas individuales.

— Qué obsesión — dijo Hermione con una mueca.

Las fotografías llevaron bastante tiempo. Dondequiera que se colocara, Madame Maxime le quitaba la luz a todo el mundo, y el fotógrafo no podía retroceder lo suficiente para que ella cupiera.

— Era tan fácil como hacer que se sentara — dijo Colin con entusiasmo.

— Te tenían que haber llamado a ti para hacer las fotos — le respondió Dennis. Colin asintió, emocionado con tan solo pensarlo.

Por último se tuvo que sentar mientras los demás se quedaban de pie a su alrededor. Karkarov se empeñaba en enroscar la perilla con el dedo para que quedara más curvada.

Algunos se echaron a reír.

Krum, a quien Harry suponía acostumbrado a aquel tipo de cosas, se escondió al fondo para quedar medio oculto.

— No lo entiendo. ¿No debería querer estar al frente? — preguntó un chico de sexto.

— No — gruñó Krum por toda respuesta.

El fotógrafo parecía querer que Fleur se pusiera delante, pero Rita Skeeter se acercó y tiró de Harry para destacarlo. Luego insistió en que se tomaran fotos individuales de los campeones, tras lo cual por fin pudieron irse.

Harry bajó a cenar. Vio que Hermione no estaba en el Gran Comedor, e imaginó que seguía en la enfermería por lo de los dientes.

— Ya se me había olvidado eso — admitió Dean. — Pasaron muchas cosas ese día, ¿no?

— Demasiadas — replicó Harry.

Cenó solo a un extremo de la mesa, y luego volvió a la torre de Gryffindor pensando en todos los deberes extra que tendría que hacer sobre los encantamientos convocadores. Arriba, en el dormitorio, se encontró con Ron.

—Has recibido una lechuza —le informó éste con brusquedad, señalando la almohada de Harry. La lechuza del colegio lo aguardaba allí.

— ¡Están hablando! — exclamó una chica de tercero.

Katie Bell sonreía y parecía ilusionada.

—Ah, bien —dijo Harry.

—Y tenemos que cumplir el castigo mañana por la noche, en la mazmorra de Snape —añadió Ron.

— ¿Juntos? Seguro que ahí fue cuando os perdonasteis — dijo Padma Patil.

Harry y Ron intercambiaron miradas y no respondieron.

Entonces salió del dormitorio sin mirar a Harry. Por un momento, Harry pensó en seguirlo, sin saber muy bien si quería hablar con él o pegarle, porque tanto una cosa como otra le resultaban tentadoras.

— Dime que fuiste tras él — pidió Katie.

Harry negó con la cabeza y ella pareció decepcionada.

— Con la amistad tan bonita que tenéis, es una pena… — se lamentó.

Pero la carta de Sirius era más urgente, así que fue hacia la lechuza, le quitó la carta de la pata y la desenrolló:

Harry:

No puedo decir en una carta todo lo que quisiera, porque sería demasiado arriesgado si interceptaran la lechuza. Tenemos que hablar cara a cara. ¿Podrías asegurarte de estar solo junto a la chimenea de la torre de Gryffindor a la una de la noche del 22 de noviembre?

— ¿Va a intentar entrar en la sala común? — exclamó Lee Jordan.

— ¡Genial! — saltó Colin.

Sé mejor que nadie que eres capaz de cuidar de ti mismo, y mientras estés cerca de Dumbledore y de Moody no creo que nadie te pueda hacer daño alguno.

— Uf — Sirius hizo una mueca y miró a Harry con cara de circunstancias.

— Sí, Moody fue muy útil — dijo Tonks, aunque casi nadie captó el sarcasmo en su voz.

Sin embargo, parece que alguien está haciendo intentos bastante acertados. El que te presentó al Torneo tuvo que arriesgarse bastante, especialmente con Dumbledore tan cerca.

Estate al acecho, Harry. Sigo queriendo que me informes de cualquier cosa anormal. En cuanto puedas, hazme saber si te viene bien el 22 de noviembre.

Sirius

— ¡El día de mi cumpleaños! — exclamó una chica de Ravenclaw.

— Ahí termina — dijo Natalie al mismo tiempo. — ¿Leo el título del siguiente?

Dumbledore asintió.

— Por favor.

Natalie pasó la página y leyó:

— El colacuerno húngaro.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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