El colacuerno húngaro:
— Ahí termina — dijo Natalie al mismo tiempo. — ¿Leo el título del siguiente?
Dumbledore asintió.
— Por favor.
Natalie pasó la página y leyó:
— El colacuerno húngaro.
Un murmullo emocionado recorrió el comedor. Harry vio a Charlie erguirse en el asiento, visiblemente interesado.
— ¿Algún voluntario? — pidió Dumbledore. Inmediatamente, al menos una docena de personas levantaron la mano, incluyendo al propio Charlie. Dumbledore le sonrió, pero al que escogió fue a Blaise Zabini, que subió a la tarima de inmediato.
La perspectiva de hablar cara a cara con Sirius fue lo único que ayudó a Harry a pasar las siguientes dos semanas, la única luz en un horizonte que nunca había estado tan oscuro.
Harry notó sus mejillas arder. Sirius, por su parte, tenía la boca abierta como un pez fuera del agua debido a la sorpresa. La cerró, la volvió a abrir y, finalmente, sonrió con tantas ganas que Harry pensó que debía ser doloroso.
— ¿Has oído eso? — le dijo Sirius a Lupin, sonriendo como un lunático. — Fui la única luz en su horizonte. ¡Ja! ¿A que nunca habías oído algo tan bonito?
Lupin le sonrió indulgentemente, aunque parecía un poco exasperado.
Se le había pasado ya un poco el horror de verse a sí mismo convertido en campeón del colegio, y su lugar empezaba a ocuparlo el miedo a las pruebas a las que tendría que enfrentarse. La primera de ellas estaba cada vez más cerca. Se la imaginaba agazapada ante él como un monstruo horrible que le cerraba el paso.
— Precisamente de monstruos iba la cosa — rio un chico de tercero.
— Los dragones no son monstruos — replicó Charlie, ofendido. — Son criaturas mágicas.
El chico pareció avergonzado y no se atrevió a responderle nada a Charlie.
Nunca había tenido tantos nervios. Sobrepasaban con mucho lo que hubiera podido sentir antes de un partido de quidditch, incluido el último, jugado contra Slytherin, en el que se habían disputado la Copa de quidditch. Le resultaba muy difícil pensar en el futuro, porque sentía que toda su vida lo había conducido a la primera prueba... y que terminaría con ella.
— Por una vez, creo que no estabas siendo dramático — dijo Angelina con una mueca. — Te jugabas la vida de verdad…
— Tuviste mucho valor — dijo Alicia solemnemente.
En realidad no creía que Sirius lograra hacerlo sentirse mejor en lo que se refería a ejecutar ante cientos de personas un ejercicio desconocido de magia muy difícil y peligrosa, pero la mera visión de un rostro amigo lo ayudaría.
Sirius seguía sonriendo con ganas y en ese momento se inclinó para pasar el brazo sobre la cabeza de Ron y revolverle el pelo a Harry.
Harry le mandó la respuesta diciéndole que se encontraría al lado de la chimenea de la sala común a la hora propuesta, y que Hermione y él pasaban mucho tiempo discutiendo planes para obligar a los posibles rezagados a salir de allí la noche en cuestión. En el peor de los casos, estaban dispuestos a tirar una bolsa de bombas fétidas, aunque esperaban no tener que recurrir a nada de eso, porque si Filch los pillaba los despellejaría.
El gruñido de Filch se escuchó en buena parte del comedor y, los que no lo escucharon, pudieron ver su expresión asesina.
Tanto Harry como Hermione hicieron todo lo posible por evitar su mirada.
Mientras tanto, la vida en el castillo se había hecho aún menos llevadera para Harry, porque Rita Skeeter había publicado su artículo sobre el Torneo de los tres magos, que resultó ser no tanto un reportaje sobre el Torneo como una biografía de Harry bastante alterada.
Harry hizo una mueca. Recordar aquel reportaje todavía le producía escalofríos.
La mayor parte de la primera página la ocupaba una fotografía de Harry, y el artículo (que continuaba en las páginas segunda, sexta y séptima) no trataba más que de Harry. Los nombres (mal escritos) de los campeones de Durmstrang y Beauxbatons no aparecían hasta la última línea del artículo, y a Cedric no se lo mencionaba en ningún lugar.
A Krum no parecía que le molestase lo más mínimo. Fleur tenía el ceño fruncido, pero su expresión era de resignación. El único que miró mal a Harry fue Amos Diggory, quien parecía haberse tomado el asunto como un insulto.
El artículo había aparecido diez días antes, y, cada vez que se acordaba de él, Harry todavía sentía ardores de estómago provocados por la vergüenza. El artículo de Rita Skeeter lo retrataba diciendo un montón de cosas que él no recordaba haber dicho nunca, y menos aún en aquel cuarto de la limpieza.
Zabini soltó una risita burlona antes de leer con voz aguda:
Supongo que les debo mi fuerza a mis padres. Sé que estarían orgullosos de mí si pudieran verme en este momento... Sí, algunas noches aún lloro por ellos, no me da vergüenza confesarlo... Sé que no puedo sufrir ningún daño en el Torneo porque ellos me protegen...
— ¿Veis como yo no dije nada de eso? — dijo Harry en voz alta, a pesar de que le ardía la cara. — Rita Skeeter se lo inventó todo, como siempre.
Muchos alumnos intercambiaron miradas, algunos pensativos, otros con vergüenza. Estaba claro que muchos de ellos recordaban haberse tragado cada palabra de ese artículo.
Pero Rita Skeeter no se había conformado con transformar sus «eh...» en frases prolijas y empalagosas. También había entrevistado a otra gente sobre él.
Finalmente, Harry ha hallado el amor en Hogwarts: Colin Creevey, su íntimo amigo, asegura que a Harry raramente se lo ve sin la compañía de una tal Hermione Granger, una muchacha de sorprendente belleza, hija de muggles y que, como Harry, está entre los mejores estudiantes del colegio.
Se oyeron bufidos y gemidos exasperados por todo el comedor.
— Ya te vale, Creevey — dijo Roger Davies.
— Perdona, Harry — se disculpó Colin. — No sabía que se iba a inventar tantas cosas…
— Bueno, técnicamente lo de Hermione es cierto — habló Lavender en voz alta. — Estaban juntos todo el tiempo…
— Pero no como pareja — la cortó Katie Bell.
— Y Potter no es de los mejores alumnos del colegio… sin ofender. Y, que yo sepa, Creevey no es su íntimo amigo — dijo Terry Boot. — Todo son mentiras.
— Yo nunca le dije que era tu íntimo amigo — se apresuró a decir Colin, dirigiéndose directamente a Harry. — Te lo prometo.
— Te creo — le aseguró Harry. — Ya has visto lo que me hizo a mí. Se inventó toda una entrevista.
El comedor se llenó de murmullos mientras todos comentaban las mentiras de Skeeter. Harry sintió un alivio inmenso: pasara lo que pasara al acabar la lectura, al menos parecía que Rita Skeeter perdería credibilidad frente a toda una generación de alumnos.
Desde que había aparecido el artículo, Harry tuvo que soportar que la gente (especialmente los de Slytherin) le citaran frases al cruzarse con él en los pasillos e hicieran comentarios despectivos.
—¿Quieres un pañuelo, Potter, por si te entran ganas de llorar en clase de Transformaciones?
Se oyeron algunas risitas en la zona de Slytherin.
— Muy ingenioso. El que dijo eso es todo un genio — dijo Fred con sarcasmo.
—¿Desde cuándo has sido tú uno de los mejores estudiantes del colegio, Potter? ¿O se refieren a un colegio fundado por ti y Longbottom?
Neville dio un salto al escuchar su apellido.
—¡Eh, Harry!
Más que harto, Harry se detuvo en el corredor y empezó a gritar antes de acabar de volverse:
—Sí, he estado llorando por mi madre muerta hasta quedarme sin lágrimas, y ahora me voy a seguir...
—No... Sólo quería decirte... que se te cayó la pluma.
Era Cho. Harry se puso colorado.
El comedor estalló en risas. De hecho, incluso los profesores parecían divertirse a costa de Harry, a juzgar por las risas nada disimuladas de Flitwick y Hagrid, de la enorme sonrisa de Sprout y de la sutil pero visible sonrisa de McGonagall. A Dumbledore le brillaban los ojos y Snape tenía una ceja alzada en una expresión de incredulidad. Sin duda, estaba juzgando muy fuertemente a Harry, que deseó desaparecer de allí en ese instante.
— Qué mala pata — dijo Dean, a quien le caían lágrimas de la risa.
— Y tanto — replicó Ron. Su tono de voz hizo que Harry lo mirara a la cara y vio que el chico estaba intentando no reír con todas sus ganas.
— No te rías — le dijo Harry, sintiéndose traicionado.
— Es que… — Ron estaba esforzándose tanto en no echarse a reír que le temblaba la voz. — No sabía eso… Tienes muy mala suerte…
Cho, por otro lado, se había sonrojado al notar decenas de miradas caer sobre ella. Harry se preguntó si, para cuando se leyera todo lo relativo a la vez que le había pedido ir al baile, podrían seguir mirándose a la cara.
—Ah, perdona —susurró él, recuperando la pluma.
—Buena suerte el martes —le deseó Cho—. Espero de verdad que te vaya bien.
Harry se sintió como un idiota.
Zabini pareció disfrutar mucho al leer eso.
A Hermione también le había tocado su ración de disgustos, pero aún no había empezado a gritar a los que se le acercaban sin ninguna mala intención. De hecho, a Harry le admiraba la manera en que ella llevaba la situación.
—¿De sorprendente belleza? ¿Ella? —chilló Pansy Parkinson la primera vez que la tuvo cerca después de la aparición del artículo de Rita Skeeter—. ¿Comparada con quién?, ¿con un primate?
— Y te creerás graciosa — bufó Daphne Greengrass, rodando los ojos.
Pansy le lanzó una mirada llena de odio.
— Cierra la boca, Greengrass.
Daphne murmuró algo que Harry no llegó a escuchar, pero debió ser lo suficientemente fuerte como para provocar que Pansy dejara escapar un resoplido de indignación.
—No hagas caso —dijo Hermione con gran dignidad irguiendo la cabeza y pasando con aire majestuoso por al lado de las chicas de Slytherin, que se reían como tontas—. Como si no existieran, Harry.
Algunas chicas de Slytherin miraron mal a Hermione y a Harry, pero ninguno de los dos les hizo caso.
Pero Harry no podía pasar por alto las burlas. Ron no le había vuelto a hablar después de decirle lo del castigo de Snape. Harry había tenido la esperanza de que hicieran las paces durante las dos horas que tuvieron que pasarse en la mazmorra encurtiendo sesos de rata, pero coincidió que aquel día se publicó el artículo de Rita Skeeter, que pareció confirmar la creencia de Ron de que a Harry le encantaba ser el centro de atención.
Ahora era Ron el que recibía miradas y murmullos llenos de críticas.
— Guardaos esas miraditas — dijo George, hablándole a un grupito de Hufflepuff de cuarto que le lanzaba dagas con la mirada a Ron. — No recuerdo que ninguno de vosotros saliera en defensa de Harry.
— Pero al menos ninguno de nosotros proclamaba ser su mejor amigo — replicó uno de ellos.
Ron agachó la cabeza y Harry no supo qué decir para animarle.
Hermione estaba furiosa con los dos. Iba de uno a otro, tratando de conseguir que se volvieran a hablar, pero Harry se mantenía muy firme: sólo volvería a hablarle a Ron si éste admitía que Harry no se había presentado él mismo al Torneo y le pedía perdón por haberlo considerado mentiroso.
— Ahora os habláis — notó una chica de segundo. — ¿Eso es que te pidió perdón?
— Obviamente — dijo Harry, que comenzaba a perder la paciencia. ¿Acaso no había dicho ya que Ron y él habían hecho las paces? ¿Cuánta gente le iba a hacer la misma pregunta?
—Yo no fui el que empezó —dijo Harry testarudamente—. El problema es suyo.
Zabini volvió a soltar una risita burlona antes de leer:
—¡Tú lo echas de menos! —repuso Hermione perdiendo la paciencia—. Y sé que él te echa de menos a ti.
—¿Que lo echo de menos? —replicó Harry—. Yo no lo echo de menos...
Pero era una mentira manifiesta.
Se oyeron varios "Ooooh" y múltiples risitas emocionadas.
— Sois adorables — dijo Katie, sonriente.
A Harry no le parecía adorable. De hecho, leer eso frente a todos lo único que le había provocado era sentir mucha vergüenza. Tenía la esperanza de que Ron no dijera nada, porque ya tenía suficiente con las sonrisas y las miradas del resto de los Weasley (la señora Weasley parecía especialmente contenta de escuchar que Harry había echado de menos a Ron), pero entonces Ron abrió la boca y Harry gimió.
— No digas nada — lo cortó. — No tienes que decir nada.
Ron cerró la boca de inmediato. Sin embargo, en cuanto Harry apartó la mirada, lo escuchó murmurar:
— Yo también te echaba de menos.
— Oooh — canturreó Ginny, sonriendo con ganas, al tiempo que Harry gemía otra vez y se tapaba la cara con las manos. Tenía ganas de gritar.
— Ron… — Hermione miraba a Ron con sorpresa, como si no se hubiese esperado que pudiera decir algo así. Ron se puso muy colorado y apartó la mirada.
Por suerte para ellos, muy poca gente escuchó las palabras de Ron y Zabini continuó leyendo.
Harry apreciaba mucho a Hermione, pero ella no era como Ron. Tener a Hermione como principal amiga implicaba muchas menos risas y muchas más horas de biblioteca.
— Uf, pobrecita — se oyó decir a Romilda Vane. — La quiere menos que a Ron.
— No es eso — se apresuró a decir Harry.
— Pasó igual cuando la petrificaron, ¿recordáis? Enseguida se olvidaron de ella — comentó un chico de sexto.
— Eso ya lo aclaramos — replicó Ron. Todavía seguía rojo por lo de antes, pero el comentario del chico parecía haberle enfadado lo suficiente como para obligarle a responder. — Que haya cosas que no salen en los libros no significa que no sucedieran. Ya le enseñamos a Hermione un montón de recuerdos para demostrarle…
Ron no terminó la frase. En su cara se podía haber frito un huevo. Sinceramente, Harry estaba seguro de que en la suya también. Recordar todas las cosas que Hermione había visto en el pensadero le avergonzaba.
— ¿Puedo hablar ya? — dijo Hermione. Tenía la vista fija en Romilda y una expresión de desagrado. — Lo único que Harry ha dicho en el libro es que no soy como Ron, cosa que es cierta. Somos muy diferentes. Sirius y, yo que sé, Hedwig, también son diferentes y que yo sepa los quiere a los dos.
— Exactamente — dijo Dumbledore en voz alta. Sonreía, y todo el mundo se giró para mirarle. — El amor no es un recurso limitado, ni existe de una sola clase. Se puede querer a dos amigos, y a tres, y a cuatro, de la misma manera, sin que uno deba sobrepasar a otro.
Como nadie contradijo las palabras del director, Zabino siguió leyendo.
Harry seguía sin dominar los encantamientos convocadores; parecía tener alguna traba con respecto a ellos, y Hermione insistía en que sería de gran ayuda aprenderse la teoría. En consecuencia, pasaban mucho rato al mediodía escudriñando libros.
— Yo creo que la traba que tenías era el estrés — dijo la señora Pomfrey.
Varias personas le dieron la razón.
Viktor Krum también pasaba mucho tiempo en la biblioteca, y Harry se preguntaba por qué. ¿Estaba estudiando, o buscando algo que le sirviera de ayuda para la primera prueba?
Ron soltó un bufido.
— Estaba buscando algo, pero no para la primera prueba — murmuró.
Por suerte, Hermione no lo escuchó.
Hermione se quejaba a menudo de la presencia de Krum, no porque le molestara, sino por los grupitos de chicas que lo espiaban escondidas tras las estanterías y que con sus risitas no la dejaban concentrarse.
—¡Ni siquiera es guapo! —murmuraba enfadada, observando el perfil de Krum —.
Se oyeron jadeos y muchas risas. Algunas chicas miraron muy mal a Hermione.
— Perdón — dijo Hermione, mortificada.
— No pasa nada — replicó Krum, aunque parecía muy confuso.
— No lo pensaba de verdad, solo estaba frustrada… — siguió Hermione. Se había puesto muy roja.
Krum repitió que no pasaba nada, aunque se lo veía más tranquilo que antes. Ron rodó los ojos e ignoró todo ese intercambio.
¡Sólo les gusta porque es famoso! Ni se fijarían en él si no supiera hacer el amargo de Rosi.
Wood soltó tal resoplido que parecía que Hermione hubiese insultado a su primogénito. Ron, por otro lado, miró a Hermione y repitió con la boca, sin dejar escapar ni un sonido, las palabras "amargo de Rosi". La chica se encogió de hombros, todavía demasiado avergonzada por lo que había dicho sobre Krum como para preocuparse por haber dicho mal un término sobre quidditch.
—El «Amago de Wronski» —dijo Harry con los dientes apretados. Muy lejos de disfrutar corrigiéndole a Hermione aquel término de quidditch, sintió una punzada de tristeza al imaginarse la expresión que Ron habría puesto si hubiera oído lo del amargo de Rosi.
Volvieron a escucharse varios "Ooooh".
— Qué pena — dijo Hannah, entristecida.
— Espero que la pelea no durara mucho más — dijo Susan Bones.
Ron, por su parte, parecía querer decirle algo a Harry, pero no encontraba las palabras y acabó dándole un codazo a modo de réplica.
Resulta extraño pensar que, cuando uno teme algo que va a ocurrir y quisiera que el tiempo empezara a pasar más despacio, el tiempo suele pasar más aprisa. Los días que quedaban para la primera prueba transcurrieron tan velozmente como si alguien hubiera manipulado los relojes para que fueran a doble velocidad. A dondequiera que iba Harry lo acompañaba un terror casi incontrolable, tan omnipresente como los insidiosos comentarios sobre el artículo de El Profeta.
— Así que el pequeño Potter estaba aterrorizado — se oyó decir a Montague, de séptimo de Slytherin.
— No hables como si tú no hubieras tenido miedo en esa situación — dijo Percy, sorprendiendo mucho a Harry. Montague le lanzó una mirada asesina e hizo un gesto desagradable con la mano, pero Percy, que debía estar más que acostumbrado a esas cosas tras sus años de prefecto, lo ignoró olímpicamente.
El sábado antes de la primera prueba dieron permiso a todos los alumnos de tercero en adelante para que visitaran el pueblo de Hogsmeade. Hermione le dijo a Harry que le iría bien salir del castillo por un rato, y Harry no necesitó mucha persuasión.
—Pero ¿y Ron? —dijo—. ¡No querrás que vayamos con él!
—Ah, bien... —Hermione se ruborizó un poco—. Pensé que podríamos quedar con él en Las Tres Escobas...
— Buen intento, Hermione — le dijo Ginny.
—No —se opuso Harry rotundamente.
—Ay, Harry, qué estupidez...
—Iré, pero no quedaré con Ron. Me pondré la capa invisible.
— La verdad es que la capa es una buena forma de huir de tus problemas — se oyó decir a Lee Jordan.
—Como quieras... —soltó Hermione—, pero me revienta hablar contigo con esa capa puesta. Nunca sé si te estoy mirando o no.
Algunos rieron al oír eso.
De forma que Harry se puso en el dormitorio la capa invisible, bajó la escalera y marchó a Hogsmeade con Hermione.
Se sentía maravillosamente libre bajo la capa. Al entrar en la aldea vio a otros estudiantes, la mayor parte de los cuales llevaban insignias de «Apoya a CEDRIC DIGGORY», aunque aquella vez, para variar, no vio horribles añadidos, y tampoco nadie le recordó el estúpido artículo.
— Debió ser todo un alivio — dijo Ginny.
Harry asintió.
—Ahora la gente se queda mirándome a mí —dijo Hermione de mal humor, cuando salieron de la tienda de golosinas Honeydukes comiendo unas enormes chocolatinas rellenas de crema—. Creen que hablo sola.
—Pues no muevas tanto los labios.
Fred y George se echaron a reír a carcajadas.
— Buena esa — le dijo Fred. — Aunque me sorprende que no te lanzara un maleficio.
— Lo pensé — admitió Hermione con amargura.
—Vamos, Harry, por favor, quítate la capa sólo un rato. Aquí nadie te va a molestar.
—¿No? —replicó Harry—. Vuélvete.
Rita Skeeter y su amigo fotógrafo acababan de salir de la taberna Las Tres Escobas. Pasaron al lado de Hermione sin mirarla, hablando en voz baja.
— Qué casualidad — dijo una chica de segundo.
Harry tuvo que echarse contra la pared de Honeydukes para que Rita Skeeter no le diera con el bolso de piel de cocodrilo. Cuando se hubieron alejado, Harry comentó:
—Deben de estar alojados en el pueblo. Apuesto a que han venido para presenciar la primera prueba.
Mientras hablaba, notó como si el estómago se le llenara de algún líquido segregado por el pánico.
— Pobrecito — se oyó decir a la señora Weasley.
Pero no dijo nada de aquello: él y Hermione no habían hablado mucho de lo que se avecinaba en la primera prueba, y Harry tenía la impresión de que Hermione no quería pensar en ello.
Hermione asintió, confirmando las sospechas de Harry.
—Se ha ido —dijo Hermione, mirando la calle principal a través de Harry—. ¿Qué tal si vamos a tomar una cerveza de mantequilla a Las Tres Escobas? Hace un poco de frío, ¿no? ¡No es necesario que hables con Ron! —añadió irritada, interpretando correctamente su silencio.
Ron hizo una mueca.
La taberna Las Tres Escobas estaba abarrotada de gente, en especial de alumnos de Hogwarts que disfrutaban de su tarde libre, pero también de una variedad de magos que difícilmente se veían en otro lugar. Harry suponía que, al ser Hogsmeade el único pueblo exclusivamente de magos de toda Gran Bretaña, debía de haberse convertido en una especie de refugio para criaturas tales como las arpías, que no estaban tan dispuestas como los magos a disfrazarse.
Era dificil moverse por entre la multitud con la capa invisible, y muy fácil pisar a alguien sin querer, lo que originaba embarazosas situaciones.
Se escucharon murmullos.
— Quizá fue Potter el que te pisó aquella vez — decía una chica de sexto a otra que estaba a su lado.
— ¿Ves? Te dije que no fui yo — dijo una tercera, algo molesta.
Harry fue despacio, arrimado a la pared, hasta una mesa vacía que había en un rincón, mientras Hermione se encargaba de pedir las bebidas. En su recorrido por la taberna, Harry vio a Ron, que estaba sentado con Fred, George y Lee Jordan. Resistiendo el impulso de propinarle una buena colleja, consiguió llegar a la mesa y la ocupó.
— Me la habría merecido — dijo Ron, abatido.
— Tenías que haberle dado — se oyó decir a Zacharias Smith.
— Cállate — le dijo Fred.
— ¿De qué vas? Tú antes dijiste algo parecido — le acusó Zacharias, molesto.
— Pero yo tengo derecho — replicó Fred.
Zacharias lo miró muy mal.
Hermione se reunió con él un momento más tarde, y le metió bajo la capa una cerveza de mantequilla.
—Creo que parezco un poco boba, sentada aquí sola —susurró ella—. Menos mal que he traído algo que hacer.
Y sacó el cuaderno en que había llevado el registro de los miembros de la P.E.D.D.O.
Se oyeron algunos bufidos a lo largo del comedor.
— Pensaba que ya se le había olvidado ese tema — dijo una chica de tercero.
— Claro que no — replicó Hermione.
Harry vio su nombre y el de Ron a la cabeza de una lista muy corta. Parecía muy lejano el día en que se habían puesto a inventar juntos aquellas predicciones y había aparecido Hermione y los había nombrado secretario y tesorero respectivamente.
—No sé, a lo mejor tendría que intentar que la gente del pueblo se afiliara a la P.E.D.D.O. —dijo Hermione como si pensara en voz alta.
—Bueno —asintió Harry. Tomó un trago de cerveza de mantequilla tapado con la capa—. ¿Cuándo te vas a hartar de ese rollo de la P.E.D.D.O.?
— ¡Bien dicho, Harry!
— ¡Que borde!
Varias personas exclamaron al mismo tiempo.
—¡Cuando los elfos domésticos disfruten de un sueldo decente y de condiciones laborales dignas! —le contestó—. ¿Sabes?, estoy empezando a pensar que ya es hora de emprender acciones más directas. Me pregunto cómo se puede entrar en las cocinas del colegio.
— Sinceramente, Hermione, espero que no lo hicieras — dijo Sirius. — Los elfos no se lo tomarían nada bien.
— Eso no lo sabes — replicó Hermione, aunque no se la veía muy segura.
—No tengo ni idea. Pregúntales a Fred y George —dijo Harry.
Hermione se sumió en un silencio ensimismado mientras Harry se bebía su cerveza de mantequilla observando a la gente que había en la taberna. Todos parecían relajados y alegres. Ernie Macmillan y Hannah Abbott intercambiaban los cromos de las ranas de chocolate en una mesa próxima;
Ernie y Hannah sonrieron al escuchar sus nombres.
ambos exhibían en sus capas las insignias de «Apoya a CEDRIC DIGGORY». Al lado de la puerta vio a Cho y a un numeroso grupo de amigos de la casa Ravenclaw. Ella no llevaba ninguna insignia de apoyo a Cedric, lo cual lo animó un poco.
Se oyeron murmullos.
— ¿Pero no eran novios? — se escuchó decir a Pansy.
— Se ve que tanto no lo quería — replicó otra chica de Slytherin.
Harry deseó que se callaran, porque a Cho empezaban a brillarle los ojos. Marietta fulminaba a Pansy con la mirada.
¡Qué no hubiera dado él por ser uno de aquellos que reían y charlaban sin otro motivo de preocupación que los deberes! Se imaginaba cómo se habría sentido allí si su nombre no hubiera salido en el cáliz de fuego. Para empezar, no llevaría la capa invisible. Tendría a Ron a su lado.
Se escucharon un par de "Awww" y varias personas se giraron para mirarlos a él y a Ron.
— Ay, es que lo quieres muchísimo — dijo Demelza Robins, con los ojos brillantes. — Es tan bonito.
— Y Ron es tan estúpido. ¿Por qué tuvo que dudar así de Harry? — dijo un chico de primero, haciendo enfadar a Harry.
¿Qué derecho tenía ese crío a decir eso? Y el hecho de que usara su nombre de pila le hacía pensar que el chico los veía a él y a Ron como si fueran personajes en una novela de ficción y no personas reales.
— Niño, no hables si no vas a decir nada inteligente — gruñó Fred.
El chico lo miró con una mezcla de indignación y miedo.
Los tres estarían contentos, imaginando qué prueba mortalmente peligrosa afrontarían el martes los campeones de los colegios. Tendría muchas ganas de que llegara el martes, para verlos hacer lo que fuera y animar a Cedric como todos los demás, a salvo en su asiento prudentemente alejado...
— La verdad es que para el resto fue muy emocionante — dijo Luna. — Es una pena que tú no lo pudieras disfrutar como los demás.
Se preguntó cómo se sentirían los otros campeones. Las últimas veces que había visto a Cedric, éste estaba rodeado de admiradores y parecía nervioso pero entusiasmado.
— Se lo comían los nervios, pero no lo mostraba delante de la gente — habló un chico de Hufflepuff, uno de los amigos de Cedric.
Harry se encontraba a Fleur Delacour en los corredores de vez en cuando, y tenía el mismo aspecto de siempre, altanero e imperturbable. Y, en cuanto a Krum, se pasaba el tiempo en la biblioteca, escudriñando libros.
— Y otras cosas también — murmuró Ron.
Harry se acordó de Sirius, y el tenso y apretado nudo que parecía tener en el estómago se le aflojó un poco.
Sirius sonrió con ganas.
Hablaría con él doce horas más tarde, porque aquélla era la noche en que habían acordado verse junto a la chimenea de la sala común. Eso suponiendo que todo fuera bien, a diferencia de lo que había ocurrido últimamente con todo lo demás.
— Qué pesimista — dijo Parvati.
— ¿Y te sorprende? Tiene motivos para serlo. Menuda racha llevaba — replicó Ginny.
—¡Mira, es Hagrid! —dijo Hermione.
De entre la multitud se destacaba la parte de atrás de su enorme cabeza llena de greñas (afortunadamente, había abandonado las coletas).
Se oyeron risitas.
Harry se preguntó por qué no lo había visto nada más entrar, siendo Hagrid tan grande; pero, al ponerse en pie para ver mejor, se dio cuenta de que Hagrid se hallaba inclinado, hablando con el profesor Moody. Hagrid tenía ante él su acostumbrado y enorme pichel, pero Moody bebía de la petaca. La señora Rosmerta, la guapa dueña de la taberna, no ponía muy buena cara ante aquello: miraba a Moody con recelo mientras recogía las copas de las mesas de alrededor.
— ¿Por qué siempre que sale Rosmerta se menciona que es guapa? — notó Angelina.
— ¡Rosmerta! — exclamó Charlie. — Sabía que había alguien más a quien no se había descrito como un completo desastre.
Probablemente le parecía un insulto a su hidromiel con especias, pero Harry conocía el motivo: Moody les había dicho a todos durante su última clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que prefería prepararse siempre su propia comida y bebida, porque a los magos tenebrosos les resultaba muy fácil envenenar una bebida en un momento de descuido.
Muchos parecieron impresionados. Moody frunció el ceño, pero no dijo nada.
Mientras Harry los observaba, Hagrid y Moody se levantaron para irse. Harry le hizo un gesto con la mano a Hagrid, pero luego recordó que éste no podía verlo. Moody, sin embargo, se detuvo y miró con su ojo mágico hacia el rincón en que se encontraba él. Le dio a Hagrid una palmada en la región lumbar (porque no podía llegar al hombro), le susurró algo y, a continuación, uno y otro se dirigieron a la mesa de Harry y Hermione.
— ¿El ojo del profesor Moody puede ver a través de la capa? — preguntó Dean, impresionado.
Harry asintió.
—¿Va todo bien, Hermione? —le preguntó Hagrid en voz alta.
—Hola —respondió Hermione, sonriendo.
Moody se acercó a la mesa cojeando y se inclinó al llegar. Harry pensó que estaba leyendo el cuaderno de la P.E.D.D.O. hasta que le dijo:
—Bonita capa, Potter.
Harry lo miró muy sorprendido. A unos centímetros de distancia, el trozo de nariz que le faltaba a Moody era especialmente evidente.
Algunos miraron a Moody de forma no muy disimulada, tratando de examinar sus facciones.
Moody sonrió.
—¿Su ojo es capaz de... quiero decir, es usted capaz de...?
—Sí, mi ojo ve a través de las capas invisibles —contestó Moody en voz baja—. Es una cualidad que me ha sido muy útil en varias ocasiones, te lo aseguro.
— Me encantaría escuchar esas historias — dijo Colin Creevey con emoción.
Moody no se ofreció a contarlas. De hecho, Harry se preguntó si tendría alguna que contar, dado que no había sido el Moody real quien había hecho ese comentario.
Hagrid también le sonreía a Harry. Éste sabía que Hagrid no lo veía, pero era evidente que Moody le había explicado dónde estaba.
Hagrid se inclinó haciendo también como que leía el cuaderno de la P.E.D.D.O. y le dijo en un susurro tan bajo que sólo pudo oírlo Harry:
—Harry, ven a verme a la cabaña esta noche. Ponte la capa. —Y luego, incorporándose, añadió en voz alta—: Me alegro de verte, Hermione. —Guiñó un ojo, y se fue. Moody lo siguió.
— ¿Cuántas veces vamos a leer cómo Hagrid quebranta las normas? — dijo Umbridge en voz alta. — Quedando con un alumno por la noche, haciendo que se salte el toque de queda… ¿Les parece eso normal?
Hagrid apartó la mirada, nervioso. Sin embargo, ningún profesor parecía particularmente preocupado por el tema. Su falta de interés debió ser muy frustrante para Umbridge, porque hizo un chasquido con la lengua y se quedó mirando hacia el libro con el ceño fruncido.
—¿Para qué querrá que vaya a verlo esta noche? —dijo Harry, muy sorprendido.
—¿Eso te ha dicho? —se extrañó Hermione—. Me pregunto qué se trae entre manos. No sé si deberías ir, Harry... —Miró a su alrededor nerviosa y luego dijo entre dientes—: Podrías llegar tarde a tu cita con Sirius.
Era verdad que ir a ver a Hagrid a medianoche supondría tener que apresurarse después para llegar a la una a la sala común de Gryffindor.
— Debió ser una noche muy ajetreada — dijo Ernie.
— Ni te lo imaginas — replicó Harry, pensando en los dragones.
Hermione le sugirió que le enviara a Hagrid un mensaje con Hedwig diciéndole que no podía acudir (siempre y cuando la lechuza aceptara llevar la nota, claro).
— ¿Seguía enfadada? Qué mona — dijo Susan Bones.
Pero Harry pensó que sería mejor hacerle una visita rápida para ver qué quería. Tenía bastante curiosidad, porque Hagrid no le había pedido nunca que fuera a visitarlo tan tarde.
— Debía ser algo importante — dijo un chico de cuarto con emoción.
A las once y media de esa noche, Harry, que había hecho como que se iba temprano a la cama, volvió a ponerse la capa invisible y bajó la escalera hasta la sala común. Sólo unas pocas personas quedaban en ella. Los hermanos Creevey se habían hecho con un montón de insignias de «Apoya a CEDRIC DIGGORY», e intentaban encantarlas para que dijeran «Apoya a HARRY POTTER», pero hasta aquel momento lo único que habían conseguido era que se quedaran atascadas en POTTER APESTA.
Se oyeron carcajadas desde varios puntos del comedor. Los hermanos Creevey se ruborizaron.
— No sabía que nos habías visto — dijo Colin, haciendo una mueca.
Harry pasó a su lado de camino al retrato y esperó aproximadamente un minuto mirando el reloj. Luego Hermione le abrió el retrato de la Señora Gorda, tal como habían convenido. Él lo traspasó subrepticiamente y le susurró un «¡gracias!» antes de irse.
— Me encanta que consiguieras salir de la sala común frente a todos sin que nos diéramos cuenta — dijo Angelina con una sonrisa.
Los terrenos del colegio estaban envueltos en una oscuridad total. Harry bajó por la explanada hacia la luz que brillaba en la cabaña de Hagrid. También el interior del enorme carruaje de Beauxbatons se hallaba iluminado. Mientras llamaba a la puerta de la cabaña, Harry oyó hablar a Madame Maxime dentro de su carruaje.
—¿Eres tú, Harry? —susurró Hagrid, abriendo la puerta.
—Sí —respondió Harry, que entró en la cabaña y se desembarazó de la capa—. ¿Por qué me has hecho venir?
—Tengo algo que mostrarte —repuso Hagrid.
Harry miró a Hagrid en ese momento y vio que parecía bastante nervioso. No podía culparle: lo que se iba a leer demostraría que Hagrid había roto las normas para ayudarle… Esperaba que los profesores y el ministro se lo tomaran bien.
Parecía muy emocionado. Llevaba en el ojal una flor que parecía una alcachofa de las más grandes. Por lo visto, había abandonado el uso de aceite lubricante, pero era evidente que había intentado peinarse, porque en el pelo se veían varias púas del peine rotas.
— Cómprate un peine mejor — le dijo Sirius tras soltar una risotada. — Conozco un sitio en donde venden algunos muy buenos.
— Tomo nota — respondió Hagrid, algo avergonzado.
—¿Qué vas a mostrarme? —dijo Harry con recelo, preguntándose si habrían puesto huevos los escregutos o si Hagrid habría logrado comprarle a otro extraño en alguna taberna un nuevo perro gigante de tres cabezas.
— Ojalá. A Fluffy le vendría bien un amigo — dijo Hagrid en voz alta, ganándose una mirada escandalizada de parte de Umbridge.
—Cúbrete con la capa, ven conmigo y no hables —le indicó Hagrid—. No vamos a llevar a Fang, porque no le gustaría...
—Escucha, Hagrid, no puedo quedarme mucho... Tengo que estar en el castillo a la una.
Pero Hagrid no lo escuchaba. Abrió la puerta de la cabaña y se internó en la oscuridad a zancadas. Harry lo siguió aprisa y, para su sorpresa, advirtió que Hagrid lo llevaba hacia el carruaje de Beauxbatons.
—Hagrid, ¿qué...?
Harry notó que Fleur se erguía un poco en su asiento, prestando más atención que antes.
—¡Shhh! —lo acalló Hagrid, y llamó tres veces a la puerta que lucía las varitas doradas cruzadas.
Abrió Madame Maxime. Un chal de seda cubría sus voluminosos hombros. Al ver a Hagrid, sonrió.
—¡Ah, Hagrid! ¿Ya es la «hoga»?
—«Bon suar» —le dijo Hagrid, dirigiéndole una sonrisa y ofreciéndole la mano para ayudarla a bajar los escalones dorados.
Algunos alumnos fingieron vomitar al escuchar eso. Hagrid se puso muy colorado.
Madame Maxime cerró la puerta tras ella. Hagrid le ofreció el brazo, y se fueron bordeando el potrero donde descansaban los gigantescos caballos alados de Madame Maxime. Harry, sin entender nada, corría para no quedarse atrás. ¿Quería Hagrid mostrarle a Madame Maxime? Podía verla cuando quisiera: jamás pasaba inadvertida.
— ¿Te hizo ir para que vieras que tenía una cita? — preguntó Malfoy, incrédulo.
— Qué triste — añadió Pansy.
Pero daba la impresión de que Madame Maxime estaba tan en ascuas como Harry, porque un rato después preguntó alegremente:
—¿Adónde me llevas, Hagrid?
—Esto te gustará —aseguró Hagrid—. Merece la pena, confía en mí. Pero no le digas a nadie que te lo he mostrado, ¿eh? Se supone que no puedes verlo.
—Descuida —le dijo Madame Maxime, luciendo sus largas y negras pestañas al parpadear.
Fudge le lanzó a Hagrid una mirada llena de sospecha.
— Espero que no le dijeras…
Hagrid tragó saliva y evitó mirar al ministro a los ojos. Los alumnos se quedaron bastante confusos.
Y siguieron caminando. Harry los seguía, cada vez más nervioso y mirando el reloj continuamente. Hagrid debía de tener en mente alguna de sus disparatadas ideas, que podía hacerlo llegar tarde a su cita. Si no llegaban pronto a donde fuera, daría media vuelta para volver al castillo y dejaría a Hagrid disfrutando con Madame Maxime su paseo a la luz de la luna.
— No sé cómo aguantaste tanto rato — dijo Dean. — Yo me habría vuelto al castillo en cuanto hubiera visto a Madame Maxime.
Varios le dieron la razón. Harry, sin embargo, no se arrepentía de haber sido paciente ese día.
Pero entonces, cuando habían avanzado tanto por el perímetro del bosque que ya no se veían ni el castillo ni el lago, Harry oyó algo. Delante había hombres que gritaban. Luego oyó un bramido ensordecedor...
— Hagrid… — dijo Fudge con tono de advertencia. Hagrid no respondió. Tamborileaba los dedos contra los reposabrazos de su asiento en un gesto nervioso que no pasó desapercibido para nadie.
Hagrid llevó a Madame Maxime junto a un grupo de árboles y se detuvo. Harry caminó aprisa a su lado. Durante una fracción de segundo pensó que lo que veía eran hogueras y a hombres que corrían entre ellas. Luego se quedó con la boca abierta.
¡Dragones!
— ¡Hagrid! — exclamó Fudge. — Se supone que los campeones no podían saber nada.
— ¡Hizo trampa! — gritó Umbridge, eufórica. — ¡Potter hizo trampa!
— No fue culpa de Harry — empezó a decir Hagrid, pero era demasiado tarde. El comedor había estallado en gritos, quejas y más de un insulto contra Harry y Hagrid.
— ¿Y Cedric qué? — gritaba un chico de Hufflepuff. — ¡Potter iba con ventaja!
— ¡Deberían quitarle el premio!
— ¡Potter, tramposo!
— ¡SILENCIO! — Fue la voz amplificada de Dumbledore la que hizo que todos los alumnos cerraran la boca.
Harry tenía ganas de desaparecer de allí. Sus amigos había gritado en su defensa, pero las críticas contra él habían sido mucho más numerosas.
— Si seguimos leyendo, estoy seguro de que todo se aclarará — dijo Dumbledore con tono calmado.
— ¿Que se aclarará? ¡Ya está todo claro! Potter hizo trampa — Era Amos Diggory quien hablaba. Se había puesto en pie y estaba tan furioso que le sudaba la frente. — ¡Por eso fue el que mejor puntuación tuvo en la primera prueba! No es justo, Dumbledore.
— Cedric también lo sabía — dijo Harry en voz alta. Docenas de miradas cayeron sobre él, haciéndole sentir muy incómodo, pero sabía que tenía una buena defensa. — Y también lo sabían Fleur y Krum. ¿Verdad?
Los dos campeones intercambiaron miradas antes de asentir.
— Esto es inaudito — farfulló Fudge, al tiempo que el comedor se llenaba de murmullos.
— Reitero, Cornelius, que estoy seguro de que todo se aclarará si seguimos leyendo. Amos, si no te importa… — Dumbledore le hizo una señal a Diggory para que volviera a tomar asiento.
Amos pareció pensárselo un momento antes de hacerlo, si bien tenía la vista fija en Dumbledore y la expresión llena de rabia.
— Si no se demuestra que mi hijo también lo sabía… Lo denunciaré públicamente frente al ministerio — dijo.
— Estoy seguro de que se demostrará — contestó Dumbledore con calma. — Señor Zabini, si no le importa…
Zabini continuó leyendo.
Rugiendo y resoplando, cuatro dragones adultos enormes, de aspecto fiero, se alzaban sobre las patas posteriores dentro de un cercado de gruesas tablas de madera. A quince metros del suelo, las bocas llenas de colmillos lanzaban torrentes de fuego al negro cielo de la noche. Uno de ellos, de color azul plateado con cuernos largos y afilados, gruñía e intentaba morder a los magos que tenía a sus pies; otro verde se retorcía y daba patadas contra el suelo con toda su fuerza; uno rojo, con un extraño borde de pinchos dorados alrededor de la cara, lanzaba al aire nubes de fuego en forma de hongo; el cuarto, negro y gigantesco, era el que estaba más próximo a ellos.
A Hagrid se le caía la baba con tan solo escuchar las descripciones. La mayoría del comedor parecía fascinada.
Al menos treinta magos, siete u ocho para cada dragón, trataban de controlarlos tirando de unas cadenas enganchadas a los fuertes collares de cuero que les rodeaban el cuello y las patas. Fascinado, Harry levantó la vista y vio los ojos del dragón negro, con pupilas verticales como las de los gatos, totalmente desorbitados; si se debía al miedo o a la ira, Harry lo ignoraba.
— Tenía miedo, por supuesto — dijo Hagrid.
Charlie hizo una mueca.
— Y algo de ira también, para qué engañarnos — dijo.
Los bramidos de la bestia eran espeluznantes.
—¡No te acerques, Hagrid! —advirtió un mago desde la valla, tirando de la cadena—. ¡Pueden lanzar fuego a una distancia de seis metros, ya lo sabes! ¡Y a este colacuerno lo he visto echarlo a doce!
—¿No es hermoso? —dijo Hagrid con voz embelesada.
Algunos bufaron o resoplaron al oír eso.
—¡Es peligroso! —gritó otro mago—. ¡Encantamientos aturdidores, cuando cuente tres!
Harry vio que todos los cuidadores de los dragones sacaban la varita.
—¡Desmaius! —gritaron al unísono.
Los encantamientos aturdidores salieron disparados en la oscuridad como bengalas y se deshicieron en una lluvia de estrellas al chocar contra la escamosa piel de los dragones.
— Ay, no — exclamó Hannah. — Pobrecito.
Harry observó que el más próximo se balanceaba peligrosamente sobre sus patas traseras y abría completamente las fauces en un aullido mudo. Las narinas parecían haberse quedado de repente desprovistas de fuego, aunque seguían echando humo. Luego, muy despacio, se desplomó. Varias toneladas de dragón dieron en el suelo con un golpe que pareció hacer temblar los árboles que había tras ellos.
— Eso debió doler — dijo un chico de segundo con una mueca.
Los cuidadores de los dragones bajaron las varitas y se acercaron a las derribadas criaturas que estaban a su cargo, cada una de las cuales era del tamaño de un cerro. Se dieron prisa en tensar las cadenas y asegurarlas con estacas de hierro, que clavaron en la tierra utilizando las varitas.
—¿Quieres echar un vistazo más de cerca? —le preguntó Hagrid a Madame Maxime, embriagado de emoción.
Se acercaron hasta la valla, seguidos por Harry. En aquel momento se volvió el mago que le había aconsejado a Hagrid que no se acercara, y Harry descubrió quién era: Charlie Weasley.
— Me preguntaba si mencionarían tu nombre— dijo Bill.
— No me lo esperaba — admitió Charlie. — Nunca supe que Harry había estado allí.
Harry se sintió algo avergonzado al escuchar eso, pero Charlie no parecía enfadado.
—¿Va todo bien, Hagrid? —preguntó, jadeante, acercándose para hablar con él—. Ahora no deberían darnos problemas. Les dimos una dosis adormecedora para traerlos, porque pensamos que sería preferible que despertaran en la oscuridad y tranquilidad de la noche, pero ya has visto que no les hizo mucha gracia, ninguna gracia...
— Lección aprendida — murmuró Charlie.
—¿De qué razas son, Charlie? —inquirió Hagrid mirando al dragón más cercano, el negro, con algo parecido a la reverencia.
El animal tenía los ojos entreabiertos, y debajo del arrugado párpado negro se veía una franja de amarillo brillante.
—Éste es un colacuerno húngaro —explicó Charlie—. Por allí hay un galés verde común, que es el más pequeño; un hocicorto sueco, que es el azul plateado, y un bola de fuego chino, el rojo.
— La verdad es que eran preciosos — dijo Lavender en voz alta.
Hagrid le sonrió.
Charlie miró a Madame Maxime, que se alejaba siguiendo el borde de la empalizada para ir a observar los dragones adormecidos.
—No sabía que la ibas a traer, Hagrid —dijo Charlie, ceñudo—. Se supone que los campeones no tienen que saber nada de lo que les va a tocar, y ahora ella se lo dirá a su alumna, ¿no?
—Sólo pensé que le gustaría verlos. —Hagrid se encogió de hombros, sin dejar de mirar embelesado a los dragones.
— Eso no estuvo bien — dijo un chico de Hufflepuff, molesto. — Se lo mostraste a Potter y a Madame Maxime, que era obvio que se lo diría a Delacour. ¿Y qué pasa con Cedric y Krum?
— Ya se ha dicho que ambos lo sabían — replicó Seamus.
— Pero eso Hagrid no lo sabía. Sigue estando mal que solo se lo dijera a dos de los campeones — insistió el chico.
—¡Vaya cita romántica, Hagrid! —exclamó Charlie con sorna.
— Está claro que el romance no es lo suyo— dijo Lavender.
Hagrid no pareció sentirse ofendido.
—Cuatro... uno para cada campeón, ¿no? ¿Qué tendrán que hacer?, ¿luchar contra ellos?
—No, sólo burlarlos, según creo —repuso Charlie—. Estaremos cerca, por si la cosa se pusiera fea, y tendremos preparados encantamientos extinguidores. Nos pidieron que fueran hembras en período de incubación, no sé por qué... Pero te digo una cosa: no envidio al que le toque el colacuerno. Un bicho fiero de verdad. La cola es tan peligrosa como el cuerno, mira.
Charlie señaló la cola del colacuerno, y Harry vio que estaba llena de largos pinchos de color bronce.
— Ese es el que te tocó a ti, ¿no, Harry? — dijo Colin.
Harry asintió. Algunos lo miraban con respeto.
Cinco de los compañeros de Charlie se acercaron en aquel momento al colacuerno llevando sobre una manta una nidada de enormes huevos que parecían de granito gris, y los colocaron con cuidado al lado del animal. A Hagrid se le escapó un gemido de anhelo.
—Los tengo contados, Hagrid —le advirtió Charlie con severidad.
—Menos mal que se lo advertiste — dijo Tonks con una sonrisa. — Estoy segura de que se habría intentado llevar uno.
Hagrid no lo negó.
Luego añadió —: ¿Qué tal está Harry?
—Bien —respondió Hagrid, sin apartar los ojos de los huevos.
—Pues espero que siga bien después de enfrentarse con éstos —comentó Charlie en tono grave, mirando por encima del cercado—.
— Debe ser raro escuchar que hablan sobre ti y no poder decir nada — comentó Padma Patil.
No me he atrevido a decirle a mi madre lo que le esperaba en la primera prueba, porque ya le ha dado un ataque de nervios pensando en él...
Harry agradeció a la señora Weasley con la mirada. Ella le devolvió una sonrisa.
—Charlie imitó la voz casi histérica de su madre—: «¡Cómo lo dejan participar en el Torneo, con lo pequeño que es! ¡Creí que iba a haber un poco de seguridad, creí que iban a poner una edad mínima!» Se puso a llorar a lágrima viva con el artículo de El Profeta. «¡Todavía llora cuando piensa en sus padres! ¡Nunca me lo hubiera imaginado! ¡Pobrecillo!»
— Nunca te lo hubieras imaginado porque era todo mentira — dijo Fred.
La señora Weasley hizo una mueca.
— Ahora ya lo sé.
— Gracias de todas formas — le dijo Harry con sinceridad. Ella volvió a sonreirle.
Harry ya tenía suficiente. Confiando en que Hagrid no lo echaría de menos, distraído como estaba con la compañía de cuatro dragones y de Madame Maxime, se volvió en silencio y emprendió el camino de vuelta al castillo.
— Asumí que te tendrías que ir enseguida — dijo Hagrid.
No sabía si se alegraba o no de haber visto lo que le esperaba. Tal vez así era mejor, porque había pasado la primera impresión. Tal vez si se hubiera encontrado con los dragones por primera vez el martes se habría desmayado ante el colegio entero... aunque quizá se desmayara de todas formas.
Varias personas se rieron, aunque la mayoría parecía muy consciente de que Harry había tenido grandes motivos para estar asustado.
Se enfrentaría armado con su varita mágica, que en aquel momento no le parecía nada más que un palito, contra un dragón de quince metros de altura, cubierto de escamas y de pinchos y que echaba fuego por la boca. Y tendría que burlarlo, observado por todo el mundo: ¿cómo?
— Nada más que un palito — repitió Luna, divertida.
Se dio prisa en bordear el bosque. Disponía de quince minutos escasos para llegar junto a la chimenea donde lo aguardaría Sirius, y no recordaba haber tenido nunca tantos deseos de hablar con alguien como en aquel momento.
A Sirius le brillaban los ojos de la emoción.
Pero entonces, de repente, chocó contra algo muy duro.
Se cayó hacia atrás con las gafas torcidas y agarrándose la capa.
—¡Ah!, ¿quién está ahí? —dijo una voz.
Harry se apresuró a cerciorarse de que la capa lo cubría por completo, y se quedó tendido completamente inmóvil, observando la silueta del mago con el que había chocado. Reconoció la barbita de chivo: era Karkarov.
Se oyeron jadeos.
— Seguro que iba a ver a los dragones — exclamó Angelina.
—¿Quién está ahí? —repitió Karkarov, receloso, escudriñando en la oscuridad. Harry permaneció quieto y en silencio. Después de un minuto o algo así, Karkarov pareció pensar que debía de haber chocado con algún tipo de animal. Buscaba a la altura de su cintura, tal vez esperando encontrar un perro. Luego se internó entre los árboles y se dirigió hacia donde se hallaban los dragones.
Angelina sonrió, triunfante.
Muy despacio y con mucho cuidado, Harry se incorporó y reemprendió el camino hacia Hogwarts en la oscuridad, tan rápido como podía sin hacer demasiado ruido.
No le cabía ninguna duda respecto a los propósitos de Karkarov. Había salido del barco a hurtadillas para averiguar en qué consistía la primera tarea. Tal vez hubiera visto a Hagrid y a Madame Maxime por las inmediaciones del bosque: no eran difíciles de ver en la distancia. Todo lo que tendría que hacer sería seguir el sonido de las voces y, como Madame Maxime, se enteraría de qué era lo que les reservaban a los campeones. Parecía que el único campeón que el martes afrontaría algo desconocido sería Cedric.
Amos dejó escapar un gruñido.
— Acabas de admitir que mi hijo no lo sabía.
— Pero lo supo antes de la prueba — replicó Harry.
Harry llegó al castillo, entró a escondidas por la puerta principal y empezó a subir la escalinata de mármol. Estaba sin aliento, pero no se atrevió a ir más despacio: le quedaban menos de cinco minutos para llegar junto al fuego.
—«¡Tonterías!» —le dijo casi sin voz a la Señora Gorda, que dormitaba en su cuadro tapando la entrada.
—Si tú lo dices... —susurró medio dormida, sin abrir los ojos, y el cuadro giró para dejarlo pasar.
— ¿No le sorprende que un alumno llegue tan tarde? — dijo la profesora Sprout.
— La pobre estaba más dormida que despierta — respondió Flitwick.
Harry entró. La sala común estaba desierta y, dado que olía como siempre, concluyó que Hermione no había tenido que recurrir a las bombas fétidas para asegurarse de que no quedara nadie allí.
— Menos mal — bufó Parvati.
Harry se quitó la capa invisible y se echó en un butacón que había delante de la chimenea. La sala se hallaba en penumbra, sin otra iluminación que las llamas. Al lado, en una mesa, brillaban a la luz de la chimenea las insignias de «Apoya a CEDRIC DIGGORY» que los Creevey habían tratado de mejorar. Ahora decía en ellas: «POTTER APESTA DE VERDAD.»
Se oyeron muchas risas. Los hermanos Creevey parecían consternados porque Harry hubiera visto las chapas.
Harry volvió a mirar al fuego y se sobresaltó. La cabeza de Sirius estaba entre las llamas. Si Harry no hubiera visto al señor Diggory de la misma manera en la cocina de los Weasley, aquella visión le habría dado un susto de muerte. Pero, en vez de ello, Harry sonrió por primera vez en muchos días, saltó de la silla, se agachó junto a la chimenea y saludó:
—¿Qué tal estás, Sirius?
— Sonrió por primera vez en muchos días — repitió Sirius. — Soy el mejor padrino del mundo.
Lupin rodó los ojos, aunque se lo veía contento de ver a Sirius tan alegre.
Sirius estaba bastante diferente de como Harry lo recordaba. Cuando se habían despedido, Sirius tenía el rostro demacrado y el pelo largo y enmarañado. Pero ahora llevaba el pelo corto y limpio, tenía el rostro más lleno y parecía más joven, mucho más parecido a la única foto que Harry poseía de él, que había sido tomada en la boda de sus padres.
— Tenemos que hacernos alguna foto juntos — dijo Sirius de pronto. — Y contigo también, Remus.
— Yo os las puedo hacer — dijo Colin con emoción.
Harry gimió. No era muy fan de las fotos, pero tampoco podía decir que no le agradaba la idea de tener una foto con Sirius.
—No te preocupes por mí. ¿Qué tal estás tú? —le preguntó Sirius con el semblante grave.
—Yo estoy...
Durante un segundo intentó decir «bien», pero no pudo. Antes de darse cuenta, estaba hablando como no lo había hecho desde hacía tiempo: de cómo nadie le creía cuando decía que no se había presentado al Torneo, de las mentiras de Rita Skeeter en El Profeta, de cómo no podía pasar por los corredores del colegio sin recibir muestras de desprecio... y de Ron, de la desconfianza de Ron, de sus celos...
Ron hizo una mueca y no dijo nada. A Sirius, por otro lado, le brillaban los ojos más que antes.
— Al fin Potter consigue hablar con un adulto — dijo McGonagall, que parecía aliviada.
—... y ahora Hagrid acaba de enseñarme lo que me toca en la primera prueba, y son dragones, Sirius. ¡No voy a contarlo! —terminó desesperado.
— No solo lo contarás, sino que serás el que obtenga mejor puntuación — dijo George con una sonrisa.
Sirius lo observó con ojos preocupados, unos ojos que aún no habían perdido del todo la expresión adquirida en la cárcel de Azkaban: una expresión embotada, como de hechizado. Había dejado que Harry hablara sin interrumpirlo, pero en aquel momento dijo:
—Se puede manejar a los dragones, Harry, pero de eso hablaremos dentro de un minuto. No dispongo de mucho tiempo... He allanado una casa de magos para usar la chimenea, pero los dueños podrían volver en cualquier momento. Quiero advertirte algunas cosas.
— Eso fue una locura — dijo Lupin.
— Harry me necesitaba — se defendió Sirius.
— Lo sé, pero eso no cambia lo que he dicho. Fue muy arriesgado.
Harry sabía que Lupin tenía razón y eso solo le hacía valorar más lo que Sirius había hecho.
—¿Qué cosas? —dijo Harry, sintiendo crecer su desesperación. ¿Era posible que hubiera algo aún peor que los dragones?
—Karkarov —explicó Sirius—. Era un mortífago, Harry. Sabes lo que son los mortífagos, ¿verdad?
—Sí...
Todo se quedó totalmente en silencio.
— ¿De verdad era un mortífago? — dijo Katie, aturdida.
Dumbledore asintió y el comedor se llenó de murmullos.
—Lo pillaron y estuvo en Azkaban conmigo, pero lo dejaron salir. Estoy seguro de que por eso Dumbledore quería tener un auror en Hogwarts este curso... para que lo vigilara. Moody fue el que atrapó a Karkarov y lo metió en Azkaban.
— Eso explica por qué había tanta tensión entre ellos — dijo Ernie, asombrado.
—¿Dejaron salir a Karkarov? —preguntó Harry, sin entender por qué podían haber hecho tal cosa—. ¿Por qué lo dejaron salir?
—Hizo un trato con el Ministerio de Magia —repuso Sirius con amargura—. Aseguró que estaba arrepentido, y empezó a cantar... Muchos entraron en Azkaban para ocupar su puesto, así que allí no lo quieren mucho; eso te lo puedo asegurar. Y, por lo que sé, desde que salió no ha dejado de enseñar Artes Oscuras a todos los estudiantes que han pasado por su colegio. Así que ten cuidado también con el campeón de Durmstrang.
Krum gruñó al oír eso.
— Yo no uso artes oscuras — dijo en voz alta.
Sirius se encogió de hombros.
— No hacía daño ser precavido.
—Vale —asintió Harry, pensativo—. Pero ¿quieres decir que Karkarov puso mi nombre en el cáliz? Porque, si lo hizo, es un actor francamente bueno. Estaba furioso cuando salí elegido. Quería impedirme a toda costa que participara.
—Sabemos que es un buen actor —dijo Sirius— porque convenció al Ministerio de Magia para que lo dejara libre.
— Tiene sentido — dijo McLaggen con sorpresa.
Además he estado leyendo con atención El Profeta, Harry...
—Tú y el resto del mundo —comentó Harry con amargura.
—... y, leyendo entre líneas el artículo del mes pasado de esa Rita Skeeter, parece que Moody fue atacado la noche anterior a su llegada a Hogwarts. Sí, ya sé que ella dice que fue otra falsa alarma —añadió rápidamente Sirius, viendo que Harry estaba a punto de hablar—, pero yo no lo creo. Estoy convencido de que alguien trató de impedirle que entrara en Hogwarts. Creo que alguien pensó que su trabajo sería mucho más dificil con él de por medio. Nadie se toma el asunto demasiado en serio, porque Ojoloco ve intrusos con demasiada frecuencia. Pero eso no quiere decir que haya perdido el sentido de la realidad: Moody es el mejor auror que ha tenido el Ministerio.
— Gracias, supongo — dijo Moody.
— ¿Supones? Era un cumplido.
Pero Moody no era la clase de persona a la que le importaban los cumplidos.
—¿Qué quieres decir? ¿Que Karkarov quiere matarme? Pero... ¿por qué?
Krum tenía el ceño fruncido.
Sirius dudó.
—He oído cosas muy curiosas. Últimamente los mortífagos parecen más activos de lo normal. Se desinhibieron en los Mundiales de Quidditch, ¿no? Alguno conjuró la Marca Tenebrosa... y además... ¿has oído lo de esa bruja del Ministerio de Magia que ha desaparecido?
—¿Bertha Jorkins?
—Exactamente... Desapareció en Albania, que es donde sitúan a Voldemort los últimos rumores. Y ella estaría al tanto del Torneo de los tres magos, ¿verdad?
— Madre mía — dijo Alicia, aterrada. — Todo encaja.
— Karkarov metió el nombre de Harry en el cáliz para matarlo porque así lo quería Quien-Tú-Sabes — exclamó Roger Davies.
— ¿Pero entonces Quien-Tú-Sabes sí que estaba ganando fuerza? — preguntó una niña de primero, llena de miedo.
— Eso no... — empezó a decir Fudge, pero Dumbledore lo cortó.
— Efectivamente.
Muchos intercambiaron miradas, nerviosos. Zabini siguió leyendo.
—Sí, pero... no es muy probable que ella fuera en busca de Voldemort, ¿no? — dijo Harry.
—Escucha, yo conocí a Bertha Jorkins —repuso Sirius con tristeza—. Coincidimos en Hogwarts, aunque iba unos años por delante de tu padre y de mí. Y era idiota. Muy bulliciosa y sin una pizca de cerebro. No es una buena combinación, Harry. Me temo que sería muy fácil de atraer a una trampa.
Algunos miraron a Sirius con reproche.
— ¿Qué pasa? Que esté muerta no significa que no se pueda decir que no era la persona más inteligente en vida — se defendió él.
—Así que... ¿Voldemort podría haber averiguado algo sobre el Torneo? — preguntó Harry—. ¿Eso es lo que quieres decir? ¿Crees que Karkarov podría haber venido obedeciendo sus órdenes?
—No lo sé —reconoció Sirius—, la verdad es que no lo sé... No me pega que Karkarov vuelva a Voldemort a no ser que Voldemort sea lo bastante fuerte para protegerlo. Pero el que metió tu nombre en el cáliz tenía algún motivo para hacerlo, y no puedo dejar de pensar que el Torneo es una excelente oportunidad para atacarte haciendo creer a todo el mundo que es un accidente.
— Visto así... Caray, Harry. No sé cómo te atreviste a continuar en el torneo — dijo Seamus.
— No tenía elección.
—Visto así parece un buen plan —comentó Harry en tono lúgubre—. Sólo tendrán que sentarse a esperar que los dragones hagan su trabajo.
— Cada vez me da más pena — dijo una chica de cuarto.
—En cuanto a los dragones —dijo Sirius, hablando en aquel momento muy aprisa —, hay una manera, Harry. No se te ocurra emplear el encantamiento aturdidor: los dragones son demasiado fuertes y tienen demasiadas cualidades mágicas para que les haga efecto un solo encantamiento de ese tipo. Se necesita media docena de magos a la vez para dominar a un dragón con ese procedimiento.
—Sí, ya lo sé, lo vi.
—Pero puedes hacerlo solo —prosiguió Sirius—. Hay una manera, y no se necesita más que un sencillo encantamiento. Simplemente...
Pero Harry lo detuvo con un gesto de la mano. El corazón le latía en el pecho como si fuera a estallar. Oía tras él los pasos de alguien que bajaba por la escalera de caracol.
— Oh, no. Mal momento — dijo Ginny.
Ron se removió en su asiento, incómodo.
—¡Vete! —le dijo a Sirius entre dientes—. ¡Vete! ¡Alguien se acerca!
Harry se puso en pie de un salto para tapar la chimenea. Si alguien veía la cabeza de Sirius dentro de Hogwarts, armaría un alboroto terrible, y él tendría problemas con el Ministerio. Lo interrogarían sobre el paradero de Sirius...
— ¿Quién bajaba a la sala común a esas horas? — dijo Percy.
Ron tragó saliva.
Harry oyó tras él, en el fuego, un suave «¡plin!», y comprendió que Sirius había desaparecido. Vigiló el inicio de la escalera de caracol. ¿Quién se habría levantado para dar un paseo a la una de la madrugada, impidiendo que Sirius le dijera cómo burlar al dragón?
Era Ron. Vestido con su pijama de cachemir rojo oscuro, se detuvo frente a Harry y miró a su alrededor.
— Ya te vale, Weasley — se quejó Lisa Turpin. Como ella, una retahíla de alumnos protestaron contra Ron y su puntería.
—¿Con quién hablabas? —le preguntó.
—¿Y a ti qué te importa? —gruñó Harry—. ¿Qué haces tú aquí a estas horas?
— Qué borde — resopló Lavender.
—Me preguntaba dónde estarías... —Se detuvo, encogiéndose de hombros—.Bueno, me vuelvo a la cama.
— Así que Ron estaba preocupado por Harry — dijo Katie. — Qué bonito.
Harry, que no había captado ese detalle durante la conversación, se sintió un poco estúpido.
Ron se había vuelto a poner rojo.
—Se te ocurrió que podías bajar a husmear un poco, ¿no? —gritó Harry. Sabía que Ron no tenía ni idea de qué era lo que había interrumpido, sabía que no lo había hecho a propósito, pero le daba igual. En ese momento odiaba todo lo que tenía que ver con Ron, hasta el trozo del tobillo que le quedaba al aire por debajo de los pantalones del pijama.
Ron hizo un ruido raro al escuchar eso y Harry sintió la necesidad de explicarse.
— Odiar es una palabra muy fuerte y no creo que sea la correcta — se excusó. — Pero es que interrumpiste a Sirius cuando me iba a decir...
— Lo sé. Lo entiendo — respondió Ron, aunque parecía que el comentario le había hecho daño.
—Lo siento mucho —dijo Ron, enrojeciendo de ira—. Debería haber pensado que no querías que te molestaran. Te dejaré en paz para que sigas ensayando tu próxima entrevista.
— Cierra la boca, Weasley — se oyó gritar a alguien.
— ¡Mal amigo!
— Qué asco.
— Tanto que decía que le importaba Potter...
— Das pena, Weasley.
— No entiendo cómo Potter pudo perdonarte.
— ¡No te mereces su amistad!
— ¡Eres imbécil!
Los comentarios se solapaban unos con otros, formando una cacofonía que no impidió que el mensaje llegara a Ron, quien se encontraba más rojo que nunca.
Harry trató en vano de detener los insultos, pero la gente no le hacía ni caso. Los hijos de los Weasley también gritaban tratando de defender a su hermano, pero eran una minoría en comparación con las críticas que volaban en su dirección.
— No les hagas ni caso, Ron. Tú ni caso — decía Hermione.
Finalmente, Dumbledore tuvo que llamar a la calma.
— Suficiente. Señor Zabini, por favor...
Zabini siguió leyendo en cuanto se hubo recobrado el silencio.
Harry cogió de la mesa una de las insignias de «POTTER APESTA DE VERDAD» y se la tiró con todas sus fuerzas. Le pegó a Ron en la frente y rebotó.
—¡Ahí tienes! —chilló Harry—. Para que te la pongas el martes. Ahora a lo mejor hasta te queda una cicatriz, si tienes suerte... Eso es lo que te da tanta envidia, ¿no?
— Ron se pasó, pero tú tampoco tenías por qué lanzarle algo a la cabeza — dijo Lavender, molesta.
— Black iba a decirle a Harry algo muy importante que potencialmente podría salvarle la vida. Normal que se enfadara al ser interrumpido — lo defendió Dean.
— Perdón por eso — murmuró Harry, para que solo Ron lo oyera.
— No pasa nada — respondió Ron con voz ronca.
A zancadas, cruzó la sala hacia la escalera. Esperaba que Ron lo detuviera, e incluso le habría gustado que le diera un puñetazo, pero Ron simplemente se quedó allí, en su pijama demasiado pequeño, y Harry, después de subir como una exhalación, se echó en la cama y permaneció bastante tiempo despierto y furioso con él. No lo oyó volver a subir.
— Qué pena — dijo Katie, a la vez que Hermione suspiraba.
— Ese es el final — anunció Zabini.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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