jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 20

 La primera prueba:


— Qué pena — dijo Katie, a la vez que Hermione suspiraba.

— Ese es el final — anunció Zabini.

Harry miró a Ron con cautela. A pesar de que habían hablado sobre su pelea, recordar aquella noche le incomodaba. Se preguntó cuánto tiempo habría pasado Ron solo en la sala común. Sabía que tuvo que ser más de una hora, porque le costó mucho volver a dormir aquella noche, pero no se atrevió a preguntárselo.

Por su parte, Ron no parecía dispuesto a hablar del tema. Tenía la vista fija en sus pies y la boca firmemente cerrada en un gesto que era mitad enfado, mitad abatimiento. Los comentarios de la gente no le pasaban desapercibidos.

— Ya debe quedar poco para que os reconciliéis — dijo Hermione, tratando de animarle.

— Eso espero — replicó Ginny, echando una ojeada a su alrededor. — No dejan de mirar para acá como si estuviera aquí sentado el mismísimo Aragog.

A Ron le dio un escalofrío, pero no replicó.

Dumbledore se puso en pie. Esta vez, fue él mismo quien tomó el libro y leyó:

— El siguiente capítulo se titula: La primera prueba.

Un murmullo emocionado recorrió todo el comedor, como ya empezaba a ser costumbre cada vez que el título del capítulo prometía emociones fuertes.

— Al fin —se oyó decir a Colin, que casi saltaba en el asiento. Un par de amigos suyos reían por lo bajo, aunque a Harry le pareció que no lo hacían con maldad. Era obvio que le tenían mucho cariño a Colin.

— ¿Alguien se ofrece voluntario para leer? — pidió Dumbledore.

Varias personas levantaron la mano y al final fue escogido un chico de Gryffindor, de segundo. Subió a la tarima con rapidez y tomó el libro con ilusión. Como Dumbledore ya había leído el título, el chico comenzó a leer directamente.

Cuando se levantó el domingo por la mañana, Harry puso tan poca atención al vestirse que tardó un rato en darse cuenta de que estaba intentando meter un pie en el sombrero en vez de hacerlo en el calcetín.

Se escucharon bastantes risitas burlonas y Harry sintió sus mejillas arder. No le gustaba cómo comenzaba el capítulo…

Cuando por fin se hubo puesto todas las prendas en las partes correctas del cuerpo, salió aprisa para buscar a Hermione, y la encontró a la mesa de Gryffindor del Gran Comedor, desayunando con Ginny.

— ¡Vaya! Pensaba que solo pasaban tiempo juntas en casa de los Weasley — exclamó una chica de tercero.

— Se ve que son más amigas de lo que parece — replicó otra, tan sorprendida como la primera.

Demasiado intranquilo para comer, Harry aguardó a que Hermione se tomara la última cucharada de gachas de avena y se la llevó fuera para dar otro paseo con ella. En los terrenos del colegio, mientras bordeaban el lago, Harry le contó todo lo de los dragones y lo que le había dicho Sirius. Aunque muy asustada por las advertencias de Sirius sobre Karkarov, Hermione pensó que el problema más acuciante eran los dragones.

—Primero vamos a intentar que el martes por la tarde sigas vivo, y luego ya nos preocuparemos por Karkarov.

— Bien pensado —dijo Lupin.

Dieron tres vueltas al lago, pensando cuál sería el encantamiento con el que se podría someter a un dragón. Pero, como no se les ocurrió nada, fueron a la biblioteca.

— Con Hermione, no podía ser de otra manera — comentó Parvati.

Harry cogió todo lo que vio sobre dragones, y uno y otro se pusieron a buscar entre la alta pila de libros.

—«Embrujos para cortarles las uñas... Cómo curar la podredumbre de las escamas...» Esto no nos sirve: es para chiflados como Hagrid que lo que quieren es cuidarlos...

Harry miró a Hagrid con gesto culpable, pero éste no parecía ofendido por su comentario. Al contrario, sonreía con un sentimiento que Harry tardó unos segundos en identificar como nostalgia.

— Esos libros me fueron muy útiles, sin duda — dijo, sonriente.

—«Es extremadamente dificil matar a un dragón debido a la antigua magia que imbuye su gruesa piel, que nada excepto los encantamientos más fuertes puede penetrar...» —leyó Hermione—. ¡Pero Sirius dijo que había uno sencillo que valdría!

Muchos miraron a Sirius con curiosidad, pero él se quedó callado.

—Busquemos pues en los libros de encantamientos sencillos... —dijo Harry, apartando a un lado el Libro del amante de los dragones.

A Hagrid se le iluminaron los ojos.

— Ese es muy bueno — aseguró.

Umbridge le lanzó una mirada reprobatoria.

Volvió a la mesa con una pila de libros de hechizos y comenzó a hojearlos uno tras otro. A su lado, Hermione cuchicheaba sin parar:

—Bueno, están los encantamientos permutadores... pero ¿para qué cambiarlos? A menos que le cambiaras los colmillos en gominolas o algo así, porque eso lo haría menos peligroso...

— Eso habría sido genial — exclamó Dennis.

El problema es que, como decía el otro libro, no es fácil penetrar la piel del dragón. Lo mejor sería transformarlo, pero, algo tan grande, me temo que no tienes ninguna posibilidad: dudo incluso que la profesora McGonagall fuera capaz...

— No sería fácil — dijo McGonagall, pensativa. — Pero tampoco imposible…

Muchos la miraron con admiración.

Pero tal vez podrías encantarte tú mismo. Tal vez para adquirir más poderes. Claro que no son hechizos sencillos, y no los hemos visto en clase; sólo los conozco por haber hecho algunos ejercicios preparatorios para el TIMO...

— Pues yo no conozco esos hechizos y ya he hecho el TIMO — bufó un alumno de sexto. Varios de los mayores expresaron estar en la misma situación. Hermione se encogió de hombros.

— Quizá me pasé un poco con el nivel — admitió.

—Hermione —pidió Harry, exasperado—, ¿quieres callarte un momento, por favor? Trato de concentrarme.

— Qué borde — se quejó Lisa Turpin.

Harry rodó los ojos.

Pero lo único que ocurrió cuando Hermione se calló fue que el cerebro de Harry se llenó de una especie de zumbido que tampoco lo dejaba concentrarse.

— Eso es lo que me pasa a mí cada vez que hay exámenes — se oyó decir a una chica de tercero de Hufflepuff.

Recorrió sin esperanzas el índice del libro Maleficios básicos para el hombre ocupado y fastidiado: arranque de cabellera instantáneo —pero los dragones ni siquiera tienen pelo, se dijo—, aliento de pimienta —eso seguramente sería echar más leña al fuego —, lengua de cuerno —precisamente lo que necesitaba: darle al dragón una nueva arma...

Algunos se echaron a reír. Harry debía admitir que, desde su asiento seguro en el Gran Comedor, donde ya no tenía que enfrentarse a ningún dragón, esos pensamientos resultaban más divertidos de lo que habían sido en aquel entonces.

—¡Oh, no!, aquí vuelve. ¿Por qué no puede leer en su barquito? —dijo Hermione irritada cuando Viktor Krum entró con su andar desgarbado, les dirigió una hosca mirada y se sentó en un distante rincón con una pila de libros—.

Krum frunció el ceño.

— No era por ti — se apresuró a decir Hermione, ignorando las risitas de medio comedor. — Es que tus fans…

Krum asintió.

— No pasa nada — respondió, aunque a Harry le pareció que empezaba a sentirse dolido ante tanto desprecio.

Vamos, Harry, volvamos a la sala común... El club de fans llegará dentro de un momento y no pararán de cotorrear...

Y, efectivamente, en el momento en que salían de la biblioteca, entraba de puntillas un ruidoso grupo de chicas, una de ellas con una bufanda de Bulgaria atada a la cintura.

Krum seguía con el ceño fruncido, pero su expresión se había suavizado ligeramente al escuchar que, tal como había dicho Hermione, el grupito de fans era lo que había provocado que se marchara.

Harry apenas durmió aquella noche. Cuando despertó la mañana del lunes, pensó seriamente, por vez primera, en escapar de Hogwarts.

Se oyeron jadeos.

— ¿Lo habrías hecho? — preguntó Dennis con los ojos muy abiertos.

— No — replicó Harry. — No me iría por nada del mundo.

De pronto, le vino a la mente la imagen de Umbridge haciéndole escribir líneas con su pluma especial. Ciertamente, si eso no había hecho que tuviera ganas de marcharse de allí, nada lo conseguiría.

Pero en el Gran Comedor, a la hora del desayuno, miró a su alrededor y pensó en lo que dejaría si se fuera del castillo, y se dio cuenta de que no podía hacerlo. Era el único sitio en que había sido feliz... Bueno, seguramente también había sido feliz con sus padres, pero de eso no se acordaba.

— Jo, Harry. Qué triste — dijo Dean con una mueca.

Como él, muchos miraban a Harry con tristeza, pero él hizo todo lo posible por ignorar las miraditas.

En cierto modo, fue un alivio comprender que prefería quedarse y enfrentarse al dragón a volver a Privet Drive con Dudley. Lo hizo sentirse más tranquilo.

— ¿Cómo pudo hacer que te sintieras mejor? — gimió Hermione. — Es el pensamiento más triste que he oído en mi vida.

— No es para tanto — dijo Harry, a la defensiva.

Pero la gran mayoría de gente parecía estar de acuerdo con Hermione. Con alarma, Harry notó que la señora Weasley volvía a tener lágrimas en los ojos.

— Admite que preferir enfrentarte a un dragón antes que regresar a casa es… raro — dijo Ron con una mueca.

— Dice mucho de los Dursley — gruñó Ginny.

Harry no sabía qué decir. Odiaba cada vez que se nombraba a los Dursley en los dichosos libros.

Terminó con dificultad el tocino (nada le pasaba bien por la garganta) y, al levantarse de la mesa con Hermione, vio a Cedric Diggory dejando la mesa de Hufflepuff.

Cedric seguía sin saber lo de los dragones. Era el único de los campeones que no se habría enterado, si Harry estaba en lo cierto al pensar que Maxime y Karkarov se lo habían contado a Fleur y Krum.

Amos Diggory se irguió visiblemente en su asiento. Se quedó mirando hacia el libro con cara de concentración, como si no quisiera perderse ni una sola palabra.

—Nos vemos en el invernadero, Hermione —le dijo Harry, tomando una decisión al ver a Cedric dejar el Gran Comedor—. Ve hacia allí; ya te alcanzaré.

— ¿Le dijiste tú lo de los dragones? — preguntó Ernie, asombrado.

Harry asintió. Podía notar las miradas de decenas de personas sobre él, pero esa vez no le importó. Deseaba que todos supieran que los cuatro campeones habían estado en igualdad de condiciones en la primera prueba.

—Llegarás tarde, Harry. Está a punto de sonar la campana.

—Te alcanzaré, ¿vale?

Cuando Harry llegó a la escalinata de mármol, Cedric ya estaba al final de ella, acompañado por unos cuantos amigos de sexto curso. Harry no quería hablar con Cedric delante de ellos, porque eran de los que le repetían frases del artículo de Rita Skeeter cada vez que lo veían.

Varios Hufflepuff de séptimo murmuraron entre ellos con aspecto culpable.

Lo siguió a cierta distancia, y vio que se dirigía hacia el corredor donde se hallaba el aula de Encantamientos. Eso le dio una idea. Deteniéndose a una distancia prudencial de ellos, sacó la varita y apuntó con cuidado.

—¡Diffindo!

A Cedric se le rasgó la mochila. Libros, plumas y rollos de pergamino se esparcieron por el suelo, y varios frascos de tinta se rompieron.

— ¡Así que fuiste tú! — exclamó uno de los chicos de Hufflepuff. No parecía enfadado, sino sorprendido, mismo sentimiento que compartía Amos Diggory.

Harry se habría esperado que el señor Diggory se enfadara al escuchar que rasgó la mochila de su hijo, pero Amos mantenía la misma expresión de concentración que antes.

—No os molestéis —dijo Cedric, irritado, a sus amigos cuando se inclinaron para ayudarlo a recoger las cosas—. Decidle a Flitwick que no tardaré, vamos.

Aquello era lo que Harry había pretendido. Se guardó la varita en la túnica, esperó a que los amigos de Cedric entraran en el aula y se apresuró por el corredor, donde sólo quedaban Cedric y él.

— Eso fue muy inteligente — lo felicitó Luna.

Harry no supo qué responderle.

—Hola —lo saludó Cedric, recogiendo un ejemplar de Guía de la transformación, nivel superior salpicado de tinta—. Se me acaba de descoser la mochila... a pesar de ser nueva.

—Cedric —le dijo Harry sin más preámbulos—, la primera prueba son dragones.

—¿Qué? —exclamó Cedric, levantando la mirada.

Amos Diggory soltó un suspiro y se dejó caer hacia atrás en el asiento.

— Te debo una disculpa — dijo, abatido.

Parecía tan cansado que Harry ni siquiera pudo enfadarse con él.

— No pasa nada — le respondió.

—Dragones —repitió Harry, hablando con rapidez por si el profesor Flitwick salía para ver lo que le había ocurrido a Cedric—. Han traído cuatro, uno para cada uno, y tenemos que burlarlos.

— Me sorprende que le dijeras todo eso — dijo Daphne Greengrass. Parecía ligeramente impresionada.

— Era lo justo — replicó Harry. Inmediatamente, notó que varios Hufflepuff intercambiaban miradas y susurros.

— Perdón por todo lo que te dijimos — habló finalmente uno de ellos. Se trataba de uno de los chicos de séptimo que había sido amigo de Cedric. Harry lo recordaba como uno de los que se había metido con él hasta la saciedad el año anterior. — Desde fuera, todo parecía muy diferente. Te pasan cosas muy raras, Potter.

Harry bufó.

— No hace falta que me lo digas — replicó.

El chico de Hufflepuff sonrió levemente.

— Ahora entiendo por qué a Cedric nunca le gustó que nos burláramos de ti. Siempre pensé que era demasiado amable… pero ahora creo que vio cosas en ti que muchos de nosotros no quisimos ver. Supongo que por eso acabó aceptándote como una competencia digna y no como… bueno, en fin, como un tramposo.

Harry asintió. Por lo que le parecía la milésima vez en ese día, no supo cómo responder. A decir verdad, siempre le costaba responder cuando se trataba de Cedric.

Por suerte, el chico de Hufflepuff no parecía esperar una respuesta. Por ello, la lectura continuó de inmediato.

Cedric lo miró. Harry vio en sus grises ojos parte del pánico que lo embargaba a él desde la noche del sábado.

— No creo que nadie pueda sentirse tranquilo sabiendo que tendrá que enfrentarse a un dragón — dijo Neville.

—¿Estás seguro? —inquirió Cedric en voz baja.

—Completamente —respondió Harry—. Los he visto.

—Pero ¿cómo te enteraste? Se supone que no podemos saber...

—No importa —contestó Harry con premura. Sabía que, si decía la verdad, Hagrid se vería en apuros—.

— Y así será — aseguró la profesora Umbridge.

Fudge, sin embargo, parecía más resignado que enfadado.

Pero no soy el único que lo sabe. A estas horas Fleur y Krum ya se habrán enterado, porque Maxime y Karkarov también los vieron.

Cedric se levantó con los brazos llenos de plumas, pergaminos y libros manchados de tinta y la bolsa rasgada colgando y balanceándose de un hombro. Miró a Harry con una mirada desconcertada y algo suspicaz.

—¿Por qué me lo has dicho? —preguntó.

— Eso es lo que todos nos preguntamos — dijo Zacharias Smith.

— Porque Harry es una buena persona — replicó Hannah Abbott.

Harry lo miró, sorprendido de que le hiciera aquella pregunta. Desde luego, Cedric no la habría hecho si hubiera visto los dragones con sus propios ojos. Harry no habría dejado ni a su peor enemigo que se enfrentara a aquellos dragones sin previo aviso. Bueno, tal vez a Malfoy y a Snape...

— Yo no tendría ningún problema para enfrentarme a ellos, Potter — dijo Malfoy con arrogancia.

— Lo que tú digas — replicó Harry. Le agradó mucho notar que a Malfoy le molestó más ser ignorado de esa forma que si le hubiera respondido algo hiriente.

—Es justo, ¿no te parece? —le dijo a Cedric—. Ahora todos lo sabemos... Estamos en pie de igualdad, ¿no?

— Si yo hubiera estado en el lugar de Diggory, habría pensado que Potter intentaba engañarme — admitió Roger Davies.

— Yo también — se oyó murmurar a varios alumnos.

Cedric seguía mirándolo con suspicacia cuando Harry escuchó tras él un golpeteo que le resultaba conocido. Se volvió y vio que Ojoloco Moody salía de un aula cercana.

—Ven conmigo, Potter —gruñó—. Diggory, entra en clase.

— ¿Lo ha oído todo? — exclamó Katie, preocupada.

Harry miró a Moody, temeroso. ¿Los había oído?

—Eh... profesor, ahora me toca Herbología...

—No te preocupes, Potter. Acompáñame al despacho, por favor...

— Definitivamente eso es que lo ha oído — dijo Angelina, algo nerviosa.

Harry lo siguió, preguntándose qué iba a suceder. ¿Y si Moody se empeñaba en saber cómo se había enterado de lo de los dragones? ¿Iría a ver a Dumbledore para denunciar a Hagrid, o simplemente lo convertiría a él en un hurón? Bueno, tal vez fuera más fácil burlar a un dragón siendo un hurón, pensó Harry desanimado, porque sería más pequeño y mucho menos fácil de distinguir desde una altura de quince metros...

Muchos se echaron a reír.

— Mira, Malfoy. Parece que sí que tendrías una oportunidad de ganar contra un dragón — rió Fred con ganas.

Malfoy tenía una mueca de desagrado en la cara y miraba a Harry directamente, como si lo culpara por haber pensado en hurones y haber provocado que todos recordaran aquello. Harry no se sintió culpable en absoluto.

Entró en el despacho después de Moody, que cerró la puerta tras ellos, se volvió hacia Harry y fijó en él los dos ojos, el mágico y el normal.

—Eso ha estado muy bien, Potter —dijo Moody en voz baja. No supo qué decir. Aquélla no era la reacción que él esperaba. —Siéntate —le indicó Moody.

No era la reacción que nadie esperaba. Muchos se quedaron mirando a Moody con curiosidad.

Harry obedeció y paseó la mirada por el despacho. Ya había estado allí cuando pertenecía a dos de sus anteriores titulares. Cuando lo ocupaba el profesor Lockhart, las paredes estaban forradas con fotos del mismo Lockhart, fotos que sonreían y guiñaban el ojo.

— Lo recuerdo — dijo Seamus con asco.

En los tiempos de Lupin, lo más fácil era encontrarse un espécimen de alguna nueva y fascinante criatura tenebrosa que el profesor hubiera conseguido para estudiarla en clase.

— Eras el profesor más guay. Hasta tu despacho estaba mejor que los otros — dijo Sirius en voz alta.

Lupin le sonrió.

En aquel momento, sin embargo, el despacho se encontraba abarrotado de extraños objetos que, según supuso Harry, Moody debía de haber empleado en sus tiempos de auror.

En el escritorio había algo que parecía una peonza grande de cristal algo rajada. Harry enseguida se dio cuenta de que era un chivatoscopio, porque él mismo tenía uno, aunque el suyo era mucho más pequeño que el de Moody. En un rincón, sobre una mesilla, una especie de antena de televisión de color dorado, con muchos más hierrecitos que una antena normal, emitía un ligero zumbido.

— ¿Qué era eso? — preguntó George.

— Un sensor de ocultamiento — replicó Moody. Muchos alumnos lo miraban con interés. Durante un momento, Harry se imaginó cómo sería tener al verdadero Moody de profesor de Defensa y la idea no le desagradó en absoluto.

Y en la pared, delante de Harry, había colgado algo que parecía un espejo pero que no reflejaba el despacho. Por su superficie se movían unas figuras sombrías, ninguna de las cuales estaba claramente enfocada.

— Guau — exclamó Dennis.

—¿Te gustan mis detectores de tenebrismo? —preguntó Moody, mirando a Harry detenidamente.

—¿Qué es eso? —preguntó a su vez Harry, señalando la aparatosa antena dorada.

—Es un sensor de ocultamiento. Vibra cuando detecta ocultamientos o mentiras...

— Entonces, ¿vibraba todo el tiempo? — susurró Ron.

— Lo tenía desactivado — respondió Harry, también susurrando.

No lo puedo usar aquí, claro, porque hay demasiadas interferencias: por todas partes estudiantes que mienten para justificar por qué no han hecho los deberes. No para de zumbar desde que he entrado aquí. Tuve que desconectar el chivatoscopio porque no dejaba de pitar. Es ultrasensible: funciona en un radio de kilómetro y medio. Naturalmente, también puede captar cosas más serias que las chiquilladas —añadió gruñendo.

— Pues parece una tontería tener todos esos objetos en el colegio — bufó Umbridge. — Vaya desperdicio de espacio…

— Tú sí que eres un desperdicio de espacio — murmuró Ron. Harry tuvo que fingir una tos para disimular la risa.

—¿Y para qué sirve el espejo?

—Ese es mi reflector de enemigos. ¿No los ves, tratando de esconderse? No estoy en verdadero peligro mientras no se les distingue el blanco de los ojos. Entonces es cuando abro el baúl.

Dejó escapar una risa breve y estridente, al tiempo que señalaba el baúl que había bajo la ventana.

A Harry le dio un escalofrío. Miró de reojo a los miembros de la Orden y vio que todos ellos se habían puesto serios tras escuchar esas palabras. Entre los alumnos, la confusión era palpable.

Tenía siete cerraduras en fila. Harry se preguntó qué habría dentro, hasta que la siguiente pregunta de Moody lo sacó de su ensimismamiento.

—De forma que averiguaste lo de los dragones, ¿eh?

— Intentaba distraerte — dijo Hermione en voz baja.

— Y lo consiguió — se lamentó Harry.

Harry dudó. Era lo que se había temido, pero no le había revelado a Cedric que Hagrid había infringido las normas, y desde luego no pensaba revelárselo a Moody.

Hagrid le sonrió a Harry, muy agradecido.

—Está bien —dijo Moody, sentándose y extendiendo la pata de palo—. La trampa es un componente tradicional del Torneo de los tres magos y siempre lo ha sido.

—Yo no he hecho trampa —replicó Harry con brusquedad—. Lo averigüé por una especie de... casualidad.

— No creo que cuele — dijo Marietta. — Además, sí fue trampa, aunque tú no la hicieras a propósito.

Harry no le hizo ni caso.

Moody sonrió.

—No pretendía acusarte, muchacho. Desde el primer momento le he estado diciendo a Dumbledore que él puede jugar todo lo limpiamente que quiera, pero que ni Karkarov ni Maxime harán lo mismo. Les habrán contado a sus campeones todo lo que hayan podido averiguar. Quieren ganar, quieren derrotar a Dumbledore. Les gustaría demostrar que no es más que un hombre.

— ¿Qué quiere decir con eso? — preguntó una niña de primero.

— Que Karkarov y Maxime le tienen envidia a Dumbledore — respondió Lee Jordan.

Moody repitió su risa estridente, y su ojo mágico giró tan aprisa que Harry se mareó de sólo mirarlo.

—Bien... ¿tienes ya alguna idea de cómo burlar al dragón? —le preguntó Moody.

—No.

—Bueno, yo no te voy a decir cómo hacerlo —declaró Moody—. No quiero tener favoritismos. Sólo te daré unos consejos generales. Y el primero es: aprovecha tu punto fuerte.

— Para no querer tener favoritismos, está dándole consejos a uno de los participantes — se quejó Zacharias Smith.

Harry bufó.

— Créeme, eso no es bueno — dijo. Se preguntaba qué pensarían todos cuando supieran que el falso Moody lo había guiado hacia la victoria solo para llevarlo a su muerte.

—No tengo ninguno —contestó Harry casi sin pensarlo.

— Menuda tontería — bufó Hermione.

— Si tú que has derrotado a basiliscos y volado en hipogrifos no tienes ningún talento, ¿qué nos queda a los demás? — dijo Charlie, sonriente.

Harry se ruborizó intensamente.

—Perdona —gruñó Moody—. Si digo que tienes un punto fuerte, es que lo tienes. Piensa, ¿qué se te da mejor?

—El quidditch —repuso con desánimo—, y para lo que me sirve...

—Bien —dijo Moody, mirándolo intensamente con su ojo mágico, que en aquel momento estaba quieto—. Me han dicho que vuelas estupendamente.

— ¿Te está... haciendo un cumplido? — dijo Ron en voz baja. — Se me hace rarísimo, sabiendo...

— Lo sé. A mí también — respondió Harry con una mueca.

—Sí, pero... —Harry lo miró—, no puedo llevar escoba; sólo tendré una varita...

—Mi segundo consejo general —lo interrumpió Moody— es que emplees un encantamiento sencillo para conseguir lo que necesitas.

Sirius asintió, aunque parecía molestarle estar de acuerdo en algo con un mortífago.

Harry lo miró sin comprender. ¿Qué era lo que necesitaba?

—Vamos, muchacho... —susurró Moody—. Conecta ideas... No es tan dificil.

— Te está diciendo que convoques tu escoba y la uses para burlar al dragón — dijo Crabbe.

— ¿Eso lo has pensado tú solito? — dijo Fred.

Crabbe le lanzó una mirada asesina.

Y eso hizo. Lo que mejor se le daba era volar. Tenía que esquivar al dragón por el aire. Para eso necesitaba su Saeta de Fuego. Y para hacerse con su Saeta de Fuego necesitaba...

—Hermione —susurró Harry diez minutos más tarde, al llegar al Invernadero 3 y después de presentarle apresuradas excusas a la profesora Sprout—, me tienes que ayudar.

— Qué sorpresa — rió Alicia.

—¿Y qué he estado haciendo, Harry? —le contestó también en un susurro, mirando con preocupación por encima del arbusto nervioso que estaba podando.

— Ay, pobrecita — dijo Padma. — Debió ser muy estresante.

—Hermione, tengo que aprender a hacer bien el encantamiento convocador antes de mañana por la tarde.

— ¿Ese no era justo el que se te daba mal?— preguntó Jimmy Peakes.

Harry asintió.

Practicaron. En vez de ir a comer, buscaron un aula libre en la que Harry puso todo su empeño en atraer objetos. Seguía costándole trabajo: a mitad del recorrido, los libros y las plumas perdían fuerza y terminaban cayendo al suelo como piedras.

Muchos parecieron sorprendidos al escuchar eso.

— Caray. ¿Eres capaz de derrotar a un basilisco con una espada pero no puedes hacer un encantamiento convocador? — dijo un chico de sexto.

— Que me costara aprenderlo no significa que sea incapaz de hacerlo — se defendió Harry.

Estaba seguro de que muchos de los que ahora le dedicaban miraditas burlonas tampoco habían dominado los encantamientos convocadores a la primera.

—Concéntrate, Harry, concéntrate...

—¿Y qué crees que estoy haciendo? —contestó él de malas pulgas—. Pero, por alguna razón, se me aparece de repente en la cabeza un dragón enorme y repugnante... Vale, vuelvo a intentarlo.

— Normal que te costara, con semejante nivel de estrés — dijo la señora Pomfrey.

Él quería faltar a la clase de Adivinación para seguir practicando, pero Hermione rehusó de plano perderse Aritmancia, y de nada le valdría ensayar solo, de forma que tuvo que soportar la clase de la profesora Trelawney, que se pasó la mitad de la hora diciendo que la posición que en aquel momento tenía Marte con respecto a Saturno anunciaba que la gente nacida en julio se hallaba en serio peligro de sufrir una muerte repentina y violenta.

Varios profesores suspiraron o miraron a Trelawney de soslayo con evidente exasperación. Ella se ruborizó levemente, pero mantuvo la cabeza alta y no dijo nada, ni siquiera cuando sin querer cruzó miradas con la profesora Umbridge y su expresión de sapo asqueado.

—Bueno, eso está bien —dijo Harry en voz alta, sin dejarse intimidar—. Prefiero que no se alargue: no quiero sufrir.

Muchos se echaron a reír.

— Bien dicho— dijo Sirius entre risas.

Le pareció que Ron había estado a punto de reírse. Por primera vez en varios días miró a Harry a los ojos, pero éste se sentía demasiado dolido con él para que le importara.

Ron no dijo nada, pero la cara de dolor que había puesto durante un momento no había pasado desapercibida para Harry.

Se pasó el resto de la clase intentando atraer con la varita pequeños objetos por debajo de la mesa. Logró que una mosca se le posara en la mano, pero no estuvo seguro de que se debiera al encantamiento convocador. A lo mejor era simplemente que la mosca estaba tonta.

Se oyeron risitas.

Se obligó a cenar algo después de Adivinación y, poniéndose la capa invisible para que no los vieran los profesores, volvió con Hermione al aula vacía.

Algunos profesores intercambiaron miradas. Harry se preguntó si alguno de ellos le habría permitido practicar en el aula vacía si se lo hubiera pedido.

Siguieron practicando hasta pasadas las doce. Se habrían quedado más, pero apareció Peeves, quien pareció creer que Harry quería que le tiraran cosas, y comenzó a arrojar sillas de un lado a otro del aula.

Muchos rieron, incluido Malfoy, cuya risotada se escuchó por todo el comedor.

— Sigo sin entender por qué no lo echan del colegio — bufó una chica de tercero. Por su tono, Harry no tenía ninguna duda de que ella había sido víctima de Peeves más de una vez.

Harry y Hermione salieron a toda prisa antes de que el ruido atrajera a Filch, y regresaron a la sala común de Gryffindor, que afortunadamente estaba ya vacía.

A las dos en punto de la madrugada, Harry se hallaba junto a la chimenea rodeado de montones de cosas: libros, plumas, varias sillas volcadas, un juego viejo de gobstones, y Trevor, el sapo de Neville.

— ¿Trevor? — exclamó Neville, sorprendido.

— Sí, perdona — respondió Hermione. — Te prometo que no le hicimos daño.

— Se lo pasó muy bien — le aseguró Harry. — Después de eso, se acercaba a mí y se me quedaba mirando, como si quisiera que lo hiciera volar otra vez.

— Parece que a Trevor le gustan las emociones fuertes — rió Angelina. — Quizá por eso siempre se escapa, para vivir aventuras…

Varias personas se echaron a reír, incluido Neville, que no parecía nada enfadado.

Sólo en la última hora le había cogido el truco al encantamiento convocador.

—Eso está mejor, Harry, eso está mucho mejor —aprobó Hermione, exhausta pero muy satisfecha.

—Bueno, ahora ya sabes qué tienes que hacer la próxima vez que no sea capaz de aprender un encantamiento —dijo Harry, tirándole a Hermione un diccionario de runas para repetir el encantamiento—: amenazarme con un dragón.

— Es un buen método — dijo el profesor Flitwick con una sonrisa.

— Quizá deberíamos implementarlo — añadió el profesor Snape, ganándose un par de miradas asustadas por parte de alumnos. El resto de profesores, sin embargo, encontró el comentario muy divertido.

Bien... —Volvió a levantar la varita—. ¡Accio diccionario!

El pesado volumen se escapó de las manos de Hermione, atravesó la sala y llegó hasta donde Harry pudo atraparlo.

—¡Creo que esto ya lo dominas, Harry! —dijo Hermione, muy contenta.

—Espero que funcione mañana —repuso Harry—. La Saeta de Fuego estará mucho más lejos que todas estas cosas: estará en el castillo, y yo, en los terrenos allá abajo.

—No importa —declaró Hermione con firmeza—. Siempre y cuando te concentres de verdad, la Saeta irá hasta ti. Ahora mejor nos vamos a dormir, Harry... Lo necesitarás.

— Y tanto que lo necesitará — dijo Charlie. — Encima le tocó el colacuerno.

— Tiene muy mala suerte — se oyó decir a una chica de cuarto.

Mientras tanto, lejos de allí, en un lugar donde, si las paredes hablaran, contarían crueles historias, una conversación tenía lugar.

— Conozco a mi hijo, señor — decía alguien, postrado frente a los pies de una figura oscura que lo observaba detenidamente. — Draco no escribe de esa forma. No suele ser tan evasivo...

— Así que crees que algo debe estar sucediendo en Hogwarts porque tu hijo no te ha contado todos los detalles sobre su desayuno — dijo Voldemort despacio, como si quisiera que la estupidez de cada palabra penetrara en el cerebro de Lucius.

Pero Lucius no se dio por vencido. A pesar de saber de buena mano que insistir en algo cuando su señor se encontraba de mal humor no era lo más inteligente, en esta ocasión no podía evitarlo, porque estaba seguro de que tenía razón.

— Mi señor... Usted fue el primero en pensar que quizá estaba sucediendo algo extraño en el colegio.

— Severus afirmó que simplemente se trataba de problemas con las lechuzas — replicó Voldemort.

— Pero usted no lo cree, ¿verdad?

Hubo una pausa.

— Mi señor... — siguió Lucius, con cautela. — Se le permitió a Draco escribir una carta gracias a mi insistencia en el ministerio. El ministro ha estado actuando de formas muy extrañas, eso cuando no estaba ausente. Y la carta de Draco... También es extraña. Es como si le hubieran dicho qué escribir.

— ¿Entonces?

Lucius levantó la cabeza, consciente del riesgo pero dispuesto a todo.

— Estoy seguro de que algo está pasando en Hogwarts. Y no se trata de un virus aviar.

Voldemort lo miró a los ojos durante un momento, antes de que Lucius agachara de nuevo la cabeza a modo de reverencia.

— De acuerdo, Lucius. Haré lo que me pides — respondió Voldemort finalmente.

A kilómetros de allí, la lectura continuaba, sin que los residentes de Hogwarts supieran que se acababa de tomar una decisión que les afectaría a todos.

Harry había puesto tanto empeño aquella noche en aprender el encantamiento convocador que se había olvidado del miedo. Éste volvió con toda su intensidad a la mañana siguiente.

— Así que el pobre Potter estaba asustado — dijo Nott en tono burlón. — Qué pena…

— No le hagas ni caso — susurró Hermione, porque Harry había estado a punto de replicarle.

En el colegio había una tensión y emoción enormes en el ambiente. Las clases se interrumpieron al mediodía para que todos los alumnos tuvieran tiempo de bajar al cercado de los dragones. Aunque, naturalmente, aún no sabían lo que iban a encontrar allí.

— Tuvo que ser muy emocionante — se lamentó una niña de primero.

Harry se sentía extrañamente distante de todos cuantos lo rodeaban, ya le desearan suerte o le dijeran entre dientes al pasar a su lado: «Tendremos listo el paquete de pañuelos de papel, Potter.»

Algunos se quejaron.

— ¿Cómo os habríais sentido si Potter la hubiera palmado en la primera prueba? — exclamó un chico de séptimo. — No era el momento para decir ese tipo de cosas.

Varios alumnos parecieron avergonzados. Era fácil distinguir a los que habían sido más vocales en su acoso contra Harry, porque ahora mismo evitaban su mirada a toda costa.

Se encontraba en tal estado de nerviosismo que le daba miedo perder la cabeza cuando lo pusieran frente al dragón y liarse a echar maldiciones a diestro y siniestro.

Se escucharon bufidos y más de una risita.

— Eso habría estado bien — dijo Sirius. — Seguro que a Bagman le habría encantado.

El tiempo pasaba de forma más rara que nunca, como a saltos, de manera que estaba sentado en su primera clase, Historia de la Magia, y al momento siguiente iba a comer... y de inmediato (¿por dónde se había ido la mañana, las últimas horas sin dragones?) la profesora McGonagall entró en el Gran Comedor y fue a toda prisa hacia él.

— Cada vez me da más pena — dijo Susan Bones.

— A este paso, se va a desmayar antes de la prueba — se oyó decir a Roger Davies.

— No me desmayé — replicó Harry rápidamente.

Muchos los observaban.

—Los campeones tienen que bajar ya a los terrenos del colegio... Tienes que prepararte para la primera prueba.

—¡Bien! —dijo Harry, poniéndose en pie. El tenedor hizo mucho ruido al caer al plato.

Volvieron a escucharse risitas.

—Buena suerte, Harry —le susurró Hermione—. ¡Todo irá bien!

—Sí —contestó, con una voz que no parecía la suya.

— Parece que lo vayan a llevar al matadero — dijo McLaggen.

— Es que prácticamente eso estaban haciendo — bufó Seamus.

Salió del Gran Comedor con la profesora McGonagall. Tampoco ella parecía la misma; de hecho, estaba casi tan nerviosa como Hermione.

Muchos miraron a la profesora McGonagall con sorpresa, como si la idea de que la estoica profesora pudiera estar tan nerviosa fuera ridícula.

Al bajar la escalinata de piedra y salir a la fría tarde de noviembre, le puso una mano en el hombro.

—No te dejes dominar por el pánico —le aconsejó—, conserva la cabeza serena. Habrá magos preparados para intervenir si la situación se desbordara... Lo principal es que lo hagas lo mejor que puedas, y no quedarás mal ante la gente. ¿Te encuentras bien?

—Sí —se oyó decir Harry—. Sí, me encuentro bien.

— Menuda trola — dijo Dean. Harry bufó.

— Estaba bien — dijo automáticamente.

— Harry, estamos leyendo tus pensamientos — le recordó Hermione. — No lo estabas.

Harry se negó a contestar a eso.

Ella lo conducía bordeando el bosque hacia donde estaban los dragones; pero, al acercarse al grupo de árboles detrás del cual habría debido ser claramente visible el cercado, Harry vio que habían levantado una tienda que lo ocultaba a la vista.

—Tienes que entrar con los demás campeones —le dijo la profesora McGonagall con voz temblorosa— y esperar tu turno, Potter. El señor Bagman está dentro. Él te explicará lo que tienes que hacer... Buena suerte.

—Gracias —dijo Harry con voz distante y apagada: Ella lo dejó a la puerta de la tienda, y Harry entró.

— A la profesora McGonagall le temblaba la voz — dijo Lavender, sorprendida.

Esta vez, la profesora sí replicó.

— No todos los días se ve a un chico de catorce años enfrentarse a un dragón — resopló. — ¡Por supuesto que estaba preocupada! Todos lo estábamos.

Harry se sintió muy agradecido. El año anterior, había estado tan nervioso que no se había parado a pensar en la preocupación que la gente a su alrededor demostraba. Leyéndolo ahora, no le cabía ninguna duda de que la profesora McGonagall se había preocupado por él de verdad.

Fleur Delacour estaba sentada en un rincón, sobre un pequeño taburete de madera. No parecía ni remotamente tan segura como de costumbre; por el contrario, se la veía pálida y sudorosa.

Algunos parecieron asombrados. Fleur rodó los ojos.

— Soy humana — Harry la oyó murmurar.

El aspecto de Viktor Krum era aún más hosco de lo habitual, y Harry supuso que aquélla era la forma en que manifestaba su nerviosismo.

Algunos sonrieron al oír eso. Krum no reaccionó en absoluto.

Cedric paseaba de un lado a otro. Cuando Harry entró le dirigió una leve sonrisa a la que éste correspondió, aunque a los músculos de la cara les costó bastante esfuerzo, como si hubieran olvidado cómo se sonreía.

— Así que ninguno de los campeones se sentía seguro — dijo Terry Boot. — Pensaba que tenían más confianza en sí mismos.

— La confianza no hará que el dragón no te coma — respondió Dennis, haciendo que algunos rieran.

—¡Harry! ¡Bien! —dijo Bagman muy contento, mirándolo—. ¡Ven, ven, ponte cómodo!

De pie en medio de los pálidos campeones, Bagman se parecía un poco a esas figuras infladas de los dibujos animados. Se había vuelto a poner su antigua túnica de las Avispas de Wimbourne.

—Bueno, ahora ya estamos todos... ¡Es hora de poneros al corriente! —declaró Bagman con alegría—. Cuando hayan llegado los espectadores, os ofreceré esta bolsa a cada uno de vosotros para que saquéis la miniatura de aquello con lo que os va a tocar enfrentaros. —Les enseñó una bolsa roja de seda—. Hay diferentes... variedades, ya lo veréis. Y tengo que deciros algo más... Ah, sí... ¡vuestro objetivo es coger el huevo de oro!

— ¿Por qué tenía que esperar a que llegaran los espectadores para deciros a qué teníais que enfrentaros? — preguntó Demelza Robins.

— Para darle más emoción, supongo — replicó Ritchie Coote.

Harry miró a su alrededor. Cedric hizo un gesto de asentimiento para indicar que había comprendido las palabras de Bagman y volvió a pasear por la tienda. Tenía la cara ligeramente verde.

Harry miró hacia los Hufflepuff y vio que algunos sonreían con cariño, incluida Cho.

Fleur Delacour y Krum no reaccionaron en absoluto. Tal vez pensaban que se pondrían a vomitar si abrían la boca; en todo caso, así se sentía Harry. Aunque ellos, al menos, estaban allí voluntariamente...

Aunque se oyeron algunas risitas aisladas, muchos de los alumnos ya comenzaban a comprender que aquella no había sido una experiencia nada agradable para Harry.

— Yo no pensé en vomitag — dijo Fleur en voz alta. — Pensé que me iba a desmayag.

— Yo no querría pensar en nada — admitió Krum.

Ambos recibieron miradas sorprendidas. Nadie se esperaba que la soberbia Fleur que estaba siendo descrita en los libros fuera capaz de admitir ante todos lo nerviosa que había estado, o que el jugador de quidditch más famoso hubiera sentido algo que no fuera orgullo y confianza antes de la primera prueba. Harry supuso que, al igual que le había sucedido a él, el resto del colegio comenzaría a ver a Fleur y a Krum con otros ojos una vez que se supiera más sobre ellos. Ciertamente, a Harry ya no le parecía que Fleur fuera soberbia o que Krum tuviera pinta de estar ligado a las artes oscuras. Quizá eso también se reflejaría en la lectura…

Y enseguida se oyeron alrededor de la tienda los pasos de cientos y cientos de personas que hablaban emocionadas, reían, bromeaban... Harry se sintió separado de aquella multitud como si perteneciera a una especie diferente.

— Te sentías superior, ¿eh, Potter? — dijo Montague con asco.

— Espera, que alguien me aclare una cosa — dijo Ginny en voz alta. — ¿Estamos leyendo todos el mismo libro? Porque no puede ser que llegues a esa conclusión después de lo que hemos leído.

— Sí se puede llegar a esa conclusión, Ginny — respondió Fred, también en voz alta. — Pero hace falta ser muy estúpido.

Montague soltó un gruñido y le lanzó a Fred una mirada desagradable que él devolvió con tanta fuerza como pudo.

Y, a continuación (a Harry le pareció que no había pasado más que un segundo), Bagman abrió la bolsa roja de seda.

—Las damas primero —dijo tendiéndosela a Fleur Delacour.

Ella metió una mano temblorosa en la bolsa y sacó una miniatura perfecta de un dragón: un galés verde. Alrededor del cuello tenía el número «dos». Y Harry estuvo seguro, por el hecho de que Fleur Delacour no mostró sorpresa alguna sino completa resignación, de que no se había equivocado: Madame Maxime le había dicho qué le esperaba.

Algunos la miraron mal, a pesar de que ya sabían que todos los campeones habían tenido la misma ventaja. Ella ignoró todas las miradas.

Lo mismo que en el caso de Krum, que sacó el bola de fuego chino. Alrededor del cuello tenía el número «tres». Krum ni siquiera parpadeó; se limitó a mirar al suelo.

Esta vez, las miraditas y los murmullos fueron contra Krum, aunque en menor medida que a Fleur. Harry supuso que a Krum había mucha gente que le respetaba por ser tan bueno jugando al quidditch, mientras que la primera impresión sobre Fleur había sido bastante negativa.

Cedric metió la mano en la bolsa y sacó el hocicorto sueco de color azul plateado con el número «uno» atado al cuello. Sabiendo lo que le quedaba, Harry metió la mano en la bolsa de seda y extrajo el colacuerno húngaro con el número «cuatro».

— De verdad, eres gafe — dijo Ron.

— Es que no sé cómo se puede tener tan mala suerte — dijo Bill al mismo tiempo.

Harry se encogió de hombros. Sinceramente, ya estaba acostumbrado a la mala suerte.

Cuando Harry lo miró, la miniatura desplegó las alas y enseñó los minúsculos colmillos.

—¡Bueno, ahí lo tenéis! —dijo Bagman—. Habéis sacado cada uno el dragón con el que os tocará enfrentaros, y el número es el del orden en que saldréis, ¿comprendéis? Yo tendré que dejaros dentro de un momento, porque soy el comentador.

— Una cosa… — empezó a decir Angelina. Se quedó callada un momento, dudosa, antes de decidir que sí que quería hablar: — ¿El colacuerno era el último porque era el más peligroso? ¿O el orden se escogió al azar?

— No fue al azar. Decidimos que el colacuerno fuera el último por lo feroz que era — respondió Charlie. — De ese modo, si sucedía algo… En fin, es mejor que los imprevistos sucedan al final.

— Imprevistos como… ¿que alguien muera? — preguntó Dennis. Tenía los ojos muy abiertos.

Charlie asintió y Harry tragó saliva. En parte, le reconfortaba saber que los expertos habían estado listos por si el dragón suponía un reto demasiado grande… pero saber que lo habían dejado para el final porque las probabilidades de que el colacuerno hiciera papilla al campeón eran muy altas…

Se había salvado de una buena.

Diggory, eres el primero. Tendrás que salir al cercado cuando oigas un silbato, ¿de acuerdo? Bien. Harry... ¿podría hablar un momento contigo, ahí fuera?

—Eh... sí —respondió Harry sin comprender. Se levantó y salió con Bagman de la tienda, que lo llevó aparte, entre los árboles, y luego se volvió hacia él con expresión paternal.

Algunos resoplaron al escuchar eso.

— ¿Paternal? — dijo George con asco.

—¿Qué tal te encuentras, Harry? ¿Te puedo ayudar en algo?

—¿Qué? —dijo Harry—. No, en nada.

—¿Tienes algún plan? —le preguntó Bagman, bajando la voz hasta el tono conspiratorio—. No me importa darte alguna pista, si quieres. Porque —continuó Bagman bajando la voz más aún— eres el más débil de todos, Harry. Así que si te puedo ser de alguna ayuda...

Se escucharon gritos y exclamaciones por todo el comedor.

— ¡Quería hacer trampa!

— ¿Más trampas, Potter?

— ¡Primero Moody y ahora Bagman!

— No, primero fue Hagrid, luego Moody, ¡luego Bagman!

— No me extraña que Potter ganara.

— ¡Tramposo!

Así, uno tras otro, los comentarios no cesaban.

Pero Harry estaba harto. Se puso en pie, notando las miradas de todos sobre él, y gritó:

— ¡No acepté su ayuda! Como sabríais si dejarais de asumir cosas y siguiéramos leyendo — Estaba de muy mal humor. No era solo por la falta de confianza que todo el colegio tenía en él, sino que, además, le acababa de dar un pinchazo bastante doloroso en la cicatriz.

No creía que Voldemort estuviera cerca, pero algo debía estar sucediendo… Algo que lo había enfurecido.

Volvió a sentarse, consciente de que todo el mundo lo miraba todavía con recelo, pero al menos ya nadie le gritaba. Dumbledore le pidió al chico de segundo que siguiera leyendo.

—No —contestó Harry tan rápido que comprendió que había parecido descortés —, no. Y... ya he decidido lo que voy a hacer, gracias.

—Nadie tendría por qué saber que te he ayudado, Harry —le dijo Bagman guiñándole un ojo.

— Habrase visto — bufó McGonagall, enfadada.

—No, no necesito nada, y me encuentro bien —afirmó Harry, preguntándose por qué se empeñaba en decirle a todo el mundo que se encontraba bien, cuando probablemente jamás se había encontrado peor en su vida—. Ya tengo un plan. Voy...

— Podías haber dicho que no estabas bien — dijo Hermione. — Era obvio, de todas formas.

Harry hizo una mueca y no contestó. Todavía le molestaba la cicatriz.

Se escuchó, procedente de no se sabía dónde, el sonido de un silbato.

—¡Santo Dios, tengo que darme prisa! —dijo Bagman alarmado, y salió corriendo.

Harry volvió a la tienda y vio a Cedric que salía, con la cara más verde aún que antes. Harry intentó desearle suerte, pero todo lo que le salió de la boca fue una especie de gruñido áspero.

— Al menos lo intentaste — le dijo Ron.

— Qué amable — dijo Luna al mismo tiempo.

Volvió a entrar, con Fleur y Krum. Unos segundos después oyeron el bramido de la multitud, señal de que Cedric acababa de entrar en el cercado y se hallaba ya frente a la versión real de su miniatura.

Sentarse allí a escuchar era peor de lo que Harry hubiera podido imaginar. La multitud gritaba, ahogaba gemidos como si fueran uno solo, cuando Cedric hacía lo que fuera para burlar al hocicorto sueco.

— La espera fue peor que la prueba — confesó Harry. Sus amigos se le quedaron mirando como si estuviera loco.

— ¿En serio? Yo diría que burlar a un dragón es ligeramente más difícil que estar sentado esperando — replicó Ron con tono irónico.

Harry negó con la cabeza.

— De verdad que no. Durante la prueba, al menos tenía algo en lo que concentrarme.

Pero no parecía que estuviera convenciendo a ninguno de sus amigos.

Krum seguía mirando al suelo. Fleur ahora había tomado el lugar de Cedric, caminando de un lado a otro de la tienda. Y los comentarios de Bagman lo empeoraban todo mucho... En la mente de Harry se formaban horribles imágenes al oír: «¡Ah, qué poco ha faltado, qué poco...! ¡Se está arriesgando, ya lo creo...! ¡Eso ha sido muy astuto, sí señor, lástima que no le haya servido de nada!»

— Debió ser una tortura — dijo Hannah.

Y luego, tras unos quince minutos, Harry oyó un bramido ensordecedor que sólo podía significar una cosa: que Cedric había conseguido burlar al dragón y coger el huevo de oro.

—¡Muy pero que muy bien! —gritaba Bagman—. ¡Y ahora la puntuación de los jueces!

Pero no dijo las puntuaciones. Harry supuso que los jueces las levantaban en el aire para mostrárselas a la multitud.

Varias personas asintieron. Aunque Harry ya sabía eso, los niños de primero parecieron agradecer la confirmación.

—¡Uno que ya está, y quedan tres! —gritó Bagman cuando volvió a sonar el silbato—. ¡Señorita Delacour, si tiene usted la bondad!

Fleur temblaba de arriba abajo. Cuando salió de la tienda con la cabeza erguida y agarrando la varita con firmeza, Harry sintió por ella una especie de afecto que no había sentido antes.

Fleur dejó escapar un "Oh" de sorpresa. Miró a Harry, quien se sintió enrojecer, y le sonrió.

Entre los alumnos, se oyeron muchas risitas y la voz de alguien que le decía a Cho:

— Te ha reemplazado.

Harry miró de reojo a Cho, pero no pudo verle la cara porque se había girado para murmurar con Marietta.

Se quedaron solos él y Krum, en lados opuestos de la tienda, evitando mirarse.

— ¿No habría sido más llevadero si hubierais hablado de algo mientras esperabais? — preguntó Parvati.

Harry negó con la cabeza. Si en una situación normal le costaba sacar tema de conversación con Krum, con los nervios que tenía aquel día habría sido totalmente imposible.

Se repitió el mismo proceso.

—¡Ah, no estoy muy seguro de que eso fuera una buena idea! —oyeron gritar a Bagman, siempre con entusiasmo—. ¡Ah... casi! Cuidado ahora... ¡Dios mío, creí que lo iba a coger!

Fleur hizo una mueca. Debía estar recordando su error con el dragón.

Diez minutos después Harry oyó que la multitud volvía a aplaudir con fuerza. También Fleur debía de haberlo logrado. Se hizo una pausa mientras se mostraban las puntuaciones de Fleur. Hubo más aplausos y luego, por tercera vez, sonó el silbato.

—¡Y aquí aparece el señor Krum! —anunció Bagman cuando salía Krum con su aire desgarbado, dejando a Harry completamente solo.

Se sentía mucho más consciente de su cuerpo de lo que era habitual: notaba con claridad la rapidez a la que le bombeaba el corazón, el hormigueo que el miedo le producía en los dedos... Y al mismo tiempo le parecía hallarse fuera de él: veía las paredes de la tienda y oía a la multitud como si estuvieran sumamente lejos...

Esa descripción hizo que Harry recordara lo que le había sucedido hacía unos días, cuando había sufrido un ataque de pánico y había acabado tirado en el suelo del baño de los chicos… Trataba de no pensar en ello, porque, cada vez que lo hacía, le embargaba una sensación de vergüenza insoportable. Sin embargo, al mismo tiempo, el recuerdo le hacía sentir una especie de calidez que no terminaba de comprender. Tanto sus amigos como Sirius se habían mostrado tan comprensivos… Y, si bien era cierto que a Harry no le agradaba llamar la atención, no podía negar que era agradable saber que todos se habían preocupado por él.

—¡Muy osado! —gritaba Bagman, y Harry oyó al bola de fuego chino proferir un bramido espantoso, mientras la multitud contenía la respiración, como si fueran uno solo—. ¡La verdad es que está mostrando valor y, sí señores, acaba de coger el huevo!

El aplauso resquebrajó el aire invernal como si fuera una copa de cristal fino. Krum había acabado, y aquél sería el turno de Harry.

A pesar de que muchos habían estado contra Harry hacía nada, en el ambiente se notaba la emoción que sentían al saber que iban a escuchar la primera prueba desde su punto de vista.

Se levantó, notando apenas que las piernas parecían de merengue. Aguardó. Y luego oyó el silbato. Salió de la tienda, sintiendo cómo el pánico se apoderaba rápidamente de todo su cuerpo. Pasó los árboles y penetró en el cercado a través de un hueco.

— No parecías asustado cuando entraste en el cercado — dijo Roger Davies.

— ¿Qué dices? Se notaba que estaba a punto de hacérselo encima — replicó Michael Corner.

Harry lo miró mal.

Lo vio todo ante sus ojos como si se tratara de un sueño de colores muy vivos. Desde las gradas que por arte de magia habían puesto después del sábado lo miraban cientos y cientos de rostros. Y allí, al otro lado del cercado, estaba el colacuerno agachado sobre la nidada, con las alas medio desplegadas y mirándolo con sus malévolos ojos amarillos, como un lagarto monstruoso cubierto de escamas negras, sacudiendo la cola llena de pinchos y abriendo surcos de casi un metro en el duro suelo.

Los alumnos de primero parecían horrorizados.

— Lo de los malévolos ojos amarillos me recuerda al basilisco — dijo una niña, estremeciéndose.

La multitud gritaba muchísimo, pero Harry ni sabía ni le preocupaba si eran gritos de apoyo o no. Era el momento de hacer lo que tenía que hacer: concentrarse, entera y absolutamente, en lo que constituía su única posibilidad.

— Muy bien, muy bien — murmuraba el profesor Lupin.

Levantó la varita.

—¡Accio Saeta de Fuego! —gritó.

Aguardó, confiando y rogando con todo su ser. Si no funcionaba, si la escoba no acudía...

— Menos mal que eso no pasó— dijo la señora Weasley. Parecía estar muy nerviosa a pesar de saber que Harry había sobrevivido a la prueba.

Le parecía verlo todo a través de una extraña barrera transparente y reluciente, como una calima que hacía que el cercado y los cientos de rostros que había a su alrededor flotaran de forma extraña...

Muchos parecieron confusos.

Y entonces la oyó atravesando el aire tras él. Se volvió y vio la Saeta de Fuego volar hacia allí por el borde del bosque, descender hasta el cercado y detenerse en el aire, a su lado, esperando que la montara. La multitud alborotaba aún más... Bagman gritaba algo... pero los oídos de Harry ya no funcionaban bien, porque oír no era importante...

— Bien, bien, concéntrate — dijo esta vez Sirius. Tanto él como Lupin tenían la vista fija en el libro y expresiones de emoción.

Pasó una pierna por encima del palo de la escoba y dio una patada en el suelo para elevarse. Un segundo más tarde sucedió algo milagroso.

Al elevarse y sentir el azote del aire en la cara, al convertirse los rostros de los espectadores en puntas de alfiler de color carne y al encogerse el colacuerno hasta adquirir el tamaño de un perro, comprendió que allá abajo no había dejado únicamente la tierra, sino también el miedo: por fin estaba en su elemento.

— ¡Bien, Harry! — exclamó Lee Jordan.

— No se podía esperar menos del buscador más joven en un siglo — dijo Wood con orgullo.

Entre los Gryffindor, el ambiente era cada vez más festivo, como si estuvieran leyendo un partido de quidditch especialmente emocionante.

Aquello era sólo otro partido de quidditch... nada más, y el colacuerno era simplemente el equipo enemigo...

— Pues menudo equipo — dijo Dean, aunque sonreía.

Miró la nidada, y vio el huevo de oro brillando en medio de los demás huevos de color cemento, bien protegidos entre las patas delanteras del dragón.

— ¡El huevo es la snitch! — exclamó Colin.

— ¡Si hasta es dorado! — saltó una chica de segundo.

Katie sonrió y dijo:

— Te habías estado entrenando para ese momento durante años, sin saberlo.

«Bien —se dijo Harry a sí mismo—, tácticas de distracción. Adelante.»

Descendió en picado. El colacuerno lo siguió con la cabeza. Sabía lo que el dragón iba a hacer, y justo a tiempo frenó su descenso y se elevó en el aire. Llegó un chorro de fuego justo al lugar en que se habría encontrado si no hubiera dado un viraje en el último instante... pero a Harry no le preocupó: era lo mismo que esquivar una bludger.

— Pero las bludgers no queman — dijo Percy.

— Ojalá lo hicieran — saltó Fred. — ¿Os imagináis? Los partidos de quidditch serían aún más emocionantes.

— Estás como una regadera — le dijo Alicia. Sin embargo, Angelina parecía comprender la emoción de usar bludgers ardientes, porque le brillaban los ojos mientras decía:

— ¿Crees que algún día nos dejen prenderles fuego para practicar? Sería interesante…

— De eso nada — dijo McGonagall inmediatamente.

Angelina pareció decepcionada, pero no insistió.

—¡Cielo santo, vaya manera de volar! —vociferó Bagman, entre los gritos de la multitud—. ¿Ha visto eso, señor Krum?

Krum asintió, como si Bagman hubiera estado allí mismo haciéndole esa pregunta.

Harry se elevó en círculos. El colacuerno seguía siempre su recorrido, girando la cabeza sobre su largo cuello. Si continuaba así, se marearía, pero era mejor no abusar o volvería a echar fuego.

Harry se lanzó hacia abajo justo cuando el dragón abría la boca, pero esta vez tuvo menos suerte. Esquivó las llamas, pero la cola de la bestia se alzó hacia él, y al virar a la izquierda uno de los largos pinchos le raspó el hombro. La túnica quedó desgarrada.

— Ouch — Ron hizo una mueca. — Eso debió doler.

— No más que tu traición, Weasley — se oyó decir a McLaggen.

— ¿Qué diablos te pasa? — Todos los Weasley se giraron al mismo tiempo para mirar a McLaggen con diferentes grados de enfado y exasperación.

— A ti lo que te va a doler es el puñetazo que te voy a dar como no dejes de meterte donde no te llaman — dijo George.

Viendo su expresión, Harry no tenía ninguna duda de que no era un farol.

McLaggen levantó las manos en señal de inocencia.

— No he dicho ninguna mentira… ¿verdad, Potter?

Harry bufó.

— Estoy de acuerdo con George. No te metas donde no te llaman.

Dicho eso, le hizo una señal al chico de segundo para que siguiera leyendo. Ron tenía la vista fija en el suelo y se había puesto muy colorado.

— No le hagas ni caso — le susurró Harry cuando la atención de todos volvió a centrarse en el libro, pero Ron o no lo escuchó o fingió no hacerlo.

Le escocía. La multitud gritaba, pero la herida no parecía profunda. Sobrevoló la espalda del colacuerno y se le ocurrió una posibilidad...

El dragón no parecía dispuesto a moverse del sitio: tenía demasiado afán por proteger los huevos. Aunque retorcía la cabeza y plegaba y desplegaba las alas sin apartar de Harry sus terribles ojos amarillos, era evidente que temía apartarse demasiado de sus crías. Así pues, tenía que persuadirlo de que lo hiciera, o de lo contrario nunca podría apoderarse del huevo de oro. El truco estaba en hacerlo con cuidado, poco a poco.

— A mí me da un poco de pena el dragón — admitió una chica de tercero. — Solo quería proteger a sus crías. Debió ser muy estresante.

Se oyeron murmullos. Por lo poco que Harry alcanzó a entender, había dos bandos diferenciados: los que creían que la prueba había sido cruel con los dragones y los que consideraban que no había sido así.

Empezó a volar, primero por un lado, luego por el otro, no demasiado cerca para evitar que echara fuego por la boca, pero arriesgándose todo lo necesario para asegurarse de que la bestia no le quitaba los ojos de encima. La cabeza del dragón se balanceaba a un lado y a otro, mirándolo por aquellas pupilas verticales, enseñándole los colmillos...

— ¿Por qué querías que te mirara? — dijo Romilda Vane, confusa. — ¿Eso no es más peligroso que ocultarte?

— No — replicó Harry. No se molestó en dar más explicaciones, porque estaba seguro de que el libro lo iba a explicar por él.

Remontó un poco el vuelo. La cabeza del dragón se elevó con él, alargando el cuello al máximo y sin dejar de balancearse como una serpiente ante el encantador.

Harry se elevó un par de metros más, y el dragón soltó un bramido de exasperación. Harry era como una mosca para él, una mosca que ansiaba aplastar.

Se escucharon risitas provenientes de la zona de Slytherin. A Harry no le cabía la menor duda de que algún Slytherin había hecho una broma muy graciosa e ingeniosa sobre Harry siendo una mosca.

Volvió a azotar con la cola, pero Harry estaba demasiado alto para alcanzarlo. Abriendo las fauces, echó una bocanada de fuego... que él consiguió esquivar.

—¡Vamos! —lo retó Harry en tono burlón, virando sobre el dragón para provocarlo—. ¡Vamos, ven a atraparme...! Levántate, vamos...

— Estás loco — dijo Ginny, pero sonreía. — Eso fue genial.

Harry le devolvió la sonrisa. Nunca se había fijado, pero la luz de las velas del comedor se reflejaba en el cabello de Ginny y le hacía tener ciertos tonos dorados que no le quedaban nada mal…

Paró ese pensamiento en seco. Tenía que dejar de pensar cosas raras sobre Ginny, o volvería a tener sueños extraños, como el de la noche anterior. Además, no era el momento para pensar en chicas: estaba en medio del comedor, leyendo su pasado frente a todos, y las cosas se estaban poniendo cada vez más tensas.

Al menos ya no le molestaba la cicatriz: el dolor se le había ido tan rápido como había venido y solo había dejado atrás una sensación de inquietud. Se preguntó si sería buena idea contarle a Sirius lo que había notado… Solo había sido un momento de dolor, pero la intensidad le había pillado por sorpresa.

La enorme bestia se alzó al fin sobre las patas traseras y extendió las correosas alas negras, tan anchas como las de una avioneta, y Harry se lanzó en picado. Antes de que el dragón comprendiera lo que Harry estaba haciendo ni dónde se había metido, éste iba hacia el suelo a toda velocidad, hacia los huevos por fin desprotegidos. Soltó las manos de la Saeta de Fuego... y cogió el huevo de oro.

Muchos se echaron a aplaudir, como si hubiera cogido la snitch en un partido especialmente complicado.

— ¡Bien hecho! — lo felicitó Sirius.

Lupin y Tonks también le sonreían, y Harry les devolvió el gesto con ganas.

Y escapó acelerando al máximo, remontando sobre las gradas, con el pesado huevo seguro bajo su brazo ileso. De repente fue como si alguien hubiera vuelto a subir el volumen: por primera vez llegó a ser consciente del ruido de la multitud, que aplaudía y gritaba tan fuerte como la afición irlandesa en los Mundiales.

Los señores Weasley sonreían con orgullo, al igual que Sirius, y Harry notó una sensación cálida en el estómago.

—¡Miren eso! —gritó Bagman—. ¡Mírenlo! ¡Nuestro paladín más joven ha sido el más rápido en coger el huevo! ¡Bueno, esto aumenta las posibilidades de nuestro amigo Potter!

— ¡Guau! ¿Fue el más rápido? — exclamó un chico de primero.

— Encima lo hizo perfecto — replicó otro de cuarto.

Harry vio a los cuidadores de los dragones apresurándose para reducir al colacuerno; y a la profesora McGonagall, el profesor Moody y Hagrid, que iban a toda prisa a su encuentro desde la puerta del cercado, haciéndole señas para que se acercara. Aun desde la distancia distinguía claramente sus sonrisas.

— Vaya favoritismo — se quejó un Hufflepuff de segundo.

— ¿Favoritismo por sonreír al ver que Potter no había sido hecho pedazos por un dragón? — dijo la profesora McGonagall con una ceja alzada.

El chico de Hufflepuff pareció avergonzado y no se atrevió a replicar.

Voló sobre las gradas, con el ruido de la multitud retumbándole en los tímpanos, y aterrizó con suavidad, con una felicidad que no había sentido desde hacia semanas. Había pasado la primera prueba, estaba vivo...

—¿Por qué siempre estás al borde de la muerte? — dijo Susan Bones. — El que pusiera tu nombre en el cáliz debió sentirse muy frustrado en ese momento.

Harry no respondió. Se preguntó qué pensarían todos al descubrir que quien quería matarlo era la misma persona que lo estaba ayudando a ganar.

—¡Excelente, Potter! —dijo bien alto la profesora McGonagall cuando bajó de la Saeta de Fuego. Viniendo de la profesora McGonagall, aquello era un elogio desmesurado.

Varios asintieron, conscientes de lo excepcional que era recibir semejante halago de parte de la profesora McGonagall.

Le tembló la mano al señalar el hombro de Harry—. Tienes que ir a ver a la señora Pomfrey antes de que los jueces muestren la puntuación... Por ahí, ya está terminando con Diggory.

— ¿Diggory estaba herido? — preguntó un chico de primero.

— No fue nada grave — le aseguró la señora Pomfrey.

—¡Lo conseguiste, Harry! —dijo Hagrid con voz ronca—. ¡Lo conseguiste! ¡Y eso que te tocó el colacuerno, y ya sabes lo que dijo Charlie de que era el pe...!

—Gracias, Hagrid —lo cortó Harry para que Hagrid no siguiera metiendo la pata al revelarle a todo el mundo que había visto los dragones antes de lo debido.

Algunos se echaron a reír, especialmente en la zona de Gryffindor, donde el cariño que le tenían a Hagrid era superior a la exasperación que les provocaba su inhabilidad para guardar secretos.

El profesor Moody también parecía encantado. El ojo mágico no paraba de dar vueltas.

—Lo mejor, sencillo y bien, Potter —sentenció.

— Claro que estaba encantado, el muy... — murmuró Ron.

—Muy bien, Potter. Ve a la tienda de primeros auxilios, por favor —le dijo la profesora McGonagall.

Harry salió del cercado aún jadeando y vio a la entrada de la segunda tienda a la señora Pomfrey, que parecía preocupada.

—¡Dragones! —exclamó en tono de indignación, tirando de Harry hacia dentro.

La señora Pomfrey soltó un resoplido.

— Cada año pasa algo diferente — se quejó en voz alta. — Troles, basiliscos, dementores, ¡dragones! Miedo me da lo que vaya a suceder este curso.

Aunque muchos se tomaron a broma el comentario, otros parecieron preocupados.

La tienda estaba dividida en cubículos. A través de la tela, Harry distinguió la sombra de Cedric, que no parecía seriamente herido, por lo menos a juzgar por el hecho de que estaba sentado. La señora Pomfrey examinó el hombro de Harry, rezongando todo el tiempo.

—El año pasado dementores, este año dragones... ¿Qué traerán al colegio el año que viene?

— A Umbridge — murmuró Ron.

Harry se atragantó con su propia saliva al ahogar la risa.

Has tenido mucha suerte: sólo es superficial. Pero te la tendré que limpiar antes de curártela.

Limpió la herida con un poquito de líquido púrpura que echaba humo y escocía, pero luego le dio un golpecito con la varita mágica y la herida se cerró al instante.

Muchos se quedaron impresionados al oír eso.

— Yo quiero aprender medicina mágica — se escuchó decir a un chico de primero. Por su vocabulario, Harry estaba seguro de que se trataba de un hijo de muggles.

—Ahora quédate sentado y quieto durante un minuto. ¡Sentado! Luego podrás ir a ver tu puntuación. —Salió aprisa del cubículo, y la oyó entrar en el contiguo y preguntar—: ¿Qué tal te encuentras ahora, Diggory?

Harry no podía quedarse quieto: estaba aún demasiado cargado de adrenalina. Se puso de pie para asomarse a la puerta, pero antes de que llegara a ella entraron dos personas a toda prisa: Hermione e, inmediatamente detrás de ella, Ron.

— Ooh, se va a poner interesante — dijo Parvati.

Lavender se inclinó un poco hacia delante en el asiento, queriendo escuchar cada palabra con claridad. Hermione soltó un bufido al verla.

—¡Harry, has estado genial! —le dijo Hermione con voz chillona. Tenía marcas de uñas en la cara, donde se había apretado del miedo—. ¡Alucinante! ¡De verdad!

Pero Harry miraba a Ron, que estaba muy blanco y miraba a su vez a Harry como si éste fuera un fantasma.

— ¿Va a pedirle perdón? — preguntó Justin.

— Seguro que sí, ¡vamos, Ron! — lo animó Hannah.

—Harry —dijo Ron muy serio—, quienquiera que pusiera tu nombre en el cáliz de fuego, creo que quería matarte.

— ¡Al fin! — exclamó Fred, a la vez que George se inclinaba para darle a Ron al menos una decena de palmadas en la espalda. Todos los Weasley sonreían.

— Ya era hora — le dijo Ginny.

Se oyeron muchos comentarios similares a lo largo del comedor. Sin embargo, no todo el mundo se alegraba.

— Espero que Potter te mande a freír espárragos — dijo un chico de cuarto.

— Obviamente eso no pasó, ¿no ves que están sentados juntos? — replicó Susan Bones.

Fue como si las últimas semanas no hubieran existido, como si Harry viera a Ron por primera vez después de haber sido elegido campeón.

—Lo has comprendido, ¿eh? —contestó Harry fríamente—. Te ha costado trabajo.

Ron hizo una mueca al escuchar eso, especialmente porque había un sector del comedor que parecía preferir que Harry no le perdonara.

Hermione estaba entre ellos, nerviosa, paseando la mirada de uno a otro. Ron abrió la boca con aire vacilante. Harry se dio cuenta de que quería disculparse y comprendió que no necesitaba oír las excusas.

—Está bien —dijo, antes de que Ron hablara—. Olvídalo.

— No, ¡deja que hable y se disculpe! — exclamó Romilda Vane. — Lo que hizo no tiene excusa, qué menos que disculparse como es debido.

— Si Harry no necesitaba oír una disculpa, ¿qué más te da a ti? — dijo Fred.

Romilda lo miró muy mal.

—No —replicó Ron—. Yo no debería haber...

—¡Olvídalo!

Ron le sonrió nerviosamente, y Harry le devolvió la sonrisa.

— Qué bonito — dijo Katie con lágrimas en los ojos.

— Eso ha sido precioso — se oyó decir a una chica de tercero.

— Menos mal que entrasteis en razón y lo arreglasteis — dijo Dean. — La tensión en los dormitorios era insoportable.

Hermione, de pronto, se echó a llorar.

—¡No hay por qué llorar! —le dijo Harry, desconcertado.

—¡Sois tan tontos los dos! —gritó ella, dando una patada en el suelo al tiempo que le caían las lágrimas. Luego, antes de que pudieran detenerla, les dio a ambos un abrazo y se fue corriendo, esta vez gritando de alegría.

— Ay, es que sois muy monos los tres — dijo Angelina, que se había abrazado a Katie. — Teneis una amistad tan bonita...

— Como tú con Katie y Alicia — le dijo Lee Jordan. Angelina abrazó a Katie con más fuerza y asintió.

Harry estaba seguro de que a Katie comenzaba a faltarle el aire por la intensidad del abrazo, pero la chica no se quejó.

—¡Cómo se pone! —comentó Ron, negando con la cabeza—. Vamos, Harry, están a punto de darte la puntuación.

Cogiendo el huevo de oro y la Saeta de Fuego, más eufórico de lo que una hora antes hubiera creído posible, Harry salió de la tienda, con Ron a su lado, hablando sin parar.

— Estabas más contento de tener a Ron de vuelta que de haber sobrevivido a la prueba — dijo Luna.

Harry no lo negó. Ron estaba rojo como un tomate, pero sonreía. Hermione y Ginny parecían muy contentas y la señora Weasley los miraba a ambos con cariño, visiblemente aliviada de que hubieran hecho las paces.

—Has sido el mejor, ni punto de comparación. Cedric hizo una cosa bastante rara: transformó una roca en un perro labrador, para que el dragón atacara al perro y se olvidara de él. La transformación estuvo bastante bien, y al final funcionó, porque consiguió coger el huevo, pero también se llevó una buena quemadura porque el dragón cambió de opinión de repente y decidió que le interesaba más Diggory que el labrador. Escapó por los pelos.

— Aún así estuvo muy bien — dijo Ron, quizá porque notó la mirada de Amos Diggory. — Todo el mundo cometió fallos.

Y Fleur intentó un tipo de encantamiento... Creo que quería ponerlo en trance, o algo así. El caso es que funcionó, se quedó como dormido, pero de repente roncó y echó un buen chorro de fuego. Se le prendió la falda. La apagó echando agua por la varita.

Algunos rieron al recordarlo, si bien trataron de que Fleur no se diera cuenta.

Y en cuanto a Krum... no lo vas a creer, pero no se le ocurrió la posibilidad de volar. Sin embargo, creo que después de ti es el que mejor lo ha hecho. Utilizó algún tipo de embrujo que le lanzó a los ojos. El problema fue que el dragón empezó a tambalearse y aplastó la mitad de los huevos de verdad. Le han quitado puntos por eso, porque se suponía que no tenía que causar ningún daño.

— Qué pena — se lamentó Hagrid.

Los que antes se habían quejado de la crueldad de la prueba volvieron a expresar su opinión. Esta vez, más gente se unió a ellos.

Ron tomó aire al llegar con Harry hasta el cercado. Retirado el colacuerno, Harry fue capaz de ver dónde estaban sentados los jueces: justo al otro extremo, en elevados asientos forrados de color oro.

—Cada uno da una puntuación sobre diez—le explicó Ron.

Entornando los ojos, Harry vio a Madame Máxime, la primera del tribunal, levantar la varita, de la que salió lo que parecía una larga cinta de plata que se retorcía formando un ocho.

— Nada mal — dijo Tonks. Lupin asintió.

—¡No está mal! —dijo Ron mientras la multitud aplaudía—. Supongo que te ha bajado algo por lo del hombro...

— En ese caso, supongo que a Fleur tampoco le puso un diez — dijo un chico de primero.

— Clago que no — respondió ella, aunque Harry estaba seguro de que Madame Maxime le había puesto una nota alta.

A continuación le tocó al señor Crouch, que proyectó en el aire un nueve.

—¡Qué bien! —gritó Ron, dándole a Harry un golpecito en la espalda.

Luego le tocaba a Dumbledore. También él proyectó un nueve, y la multitud vitoreó más fuerte que antes.

— Creo que fue un sobresaliente merecido— sonrió Dumbledore.

Ludo Bagman: un diez.

—¿Un diez? —preguntó Harry extrañado—. ¿Y la herida? ¿Por qué me pone un diez?

—¡No te quejes, Harry! —exclamó Ron emocionado.

— Primero te ofreció ayuda y luego te puso un diez — dijo Zacharias Smith. — Bagman tenía muchas ganas de que ganases.

Y entonces Karkarov levantó la varita. Se detuvo un momento, y luego proyectó en el aire otro número: un cuatro.

—¿Qué? —chilló Ron furioso—. ¿Un cuatro? ¡Cerdo partidista y piojoso, a Krum le diste un diez!

Krum agachó la cabeza, visiblemente molesto.

— ¡Es obvio que lo hizo para favorecer a Krum! — exclamó Colin.

— Tramposo — gruñó Hagrid.

— Es irónico que usted diga eso — dijo Umbridge.

Hagrid se puso muy rojo y no respondió.

Pero a Harry no le importaba. No le hubiera importado aunque Karkarov le hubiera dado un cero. Para él, la indignación de Ron a su favor valía más que un centenar de puntos.

Hubo un "Oooh" colectivo y muchas risitas.

— Sois adorables, no puedo más — Katie y Angelina seguían abrazadas y ambas parecían estar muriéndose de amor.

Hermione sonreía con ganas y le brillaban los ojos.

Pero a Harry no le importaba lo más mínimo lo que pensara el resto del comedor. En ese momento, lo único que quería era desaparecer de allí y no volver a mirar a Ron a la cara nunca más.

Ron parecía estar en el mismo estado. Sin embargo, de pronto tomó aire y, en una imitación del gesto que George había tenido con él tan solo unos minutos atrás, le dio a Harry varias palmaditas en la espalda.

Los murmullos aumentaron tras ese gesto, pero Harry lo ignoró todo. Le ardía la cara.

No se lo dijo a Ron, claro, pero al volverse para abandonar el cercado no cabía en sí de felicidad. Y no solamente a causa de Ron: los de Gryffindor no eran los únicos que vitoreaban entre la multitud. A la hora de la verdad, cuando vieron a lo que se enfrentaba, la mayoría del colegio había estado de su parte, tanto como de la de Cedric. En cuanto a los de Slytherin, le daba igual: ya se sentía con fuerza para enfrentarse a ellos.

— Hombre, es que nunca te deseamos la muerte — dijo un chico de Hufflepuff. — Nos molestaba que estuvieras en el torneo, pero no le desearíamos a nadie que tuviera que enfrentarse a un dragón enfadado contra su voluntad.

—¡Estáis empatados en el primer puesto, Harry! ¡Krum y tú! —le dijo Charlie Weasley, precipitándose a su encuentro cuando volvían para el colegio—. Me voy corriendo. Tengo que llegar para enviarle una lechuza a mamá; le prometí que le contaría lo que había sucedido. ¡Pero es que ha sido increíble! Ah, sí... me ordenaron que te dijera que tienes que esperar unos minutos. Bagman os quiere decir algo en la tienda de los campeones.

Algunos rieron al escuchar la emoción de Charlie.

Ron dijo que lo esperaría, de forma que Harry volvió a entrar en la tienda, que esta vez le pareció completamente distinta: acogedora y agradable. Recordó cómo se había sentido esquivando al colacuerno y lo comparó a la larga espera antes de salir...

No había comparación posible: la espera había sido infinitamente peor.

Tanto Fleur como Krum asintieron al escuchar eso.

— Fue un alivio volveg a la tienda después — admitió Fleur. — Se sintió tan difeguente...

Fleur, Cedric y Krum entraron juntos.

Cedric tenía un lado de la cara cubierto de una pasta espesa de color naranja, que presumiblemente le estaba curando la quemadura. Al verlo, sonrió y le dijo:

—¡Lo has hecho muy bien, Harry!

—Y tú —dijo Harry, devolviéndole la sonrisa.

— Con compañerismo, como debe ser — dijo el profesor Flitwick, orgulloso.

A Dumbledore le brillaban los ojos.

—¡Muy bien todos! —dijo Ludo Bagman, entrando en la tienda con su andar saltarín y tan encantado como si él mismo hubiera burlado a un dragón—. Ahora, sólo unas palabras. Tenéis un buen período de descanso antes de la segunda prueba, que tendrá lugar a las nueve y media de la mañana del veinticuatro de febrero. ¡Pero mientras tanto os vamos a dar algo en que pensar! Si os fijáis en los huevos que estáis sujetando, veréis que se pueden abrir... ¿Veis las bisagras? Tenéis que resolver el enigma que contiene el huevo porque os indicará en qué consiste la segunda prueba, y de esa forma podréis prepararos para ella. ¿Está claro?, ¿seguro? ¡Bien, entonces podéis iros!

— ¿Les dieron un huevo como pista? — dijo una chica de segundo, sorprendida.

— No era un huevo de gallina. Tenía bisagras — le recalcó una amiga suya.

Harry salió de la tienda, se juntó con Ron y se encaminaron al castillo por el borde del bosque, hablando sin parar. Harry quería que le contara con más detalle qué era lo que habían hecho los otros campeones. Luego, al rodear el grupo de árboles detrás del cual Harry había oído por primera vez rugir a los dragones, una bruja apareció de pronto a su espalda.

Era Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica de color verde amarillento, del mismo tono que la pluma a vuelapluma que tenía en la mano.

Muchos parecieron frustrados al escuchar la aparición de Rita Skeeter. Definitivamente, no se había ganado el cariño de los estudiantes.

—¡Enhorabuena, Harry! —lo felicitó—. Me pregunto si podrías concederme unas palabras. ¿Cómo te sentiste al enfrentarte al dragón? ¿Te ha parecido correcta la puntuación que te han dado?

—No, sólo puedo concederle una palabra —replicó Harry de malas maneras—: ¡adiós!

— ¡Bien! — exclamó Fred.

— ¡Así se habla! — saltó Sirius. A su lado, Lupin soltó una carcajada y Tonks reía mientras aplaudía.

Como ellos, muchos celebraron la respuesta de Harry, que no pudo evitar sonreír al verlo.

Y continuó el camino hacia el castillo, al lado de Ron.

— Así termina — dijo el chico de segundo con una sonrisa.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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