jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 26

 La segunda prueba:


— Precisamente a ti nunca habría pensado que te importarían las cicatrices — dijo Lavender, y sus ojos se fueron directamente a la frente de Harry.

Harry se aplastó el flequillo y evitó su mirada.

— Así termina — dijo el chico de Ravenclaw, y marcó la página.

El chico bajó de la tarima con aire aliviado. Al mismo tiempo, Dumbledore se levantó de su asiento y cruzó con paso elegante los pocos metros que lo separaban del atril. Tomó el libro entre sus manos y observó durante unos instantes la página que debían leer a continuación.

— Creo que el siguiente capítulo va a ser interesante — comentó en voz alta, provocando un murmullo de interés entre el alumnado. — Se titula: La segunda prueba.

La emoción aumentó de forma considerable. Parecía que habían soltado a un enjambre de abejas en el comedor, porque el volumen de los murmullos era mucho mayor y Harry era incapaz de distinguir nada de lo que la gente decía.

— ¿Algún voluntario? — pidió Dumbledore.

Esta vez, se giró directamente hacia la mesa de profesores, donde solo una mano se alzó en el aire. Con una educada reverencia, Dumbledore le indicó a la profesora Vector, de aritmancia, que había sido escogida para leer.

La profesora se puso en pie, tomó el libro que el director le ofrecía y se aclaró la garganta sonoramente, gesto que provocó que gran parte del comedor regresara al silencio.

— La segunda prueba — repitió, y comenzó a leer sin más demora.

¡Dijiste que ya habías descifrado el enigma! —exclamó Hermione indignada.

¡Baja la voz! Sólo me falta... afinar un poco, ¿de acuerdo?

— Uf, ya era hora de que confesaras que no tenías ni idea del enigma — dijo Lavender. — Lo que me sorprende es que Hermione no se diera cuenta antes de que estabas mintiendo.

Hermione frunció el ceño al escuchar eso.

Ocupaban un pupitre justo al final del aula de Encantamientos. Aquel día tenían que practicar lo contrario del encantamiento convocador: el encantamiento repulsor. Debido a la posibilidad de que ocurrieran desagradables percances cuando los objetos cruzaban el aula por los aires, el profesor Flitwick había entregado a cada estudiante una pila de cojines con los que practicar, suponiendo que éstos no le harían daño a nadie aunque erraran su diana. No era una idea desacertada, pero no acababa de funcionar. La puntería de Neville, sin ir más lejos, era tan mala que no paraba de lanzar por el aula cosas mucho más pesadas: como, por ejemplo, al propio profesor Flitwick.

Se oyeron muchas risas y Neville se ruborizó intensamente. Harry lo vio hacerle un gesto de disculpa al profesor Flitwick, que sonrió y negó la cabeza como diciendo "No pasa nada".

Olvidaos por un minuto del huevo ese, ¿queréis? —susurró Harry, mientras el profesor Flitwick, con aspecto resignado, pasaba volando por su lado e iba a aterrizar sobre un armario grande—. Lo que quiero es hablaros de Snape y Moody...

Las risas aumentaron al escuchar la situación de Flitwick.

— A los profesores deberían pagarles el doble — dijo el señor Weasley con una gran sonrisa.

— Creo que ni aun así estaría bien pagado ese trabajo — dijo Sirius. — La paciencia que deben tener es de otro mundo…

Varios profesores asintieron, totalmente de acuerdo. Harry vio a la profesora Sprout suspirar.

Aquella clase era el marco ideal para contar secretos, porque la gente se divertía demasiado para prestar atención a las conversaciones de otros. Durante la última media hora, en episodios susurrados, Harry les había relatado su aventura de la noche anterior.

Flitwick pareció muy contento al escuchar que la gente se divertía en su clase.

¿Snape dijo que Moody también había registrado su despacho? —preguntó Ron con los ojos encendidos de interés, mientras repelía un cojín con un movimiento de la varita (el almohadón se elevó en el aire y golpeó contra el sombrero de Parvati, el cual fue a parar al suelo—. Esto... ¿crees que Moody ha venido a vigilar a Snape además de a Karkarov?

Parvati miró mal a Ron.

— Podías haberte disculpado — gruñó.

Ron la miró raro y no se disculpó.

Bueno, no sé si eso es lo que Dumbledore le pidió hacer, pero desde luego es lo que está haciendo —dijo Harry, moviendo la varita sin prestar mucha atención, de forma que el cojín se precipitó del pupitre al suelo—. Moody dijo que si Dumbledore permitía a Snape quedarse aquí era por darle una segunda oportunidad...

— Es muy raro — dijo Lee en voz alta. Miró a Dumbledore y a Snape, y después a Moody. — ¿Soy al único al que se le hace raro leer sobre los posibles planes secretos de los profesores sabiendo que están todos aquí?

Una chica de tercero negó con la cabeza y, señalando a Moody con el dedo, dijo:

— El que espía — señaló entonces a Dumbledore —, el que mandó al espía — y finalmente señaló a Snape —, y el espiado. ¡Es rarísimo que estén los tres aquí y no se digan nada!

Snape rodó los ojos. Dumbledore mantuvo el semblante tan neutro como pudo, y Moody parecía aburrido.

Como ninguno de los tres dijo nada, la profesora Vector siguió leyendo.

¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido, mientras su segundo almohadón salía por el aire rotando, rebotaba en la lámpara del techo y caía pesadamente sobre la mesa de Flitwick—. Harry... ¡a lo mejor Moody cree que fue Snape el que puso tu nombre en el cáliz de fuego!

Vamos, Ron —dijo Hermione, escéptica—, ya creímos en cierta ocasión que Snape intentaba matar a Harry, y resultó que le estaba salvando la vida, ¿recuerdas?

— Creo que todos harían bien de recordar eso — gruñó Snape, quizá porque notó las miradas de sospecha que cayeron sobre él.

Esta vez, fue Harry quien tuvo que contener las ganas de rodar los ojos. Puede que Snape hubiera estado ayudándolo aquella vez, en primero, pero eso no significaba que tuviera que confiar en él.

Mientras hablaba, repelió un cojín, que se fue volando por el aula y aterrizó en la caja a la que se suponía que estaban apuntando todos. Harry miró a Hermione, pensando... Era verdad que Snape le había salvado la vida en una ocasión, pero lo raro era que no había duda alguna de que lo odiaba, lo odiaba tal como había odiado a su padre cuando estudiaban juntos. Le encantaba quitarle puntos a Gryffindor por su causa, y nunca había dejado escapar la ocasión de castigarlo, e incluso de sugerir que lo expulsaran del colegio.

Snape no lo negó y Dumbledore suspiró. Por su parte, Harry evitó la mirada de Snape.

Era perfectamente consciente de que Snape lo odiaba y siempre lo había sido, pero una pequeña parte de él no podía evitar sentir un deje de tristeza al pensarlo. No se le había olvidado que Snape tenía recuerdos con su madre… y que había compartido parte de ellos unos días atrás, en las mazmorras. Todo lo que le había dicho sobre Lily Potter, que no había sido mucho, había resultado ser cierto, como había podido confirmar al hablar con Sirius y con el profesor Lupin.

Harry sabía que era una tontería tener esperanzas de que Snape le contara más cosas sobre su madre, pero algo en su interior se aferraba a esa idea. Quizá era el hecho de que tía Petunia había pasado toda su vida ignorando la existencia de su hermana e impidiendo que Harry pudiera ver ni una sola foto de ella. O quizá era el hecho de que, una vez que había entrado en el mundo mágico y había podido hablar con gente que conocía a sus padres, la gran mayoría de comentarios eran sobre James Potter, casi nunca sobre Lily. Sirius y el profesor Lupin le podían hablar de ella, desde luego, pero generalmente parecían preferir hablar de James.

La única persona que le había hablado sobre Lily sin meter a James por en medio había sido Snape. Sí, Snape hablaba constantemente sobre James Potter, sobre lo mucho que lo odiaba y lo arrogante que era, pero los datos que le había dado a Harry sobre Lily eran tan… individuales. Le había dicho que a Lily le gustaban las pociones curativas. Que era muy buena en clase, que siempre era de las primeras en conseguir acertar las respuestas. Que era querida por todos.

¡Había sido un momento tan raro! Durante un segundo, se planteó si lo habría soñado. Y, durante un segundo más, se planteó si podría conseguir que Snape volviera a hablarle de ella.

Probablemente no, pensó con amargura.

Me da igual lo que diga Moody —siguió Hermione—. Dumbledore no es tonto. No se equivocó al confiar en Hagrid y en el profesor Lupin, aunque hay muchos que no les habrían dado trabajo; así que, ¿por qué no va a tener razón también con Snape, aunque sea un poco...

... diabólico? —se apresuró a decir Ron—.

Snape fulminó a Ron con la mirada, al tiempo que muchos alumnos trataban de ocultar sus risitas.

Vamos, Hermione, a ver, ¿por qué le registran el despacho todos esos buscadores de magos tenebrosos?

¿Y por qué se hace el enfermo el señor Crouch? —preguntó a su vez Hermione —. Es un poco raro que no pueda venir al baile de Navidad pero que, cuando le apetece, se meta en el castillo en medio de la noche.

— Eso es lo que me parece más raro a mí — admitió Katie. — No tiene ningún sentido que Crouch estuviera allí aquella noche.

Angelina y Alicia parecían tan confusas y pensativas como ella.

Lo que pasa es que le tienes manía a Crouch por lo de esa elfina, Winky —dijo Ron lanzando un cojín contra la ventana.

Y tú sólo quieres creer que Snape trama algo —contestó Hermione metiendo el suyo en la caja.

— Es una metáfora muy interesante — declaró Luna en voz alta.

Cuando varias personas la miraron sin entender (incluido Harry), añadió:

— Cada vez que dicen algo, lanzan un cojín a la caja — explicó. — Cuando lo que dicen tiene sentido, el cojín entra en la caja. Cuando están equivocados, cae fuera.

— Solo Hermione conseguía que el cojín entrara en la caja — replicó Ron.

— Porque solo ella acertaba — respondió Luna sin piedad.

Aunque Hermione parecía sentirse halagada, no tenía pinta de que considerara que los cojines constituían una especie de señal del universo de que ella había tenido razón y los demás no. Y, al igual que ella, ningún otro alumno pareció tomarse en serio las palabras de Luna.

Yo me conformaría con saber qué hizo Snape en su primera oportunidad, si es que va ya por la segunda —dijo Harry en tono grave. Para su sorpresa, el cojín cruzó el aula sin desviarse y aterrizó de forma impecable sobre el de Hermione.

— ¿Ves? Los cojines solo son cojines — dijo Seamus.

Luna se encogió de hombros.

— Si eso crees…

Pero Harry se quedó pensativo. ¿Y si Luna tenía razón? ¿Cuándo habían conseguido que los cojines entraran en las cajas? Tras decir que Snape había intentado salvarle la vida (cosa que era cierta), cuando Hermione había acusado a Ron de desear echarle la culpa a Snape a toda costa (cosa que también era cierta) y… cuando el propio Harry se había preguntado qué sucedió para que Dumbledore tuviera que darle a Snape una segunda oportunidad.

Si Luna tenía razón, quizá el universo le estaba diciendo que ese era un pensamiento importante y que debería reflexionar más sobre el tema. O quizá simplemente era una de esas cosas raras que solía decir Luna Lovegood.

Para cumplir el encargo de Sirius de ser informado sobre cualquier cosa rara que ocurriera en Hogwarts, Harry le envió aquella noche una lechuza parda con una carta en la que le explicaba todo lo referente a la incursión del señor Crouch en el despacho de Snape y la conversación entre éste y Moody.

Sirius asintió, contento de que Harry le hubiera mandado noticias.

Luego dedicó toda la atención al problema más apremiante que tenía a la vista: cómo sobrevivir bajo el agua durante una hora el día 24 de febrero.

— Un traje de buzo habría servido — dijo Dennis Creevey.

— Lo difícil habría sido traer uno a Hogwarts — añadió Colin.

A Ron le parecía bien la idea de volver a utilizar el encantamiento convocador: Harry le había hablado de las escafandras, y Ron no veía ningún inconveniente a la idea de que Harry llamara una desde la ciudad muggle más próxima.

Dennis y Colin le sonrieron a Ron.

Hermione le echó el plan por los suelos al señalarle que, en el improbable caso de que Harry lograra desenvolverse con ella en el plazo de una hora, lo descalificarían con toda seguridad por quebrantar el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos: era demasiado pedir que ningún muggle viera la escafandra cruzando el aire en veloz vuelo hacia Hogwarts.

— ¿Y si le pones un encantamiento invisible? — sugirió una niña de primero.

— Idiota, ¿cómo va a ponerle un encantamiento a la escafandra estando a kilómetros de ella? — replicó una amiga suya.

La primera niña se cruzó de brazos y miró mal a la segunda.

Por supuesto, la solución ideal sería que te transformaras en un submarino o algo así —comentó ella—. ¡Si hubiéramos dado ya la transformación humana! Pero no creo que empecemos a verla hasta sexto, y si uno no sabe muy bien cómo es la cosa, el resultado puede ser un desastre...

— ¿Eso no fue lo que hizo Krum? — dijo Ernie.

Krum asintió.

— Algo así. Aunque escogí una criaturra marrina, no un submarrino.

Sí, ya. No me hace mucha gracia andar por ahí con un periscopio que me salga de la cabeza. A lo mejor, si atacara a alguien delante de Moody, él podría convertirme en uno...

Muchos rieron al escuchar eso.

Sin embargo, no creo que te diera a escoger en qué convertirte —respondió Hermione con seriedad—. No, creo que lo mejor será utilizar algún tipo de encantamiento.

De forma que Harry, diciéndose que pronto habría acumulado bastantes sesiones de biblioteca para el resto de su vida, se volvió a enfrascar en polvorientos volúmenes, buscando algún embrujo que capacitara a un ser humano para sobrevivir sin oxígeno.

— La verdad es que no se puede decir que superaras las pruebas tú solo — dijo Zabini. — Weasley y Granger te hacen la mitad del trabajo.

— Nunca he dicho que lo consiguiera solo — se defendió Harry.

Pero, a pesar de que él, Ron y Hermione investigaron durante los mediodías, las noches y los fines de semana, y aunque Harry solicitó a la profesora McGonagall un permiso para usar la Sección Prohibida, y hasta le pidió ayuda a la irritable señora Pince, que tenía aspecto de buitre, no encontraron nada en absoluto que capacitara a Harry para sumergirse una hora en el agua y vivir para contarlo.

— Pues cualquiera diría que habría decenas de hechizos para algo tan básico — bufó una chica de segundo.

— Hay hechizos muy sencillos que permiten estar bajo el agua durante un tiempo prolongado — dijo la profesora McGonagall. — De nuevo, esta es una situación en la que la respuesta más simple es más que suficiente.

Acordándose de los hechizos casco-burbuja de Cedric y Fleur, Harry no pudo evitar sentirse un poco tonto. Había sido mucho más simple de lo que parecía.

Harry estaba empezando a sentir accesos de pánico, que ya le resultaban conocidos, y volvió a tener dificultad para concentrarse en las clases. El lago, que para Harry había sido siempre un elemento más de los terrenos del colegio, actuaba como un imán cada vez que en un aula se sentaba próximo a alguna ventana, y le atrapaba la mirada con su gran extensión de agua casi congelada de color gris hierro, cuyas profundidades oscuras y heladas empezaban a parecerle tan distantes como la luna.

— Qué pena — se lamentó Demelza Robins.

Exactamente igual que había ocurrido antes de enfrentarse al colacuerno, el tiempo se puso a correr como si alguien hubiera embrujado los relojes para que fueran más aprisa. Faltaba una semana para el 24 de febrero (aún quedaba tiempo); cinco días (tenía que ir encontrando algo sin demora); tres días (¡por favor, que pueda encontrar algo!, ¡por favor!).

— Qué patético — dijo Pansy con una mueca. — A tres días de la prueba y todavía sin tener nada preparado.

Harry la ignoró.

Cuando quedaban dos días, Harry volvió a perder el apetito. Lo único bueno del desayuno del lunes fue el regreso de la lechuza parda que le había enviado a Sirius. Le arrancó el pergamino, lo desenrolló y vio la carta más corta que Sirius le había escrito nunca:

Envíame la lechuza de vuelta indicando la fecha de vuestro próximo permiso para ir a Hogsmeade.

Harry giró la hoja para ver si ponía algo más, pero estaba en blanco.

— Oh, no — gruñó McGonagall. Tenía la vista fija en Sirius, que puso cara de inocente.

Este fin de semana no, el siguiente —susurró Hermione, que había leído la nota por encima del hombro de Harry—. Toma, ten mi pluma y envíale otra vez la lechuza.

Harry anotó la fecha en el reverso de la carta de Sirius, la ató de nuevo a la pata de la lechuza parda y la vio remontar el vuelo. ¿Qué esperaba? ¿Algún consejo sobre cómo sobrevivir bajo el agua? Había estado tan obcecado con contarle a Sirius todo lo relativo a Snape y Moody que se había olvidado por completo de mencionar el enigma del huevo.

— Quizá tenías que haberte centrado menos en los problemas de los profesores y más en descubrir cómo sobrevivir a la prueba — dijo una chica de séptimo.

— Y quizá tú deberías dejar de ser tan pedante — replicó un chico que estaba sentado apenas dos asientos a su izquierda.

La chica jadeó.

— Pues quizá tú deberías cerrar la boca y dejar de meterte donde no te llaman — gruñó.

— Esos dos tienen algo, seguro — susurró Ron, que parecía divertido.

A Harry le sorprendió mucho la reacción de Ron. Normalmente, si veían a una pareja acaramelada en los pasillos o escuchaban alguna conversación por el estilo, Ron huía del lugar o se ponía de mal humor. Nunca le habían agradado los temas amorosos. ¿Tanto había cambiado su perspectiva en un día? ¡Apenas llevaba veinticuatro horas saliendo con Hermione!

Harry no quería pensar mucho en ello, porque la traición de Ron de esa mañana aún le dolía. Bueno, quizá llamarlo traición era un poco dramático… ¿pero tanto le habría costado esperarle para bajar a desayunar juntos, como siempre?

Aunque, a decir verdad, ahora que estaban en el comedor no había prácticamente ninguna diferencia con los días anteriores: el comportamiento entre Ron y Hermione era casi el mismo. Después de todo, como le habían dicho la tarde anterior, entre susurros en la sala común, pretendían mantener su recién estrenada relación en secreto durante tanto tiempo como pudieran. Más que nada, Ron quería evitar las burlas de sus hermanos, y Hermione quería evitar ser el centro de atención y del cotilleo que seguro que les perseguiría.

Por ello, hoy se habían sentado exactamente como el día anterior: uno a cada lado de Harry, sin cogerse de la mano ni ninguna de esas cosas de pareja en las que Harry no quería pensar mucho. Si era sincero consigo mismo, no creía que sus amigos pudieran mantener el secreto mucho tiempo. La señora Weasley los había estado mirando detenidamente durante el desayuno y Harry se habría apostado algo a que había adivinado lo que sucedía. Los demás parecían más fáciles de engañar, pero a ella no se le escapaba una.

¿Para qué querrá saber lo del próximo permiso para ir a Hogsmeade? — preguntó Ron.

No lo sé —dijo Harry desanimado. Se había esfumado la momentánea felicidad que lo había embargado al ver la lechuza—. Vamos, nos toca Cuidado de Criaturas Mágicas.

Ya fuera porque Hagrid intentara compensarlos por los escregutos de cola explosiva, o porque sólo quedaran ya dos, o porque intentara demostrar que era capaz de hacer lo mismo que la profesora Grubbly-Plank, el caso es que desde su vuelta había proseguido las clases de ésta sobre los unicornios. Resultó que Hagrid sabía de unicornios tanto como de monstruos, aunque era evidente que encontraba decepcionante la carencia de colmillos venenosos.

Eso les sacó risas a algunos.

— Claro que sé sobre unicornios — dijo Hagrid, indignado. — Son criaturas maravillosas, pero aburridas. Como todas las que vienen en el currículum de la asignatura.

— Pero el currículum existe por algo — replicó Umbridge. — El ministerio trabaja muy duro para asegurar que los contenidos son los adecuados para…

— Para morirse del aburrimiento — terminó Hagrid por ella.

Harry se sorprendió tanto como todos los demás. No se esperaba que Hagrid le hablara de esa manera a Umbridge, pero le gustó mucho verlo. A Umbridge no le gustó nada.

Aquel día había logrado capturar dos potrillos de unicornio, que, a diferencia de los unicornios adultos, eran de color dorado. Parvati y Lavender se quedaron extasiadas al verlos, e incluso Pansy Parkinson tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular lo mucho que le gustaban.

— De eso nada — bufó Pansy, aunque sus mejillas se habían tornado algo rosadas.

Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase—. Cuando tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados... admiten incluso a los chicos. Vamos, acercaos un poco. Si queréis podéis acariciarlos... Dadles unos terrones de azúcar de ésos.

— ¿Los unicornios comen azúcar? — preguntó una niña de primero. Le brillaban los ojos de la ternura.

Hagrid asintió.

— Les gusta todo lo que tiene azúcar. No veas lo que les encantan las plumas de azúcar de Honeydukes.

¿Estás bien, Harry? —murmuró Hagrid, haciéndose a un lado, mientras la mayoría se arracimaba en torno a los potros.

Sí.

Pero un poco nervioso, ¿verdad?

Un poco.

— Más que un poco, diría yo — dijo Ernie.

Harry —dijo Hagrid apoyándole en el hombro su enorme mano, lo que hizo que las rodillas de Harry se doblaran bajo el peso—, me preocuparía por ti si no te hubiera visto enfrentarte a ese colacuerno. Pero ahora sé que eres capaz de cualquier cosa, así que no estoy nada preocupado. Lo harás muy bien. Ya has descifrado el enigma, ¿no?

Hagrid hizo una mueca al escuchar eso.

Harry afirmó con la cabeza, pero al hacerlo lo acometió un loco impulso de confesar que no tenía ni idea de cómo aguantar una hora bajo el agua.

— Podías haberme dicho la verdad — le dijo Hagrid, que parecía algo apenado. — No te habría juzgado.

— Lo sé — respondió Harry, aunque no se arrepentía de no habérselo contado. Solo habría servido para preocuparle.

Alzó la vista para mirar a Hagrid. Tal vez fuera de vez en cuando al lago para atender a las criaturas que vivían en él. Porque cuidaba de todos los animales de los terrenos del colegio...

— En eso tienes razón, aunque no habría podido ayudarte mucho con la prueba — dijo Hagrid.

Vas a ganar —masculló Hagrid, volviendo a darle palmadas en el hombro, de forma que Harry sintió que se hundía cinco centímetros en el suelo embarrado—. Lo sé. Lo presiento. ¡Vas a ganar, Harry!

Esta vez, Harry y Hagrid no fueron los únicos que hicieron una mueca. Y es que Hagrid había tenido razón, ¿pero a qué precio?

No tuvo valor para borrar de la cara de Hagrid la feliz sonrisa de confianza. Fingiendo que se interesaba por los pequeños unicornios, hizo un esfuerzo para sonreír a su vez y se adelantó para acariciarles el cuello, como hacían todos.

Eso entristeció a Hagrid. Harry no supo qué decir para animarlo.

La noche precedente a la segunda prueba, Harry se sintió como atrapado en una pesadilla. Se daba perfecta cuenta de que, aunque por algún milagro lograra hallar el encantamiento adecuado, le sería muy difícil aprendérselo durante la noche. ¿Cómo había podido dejar que pasara aquello? ¿Por qué no habría empezado antes a plantearse el enigma del huevo? ¿Por qué se había permitido distraerse en las clases? ¿Y si algún profesor hubiera mencionado en alguna ocasión cómo respirar en el agua?

— Me alegra que te replantearas tu nivel de atención en las clases — dijo McGonagall. — Aunque dudo que alguno de los profesores hablara sobre ese tema en clase.

— Pues deberían hablar sobre ello —dijo Angelina en voz alta. — Sería muy útil aprender cosas como aguantar la respiración bajo el agua o poder volar sin escoba, por si te caes en pleno vuelo.

— Siempre puedes aparecerte o utilizar un hechizo para frenar la caída — replicó Terry Boot.

— O un paracaídas — sugirió un niño de primero. — Aunque creo que sería incómodo jugar al quidditch con un paracaídas en la espalda.

Solo los hijos de muggles entendieron de qué hablaba.

Él, Ron y Hermione estaban en la biblioteca a la puesta del sol, pasando febrilmente página tras página de encantamientos, ocultos unos de otros por enormes pilas de libros amontonados en la mesa. El corazón le daba un vuelco a Harry cada vez que encontraba en una página la palabra «agua», pero casi siempre era algo así como: «Prepare un litro de agua, doscientos gramos de hojas de mandrágora cortadas en juliana y una salamandra...»

— ¿De qué era esa receta? — preguntó Neville.

— Ni idea — respondió Harry.

Creo que es imposible —declaró la voz de Ron desde el otro lado de la mesa —. No hay nada. Nada. Lo que más se aproxima a lo que necesitamos es este encantamiento desecador para drenar charcos y estanques, pero no es ni mucho menos lo bastante potente para desecar el lago.

— Habría sido increíble que secaras el lago y simplemente caminaras hacia los rehenes — dijo Sirius alegremente. — Aunque creo que las criaturas marinas te habrían crucificado.

Tiene que haber alguna manera —murmuró Hermione, acercándose una vela. Tenía los ojos tan fatigados que escudriñaba la diminuta letra de Encantamientos y embrujos antiguos caldos en el olvido con la nariz a tres dedos de distancia de la página—. Nunca habrían puesto una prueba que no se pudiera realizar.

— Efectivamente — asintió Dumbledore.

Ahora lo han hecho —replicó Ron—. Harry, lo que tienes que hacer mañana es bajar al lago, meter la cabeza dentro, gritarles a las sirenas que te devuelvan lo que sea que te hayan mangado y ver si te hacen caso. Es tu opción más segura.

El comedor se llenó de carcajadas.

— Habría sido genial que lo hubieras hecho — dijo Dean. — Y aún más genial si hubiera funcionado.

— ¿No decía McGonagall que a veces las cosas más simples son las que sirven? Pues más simple que eso… — reía Seamus.

McGonagall rodó los ojos, aunque a Harry le dio la sensación de que le había hecho gracia.

¡Hay una manera de hacerlo! —insistió Hermione enfadada—. ¡Tiene que haberla!

Parecía tomarse como una afrenta personal la falta de información útil que había sobre el tema en la biblioteca. Nunca le había fallado.

— Siempre hay una primera vez — dijo Fred, fingiendo compadecerse de ella. Hasta le dio una palmadita en el hombro en señal de apoyo. Hermione gruñó.

Ya sé lo que tendría que haber hecho —dijo Harry, dejando descansar la cabeza en el libro Trucos ingeniosos para casos peliagudos—. Tendría que haber aprendido a hacerme animago como Sirius.

¡Claro, así podrías convertirte en carpa cuando quisieras! —corroboró Ron.

O en una rana —añadió Harry con un bostezo. Estaba exhausto.

— Imagina pasar años trabajando en el proceso de conversión en animago para después descubrir que eres una rana — dijo Hannah Abbott. — Yo lloraría.

— A mí me daría igual convertirme en rana — respondió Susan Bones. — Pero imagina que te toca ser una cucaracha o algo así. No lo aguantaría.

Se oyeron murmullos y, de pronto, medio comedor comentaba con sus amigos en qué animal preferirían convertirse. McGonagall tuvo que llamar a la calma para que la profesora Vector pudiera continuar leyendo.

Lleva unos cuantos años convertirse en animago, y después hay que registrarse y todo eso —dijo Hermione vagamente, echándole un vistazo al índice de Problemas mágicos extraordinarios y sus soluciones—. La profesora McGonagall nos lo dijo, ¿recordáis? Hay que registrarse en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, y decir en qué animal se convierte uno y con qué marcas, de qué color... para que no se pueda hacer mal uso de ello.

Estaba hablando en broma, Hermione —le aclaró Harry cansinamente—. Ya sé que no me puedo convertir en rana mañana por la mañana.

— Nunca te rindas, si es tu sueño — le dijo Ron con una sonrisita. — Quizá algún día puedas ser una rana de verdad.

Harry le dio un puñetazo en el brazo.

¡Ah, esto no sirve de nada! —se quejó Hermione cerrando de un golpe los Problemas mágicos extraordinarios—. Pero ¡quién demonios va a querer hacerse tirabuzones en los pelos de la nariz!

Se oyeron bufidos y Parvati puso cara de asco.

A mí no me importaría —dijo la voz de Fred Weasley—. Daría que hablar, ¿no?

Harry, Ron y Hermione levantaron la vista. Fred y George acababan de salir de detrás de unas estanterías.

— ¿Qué tramabais? — preguntó Alicia con curiosidad.

— Esa vez, nada — respondió George con sinceridad.

¿Qué hacéis aquí? —les preguntó Ron.

Buscaros —repuso George—. McGonagall quiere que vayas, Ron. Y tú también, Hermione.

¿Por qué? —dijo Hermione, sorprendida.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. A juzgar por las caras de comprensión de algunos, más de una persona había entendido por que McGonagall requería la presencia de Ron y Hermione.

Ni idea... pero estaba muy seria —contestó Fred.

Tenemos que llevaros a su despacho —explicó George.

— ¿Se han metido en un lío? — preguntó una niña de primero.

— Es imposible, estaban todo el rato con Potter — respondió otro, aunque parecía algo dubitativo.

Ron y Hermione miraron a Harry, que sintió un vuelco en el estómago. ¿Iría a echarles una reprimenda? A lo mejor se había dado cuenta de lo mucho que lo ayudaban, cuando se suponía que tenía que arreglárselas él solo.

— Recibir ayuda de amigos no iba contra las normas — explicó McGonagall. — Recibir ayuda por parte de adultos y, especialmente, por parte de aquellos conocedores de las pruebas del torneo, sí estaba prohibido.

Nos veremos en la sala común —le dijo Hermione a Harry al levantarse con Ron. Los dos parecían nerviosos—. Llévate todos los libros que puedas, ¿vale?

Bien —asintió Harry, incómodo.

Hacia las ocho, la señora Pince había apagado todas las luces y le metía prisa para que saliera de la biblioteca.

Algunos miraron mal a la señora Pince, que no les hizo ni caso.

Tambaleándose por el peso de todos los libros que pudo coger, volvió a la sala común de Gryffindor, se llevó una mesa a un rincón y siguió buscando. No encontró nada en Magia disparatada para brujos disparatados, ni tampoco en Guía de la brujería medieval, ni una mención a proezas submarinas en la Antología de los encantamientos del siglo XVIII, ni en Los espantosos moradores de las profundidades, ni en Poderes que no sabías que tenías y lo que puedes hacer con ellos ahora que te has enterado.

— Ese último libro me lo leería — dijo Ginny.

— Yo me leería el primero — afirmó Fred. — Bueno, me leería un resumen.

Crookshanks se subió al regazo de Harry y se ovilló, ronroneando.

Se oyeron varios "Oww" de ternura.

La sala común se fue vaciando poco a poco. No paraban de desearle suerte para la mañana siguiente con voces tan alegres y confiadas como la de Hagrid: todos parecían convencidos de que estaba a punto de llevar a cabo otra sorprendente actuación como la de la primera prueba. Harry no les podía contestar; sólo movía la cabeza de arriba abajo, como si tuviera una pelota de goma en mitad de la garganta.

— Tuvo que ser difícil soportar tanta presión — dijo Lupin, compadeciéndose de él.

Harry asintió, aunque sabía que la culpa de esa presión la había tenido el mismo. Si hubiera dejado de procrastinar cuando debía…

Cuando faltaban diez minutos para las doce de la noche, se quedó en la sala a solas con Crookshanks. Había mirado ya en todos los libros que tenía, y Ron y Hermione seguían sin volver.

— ¿La profesora McGonagall los tenía castigados? — dijo un niño de primero.

— Algo así — replicó ella.

«Me rindo —se dijo a sí mismo—. No puedo. No tendré más remedio que bajar al lago mañana y decírselo a los jueces...»

Se imaginó explicando que no podía hacer la prueba: vio ante sí la cara de sorpresa de Bagman, sus ojos como platos; y la sonrisa de satisfacción de Karkarov, con sus dientes amarillos; casi oyó realmente decir a Fleur Delacour: «Lo sabía... Es demasiado joven, no es más que un niño»;

Fleur pareció sorprendida al escuchar eso.

vio a Malfoy, al frente de la multitud, exhibiendo la insignia donde decía POTTER APESTA;

Malfoy alzó las cejas al escuchar su nombre tan repentinamente.

vio la cara de tristeza y decepción de Hagrid...

— Oh, Harry… — Hagrid parecía conmovido.

Olvidando que tenía a Crookshanks en el regazo, se levantó de repente. El gato bufó molesto al caer al suelo, le dirigió a Harry una mirada de enfado y se marchó ofendido con su cola de cepillo levantada, pero en esos momentos Harry subía ya a toda prisa por la escalera de caracol que llevaba al dormitorio.

— Pobre Crookshanks — dijo Padma Patil.

Hermione le dirigió a Harry una mirada molesta, pero no dijo nada.

Cogería la capa invisible y volvería a la biblioteca. Si no había más remedio, pasaría la noche en ella.

¡Lumos! —susurró Harry quince minutos después, al abrir la puerta de la biblioteca.

La señora Pince no pareció nada contenta al escuchar eso, y mucho menos Filch.

— De nuevo, rompiendo las normas — canturreó Umbridge.

Con la luz de la punta de la varita encendida, pasó por entre las estanterías, cogiendo más libros: libros sobre maleficios y encantamientos, sobre sirenas, tritones y monstruos marinos, sobre brujas y magos famosos, sobre inventos mágicos, sobre cualquier cosa que pudiera incluir una referencia de pasada a la supervivencia bajo el agua. Se los llevó a una mesa y se puso a trabajar, hojeando los libros al delgado haz de luz de la varita. De vez en cuando consultaba el reloj.

— Con lo sencillo que habría sido utilizar el encantamiento casco-burbuja — dijo Roger Davies.

— Ahora ya lo sé — replicó Harry, un poco molesto.

La una de la madrugada... las dos de la madrugada... la única forma de aguantar era repetirse una y otra vez: «En el próximo libro, lo encontraré en el próximo libro...»

La sirena del cuadro del baño de los prefectos se estaba riendo. Harry salía a flote como un corcho y se volvía a hundir en el agua espumosa que rodeaba la roca, mientras ella sujetaba la Saeta de Fuego por encima de la cabeza de él.

— Te dormiste — dijo Ginny.

Harry asintió.

¡Ven a cogerla! —le decía entre risas—. ¡Vamos, salta!

¡No puedo! —respondía jadeando Harry, que intentaba alcanzar la Saeta de Fuego mientras hacía lo imposible por no hundirse—. ¡Dámela!

Pero ella se limitó a punzarlo en un costado con el palo de la escoba, riéndose.

— ¿Soñaste que una sirena te hacía bullying? — dijo Dean. No era el único que parecía incrédulo.

— Fue el estrés — le aseguró Harry.

Me haces daño... quita... ¡ay!

¡Harry Potter debe despertar, señor!

¡Deja de golpearme!

¡Dobby debe golpear a Harry Potter para que despierte, señor!

— ¡Dobby! — exclamaron varias voces.

Con Dobby sucedía lo contrario que con Myrtle la Llorona o con los Dursley. El elfo había conseguido ganarse el cariño de gran parte del comedor, por lo que sus apariciones cada vez iban más acompañadas de sonrisas y emoción.

Abrió los ojos. Seguía en la biblioteca. La capa invisible se le había caído al dormirse, y la mejilla que tenía apoyada en el libro Donde hay una varita, hay una manera se le había pegado a la página.

La señora Pince frunció el ceño al escuchar eso. Harry supuso que debía estar imaginando hojas arrugadas y babas emborronando la tinta.

Se incorporó y se colocó bien las gafas, parpadeando ante la brillante luz del día.

¡Harry Potter tiene que darse prisa! —chilló Dobby—. La segunda prueba comienza dentro de diez minutos, y Harry Potter...

¿Diez minutos? —repitió Harry con voz ronca—. ¿Diez... diez minutos?

Lo mismo exclamaban muchos en el comedor.

— Venga ya — se quejó Zacharias. — ¿Cómo pudiste superar la prueba con ese panorama?

Harry no respondió.

Miró su reloj. Dobby tenía razón: eran las nueve y veinte. Un enorme peso muerto le cayó del pecho al estómago.

¡Aprisa, Harry Potter! —lo apremió Dobby, tirándole de la manga—. ¡Se supone que tiene que bajar al lago con los otros campeones, señor!

Es demasiado tarde, Dobby —dijo Harry desesperanzado—. No puedo afrontar la prueba, porque no sé como...

Muchos se inclinaron hacia delante en sus asientos, queriendo saber qué pasó en esos diez minutos para que Harry descubriera cómo superar la prueba y quedar en un buen lugar.

¡Harry Potter afrontará la prueba! —exclamó el elfo con su aguda vocecita—. Dobby sabía que Harry no había encontrado el libro adecuado, así que Dobby lo ha hecho por él.

Se oyeron jadeos.

— ¡Así que fue Dobby! — exclamó Justin.

— ¡Qué mono! — dijo a la vez Romilda.

¿Qué? Pero tú no sabes en qué consiste la segunda prueba.

¡Claro que Dobby lo sabe, señor! Harry Potter tiene que entrar en el lago, buscar su prenda...

¿Buscar mi qué?

— Su prenda — rió Fred. Ron lo miró mal.

... y liberarla de las sirenas y los tritones.

¿Qué quiere decir «prenda»?

Su prenda, señor, su prenda. ¡La prenda que le dio este jersey a Dobby!

Se escuchó más de una risita.

Dobby tiraba del encogido jersey de color rojo oscuro que llevaba encima de los pantalones cortos.

¿Qué? —dijo Harry con un hilo de voz—. ¿Tienen... tienen a Ron?

— Oooh — Angelina y Katie se abrazaron. Ambas miraban a Ron y a Harry como si fueran lo más adorable del mundo.

— Qué preocupado estaba Harry, ¡qué bonito! — exclamó Alicia.

Harry se ruborizó y evitó la mirada de Ron.

¡Lo que Harry Potter más puede valorar, señor! —chilló Dobby—. Y pasada una hora...

«... ¡negras perspectivas!» —recitó Harry, mirando horrorizado al elfo—; «demasiado tarde, ya no habrá salida...» ¿Qué tengo que hacer, Dobby?

— No te tenías que haber tomado esa parte tan en serio — dijo Hermione.

Harry gruñó.

¡Tiene que comerse esto, señor! —dijo el elfo, y, metiéndose la mano en el bolsillo de los pantalones, sacó una bola de algo que parecían viscosas colas de rata de color gris verdoso—. Justo antes de entrar en el lago, señor: ¡branquialgas!

Algunos pusieron caras de asco.

¿Para qué? —preguntó Harry, mirando las branquialgas.

¡Gracias a ellas, Harry Potter podrá respirar bajo el agua, señor!

Dobby —le dijo Harry frenético—, escucha... ¿estás seguro de eso?

No era fácil olvidar que la última vez que Dobby había intentado ayudarlo había acabado sin huesos en el brazo derecho.

— El pobre tenía buenas intenciones — lo defendió una chica de sexto.

— Eso nadie lo niega — dijo Ron.

¡Dobby está completamente seguro, señor! —contestó el elfo muy serio—. Dobby oye cosas, señor. Es un elfo doméstico, y recorre el castillo encendiendo chimeneas y fregando suelos. Dobby oyó a la profesora McGonagall y al profesor Moody en la sala de profesores, hablando sobre la próxima prueba... ¡Dobby no puede permitir que Harry Potter pierda su prenda!

Ron pareció algo conmovido al escuchar eso.

Las dudas de Harry quedaron despejadas. Poniéndose en pie de un salto, se quitó la capa invisible, la guardó en la mochila, cogió las branquialgas y se las metió en el bolsillo, y luego salió a toda velocidad de la biblioteca, con Dobby pisándole los talones.

¡Dobby tiene que volver a las cocinas, señor! —chilló Dobby al entrar en el corredor—. Si no, se darán cuenta de que no está. ¡Buena suerte, Harry Potter, señor, buena suerte!

— ¿Se puede decir que Dobby le salvó la vida a Weasley? — dijo una chica de segundo.

— La vida de Weasley nunca estuvo realmente en peligro — replicó McGonagall.

— ¡Hasta luego, Dobby! —gritó Harry, que echó a correr lo más aprisa que podía por el corredor, y luego bajó los peldaños de la escalera de tres en tres.

En el vestíbulo se encontró con algunos rezagados que dejaban el Gran Comedor después de desayunar y, traspasando las puertas de roble, se dirigían al lago para contemplar la segunda prueba. Se quedaron mirando a Harry, que pasó a su lado como una flecha, arrollando a Colin y Dennis Creevey al sortear de un salto la breve escalinata de piedra, para luego salir al frío y claro exterior.

Colin y Dennis sonrieron con ganas al escuchar sus nombres.

Al bajar a la carrera por la explanada, vio que las mismas tribunas que habían rodeado en noviembre el cercado de los dragones estaban ahora dispuestas a lo largo de una de las orillas del lago. Las gradas, llenas a rebosar, se reflejaban en el agua. El eco de la algarabía de la emocionada multitud se propagaba de forma extraña por la superficie del agua y llegaba hasta la orilla por la que Harry corría a toda velocidad hacia el tribunal, que estaba sentado en el borde del lago a una mesa cubierta con tela dorada. Cedric, Fleur y Krum se hallaban junto a la mesa, y lo observaban acercarse.

— Suena todo genial — dijo un niño de primero con envidia. — Seguro que fue más emocionante que los partidos de quidditch.

— No estés tan seguro — respondió Wood.

Estoy... aquí... —dijo sin aliento Harry, que patinó en el barro al tratar de detenerse en seco y salpicó sin querer la túnica de Fleur.

Fleur hizo una mueca.

¿Dónde estabas? —inquirió una voz severa y autoritaria—. ¡La prueba está a punto de dar comienzo!

Miró hacia el lugar del que provenía la voz. Era Percy Weasley, sentado a la mesa del tribunal. Nuevamente faltaba el señor Crouch.

— Durmiendo — respondió Fred por Harry alegremente.

Percy lo miró mal.

¡Bueno, bueno, Percy! —dijo Ludo Bagman, que parecía muy contento de ver a Harry—. ¡Dejémoslo que recupere el aliento!

Dumbledore le sonrió, pero Karkarov y Madame Maxime no parecían nada contentos de verlo... Por las caras, resultaba obvio que habían pensado que no aparecería.

— Les habría venido muy bien — rió Sirius.

Se inclinó hacia delante poniendo las manos en las rodillas, y respiró hondo. Tenía flato en el costado, que le dolía como un cuchillo clavado entre las costillas, pero no había tiempo para esperar a que se le pasara. Ludo Bagman iba en aquel momento entre los campeones, espaciándolos por la orilla del lago a una distancia de tres metros. Harry quedó en un extremo, al lado de Krum, que se había puesto el bañador y sostenía en la mano la varita.

— Me estoy estresando solo de oírlo — admitió Lavender. — Es agobiante que no te diera tiempo ni a recuperarte del flato.

¿Todo bien, Harry? —susurró Bagman, distanciándolo un poco más de Krum —. ¿Tienes algún plan?

Sí —musitó Harry, frotándose las costillas.

Bagman le dio un apretón en el hombro y volvió a la mesa del tribunal. Apuntó a la garganta con la varita como había hecho en los Mundiales, dijo «¡Sonorus!», y su voz retumbó por las oscuras aguas hasta las tribunas.

A muchos, especialmente en la zona de Hufflepuff, no les hizo ninguna gracia el obvio favoritismo de Bagman.

—Bien, todos los campeones están listos para la segunda prueba, que comenzará cuando suene el silbato. Disponen exactamente de una hora para recuperar lo que se les ha quitado. Así que, cuando cuente tres: uno... dos... ¡tres!

— ¿La gente en las gradas no sabía qué les habían quitado a los campeones? — preguntó un niño de primero.

Se oyeron murmullos y el primero en hablar en voz alta fue McLaggen.

— Al principio no. Solo habían rumores — dijo, con el ceño fruncido. — Nos pasamos una hora mirando el lago como idiotas.

— Pues qué aburrimiento — respondió el niño.

Harry nunca se lo había planteado, pero la segunda y la tercera prueba debían haber resultado terriblemente aburridas para los espectadores.

— No estuvo tan mal — dijo Justin, encogiéndose de hombros. — El ambiente era genial. A mí se me pasó rápido el tiempo.

Varias personas estuvieron de acuerdo con él. McLaggen no fue una de ellas.

El silbato sonó en el aire frío y calmado. Las tribunas se convirtieron en un hervidero de gritos y aplausos. Sin pararse a mirar lo que hacían los otros campeones, Harry se quitó zapatos y calcetines, sacó del bolsillo el puñado de branquialgas, se lo metió en la boca y entró en el lago.

— Eh, ahora que lo pienso, ¿no habría sido más fácil mirar lo que hacían los demás? — preguntó un chico de segundo. — Podrías haber visto que usaban el encantamiento casco-burbuja y haberlo imitado.

— Para eso tendría que haber conocido el encantamiento — replicó Harry.

El agua estaba tan fría que sintió que la piel de las piernas le quemaba como si hubiera entrado en fuego.

A Ron le dio un escalofrío.

A medida que se adentraba, la túnica empapada le pesaba cada vez más. El agua ya le llegaba a las rodillas, y los entumecidos pies se deslizaban por encima de sedimentos y piedras planas y viscosas. Masticaba las branquialgas con toda la prisa y fuerza de que era capaz. Eran desagradablemente gomosas, como tentáculos de pulpo.

Harry reprimió las ganas de reír cuando vio las caras de asco de Lavender y Parvati.

Cuando el agua helada le llegaba a la cintura, se detuvo, tragó las branquialgas y esperó a que sucediera algo.

Se dio cuenta de que había risas entre la multitud, y sabía que debía de parecer tonto, entrando en el agua sin mostrar ningún signo de poder mágico.

— Solo un poco — confirmó Fred.

— Bueno, más que un poco — añadió George. — Pero teníamos fe en ti.

En la parte del cuerpo que aún no se le había mojado tenía carne de gallina. Medio sumergido en el agua helada y con la brisa levantándole el pelo, empezó a tiritar. Evitó mirar hacia las tribunas. La risa se hacía más fuerte, y los de Slytherin lo silbaban y abucheaban...

— Es que parecías un poco patético, sin ofender — dijo Goldstein. — Tiritando de frío y sin siquiera moverte, era como si pretendieras superar la prueba sin hacer nada.

Entonces, de repente, sintió como si le hubieran tapado la boca y la nariz con una almohada invisible. Intentó respirar, pero eso hizo que la cabeza le diera vueltas. Tenía los pulmones vacíos, y notaba un dolor agudo a ambos lados del cuello.

Algunos parecieron preocupados.

Se llevó las manos a la garganta, y notó dos grandes rajas justo debajo de las orejas, agitándose en el aire frío: ¡eran agallas! Sin pararse a pensarlo, hizo lo único que tenía sentido en aquel momento: se echó al agua.

El primer trago de agua helada fue como respirar vida.

— ¿Dónde se pueden conseguir las branquialgas? — preguntó una chica de cuarto. — Seria genial usarlas en verano, ¡en la playa!

— En cualquier boticario decente — replicó la profesora McGonagall.

La cabeza dejó de darle vueltas. Tomó otro trago de agua, y notó cómo pasaba suavemente por entre las branquias y le enviaba oxígeno al cerebro. Extendió las manos y se las miró: parecían verdes y fantasmales bajo el agua, y le habían nacido membranas entre los dedos. Se retorció para verse los pies desnudos: se habían alargado y también les habían salido membranas: era como si tuviera aletas.

— Qué mal rollo — dijo Dean, aunque parecía más fascinado que asqueado, sentimiento que compartía con más de la mitad del comedor.

El agua ya no parecía helada. Al contrario, resultaba agradablemente fresca y muy fácil de atravesar... Harry nadó, asombrándose de lo lejos y rápido que lo propulsaban por el agua sus pies con aspecto de aletas, y también de lo claramente que veía, y de que no necesitara parpadear. Se había alejado tanto de la orilla que ya no veía el fondo. Se hundió en las profundidades.

— ¿No era agobiante? — preguntó Hermione.

— Para nada — replicó Harry, pensando que quizá, algún día, le gustaría volver a nadar de esa forma.

Al deslizarse por aquel paisaje extraño, oscuro y neblinoso, el silencio le presionaba los oídos. No veía más allá de tres metros a la redonda, de forma que, mientras nadaba velozmente, las cosas surgían de repente de la oscuridad: bosques de algas ondulantes y enmarañadas, extensas planicies de barro con piedras iluminadas por un levísimo resplandor. Bajó más y más hondo hacia las profundidades del lago, con los ojos abiertos, escudriñando, entre la misteriosa luz gris que lo rodeaba, las sombras que había más allá, donde el agua se volvía opaca.

— Suena increíble — dijo Percy, maravillado.

— ¿Te atreverías a entrar al lago si te diéramos branquialgas? — preguntó Fred.

— ¿Si me las dierais vosotros? Ni de broma — bufó Percy. — Si me las diera un proveedor cualificado, no estaría mal…

Fred pareció asombrado (y quizá un pelín orgulloso) al escuchar la respuesta de Percy.

Pequeños peces pasaban en todas direcciones como dardos de plata. Una o dos veces creyó ver algo más grande ante él, pero al acercarse descubría que no era otra cosa que algún tronco grande y ennegrecido o un denso macizo de algas. No había ni rastro de los otros campeones, de sirenas ni tritones, de Ron ni, afortunadamente, tampoco del calamar gigante.

— Qué raro que no vieras al calamar gigante — dijo Colin. — Quiero decir… ¿no se supone que es gigante? No tendrá mucho sitio donde esconderse.

— El lago es enorme — le explicó Hermione. — Debió mantenerse alejado de los campeones.

— Además, tiene pinta de ser un cobarde. Seguro que se alejó de los campeones por si alguno le lanzaba un maleficio — dijo George.

Unas algas de color esmeralda de sesenta centímetros de altura se extendían ante él hasta donde le alcanzaba la vista, como un prado de hierba muy crecida. Miraba hacia delante sin parpadear, intentando distinguir alguna forma en la oscuridad... y entonces, sin previo aviso, algo lo agarró por el tobillo.

Un par de personas (que se habían metido demasiado en la lectura) pegaron un salto.

Se retorció para mirar y vio que un grindylow, un pequeño demonio marino con cuernos, le había aferrado la pierna con sus largos dedos y le enseñaba los afilados colmillos.

Fleur hizo una mueca. Los grindylows debían traerle muy malos recuerdos.

Se apresuró a meterse en el bolsillo la mano membranosa, y buscó a tientas la varita mágica. Pero, para cuando logró hacerse con ella, otros dos grindylows habían salido de las algas y, cogiéndolo de la túnica, intentaban arrastrarlo hacia abajo.

— Oh, no — oyó murmurar a la señora Weasley, que tenía una expresión de profunda preocupación en el rostro.

—¡Relaxo! —gritó Harry.

Pero no salió ningún sonido de la boca, sino una burbuja grande, y la varita, en vez de lanzar chispas contra los grindylows, les arrojó lo que parecía un chorro de agua hirviendo, porque donde les daba les producía en la piel verde unas ronchas rojas de aspecto infeccioso.

— ¡Guau! ¿Por qué pasó eso? — preguntó Dennis.

— Las profundidades tienen su propio tipo de magia — dijo Dumbledore con una sonrisa misteriosa. No añadió nada más y Dennis se quedó más confuso que antes.

Harry se soltó el tobillo del grindylow y escapó tan rápido como pudo, echando a discreción de vez en cuando más chorros de agua hirviendo por encima del hombro. Cada vez que notaba que alguno de los grindylows le volvía a agarrar el tobillo, le lanzaba una patada muy fuerte. Por fin, sintió que su pie había golpeado una cabeza con cuernos; volviéndose a mirar, vio al aturdido grindylow alejarse en el agua, bizqueando, mientras sus compañeros amenazaban a Harry con el puño y se hundían otra vez entre las algas.

Fleur parecía muy frustrada.

— ¿Así que solo había que lanzagles agua higviendo y pateagles? — bufó.

— Te pillaron por sorpresa. No te tortures — le dijo Bill. A Harry no le pasó desapercibido cómo le ponía la mano en el hombro con delicadeza y la dejaba allí más tiempo de lo que habría esperado. Algo ruborizado, Harry apartó la vista.

Aminoró un tanto, guardó la varita en la túnica, y miró en torno, escuchando, mientras describía en el agua un círculo completo. La presión del silencio contra los tímpanos se había incrementado. Debía de hallarse a mayor profundidad, pero nada se movía salvo las ondulantes algas.

—¿Cómo te va?

Harry creyó que le daba un infarto.

— ¿Los grindylows pueden hablar? — exclamó un chico de tercero.

— ¡A lo mejor es una sirena! — dijo Hannah Abbott con emoción.

Se volvió de inmediato, y vio a Myrtle la Llorona flotando vaporosamente delante de él, mirándolo a través de sus gruesas gafas nacaradas.

Se oyeron gruñidos, gemidos y a Harry le pareció escuchar alguna palabrota.

— No, no es una sirena — le dijo Ernie a Hannah con una mueca. Hannah parecía algo triste.

—¡Myrtle! —intentó gritar Harry.

Pero, una vez más, lo único que le salió de la boca fue una burbuja muy grande. Myrtle la Llorona se rió.

— Primero te llama "de efecto retardado" y ahora se ríe de ti — dijo un chico de séptimo. — ¿Qué se siente al saber que el fantasma más patético del colegio se burla de ti, Potter?

— El ser más patético del colegio eres tú, Whitby — le replicó Fred perezosamente.

El chico se quedó algo cortado, especialmente cuando el comentario de Fred fue seguido de más risas de las que el suyo había provocado.

—¡Deberías mirar por allá! —le dijo, señalando en una dirección—. No te acompaño. No me gustan mucho: me persiguen cada vez que me acerco.

— Qué pena, no es amiga ni de las criaturas marinas — se lamentó una chica de segundo.

Harry le hizo un gesto de agradecimiento con la mano, y se fue en la dirección indicada, con cuidado de nadar algo más distanciado de las algas para evitar a otros grindylows que pudieran estar al acecho.

— ¿Os dais cuenta de que a Potter le ayudan todo el rato? — dijo Montague. — ¡Hasta debajo del agua!

Harry notó que en la zona de Hufflepuff muchos murmuraban y parecían de acuerdo con Montague.

— Yo no le pedí a Myrtle que me ayudara — dijo, sintiendo que debía defenderse.

— Eso no cambia lo que he dicho — respondió Montague.

Harry no supo cómo responder. Se sentía bastante frustrado.

Siguió nadando durante unos veinte minutos, hasta que llegó a unas vastas extensiones de barro negro, que enturbiaba el agua en pequeños remolinos cuando él pasaba aleteando. Luego, por fin, percibió un retazo del canto de las criaturas marinas:

Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...

— A ella no le decís que cante — gruñó el chico de Ravenclaw que había leído el capítulo anterior.

No debió darse cuenta de que lo dijo en voz alta, o quizá no era consciente de la facilidad con la que los comentarios podían llegar a escucharse a través del comedor. La cuestión es que la profesora Vector levantó la mirada del libro y la dirigió al chico, con una ceja alzada.

— No creo que nadie desee oírme cantar. No es muy agradable.

— Seguro que no es para tanto — la animó Fred. Varias personas se unieron y animaron a la profesora, que se encogió de hombros como diciendo "vosotros lo habéis querido", se aclaró la garganta y repitió, cantando:

Nos hemos llevado lo que más valoras, y para encontrarlo tienes una hora...

Harry contuvo el impulso de taparse los oídos. Muchos alumnos hicieron muecas o se encogieron en sus asientos, y más de un par no tuvo ningún reparo en taparse los oídos con las manos.

La profesora siguió leyendo como si no hubiera pasado nada.

Harry nadó más aprisa, y no tardó en ver aparecer frente a él una roca grande que se alzaba del lodo. Había en ella pinturas de sirenas y tritones que portaban lanzas y parecían estar tratando de dar caza al calamar gigante. Harry pasó la roca, guiado por la canción:

Vector volvió a aclararse la garganta.

... ya ha pasado media hora, así que no nos des largas si no quieres que lo que buscas se quede criando algas...

Cada nota (o, más bien, cada intento de nota) se le clavaba a Harry en la sien. Las muecas de desagrado y las risitas inundaban el comedor. A la profesora no parecía importarle lo más mínimo. De hecho, Harry habría jurado que se divertía.

De repente, de la oscuridad que lo envolvía todo surgió un grupo de casas de piedra sin labrar y cubiertas de algas. Harry distinguió rostros en las ventanas, rostros que no guardaban ninguna semejanza con el del cuadro de la sirena que había en el baño de los prefectos...

— Vamos, que eran feos — murmuró Ron.

Las sirenas y los tritones tenían la piel cetrina y el pelo verde oscuro, largo y revuelto. Los ojos eran amarillos, del mismo color que sus dientes partidos, y llevaban alrededor del cuello unas gruesas cuerdas con guijarros ensartados. Le dirigieron a Harry sonrisas malévolas. Dos de aquellas criaturas, que enarbolaban una lanza, salieron de sus moradas para observarlo, mientras batían el agua con sus fuertes colas de pez plateadas.

— Lo de los ojos amarillos me recuerda al basilisco — dijo Angelina con una mueca.

— Pensaba que yo era la única — admitió Katie.

Harry siguió, mirando a su alrededor, y enseguida las casas se hicieron más numerosas. Alrededor de algunas de ellas había jardines de algas, y hasta vio un grindylow que parecían tener de mascota, atado a una estaca a la puerta de una de las moradas.

Algunos lo escuchaban con la boca abierta.

— ¿Creéis que Atlantis está inspirado en una colonia real de sirenas y tritones? — preguntó Colin, emocionado.

— Ah, la historia de Atlantis es especial — sonrió Dumbledore. — Tengo entendido que los muggles la cuentan como una especie de mito.

— ¿Entonces de verdad hay una ciudad bajo el mar? — saltó Dennis, con tanta emoción como Colin.

Dumbledore asintió y los hermanos Creevey intercambiaron miradas entusiasmadas.

Para entonces las sirenas y los tritones salían de todos lados y lo contemplaban con mucha curiosidad; señalaban sus branquias y las membranas de sus extremidades, y se tapaban la boca con las manos para hablar entre ellos.

— Qué falta de educación — se quejó Umbridge.

Harry dobló muy aprisa una esquina, y vio de pronto algo muy raro.

Una multitud de sirenas y tritones flotaba delante de las casas que se alineaban en lo que parecía una versión submarina de la plaza de un pueblo pintoresco. En el medio cantaba un coro de tritones y sirenas para atraer a los campeones, y tras ellos se erguía una tosca estatua que representaba a una sirena gigante tallada en una mole de piedra. Había cuatro personas ligadas con cuerdas a la cola de la sirena.

Ron y Hermione escuchaban con interés. Harry supuso que ellos jamás habían llegado a ver el lugar en el que habían colocado sus cuerpos dormidos.

Ron estaba atado entre Hermione y Cho Chang. Había también una niña que no parecía contar más de ocho años y cuyo pelo plateado le indicó a Harry que debía de ser hermana de Fleur Delacour.

Fleur asintió.

Daba la impresión de que los cuatro se hallaban sumidos en un sueño muy profundo: la cabeza les colgaba sobre los hombros, y de la boca les salía una fina hilera de burbujas.

Hermione se ruborizó al escuchar eso.

Se acercó rápidamente a ellos, temiendo que los tritones bajaran las lanzas para atacarlo, pero no hicieron nada. Las cuerdas de algas que sujetaban a los rehenes a la estatua eran gruesas, viscosas y muy fuertes. Por una fracción de segundo, pensó en la navaja que Sirius le había regalado por Navidad y que tenía guardada en el baúl, dentro del castillo, a cuatrocientos metros de allí, donde no le podía servir de nada en absoluto.

— La tendrías que llevar siempre en el bolsillo, por si acaso — dijo Fred.

— ¡De eso nada! — exclamó la profesora Umbridge, alarmada. — No se pueden portar armas en el colegio.

— Una navaja no es más peligrosa que una varita — bufó Ritchie Coote.

— La verdad es que te sería útil — le susurró Ron a Harry mientras Umbridge regañaba a Coote. — Con todas las veces que te intentan matar al año…

Harry hizo una mueca. Lo peor era que Ron no estaba equivocado.

Miró a su alrededor. Muchos de los tritones y sirenas que los rodeaban llevaban lanzas. Se acercó rápidamente a un tritón de más de dos metros de altura que lucía una larga barba verde y un collar de colmillos de tiburón, y le pidió por señas la lanza. El tritón se rió y negó con la cabeza.

—No ayudamos —declaró con una voz ronca.

— ¡Anda! ¡Si hablan! — exclamó Lavender.

—¡Vamos! —dijo Harry furioso (aunque sólo le salieron burbujas de la boca), e intentó arrancarle la lanza al tritón, pero él tiró de ella, sin dejar de negar ni de reírse.

— Hablan, pero no parecen muy simpáticos — dijo Parvati.

— Tenían prohibido ayudar — aclaró Fudge. — Aunque admito que la gente del agua es difícil de tratar incluso en sus mejores días…

Harry se volvió y buscó algo afilado... algo...

Había piedras en el fondo del lago. Se hundió para coger una particularmente dentada, y regresó junto a la estatua. Comenzó a cortar las cuerdas que ataban a Ron, y, tras varios minutos de duro trabajo, lo consiguió. Ron flotó, inconsciente, unos centímetros por encima del fondo del lago, balanceándose ligeramente con el flujo del agua.

Ron parecía fascinado. La señora Weasley, sin embargo, escuchaba con evidente preocupación.

Harry miró a su alrededor. No había señal de ninguno de los otros campeones. ¿Qué hacían? ¿Por qué no se daban prisa? Se volvió hacia Hermione, levantó la piedra dentada y se dispuso a cortarle las cuerdas también a ella...

Se oyeron un par de risitas y Hermione le lanzó a Harry una mirada exasperada.

De inmediato lo agarraron varios pares de fuertes manos grises. Media docena de tritones lo separaban de Hermione, negando con la cabeza y riéndose.

—Llévate el tuyo —le dijo uno de ellos—. ¡Deja a los otros!

—¡De ninguna manera! —respondió Harry furioso... pero de la boca sólo le salieron dos burbujas grandes.

— Ay, Harry. Fuiste un poco tonto — dijo Angelina, negando con la cabeza y sonriendo. Las risitas entre los estudiantes aumentaron.

— La canción decía que todos morirían si no conseguíamos rescatarlos — replicó Harry, poniéndose de mal humor. — ¿Qué otra cosa podía hacer?

— Era obvio que la canción mentía, ¿cómo iban a dejar morir a tres alumnos y a una niña? — rió Ernie.

Los profesores también parecían exasperados y Harry vio a más de uno tratar de disimular una sonrisa. Eso le puso de peor humor.

Soltando un bufido, dijo en voz alta:

— Pues de la misma forma que dejaron que un puñado de alumnos fueran petrificados antes de plantearse cerrar el colegio.

Se hizo el silencio. Viendo que tenía la atención de todos, Harry continuó:

— Y de la misma forma que permitieron la entrada a los dementores. Y dejaron a un perro de tres cabezas tras una puerta que se podía abrir con un sencillo alohomora

Ahora, los alumnos intercambiaban miradas. Los profesores parecían incómodos. Pero Harry no había terminado: seguía enfadado.

— Podéis llamarme tonto por creerme lo que decía la canción, pero tampoco es que tenga muchos motivos para confiar en los profesores, ¿no?

— Desde luego — dijo Dumbledore con tristeza. Su tono de voz hizo que a Harry se le desinflara el enfado.

Viendo que nadie más decía nada (y que Harry se había encogido un poco en el asiento, empezando a sentirse avergonzado de haber estallado así), la profesora Vector continuó leyendo.

—Tu misión consiste en liberar a tu amigo... ¡Deja a los otros!

—¡Ella también es amiga mía! —gritó Harry, señalando a Hermione y sin echar por la boca más que una enorme burbuja plateada—. ¡Y tampoco quiero que ellas mueran!

—Oh, Harry — Esta vez, Hermione no se burlaba de él. Parecía conmovida y, antes de que Harry pudiera hacer nada para evitarlo, lo envolvió en un abrazo.

Harry le dio un par de palmaditas en la espalda hasta que la chica le soltó.

La cabeza de Cho se indinaba sobre el hombro de Hermione. La niña del pelo plateado estaba espectralmente pálida y verdosa.

A Fleur debió darle un escalofrío al escuchar eso, porque Bill la miró con preocupación.

Harry intentó apartar a los tritones, pero ellos se reían más fuerte que antes, deteniéndolo. Harry miró a su alrededor, desesperado. ¿Dónde estaban los otros? ¿Le daría tiempo de subir con Ron a la superficie y volver por Hermione y las otras? ¿Podría encontrarlas otra vez?

— Ay, eres un amor — dijo Angelina con ternura. Harry se ruborizó.

Miró el reloj para ver cuánto tiempo le quedaba, pero se le había parado.

— Y todavía no lo has arreglado — murmuró Hermione.

Harry rodó los ojos. Ya lo haría, eventualmente.

Entonces los tritones y las sirenas que lo rodeaban señalaron hacia lo alto. Al levantar la vista, Harry vio a Cedric nadando hacia allí. Tenía una enorme burbuja alrededor de la cabeza, que agrandaba extrañamente los rasgos de su cara.

— Parecía una mosca — El amigo de Cedric que habló se sorprendió al notar que sus palabras, que habían sido pensadas solo para sus amigos más cercanos, se escuchaban con claridad en el comedor.

Por suerte, su comentario solo provocó algunas risas, y ni siquiera Amos Diggory lo miró mal.

—¡Nos perdimos! —dijo moviendo los labios, sin pronunciar ningún sonido, y estremecido de horror—. ¡Fleur y Krum vienen detrás!

— ¡Vaya! ¿Entonces ellos tres iban juntos todo el tiempo? — preguntó Susan Bones. — ¿Eso estaba permitido?

— No había ninguna regla en contra — afirmó la profesora McGonagall.

Muy aliviado, Harry vio a Cedric sacar un cuchillo del bolsillo y liberar con él a Cho, para luego subir con ella hasta perderse de vista.

Cho sonrió con nostalgia al escuchar eso. Parecía que tenía ganas de llorar.

Harry miró a su alrededor, esperando. ¿Dónde estaban Fleur y Krum? El tiempo se agotaba y, de acuerdo con la canción, si la hora de plazo concluía, los rehenes se quedarían allí para siempre.

Aunque volvieron a escucharse suspiros exasperados, nadie dijo nada.

De pronto, los tritones y las sirenas prorrumpieron en alaridos de excitación. Los que sujetaban a Harry aflojaron las manos, mirando hacia atrás. Harry se volvió y vio algo monstruoso que se dirigía hacia ellos abriéndose paso por el agua: el cuerpo de un hombre en bañador con cabeza de tiburón: era Krum. Parecía que se había transformado, pero mal.

— No salió como esperraba — admitió Krum. — Aunque al menos fue suficiente como para acabar la prrueba.

El hombre-tiburón fue directamente hasta Hermione y empezó a morderle las cuerdas. El problema estaba en que los nuevos dientes de Krum se hallaban en una posición poco práctica para morder nada que fuera más pequeño que un delfín, y Harry se dio cuenta de que, si Krum no ponía mucho cuidado, cortaría a Hermione por la mitad.

Se oyeron jadeos y más de una persona miró mal a Krum. Hermione parecía algo nerviosa.

— Bueno, al final no pasó nada — dijo en voz alta.

— Porque le di la piedra — murmuró Harry. Hermione lo ignoró.

Lanzándose hacia Krum, le dio un golpe en el hombro y le entregó la piedra dentada. Krum la cogió y la usó para liberar a Hermione. Al cabo de unos segundos ya lo había logrado. Cogió a Hermione por la cintura y, sin una mirada hacia atrás, se impulsó rápidamente hacia la superficie con ella.

— Por lo menos podría haberle dado las gracias a Potter — se quejó un chico de sexto.

Krum le hizo un gesto a Harry con la cabeza. A Harry se le hizo raro: con el tiempo que había pasado, no sentía que Krum tuviera que darle las gracias por nada.

«¿Y ahora qué?», pensó Harry desesperado. Si estuviera seguro de que llegaría Fleur... pero no había ni rastro de ella.

Fleur pareció algo triste. Algunos la miraron con pena.

Cogió la piedra que Krum había tirado al suelo, pero los tritones se acercaron a él y a la niña, negando con la cabeza.

Harry sacó la varita.

—¡Apartaos!

— Fuiste muy valiente. No cualquiera se enfrenta a la gente del agua — comentó Lupin.

Harry se ruborizó.

Sólo le salieron burbujas de la boca, pero tenía la clara impresión de que los tritones habían comprendido, porque de repente dejaron de reírse. Sus amarillos ojos estaban fijos en la varita de Harry, y parecían asustados.

— ¿Les da miedo la magia? — preguntó una chica de tercero.

— Sus experiencias con los magos no suelen ser muy agradables — explicó Dumbledore. — Siempre hemos tenido una relación complicada con ellos.

— Y tanto — suspiró Fudge.

Podían ser muchos más que él, pero viendo sus caras comprendió que no sabían más de magia que el calamar gigante.

— Eh, ¿y quién te asegura que el calamar gigante no sabe magia? — dijo Lee Jordan. — A lo mejor simplemente no la muestra.

— No. Solo es un calamar — dijo la profesora McGonagall lacónicamente.

—¡Contaré hasta tres! —gritó. Salió una fila de burbujas, pero levantó tres dedos para asegurarse de que entendían el mensaje—. Uno... —bajó un dedo—, dos... — bajó el segundo.

Se dispersaron. Harry se lanzó hacia la niña y empezó a cortarle las cuerdas que la ataban a la estatua. Y al final la liberó. Cogió a la niña por la cintura y a Ron por el cuello de la túnica, y comenzó a ascender.

Fleur se puso en pie y cruzó la poca distancia que la separaba de Harry en un par de zancadas. Tal como había hecho Hermione, envolvió a Harry en un abrazo tan fuerte que Harry notó alguna costilla crujir.

— No solo la salvaste, sino que te enfguentaste a los tgitones paga haceglo — dijo Fleur, antes de darle a Harry un beso en cada mejilla.

— Eh…

Harry no supo cómo responder. Le ardía la cara. Podía oír las risitas de alguno, aunque principalmente lo que sentía eran las miradas de envidia de muchos de sus compañeros.

Cuando Fleur hubo decidido que había expresado su gratitud lo suficiente, se apartó de Harry, le revolvió el pelo con cariño y regresó a su asiento junto a Bill.

Se podría haber frito un huevo en la cara de Harry, sin duda.

El ascenso era muy lento, porque ya no podía usar las manos palmeadas para avanzar. Movió las aletas con furia, pero Ron y la hermana de Fleur eran como sacos de patatas que tiraban de él hacia abajo...

— ¿Qué se siente al ser comparado con un saco de patatas? — rió Ginny.

Ron gruñó.

Alzó los ojos hacia el cielo, aunque sabía que aún debía de encontrarse muy hondo porque el agua estaba oscura por encima de él.

Los tritones y las sirenas lo acompañaban en la subida.

Muchos se sorprendieron.

— ¿Por qué te seguían? — preguntó Neville.

— Seguramente para ayudarle en caso de que no pudiera llegar a la superficie — respondió Hermione por Harry. — No iban a dejar morir a nadie.

— Ahora ya lo sé — resopló Harry.

Los vio girar a su alrededor con gracilidad, observando cómo él forcejeaba contra las aguas. ¿Lo arrastrarían a las profundidades cuando el tiempo hubiera concluido? Tal vez devoraban humanos...

El comedor se dividió entre los que se sentían alarmados al escuchar eso y a los que les hizo gracia.

— Cuánto dramatismo —dijo Daphne Greengrass con una sonrisita.

— ¿Se iban a comer a Harry de verdad? — preguntó una niña de primero con cara de susto.

— Por supuesto que no — replicó McGonagall. — Tal como ha dicho la señorita Granger, la gente del agua tenía instrucciones de echar una mano a los campeones si se encontraban en situaciones peligrosas para la vida.

— Además, si me permites añadir… — dijo Dumbledore, — Harry era el último campeón y estaba cargando con dos cuerpos inertes. Estoy seguro de que les daba mucha curiosidad saber si lograría llegar a la superficie.

A Harry no le agradaba saber que a los tritones les había interesado ver si se ahogaba o no.

Las piernas se le agarrotaban del esfuerzo de nadar, y los hombros le dolían terriblemente de arrastrar a Ron y a la niña...

Respiraba con dificultad. Volvían a dolerle los lados del cuello, y era muy consciente de la humedad del agua en la boca... pero, por otro lado, el agua se aclaraba. Podía ver sobre él la luz del día...

— Las branquialgas estaban dejando de hacer efecto — murmuró Neville.

La profesora Sprout también parecía preocupada.

Dio un potente coletazo con las aletas, pero descubrió entonces que ya no eran más que pies... El agua que le entraba por la boca le inundaba los pulmones. Empezaba a marearse, pero sabía que la luz y el aire se hallaban sólo a unos tres metros por encima de él. Tenía que llegar... tenía que conseguirlo...

Algunos estaban en tensión a pesar de saber que Harry había sobrevivido. Los de primero parecían especialmente expectantes.

Hizo tal esfuerzo con las piernas que le pareció que los músculos se quejaban a gritos. Incluso su cerebro parecía lleno de agua: no podía respirar, necesitaba oxígeno, tenía que seguir subiendo, no podía parar...

— Qué agobio — dijo Tonks.

Y entonces notó que rompía con la cabeza la superficie del agua. Un aire limpio, fresco y maravilloso le produjo escozor en la cara empapada. Tomó una bocanada de aquel aire, con la sensación de que nunca había respirado de verdad y, jadeando, tiró de Ron y de la niña hasta la superficie.

— Te libraste por los pelos — dijo Seamus, asombrado.

— No sé si habría podido aguantar diez segundos más — admitió Harry.

Alrededor de ellos, por todas partes, emergían unas primitivas cabezas de pelo verde, pero ahora le sonreían.

— Eso demuestra que sí que te siguieron para cuidarte — dijo Ginny. — No parecen malos.

Desde las tribunas, la multitud armaba muchísimo jaleo: todos estaban de pie, gritando y chillando. Tuvo la impresión de que creían que Ron y la niña habían muerto, pero se equivocaban: tanto uno como otro habían abierto los ojos.

— Admito que yo lo pensé — dijo un chico de cuarto. — Es que salieron del agua como si fueran muñecos de cera. Tardaron unos segundos en reaccionar…

Se oyeron murmullos, ya que mucha gente había tenido impresiones similares.

— Bueno, ese momento de emoción hizo que mirar el agua durante una hora mereciera la pena — comentó un chico de tercero con tono alegre.

La niña parecía asustada y confusa, pero Ron simplemente echó un chorro de agua por la boca, parpadeó a la brillante luz del día y se volvió hacia Harry.

—Esto está muy húmedo, ¿eh? —comentó;

Algunos rieron. Ron pareció orgulloso de su chiste.

luego miró a la hermana de Fleur—. ¿Para qué la has traído?

—Fleur no apareció. No podía dejarla allí —contestó Harry jadeando.

—Harry, serás ingenuo... —dijo Ron—. ¡No me digas que te tomaste la canción en serio! Dumbledore no nos habría dejado ahogarnos allí.

Harry gruñó, sobre todo cuando notó que varias personas lo miraban como diciendo "¿Ves? Hasta tu mejor amigo te echó la bronca".

—Pero la canción decía...

—¡Era sólo para asegurarse de que te dabas prisa en volver! —replicó Ron—. ¡Espero que no perdieras el tiempo allí abajo interpretando el papel de héroe!

— Bueno, no podemos culparle por hacerlo — admitió Katie. — Con todo lo que ha tenido que vivir en Hogwarts…

— Yo tampoco habría tenido mucha esperanza de que me salvaran si fuera él — dijo Terry Boot.

Harry supuso que su enfado de antes había servido de algo. Más gente se mostraba comprensiva con él ahora.

Harry se sintió al mismo tiempo estúpido y enfadado. Para Ron había sido muy fácil: había permanecido dormido, no se había dado cuenta de lo sobrecogedor que era el lago y verse rodeado de tritones y sirenas armados de lanzas, que parecían más que capaces de asesinar.

— Ahora lo sé — dijo Ron. — Aunque sigo pensando que debiste pensar un poco en ti mismo y salir pitando de allí.

Harry gruñó y le dio un codazo.

—Vamos —dijo Harry—, ayúdame a llevarla. Creo que no nada muy bien.

Con la compañía de veinte sirenas y tritones, que hacían de guardia de honor cantando sus horribles cánticos que parecían chirridos, llevaron a la hermana de Fleur por el agua hasta la orilla, desde donde los observaban los miembros del tribunal.

— A lo mejor la profesora Vector es una sirena de incógnito — se oyó murmurar a Fred. — Sus cantos también parecen chirridos…

Por suerte, solo los que estaban sentados cerca de Fred lo escucharon y todos supieron disimular sus risitas.

Harry vio a la señora Pomfrey prodigando sus atenciones a Hermione, Krum, Cedric y Cho, que estaban envueltos en mantas muy gruesas. Desde la orilla a la que se dirigían, Dumbledore y Ludo Bagman les sonreían, pero Percy, que parecía muy pálido y, en cierto modo, más joven de lo habitual, fue a su encuentro chapoteando en el agua.

Algunos miraron a Percy con curiosidad, incluidos sus padres, Bill y Charlie.

Mientras tanto, Madame Maxime intentaba sujetar a Fleur Delacour, que estaba completamente histérica y peleaba con uñas y dientes para volver al agua.

—¡«Gabguielle»!, ¡«Gabguielle»! ¿Está viva? ¿Está «heguida»?

—¡Está bien! —intentó decirle Harry, pero llegaba tan cansado que apenas podía hablar, y mucho menos gritar.

— Debes querer mucho a tu hermana — le dijo Luna a Fleur.

Fleur la observó unos momentos, como si estuviera analizándola, y Luna debió pasar el examen, porque Fleur le respondió amablemente:

— Pog supuesto. Es lo más impogtante paga mí.

Percy agarró a Ron y tiró de él hacia la orilla («¡Déjame en paz, Percy, estoy bien!»); Dumbledore y Bagman cogieron a Harry; Fleur se había soltado de Madame Maxime y corría a abrazar a su hermana.

— ¿Percy estaba preocupado por Ron? — dijo Charlie, algo confuso. — ¿No se supone que estabas al corriente de todos los detalles del torneo? Debías saber que Dumbledore no dejaría morir a los rehenes.

Percy se ruborizó.

— Estuvieron bajo el agua más tiempo del que estaba acordado — se defendió. — Pensé que quizá algo había salido mal…

Ron miraba a Percy como si nunca antes lo hubiera visto. Percy evitó su mirada.

—Fue «pog» los «guindylows»... Me «atacagon»... ¡Ah, Gabguielle, pensé... pensé...!

—Tú, ven aquí —dijo la voz de la señora Pomfrey.

Agarró a Harry y, llevándolo hasta donde estaban Hermione y los otros, lo envolvió tan apretado en una manta que le pareció que le había puesto una camisa de fuerza, y lo obligó a beber una poción muy caliente que le hizo salir humo por las orejas.

— No estaría mal que te pusiera una camisa de fuerza — dijo la señora Pomfrey. — Quizá así evitarías acabar en la enfermería durante un trimestre entero.

Harry jadeó, indignado, y muchos se echaron a reír.

—¡Muy bien, Harry! —gritó Hermione—. ¡Lo hiciste, averiguaste el modo, y todo por ti mismo!

—Bueno... —contestó Harry. Le hubiera contado lo de Dobby, pero se acababa de dar cuenta de que Karkarov lo miraba. Era el único miembro del tribunal que no se había levantado de la mesa, el único que no mostraba señales de alivio al ver volver sanos y salvos a Harry, Ron y la hermana de Fleur—. Sí, es verdad —dijo Harry, elevando algo la voz para que lo oyera Karkarov.

Hubo risitas. A nadie le caía bien Karkarov.

—Tienes un «escarrabajo» en el pelo, Herr... mío... ne —dijo Krum.

Harry, Ron y Hermione se miraron.

— Ese maldito bicho estaba en todas partes — bufó Ron.

Los pocos que lo escucharon no comprendieron a qué se refería.

Harry tuvo la impresión de que Krum intentaba recuperar la atención de Hermione, tal vez para recordarle que había sido él quien la había rescatado del lago, pero Hermione se quitó el escarabajo del pelo con un gesto de impaciencia y continuó:

— Menos mal que no lo aplastaste — susurró Harry.

Hermione asintió, algo asombrada.

—Pero te has pasado un montón del tiempo, Harry... ¿Te costó mucho encontrarnos?

—No, os encontré sin problemas.

Harry se sentía más idiota a cada momento. Una vez fuera del agua, le parecía evidente que las medidas de seguridad de Dumbledore no habrían permitido la muerte de uno de los rehenes sólo porque el campeón no hubiera conseguido llegar a tiempo.

— Todo es más obvio cuando lo ves en retrospectiva — dijo el señor Weasley. — Lo hiciste lo mejor que pudiste, Harry. No te tortures.

Harry asintió, algo conmovido.

¿Por qué no había cogido a Ron y se había marchado con él? Habría sido el primero... Ni Cedric ni Krum habían perdido un instante preocupándose por los otros: no se habían tomado en serio la canción de las sirenas.

— La prrueba era parra nosotrros, no parra los rehenes — explicó Krum. — No podían poner su vida en peligrro.

Dumbledore estaba agachado en la orilla, trabando conversación con la que parecía la jefa de las sirenas, que tenía un aspecto especialmente feroz y salvaje. El director hacía el mismo tipo de ruidos estridentes que las sirenas y los tritones producían fuera del agua: evidentemente, Dumbledore hablaba sirenio.

Muchos miraron a Dumbledore con admiración.

Finalmente se enderezó, se volvió hacia los otros miembros del tribunal y les dijo:

—Me parece que tenemos que hablar antes de dar la puntuación.

Los miembros del tribunal hicieron un corrillo para discutir. La señora Pomfrey había ido a rescatar a Ron de las garras de Percy;

Percy, que todavía no había recuperado del todo su color normal, volvió a ruborizarse.

lo llevó con Harry y los otros, le dio una manta y un poco de poción pimentónica, y luego fue en busca de Fleur y su hermana. Fleur tenía muchos cortes en la cara y los brazos, y la túnica rasgada; pero no parecía que eso le preocupara, y no permitió que la señora Pomfrey se ocupara de ella.

—Atienda a «Gabguielle» —le dijo,

A Harry le dio la impresión de que mucha gente en el comedor comenzaba a ver a Fleur con otros ojos después de verla asustada y preocupada por su hermana. Era muy diferente de la Fleur altanera y quejica que se había descrito con anterioridad.

y luego se volvió hacia Harry—. Tú la has salvado —le dijo casi sin resuello—. Aunque no «ega» tu «gueén».

—Sí —asintió Harry, que en ese momento estaba muy arrepentido de no haber dejado a las tres atadas a la estatua.

Se oyeron risitas. Harry se esperaba que a Fleur no le gustara ese comentario, pero la vio sonreír.

— Ahoga sé que no estaba en peliggo de vegdad — dijo. — Yo también me tomé la canción demasiado en seguio.

Fleur se inclinó, besó a Harry dos veces en cada mejilla (él sintió que la cara le ardía, y no le habría extrañado que le hubiera vuelto a salir humo por las orejas),

Se volvieron a escuchar risas y varios silbidos. Fleur no hizo ni caso y Harry trató de hacer lo mismo.

y luego le dijo a Ron:

—Tú también la ayudaste.

—Sí —dijo Ron muy ilusionado—, un poco.

Fleur se abalanzó también sobre él para besarlo.

Las risas aumentaron. Ron se puso algo colorado.

Hermione parecía furiosa, pero justo entonces la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman retumbó junto a ellos y los sobresaltó.

— Furiosa, ¿eh? — repitió Angelina con una sonrisita.

Fue el turno de Hermione de ruborizarse.

— Ay, los celos — canturreó una chica de sexto de Slytherin, provocando risitas y murmullos.

Ron sonreía como un imbécil.

— ¿Te molestó que Fleur me besara? — dijo, sin dejar de sonreír.

— Claro que no — replicó Hermione, aunque era obvio que era mentira.

Harry se alegró mucho de que la profesora Vector siguiera leyendo, porque era un poco incómodo estar sentado entre dos personas que se miraban como lo hacían en ese momento Ron y Hermione.

En las gradas, la multitud se quedó de repente en silencio.

—Damas y caballeros, hemos tomado una decisión. Murcus, la jefa sirena, nos ha explicado qué ha ocurrido exactamente en el fondo del lago, y hemos puntuado en consecuencia. El total de nuestras puntuaciones, que se dan sobre un máximo de cincuenta puntos a cada uno de los campeones, es el siguiente:

Los de primero parecían muy interesados en la puntuación. El resto, no tanto.

»La señorita Delacour, aunque ha demostrado un uso excelente del encantamiento casco-burbuja, fue atacada por los grindylows cuando se acercaba a su meta, y no consiguió recuperar a su hermana. Le concedemos veinticinco puntos.

Aplaudieron en las tribunas.

Inmediatamente, una veintena de personas se echaron a aplaudir. Fleur pareció muy confusa, pero aceptó el aplauso con elegancia.

—Me «meguezco» un «cego» —dijo Fleur con voz ronca, agitando su magnífica cabellera.

— Pobrecita — se oyó decir a una chica de séptimo.

—El señor Diggory, que también ha utilizado el encantamiento casco-burbuja, ha sido el primero en volver con su rehén, aunque lo hizo un minuto después de concluida la hora.

Se escucharon unos vítores atronadores procedentes de la zona de Hufflepuff.

Esta vez, la mitad del comedor aplaudió con ganas, y no hubo ni una sola persona de Hufflepuff que no lo hiciera. Cuando el ruido cesó, la profesora continuó leyendo:

Harry vio que, entre la multitud, Cho le dirigía a Cedric una mirada entusiasmada.

— Debió doler — le dijo Dean con compasión.

Harry se encogió de hombros. Se le hacía algo raro pensar en lo mucho que le había gustado Cho hasta hacía poco tiempo.

—Por tanto le concedemos cuarenta y siete puntos.

A Harry se le cayó el alma a los pies. Si Cedric había llegado demasiado tarde, él desde luego mucho más.

—El señor Viktor Krum ha utilizado una forma de transformación incompleta, que sin embargo dio buen resultado, y ha sido el segundo en volver con su rescatada. Le concedemos cuarenta puntos.

Hubo aplausos, mucho más moderados de los que habían dedicado a Cedric, pero más calurosos que los de Fleur.

Karkarov aplaudió muy fuerte y de manera muy arrogante.

— Qué mal me cae — se quejó Justin.

—El señor Harry Potter ha utilizado con mucho éxito las branquialgas — prosiguió Bagman—. Volvió en último lugar, y mucho después de terminado el plazo de una hora. Pero la jefa sirena nos ha comunicado que el señor Potter fue el primero en llegar hasta los rehenes, y que el retraso en su vuelta se debió a su firme decisión de salvarlos a todos, no sólo al suyo.

Tanto Ron como Hermione dirigieron a Harry miradas que eran en parte de exasperación, en parte de compasión.

Era una mirada similar a la que estaba recibiendo ahora de todas partes del comedor. Frustrado, Harry se preguntó si tendría que volver a explicarles a todos que confiar en que otras personas les salvaran la vida a los rehenes no era su primer instinto, pero parecía que todos lo habían comprendido, porque nadie dijo nada.

—La mayoría de los miembros del tribunal —y aquí Bagman le dirigió a Karkarov una mirada muy desagradable— están de acuerdo en que esto demuestra una gran altura moral y que merece ser recompensado con la máxima puntuación. No obstante... la puntuación del señor Potter son cuarenta y cinco puntos.

De nuevo, el comedor se echó a aplaudir, esta vez con mucha fuerza. Harry no sabía dónde meterse.

A Harry le dio un vuelco el estómago. Estaba empatado en el primer puesto con Cedric Diggory. Ron y Hermione, muy sorprendidos, miraron a Harry; luego se rieron y empezaron a aplaudir muy fuerte con el resto de la multitud.

— Qué monos — dijo Angelina.

—¿Has visto, Harry? —le gritó Ron por encima del estruendo—. ¡Después de todo, no fuiste tan tonto! ¡Estabas demostrando gran altura moral!

— Ojo, ha dicho que Harry no fue tan tonto — rió Colin.

— A veces es un poco cortito, pero es buena gente — dijo Fred, ganándose un almohadazo por parte de Harry.

Fleur también aplaudía con mucho entusiasmo. Krum, en cambio, no parecía nada contento. Volvió a intentar entablar conversación con Hermione, pero ella estaba demasiado ocupada vitoreando a Harry para escuchar.

Krum estaba visiblemente incómodo tras escuchar eso, y Hermione parecía un poco arrepentida.

—La tercera y última prueba tendrá lugar al anochecer del día veinticuatro de junio —continuó Bagman—. A los campeones se les notificará en qué consiste dicha prueba justo un mes antes. Gracias a todos por el apoyo que les brindáis.

— ¿Y por qué no se lo dicen ya? Yo quiero saberlo — dijo un niño de primero.

— Fue un laberinto — le dijo una chica de segundo.

«Ya ha pasado», pensaba Harry algo aturdido mientras la señora Pomfrey se lo llevaba con el resto de los campeones y los rehenes de regresó al castillo, para que se pusieran ropa seca. Ya había pasado todo: había superado la prueba, y no tenía que preocuparse por nada más hasta el 24 de junio...

A Harry le dio un escalofrío. Vio que Amos Diggory había agachado la cabeza al escuchar la fecha.

Mientras subía la escalinata de piedra que daba acceso al castillo, decidió que en cuanto volviera a Hogsmeade le compraría a Dobby un par de calcetines para cada día del año.

— Se los ganó a pulso — dijo Seamus.

— Así acaba — anunció la profesora Vector.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

  Hospital San Mungo de enfermedades y Heridas mágicas: ¡Ni estoy mintiendo ni me he vuelto loco! —insistió Harry a voz en grito—. ¡Le digo ...