jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 27

 El regreso de Canuto:


Mientras subía la escalinata de piedra que daba acceso al castillo, decidió que en cuanto volviera a Hogsmeade le compraría a Dobby un par de calcetines para cada día del año.

— Se los ganó a pulso — dijo Seamus.

— Así acaba — anunció la profesora Vector.

Dumbledore no perdió ni un segundo. En cuanto la profesora Vector hubo marcado la página, el director pidió un nuevo voluntario.

Varias personas levantaron la mano, si bien algunas de ellas parecían cautelosas. Era de suponer que la tercera prueba no se leería justo después de la segunda, pero los nervios generalizados eran más que obvios.

Dumbledore eligió a una chica de cuarto de Gryffindor que le sonrió a Ginny cuando pasó a su lado de camino a la tarima.

La chica carraspeó, tomó el libro entre sus manos y leyó:

— El regreso de Canuto.

Muchos miraron a Sirius, pero nadie con tanta intensidad como Umbridge. La mujer tenía los ojos entrecerrados y, a su lado, Fudge fruncía el ceño.

Una de las mejores consecuencias de la prueba fue que después todo el mundo estaba deseando conocer los detalles de lo ocurrido bajo el agua, lo que supuso que por una vez Ron compartiera el protagonismo con Harry.

— Ay, qué mono — dijo Katie. — Es bonito que te alegres por Ron, Harry.

Harry se encogió de hombros. No veía qué tenía de bonito, pero notó que Katie no era la única que lo pensaba.

Éste notó que la versión que Ron daba de los hechos cambiaba sutilmente cada vez que los contaba.

Ron hizo una mueca, como si el recuerdo de aquello lo avergonzara.

Al principio dijo lo que parecía ser más o menos la verdad; por lo menos, coincidía con la versión de Hermione: Dumbledore había reunido en el despacho de la profesora McGonagall a todos los futuros rehenes y, después de asegurarles que no les pasaría nada y que despertarían al salir del agua, los había dormido mediante un hechizo.

— Es una pena que no os secuestraran sin avisar — dijo Sirius. — Habría sido más emocionante.

Hermione no parecía estar de acuerdo, pero Ron sí.

Una semana después, sin embargo, Ron contaba un emocionante relato de secuestro en el que se enfrentaba él solo a cincuenta tritones armados hasta los dientes, que habían tenido que reducirlo antes de poder atarlo.

Medio comedor se echó a reír y la otra mitad juzgó a Ron con la mirada. Él se puso rojo como un tomate.

—Pero yo tenía la varita oculta en la manga —le aseguraba a Padma Patil, que parecía haberse vuelto más amable con Ron cuando éste se convirtió en el centro de atención,

Algunos se rieron de Padma, y más de una chica la miró con asco.

— Menuda interesada — bufó una Hufflepuff de tercero.

y le hablaba cada vez que se cruzaba con él por los corredores—. Si hubiera querido, podría haber raptado yo a esos atontados.

— No te lo crees ni tú, Weasley — dijo Malfoy en voz alta.

Ron iba a responder algo, pero Hermione susurró "No le hagas caso".

—¿Cuándo los ibas a raptar? ¿Mientras se mondaban de risa? —le preguntó Hermione mordazmente. Estaba muy irritable porque le tomaban mucho el pelo a propósito de que fuera ella la persona a la que Viktor Krum más valoraba.

Volvieron a oírse risitas. Las miradas iban de Krum a Hermione, que se había ruborizado un poco.

— Es un poco triste, ¿no? — comentó una chica de séptimo. — ¿Cómo es posible que la persona a la que Krum más valoraba fuera una chica a la que acababa de conocer?

Se oyeron murmullos. Krum tenía la mandíbula apretada y la vista fija en un punto del suelo.

— Quizá es que su familia vivía demasiado lejos como para venir — sugirió Dennis.

— Pues a la hermana de Delacour la trajeron sin problemas — replicó Lisa Turpin.

— No es lo mismo, Francia está mucho más cerca que Bulgaria — exclamó un chico de segundo.

— Y sigue sin tener sentido — continuó la chica de séptimo que había iniciado la discusión. — Había un montón de estudiantes de Durmstrang ese año en Hogwarts. ¿Ninguno de ellos era amigo de Krum? ¿En serio las horas que pasó con Granger fueron más importantes que los años que pasó con sus compañeros de clase?

Los murmullos aumentaron. Harry notó que Hermione fulminaba a la chica con la mirada. Krum no se había movido ni un centímetro.

— No recuerdo haberlo visto pasar tiempo con ellos. Creo que no eran sus amigos — dijo Marietta.

— Es difícil hacerr amigos cuando te pasas la vida en el campo de quidditch — gruñó Krum.

El tono de su voz dejaba muy claro que no tenía ganas de hablar del tema, y Harry no pudo evitar sentir cierta compasión por él. Sabía perfectamente lo horrible que es que un montón de desconocidos analicen cada detalle de tu vida.

La chica de Gryffindor que estaba leyendo continuó haciéndolo de inmediato, zanjando el tema y ganándose un par de miradas frustradas de parte de aquellos que habían querido sacarle más información a Krum sobre su falta de amistades.

Ron enrojeció hasta las orejas, y en adelante retomó la primera versión de los hechos.

Hubo pocas risas porque la gente todavía estaba pensando en la situación de Krum, que era más interesante que las exageraciones de Ron.

Había empezado marzo, y el tiempo se hizo más seco, pero un viento terrible parecía despellejarles manos y cara cada vez que salían del castillo.

Harry notó que a Ginny le daba un escalofrío. Sintió unas ganas repentinas de arrimarse a ella para darle calor, pero eliminó ese pensamiento de su mente tan rápido como pudo.

Había retrasos en el correo porque el viento desviaba a las lechuzas del camino. La lechuza parda que Harry había enviado a Sirius con la fecha del permiso para ir a Hogsmeade volvió el viernes por la mañana a la hora del desayuno con la mitad de las plumas revueltas. En cuanto Harry le desprendió la carta de Sirius se escapó, temiendo que la enviaran otra vez.

— Ay, pobre lechuza — se lamentó Lavender.

La carta de Sirius era casi tan corta como la anterior:

Id al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade (más allá de Dervish y Banges) el sábado a las dos en punto de la tarde. Llevad toda la comida que podáis.

— Así que se atrevió a volver — farfulló Fudge. — ¡Y a Hogsmeade!

— Menuda falta de respeto hacia el ministerio — exclamó Umbridge. — Asesinos rondando cerca del colegio, ¡es inaceptable!

Sirius se encogió de hombros.

— Tenía asuntos importantes en Hogsmeade. Además, soy inocente, ¿se os ha olvidado ese detalle?

Umbridge lo miró con desdén.

— Eso lo tendrá que decidir el Wizengamot.

Para su sorpresa, hubo una oleada de protestas por parte de los alumnos.

— ¡Es inocente, el libro lo explicaba todo! — exclamó Angelina.

— Lo encarcelaron injustamente y pretenden hacerlo otra vez — bufó Dean.

Harry estaba tan sorprendido como Umbridge. ¿En qué momento el miedo que los alumnos habían sentido hacia Sirius se había convertido en respeto? Sirius parecía encantado. Fudge, por otro lado, tenía cara de haber tragado pus de bubotubérculo.

— No se mandará a nadie a Azkaban injustamente — les aseguró, aunque Harry pensó que no sonaba muy sincero. — Podéis estar tranquilos.

— Yo estaré tranquilo cuando tú dejes de ser el ministro — replicó Sirius.

A Harry le dieron ganas de pegarle una colleja. ¿Por qué se empeñaba en antagonizar a Fudge y Umbridge? Cuanto más lo hiciera, más difícil sería que lo dejaran en libertad al acabar la lectura.

Pero Sirius no parecía preocupado en absoluto. Como Fudge no había sido capaz de responder nada más que un ahogado "Cómo te atreves", la chica de Gryffindor siguió leyendo.

—¡No habrá vuelto a Hogsmeade! —exclamó Ron, sorprendido.

—Eso parece —observó Hermione.

—No puedo creerlo —dijo Harry muy preocupado—. Si lo cogen...

— Te preocupas demasiado, Harry — le aseguró Sirius, sonriente. — Sé cuidarme muy bien, ya lo sabes.

—Hasta ahora no lo han conseguido —le recordó Ron—. Y el lugar ya no está lleno de dementores.

— Y menos mal — suspiró la señora Pomfrey. — Aquel año fue un desastre…

Harry plegó la carta, pensando. La verdad era que quería volver a ver a Sirius. De forma que fue a la última clase de la tarde (doble hora de Pociones) mucho más contento de lo que normalmente se sentía cuando bajaba la escalera que llevaba a las mazmorras.

— Uy — dijo Fred. — Ir contento a pociones nunca acaba bien.

— Sí, al final Snape siempre arruina el buen humor de cualquiera — susurró George.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían formado un corrillo a la puerta de la clase con la pandilla de chicas de Slytherin a la que pertenecía Pansy Parkinson. Todos miraban algo que Harry no alcanzó a distinguir, y se reían por lo bajo con muchas ganas. La cara de Pansy asomó por detrás de la ancha espalda de Goyle y los vio acercarse.

El grupito de Pansy intercambiaba susurros.

—¡Ahí están, ahí están! —anunció con una risa tonta, y el corro se rompió. Harry vio que Pansy tenía en las manos un ejemplar de la revista Corazón de bruja. La foto con movimiento de la portada mostraba a una bruja de pelo rizado que sonreía enseñando los dientes y apuntaba a un bizcocho grande con la varita.

— Oh, ese ejemplar lo compré… — murmuró la señora Weasley.

Harry, que recordaba bien qué había contenido ese ejemplar, habría deseado que ninguno de los presentes en el comedor lo hubiera leído.

—¡A lo mejor encuentras aquí algo de tu interés, Granger! —dijo Pansy en voz alta, y le tiró la revista a Hermione, que la cogió algo sobresaltada.

Hubo murmullos. Parecía que la gente empezaba a recordar de qué revista se trataba, porque Harry notó varias miradas curiosas sobre él.

En aquel momento se abrió la puerta de la mazmorra, y Snape les hizo señas de que entraran.

Hermione, Harry y Ron se encaminaron hacia su pupitre al final de la mazmorra. En cuanto Snape volvió la espalda para escribir en la pizarra los ingredientes de la poción de aquel día, Hermione se apresuró a hojear la revista bajo el pupitre. Al fin, en las páginas centrales, encontró lo que buscaba. Harry y Ron se inclinaron un poco para ver mejor. Una fotografía en color de Harry encabezaba un pequeño artículo titulado «La pena secreta de Harry Potter»:

Solo escuchar el título bastó para que Harry sintiera una oleada de asco tremendo. Hermione se había puesto muy tensa y Harry no tuvo la menor duda de que, en cuanto alguien se atreviera a hacer algún comentario malintencionado sobre aquel artículo, Hermione explotaría.

Tal vez sea diferente. Pero, aun así, es un muchacho que padece todos los sufrimientos típicos de la adolescencia, nos revela Rita Skeeter.

Sin poder evitarlo, Harry gimió en voz alta.

— ¿Tenemos que leer esa basura? — preguntó. No tenía ninguna esperanza de que Dumbledore permitiera que se lo saltaran, pero al menos tenía que intentarlo.

— Lo siento, Potter — respondió la profesora McGonagall. Parecía sentirlo de verdad. — Esa basura es parte del libro y tenemos que leerlo todo. Solo espero que nadie sea tan obtuso como para tomarse en serio un artículo de Rita Skeeter, después de todo lo que hemos leído.

Lanzó una mirada severa en dirección al alumnado.

Harry suspiró. Tendría que tener fe en que la gente no olvidara las mentiras que Skeeter había escrito sobre él en el primer artículo sobre el torneo. Después de todo, habían leído con gran detalle cómo ella cambiaba todas y cada una de las respuestas que Harry le daba, sentado en aquel armario escobero y sin llorar, por mucho que ella dijera que lo había hecho.

Privado de amor desde la trágica pérdida de sus padres, a sus catorce años Harry Potter creía haber encontrado consuelo en Hogwarts en su novia, Hermione Granger, una muchacha hija de muggles. Poco sospechaba que no tardaría en sufrir otro golpe emocional en una vida cuajada de pérdidas.

— ¿Novia? ¿Qué me he perdido? — exclamó una niña de primero. Harry gimió de nuevo.

— Skeeter se lo estaba inventando — dijo en voz alta, quizá con más ímpetu del que debería, porque la niña pareció sobresaltada. — Hermione y yo nunca hemos sido novios.

Regresaron los murmullos. La chica de Gryffindor continuó leyendo.

La señorita Granger, una muchacha nada agraciada pero sí muy ambiciosa, parece sentir debilidad por los magos famosos, debilidad que ni siquiera Harry ha podido satisfacer por sí solo.

— ¿La ha llamado fea? — exclamó Tonks, sorprendida. — Creo que Rita debería mirarse en un espejo antes de juzgar la apariencia de los demás…

Hermione le sonrió, agradecida.

Desde la llegada a Hogwarts de Viktor Krum, el buscador búlgaro y héroe de los últimos Mundiales de Quidditch, la señorita Granger ha jugado con los afectos de ambos muchachos. Krum, que está abiertamente enamorado de la taimada señorita Granger, la ha invitado ya a visitarlo en Bulgaria durante las vacaciones de verano, no sin antes declarar que jamás había sentido lo mismo por ninguna otra chica.

Harry miró entonces a Krum, cuyo rostro se había puesto tan rojo que podría hacerse pasar por un Weasley, si ignorabas el pelo negro.

— ¿Eso también se lo estaba inventando Skeeter? — preguntó la misma niña de primero.

Krum no contestó.

Sin embargo, podrían no ser los dudosos encantos naturales de la señorita Granger los que han conquistado el interés de estos pobres chicos.

«Es fea con ganas —nos declara Pansy Parkinson, una bonita y vivaracha alumna de cuarto curso—,

Se oyeron bufidos.

— Skeeter tiene el gusto en el cu…

— ¡Ron! — lo regañó su madre. — ¡Ese lenguaje!

Pansy lo fulminaba con la mirada.

pero es perfectamente capaz de preparar un filtro amoroso, porque es una sabelotodo. Supongo que así lo consigue.»

— Esa es una acusación bastante grave, señorita Parkinson — dijo McGonagall en voz alta.

— Solo era una suposición, nada más, profesora — se defendió la chica.

Como es natural, los filtros amorosos están prohibidos en Hogwarts, y no cabe duda de que Albus Dumbledore estará interesado en investigar estas sospechas. Mientras tanto, las admiradoras de Harry Potter tendremos que conformarnos con esperar que la próxima vez le entregue su corazón a una candidata más digna de él.

— ¿Conformarnos? ¿Se incluye ella misma entre sus admiradoras, a pesar de todo lo que ha escrito sobre él? — dijo Alicia, asqueada.

— Bueno, ahí todavía no había escrito nada malo — le respondió Lee Jordan. — Creo que Harry todavía le caía bien.

—¡Te lo advertí! —le dijo Ron a Hermione entre dientes, mientras ella seguía con la vista fija en el artículo—. ¡Te advertí que no debías picarla! ¡Te ha presentado como una especie de... de mujer fatal!

Se oyeron risitas.

— ¿Mujer fatal? — repitieron varias voces, todas ellas con diferentes grados de diversión.

Ron se puso colorado.

Del rostro de Hermione desapareció la expresión de aturdimiento, y en su lugar soltó una risotada.

—¿Mujer fatal? —repitió, conteniendo la risa.

—Es como las llama mi madre —murmuró Ron, ruborizándose.

La señora Weasley también se ruborizó. Cuando las risitas cesaron, la chica de Gryffindor siguió leyendo con una sonrisa.

—Si Rita no es capaz más que de esto, es que está perdiendo sus habilidades —dijo Hermione, volviendo a reírse y dejando el número de Corazón de bruja sobre una silla vacía—. ¡Qué montón de basura!

— Me alegra que te lo tomaras con filosofía — dijo Lupin. Hermione le sonrió.

Miró a los de Slytherin, que los observaban detenidamente para ver si se enfadaban con el artículo. Hermione les dirigió una sonrisa sarcástica y un gesto de la mano, y tanto ella como Ron y Harry empezaron a sacar los ingredientes que necesitarían para la poción agudizadora del ingenio.

— Esa poción es lo que los Slytherin necesitan, para ver si así logran juntar una neurona entre todos ellos — murmuró Fred.

—Pero hay algo muy curioso —dijo Hermione diez minutos después, deteniendo la mano de mortero sobre el almirez lleno de escarabajos—. ¿Cómo puede haberse enterado Rita Skeeter...?

—¿De qué? —se apresuró a preguntar Ron—. Tú no has preparado filtros amorosos, ¿no?

— ¿En serio lo dudabas? — dijo Ginny, arqueando la ceja.

— Yo qué sé— replicó Ron. — No me dio tiempo a pensar.

Tanto Hermione como Ginny rodaron los ojos y lo ignoraron.

—No seas idiota —le soltó Hermione, comenzando a machacar los escarabajos —. Quiero decir... ¿cómo se habrá enterado de que Viktor Krum me ha invitado a visitarlo este verano?

Hermione se puso como un tomate al explicar esto, y evitó por todos los medios la mirada de Ron.

— Oooh, así que había parte de verdad en el artículo — dijo Padma, sorprendida.

Krum evitaba la mirada de todos, pero especialmente la de Hermione.

—¿Qué? —exclamó éste, dejando caer la mano de mortero, que hizo bastante ruido.

Se escucharon risitas, aunque la mayoría de gente trató de disimularlas.

—Me lo pidió justo después de sacarme del lago —susurró Hermione—. Después de volver a transformarse la cabeza. La señora Pomfrey nos dio una manta a cada uno, y luego él me llevó aparte para que no pudieran oírnos, y me dijo que si no tenía nada pensado para el verano, tal vez me gustaría...

— Entonces, Granger y Krum… — empezó a decir una chica de sexto con una sonrisita.

— ¿Os visteis en verano? — preguntó una de segundo.

Ninguno de los dos respondió, y eso solo hizo que los murmullos aumentaran. Hartándose, Hermione acabó diciendo:

— No, no nos vimos.

—¿Y qué le respondiste? —preguntó Ron, que había recuperado la mano de mortero y lo estaba usando sobre la mesa, bastante lejos de donde tenía el almirez, porque no apartaba los ojos de Hermione.

Las risitas disimuladas se volvieron muy obvias.

— Ay, Ron. La sutileza no es lo tuyo — sonrió Bill.

— No sé de qué me hablas — replicó Ron, aunque el tono sonrosado de su piel demostraba que sí lo hacía.

—Y dijo que nunca había sentido lo mismo por ninguna otra chica —siguió Hermione, poniéndose tan colorada que en aquel momento Ron casi notaba el calor que desprendía—.

En aquel momento, esa descripción le habría ido que ni pintada al propio Krum. Fleur le daba palmaditas en el hombro en señal de apoyo.

— Vaya, vaya. Granger tiene vida amorosa — dijo Daphne Greengrass, sorprendida. — Aunque no me extraña que fuera la primera de los tres en tener algún romance. Weasley es un poco lento para esas cosas y Potter se pasa la vida intentando no morir.

Harry no sabía si sentirse ofendido o no. ¡Él también podría tener vida amorosa, si quisiera!

Vale, lo de Cho no había salido bien, pero ya no le interesaba. Lo había superado. Y ahora ya no le gustaba nadie, así que no tenía ninguna prisa por salir con alguien…

Sus ojos se fijaron momentáneamente en Ginny, que en ese momento susurraba algo con Fred y George y los tres se reían.

Apartó la vista tan rápido como pudo y se centró en la lectura, algo alarmado. Entre el sueño que había tenido esa mañana y estas cosas extrañas que hacía su cerebro, empezaba a temer que se le estuviera yendo la cabeza.

Pero ¿cómo pudo oírlo Rita Skeeter? Ella no estaba por allí, ¿o sí? A lo mejor tiene una capa invisible, a lo mejor se infiltró en los terrenos del colegio para ver la segunda prueba...

— Pero, si tuviera una capa, el profesor Moody la habría visto, ¿no? — notó Ernie.

Moody asintió, a pesar de que no era él quien habría visto a Skeeter.

—¿Y qué le respondiste tú? —repitió Ron, pegando tan fuerte con la mano de mortero que hizo una marca en el pupitre.

Volvieron a escucharse risas.

— No lo soporto más — exclamó una chica de tercero. — ¡Es tan obvio que le gusta! Por Merlín, ¿por qué no le pide salir a Granger y deja de perder el tiempo?

— ¡Eso, eso! — Varias voces apoyaron a la chica. Ron y Hermione intercambiaron miradas, ambos rojos como tomates.

Por segunda vez en poco tiempo, Harry deseó no estar sentado entre ellos.

—Bueno, yo estaba demasiado ocupada intentando averiguar si vosotros dos estabais bien.

—Por fascinante que sea su vida social, señorita Granger —dijo una voz fría detrás de ellos—, le rogaría que no tratara sobre ella en mi clase. Diez puntos menos para Gryffindor.

— Estaba tardando en meterse — gruñó Sirius, lo suficientemente bajo para que solo aquellos que estaban cerca de él pudieran escucharlo.

Snape se había ido acercando sigilosamente a su pupitre mientras hablaban. En aquel momento, toda la clase los observaba. Malfoy aprovechó para lucir ante Harry la inscripción POTTER APESTA de su insignia.

— Qué patético — bufó Angelina.

Malfoy la miró mal.

—¡Ah...! ¿También leyendo revistas bajo la mesa? —añadió Snape, cogiendo el ejemplar de Corazón de bruja—. Otros diez puntos menos para Gryffindor... Ah, claro... —Los negros ojos de Snape relucieron al dar con el artículo de Rita Skeeter—. Potter tiene que estar al día de sus apariciones en la prensa...

Harry notó que Dumbledore le lanzaba a Snape una mirada severa.

Las carcajadas de los de Slytherin resonaron en el aula, y una desagradable sonrisa dibujó una mueca en los delgados labios de Snape. Para indignación de Harry, comenzó a leer el artículo en voz alta.

Sirius soltó un gruñido. Entre los profesores, el ambiente se tornó tenso. Harry notó que la expresión de Dumbledore se ensombrecía.

—«La pena secreta de Harry Potter...» Vaya, vaya, Potter, ¿de qué sufre usted ahora? «Tal vez sea diferente. Pero, aun así...»

Harry notaba que le ardía la cara. Snape se paraba al final de cada frase para dejar que los de Slytherin se rieran. Leído por Snape, el artículo sonaba diez veces peor.

La profesora McGonagall abrió la boca para decir algo, visiblemente indignada, pero el director se le adelantó:

— Severus, hablaremos de esto — dijo Dumbledore inmediatamente.

Snape mantuvo la vista fija en el libro. Harry podía ver lo tenso que estaba, pero peor estaba McGonagall, quien no pudo contenerse más:

— Yo también tendré unas palabras contigo, Severus — casi le salían chispas por los ojos. — Eso no lo dudes.

Snape asintió brevemente y continuó con la mirada fija en el mismo punto.

Harry se alegró bastante al verlo. Dumbledore parecía enfadado esta vez, así que Harry tenía esperanzas de que le cayera una buena regañina a Snape en cuanto se quedasen solos.

—«... las admiradoras de Harry Potter tendremos que conformarnos con esperar que la próxima vez le entregue su corazón a una candidata más digna de él.» ¡Qué conmovedor! —dijo Snape con desprecio, cerrando y enrollando la revista ante las risas continuadas de los de Slytherin—. Bueno, creo que lo mejor será que los separe a los tres para que puedan pensar en sus pociones y olvidar por un momento sus enmarañadas vidas amorosas. Weasley, quédese donde está; señorita Granger, allá, con la señorita Parkinson; Potter, a la mesa que está enfrente de la mía. Muévase, ya.

— Encima pone a Hermione junto a la imbécil que la criticó en el periódico — dijo Sirius. — ¿Se puede ser más miserable?

— Nadie ha pedido tu opinión, Black — gruñó Snape. Parecía que podía quedarse callado ante las críticas de Dumbledore y McGonagall, pero no ante las de Sirius.

— Y a ti nadie te ha pedido que existas, pero aquí estás — replicó Sirius.

Snape se puso en pie, varita en mano, antes de que a Harry le diera tiempo a parpadear.

— Severus — le advirtió Dumbledore. — Siéntate.

Sirius se llevó la mano al bolsillo, pero no sacó la varita. Tenía la mirada fija en Snape y parecía estar deseando que Snape diera el primer paso para así tener una excusa para pelear.

Pero Snape le hizo caso a Dumbledore y volvió a sentarse, lleno de furia pero decidido a tragársela. Harry tuvo el horrible presentimiento de que acabaría descargándola contra él.

Furioso, Harry echó los ingredientes y la mochila en el caldero, y lo llevó hasta la mesa vacía que había en la parte de delante de la mazmorra. Snape lo siguió, se sentó a su mesa y observó a Harry vaciando el caldero. Decidido a no mirarlo, Harry reanudó la tarea de machacar escarabajos, imaginándose la cara de Snape en cada uno de ellos.

Snape lo fulminó con la mirada. Harry hizo un esfuerzo por ignorarlo.

—Toda esta atención por parte de la prensa parece habérsele subido a la cabeza, que ya estaba bastante llena de presunción, Potter —dijo Snape en voz baja, cuando el resto de la clase había vuelto a lo suyo.

— Ah, que encima todavía no había terminado de meterse con Harry — dijo Charlie con desagrado.

Harry no respondió. Sabía que Snape trataba de provocarlo, tal como había hecho en otras ocasiones. Sin duda, quería una excusa para quitarle a Gryffindor cincuenta puntos antes del final de la clase.

— Obviamente — dijo Lee Jordan. — Quizá deberían quitarle a Snape el privilegio de quitar puntos a otras casas. Seguro que así los números serían más justos.

Se oyeron exclamaciones y murmullos a su favor. Entre los Slytherin, el consenso era totalmente el contrario.

—Podrías tener la equivocada impresión de que todo el mundo mágico está pendiente de ti —siguió Snape, pasando a tutearlo y en voz tan baja que nadie más podía oírlo (Harry siguió machacando los escarabajos, aunque ya los había reducido a un polvo finísimo), pero me da igual cuántas veces aparezca tu foto en los periódicos. Para mí, Potter, no eres más que un niño desagradable que cree estar por encima de las reglas.

— Te estás luciendo — dijo McGonagall, enfadada.

— Solo estaba siendo sincero — se defendió Snape. — La fama de Potter nunca ha significado nada para mí. ¿Cuántos docentes de este colegio pueden decir lo mismo?

— Al contrario, Severus — intervino Dumbledore. — Creo que el profesor que más ha tratado a Harry de forma diferente al resto eres tú. Pensé que podrías ser más profesional.

Fue como si a Snape le hubieran pegado una bofetada. Se quedó mirando a Dumbledore, sin saber qué decir, y la chica de Gryffindor aprovechó la pausa para continuar leyendo.

Harry echó el polvo de escarabajo en el caldero y se puso a cortar las raíces de jengibre. Las manos le temblaban un poco de la cólera, pero no levantaba los ojos, como si no oyera lo que Snape le decía.

— Bien, bien — murmuraba Sirius. — Que no note que te molesta.

—Así que te advertiré algo, Potter —prosiguió Snape, con la voz aún más suave y ponzoñosa—, seas o no una diminuta celebridad: si te pillo volviendo a entrar en mi despacho...

—¡Yo no me he acercado nunca a su despacho! —replicó Harry enojado, olvidando su fingida sordera.

— Ah, así que eso era — dijo McGonagall. Todavía pensabas que Potter había sido quien había entrado en tu despacho aquella noche, así que, en vez de buscar pruebas y solucionar el problema en privado, decidiste ridiculizar a un adolescente frente a todos sus compañeros.

— Muy maduro por tu parte, Snape — gruñó la profesora Sprout.

Snape no le hizo caso a ninguna de las dos.

—No me mientas —dijo Snape entre dientes, perforando a Harry con sus insondables ojos negros—. Piel de serpiente arbórea africana, branquialgas... Tanto una como otra salieron de mi armario privado, y sé quién las robó.

— Las branquialgas las cogió Dobby y la serpiente la cogió... ya sabes quién — dijo Harry en voz alta.

Sabía que provocar a Snape cuando estaba ya enfadado no era buena idea, pero no pudo evitarlo. Tenía las pruebas que demostraban que él era inocente de todo lo que Snape le acusaba. En cierto modo, era satisfactorio ver cómo el ceño del profesor se fruncía y cómo trataba de darle la vuelta a la situación, sin éxito.

Harry le devolvió la mirada a Snape, intentando no pestañear ni parecer culpable. La verdad era que él no le había robado ninguna de aquellas cosas. Era Hermione quien le había cogido la piel de serpiente arbórea africana cuando estaban en segundo: la necesitaban para la poción multijugos. Y, aunque aquella vez Snape había sospechado de Harry, no había podido demostrarlo. En cuanto a las branquialgas, era evidente que las había robado Dobby.

— ¿Por qué está echándole en cara lo de la serpiente? — preguntó Romilda, confusa. —Si han pasado dos años...

— A lo mejor es que alguien había robado ese ingrediente recientemente — dijo Susan Bones.

Terry Boot añadió:

— Entonces alguien debía estar haciendo poción multijugos, ¿no?

El comedor se llenó de murmullos. A Harry le sorprendió mucho lo rápido que habían llegado a esa conclusión.

—No sé de qué me habla —contestó Harry fríamente.

—¡No estabas en el dormitorio la noche en que entraron en mi despacho! —le dijo Snape en voz baja—. ¡Lo sé, Potter! ¡Y aunque Ojoloco Moody haya ingresado en tu club de admiradores, no por eso toleraré tu comportamiento! Una nueva incursión nocturna en mi despacho, Potter, ¡y lo pagarás!

—Bien —repuso Harry con serenidad, volviendo a sus raíces de jengibre—, lo tendré en cuenta por si alguna vez siento impulsos de entrar.

— Pobrecillo, para una vez que no ha hecho nada — dijo una chica de sexto.

Sirius miraba a Snape con odio.

— El que lo pagará serás tú como vuelvas a amenazar a Harry.

A Snape le brillaron los ojos de odio.

— ¿Me estás amenazando, Black?

— Sí.

— Basta — habló Dumbledore, cansado.

Le hizo una señal a la chica para que siguiera leyendo.

Hubo un brillo en los ojos de Snape. Se metió la mano en la túnica negra, y por un momento Harry temió que sacara la varita y le echara una maldición allí mismo.

Algunos profesores parecieron alarmados.

— Ningún profesor puede lanzar maldiciones a los alumnos — dijo McGonagall.

— Eso que se lo digan a Quirrell. O a Lockhart — murmuró Harry.

Luego vio que lo que sacaba era un pequeño tarro de cristal con una poción que parecía agua. Harry la observó.

—¿Sabes qué es esto, Potter? —preguntó Snape, y sus ojos volvieron a brillar malévolamente.

—No —respondió Harry, aquella vez con total sinceridad.

La curiosidad entre los alumnos era evidente.

—Es Veritaserum, una poción de la verdad tan poderosa que tres gotas bastarían para que descubrieras tus más íntimos secretos ante toda la clase —dijo Snape con la voz impregnada de odio—. Desde luego, el uso de esta poción está severamente controlado por normativa ministerial. Pero, si no vigilas tus pasos, podrías descubrir que mi mano se desliza subrepticiamente —movió un poco el tarro de cristal— hasta el zumo de calabaza de tu cena. Y entonces, Potter... sabremos si has estado o no en mi despacho.

— ¡Habrase visto! — exclamó la señora Weasley.

— Eso es inaceptable — declaró McGonagall, furiosa. Sin embargo, su furia no era nada comparada con la de Sirius, que esta vez sí que sacó la varita y se puso en pie.

— Si vuelves a amenazar a mi ahijado, haré que te arrepientas, Snivellus — dijo.

De inmediato, Snape se puso en pie también, temblando de furia.

Se escuchó un enorme estallido que hizo gritar a varios alumnos. Dumbledore había sacado la varita y había causado una explosión que tuvo el efecto deseado: tanto Sirius como Snape lo miraron a él.

— ¿Cuántas veces voy a tener que detener vuestras peleas? — A Harry no le habría gustado que Dumbledore le hablara en ese tono. Parecía realmente enfadado. — Sentaos de inmediato.

Tanto Sirius como Snape se dedicaron una última mirada llena de odio antes de guardar las varitas y retomar sus asientos. La tensión en el comedor era palpable.

— Continúe leyendo, por favor — le dijo Dumbledore a la chica de Gryffindor, que hizo caso de inmediato. Harry tampoco se habría negado, viendo el enfado del director.

Harry no dijo nada. Una vez más, volvió su atención a las raíces de jengibre, cogió el cuchillo y las partió en rodajas. No le hacía ni pizca de gracia lo de la poción de la verdad, y no dudaba de que Snape fuera capaz de echársela en el zumo.

Varias personas, incluyendo a casi todos los Weasleys, miraron a Snape con asco. Harry notó que la señora Pomfrey parecía tan enfadada con Snape como la señora Weasley, y tuvo el presentimiento de que, en cuanto se encontraran a solas, la enfermera le cantaría los cuarenta a Snape.

Reprimió un estremecimiento al imaginar todo lo que podría decir en ese caso.

Aparte de meter en problemas a un montón de gente (para empezar, a Hermione y a Dobby), estaban todas las otras cosas que ocultaba... como el hecho de mantener contacto con Sirius y (las tripas le dieron un retortijón sólo de pensarlo) lo que sentía por Cho.

Harry agradeció internamente que la tensión provocada por Sirius y Snape no se hubiera disipado, porque gracias a eso apenas hubo risitas sobre su pensamiento acerca de Cho.

Metió también en el caldero las raíces de jengibre, preguntándose si debería tomar ejemplo de Moody y limitarse a beber de su propia petaca.

— No es mala idea — le aseguró Moody. — Nunca se es lo suficientemente precavido.

Algunos lo miraron como si estuviera loco.

Llamaron a la puerta de la mazmorra.

—Pase —dijo Snape en su tono habitual.

Toda la clase miró hacia la puerta. Entró el profesor Karkarov y se dirigió a la mesa de Snape, enroscándose el pelo de la barbilla en el dedo. Parecía nervioso.

Eso despertó el interés del alumnado. Harry notó que muchos se inclinaban hacia delante, llenos de curiosidad.

—Tenemos que hablar —dijo Karkarov abruptamente, cuando hubo llegado hasta Snape. Parecía tan interesado en que nadie más entendiera lo que decía, que apenas movía los labios: daba la impresión de ser un ventrílocuo de poca monta. Sin apartar los ojos de las raíces de jengibre, Harry trató de escuchar.

— Cotilla — susurró Ginny.

Harry no lo negó.

—Hablaremos después de clase, Karkarov... —susurró Snape, pero Karkarov lo interrumpió.

—Quiero hablar ahora, no quiero que te escabullas, Severus. Me has estado evitando.

—Después de clase —repitió Snape.

— ¿Snape evitaba a Karkarov? — susurró Seamus. — ¿Qué se traían entre manos?

— Espero que fuera un romance — dijo Parvati y tanto ella como Lavender se deshicieron en risitas. Seamus se quedó mirándolas, escandalizado.

— Karkarov debe tener mejor gusto que eso — dijo. Parecía traumatizado ante la idea. — Hasta Hagrid sería mejor partido que Snape.

Lavender y Parvati volvieron a reírse. Por suerte para los tres, en la mesa de profesores nadie los escuchó.

Con el pretexto de levantar una taza de medición para ver si había echado en ella suficiente bilis de armadillo, Harry les echó a ambos una mirada de soslayo. Karkarov parecía sumamente preocupado, y Snape, molesto.

Comenzaban a haber murmullos entre los estudiantes. Harry estaba seguro de que debían estar circulando decenas de teorías entre ellos.

Karkarov permaneció detrás de la mesa de Snape durante el resto de la doble clase. Al parecer, quería evitar que Snape se le escapara al final.

— Madre mía, qué pesado — dijo Millicent Bulstrode, sorprendida.

Muchos Slytherin parecían estar perdiéndole el respeto a Karkarov, probablemente porque estaba acorralando a Snape.

Interesado en escuchar lo que Karkarov tenía que decir, Harry derramó adrede su frasco de bilis de armadillo dos minutos antes de que sonara la campana, lo que le dio una excusa para agacharse tras el caldero a limpiar el suelo mientras el resto de la clase se dirigía ruidosamente hacia la puerta.

Sirius se echó a reír, rompiendo la tensión que todavía quedaba en el comedor, y levantó el pulgar en señal de aprobación. También se oían risas entre los alumnos, aunque eran mucho más disimuladas.

— Menudo cotilla — decía Zacharias Smith.

— No me extraña que siempre te enteres de todo, Harry — reía Dean.

Harry se ruborizó. No le importaba que Ginny lo llamara cotilla (sabía que lo decía medio en broma), pero que lo hiciera todo el comedor era demasiado.

— Parecía que iban a hablar de algo importante —se defendió, pero solo provocó más risas.

— Asúmelo, estabas cotilleando — dijo Angelina.

— Exacto — fue Snape el que hablo, y a Harry le dio un escalofrío al notar el tono gélido de su voz. Las risas disminuyeron de inmediato. Snape tenía la vista fija en Harry y parecía furioso. — Eso será un castigo más, Potter. Deberías aprender a no meterte en asuntos que no te conciernen.

Sintiéndose valiente de pronto, Harry replicó:

— Creo que ese asunto sí que me concernía, profesor.

Levantó la cabeza y le sostuvo la mirada a Snape. El comedor se había quedado totalmente en silencio.

— Era una conversación privada. Añadiremos otro castigo más a la lista, Potter, por tu insolencia — respondió finalmente Snape. Su tono indicaba peligro y Harry decidió que no sería prudente enfadarlo más.

Esperaba que Sirius también pudiera mantenerse callado, porque parecía estar deseando contestarle algo hiriente a Snape.

—¿Qué es eso tan urgente? —oyó que Snape le preguntaba a Karkarov en un susurro.

—Esto —dijo Karkarov.

Echando un vistazo por el borde del caldero, Harry vio que Karkarov se subía la manga izquierda de la túnica y le mostraba a Snape algo situado en la parte interior del antebrazo.

La mandíbula de Snape se tensó visiblemente, pero sus ojos estaban fijos en el libro y su expresión era tan neutra como si lo que se estuviera leyendo fuera la receta de un pastel de calabaza.

—¿Qué te parece? —añadió Karkarov, haciendo aún el mismo esfuerzo por mover los labios lo menos posible—. ¿Ves? Nunca había estado tan clara, nunca desde...

—¡Tapa eso! —gruñó Snape, recorriendo la clase con los ojos.

— ¿Qué tenía que tapar? — preguntó Colin.

Nadie respondió, sobre todo porque Snape desvió la mirada del libro hacia Colin y su furia era tan obvia que ningún profesor, estudiante o invitado se atrevió a hablar.

—Pero tú también tienes que haber notado... —comenzó Karkarov con voz agitada.

—¡Podemos hablar después, Karkarov! —lo cortó Snape—. ¡Potter! ¿Qué está haciendo?

—Limpiando la bilis de armadillo, profesor —contestó haciéndose el inocente, al tiempo que se levantaba y le enseñaba el trapo empapado que tenía en la mano.

— Te han pillado — murmuró Neville, preocupado.

— ¿Cómo sobreviviste a eso? — preguntó Dean.

Harry se encogió de hombros.

Karkarov giró sobre los talones y salió de la mazmorra a zancadas. Parecía tan preocupado como enojado. Como no quería quedarse a solas con un Snape excepcionalmente airado, Harry echó los libros y los ingredientes de Pociones en la mochila y salió a toda pastilla para contarles a Ron y Hermione lo que había presenciado.

— Cómo no — dijo Alicia. Angelina y Katie sonreían.

A las doce del día siguiente salieron del castillo bajo un débil sol plateado que brillaba sobre los campos. El tiempo era más suave de lo que había sido en lo que llevaban de año, y cuando llegaron a Hogsmeade los tres se habían quitado la capa y se la habían echado al hombro. En la mochila de Harry llevaban la comida que Sirius les había pedido: una docena de muslos de pollo, una barra de pan y un frasco de zumo de calabaza que les habían servido en la comida.

— Podías haberle llevado algo más — dijo Hannah. — Seguro que en las cocinas os habrían dado un montón de comida.

Sirius le sonrió, agradecido.

Fueron a Tiroslargos Moda a comprar un regalo para Dobby, y se divirtieron eligiendo los calcetines más estrambóticos que vieron, incluido un par con un dibujo de refulgentes estrellas doradas y plateadas y otro que chillaba mucho cuando empezaba a oler demasiado.

— Ese último tendría que regalárselo a la mitad de mi curso — se quejó una chica de segundo. — A ver si así dejaban de apestar el dormitorio.

— Lo dices como si tus pies olieran a rosas — replicó otra chica, también de segundo. — Pero tus zapatos podrían desmayar a un hipogrifo.

La primera chica jadeó, indignada. Mientras ambas se lanzaban dagas con la mirada (y varias personas las observaban con diversión), la lectura continuó.

A la una y media subieron por la calle principal, pasaron Dervish y Banges y salieron hacia las afueras del pueblo.

Harry nunca había ido por allí. El ventoso callejón salía del pueblo hacia el campo sin cultivar que rodeaba Hogsmeade. Las casas estaban por allí más espaciadas y tenían jardines más grandes.

— Es una zona preciosa — se oyó decir a una chica de séptimo. — Me encantaría vivir allí.

La amiga a la que le hablaba asintió.

Caminaron hacia el pie de la montaña que dominaba Hogsmeade, doblaron una curva y vieron al final del camino unas tablas puestas para ayudar a pasar una cerca. Con las patas delanteras apoyadas en la tabla más alta y unos periódicos en la boca, un perro negro, muy grande y lanudo, parecía aguardarlos. Lo reconocieron enseguida.

—Hola, Sirius —saludó Harry, cuando llegaron hasta él.

— ¿Lo llamaste por su nombre? ¿Y si alguien hubiera estado cerca? — dijo Jimmy Peakes.

— No había nadie — le aseguró Ron.

El perro olió con avidez la mochila de Harry, meneó la cola, y luego se volvió y comenzó a trotar por el campo cubierto de maleza que subía hacia el rocoso pie de la montaña. Harry, Ron y Hermione traspasaron la cerca y lo siguieron.

— Debías tener hambre — rió Tonks.

— No te haces una idea — replicó Sirius.

Sirius los condujo a la base misma de la montaña, donde el suelo estaba cubierto de rocas y cantos rodados, y empezó a ascender por la ladera: un camino fácil para él, con sus cuatro patas; pero Harry, Ron y Hermione se quedaron pronto sin aliento. Siguieron subiendo tras Sirius durante casi media hora por el mismo camino pedregoso, empinado y serpenteante. El perro movía la cola mientras ellos sudaban bajo el sol. A Harry le dolían los hombros por las correas de la mochila.

— Bueno, tenía que ser un sitio alejado para asegurarme de que no me encontrarían fácilmente — dijo Sirius. Con tono jovial, añadió: — Al menos hicisteis ejercicio.

Harry y Ron bufaron. Hermione se limitó a rodar los ojos.

Al final Sirius se perdió de vista, y, cuando llegaron al lugar en que había desaparecido, vieron una estrecha abertura en la piedra. Se metieron por ella con dificultad y se encontraron en una cueva fresca y oscura. Al fondo, atado a una roca, se hallaba el hipogrifo Buckbeak.

Se oyeron voces emocionadas. A Hagrid le brillaron los ojos.

Mitad caballo gris y mitad águila gigante, sus fieros ojos naranja brillaron al verlos. Los tres se inclinaron notoriamente ante él, y, después de observarlos por un momento, Buckbeak dobló sus escamosas rodillas delanteras y permitió que Hermione se acercara y le acariciara el cuello con plumas.

Parecía que Buckbeak fascinaba a muchos estudiantes. Malfoy, sin embargo, miraba hacia el libro con una profunda expresión de asco. Harry notó entonces que Umbridge parecía tan asqueada como él.

Harry, sin embargo, miraba al perro negro, que acababa de convertirse en su padrino.

Sirius llevaba puesta una túnica gris andrajosa, la misma que llevaba al dejar Azkaban, y estaba muy delgado. Tenía el pelo más largo que cuando se había aparecido en la chimenea, y sucio y enmarañado como el curso anterior.

— ¿En un año no te dio tiempo a conseguir una túnica decente? — preguntó Tonks.

— O a lavar la que tenías — sugirió Lupin.

Sirius soltó un resoplido.

— Lavé la túnica siempre que pude. Tampoco es que hiciera mucha falta, me pasé prácticamente todo el año convertido en un perro.

Algunos lo miraron con pena. Otros, como Pansy, con visible repugnancia.

—¡Pollo! —exclamó con voz ronca, después de haberse quitado de la boca los números atrasados de El Profeta y haberlos echado al suelo de la cueva.

Hubo risas. Lupin sonreía, aunque no le llegaba a los ojos.

— Podías haber dicho "hola" primero — dijo.

Sirius se encogió de hombros.

— Hay que tener prioridades en la vida.

Harry sacó de la mochila el pan y el paquete de muslos de pollo y se lo entregó.

—Gracias —dijo Sirius, que lo abrió de inmediato, cogió un muslo y se puso a devorarlo sentado en el suelo de la cueva—. Me alimento sobre todo de ratas. No quiero robar demasiada comida en Hogsmeade, porque llamaría la atención.

Muchos estudiantes miraron entonces a Sirius como si estuviera loco.

— ¿De ratas? — exclamó Colin, fascinado.

— Para un perro, no están nada mal — le aseguró Sirius.

A Harry le dio un escalofrío de pensarlo. Notó que a Hermione también.

Sonrió a Harry, pero a éste le costó esfuerzo devolverle la sonrisa.

—¿Qué haces aquí, Sirius? —le preguntó.

Sirius rodó los ojos.

— De verdad, te preocupas demasiado.

— Ya me lo has dicho — respondió Harry, que seguía sin pensar que hubiera estado exagerando al preocuparse por su padrino.

—Cumplir con mi deber de padrino —respondió Sirius, royendo el hueso de pollo de forma muy parecida a como lo habría hecho un perro—. No te preocupes por mí: me hago pasar por un perro vagabundo de muy buenos modales.

— Espera, ¿te acercabas a los residentes de Hogsmeade? — preguntó Bill. — Te gusta el riesgo, ¿eh?

Sirius sonrió.


— Hay gente muy amable en el pueblo. No muchos se negarían a darle de comer a un perro bien educado.

Seguía sonriendo; pero, al ver la cara de preocupación de Harry, dijo más seriamente:

—Quiero estar cerca. Tu última carta... Bueno, digamos simplemente que cada vez me huele todo más a chamusquina. Voy recogiendo los periódicos que la gente tira, y, a juzgar por las apariencias, no soy el único que empieza a preocuparse.

— Había motivos para preocuparse — murmuró Hermione.

Señaló con la cabeza los amarillentos números de El Profeta que estaban en el suelo. Ron los cogió y los desplegó.

Harry, sin embargo, siguió mirando a Sirius.

—¿Y si te atrapan? ¿Qué pasará si te descubren?

— Qué mono. Se nota que quieres a tu padrino — dijo Romilda Vane.

Harry no supo qué contestar.

—Vosotros tres y Dumbledore sois los únicos por aquí que saben que soy un animago —dijo Sirius, encogiéndose de hombros y siguiendo con el pollo.

— La verdad es que fue el disfraz perfecto — dijo Charlie. — Estabas escondido a simple vista. No me molestaría convertirme en animago...

— Yo quiero hacerlo — le aseguró Fred. — Pero solo os lo contaré si me convierto en un animal grande y poderoso.

— Te querremos igual aunque te conviertas en una mosca — dijo Ginny. Fred soltó un bufido y George, una risita.

Ron le dio un codazo a Harry y le pasó los ejemplares de El Profeta. Eran dos: el primero llevaba el titular «La misteriosa enfermedad de Bartemius Crouch»; el segundo, «La bruja del Ministerio sigue desaparecida. El ministro de Magia se ocupa ahora personalmente del caso».

El silencio incómodo regresó al comedor. Cada vez que Bertha Jorkins era mencionada, muchos alumnos parecían ponerse nerviosos. Ninguno había olvidado el sueño de Harry.

Harry miró el artículo sobre Crouch. Las frases le saltaban a los ojos: «No se lo ha visto en público desde noviembre... la casa parece desierta... El Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas rehúsa hacer comentarios... El Ministerio se niega a confirmar los rumores de enfermedad crítica...»

— Una enfermedad explicaría por qué dejó de asistir a las pruebas — dijo Hannah.

— Dudo que fuera por enfermedad — respondió Terry Boot, pensativo.

—Suena como si se estuviera muriendo —comentó Harry—. Pero no puede estar tan enfermo si se ha colado en Hogwarts...

Se oyeron voces y alguien dijo "Eso, eso".

—Mi hermano es el ayudante personal de Crouch —informó Ron a Sirius—. Dice que lo que tiene Crouch se debe al exceso de trabajo.

Percy pareció sorprendido al escuchar a Ron hablar de él tan repentinamente.

—Eso sí, la última vez que lo vi de cerca parecía enfermo —añadió Harry pensativamente, sin dejar el periódico—. La noche en que salió mi nombre del cáliz...

—Se está llevando su merecido por despedir a Winky —dijo Hermione con frialdad. Estaba acariciando a Buckbeak, que mascaba los huesos de pollo que Sirius iba dejando—. Apuesto a que se arrepiente de haberlo hecho. Apuesto a que ahora que ella no está para cuidarlo se da cuenta de lo que valía.

Muchos se sorprendieron al oír eso.

— No sabía que Granger podía ser tan vengativa — dijo una chica de tercero.

—Hermione está obsesionada con los elfos domésticos —le explicó Ron a Sirius, dirigiendo a Hermione una mirada severa.

Hermione rodó los ojos.

Pero Sirius parecía interesado.

—¿Crouch despidió a su elfina doméstica?

—Sí, en los Mundiales de Quidditch —repuso Harry, y se puso a contar la historia de la aparición de la Marca Tenebrosa y de que habían encontrado a Winky con la varita de él en la mano, y del enojo del señor Crouch.

— Me sorprende que aún no le hubieras contado esa historia — dijo Tonks.

— Es que pasaron muchas cosas ese año — replicó Harry.

Cuando Harry hubo concluido, Sirius se puso de nuevo en pie y comenzó a pasear de un lado a otro de la cueva.

—A ver si lo he entendido todo bien —dijo después de un rato, blandiendo un nuevo muslo de pollo—. Primero visteis en la tribuna principal a la elfina, que le estaba guardando un sitio a Crouch, ¿no es así?

—Sí —respondieron los tres al mismo tiempo.

—Pero Crouch no apareció en todo el partido.

— Me sigue pareciendo raro — admitió Angelina.

Varias personas le dieron la razón.

— Yo sigo pensando que Crouch fue quien puso la marca tenebrosa en el cielo — dijo Ernie en voz alta, en tono solemne. — Y luego le dio la varita a Winky para que se deshiciera de ella, pero no le dio tiempo.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.

—No —confirmó Harry—. Me parece que dijo que había estado muy ocupado.

Sirius paseó en silencio por la cueva. Luego preguntó:

—¿Miraste en los bolsillos si estaba la varita después de dejar la tribuna principal, Harry?

—Eh... —Harry intentó recordar—. No —contestó por fin—.

— Interesante — murmuró Angelina. — Entonces puede que la perdieras mucho antes de lo que pensabas.

Algunos miraron a Harry como pidiendo que confirmara ese dato, pero él se mantuvo callado.

No la necesité antes de llegar al bosque. Entonces metí la mano en el bolsillo, y lo único que encontré fueron los omniculares. —Miró a Sirius—. ¿Crees que el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa me robó la varita en la tribuna principal?

—Tal vez —dijo Sirius.

—¡Winky no robó esa varita! —aseguró Hermione con vehemencia.

— ¿Por qué estabas tan segura? — la que habló fue una chica de Ravenclaw a la que Harry recordaba de días anteriores. Melissa Brant miraba a Hermione con desdén.

— Porque era obvio — replicó Hermione con tanto desdén como el que Brant profesaba hacia ella. No le dijo ni una palabra más y Melissa soltó un bufido.

—La elfina no estaba sola en la tribuna principal, ¿verdad? —dijo Sirius frunciendo el entrecejo mientras seguía paseando—. ¿Quién más había sentado detrás de ti?

—Mucha gente —explicó Harry—. Funcionarios búlgaros... Cornelius Fudge... los Malfoy...

— ¡Seguro que fueron los Malfoy! — exclamó Colin.

Draco se le quedó mirando como si estuviera loco.

—¡Los Malfoy! —exclamó Ron de repente, tan alto que su voz retumbó en la cueva. Buckbeak sacudió la cabeza nervioso—. ¡Seguro que fue Lucius Malfoy!

— Mi padre tenía mejores cosas que hacer que robarle varitas a idiotas como Potter — resopló Malfoy.

—¿Nadie más?

—Nadie —dijo Harry.

—Sí, había alguien más: Ludo Bagman —recordó Hermione.

—¡Ah, sí...!

— No creo que fuera Bagman — dijo Susan Bones.

— Yo tampoco — afirmó Justin.

Parecía que muchos estudiantes estaban enfrascados en el misterio.

—No sé nada de Bagman, salvo que fue golpeador en las Avispas de Wimbourne —comentó Sirius, sin dejar de pasear—. ¿Cómo es?

—Guay. Se empeña en ofrecerme ayuda para el Torneo de los tres magos.

—¿De verdad? —El ceño de Sirius se hizo más profundo—. ¿Por qué lo hará?

—Dice que tiene debilidad por mí.

— Sí, y una deuda que pagar gracias a tu victoria — murmuró Fred.

—Mmm. —Sirius se quedó pensativo.

—Lo vimos en el bosque justo antes de que apareciera la Marca Tenebrosa —le dijo Hermione a Sirius—. ¿Os acordáis? —añadió volviéndose a Ron y Harry.

—Sí, pero no se quedó en el bosque —observó Ron—. En cuanto le hablamos del altercado, se fue al campamento.

— Pero no lo visteis ir al campamento, ¿verdad? — dijo Cho. — ¿No se desapareció?

Eso provocó un montón de murmullos. Sin embargo, el consenso general parecía seguir siendo que Bagman no era el culpable. Crouch era el sospechoso principal.

—¿Cómo lo sabes? —objetó Hermione—. ¿Cómo sabes adónde fue al desaparecerse?

—¡Vamos! —exclamó Ron en tono escéptico—. ¿Es que crees que fue Bagman el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa?

—Antes sospecho de él que de Winky —replicó Hermione con testarudez.

— En eso tienes razón — dijo Susan. — La pobre Winky no tuvo nada que ver, estoy segura.

—Ya te lo he dicho —señaló Ron, dirigiendo a Sirius una significativa mirada—, está obsesionada con los elfos dom...

Pero Sirius levantó la mano para que se callara.

Ron gruñó al recordar eso.

—¿Qué hizo Crouch después de que apareció la Marca Tenebrosa y de que hubieron descubierto a su elfina con la varita de Harry?

—Se fue a mirar entre los arbustos —explicó Harry—, pero no encontró a nadie más.

—Claro —susurró Sirius, paseando de un lado a otro—, claro, quería encontrar a cualquier otro que no fuera su elfina doméstica... ¿Y entonces la despidió?

—Sí —contestó Hermione muy acalorada—, la despidió sólo porque no se había quedado en la tienda y dejado que la pisotearan.

— Fue muy injusto — dijo Hannah, apenada.

— Seguro que Winky ahora es más feliz que con ese hombre — dijo con ímpetu una niña de primero. Harry decidió no informarle de que Winky seguía siendo tan desdichada a día de hoy como el primer día que Crouch la había despedido.

—¡Deja en paz a la elfina, Hermione! —le dijo Ron. Pero Sirius negó con la cabeza.

—Ella ha calado a Crouch mejor que tú, Ron. Si quieres saber cómo es alguien, mira de qué manera trata a sus inferiores, no a sus iguales.

— Sabias palabras — dijo Dumbledore.

Se pasó una mano por la cara sin afeitar, intentando pensar.

—Todas esas ausencias de Barty Crouch... Se toma la molestia de enviar a su elfina doméstica para que le guarde un asiento en los Mundiales, pero no aparece para ver el partido; trabaja muy duro para reinstaurar el Torneo, y luego también se ausenta... Nada de eso es propio de él. Si antes de esto había dejado alguna vez de ir al trabajo por enfermedad, me como a Buckbeak.

Algunos parecieron alarmados al oír eso.

— Espero que nunca se quede sin ratas para comer — se oyó decir a un chico de segundo.

— ¡Sólo era una forma de hablar! — bufó Sirius.

—¿Conoces a Crouch, entonces? —le preguntó Harry.

La cara de Sirius se ensombreció. De pronto pareció tan amenazador como la noche en que Harry lo había visto por primera vez, cuando aún creía que era un asesino.

Eso puso nerviosos a muchos. Sirius debió notar las miradas cautelosas que volaron en su dirección, porque sonrió tratando de parecer inocente.

—Conozco a Crouch muy bien —dijo en voz baja—. Fue el que ordenó que me llevaran a Azkaban... sin juicio.

—¿Qué? —exclamaron a la vez Ron y Hermione.

—¡Bromeas! —dijo Harry.

La reacción en el comedor era bastante similar. La mayoría de alumnos estaban sorprendidos, si bien algunos sentían más indignación que otros.

— Crouch cada vez me cae peor — se oyó decir a un chico de segundo.

—No, no bromeo —respondió Sirius, arrancando otro bocado al muslo de pollo—. Crouch era director del Departamento de Seguridad Mágica, ¿no lo sabíais?

Harry, Ron y Hermione negaron con la cabeza.

—Todos pensaban que sería el siguiente ministro de Magia —explicó Sirius—.

Fudge tosió y pareció algo incómodo.

Barty Crouch es un gran mago y está sediento de poder. Ah, no, nunca apoyó a Voldemort —añadió, comprendiendo lo que significaba la expresión de Harry—. No, Barty Crouch fue siempre un declarado enemigo del lado tenebroso. Pero, entonces, un montón de gente que estaba también contra el lado tenebroso... Bueno, no lo entenderíais: sois demasiado jóvenes...

— Los adultos os ahorraríais mucho tiempo si explicarais las cosas en vez de escudaros en que los jóvenes no las entenderemos — bufó una chica de tercero.

—Eso es lo que dijo mi padre en los Mundiales —dijo Ron con un dejo de irritación en la voz—. ¿Por qué no lo intentas?

Sirius sonrió un instante.

—Vale, lo intentaré... —Paseó unos momentos por la cueva, y luego empezó a hablar—: Imaginaos que Voldemort está ahora mismo en su momento de máximo poder. No sabéis quiénes lo apoyan, no sabéis quién es de los suyos y quién no, pero sabéis que puede controlar a la gente para que haga cosas terribles sin poder evitarlo. Tenéis miedo por vosotros mismos, por vuestra familia y por vuestros amigos. Cada semana llegan las noticias de nuevas muertes, nuevas desapariciones, nuevas torturas...

La gente escuchaba esa descripción con solemnidad y nervios. El silencio en el comedor era total. Entre los adultos, la tristeza era palpable.

El Ministerio de Magia está sumido en el caos, no sabe qué hacer, intenta que los muggles no se den cuenta de nada, pero, entre tanto, también van muriendo muggles. El terror, el pánico y la confusión cunden por todas partes... Así estaban las cosas.

— No me quiero ni imaginar lo horrible que tuvo que ser — dijo una chica de sexto. — ¿Os dais cuenta de la suerte que tenemos de no haber vivido aquella época?

— Pues si la gente del futuro dice la verdad, habrá una segunda guerra, y esa nos tocará comérnosla a nosotros — dijo Anthony Goldstein.

La tensión en el comedor aumentó. Muchos intercambiaron miradas nerviosas.

»Bueno, esas situaciones sacan a la luz lo mejor de algunas personas y lo peor de otras. Las intenciones de Crouch tal vez fueran buenas al principio, no lo sé. Ascendió rápidamente en el Ministerio y empezó a aplicar medidas muy duras contra los partidarios de Voldemort. Concedió nuevos poderes a los aurores: por ejemplo, permiso para matar en vez de capturar.

Se escucharon jadeos.

Y yo no fui el único al que entregaron a los dementores sin juicio previo. Crouch empleó la violencia contra la violencia, y autorizó el uso de las maldiciones imperdonables contra los sospechosos. Diría que llegó a ser tan cruel y despiadado como los que estaban en el lado tenebroso.

— Pero lo hacía para proteger a los buenos — dijo un chico de primero. — No era tan malo, ¿no?

— Me temo que Barty cruzó líneas que jamás debió cruzar — respondió Dumbledore con tristeza.

Tenía sus partidarios, por supuesto: mucha gente que pensaba que aquél era el mejor modo de hacer las cosas, y muchos magos y brujas pedían que asumiera el poder como nuevo ministro de Magia. Cuando desapareció Voldemort, parecía que era sólo cuestión de tiempo que Crouch ocupara el cargo más alto del escalafón, pero entonces sucedió algo bastante inoportuno. —Sirius sonrió con tristeza—. El propio hijo de Crouch fue descubierto con un grupo de mortífagos que se las habían arreglado para salir de Azkaban. Según parecía, buscaban a Voldemort para reinstaurar su poder.

Hubo gritos ahogados y muchos resoplidos.

— ¿El hijo de Crouch era un mortífago? — repitió Lee Jordan. — ¡Vaya!

— Eso debió ser muy duro para él — Hannah parecía sentir pena por Crouch.

—¿Pillaron al hijo de Crouch? —preguntó Hermione con voz entrecortada.

—Sí —contestó Sirius, tirándole a Buckbeak el hueso de pollo; luego se apresuró a coger la barra de pan y partirla por la mitad—. Un golpe duro para Barty, me imagino. Tal vez debería haber dedicado más tiempo a la familia, tal vez debería haber trabajado algo menos y vuelto a su casa antes, de vez en cuando, para conocer a su propio hijo.

— Tal vez, no. Era lo que debía haber hecho — dijo la profesora Sprout.

— No fue consciente de lo que tenía en casa hasta que fue demasiado tarde — suspiró McGonagall.

Empezó a devorar el pan a grandes bocados.

—¿Su propio hijo era un mortífago? inquirió Harry.

—No lo sé realmente —repuso Sirius, metiéndose más pan en la boca—. Yo ya estaba en Azkaban cuando lo llevaron. Éstas son cosas que en su mayor parte he averiguado después de haber salido. Desde luego, el muchacho fue descubierto en compañía de gente que me apostaría el cuello a que eran mortífagos, pero tal vez sólo estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado, como la elfina doméstica.

— Oh, no. Eso lo hace todavía peor — dijo Hannah. — ¿Qué pasó entonces? ¿Fue a Azkaban?

Sirius asintió.

—¿Intentó liberar a su hijo? —susurró Hermione. Sirius soltó una risa que sonó casi como un ladrido.

— Por qué será — dijo Fred en tono irónico.

—¿Liberar a su hijo? ¡Creía que habías entendido cómo es, Hermione! Quería apartar del camino todo lo que pudiera manchar su reputación; había dedicado su vida entera a escalar puestos para llegar a ministro de Magia. Ya lo viste despedir a su elfina doméstica porque lo había vuelto a asociar con la Marca Tenebrosa... ¿No te da eso a entender cómo es? El amor paternal de Crouch se limitó a concederle un juicio y, según parece, no fue más que una oportunidad para demostrar lo mucho que aborrecía al muchacho... Luego lo mandó derecho a Azkaban.

El silencio volvía a aplastante.

— En resumen... Crouch no tenía corazón — dijo Angelina.

— Eso lo resume bien — respondió Wood.

—¿Entregó a su propio hijo a los dementores? —preguntó Harry en voz baja.

—Sí —respondió Sirius, y ya no estaba nada sonriente—. Vi cuando los dementores lo condujeron, los vi a través de los barrotes de mi celda. Lo metieron en una cercana a la mía. No tendría más de diecinueve años. Al caer la noche gritaba llamando a su madre. Al cabo de unos días se calmó, sin embargo... Todos terminan calmándose... salvo cuando gritan en sueños.

A Hagrid le dio un escalofrío. No fue el único al que se le puso la carne de gallina.

Por un momento, al rememorar la prisión, la mirada triste de Sirius resultó más triste que nunca.

Lupin le dio a Sirius varias palmadas en el hombro en señal de apoyo. Tonks lo miró con compasión.

—Entonces, ¿sigue en Azkaban? —inquirió Harry.

—No —contestó Sirius con voz apagada—. No, ya no está allí. Murió un año después de entrar.

— Qué fuerte — jadeó Parvati. Parecía que la historia se había vuelto demasiado oscura para su gusto.

—¿Murió?

—No fue el único —dijo Sirius con amargura—. La mayoría se vuelven locos, y muchos terminan por dejar de comer. Pierden la voluntad de vivir. Se sabía cuándo iba a morir alguien porque los dementores lo sentían, se excitaban.

— No hay criaturas más despreciables — dijo la profesora McGonagall en tono solemne.

El muchacho parecía bastante enfermo cuando llegó. Como Crouch era un importante miembro del Ministerio, él y su mujer pudieron visitarlo en el lecho de muerte. Fue la última vez que vi a Barty Crouch, casi llevando a rastras a su mujer cuando pasaron por delante de mi celda. Según parece, ella murió también poco después. De pena. Se consumió igual que el muchacho.

— Ay, no — se lamentó Katie.

Conforme la historia se tornaba más turbia, más gente parecía horrorizada.

Crouch no fue a buscar el cadáver de su hijo. Los propios dementores lo enterraron junto a la fortaleza: yo los vi hacerlo.

— Eso lo confirma. No tenía ni una pizca de compasión en su alma — afirmó una chica de séptimo.

— Qué quieres que te diga, no me extraña que abandonara así a su hijo. Te recuerdo que era un mortífago — replicó McLaggen.

— Y yo te recuerdo que no había pruebas concluyentes. En el libro han dicho que quizá estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Eso despertó una nueva oleada de murmullos. Harry no dijo nada. Que pensaran lo que quisieran.

Sirius dejó a un lado el pan que acababa de levantar para llevárselo a la boca, y en su lugar cogió el frasco de zumo de calabaza y lo apuró.

—Y de esa forma Crouch lo perdió todo justo cuando parecía que ya lo había alcanzado —continuó, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Había sido un héroe, preparado para convertirse en ministro de Magia; y un instante más tarde su hijo había muerto, su mujer también, el nombre de su familia estaba deshonrado y, según he escuchado después de salir de la cárcel, su popularidad había caído en picado.

— Perdió toda su vida en un instante — dijo Hannah. — Debió ser horrible.

Cuando el chico murió, a la gente empezó a darle pena y se preguntaron por qué un chico de tan buena familia se había descarriado de aquella manera. La respuesta que encontraron fue que su padre nunca se había preocupado mucho por él. Y por eso el cargo lo consiguió Cornelius Fudge, y a Crouch lo relegaron al Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

De nuevo, Fudge pareció incómodo. No le hacía gracia que todos supieran que había conseguido el cargo gracias a la caída en desgracia de su principal adversario.

Hubo un prolongado silencio. Harry recordó la manera en que a Crouch se le salían los ojos de las órbitas al encontrar en el bosque a su desobediente elfina doméstica, la noche de los Mundiales de Quidditch. Aquél, pues, era el motivo por el que Crouch se había excedido de tal manera al encontrar a Winky bajo la Marca Tenebrosa. Le había recordado a su hijo, el antiguo escándalo y su caída en desgracia en el Ministerio.

— Sigue sin ser excusa — murmuró Hermione.

—Moody dice que Crouch está obsesionado con atrapar magos tenebrosos —le dijo Harry a Sirius.

—Sí, he oído que se ha convertido en una especie de manía suya —repuso Sirius, asintiendo con la cabeza—. Seguramente piensa que todavía tiene esperanzas de recobrar su antigua popularidad si atrapa algún mortífago.

— Bueno, ese Moody tenía razones para pensar eso — susurró Ron.

—¡Y se coló en Hogwarts para registrar el despacho de Snape! —exclamó Ron eufórico, mirando a Hermione.

—Sí, y eso no tiene ningún sentido —dijo Sirius.

—¡Claro que lo tiene! —exclamó Ron emocionado. Pero Sirius negó con la cabeza.

Snape miraba a Ron con desagrado.

—Mira, si Crouch quiere investigar a Snape, ¿por qué no va a las pruebas del Torneo? Sería una excusa ideal para hacer visitas regulares a Hogwarts y tenerlo vigilado.

—O sea, que crees que Snape se trae algo entre manos —dijo Harry, pero Hermione lo interrumpió:

—Me da igual lo que digáis. Dumbledore confía en Snape...

—Vamos, Hermione —dijo Ron impaciente—, ya sabemos que Dumbledore es muy inteligente y todo eso, pero siempre es posible que un mago tenebroso realmente listo lo pueda engañar.

— Por supuesto, es posible — dijo Dumbledore. — Pero no es el caso del profesor Snape. Confío plenamente en él... aunque no esté de acuerdo con algunas de sus prácticas docentes.

Obviamente, el director seguía molesto por todo lo que habían leído sobre las clases de pociones. Snape evitó su mirada.

—Entonces, ¿por qué Snape salvó a Harry la vida en primero, eh? ¿Por qué no lo dejó morir?

—No lo sé. A lo mejor le daba miedo que Dumbledore lo pusiera de patitas en la calle.

— Claro, porque este trabajo es lo que más valoro y disfruto en la vida — ironizó Snape. — Vuestro uso de la lógica deja mucho que desear.

Harry y Ron lo miraron mal.

—¿Qué piensas tú, Sirius? —preguntó Harry, y Ron y Hermione dejaron de discutir para escuchar.

—Pienso que los dos tenéis algo de razón —contestó Sirius, mirándolos pensativamente—. En cuanto supe que Snape daba clase aquí me pregunté por qué Dumbledore lo había contratado. Snape siempre ha sentido fascinación por las artes oscuras; ya en el colegio era famoso por ello.

La atencion del alumnado aumentó mucho en ese momento. Snape trató de mantenerse impasible.

Era un pelota empalagoso de pelo grasiento —añadió, y Harry y Ron se sonrieron el uno al otro—.

Snape los fulminó con la mirada.

Cuando llegó al colegio conocía más maldiciones que la mayoría de los que estaban en séptimo, y formó parte de una pandilla de Slytherin que luego resultaron casi todos mortífagos.

Harry casi podía sentir cómo aumentaba la alarma entre los estudiantes. Logró oír entre murmullos palabras como "mortífago" y "peligroso".

—Sirius levantó los dedos y comenzó a contar con ellos los nombres—. Rosier y Wilkes: a los dos los mataron los aurores un año antes de la caída de Voldemort; los Lestrange, que son matrimonio, están en Azkaban;

Neville hizo una mueca.

Avery, del que he oído que se quitó de en medio diciendo que había actuado bajo los efectos de la maldición imperius, todavía anda suelto. Pero, que yo sepa, contra Snape no hubo denuncias. No es que eso signifique gran cosa: son muchos los que nunca fueron atrapados. Y desde luego Snape es lo bastante listo y astuto para mantenerse al margen de los problemas.

— O quizá era inocente — dijo una chica de séptimo, aunque no parecía muy convencida.

—Snape conoce muy bien a Karkarov, pero lo disimula —dijo Ron.

—¡Sí, tendrías que haber visto la cara que puso Snape cuando Karkarov entró ayer en Pociones! —se apresuró a añadir Harry—. Karkarov quería hablar con Snape, y lo acusó de estar evitándolo. Parecía realmente preocupado. Le mostró a Snape algo que tenía en el brazo, pero no vi qué era.

—¿Que le mostró a Snape algo que tenía en el brazo? —repitió Sirius, desconcertado. Se pasó los dedos distraídamente por el pelo sucio, y volvió a encogerse de hombros—. Bueno, no tengo ni idea de qué puede ser...

Ahora sí, pensó Harry con amargura.

pero si Karkarov está de verdad preocupado y acude a Snape en busca de soluciones... — Sirius miró la pared de la cueva, y luego hizo una mueca de frustración—. Aún queda el hecho de que Dumbledore confía en Snape, y ya sé que Dumbledore confía en personas de las que otros no se fiarían, pero no creo que le permitiera dar clase en Hogwarts si hubiera estado alguna vez al servicio de Voldemort.

Eso pareció tranquilizar a más de uno. Harry se preguntó cómo reaccionarían cuando se confirmara que, efectivamente, Snape sí que había trabajado para Voldemort.

—Entonces, ¿por qué están tan interesados Moody y Crouch en su despacho? — insistió Ron.

—Bueno —dijo Sirius pensativamente—, no me extrañaría que Ojoloco hubiera entrado en el despacho de todos los profesores en cuanto llegó a Hogwarts. Se toma la Defensa Contra las Artes Oscuras muy en serio. No creo que confíe absolutamente en nadie, y no me sorprende después de todo lo que ha visto.

— Tendría que ser muy ingenuo para hacerlo — gruñó Moody.

Sin embargo, tengo que decir una cosa de Moody, y es que nunca mató si podía evitarlo: siempre cogía a todo el mundo vivo si era posible. Era un tipo duro, pero nunca descendió al nivel de los mortífagos.

— Me halagas — le dijo Moody a Sirius, que le sonrió.

Crouch, en cambio, es harina de otro costal... ¿Estará de verdad enfermo? Si lo está, ¿cómo hace el esfuerzo de entrar en el despacho de Snape? Y si no lo está... ¿qué se trae entre manos? ¿Qué era tan importante en los Mundiales para que no apareciera en la tribuna principal? ¿Y qué ha estado haciendo mientras se suponía que tenía que juzgar las pruebas del Torneo?

— Demasiadas preguntas — dijo Lavender.— Y ninguna respuesta. ¡Qué frustrante!

Sirius se quedó en silencio, aún mirando la pared de la cueva. Buckbeak husmeaba por el suelo pedregoso, buscando algún hueso que hubiera pasado por alto.

Al cabo, Sirius levantó la vista y miró a Ron.

—Dices que tu hermano es el ayudante personal de Crouch... ¿Podrías preguntarle si ha visto a Crouch últimamente?

Percy pegó un salto en su asiento.

—Puedo intentarlo —respondió Ron dudando—. Pero mejor que no parezca que sospecho que Crouch puede estar tramando algo chungo. Percy lo adora.

— Ya no — dijo con una mueca.

—¿Y podrías intentar averiguar si tienen alguna pista sobre Bertha Jorkins? — dijo Sirius, señalando el segundo ejemplar de El Profeta.

—Bagman me dijo que no —observó Harry.

—Sí, lo citan en este artículo —dijo Sirius, señalando el periódico con un gesto de cabeza—. Se toma a broma lo de Bertha, y comenta su mala memoria. Bueno, puede que haya cambiado desde que yo la conocí, pero la Bertha de entonces no era nada olvidadiza, todo lo contrario.

— Así no es como la pintaban en El Profeta — dijo Alicia, sorprendida.

— El Profeta se toma muchas libertades — bufó McGonagall.

No tenía muchas luces, pero sí una memoria excelente para el chismorreo. Eso le daba un montón de problemas, porque nunca sabía tener la boca cerrada. Me imagino que en el Ministerio de Magia sería más un estorbo que otra cosa. Tal vez por eso Bagman no se ha molestado demasiado en buscarla...

— Pobrecita — dijo Padma.

Sirius exhaló un profundo suspiro y se frotó los ojos.

—¿Qué hora es?

Harry miró el reloj. Luego recordó que no funcionaba desde que se había sumergido en el lago.

—Son las tres y media —informó Hermione.

— Tienes que llevar a arreglar ese reloj — murmuró Hermione.

Harry asintió, consciente de que se le olvidaría en menos de diez minutos.

—Será mejor que volváis al colegio —dijo Sirius, poniéndose en pie—. Ahora escuchad. —Le dirigió a Harry una mirada especialmente dura—. No quiero que os escapéis del colegio para venir a verme, ¿de acuerdo? Conformaos con enviarme notas. Sigo queriendo conocer cualquier cosa rara que ocurra. Pero no salgas de Hogwarts sin permiso: resultaría una oportunidad ideal para atacarte.

— Es irónico que tú les digas que no salgan del colegio — dijo Tonks.

Sirius se encogió de hombros.

— No es lo mismo.

—Nadie ha intentado atacarme hasta ahora, salvo un dragón y un par de grindylows —contestó Harry.

Pero Sirius lo miró con severidad.

—Me da igual... No respiraré tranquilo hasta que el Torneo haya finalizado, y eso no será hasta junio. Y no lo olvidéis: si hablais de mí entre vosotros, llamadme Hocicos, ¿vale?

— Ahora que lo pienso, os he oído hablar de Hocicos más de una vez — dijo Dean.

Le entregó a Harry el frasco y la servilleta vacíos, y se despidió de Buckbeak dándole unas palmadas en el cuello.

—Iré con vosotros hasta la entrada del pueblo —dijo—, a ver si me puedo hacer con otro periódico.

Antes de salir de la cueva volvió a transformarse en el perro grande y negro, y todos juntos descendieron por la ladera de la montaña, cruzaron el campo pedregoso y volvieron al punto de la cerca donde estaban las tablas para pasarla con más facilidad. Allí les permitió que le dieran unas palmadas en el cuello en señal de despedida, antes de volverse y salir para dar una vuelta por los alrededores del pueblo.

— Hay que admitir que ser animago tiene muchas ventajas — dijo Ernie. — Debió ser un alivio poder ir por la calle a pleno día.

— Convertirme en animago es una de las mejores decisiones que he tomado nunca — declaró Sirius en voz alta.

Muchos alumnos parecían interesados en el tema. Harry tuvo la sospecha de que más de uno le pediría a McGonagall información al respecto.

Los tres emprendieron el camino de vuelta al castillo pasando de nuevo por Hogsmeade.

—Me pregunto si Percy sabrá todo eso de Crouch —dijo Ron, de camino al castillo—. Pero a lo mejor le da igual... a lo mejor lo admiraría más por ello. Sí, Percy adora las normas. Diría que Crouch se negó a saltárselas incluso por su propio hijo.

—Percy no entregaría a los dementores a nadie de su familia —afirmó Hermione severamente.

— Claro que no — bufó Percy.

Fred y George intercambiaron miradas y Harry supo que ambos dudaban de la veracidad de ese comentario.

—No lo sé —dijo Ron—. Si pensara que nos interponíamos en su camino de ascenso... Percy es muy ambicioso, ¿sabes?

Se hizo un silencio incómodo entre los Weasley. Percy se tensó y tragó saliva antes de decir, sin mirar a la cara a ninguno de sus familiares:

— Puede que sea ambicioso, pero no pondría vuestras vidas en peligro a propósito. No soy como el señor Crouch.

— Bueno, a veces tienes una forma un poco rara de demostrarlo, ¿no crees? — dijo George.

Percy hizo una mueca. La señora Weasley parecía triste y el señor Weasley se mantenía en silencio, escuchando atentamente cada palabra de sus hijos.

— Ya os dije que lo sentía. Y que trataré de compensaros por todo — dijo Percy. Esta vez sí levantó la mirada y la dirigió directamente a George. Se miraron a la cara durante varios segundos, como si estuvieran midiéndose el uno al otro, hasta que George asintió y dijo:

— De acuerdo.

Aunque el ambiente seguía algo tenso, ningún otro Weasley dijo nada más, por lo que la chica de Gryffindor siguió leyendo.

Subieron la escalinata de piedra de acceso al castillo, y, al entrar en el vestíbulo, les llegó un delicioso olor a comida procedente del Gran Comedor.

—¡Pobre Hocicos! —dijo Ron, suspirando—. Tiene que quererte mucho, Harry... ¡Imagínate, vivir a base de ratas!

Eso le sacó una sonrisa a más de uno, incluido a Harry.

— Pues claro — dijo Sirius en voz alta. — Aunque tengo que admitir que las ratas no están tan mal cuando eres un perro.

— Y cuando llevas días sin comer — añadió Lupin.

— El capítulo termina ahí — anunció la chica de Gryffindor, marcando la página.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 


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Leyendo la orden del fénix, capítulo 22

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