jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 4

 Retorno a la madriguera:


Cho tomó aire antes de leer:

Era difícil, precisamente en aquel momento, preocuparse por algo. Ni siquiera por lord Voldemort.

Se hizo el silencio. Con expresión incómoda, Cho dijo:

— Ese es el final.

Dejó el libro apoyado en la tarima y bajó tan rápido como pudo.

— Continuemos — dijo Dumbledore con tono alegre, contrastando mucho con la incomodidad de Cho. Amos Diggory miró a Dumbledore con el ceño fruncido, pero no dijo nada. — ¿Quién quiere leer?

De nuevo, hubo varias personas que se ofrecieron voluntarias. Dumbledore se lo pensó unos momentos antes de decir:

— Usted, Señorita Greengrass.

Astoria Greengrass subió a la tarima con paso elegante y tomó el libro:

— Este capítulo se titula: Retorno a La Madriguera — anunció.

Muchos se giraron para mirar a los Weasley, que sonrieron ampliamente. Todos comprendieron que estaban a punto de leer otro capítulo agradable, por lo que la tensión momentánea que se había formado en el comedor tras volver a escuchar el nombre de Voldemort se desvaneció completamente.

A las doce del día siguiente, el baúl de Harry ya estaba lleno de sus cosas del colegio y de sus posesiones más apreciadas: la capa invisible heredada de su padre, la escoba voladora que le había regalado Sirius y el mapa encantado de Hogwarts que le habían dado Fred y George el curso anterior.

Umbridge chasqueó la lengua, pero no dijo nada.

Sirius, por otro lado, sonrió con orgullo al volver a escuchar que la Saeta de Fuego era una de las posesiones más preciadas de Harry.

Había vaciado de todo comestible el espacio oculto debajo de la tabla suelta de su habitación y repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no dejarse olvidados ninguna pluma ni ningún libro de embrujos, y había despegado de la pared el calendario en que marcaba los días que faltaban para el 1 de septiembre, el día de la vuelta a Hogwarts.

Varias personas sonrieron.

— Me sigue pareciendo adorable que cuente los días — se oyó decir a una chica de sexto. Sus amigas respondieron con risitas.

Harry notó sus mejillas arder y evitó mirar hacia la zona donde ellas estaban sentadas.

El ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminente llegada a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Dursley.

— Yo creo que lo de irritables se les aplica siempre — dijo Hermione con una mueca.

Harry estaba totalmente de acuerdo, pero prefirió no decírselo. Quería que todo lo que tuviera que ver con los Dursley se leyera lo más rápido posible.

Tío Vernon se asustó mucho cuando Harry le informó de que los Weasley llegarían al día siguiente a las cinco en punto.

— ¿Se asustó? — dijo Ginny con expresión divertida.

— Claro que sí. Somos terroríficos — respondió Fred, haciendo muecas desagradables. Ginny rodó los ojos y volvió a mirar hacia el libro. Fred soltó un bufido y dijo: — Antes esas caras te hacían llorar.

— Ya no tengo cinco años — replicó Ginny.

— ¿Segura? Sigues midiendo lo mismo.

Una almohada impactó con tanta fuerza en la cara de Fred que lo tumbó hacia atrás. Ginny pareció orgullosa de sí misma.

Espero que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente —gruñó de inmediato—. He visto cómo van. Deberían tener la decencia de ponerse ropa normal.

Harry tuvo un presentimiento que le preocupó. Muy raramente había visto a los padres de Ron vistiendo algo que los Dursley pudieran calificar de «normal».

— ¡Y dale! Nuestra ropa es perfectamente normal — se quejó Demelza Robins. — ¿Por qué tiene tanta manía a las túnicas? Son más cómodas que las horteradas que usan los muggles.

Una chica le lanzó a Demelza una mirada fulminante, antes de decir:

— Al menos los muggles no se visten como si siguieran en la Edad Media.

Demelza jadeó como si le hubieran pegado una bofetada. Ambas chicas se lanzaron dagas con los ojos durante varios segundos, pero la lectura continuó y se vieron obligadas a parar.

Los hijos a veces se ponían ropa muggle durante las vacaciones, pero los padres llevaban generalmente túnicas largas en diversos estados de deterioro. A Harry no le inquietaba lo que pensaran los vecinos, pero sí lo desagradables que podían resultar los Dursley con los Weasley si aparecían con el aspecto que aquéllos reprobaban en los brujos.

— Creo que habrían sido igual de desagradables si hubiéramos ido vestidos como muggles — dijo Ron.

Harry, recordando la gloriosa entrada que los Weasley habían hecho en el salón de Privet Drive, no podía estar más de acuerdo.

Tío Vernon se había puesto su mejor traje. Alguien podría interpretarlo como un gesto de bienvenida, pero Harry sabía que lo había hecho para impresionar e intimidar.

— No funcionó — dijo Fred alegremente.

Dudley, por otro lado, parecía algo disminuido, lo cual no se debía a que su dieta estuviera por fin dando resultado, sino al pánico.

— Se lo merece — gruñó Ron.

La última vez que Dudley se había encontrado con un mago adulto salió ganando una cola de cerdo que le sobresalía de los pantalones, y tía Petunia y tío Vernon tuvieron que llevarlo a un hospital privado de Londres para que se la extirparan.

Muchas personas rieron al recordarlo.

— ¡Eso fue genial, Hagrid! — exclamó Dennis Creevey con una gran sonrisa.

Hagrid le lanzó una mirada nerviosa a Umbridge, pero ni siquiera la cara de desaprobación de la profesora pudo evitar que él también sonriera.

Por eso no era sorprendente que Dudley se pasara todo el tiempo restregándose la mano nerviosamente por la rabadilla y caminando de una habitación a otra como los cangrejos, con la idea de no presentar al enemigo el mismo objetivo.

— Me habría gustado verlo andando como un cangrejo — rió Ginny.

La comida (queso fresco y apio rallado) transcurrió casi en total silencio.

— ¿Solo había eso para comer? — preguntó la profesora Sprout, sorprendida. — No me parece una comida muy nutritiva…

Miró directamente a la señora Pomfrey, que tenía el ceño fruncido.

— Si la comida consistía solamente en esos dos alimentos y para desayunar solo tomaban un pomelo, es de suponer que la cena sería el plato fuerte del día — dijo, pensativa. — Porque si no es así, no tendrían los nutrientes suficientes a lo largo del día. Creo que quien diseñó esa dieta no tenía muy claro lo que hacía.

Varios miraron a Harry como esperando que él confirmara si las cenas tenían más consistencia que las comidas anteriores. Por su parte, a Harry le pareció que era una soberana tontería y pensó que, incluso si pudiera recordarlo (cosa que no hacía), no se molestaría en responder.

Dudley ni siquiera protestó por ella. Tía Petunia no probó bocado. Tenía los brazos cruzados, los labios fruncidos, y se mordía la lengua como masticando la furiosa reprimenda que hubiera querido echarle a Harry.

— Que se la trague y se atragante con ella — murmuró Sirius. El profesor Lupin rodó los ojos al oírlo.

Vendrán en coche, espero —dijo a voces tío Vernon desde el otro lado de la mesa.

Ehhh... —Harry no supo qué contestar.

— ¿Usarán el coche volador? — preguntó una niña de primero.

Harry aguantó las ganas de rodar los ojos. ¿Por qué a la gente se le olvidaban los detalles tan rápido? ¡Hacía solo unos días que habían leído lo que le sucedió al Ford Anglia!

— Ese se quedó en el bosque — replicó Charlie con paciencia. — Ya no tenemos coche.

Eso hizo que la curiosidad por saber cómo habrían llegado los Weasley aumentara.

La verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían a buscarlo los Weasley? Ya no tenían coche, porque el viejo Ford Anglia que habían poseído corría libre y salvaje por el bosque prohibido de Hogwarts. Sin embargo, el año anterior el Ministerio de Magia le había prestado un coche al señor Weasley. ¿Haría lo mismo en aquella ocasión?

— Habría estado bien, pero me alegro de que no lo hicieran — dijo George entre risitas.

Algunos le lanzaron miradas curiosas, pero él las ignoró todas.

Creo que sí —respondió al final.

El bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido. Normalmente hubiera preguntado qué coche tenía el señor Weasley, porque solía juzgar a los demás hombres por el tamaño y precio de su automóvil.

— No lo entiendo, ¿un coche pequeño es mejor que uno grande o al revés? — preguntó una chica de Hufflepuff que debía venir de una familia enteramente de magos.

— Cuanto más grande, mejor — replicó Colin Creevey. — O eso piensa mucha gente. Yo creo que el tamaño no importa.

— ¿Seguimos hablando de coches? — se metió Cormac McLaggen con una sonrisita.

Se oyeron resoplidos y risitas ahogadas. Colin rodó los ojos y no respondió a McLaggen, aunque durante un segundo a Harry le había parecido verlo sonreír.

Pero, en opinión de Harry, a tío Vernon no le gustaría el señor Weasley aunque tuviera un Ferrari.

Harry miró de reojo al señor Weasley y no le sorprendió ver que el comentario no le había molestado lo más mínimo. Quedaba claro que al señor Weasley no le importaba un pimiento si le caía bien a Vernon Dursley o no.

Harry pasó la mayor parte de la tarde en su habitación. No podía soportar la visión de tía Petunia escudriñando a través de los visillos cada pocos segundos como si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte.

Parte del comedor estalló en carcajadas.

— ¿Cómo os sentís al saber que le causabais tanto miedo a esa mujer como un rinoceronte salvaje? — preguntó Angelina entre risas.

— Es una sensación maravillosa — respondió Fred.

— Es todo un logro, me siento halagado — añadió George, también riendo.

A las cinco menos cuarto Harry volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los cojines de manera compulsiva.

— Creo que le habría venido bien sentarse y tomarse una tila — dijo Susan Bones.

Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero no movía los minúsculos ojos, y Harry supuso que en realidad escuchaba con total atención por si oía el ruido de un coche.

— Me siento importante. No sabía que esperaban nuestra llegada con tantas ganas — bromeó Ron.

Dudley estaba hundido en un sillón, con las manos de cerdito puestas debajo de él y agarrándose firmemente la rabadilla.

Volvieron a escucharse risas.

— Me empieza a dar pena — admitió Hannah Abbott. — Parece que le quedó trauma después de lo que le hizo Hagrid.

— Se lo tenía merecido — replicó Ernie.

Incapaz de aguantar la tensión que había en el ambiente, Harry salió de la habitación y se fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los nervios.

— Entiendo que los Dursley estuvieran nerviosos porque le tienen miedo a los magos, ¿pero tú por qué lo estabas? — preguntó Parvati extrañada.

— Porque tenía ganas de irme de allí e ir al mundial — replicó Harry como si fuera lo más obvio del mundo.

Pero llegaron las cinco en punto... y pasaron. Tío Vernon, sudando ligeramente dentro de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a meter la cabeza en la casa.

¡Se retrasan! —le gruñó a Harry.

Ya lo sé —murmuró Harry—. A lo mejor hay problemas de tráfico, yo qué sé.

— Bueno, problemas hubo, pero no de tráfico — rió Fred.

Recibió varias miradas confusas, pero como no dijo nada para aclararlo, todos siguieron prestando atención a la lectura.

Las cinco y diez... las cinco y cuarto... Harry ya empezaba a preocuparse. A las cinco y media oyó a tío Vernon y a tía Petunia rezongando en la sala de estar.

No tienen consideración.

Podríamos haber tenido un compromiso.

— ¿Qué compromiso? Si llevaban toda la tarde obsesionados con los Weasley — se quejó Seamus.

Tal vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.

La señora Weasley resopló indignada.

Ni soñarlo —dijo tío Vernon. Harry lo oyó ponerse en pie y caminar nerviosamente por la sala—. Recogerán al chico y se irán. No se entretendrán. Eso... si es que vienen. A lo mejor se han confundido de día. Me atrevería a decir que la gente de su clase no le da mucha importancia a la puntualidad.

Eso levantó ampollas entre muchos estudiantes.

— ¿La gente de su clase? — repitió Malfoy, asqueado.

— Al menos nosotros no encerramos a niños en alacenas — bufó una chica de cuarto. Harry hizo una mueca al escucharlo y, cuando varias personas se giraron para observar su reacción, fingió con todas sus fuerzas que no había oído nada.

O bien es que en vez de coche tienen una cafetera que se les ha averia... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!

El grito de Astoria hizo que todos dejaran de mirar a Harry, cosa que el chico agradeció internamente.

Harry pegó un salto. Del otro lado de la puerta de la sala le llegó el ruido que hacían los Dursley moviéndose aterrorizados y descontroladamente por la sala. Un instante después, Dudley entró en el recibidor como una bala, completamente lívido.

¿Qué pasa? —preguntó Harry—. ¿Qué ocurre?

Lo mismo se preguntaban todos en el comedor. Muchos se habían tensado e incluso se habían inclinado hacia delante en sus asientos, bastante nerviosos.

Pero Dudley parecía incapaz de hablar y, con movimientos de pato y agarrándose todavía las nalgas con las manos, entró en la cocina.

— Definitivamente, está traumatizado — dijo McGonagall, lanzándole a Hagrid una mirada severa.

Hagrid no pareció arrepentirse lo más mínimo.

En el interior de la chimenea de los Dursley, que tenía empotrada una estufa eléctrica que simulaba un falso fuego, se oían golpes y rasguños.

— No…

— No puede ser…

— ¿Intentaron usar polvos flu?

— ¿¡Cómo se les ocurre?!

Las exclamaciones de sorpresa y las risas inundaron el comedor.

¿Qué es eso? —preguntó jadeando tía Petunia, que había retrocedido hacia la pared y miraba aterrorizada la estufa—. ¿Qué es, Vernon?

La duda sólo duró un segundo. Desde dentro de la chimenea cegada se podían oír voces.

¡Ay! No, Fred... Vuelve, vuelve. Ha habido algún error. Dile a George que no... ¡Ay! No, George, no hay espacio. Regresa enseguida y dile a Ron...

Las risas continuaban. El señor Weasley sonreía con timidez, mientras la señora Weasley parecía algo avergonzada. Fred y George parecían estar disfrutando mucho al recordarlo, al igual que Ron, que era uno de los que más reía.

Harry no podía negar que a él también le parecía divertido.

A lo mejor Harry nos puede oír, papá... A lo mejor puede ayudarnos a salir...

Se oyó golpear fuerte con los puños al otro lado de la estufa.

¡Harry! Harry, ¿nos oyes?

Los Dursley rodearon a Harry como un par de lobos hambrientos.

¿Qué es eso? —gruñó tío Vernon—. ¿Qué pasa?

— ¿Cómo que qué es eso? ¿Es que no es obvio que hay gente dentro de la chimenea? — rió Katie Bell.

— Al parecer no — replicó Alicia, también riendo.

Han... han intentado llegar con polvos flu —explicó Harry, conteniendo unas ganas locas de reírse—. Pueden viajar de una chimenea a otra... pero no se imaginaban que la chimenea estaría obstruida. Un momento...

— Debimos haberlo comprobado — admitió la señora Weasley. — Teníamos que haberle preguntado a Harry antes de…

— No pasó nada — la tranquilizó el señor Weasley. — Dejé su chimenea como nueva después de hacerla explotar.

— ¿Que hiciste qué? — saltó Sirius. Por la ilusión de sus ojos, estaba claro que Arthur se convertiría en su héroe si de verdad había hecho explotar algo en casa de los Dursley.

A modo de respuesta, el señor Weasley sonrió y señaló hacia el libro.

Se acercó a la chimenea y gritó a través de las tablas:

¡Señor Weasley! ¿Me oye?

El martilleo cesó. Alguien, dentro de la chimenea, chistó: «¡Shh!»

¡Soy Harry, señor Weasley...! La chimenea está cegada. No podrán entrar por aquí.

¡Maldita sea! —dijo la voz del señor Weasley—. ¿Para qué diablos taparon la chimenea?

— Qué raro se me hace escuchar al señor Weasley maldecir — murmuró Hermione.

Harry pensaba igual.

Tienen una estufa eléctrica —explicó Harry.

¿De verdad? —preguntó emocionado el señor Weasley—. ¿Has dicho ecléctica? ¿Con enchufe? ¡Santo Dios! ¡Eso tengo que verlo...!

Muchos rieron al escuchar eso, especialmente los nacidos de muggles. Otros, como Malfoy, hicieron muecas de desagrado.

Si el señor Weasley notó esas expresiones de rechazo, hizo un gran trabajo ocultándolo.

Pensemos... ¡Ah, Ron!

La voz de Ron se unió a la de los otros.

¿Qué hacemos aquí? ¿Algo ha ido mal?

No, Ron, qué va —dijo sarcásticamente la voz de Fred—. Éste es exactamente el sitio al que queríamos venir.

— No hacía falta ser tan borde — gruñó Ron mientras muchos reían a su costa.

— Te lo merecías. Fue una pregunta muy tonta — replicó Fred.

Sí, nos lo estamos pasando en grande —añadió George, cuya voz sonaba ahogada, como si lo estuvieran aplastando contra la pared.

— Es que me estaban aplastando contra la pared — bufó George.

Muchachos, muchachos... —dijo vagamente el señor Weasley—. Estoy intentando pensar qué podemos hacer... Sí... el único modo... Harry, échate atrás.

— ¿Va a hacer explotar la chimenea? — preguntó Seamus con una sonrisa.

— Deberíamos taparte las orejas, no vaya a ser que tomes la idea y explotes la chimenea de la sala común — bromeó Dean. Seamus rodó los ojos y le dio un golpe en el brazo, mientras Dean reía.

Harry se retiró hasta el sofá, pero tío Vernon dio un paso hacia delante.

— Eso no es muy inteligente — murmuró Percy.

¡Esperen un momento! —bramó en dirección a la chimenea—. ¿Qué es lo que pretenden...?

¡BUM!

La estufa eléctrica salió disparada hasta el otro extremo de la sala cuando todas las tablas que tapaban la chimenea saltaron de golpe y expulsaron al señor Weasley, Fred, George y Ron entre una nube de escombros y gravilla suelta.

— A los muggles debió encantarles eso — ironizó Lavender.

Tía Petunia dio un grito y cayó de espaldas sobre la mesita del café. Tío Vernon la cogió antes de que pegara contra el suelo, y se quedó con la boca abierta, sin habla, mirando a los Weasley, todos con el pelo de color rojo vivo, incluyendo a Fred y George, que eran idénticos hasta el último detalle.

— Si no fuera tan mala persona, la señora Dursley hasta me daría pena — admitió una chica de segundo. — Que aparezcan un montón de desconocidos en tu salón y te lo rompan todo debe ser muy desagradable.

Así está mejor —dijo el señor Weasley, jadeante, sacudiéndose el polvo de la larga túnica verde y colocándose bien las gafas—. ¡Ah, ustedes deben de ser los tíos de Harry!

Alto, delgado y calvo, se dirigió hacia tío Vernon con la mano tendida, pero tío Vernon retrocedió unos pasos para alejarse de él, arrastrando a tía Petunia e incapaz de pronunciar una palabra. Tenía su mejor traje cubierto de polvo blanco, así como el cabello y el bigote, lo que lo hacía parecer treinta años más viejo.

Se escucharon risas. Si bien tía Petunia parecía despertar un poco de simpatía entre algunos estudiantes (al menos en esta situación), nadie toleraba a tío Vernon.

— Si no se hubiera puesto su mejor traje para intimidar a los Weasley, no se le habría arruinado — dijo Padma Patil. — Se lo ha buscado él solito.

Eh... bueno... disculpe todo esto —dijo el señor Weasley, bajando la mano y observando por encima del hombro el estropicio de la chimenea—. Ha sido culpa mía: no se me ocurrió que podía estar cegada. Hice que conectaran su chimenea a la Red Flu, ¿sabe? Sólo por esta tarde, para que pudiéramos recoger a Harry. Se supone que las chimeneas de los muggles no deben conectarse... pero tengo un conocido en el Equipo de Regulación de la Red Flu que me ha hecho el favor.

Algunas personas parecieron impresionadas al escuchar eso. De reojo, Harry vio que Malfoy rodaba los ojos. Supuso que para él tener ese tipo de contactos no era nada del otro mundo.

Puedo dejarlo como estaba en un segundo, no se preocupe. Encenderé un fuego para que regresen los muchachos, y repararé su chimenea antes de desaparecer yo mismo.

Harry sabía que los Dursley no habían entendido ni una palabra. Seguían mirando al señor Weasley con la boca abierta, estupefactos.

— Pues es bastante sencillo de entender — dijo un Gryffindor de segundo con el ceño fruncido.

— Pero ellos nunca han oído hablar de la Red Flu — le recordó una amiga.

Con dificultad, tía Petunia se alzó y se ocultó detrás de tío Vernon.

¡Hola, Harry! —saludó alegremente el señor Weasley—. ¿Tienes listo el baúl?

Arriba, en la habitación —respondió Harry, devolviéndole la sonrisa.

— Tiene gracia que os pusierais a saludaros tan alegremente mientras los muggles estaban en shock — rió Dean.

Vamos por él —dijo Fred de inmediato. Él y George salieron de la sala guiñándole un ojo a Harry. Sabían dónde estaba su habitación porque en una ocasión lo habían ayudado a fugarse de ella en plena noche.

Harry vio algunas caras ensombrecerse al recordar eso, especialmente en la mesa de los profesores. Volvió a sentirse irritado y un poco nervioso. Si pudiera, borraría de la memoria de todos lo relativo a los barrotes en su ventana, la gatera para meter comida en su habitación y la lata de sopa fría que había constituido su única cena.

A Harry le dio la impresión de que Fred y George esperaban echarle un vistazo a Dudley, porque les había hablado mucho de él.

— Buena observación — lo felicitó Fred.

Bueno —dijo el señor Weasley, balanceando un poco los brazos mientras trataba de encontrar palabras con las que romper el incómodo silencio—. Tie... tienen ustedes una casa muy agradable.

Como la sala habitualmente inmaculada se hallaba ahora cubierta de polvo y trozos de ladrillo, este comentario no agradó demasiado a los Dursley.

— Creo que metí un poco la pata — admitió el señor Weasley. — Pero bueno, ellos no hicieron nada por mantener una conversación decente. Al menos yo lo intenté.

El rostro de tío Vernon se tiñó otra vez de rojo, y tía Petunia volvió a quedarse boquiabierta. Pero tanto uno como otro estaban demasiado asustados para decir nada.

— Se me hace muy raro que tuvieran miedo de papá — dijo Bill, divertido. — Quiero decir…

Se giró para mirar a su padre, cuyo rostro amable no intimidaba lo más mínimo.

— Hombre, acababa de destrozar su salón moviendo un palito de madera — razonó Colin. — Creo que cualquier muggle estaría asustado.

Algunos parecieron ofendidos al oír las palabras "palito de madera", pero Colin los ignoró.

El señor Weasley miró a su alrededor. Le fascinaba todo lo relacionado con los muggles. Harry lo notó impaciente por ir a examinar la televisión y el vídeo.

Funcionan por eclectricidad, ¿verdad? —dijo en tono de entendido—. ¡Ah, sí, ya veo los enchufes! Yo colecciono enchufes —añadió dirigiéndose a tío Vernon—. Y pilas. Tengo una buena colección de pilas. Mi mujer cree que estoy chiflado, pero ya ve.

A juzgar por las expresiones de muchos, la señora Weasley no era la única que consideraba que coleccionar pilas y enchufes era raro.

Era evidente que tío Vernon era de la misma opinión que la señora Weasley.

— Debe ser lo único en lo que estamos de acuerdo — murmuró la señora Weasley. El señor Weasley soltó una risita al oírlo.

Se movió ligeramente hacia la derecha para ponerse delante de tía Petunia, como si pensara que el señor Weasley podía atacarlos de un momento a otro.

La reacción de los Weasley estuvo muy dividida. A algunos les hizo gracia que tío Vernon pensara que el señor Weasley iba a atacarlos, pero otros parecieron indignados.

Dudley apareció de repente en la sala. Harry oyó el golpeteo del baúl en los peldaños y comprendió que el ruido había hecho salir a Dudley de la cocina. Fue caminando pegado a la pared, vigilando al señor Weasley con ojos desorbitados, e intentó ocultarse detrás de sus padres. Por desgracia, las dimensiones de tío Vernon, que bastaban para ocultar a la delgada tía Petunia, de ninguna manera podían hacer lo mismo con Dudley.

Si bien hubo alumnos que rieron, la mayoría parecía estar asombrada de que Dudley fuera más ancho que tío Vernon.

¡Ah, éste es tu primo!, ¿no, Harry? —dijo el señor Weasley, tratando de entablar conversación.

Sí —dijo Harry—, es Dudley.

Él y Ron se miraron y luego apartaron rápidamente la vista. La tentación de echarse a reír fue casi irresistible. Dudley seguía agarrándose el trasero como si tuviera miedo de que se le cayera.

Esta vez, Harry sí rió, igual que muchos otros.

— Ahora entiendo por qué actuaba así — dijo el señor Weasley.

El señor Weasley, en cambio, parecía sinceramente preocupado por el peculiar comportamiento de Dudley. Por el tono de voz que empleó al volver a hablar, Harry comprendió que el señor Weasley suponía a Dudley tan mal de la cabeza como los Dursley lo suponían a él, con la diferencia de que el señor Weasley sentía hacia el muchacho más conmiseración que miedo.

— El pobre chico parecía aterrorizado — recordó el señor Weasley. — Creo que se beneficiaría mucho de pasar un día rodeado de magos que no le hicieran daño ni se burlaran de él.

— Pasó toda la infancia con Harry y no sirvió de nada — dijo George.

— Pero aún no sabía que era un mago — notó Arthur. — Creo que todas sus experiencias con la magia han sido negativas. ¿Me equivoco?

Miró a Harry de forma significativa y él entendió exactamente a qué se refería el señor Weasley.

Tenía toda la razón. Dudley jamás había tenido una experiencia positiva con la magia. Primero, Hagrid había hecho que le creciera una cola de cerdo. Después, en segundo año, la magia le había costado a su padre el que podría haber sido el ascenso de su vida. En tercero, había visto a tía Marge salir flotando de su salón, convertida en un globo. En cuarto, los gemelos le habían gastado la broma del caramelo longilinguo, que probablemente sería más traumática que todo lo anterior. Y en quinto año…

A Harry le dio un escalofrío al recordar a los dementores. Dudley no había podido verlos, pero sí sentirlos. Puede que Dudley no fuera una buena persona, pero su temor hacia la magia no era infundado.

¿Estás pasando unas buenas vacaciones, Dudley? —preguntó cortésmente. Dudley gimoteó. Harry vio que se agarraba aún con más fuerza el enorme trasero. Fred y George regresaron a la sala, transportando el baúl escolar de Harry.

Miraron a su alrededor en el momento en que entraron y distinguieron a Dudley. Se les iluminó la cara con idéntica y maligna sonrisa.

La señora Weasley les lanzó una mirada severa, mientras su padre suspiraba.

¡Ah, bien! —dijo el señor Weasley—. Será mejor darse prisa.

Se remangó la túnica y sacó la varita. Harry vio a los Dursley echarse atrás contra la pared, como si fueran uno solo.

Eso provocó las risas de muchos, pero a Harry ya no le hizo tanta gracia. No le molestaba que su tío y tía Petunia estuvieran asustados (se lo merecían), pero comenzaba a sentir un poco de pena por Dudley.

¡Incendio! —exclamó el señor Weasley, apuntando con su varita al orificio que había en la pared.

De inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. El señor Weasley se sacó del bolsillo un saquito, lo desanudó, cogió un pellizco de polvos de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde esmeralda y llegaron más alto que antes.

— Eso debió aterrorizar a los Dursley — dijo Lavender. No parecía que sintiera ninguna compasión por ellos.

Tú primero, Fred —indicó el señor Weasley.

Voy —dijo Fred—. ¡Oh, no! Esperad...

A Fred se le cayó del bolsillo una bolsa de caramelos, y su contenido rodó en todas direcciones: grandes caramelos con envoltorios de vivos colores.

Fred y George intercambiaron miradas, tratando de ocultar sendas sonrisas.

Fred los recogió a toda prisa y los metió de nuevo en los bolsillos; luego se despidió de los Dursley con un gesto de la mano y avanzó hacia el fuego diciendo: «¡La Madriguera!» Tía Petunia profirió un leve grito de horror. Se oyó una especie de rugido en la hoguera, y Fred desapareció.

— ¿Gritó? Qué dramática — se quejó Romilda Vane.

— Yo la entiendo — dijo otra chica a la que Harry no conocía. — Yo también me asusté la primera vez que vi a alguien usar los polvos Flu. Pensé que se estaba quemando…

Se oyeron algunas risitas.

Ahora tú, George —dijo el señor Weasley—. Con el baúl.

Harry ayudó a George a llevar el baúl hasta la hoguera, y lo puso de pie para que pudiera sujetarlo mejor. Luego, gritó «¡La Madriguera!», se volvió a oír el rugido de las llamas y George desapareció a su vez.

Te toca, Ron —indicó el señor Weasley.

Hasta luego —se despidió alegremente Ron. Tras dirigirle a Harry una amplia sonrisa, entró en la hoguera, gritó «¡La Madriguera!» y desapareció.

— No entiendo por qué fue tanta gente a recoger a Potter — dijo un chico de tercero. — Con que hubiera ido el señor Weasley habría sido suficiente.

— Todos queríamos ver a los Dursley — replicó Fred.

El chico de tercero pareció escéptico, pero no dijo nada más.

Ya sólo quedaban Harry y el señor Weasley.

Bueno... Pues adiós —les dijo Harry a los Dursley.

Pero ellos no respondieron. Harry avanzó hacia el fuego; pero, justo cuando llegaba ante él, el señor Weasley lo sujetó con una mano. Observaba atónito a los Dursley.

Harry les ha dicho adiós —dijo—. ¿No lo han oído?

Harry hizo una mueca al recordar eso.

No tiene importancia —le susurró Harry al señor Weasley—. De verdad, me da igual.

Las miradas de pena regresaron con tanta fuerza y de forma tan súbita que pillaron a Harry por sorpresa. Tuvo que hacer un esfuerzo para no cruzar miradas con ninguna de esas personas.

Pero el señor Weasley no le quitó la mano del hombro.

No va a ver a su sobrino hasta el próximo verano —dijo indignado a tío Vernon—. ¿No piensa despedirse de él?

— ¡Bien hecho, Arthur! — exclamó Sirius. Con tono irónico, añadió: — Seguro que les encantó que les dieras una lección de cortesía básica en su propia casa.

— Sí, creo que les gustó mucho — replicó Arthur, también con sarcasmo.

El rostro de tío Vernon expresó su ira. La idea de que un hombre que había armado aquel estropicio en su sala de estar le enseñara modales era insoportable.

— Pues si tanto le molestó, que se hubiera despedido de su sobrino como debía — gruñó la profesora McGonagall. La señora Weasley asintió, totalmente de acuerdo con ella.

Pero el señor Weasley seguía teniendo la varita en la mano, y tío Vernon clavó en ella sus diminutos ojos antes de contestar con tono de odio:

Adiós.

— Qué borde — se quejó Angelina.

— No sé cómo lo aguantas — dijo Hermione al mismo tiempo.

— ¿Cómo puede ser tan mala persona? — exclamó un chico de segundo. Como él, muchos se quejaron en voz alta e incluso insultaron a tío Vernon. Curiosamente, ninguno de los profesores pareció escuchar los insultos, o quizá decidieron ignorarlos.

Harry se sentía agradecido de que tanta gente se ofendiera porque tío Vernon no quisiera despedirse de él, pero, siendo sincero, a él no le parecía importante. Tío Vernon le había hecho cosas peores que negarse a decirle adiós, así que no veía motivo para armar tanto escándalo por ello.

Cuando todo el mundo se hubo callado, Astoria siguió leyendo.

Hasta luego —respondió Harry, introduciendo un pie en la hoguera de color verde, que resultaba de una agradable tibieza. Pero en aquel momento oyó detrás de él un horrible sonido como de arcadas y a tía Petunia que se ponía a gritar.

Las caras de confusión de la gente casi hicieron reír a Harry.

Harry se dio la vuelta. Dudley ya no trataba de ocultarse detrás de sus padres, sino que estaba arrodillado junto a la mesita del café, resoplando y dando arcadas ante una cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo que le salía de la boca. Tras un instante de perplejidad, Harry comprendió que aquella cosa era la lengua de Dudley... y vio que delante de él, en el suelo, había un envoltorio de colores brillantes.

— ¡Así que fuisteis vosotros! — chilló Umbridge de pronto, poniéndose en pie. Estaba furiosa. — ¡Me hicisteis tomar uno de esos caramelos! Esto es inaceptable. ¡Estáis expulsados de Hogwarts!

— ¿Qué? — dijo Fred, poniéndose en pie. — ¡No puede hacer eso!

George también se puso en pie, así como el resto de su familia.

— ¡Claro que puedo! — gritó Umbridge. — Menuda falta de respeto, darle uno de esos caramelos peligrosos a una profesora. ¡¿De dónde los sacasteis?! ¿Son de Zonko?

Fred y George se miraron, y Harry supo nada más verles las caras que ninguno de los dos tenía ni idea de cómo salir de esta.

— Dolores — intervino el profesor Dumbledore, sin siquiera tomarse la molestia de ponerse en pie. — Me temo que la decisión de expulsar al alumnado sigue siendo mía.

Fue como si a Umbridge le hubieran pegado una bofetada. Se giró entonces para mirar al ministro, pero Fudge se encogió de hombros, nervioso.

— Aunque expulse a esos chicos, no podrá hacerlo hasta que la lectura termine. Ya veremos entonces quién tiene el poder para hacerlo — dijo finalmente.

Harry gruñó. Si Fudge creía que podría echar a Dumbledore del castillo al acabar la lectura, iba listo.

Llena de ira, pero aferrándose a la esperanza de poder echar a los gemelos al acabar de leer, Umbridge volvió a sentarse.

Fred y George también se sentaron, respirando con alivio. La señora Weasley los miraba con reproche, pero no dijo nada y Astoria continuó leyendo.

Tía Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga lengua y trató de arrancársela; como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que antes, intentando que ella desistiera.

— ¿Le intentó arrancar la lengua? — dijo la profesora Sprout, horrorizada.

— Esa mujer no está bien de la cabeza — dijo Hagrid al mismo tiempo.

Tío Vernon daba voces y agitaba los brazos, y el señor Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.

¡No se preocupen, puedo arreglarlo! —chilló, avanzando hacia Dudley con la mano tendida.

Pero tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.

¡No se pongan así! —dijo el señor Weasley, desesperado—. Es un proceso muy simple. Era el caramelo. Mi hijo Fred... es un bromista redomado.

— ¡Eh! ¿Y George qué, es un santo? — protestó Fred.

— Me siento ofendido — dijo George, mirando a su padre con falsa indignación. — ¿Y si la idea fue mía?

El señor Weasley arqueó una ceja.

— ¿Lo fue?

— Pues no — admitió George. — Pero podría haberlo sido.

Pero no es más que un encantamiento aumentador... o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo...

Pero, lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía Petunia sollozaba como una histérica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta a arrancársela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su madre y de su lengua;

— Dudley me empieza a dar pena — admitió Hermione. — Su madre lo va a ahogar…

— Eso le pasa por haber usado a Harry de saco de boxeo — gruñó Ron.

y tío Vernon, que había perdido completamente el control de sí mismo, cogió una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor Weasley con todas sus fuerzas.

Se oyeron jadeos. La señora Weasley se llevó las manos a la boca en una expresión de sorpresa, y Harry comprendió en ese momento que el señor Weasley no le había contado todos los detalles sobre aquella visita a los Dursley.

Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a estrellarse contra la descompuesta chimenea.

¡Vaya! —exclamó el señor Weasley, enfadado y blandiendo la varita—. ¡Yo sólo trataba de ayudar!

Aullando como un hipopótamo herido, tío Vernon agarró otra pieza de adorno.

— Como un hipopótamo herido — rió Luna. — Tiene gracia.

No era la única que reía. La mayoría del comedor parecía divertirse.

¡Vete, Harry! ¡Vete ya! —gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío Vernon—. ¡Yo lo arreglaré!

Harry no quería perderse la diversión, pero un segundo adorno le pasó rozando la oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley resolviera la situación.

— ¿Diversión? ¿Te parecía divertido, Potter? — gruñó Umbridge. A Harry le dio la sensación de que la profesora se lo estaba tomando como un ataque personal.

— Mucho — replicó Harry. La profesora no se esperaba que respondiera de forma tan directa. Fue a decir algo, pero entonces Astoria siguió leyendo en voz alta y Umbridge se vio obligada a callarse.

Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar por encima del hombro mientras decía «¡La Madriguera!». Lo último que alcanzó a ver en la sala de estar fue cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el tercer adorno que le arrojaba tío Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría con su cuerpo a Dudley, cuya lengua, como una serpiente pitón larga y delgada, se le salía de la boca.

— Parece una escena sacada de una película de terror — dijo un chico de primero.

— O de una de humor — replicó otro de cuarto. — A mí me ha hecho gracia.

Un instante después, Harry giraba muy rápido, y la sala de estar de los Dursley se perdió de vista entre el estrépito de llamas de color esmeralda.

— Ahí acaba — dijo Astoria, marcando la página.

— Excelente. ¿Puede leer el título del siguiente capítulo, por favor? — pidió Dumbledore. Astoria asintió y leyó:

— Sortilegios Weasley.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

No hay comentarios:

Publicar un comentario