jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el caliz de fuego, capítulo 5

 Sortilegios Weasley:


— Ahí acaba — dijo Astoria, marcando la página.

— Excelente. ¿Puede leer el título del siguiente capítulo, por favor? — pidió Dumbledore. Astoria asintió y leyó:

— Sortilegios Weasley.

Los gemelos Weasley chocaron los cinco, mientras su madre los observaba con expresión reprobatoria.

— Presiento que este va a ser un capítulo agradable — sonrió Dumbledore. — ¿Algún voluntario para leer?

Una decena de personas levantaron la mano. Tras pensarlo unos segundos, el director le hizo señas a un chico de Slytherin para que leyera.

El chico subió a la tarima, cogió el libro que Astoria había dejado allí y comenzó a leer de inmediato:

Harry dio vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo. Borrosas chimeneas pasaban ante él a la velocidad del rayo, hasta que se sintió mareado y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba, estiró los brazos, a tiempo para evitar darse de bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea.

— No viajaré nunca usando polvos Flu — dijo una chica de segundo con aspecto aterrado. — No me parece muy seguro…

— Es más seguro que usar escobas — le respondió Terry Boot. — Y mucho más seguro que aparecerse. Al menos con los polvos Flu no puedes arrancarte un trozo de carne si cometes un error.

La chica se puso aún más pálida y Terry pareció algo arrepentido de haber hablado.

¿Se lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la mano para ayudarlo a levantarse.

Sí —respondió Harry poniéndose en pie—. ¿Qué era?

Caramelo longuilinguo —explicó Fred, muy contento—. Los hemos inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien probarlos...

— Así que es una invención propia — escupió Umbridge. Miraba a los gemelos con rencor. — Ya no tenéis escapatoria. En cuanto la lectura acabe, haréis las maletas y os marcharéis de Hogwarts.

El comedor al completo se quedó en silencio, esperando la respuesta de Fred y George. Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada, y a Harry le dio la sensación de que la posibilidad de ser expulsados no les preocupaba especialmente. La señora Weasley, por otro lado, pareció consternada ante la idea.

Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña cocina; Harry miró a su alrededor, y vio que Ron y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla,

Ron hizo una mueca al oír eso y su madre se puso colorada.

con dos pelirrojos a los que Harry no había visto nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.

— Espero que causáramos buena impresión — sonrió Bill. Varias personas se giraron para lanzarles miradas furtivas a él y a Charlie.

¿Qué tal te va, Harry? —preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena de callos y ampollas.

— Charlie — dijeron a la vez Ron, Fred y George.

— Obviamente — replicó Charlie.

Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumanía con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados.

Muchos estudiantes miraban ahora a los Weasley como examinándolos. Ron se removió en asiento, algo incómodo.

Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumanía y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

— Es bastante guapo… — se oyó susurrar a una chica de cuarto. Cuando la chica vio que Charlie la había escuchado, se sonrojó con fuerza y evitó su mirada. Fred se metió el puño en la boca para no reírse.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien se sorprendió.

Bill alzó una ceja.

— ¿Te sorprendió que te estrechara la mano?

— No fue eso — se apresuró a decir Harry. Bill parecía esperar una respuesta y el cerebro de Harry se quedó totalmente en blanco.

Recordaba con claridad su primera impresión sobre Bill, pero la idea de decírselo directamente a él le avergonzaba. Por suerte, el chico de Slytherin siguió leyendo.

Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo.

Tanto Bill como Percy se escandalizaron.

— ¿Creías que sería como Percy? — exclamó Bill, como si ese fuera un gran insulto. — Me siento ofendido.

— ¡Mas ofendido me siento yo! — replicó Percy de mal humor.

Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo) guay:

Bill volvió a alzar una ceja y Harry sintió sus mejillas arder.

era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconoció Harry, no eran de cuero sino de piel de dragón).

— No sabía que te gustaba ese estilo — dijo Hermione. Harry se encogió de hombros.

— Te fijaste bastante — sonrió Bill. Apiadándose de Harry, que debía tener la cara tan roja como un tomate, añadió: — ¿Ves, mamá? Me queda bien el pelo largo.

La señora Weasley no parecía estar de acuerdo.

Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo había visto nunca tan enfadado.

¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?

— Arthur Weasley está enfadado — exclamó Sirius. — Huid, insensatos.

Aunque lo decía de broma (y varios de los Weasley rieron), a Harry le pareció que tenía toda la razón. Estaba acostumbrado a ver a la señora Weasley enfadarse con facilidad, pero era muy raro ver al señor Weasley enfadado. Prefería mil veces los enfados de la señora Weasley, por algún motivo.

No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weasley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...

— Fue un poco cruel — dijo Alicia. — Si de verdad Dursley solo había comido medio pomelo y un trozo de apio, no me extraña que se tirara a por el caramelo…

Fred no pareció arrepentirse lo más mínimo.

¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.

Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

Harry y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una sonora carcajada.

En el comedor, muchos estudiantes también reían. Algunos de ellos parecían impresionados y Harry presintió que, cuando todo acabara y regresaran a clases, las ventas de Sortilegios Weasley aumentarían muchísimo.

¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...

¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.

— Obviamente — recalcó Fred, a quien parecía que aquella regañina aún le dolía.

No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Harry?

Sí, lo es —contestó Harry seriamente.

Varios asintieron al oír eso y Harry deseó, no por primera vez en el día, poder borrar de los recuerdos de todos sobre lo que habían leído acerca de Dudley y su afición de pegarle a Harry.

¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya veréis cuando se lo diga a vuestra madre.

¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.

La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. Era bajita, rechoncha y tenía una cara generalmente muy amable, aunque en aquellos momentos la sospecha le hacía entornar los ojos.

La señora Weasley se sonrojó al escuchar su descripción y al notar las miradas de una docena de estudiantes puestas sobre ella.

¡Ah, hola, Harry! —dijo sonriéndole al advertir que estaba allí. Luego volvió bruscamente la mirada a su marido—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó. Harry se dio cuenta de que, a pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había tenido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido.

La señora Weasley frunció el ceño al oír eso. El señor Weasley mantuvo la vista fija en el libro y fingió no notarlo, pero a Harry le dio la impresión de que se había puesto nervioso.

Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley: una, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante grandes, era Hermione Granger, la amiga de Harry y Ron;

Hermione hizo una mueca al escuchar lo de los dientes.

— ¿Tenías que fijarte en eso? — se quejó.

Sin saber qué decir, Harry volvió a encogerse de hombros.

— Bueno, ya no los tienes así — dijo para animarla. No pareció surtir efecto.

la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos sonrieron a Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.

Ginny gimió mientras la mitad del comedor se deshacía en risitas.

— Hermione, no te quejes — dijo Ginny, cuyas mejillas se habían puesto coloradas. — Ojalá Harry se fijara en mis dientes en vez de recordar eso cada vez que me ve.

— Mira el lado bueno, podría haber pensado en la vez que metiste el codo en la mantequilla — le dijo Ron. Ginny gimió más fuerte y escondió la cara en las manos.

— Matadme ya.

Harry trató de mantener el semblante neutral, pero no aguantó y dejó escapar una risita. Ginny le miró a través de los dedos de sus manos con ojos entornados, lo que hizo que Harry volviera a controlar sus facciones, no sin esfuerzo.

— O podría haberse acordado de la canción — se metió Fred con una sonrisa. — ¿Cómo era?

— Tiene los ojos verdes… — empezó George, pero Ginny agarró una almohada bastante grande y se la lanzó con fuerza. George la cogió en el aire y, sin parar de reír, se la lanzó de vuelta.

Ginny pareció alegrarse mucho cuando el chico de Slytherin siguió leyendo.

¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.

Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...

¿Qué han hecho esta vez? —preguntó la señora Weasley—. Si tiene que ver con los «Sortilegios Weasley»...

La expresión de la señora Weasley mostraba la incomodidad que sentía al leer esa conversación con su marido delante de todo el colegio.

¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso Hermione desde la puerta.

Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última...

Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significativa mirada.

¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.

Se oyeron risitas.

— Te ha costado pillarlo — se burló Dean. Ron soltó un bufido y no respondió.

Sí, nosotros también vamos —dijo George.

¡Vosotros os quedáis donde estáis! —gruñó la señora Weasley.

— ¿De verdad pensabais que ibais a poder escaparos? — rió Angelina.

— Uno puede soñar — replicó Fred.

Harry y Ron salieron despacio de la cocina y, acompañados por Hermione y Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.

¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? —preguntó Harry mientras subían. Ron y Ginny se rieron, pero Hermione no.

— Hermione nunca ha comprendido nuestro talento — se lamentó George.

— Es una pena. Podríamos haber usado su inteligencia para sacar más productos — añadió Fred.

Hermione pareció horrorizada ante la idea.

Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba la habitación de Fred y George —explicó Ron en voz baja—. Largas listas de precios de cosas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya sabes: varitas falsas y caramelos con truco, montones de cosas. Es estupendo: nunca me imaginé que hubieran estado inventando todo eso...

Los alumnos que jamás habían escuchado hablar de Sortilegios Weasley parecieron muy impresionados. Los profesores, sin embargo, tenían expresiones bastante serias, especialmente Snape y McGonagall.

Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, pero nunca supusimos que estuvieran fabricando algo —dijo Ginny—. Creíamos que simplemente les gustaba el ruido.

— No somos tan simples — se quejó Fred.

— Aunque es verdad que no nos molesta el ruido — admitió George, haciendo reír a Angelina y Katie.

Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos... bueno, todos, en realidad... son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para sacar dinero. Mi madre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedido... Además está enfadada con ellos porque no han conseguido tan buenas notas como esperaba...

— Está prohibido que los alumnos realicen cualquier tipo de venta en el colegio — dijo Umbridge en voz alta.

Harry rodó los ojos, aunque supo que era una norma real cuando ni la profesora McGonagall ni el director le llevaron la contraria.

Fred y George fingieron no haberlo escuchado.

Y también ha habido broncas porque mi madre quiere que entren en el Ministerio de Magia como nuestro padre, y ellos le han dicho que lo único que quieren es abrir una tienda de artículos de broma —añadió Ginny.

— Admítelo, mamá. Sabes que nos echarían del ministerio al segundo día — dijo Fred.

La señora Weasley tenía el ceño fruncido y parecía disgustada.

— No si os comportarais como debéis — replicó.

— Y eso nunca sucederá — sonrió Fred. La señora Weasley abrió la boca para responder algo, pero volvió a cerrarla y se quedó mirando a su hijo con una expresión extraña.

Algo confuso, Harry volvió a prestar atención a la lectura.

Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.

Hola, Percy —saludó Harry.

Ah, hola, Harry —contestó Percy—. Me preguntaba quién estaría armando tanto jaleo. Intento trabajar, ¿sabéis? Tengo que terminar un informe para la oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y bajar la escalera haciendo tanto ruido.

— Qué borde — se oyó decir a un chico de tercero.

Percy lo miró mal.

No hacemos tanto ruido —replicó Ron, enfadado—. Estamos subiendo con paso normal. Lamentamos haber entorpecido los asuntos reservados del Ministerio.

¿En qué estás trabajando? —quiso saber Harry.

Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional — respondió Percy con aires de suficiencia—. Estamos intentando estandarizar el grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo delgados, y el goteo se ha incrementado en una proporción cercana al tres por ciento anual...

— ¿Y a quién le importa eso? — dijo Malfoy, arrastrando las palabras.

Percy se puso muy rojo.

— Puede haber accidentes si los calderos no son lo suficientemente fuertes — se defendió. — Era un tema importante.

Malfoy no pareció impresionado y Percy se sonrojó todavía más.

Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese informe será un bombazo. Ya me lo imagino en la primera página de El Profeta: «Calderos con agujeros.»

Muchos en el comedor se echaron a reír, y Percy le lanzó a Ron una mirada de reproche.

Ron no mostró la más mínima señal de arrepentimiento.

Percy se sonrojó ligeramente.

Puede que te parezca una tontería, Ron —repuso acaloradamente—, pero si no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado inundado de productos endebles y de culo demasiado delgado que pondrían seriamente en peligro...

Sí, sí, de acuerdo —interrumpió Ron, y siguió subiendo.

Se oyeron risas.

— Bien hecho, Ron — le felicitó Fred. — No te ofendas, Perce, pero estabas siendo muy pedante.

Percy bufó.

— Era un tema importante…

— Ya, pero no hacía falta ser tan borde ni hablarle a los demás con esos aires de suficiencia — replicó Ginny.

Percy jadeó. Abrió y cerró la boca y, viendo que nadie estaba a su favor, agachó la cabeza y evitó las miradas de todos.

A Harry le dio un poco de pena. Hacía muy pocos días que Percy había conseguido hacer las paces con su familia. La relación con ellos todavía no era todo lo fuerte que podía ser, y Harry vio en el gesto de Percy que él era consciente de ello.

Percy cerró la puerta de su habitación dando un portazo. Mientras Harry, Hermione y Ginny seguían a Ron otros tres tramos, les llegaban ecos de gritos procedentes de la cocina. El señor Weasley debía de haberle contado a su mujer lo de los caramelos.

El señor Weasley asintió, confirmando lo que ya todos suponían.

La habitación donde dormía Ron en la buhardilla de la casa estaba casi igual que el verano anterior: los mismos pósters del equipo de quidditch favorito de Ron, los Chudley Cannons, que daban vueltas y saludaban con la mano desde las paredes y el techo inclinado; y en la pecera del alféizar de la ventana, que antes contenía huevas de rana, había una rana enorme.

— ¿No debería haber varias ranas? — se oyó preguntar a alguien de primero. — Si había varias huevas…

— ¿Qué más da? — replicó Roger Davies. El chico de primero no pareció muy contento.

Ya no estaba Scabbers, la vieja rata de Ron, pero su lugar lo ocupaba la pequeña lechuza gris que había llevado la carta de Ron a Privet Drive para entregársela a Harry. Daba saltos en una jaulita y gorjeaba como loca.

¡Cállate, Pig! —le dijo Ron, abriéndose paso entre dos de las cuatro camas que apenas cabían en la habitación—. Fred y George duermen con nosotros porque Bill y Charlie ocupan su cuarto —le explicó a Harry—. Percy se queda la habitación toda para él porque tiene que trabajar.

— Y porque nadie quería compartir habitación con él cuando estaba de tan mal humor — añadió Charlie. Al notar la mirada reprobatoria de Percy, añadió: — No te ofendas, pero es la verdad.

¿Por qué llamas Pig a la lechuza? —le preguntó Harry a Ron.

Porque es tonto —dijo Ginny—.

Se escucharon risitas.

— Bien dicho, Ginny — la animó Sirius. Ginny sonrió y Ron frunció el ceño.

Su verdadero nombre es Pigwidgeon.

Sí, y ése no es un nombre tonto —contestó sarcásticamente Ron—. Ginny lo bautizó. Le parece un nombre adorable. Yo intenté cambiarlo, pero era demasiado tarde: ya no responde a ningún otro. Así que ahora se ha quedado con Pig. Tengo que tenerlo aquí porque no gusta a Errol ni a Hermes. En realidad, a mí también me molesta.

— A mí Pigwidgeon me parece un nombre bonito — dijo Susan Bones. — Un poco raro, pero bonito.

— ¿Lo ves? — le dijo Ginny a Ron. — No soy la única.

— Estáis mal las dos — respondió Ron.

Pigwidgeon revoloteaba veloz y alegremente por la jaula, gorjeando de forma estridente. Harry conocía demasiado a Ron para tomar en serio sus palabras: siempre se había quejado de su vieja rata Scabbers, pero cuando creyó que Crookshanks, el gato de Hermione, se la había comido, se disgustó muchísimo.

— ¿Por qué te cuesta tanto admitir que le tienes cariño a tus mascotas? — preguntó Parvati.

Ron puso una cara rara y no respondió. Parecía algo avergonzado.

¿Dónde está Crookshanks? —preguntó Harry a Hermione.

Fuera, en el jardín, supongo. Le gusta perseguir a los gnomos; nunca los había visto.

— Pobres gnomos — se lamentó Demelza Robins.

Entonces, ¿Percy está contento con el trabajo? —inquirió Harry, sentándose en una de las camas y observando a los Chudley Cannons, que entraban y salían como balas de los pósters colgados en el techo.

¿Contento? —dijo Ron con desagrado—. Creo que no habría vuelto a casa si mi padre no lo hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su jefe. «Según el señor Crouch... Como le iba diciendo al señor Crouch... El señor Crouch opina... El señor Crouch me ha dicho...» Un día de éstos anunciarán su compromiso matrimonial.

El comedor estalló en risas. Percy estaba tan rojo que Harry temió que fuera a desmayarse en cualquier momento.

— No tiene gracia, Ron — gruñó Percy.

Ron, que estaba ocupado riendo, dijo con dificultad:

— Sí que la tiene.

— Oh, vamos, Perce — dijo George. — Admite que estabas siendo muy pesado.

Percy frunció el ceño y no respondió.

¿Has pasado un buen verano, Harry? —quiso saber Hermione—. ¿Recibiste nuestros paquetes de comida y todo lo demás?

Sí, muchas gracias —contestó Harry—. Esos pasteles me salvaron la vida.

— Literalmente — bufó Hermione.

— No me habría muerto de hambre — replicó Harry, exasperado.

— ¿Con medio pomelo y un trozo de apio al día? No sé yo — respondió ella.

Viendo que la batalla estaba perdida, Harry no dijo nada más.

¿Y has tenido noticias de...? —comenzó Ron, pero se calló en respuesta a la mirada de Hermione.

Harry se dio cuenta de que Ron quería preguntarle por Sirius. Ron y Hermione se habían involucrado tanto en la fuga de Sirius que estaban casi tan preocupados por él como Harry. Sin embargo, no era prudente hablar de él delante de Ginny. A excepción de ellos y del profesor Dumbledore, nadie sabía cómo había escapado Sirius ni creía en su inocencia.

Ginny bufó.

— Podíais habérmelo contado. No se lo habría dicho a nadie.

— No necesitabas saberlo — replicó Ron. Ginny lo miró muy mal.

Creo que han dejado de discutir —dijo Hermione para disimular aquel instante de apuro, porque Ginny miraba con curiosidad tan pronto a Ron como a Harry—. ¿Qué tal si bajamos y ayudamos a vuestra madre con la cena?

De acuerdo —aceptó Ron.

Ginny seguía molesta.

— Siempre estáis con secretitos — se quejó. — Confiar en los demás de vez en cuando no os haría daño.

— Habríamos tenido que explicarte muchas cosas — se excusó Harry. Intentando animarla, añadió: — Pero ahora ya lo sabes todo. De ahora en adelante podremos contar contigo cada vez que pase algo. ¿No?

— Claro que sí — replicó Ginny como si fuera lo más obvio del mundo. Harry sonrió.

Los cuatro salieron de la habitación de Ron, bajaron la escalera y encontraron a la señora Weasley sola en la cocina, con aspecto de enfado.

Vamos a comer en el jardín —les dijo en cuanto entraron—. Aquí no cabemos once personas. ¿Podríais sacar los platos, chicas? Bill y Charlie están colocando las mesas. Vosotros dos, llevad los cubiertos —les dijo a Ron y a Harry. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un montón de patatas que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que fueron a dar en las paredes y el techo—.

Algunos rieron.

¡Dios mío! —exclamó, apuntando con la varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo recogiendo las patatas—. ¡Esos dos! —estalló de pronto, mientras sacaba cazuelas del armario. Harry comprendió que se refería a Fred y a George—. No sé qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.

— ¡Claro que tenemos ambición! — exclamó Fred. — ¡Queremos ser empresarios!

— Sí, abriendo una tienda de artículos de broma — se metió Pansy Parkinson con tono desdeñoso.

— ¿Qué ambiciones tienes tú, Parkinson, aparte de ser la bruja más desagradable de todo el colegio? — replicó George en voz alta.

— Cierra la boca, Weasley — dijo Pansy, lanzándole dagas con los ojos. Fred no se dejó intimidar y le sostuvo la mirada.

El duelo acabó cuando el chico de Slytherin siguió leyendo y ambos se vieron obligados a prestarle atención.

Depositó ruidosamente en la mesa de la cocina una cazuela grande de cobre y comenzó a dar vueltas a la varita dentro de la cazuela. De la punta salía una salsa cremosa conforme iba removiendo.

No es que no tengan cerebro —prosiguió irritada,

— Me tomaré eso como un cumplido — dijo George.

— Es un cumplido — gruñó la señora Weasley. — Con lo inteligentes que sois, podríais usar el cerebro para algo mejor.

— ¿Qué hay mejor que traer risas y alegría al mundo? — respondió Fred.

La señora Weasley no supo qué responder a eso.

mientras llevaba la cazuela a la cocina y encendía el fuego con otro toque de la varita—, pero lo desperdician, y si no cambian pronto, se van a ver metidos en problemas de verdad. He recibido más lechuzas de Hogwarts por causa de ellos que de todos los demás juntos. Si continúan así terminarán en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia.

— Vaya, vuestra madre estaba muy enfadada esa vez — dijo Angelina, impresionada.

Fred y George no parecían tan impresionados.

La señora Weasley tocó con la varita el cajón de los cubiertos, que se abrió de golpe. Harry y Ron se quitaron de en medio de un salto cuando algunos de los cuchillos salieron del cajón, atravesaron volando la cocina y se pusieron a cortar las patatas que el recogedor acababa de devolver al fregadero.

Algunas personas parecieron alarmadas al oír eso, mientras que a otras les hizo gracia.

No sé en qué nos equivocamos con ellos —dijo la señora Weasley posando la varita y sacando más cazuelas—.

— Me siento amado. ¿Y tú? — dijo Fred.

— Muchísimo — replicó George lacónicamente. — Somos un error.

— ¡No dije eso! — exclamó la señora Weasley. — Solo dije que no sé cómo es posible que hayáis salido tan bromistas cuando tenéis hermanos que son todo lo contrario.

Fred rodó los ojos.

— La pregunta es: ¿cómo es posible que nosotros tengamos un hermano tan soso como Percy, con lo guays que somos?

Se oyeron varios resoplidos y alguna risita. Percy les lanzó una mirada fulminante.

— Basta ya de meteros con Percy — los regañó su madre.

— Vale, vale — se disculpó Fred.

Llevamos años así, una cosa detrás de otra, y no hay manera de que entiendan... ¡OH, NO, OTRA VEZ!

Al coger la varita de la mesa, ésta lanzó un fuerte chillido y se convirtió en un ratón de goma gigante.

¡Otra de sus varitas falsas! —gritó—. ¿Cuántas veces les he dicho a esos dos que no las dejen por ahí?

Tanto Fred como George trataron de parecer inocentes, sin éxito.

Cogió su varita auténtica, y al darse la vuelta descubrió que la salsa humeaba en el fuego.

Vamos —le dijo Ron a Harry apresuradamente, cogiendo un puñado de cubiertos del cajón—. Vamos a echarles una mano a Bill y a Charlie.

Dejaron sola a la señora Weasley y salieron al patio por la puerta de atrás. Apenas habían dado unos pasos cuando Crookshanks, el gato color canela y patizambo de Hermione, salió del jardín a toda velocidad con su cola de cepillo enhiesta y persiguiendo lo que parecía una patata con piernas llenas de barro.

— Una patata con piernas — rió Luna. — Es una buena descripción.

Algunos la miraron con expresiones de confusión, pero nadie le dijo nada.

Harry recordó que aquello era un gnomo. Con su palmo de altura, golpeaba en el suelo con los pies como los palillos en un tambor mientras corría a través del patio, y se zambulló de cabeza en una de las botas de goma que había junto a la puerta. Harry oyó al gnomo riéndose a mandíbula batiente mientras Crookshanks metía la pata en la bota intentando atraparlo.

— Muy interesante — dijo Zabini, fingiendo un bostezo.

Al mismo tiempo, desde el otro lado de la casa llegó un ruido como de choque. Comprendieron qué era lo que había causado el ruido cuando entraron en el jardín y vieron que Bill y Charlie blandían las varitas haciendo que dos mesas viejas y destartaladas volaran a gran altura por encima del césped, chocando una contra otra e intentando hacerse retroceder mutuamente. Fred y George gritaban entusiasmados, Ginny se reía y Hermione rondaba por el seto, aparentemente dividida entre la diversión y la preocupación.

— ¿Por qué estabas preocupada? Eran mesas, no personas — dijo Ron, confuso.

— Alguien podía hacerse daño — se excusó Hermione.

La mesa de Bill se estrelló contra la de Charlie con un enorme estruendo y le rompió una de las patas. Se oyó entonces un traqueteo, y, al mirar todos hacia arriba, vieron a Percy asomando la cabeza por la ventana del segundo piso.

¿Queréis hacer menos ruido? —gritó.

Lo siento, Percy —se disculpó Bill con una risita—. ¿Cómo van los culos de los calderos?

Muy mal —respondió Percy malhumorado, y volvió a cerrar la ventana dando un golpe.

Muchos se echaron a reír y Percy pareció aún más disgustado que antes.

— Va, admítelo ya — le instó Ron. — Sabes que estabas siendo un imbécil. Los culos de los calderos no eran más importantes que tu familia.

Percy jadeó.

— Nunca dije que lo fueran — replicó.

— Pero te portaste como si lo fueran — añadió Ginny. — Respondiéndonos mal y mandándonos callar… ¿Qué querías que pensáramos?

Percy se quedó en silencio. Harry esperaba que ver sus acciones desde fuera causara que Percy pudiera reflexionar sobre el trato que le había dado a su familia desde mucho antes de su pelea.

Riéndose por lo bajo, Bill y Charlie posaron las mesas en el césped, una pegada a la otra, y luego, con un toquecito de la varita mágica, Bill volvió a pegar la pata rota e hizo aparecer por arte de magia unos manteles.

A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley, y los nueve Weasley, Harry y Hermione tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un azul intenso.

— Suena genial — sonrió Neville.

— Lo que daría por estar allí ahora — se quejó Ron. — ¿Cuánto falta para la comida?

— Eso, eso — dijo Dean. — ¿Falta mucho?

Dumbledore sacó un reloj de bolsillo y, tras unos instantes, dijo:

— Creo que podemos leer un capítulo más antes de comer.

Ron y Dean suspiraron.

Para alguien que había estado alimentándose todo el verano de tartas cada vez más pasadas, aquello era un paraíso, y al principio Harry escuchó más que habló mientras se servía empanada de pollo con jamón, patatas cocidas y ensalada.

Las miraditas de pena volvieron a caer sobre él tan de sopetón que, durante unos segundos, ni siquiera supo por qué le miraban así.

Ya habían dejado atrás su estancia con los Dursley. ¿Por qué tenían que seguir haciendo referencia a ella en el libro?

Al otro extremo de la mesa, Percy ponía a su padre al corriente de todo lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.

El Slytherin puso tono de superioridad mientras leía:

Le he dicho al señor Crouch que lo tendrá listo el martes —explicaba Percy dándose aires—. Eso es algo antes de lo que él mismo esperaba, pero me gusta hacer las cosas aún mejor de lo que se espera de mí. Creo que me agradecerá que haya terminado antes de tiempo. Quiero decir que, como ahora hay tanto que hacer en nuestro departamento con todos los preparativos para los Mundiales, y la verdad es que no contamos con el apoyo que necesitaríamos del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos... Ludo Bagman...

Muchos rieron y Percy volvió a sonrojarse. A Harry le dio la sensación de que Percy estaba deseando que acabase el capítulo. No podía culparle por ello.

Ludo me cae muy bien —dijo el señor Weasley en un tono afable—. Es el que nos ha conseguido las entradas para la Copa. Yo le hice un pequeño favor: su hermano, Otto, se vio metido en un aprieto a causa de una segadora con poderes sobrenaturales, y arreglé todo el asunto...

Se oyeron murmullos y el señor Weasley pareció un poco incómodo. Solo entonces se dio cuenta Harry de que ese favor que le había hecho a Ludo Bagman probablemente implicaba encubrir a su hermano, cosa que probablemente no era del todo aceptable en el trabajo del señor Weasley.

Sin embargo, el ministro no mostró señales de haberse percatado de ello. Si se había dado cuenta de que el señor Weasley había utilizado su trabajo para ayudar a un amigo, no le importaba lo más mínimo.

Desde luego, Bagman es una persona muy agradable —repuso Percy desdeñosamente—, pero no entiendo cómo pudo llegar a director de departamento. ¡Cuando lo comparo con el señor Crouch...! Desde luego, si se perdiera un miembro de nuestro departamento, el señor Crouch intentaría averiguar qué ha sucedido. ¿Sabes que Bertha Jorkins lleva desaparecida ya más de un mes? Se fue a Albania de vacaciones y no ha vuelto...

Se oyeron murmullos. Harry sintió un escalofrío al notar cómo el ambiente del comedor cambiaba drásticamente.

Todos recordaban lo que habían leído sobre Bertha Jorkins.

— Albania — murmuró Lee Jordan. — ¿No es ahí donde decían que estaba Quien-Tú-Sabes?

Harry asintió.

Sí, le he preguntado a Ludo —dijo el señor Weasley, frunciendo el entrecejo—. Dice que Bertha se ha perdido ya un montón de veces. Aunque, si fuera alguien de mi departamento, me preocuparía...

— La pobre Bertha ya estaba muerta cuando esta conversación tuvo lugar — gruñó Moody. — Bagman se portó como un inútil.

Nadie se atrevió a llevarle la contraria.

Por supuesto, Bertha es un caso perdido —siguió Percy—. Creo que se la han estado pasando de un departamento a otro durante años: da más problemas de los que resuelve.

Percy hizo una mueca al oír eso.

Pero, aun así, Ludo debería intentar encontrarla. El señor Crouch se ha interesado personalmente... Ya sabes que ella trabajó en otro tiempo en nuestro departamento, y creo que el señor Crouch le tiene estima. Pero Bagman no hace más que reírse y decir que ella seguramente interpretó mal el mapa y llegó hasta Australia en vez de Albania.

— No sé quién es Bagman, pero me cae mal — se quejó una chica de séptimo.

— ¿En serio no sabes quién es? ¡Es famosísimo! — exclamó el chico que estaba sentado a su lado.

La chica negó con la cabeza y añadió:

— Me da igual quién sea. Tiene pinta de ser un incompetente.

En fin —Percy lanzó un impresionante suspiro y bebió un largo trago de vino de saúco—, tenemos ya bastantes problemas en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional para que intentemos encontrar al personal de otros departamentos. Como sabes, hemos de organizar otro gran evento después de los Mundiales. —Se aclaró la garganta como para llamar la atención de todos, y miró al otro extremo de la mesa, donde estaban sentados Harry, Ron y Hermione, antes de continuar—: Ya sabes de qué hablo, papá —levantó ligeramente la voz—: el asunto ultrasecreto.

Harry jadeó.

— ¡Te referías al torneo! — exclamó. Se arrepintió dos segundos después, cuando dos decenas de personas se giraron para mirarlo.

— Exacto — dijo Percy. — No os podía decir nada, obviamente.

Ron rodó los ojos.

Ron puso cara de resignación y les susurró a Harry y a Hermione:

Ha estado intentando que le preguntemos de qué se trata desde que empezó a trabajar. Seguramente es una exposición de calderos de culo delgado.

Percy gruñó al oír eso.

En el medio de la mesa, la señora Weasley discutía con Bill a propósito de su pendiente, que parecía ser una adquisición reciente.

... con ese colmillazo horroroso ahí colgando... Pero ¿qué dicen en el banco?

Mamá, en el banco a nadie le importa un comino lo que me ponga mientras ganen dinero conmigo —explicó Bill con paciencia.

— Como debe ser — comentó Dumbledore, sorprendiendo a Harry. — Las apariencias solo son eso: apariencias. Y he de decir, señor Weasley, que comparto la opinión de Harry. Ese pendiente te hace parecer guay.

Oír a Dumbledore decir la palabra guay era como escuchar a Snape decir la palabra abrazo. No pegaba ni con cola.

Harry supo que no era el único que pensaba así cuando vio las expresiones de algunos de sus compañeros y oyó las risitas.

— Eh… gracias — dijo Bill, divertido. Dumbledore sonrió y le hizo un gesto al Slytherin para que continuara leyendo.

Y tu pelo da risa, cielo —dijo la señora Weasley, acariciando su varita—. Si me dejaras darle un corte...

A mí me gusta —declaró Ginny, que estaba sentada al lado de Bill—. Tú estás muy anticuada, mamá. Además, no tienes más que mirar el pelo del profesor Dumbledore...

Eso hizo reír a algunos.

— A mí me paguece un peinado muy modegno — dijo Fleur, mirando a Bill, quien estaba sentado justo a su lado. — No quisiega que te lo cogtagas.

— No te preocupes, no tengo ninguna intención de hacerlo — sonrió Bill.

La señora Weasley no pareció muy contenta.

Junto a la señora Weasley, Fred, George y Charlie hablaban animadamente sobre los Mundiales.

Va a ganar Irlanda —pronosticó Charlie con la boca llena de patata—. En las semifinales le dieron una paliza a Perú.

Charlie sonrió.

— Acerté. Ojalá hubiera apostado. Lo decía de broma, mamá…

Ya, pero Bulgaria tiene a Viktor Krum —repuso Fred.

Medio comedor se giró entonces para mirar a Krum, quien parecía haberse sorprendido al escuchar su nombre.

Krum es un buen jugador, pero Irlanda tiene siete estupendos jugadores — sentenció Charlie—.

— Sin ofender, pero el equipo de Irlanda era increíble — dijo Charlie dirigiéndose directamente a Krum, quien asintió con la cabeza.

— Erra un buen equipo.

Ojalá Inglaterra hubiera pasado a la final. Fue vergonzoso, eso es lo que fue.

¿Qué ocurrió? —preguntó interesado Harry, lamentando más que nunca su aislamiento del mundo mágico mientras estaba en Privet Drive. Harry era un apasionado del quidditch. Jugaba de buscador en el equipo de Gryffindor desde el primer curso, y tenía una Saeta de Fuego, una de las mejores escobas de carreras del mundo.

— La mejor compra de mi vida — dijo Sirius felizmente y Harry no pudo evitar sonreír también.

Fue derrotada por Transilvania, por trescientos noventa a diez —repuso Charlie con tristeza—. Una actuación terrorífica. Y Gales perdió frente a Uganda, y Escocia fue vapuleada por Luxemburgo.

— Trescientos noventa a diez — repitió Wood. — Fue lo más triste que he visto en mi vida.

— Fue patético — se quejó Ernie Macmillan.

Antes de que tomaran el postre, helado casero de fresas, el señor Weasley hizo aparecer mediante un conjuro unas velas para alumbrar el jardín, que se estaba quedando a oscuras, y para cuando terminaron, las polillas revoloteaban sobre la mesa y el aire templado olía a césped y a madreselva. Harry había comido maravillosamente y se sentía en paz con el mundo mientras contemplaba a los gnomos que saltaban entre los rosales, riendo como locos y corriendo delante de Crookshanks.

Muchos sonrieron al oír eso, Harry incluido. Le encantaría poder estar allí ahora mismo, comiendo los platos de la señora Weasley y relajándose en el jardín.

Ron observó con atención al resto de su familia para asegurarse de que estaban todos distraídos hablando y le preguntó a Harry en voz muy baja:

¿Has tenido últimamente noticias de Sirius?

Hermione vigilaba a los demás mientras no se perdía palabra.

— Trabajo en equipo — dijo Ron. Hermione sonrió.

Sí —dijo Harry también en voz baja—, dos veces. Parece que está muy bien. Anteayer le escribí. Es probable que envíe la contestación mientras estamos aquí.

— Estaba más que bien — confirmó Sirius. — Algún día tengo que llevarte al sur, hay unas playas impresionantes.

A Harry le encantó la idea.

Recordó de pronto el motivo por el que había escrito a Sirius y, por un instante, estuvo a punto de contarles a Ron y a Hermione que la cicatriz le había vuelto a doler y el sueño que había tenido... pero no quiso preocuparlos precisamente en aquel momento en que él mismo se sentía tan tranquilo y feliz.

Hermione frunció el ceño.

— Podías habérnoslo…

— ¿Contado? Lo sé — la interrumpió Harry. — Pero estaba muy relajado y no tenía ganas de ponerme a discutir sobre temas serios.

Hermione pareció entenderlo y no dijo nada más.

Mirad qué hora es —dijo de pronto la señora Weasley, consultando su reloj de pulsera—. Ya tendríais que estar todos en la cama, porque mañana os tendréis que levantar con el alba para llegar a la Copa. Harry, si me dejas la lista de la escuela, te puedo comprar las cosas mañana en el callejón Diagon. Voy a comprar las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.

¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! —dijo Harry entusiasmado.

— Pues no, fue solo un día y fue un desastre — dijo Seamus con una mueca. — Al menos ganó Irlanda… — miró de reojo a Krum, pero él no pareció ofendido.

Bueno, pues yo no —replicó Percy en tono moralista—. Me horroriza pensar cómo estaría mi bandeja de asuntos pendientes si faltara cinco días del trabajo.

Ron, Fred, George y Charlie miraron a Percy de forma significativa, como queriendo decir "¿Ves? Eres un pesado". Percy debió entender el mensaje, a juzgar por la mueca que hizo.

Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh, Percy? —dijo Fred.

¡Era una muestra de fertilizante proveniente de Noruega! —respondió Percy, poniéndose muy colorado—. ¡No era nada personal!

Sí que lo era —le susurró Fred a Harry, cuando se levantaban de la mesa—. Se la enviamos nosotros.

Se oyeron risas a lo largo del comedor, por lo que el grito que le soltó Percy a los gemelos apenas se escuchó sobre el ruido. El que sí se oyó fue el de la señora Weasley:

— ¡Disculpaos! —les exigió a los gemelos. — ¡Ahora mismo!

— Perdón, perdón — dijo George intentando no reír.

— Lo siento. Es que estabas siendo muy desagradable — añadió Fred.

Percy gruñó. El chico de Slytherin que estaba leyendo anunció que era el final. Dejó el libro en el atril y volvió a su lugar.

Dumbledore se puso en pie y cogió el tomo. A Harry se le puso la piel de gallina antes incluso de que el director comenzara a hablar.

— El siguiente capítulo se titula: El traslador. Y me temo que no va a ser tan agradable como los anteriores.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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