El traslador:
El chico de Slytherin que estaba leyendo anunció que era el final. Dejó el libro en el atril y volvió a su lugar.
Dumbledore se puso en pie y cogió el tomo. A Harry se le puso la piel de gallina antes incluso de que el director comenzara a hablar.
— El siguiente capítulo se titula: El traslador. Y me temo que no va a ser tan agradable como los anteriores.
Se formó un silencio incómodo y Harry notó que varios alumnos intercambiaban miradas nerviosas.
A nadie le extrañó ver que, cuando Dumbledore pidió voluntarios, ni una sola persona levantó la mano. El director esperó pacientemente, pero pasaban los segundos y ningún alumno o profesor se ofrecía a leer.
— Yo lo haré — habló alguien a la derecha de Harry, quien vio con gran sorpresa como Arthur Weasley se ponía en pie y caminaba hacia la tarima.
Tomó el libro que Dumbledore le tendía con aire solemne. Mientras el director volvía a tomar asiento, Arthur respiró hondo y repitió:
— El traslador.
Aunque la gran mayoría no tenía ni idea de lo que iba a suceder en ese capítulo, las palabras de Dumbledore habían hecho que la tensión se disparara.
Cuando, en la habitación de Ron, la señora Weasley lo zarandeó para despertarlo, a Harry le pareció que acababa de acostarse.
—Es la hora de irse, Harry, cielo —le susurró, dejándolo para ir a despertar a Ron.
Harry era consciente de que, en realidad, en el capítulo no iba a pasar la gran cosa. Se titulaba El traslador, así que seguramente solo relataba cómo él y los demás habían llegado a los mundiales.
Pero recordaba aquel día con mucha claridad. Era como si, tras la muerte de Cedric, cada interacción que había tenido con él hubiera resurgido en su cabeza con una fuerza imparable. Sentía los recuerdos de aquel primer viaje en traslador como si estuvieran grabados a fuego en su memoria.
Harry buscó las gafas con la mano, se las puso y se sentó en la cama. Fuera todavía estaba oscuro. Ron decía algo incomprensible mientras su madre lo levantaba. A los pies del colchón vio dos formas grandes y despeinadas que surgían de sendos líos de mantas.
— ¿Eso es todo lo que somos para ti? ¿Dos formas grandes y despeinadas? — dijo Fred, fingiendo sentirse ofendido.
— A Bill lo describes como guay y a nosotros nos llamas formas — añadió George. — Muy bonito, Harry. Muy bonito.
— Poneos un pendiente con forma de colmillo y le gustareis más — bromeó Ron. Harry bufó, ignorando las risas de Hermione y Ginny.
—¿Ya es la hora? —preguntó Fred, más dormido que despierto.
Se vistieron en silencio, demasiado adormecidos para hablar, y luego, bostezando y desperezándose, los cuatro bajaron la escalera camino de la cocina.
— ¿Qué hora era? — preguntó Dean.
— Demasiado temprano — gruñó Fred.
La señora Weasley removía el contenido de una olla puesta sobre el fuego, y el señor Weasley, sentado a la mesa, comprobaba un manojo de grandes entradas de pergamino. Levantó la vista cuando los chicos entraron y extendió los brazos para que pudieran verle mejor la ropa. Llevaba lo que parecía un jersey de golf y unos vaqueros muy viejos que le venían algo grandes y que sujetaba a la cintura con un grueso cinturón de cuero.
—¿Qué os parece? —pregunto—. Se supone que vamos de incógnito... ¿Parezco un muggle, Harry?
—Sí —respondió Harry, sonriendo—. Está muy bien.
—¿Dónde están Bill y Charlie y Pe... Pe... Percy? —preguntó George, sin lograr reprimir un descomunal bostezo.
— Pepe Weasley, el hermano secreto — rió Hannah Abbott.
— Lo que faltaba, otro Weasley — exclamó Malfoy.
Si su comentario tenía el objetivo de ofender a alguien, no lo consiguió, porque hasta varios Weasley se echaron a reír. Malfoy no pareció muy contento al verlo.
—Bueno, van a aparecerse, ¿no? —dijo la señora Weasley, cargando con la olla hasta la mesa y comenzando a servir las gachas de avena en los cuencos con un cazo —, así que pueden dormir un poco más.
Harry sabía que aparecerse era algo muy difícil; había que desaparecer de un lugar y reaparecer en otro casi al mismo tiempo.
— No es tan difícil. Solo hay que pillarle el truco — dijo Sirius.
— Que no te engañen, Potter. Sí que es difícil — se quejó un alumno de séptimo de Hufflepuff. A juzgar por su expresión, debía haber suspendido el examen al menos tres veces.
Harry se sintió más animado de pronto. No porque más gente sintiera (como él) que la desaparición era algo muy complicado, sino porque ese Hufflepuff había respondido directamente a algo que Sirius había dicho sin mostrar ni una pizca de miedo. Eso le dio a Harry esperanzas de que los estudiantes estuvieran asimilando lo que habían leído en el libro anterior sobre la inocencia de Sirius. Cuanta más gente aceptara la verdad, más fácil sería conseguir que el ministerio dejara libre a Sirius de forma oficial.
—O sea, que siguen en la cama... —dijo Fred de malhumor, acercándose su cuenco de gachas—. ¿Y por qué no podemos aparecernos nosotros también?
—Porque no tenéis la edad y no habéis pasado el examen —contestó bruscamente la señora Weasley—. ¿Y dónde se han metido esas chicas?
Salió de la cocina y la oyeron subir la escalera.
—¿Hay que pasar un examen para poder aparecerse? —preguntó Harry.
— No es un examen, es una tortura — habló el mismo Hufflepuff de antes. A Harry le dio un poco de pena.
—Desde luego —respondió el señor Weasley, poniendo a buen recaudo las entradas en el bolsillo trasero del pantalón—. El Departamento de Transportes Mágicos tuvo que multar el otro día a un par de personas por aparecerse sin tener el carné. La aparición no es fácil, y cuando no se hace como se debe puede traer complicaciones muy desagradables. Esos dos que os digo se escindieron.
— ¿Se qué? — preguntó una chica de primero.
— Se partieron en pedazos — replicó McLaggen.
Las muecas de asco y confusión de muchos alumnos no se hicieron esperar. Viendo la cara de trauma de la chica de primero, Harry estuvo seguro de que ella jamás intentaría aparecerse.
Todos hicieron gestos de desagrado menos Harry.
—¿Se escindieron? —repitió Harry, desorientado.
Algunos sonrieron al ver las similitudes con lo que se acababa de decir en el comedor. Otros todavía estaban asimilando las palabras de McLaggen y parecían asqueados.
—La mitad del cuerpo quedó atrás —explicó el señor Weasley, echándose con la cuchara un montón de melaza en su cuenco de gachas—. Y, por supuesto, estaban inmovilizados. No tenían ningún modo de moverse. Tuvieron que esperar a que llegara el Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos y los recompusiera. Hubo que hacer un montón de papeleo, os lo puedo asegurar, con tantos muggles que vieron los trozos que habían dejado atrás...
Harry se imaginó en ese instante un par de piernas y un ojo tirados en la acera de Privet Drive.
Eso le sacó una risita a más de uno. Hermione hizo una mueca al oírlo.
—¿Quedaron bien? —preguntó Harry, asustado.
— Qué mono — dijo Romilda Vane.
Harry sintió sus mejillas arder y evitó la mirada de la chica.
—Sí —respondió el señor Weasley con tranquilidad—. Pero les cayó una buena multa, y me parece que no van a repetir la experiencia por mucha prisa que tengan. Con la aparición no se juega. Hay muchos magos adultos que no quieren utilizarla. Prefieren la escoba: es más lenta, pero más segura.
— Y más guay — añadió Wood en voz alta.
Varias personas bufaron, aunque no faltó quien le dio la razón.
—¿Pero Bill, Charlie y Percy sí que pueden?
—Charlie tuvo que repetir el examen —dijo Fred, con una sonrisita—. La primera vez se lo cargaron porque apareció ocho kilómetros más al sur de donde se suponía que tenía que ir. Apareció justo encima de unos viejecitos que estaban haciendo la compra, ¿os acordáis?
Muchos se echaron a reír. Charlie sonrió: no parecía avergonzado en absoluto.
—Bueno, pero aprobó a la segunda —dijo la señora Weasley, entre un estallido de carcajadas, cuando volvió a entrar en la cocina.
—Percy lo ha conseguido hace sólo dos semanas —dijo George—. Desde entonces, se ha aparecido todas las mañanas en el piso de abajo para demostrar que es capaz de hacerlo.
Eso provocó risitas y que más de una persona rodara los ojos en un gesto de exasperación.
Percy, al contrario que Charlie, sí se ruborizó.
— No lo hacía para demostrar…
Pero la mirada de George hizo que Percy cerrara la boca. La abrió, la cerró, y la abrió de nuevo para decir:
— Vale, estaba orgulloso de poder hacerlo, ¿y qué? Vosotros habéis estado haciendo lo mismo todo el verano.
Fred jadeó.
— ¡Caray, Percy! No me esperaba que admitieras que lo hacías para presumir.
Fred miraba a Percy con algo que parecía orgullo.
— El siguiente paso será admitir que no nos trataste bien aquel verano — añadió George.
Percy no supo qué responder a eso. Apiadándose de él, el señor Weasley siguió leyendo.
Se oyeron unos pasos y Hermione y Ginny entraron en la cocina, pálidas y somnolientas.
—¿Por qué nos hemos levantado tan temprano? —preguntó Ginny, frotándose los ojos y sentándose a la mesa.
—Tenemos por delante un pequeño paseo —explicó el señor Weasley.
— ¿Pequeño? — gruñó Ron. — Todavía me duelen las piernas cada vez que me acuerdo.
—¿Paseo? —se extrañó Harry—. ¿Vamos a ir andando hasta la sede de los Mundiales?
— No seas estúpido, Potter — dijo Nott en voz alta.
Harry lo miró tan mal como pudo.
—No, no, eso está muy lejos —repuso el señor Weasley, sonriendo—. Sólo hay que caminar un poco. Lo que pasa es que resulta difícil que un gran número de magos se reúnan sin llamar la atención de los muggles. Siempre tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de viajar, y en una ocasión como la de los Mundiales de Quidditch...
—¡George! —exclamó bruscamente la señora Weasley, sobresaltando a todos.
— Uf, ahí viene — dijo George con una mueca.
Muchos estudiantes lo miraron con curiosidad.
—¿Qué? —preguntó George, en un tono de inocencia que no engañó a nadie.
—¿Qué tienes en el bolsillo?
—¡Nada!
—¡No me mientas!
— No me esperaba que esto saliera en los libros… — se oyó murmurar a la señora Weasley, cuyas mejillas se habían puesto de un tono rojo encendido.
La señora Weasley apuntó con la varita al bolsillo de George y dijo:
—¡Accio!
Varios objetos pequeños de colores brillantes salieron zumbando del bolsillo de George, que en vano intentó agarrar algunos: se fueron todos volando hasta la mano extendida de la señora Weasley.
Al escuchar la mención de los caramelos, la profesora Umbridge volvió a parecer rabiosa.
Harry la miró directamente a los ojos y, por segunda vez en muy poco tiempo, se le erizó la piel. Vio la ira que había en ellos y supo inmediatamente que los gemelos serían los próximos en probar la pluma de Umbridge.
¿Qué pasaría si, al llegar al quinto libro, todo el mundo descubría en qué consistían los castigos con Umbridge? ¿Aparecería siquiera en los libros? Y si aparecía, ¿los profesores le darían importancia, o considerarían que era un castigo apropiado?
No, por supuesto que no todos lo considerarían apropiado. Hagrid se pondría furioso, sin duda. En cuanto al resto… Harry no lo tenía muy claro. La profesora McGonagall se había mostrado muy protectora desde que habían leído todo lo relativo a los Dursley. Quizá ella también se indignaría.
¿Y Dumbledore? ¿Y Snape? Snape seguro que aplaudiría los métodos de disciplina de Umbridge. Después de todo, torturar a los alumnos era su pasatiempo favorito, aunque Harry nunca lo había visto hacer sangrar a nadie.
—¡Os dijimos que los destruyerais! —exclamó, furiosa, la señora Weasley, sosteniendo en la mano lo que, sin lugar a dudas, eran más caramelos longuilinguos—. ¡Os dijimos que os deshicierais de todos! ¡Vaciad los bolsillos, vamos, los dos!
— La verdad es que es una pena que los tiren a la basura — dijo Sirius. — Debieron costarles mucho trabajo.
Fred y George asintieron con ganas, mientras la señora Weasley le lanzaba a Sirius una mirada reprobatoria.
Fue una escena desagradable. Evidentemente, los gemelos habían tratado de sacar de la casa, ocultos, tantos caramelos como podían, y la señora Weasley tuvo que usar el encantamiento convocador para encontrarlos todos.
—¡Accio! ¡Accio! ¡Accio! —fue diciendo, y los caramelos salieron de los lugares más imprevisibles, incluido el forro de la chaqueta de George y el dobladillo de los vaqueros de Fred.
— ¿Cuánto tiempo tardasteis en esconder todo eso? — preguntó Angelina.
— Tuvimos que prepararlo todo la noche anterior. Nos llevó una hora — se quejó Fred.
—¡Hemos pasado seis meses desarrollándolos! —le gritó Fred a su madre, cuando ella los tiró.
—¡Ah, una bonita manera de pasar seis meses! —exclamó ella—. ¡No me extraña que no tuvierais mejores notas!
La señora Weasley hizo una mueca al oír eso y Fred tampoco pareció nada contento.
— Menuda pelea — murmuró Ernie Macmillan, aunque su voz se escuchó con claridad en gran parte del comedor debido al silencio que se acababa de formar.
El ambiente estaba tenso cuando se despidieron. La señora Weasley aún tenía el entrecejo fruncido cuando besó en la mejilla a su marido, aunque no tanto como los gemelos, que se pusieron las mochilas a la espalda y salieron sin dirigir ni una palabra a su madre.
Varias personas, incluidos algunos profesores, miraron a los gemelos con expresiones de reproche. Sin embargo, la señora Weasley solo suspiró y dijo:
— Puede que me pasara un poco. Pero tenéis que entenderme…
— No quieres que desperdiciemos nuestras vidas en algo que no tiene futuro. Lo sabemos — la interrumpió Fred. — El problema es que nuestra tienda de artículos de broma sí tiene futuro. Tendrías que confiar un poco más en nosotros.
La señora Weasley volvió a mirar a Fred de esa manera extraña que Harry ya había notado antes.
Con una punzada, Harry comprendió qué estaba pensando la señora Weasley. La gente del futuro había dicho que Fred iba a morir si las cosas no cambiaban… Sabiendo eso, si la idea de abrir una tienda de artículos de broma hacía feliz a Fred, la señora Weasley sería incapaz de seguir oponiéndose.
—Bueno, pasadlo bien —dijo la señora Weasley—, y portaos como Dios manda— añadió dirigiéndose a los gemelos, pero ellos no se volvieron ni respondieron—. Os enviaré a Bill, Charlie y Percy hacia mediodía —añadió, mientras el señor Weasley, Harry, Ron, Hermione y Ginny se marchaban por el oscuro patio precedidos por Fred y George.
Si el señor Weasley se sentía incómodo al leer un momento tan personal de su familia, no lo demostró.
Hacía fresco y todavía brillaba la luna. Sólo un pálido resplandor en el horizonte, a su derecha, indicaba que el amanecer se hallaba próximo. Harry, que había estado pensando en los miles de magos que se concentrarían para ver los Mundiales de Quidditch, apretó el paso para caminar junto al señor Weasley.
—Entonces, ¿cómo vamos a llegar todos sin que lo noten los muggles? — preguntó.
—Ha sido un enorme problema de organización —dijo el señor Weasley con un suspiro—. La cuestión es que unos cien mil magos están llegando para presenciar los Mundiales, y naturalmente no tenemos un lugar mágico lo bastante grande para acomodarlos a todos.
— ¿Cien mil? — repitió Colin, asombrado. — Guau. Recuerdo que fue muchísima gente, pero no pensé que fuera tanta.
Hay lugares donde no pueden entrar los muggles, pero imagínate que intentáramos meter a miles de magos en el callejón Diagon o en el andén nueve y tres cuartos...
— Florean Fortescue se forraría — susurró Ron. Harry sonrió, totalmente de acuerdo.
Así que teníamos que encontrar un buen páramo desierto y poner tantas precauciones antimuggles como fuera posible. Todo el Ministerio ha estado trabajando en ello durante meses. En primer lugar, por supuesto, había que escalonar las llegadas. La gente con entradas más baratas ha tenido que llegar dos semanas antes.
— ¿No debería ser al revés? — preguntó Susan Bones. — La gente con entradas baratas tiene menos dinero, obviamente. Llegar con dos semanas de antelación implica no poder trabajar durante esos días y tener que gastar galeones en el alojamiento. ¿No sale más caro comprar las entradas baratas?
El comedor se llenó de murmullos. Muchos alumnos rodaron los ojos, mostrando cero interés por lo que Susan planteaba, y fue la profesora McGonagall quien respondió.
— La mayoría de esa gente se alojó en tiendas de campaña situadas en las parcelas con el alquiler más barato. El alquiler de dos semanas en una de esas parcelas no es ni una quinta parte de lo que podía llegar a costar una entrada de primera clase.
Susan pareció horrorizada.
— ¿Tan caras eran las entradas?
Varias personas asintieron y Harry pensó en lo afortunado que había sido de que el señor Weasley hubiera conseguido entradas gratis para todos.
Un número limitado utiliza transportes muggles, pero no podemos abarrotar sus autobuses y trenes. Ten en cuenta que los magos vienen de todas partes del mundo. Algunos se aparecen, claro, pero ha habido que encontrar puntos seguros para su aparición, bien alejados de los muggles. Creo que están utilizando como punto de aparición un bosque cercano. Para los que no quieren aparecerse, o no tienen el carné, utilizamos trasladores. Son objetos que sirven para transportar a los magos de un lugar a otro a una hora prevista de antemano.
Incluso aquellos que habían crecido en familias enteramente mágicas escuchaban con interés. No mucha gente había viajado usando trasladores.
Si es necesario, se puede transportar a la vez un grupo numeroso de personas. Han dispuesto doscientos puntos trasladores en lugares estratégicos a lo largo de Gran Bretaña, y el más próximo lo tenemos en la cima de la colina de Stoatshead. Es allí adonde nos dirigimos.
El señor Weasley señaló delante de ellos, pasado el pueblo de Ottery St. Catchpole, donde se alzaba una enorme montaña negra.
—¿Qué tipo de objetos son los trasladores? —preguntó Harry con curiosidad.
—Bueno, pueden ser cualquier cosa —respondió el señor Weasley—. Cosas que no llamen la atención, desde luego, para que los muggles no las cojan y jueguen con ellas... Cosas que a ellos les parecerán simplemente basura.
— Me parece muy arriesgado dejar trasladores por ahí tirados — dijo Hermione. — Aunque parezcan basura, nunca sabes si alguien va a cogerlo.
— ¿Por qué querrían los muggles coger basura del suelo? — preguntó Ron.
Hermione rodó los ojos.
— ¿Nunca has sido un niño? Los niños juegan con cualquier cosa que se encuentren. Y muchos adultos se dedican a la gestión de residuos y a otros trabajos de limpieza medioambiental. En serio, no es seguro dejar los trasladores por ahí, ni siquiera aunque parezcan basura.
Fudge frunció el ceño al escuchar eso, pero no dijo nada. Harry se preguntó si se habría tomado el apunte de Hermione como un insulto a su inteligencia.
Caminaron con dificultad por el oscuro, frío y húmedo sendero hacia el pueblo. Sólo sus pasos rompían el silencio; el cielo se iluminaba muy despacio, pasando del negro impenetrable al azul intenso, mientras se acercaban al pueblo. Harry tenía las manos y los pies helados. El señor Weasley miraba el reloj continuamente.
Cuando emprendieron la subida de la colina de Stoatshead no les quedaban fuerzas para hablar, y a menudo tropezaban en las escondidas madrigueras de conejos o resbalaban en las matas de hierba espesa y oscura. A Harry le costaba respirar, y las piernas le empezaban a fallar cuando por fin los pies encontraron suelo firme.
— O el camino fue muy intenso, o necesitas hacer más ejercicio — dijo Parvati.
— Las dos cosas — admitió Harry.
—¡Uf! —jadeó el señor Weasley, quitándose las gafas y limpiándoselas en el jersey—. Bien, hemos llegado con tiempo. Tenemos diez minutos...
Hermione llegó en último lugar a la cresta de la colina, con la mano puesta en un costado para calmarse el dolor que le causaba el flato.
Hermione se ruborizó.
— ¿Tenías que notar eso?
Harry se encogió de hombros. No podía evitar fijarse en detalles así.
—Ahora sólo falta el traslador —dijo el señor Weasley volviendo a ponerse las gafas y buscando a su alrededor—. No será grande... Vamos...
Se desperdigaron para buscar.
Hubo murmullos y un valiente alumno de tercero preguntó en voz alta:
— Si los trasladores pueden ser cualquier cosa, ¿cómo los encuentras?
— Los magos pueden sentir la magia que irradian — explicó la profesora McGonagall pacientemente. — Además, la mayoría de trasladores producen ciertos destellos que solo pueden ser percibidos por magos.
Sólo llevaban un par de minutos cuando un grito rasgó el aire.
—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos.
Harry se tensó. Notó que Ron también lo hacía.
Al otro lado de la cima de la colina, se recortaban contra el cielo estrellado dos siluetas altas.
—¡Amos! —dijo sonriendo el señor Weasley mientras se dirigía a zancadas hacia el hombre que había gritado. Los demás lo siguieron.
Medio comedor miró directamente a Amos Diggory, cuyo rostro no cambió en absoluto. Tenía los brazos cruzados y la vista fija en el libro.
El señor Weasley le dio la mano a un mago de rostro rubicundo y barba escasa de color castaño, que sostenía una bota vieja y enmohecida.
—Éste es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—. Trabaja para el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocéis a su hijo Cedric.
Hubo jadeos. Nadie se esperaba que Cedric apareciera tan pronto en el libro.
Con tono solemne, el señor Weasley leyó:
Cedric Diggory, un chico muy guapo de unos diecisiete años, era capitán y buscador del equipo de quidditch de la casa Hufflepuff, en Hogwarts.
—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos.
Harry escuchó un sollozo y no quiso ni mirar para saber quién había sido. Al igual que Amos Diggory, mantuvo la vista fija en el libro e ignoró a todos los que preferían mirarlo a él, en busca de una reacción. No obtendrían ninguna, pensó Harry con fiereza.
Todos le devolvieron el saludo, salvo Fred y George, que se limitaron a hacer un gesto de cabeza. Aún no habían perdonado a Cedric que venciera al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch del año anterior.
George hizo una mueca.
— No es que no le hubiéramos perdonado — dijo rápidamente, quizá porque sintió las miradas de una docena de Hufflepuffs enfadados. — Es que el recuerdo de aquella derrota todavía dolía un poco.
—Un poco bastante — añadió Fred.
—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur? —preguntó el padre de Cedric.
—No demasiado —respondió el señor Weasley—. Vivimos justo al otro lado de ese pueblo. ¿Y vosotros?
—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced?
Alguien repitió "¿A las dos?" con tono sorprendido, pero lo hizo en voz tan baja que Harry ni siquiera identificó quién había sido.
¡Qué felicidad cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de Quidditch ni por un saco de galeones... que es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...
Amos Diggory echó una mirada bonachona a los hijos del señor Weasley, a Harry y a Hermione.
Harry tragó saliva. El Amos Diggory que había presente ahora mismo en el comedor no tenía nada de aquel aspecto bonachón que lo había caracterizado hacía un año.
—¿Son todos tuyos, Arthur?
—No, sólo los pelirrojos —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—. Ésta es Hermione, amiga de Ron... y éste es Harry, otro amigo...
—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?
—Ehhh... sí —contestó Harry.
Esa era otra cosa que había cambiado. Amos Diggory debía odiarlo, pensó Harry. Después de todo, él había sobrevivido mientras Cedric había muerto.
Harry ya estaba acostumbrado a la curiosidad de la gente y a la manera en que los ojos de todo el mundo se iban inmediatamente hacia la cicatriz en forma de rayo que tenía en la frente, pero seguía sintiéndose incómodo.
Algunos alumnos tuvieron la decencia de mostrarse avergonzados, sabiendo que ellos mismos habían hecho sentir así a Harry en alguna ocasión.
—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!
Harry hizo una mueca de dolor y agachó la cabeza, no queriendo mirar a nadie. Notaba el corazón latirle con fuerza en el pecho y deseó que el capítulo acabara cuanto antes.
El comedor se había quedado en silencio absoluto. Armándose de valor, Harry levantó la mirada, pero volvió a bajarla cuando vio las expresiones dolidas de varios Hufflepuff, amigos de Cedric. No se atrevió a mirar a Cho.
A Harry no se le ocurrió qué contestar, de forma que se calló. Fred y George volvieron a fruncir el entrecejo. Cedric parecía incómodo.
—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló—. Ya te dije que fue un accidente...
— Cedric nunca estuvo orgulloso de esa victoria — habló uno de sus amigos, rompiendo el silencio.
Amos Diggory seguía tenso, con expresión neutral y los ojos fijos en el libro.
—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!
De reojo, Harry vio en las caras de sus amigos que, de no ser porque Diggory estaba allí, más de uno se habría quejado de ese comentario.
Pero Amos estaba allí, así que todos se quedaron en silencio. De hecho, el comedor al completo estaba sumido en un ambiente solemne y pesado que hacía que Harry se sintiera como si tuviera algo sentado sobre su pecho. Tenía muchas ganas de salir de allí, pero las contuvo.
—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley, volviendo a sacar el reloj—. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?
—No. Los Lovegood ya llevan allí una semana, y los Fawcett no consiguieron entradas —repuso el señor Diggory—. No hay ninguno más de los nuestros en esta zona, ¿o sí?
Luna pareció sorprendida al escuchar su apellido, pero no dijo nada.
—No que yo sepa —dijo el señor Weasley—. Queda un minuto. Será mejor que nos preparemos.
Miró a Harry y a Hermione.
—No tenéis más que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será suficiente.
Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los nueve se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory.
Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló. Harry pensó de repente lo rara que le parecería aquella imagen a cualquier muggle que se presentara en aquel momento por allí: nueve personas, entre las cuales había dos hombres adultos, sujetando en la oscuridad aquella bota sucia, vieja y asquerosa, esperando...
— Cualquier muggle habría huido al ver eso — dijo Dennis Creevey. — Debíais parecer una secta o algo así.
Nadie rió al escucharlo. La mayoría de gente estaba demasiado sorprendida tras la inesperada aparición de Cedric como para disfrutar las bromas de los demás.
—Tres... —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...
Ocurrió inmediatamente: Harry sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de él hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Ron y a Hermione, cada uno a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces...
Algunos escuchaban la descripción con la boca abierta. Harry se fijó en la chica de primero que había parecido tan preocupada al oír lo relativo a la aparición. Viendo su expresión ahora, Harry podía adivinar que, en caso de tener que viajar grandes distancias, la chica preferiría mil veces usar un traslador que aparecerse.
Tocó tierra con los pies. Ron se tambaleó contra él y lo hizo caer. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo, cerca de su cabeza.
Harry levantó la vista. Cedric y los señores Weasley y Diggory permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba. Todos los demás se habían caído al suelo.
—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.
— Aquí termina — anunció el señor Weasley, cerrando el libro.
Dumbledore se levantó y se dirigió a todos:
— Estoy seguro de que todos necesitamos una pausa. Es mediodía, así que deberíamos comer. Continuaremos leyendo dentro de una hora.
Las puertas del comedor se abrieron por sí solas y no hizo falta que Dumbledore dijera una palabra más. Una estampida de estudiantes se dirigió hacia el exterior, queriendo respirar un poco de aire fresco mientras fuera posible.
— ¿Cómo estás?
Era la voz de Hermione y claramente se dirigía a él.
— Bien — respondió Harry de forma automática. — Creo que también voy a dar una vuelta antes de comer.
— Vamos contigo — se ofreció Ron.
— No — replicó Harry, quizá de forma demasiado brusca, a juzgar por las expresiones de sus amigos. Para suavizarlo, añadió: — Quiero ir a algún aula vacía y silenciosa. Me estoy agobiando un poco entre tanta gente.
Hermione seguía sin parecer convencida, pero Ginny dijo:
— De acuerdo. Te guardaremos un sitio en la mesa.
Harry le sonrió antes de levantarse y dirigirse directamente hacia la salida. Ni siquiera se paró a hablar con Sirius y Lupin, aunque le había parecido que ellos pretendían acercarse a él.
Le sabía un poco mal ignorar así a todo el mundo, pero no había mentido cuando había dicho que se estaba agobiando un poco. Solo quería unos minutos de silencio y tranquilidad, a ser posible en un lugar remoto del castillo donde nadie pudiera encontrarlo.
Salió, haciendo caso omiso a todo aquel que trató de detenerlo para charlar. Subió las escaleras y dio un par de rodeos esquivando gente hasta llegar a un pasillo vacío. Entró en la primera clase que encontró y cerró la puerta tras de sí, disfrutando del eco que provocó al cerrarla. Si había algo que estaba aprendiendo durante esta lectura era el valor del silencio.
Ni siquiera le había dado tiempo a sentarse en uno de los pupitres cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta. Casi gimió en voz alta cuando ésta se abrió y alguien entró por ella. ¿Es que no podía tener ni un minuto de tranquilidad?
— Hola, Harry. ¿Podemos hablar?
Era Cho Chang y, en ese momento, Harry deseó con todas sus fuerzas haberse quedado en el comedor con sus amigos.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL Luxerii
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