Dumbledore sonrió.
— ¿Puede leer el título del siguiente capítulo? Aunque creo que puedo adivinarlo.
El chico asintió.
— Se llama: Los Mundiales de Quidditch.
Un murmullo emocionado se extendió por todo el comedor.
— Al fin — se oyó decir a Wood, que sonreía de oreja a oreja.
— ¿Algún voluntario para leer? — preguntó Dumbledore.
Por supuesto, Wood levantó la mano de inmediato. El director le sonrió amablemente antes de ignorarle por completo y elegir a Dennis Creevey.
Dennis le sonrió tímidamente a Wood, quien parecía disgustado, y subió a la tarima.
— Los Mundiales de Quidditch— repitió y, sin perder más tiempo, comenzó a leer.
Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles.
Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Harry no podía dejar de sonreír.
Muchos sonrieron al escuchar eso. Se podía sentir en el comedor un ambiente similar al de aquel día, pero a mucha menor escala. Durante un momento, Harry deseó volver a estar allí, preparado para ver la final del mundial de Quidditch, sin más preocupación que saber si ganaría Irlanda o Bulgaria.
Pero, por supuesto, regresar a ese momento implicaría tener que volver a vivir todo lo sucedido tras el final del partido, y Harry no repetiría la experiencia por nada del mundo.
Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Harry sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez catedrales.
Harry apenas escuchaba lo que estaban leyendo. Un pensamiento se había apoderado de él y se negaba a desaparecer de su cabeza.
Harry no querría volver a vivir el año anterior ni por un millón de galeones. Sí, había tenido momentos buenos, como la victoria ante el Colacuerno Húngaro, pero gran parte del año había sido un desastre. Desde el ataque en los mundiales hasta su pelea con Ron, desde la tercera prueba hasta lo que había sucedido justo al completarla… No, Harry no pasaría de nuevo por eso ni aunque le pagaran todo el oro del mundo.
Pero los desconocidos del futuro sí que estaban dispuestos a hacerlo. Si lo que decían era cierto, habían vivido una guerra… y se habían arriesgado a volver al pasado sin tener la certeza absoluta de poder cambiarlo todo. ¿O sí la tenían? ¿Estaban tan seguros de poder evitar la guerra que no les había importado regresar al pasado? ¿O simplemente les parecía un riesgo que debían asumir? Quizá no tenían la certeza de poder evitar la guerra, pero sí creían poder ganarla.
Harry se moría de curiosidad por saber más sobre ellos. Cuantas más vueltas le daba a todo lo que sabía sobre esos desconocidos, más confundido se sentía.
Decidió que lo único que podía hacer en ese momento era seguir prestando atención a la lectura.
—Hay asientos para cien mil personas —explicó el señor Weasley, observando la expresión de sobrecogimiento de Harry—. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen pitando... ¡Dios los bendiga! —añadió en tono cariñoso, encaminándose delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.
Se oyeron risitas. Algunos hijos de muggles no parecían muy contentos ante la idea de que existiera un "repelente de muggles".
— Eso de repelente suena como si fueran bichos — se quejó uno de ellos.
—¡Asientos de primera! —dijo la bruja del Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas—. ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Arthur, arriba del todo.
Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas. Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado.
Muchos escuchaban con la boca abierta.
— Asientos de primera… — gimió Wood, muriéndose de envidia. — Teníais los mejores asientos de todo el estadio…
Ron sonrió con orgullo, al igual que los gemelos.
Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio.
— Provenía de la magia que rodeaba el estadio — afirmó Tonks. — Tanto de los hechizos de protección como de los de expansión del interior del recinto.
Los que no habían podido ir al mundial parecían totalmente fascinados. A Harry le dio la sensación de que muchos de ellos sentían envidia en ese momento.
Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Harry se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio:
La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada ... Quitamanchas mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo ... Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade...
— Es muy parecido a un estadio muggle, entonces — dijo un chico de tercero. — Allí también ponen anuncios.
— Sí, pero en los estadios muggle las letras no vuelan — señaló Seamus.
Harry apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares...
—¿Dobby? —preguntó Harry, extrañado.
El comedor se llenó de murmullos.
— ¿Qué hacía Dobby allí? — preguntó Neville, confuso.
— No era Dobby — explicó Harry. Se planteó explicar quién era el elfo doméstico, pero decidió que era un esfuerzo innecesario: el libro lo explicaría por él.
Como no dijo nada más, Dennis siguió leyendo.
La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande. No era Dobby... pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico, como había sido Dobby, el amigo de Harry, hasta que éste lo liberó de sus dueños, la familia Malfoy.
— Espera, ¿es la primera vez que piensas en Malfoy en todo el libro? — notó Fred. Soltó un falso jadeo e intercambió miradas con George. — ¡Se está olvidando de él!
— Con la buena pareja que hacían… — se lamentó George, quien tuvo que inclinarse hacia delante para esquivar el cojín que le lanzó Harry.
Al otro lado del comedor, Malfoy miraba a los gemelos como si estuvieran totalmente locos. Por una vez, Harry estaba de acuerdo con él, aunque parecía que formaba parte de la minoría, a juzgar por las risitas y las miradas que muchos les echaban a Malfoy y a él en ese momento.
—¿El señor acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos. Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra. Ron y Hermione se volvieron en sus asientos para mirar. Aunque Harry les había hablado mucho de Dobby, nunca habían llegado a verlo personalmente. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.
— Es cierto — dijo Angelina con sorpresa. — Nunca habéis visto a Dobby. Qué raro…
— ¿Raro por qué? — preguntó Ron. — Hasta ese momento, siempre había hablado a solas con Harry.
Angelina asintió.
— Por eso mismo. Harry siempre está con vosotros dos. Se me hace raro que, en todas las veces que habló con Dobby en su segundo año, vosotros no estuvierais presentes.
— Es porque Dobby lo planeaba así — le recordó Katie. — Estuvo con Harry en Privet Drive, en la enfermería de noche… Siempre procuraba que nadie lo viera.
Angelina volvió a asentir, pero parecía que la idea todavía le sorprendía.
—Disculpe —le dijo Harry a la elfina—, la he confundido con un conocido.
—¡Yo también conozco a Dobby, señor! —chilló la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada—. Me llamo Winky, señor... y usted, señor... —En ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños—. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!
De reojo, Harry notó que Snape rodaba los ojos.
—Sí, lo soy —contestó Harry.
—¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! —dijo ella, bajando las manos un poco pero conservando su expresión de miedo.
— ¿Todos los elfos domésticos se conocen? — preguntó una niña de primero.
— Claro que no — replicó un chico de sexto.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Harry—. ¿Qué tal le sienta la libertad?
—¡Ah, señor! —respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro—, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.
Hermione soltó un bufido. Harry gimió internamente. No le apetecía presenciar una charla sobre el P.E.D.D.O. en ese momento.
—¿Por qué? —se extrañó Harry—. ¿Qué le pasa?
—La libertad se le ha subido a la cabeza, señor —dijo Winky con tristeza—. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.
—¿Por qué no? —inquirió Harry.
Winky bajó el tono de su voz media octava para susurrar:
—Pretende que le paguen por trabajar, señor.
— Y bien que hace — murmuró Hermione.
—¿Que le paguen? —repitió Harry, sin entender—. Bueno... ¿por qué no tendrían que pagarle?
Algunos bufaron y miraron a Harry como si le hubiera salido una segunda cabeza.
— No digas tonterías, Potter — dijo Zabini. — A los elfos no se les paga.
— Me temo que ahí se equivoca, señor Zabini — intervino Dumbledore, sorprendiendo a muchos. — Me complace comunicarle que el elfo Dobby trabaja y reside en Hogwarts, y recibe por ello un salario.
Zabini miró a Dumbledore con desdén. Como él, muchos otros parecían contrariados ante esa idea, y Hermione no pudo soportarlo más.
— Los elfos también merecen tener derechos laborales — dijo en voz alta. — Son seres vivos y hay que tratarlos con respeto.
Varias personas le lanzaron miradas llenas de confusión, en algunos casos, de fastidio. Hermione o no lo notó o fingió no hacerlo.
La idea pareció espeluznar a Winky, que cerró los dedos un poco para volver a ocultar parcialmente el rostro.
—¡A los elfos domésticos no se nos paga, señor! —explicó en un chillido amortiguado—. No, no, no. Le he dicho a Dobby, se lo he dicho, ve a buscar una buena familia y asiéntate, Dobby. Se está volviendo un juerguista, señor, y eso es muy indecoroso en un elfo doméstico. Si sigues así, Dobby, le digo, lo próximo que oiré de ti es que te han llevado ante el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, como a un vulgar duende.
— ¿Un juerguista? —repitió Lee Jordan, divertido. — ¿Se iba de fiesta por ahí o qué?
— Ni idea — admitió Harry. — Solo sé que a veces se va de compras por ahí.
Algunos rieron al imaginarlo, mientras otros parecían incómodos ante la idea de que un elfo doméstico tuviera tanta libertad.
—Bueno, ya era hora de que se divirtiera un poco —opinó Harry.
— Pues sí, me alegro por él — dijo Luna.
—La diversión no es para los elfos domésticos, Harry Potter —repuso Winky con firmeza desde detrás de las manos que le ocultaban el rostro—. Los elfos domésticos obedecen. No soporto las alturas, Harry Potter... —Miró hacia el borde de la tribuna y tragó saliva—. Pero mi amo me manda venir a la tribuna principal, y vengo, señor.
— Ay, no. Pobrecita — gimió Lavender.
—¿Por qué te manda venir tu amo si sabe que no soportas las alturas? —preguntó Harry, frunciendo el entrecejo.
— Porque es un imbécil — murmuró Ron por lo bajo, tratando de que Percy no lo escuchara, cosa que consiguió.
—Mi amo... mi amo quiere que le guarde una butaca, Harry Potter, porque está muy ocupado —dijo Winky, inclinando la cabeza hacia la butaca vacía que tenía a su lado—. Winky está deseando volver a la tienda de su amo, Harry Potter, pero Winky hace lo que le mandan, porque Winky es una buena elfina doméstica.
— Una esclava, querrá decir — interrumpió Hermione. — ¿Veis a lo que me refiero? Esa pobre elfina tiene que estar pasando miedo porque su amo no es capaz de reservar una butaca él mismo. Es muy injusto.
Algunos parecían estar entendiendo el punto de vista de Hermione, pero la mayoría de gente la miraba con algo de indiferencia. Harry vio a Sirius rodar los ojos y susurrarle algo a Lupin, que negó con la cabeza. Harry tuvo la sensación de que Lupin estaba más de acuerdo con Hermione que con Sirius en este tema.
Fuera como fuera, ninguno dijo nada, y tampoco lo hizo nadie en el comedor. Dennis siguió leyendo.
Aterrorizada, echó otro vistazo al borde de la tribuna, y volvió a taparse los ojos completamente. Harry se volvió a los otros.
—¿Así que eso es un elfo doméstico? —murmuró Ron—. Son extraños, ¿verdad?
—Dobby era aún más extraño —aseguró Harry.
Harry hizo una mueca al recordar que Dobby se encontraba en el castillo. Si estaba escuchando la lectura desde las cocinas, esperaba que ese comentario no le hubiera ofendido.
Ron sacó los omniculares y comenzó a probarlos, mirando con ellos a la multitud que había abajo, al otro lado del estadio.
—¡Sensacional! —exclamó, girando el botón de retroceso que tenía a un lado—. Puedo hacer que aquel viejo se vuelva a meter el dedo en la nariz una vez... y otra... y otra...
Varios estudiantes se echaron a reír, y algunos profesores también: Harry vio a Flitwick tratar de disimular una sonrisita, y Hagrid ni siquiera se molestó en disimular.
Hermione, mientras tanto, leía con interés su programa forrado de terciopelo y adornado con borlas.
— Qué elegante — dijo Padma Patil, sorprendida.
—Antes de que empiece el partido habrá una exhibición de las mascotas de los equipos —leyó en voz alta.
—Eso siempre es digno de ver —dijo el señor Weasley—. Las selecciones nacionales traen criaturas de su tierra para que hagan una pequeña exhibición.
— La de Irlanda fue buenísima — sonrió Seamus. — Espero que la describan bien en el libro.
Harry pensaba lo mismo.
Durante la siguiente media hora se fue llenando lentamente la tribuna. El señor Weasley no paró de estrechar la mano a personas que obviamente eran magos importantes.
Algunos miraron al señor Weasley con más respeto que antes y él se ruborizó ligeramente.
Percy se levantaba de un salto tan a menudo que parecía que tuviera un erizo en el asiento.
Se oyeron risitas.
Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y se le rompieron.
Las risitas se convirtieron en carcajadas. Percy parecía querer que la tierra se lo tragara. Miró a Fudge un momento antes de bajar la mirada, lleno de vergüenza. El ministro, por otro lado, simplemente pareció confuso. Harry supuso que ni siquiera se acordaba de aquel momento.
Muy embarazado, las reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó como si se tratara de un viejo amigo.
— No te miraba con envidia — se defendió Percy.
Nadie le creyó.
Ya se conocían, y Fudge le estrechó la mano con ademán paternal, le preguntó cómo estaba y le presentó a los magos que lo acompañaban.
Harry no pudo evitar soltar un bufido al recordar eso. Quién le habría dicho que apenas un año después las cosas serían tan diferentes entre el ministro y él.
Fudge parecía estar pensando algo similar. Miró a Harry un momento antes de apartar la mirada, visiblemente nervioso. La tensión era casi palpable y los alumnos pasaban la vista de uno a otro, esperando a ver quién sería el primero en hablar.
El silencio se mantuvo durante unos momentos que a Harry se le hicieron eternos. Por suerte, Dennis pareció entender que ni Harry ni Fudge iban a decir nada, por lo que siguió con la lectura.
—Ya sabe, Harry Potter —le dijo muy alto al ministro de Bulgaria, que llevaba una espléndida túnica de terciopelo negro con adornos de oro y parecía que no entendía una palabra de inglés—. ¡Harry Potter...! Seguro que lo conoce: el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe... Tiene que saber quién es...
El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y, señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que nadie entendía.
— Hasta el ministro búlgaro es tu fan — rió Fred. Harry hizo una mueca. No le gustaba la palabra "fan".
—Sabía que al final lo conseguiríamos —le dijo Fudge a Harry cansinamente—. No soy muy bueno en idiomas; para estas cosas tengo que echar mano de Barty Crouch. Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien, porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos...
Krum frunció el ceño al escuchar eso, pero no dijo nada.
¡Ah, ahí está Lucius!
Harry, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Los que se encaminaban hacia tres asientos aún vacíos de la segunda fila, justo detrás del padre de Ron, no eran otros que los antiguos amos de Dobby: Lucius Malfoy, su hijo Draco y una mujer que Harry supuso que sería la madre de Draco.
Malfoy se inclinó hacia delante en su asiento. Era obvio para todos lo mucho que se había tensado, por lo que la intriga por saber qué habría pasado se extendió muy rápido por todo el comedor.
Harry y Draco Malfoy habían sido enemigos desde su primer día en Hogwarts. De piel pálida, cara afilada y pelo rubio platino, Draco se parecía mucho a su padre. También su madre era rubia, alta y delgada, y habría parecido guapa si no hubiera sido por el gesto de asco de su cara, que daba la impresión de que, justo debajo de la nariz, tenía algo que olía a demonios.
La mirada asesina que Malfoy le lanzó a Harry pasó desapercibida para la mayoría, que estaba ocupada riendo ante la descripción de Narcisa Malfoy.
—¡Ah, Fudge! —dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia—. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcisa, ni a nuestro hijo, Draco.
—¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley.
— Por desgracia sí se conocen — murmuró Bill. La señora Weasley tenía el ceño fruncido y miraba al libro con tanto interés como Malfoy, atenta a cada palabra de aquel intercambio tan incómodo.
Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado.
— Me sigue pareciendo fantástico que le pegaras a Malfoy — dijo Sirius alegremente. — Ojalá hubiera estado allí para verlo.
El señor Weasley hizo una mueca y no contestó. Harry supuso que había notado la mirada asesina de Malfoy, que ahora se dirigía al señor Weasley en vez de a Harry.
Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado.
—Por Dios, Arthur —dijo con suavidad—, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa.
— Menudo imbécil — gruñó Lee Jordan.
Fudge, que no escuchaba, dijo:
—Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.
—¡Ah... qué bien! —dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.
— Me fascina cómo consigue decir ese tipo de cosas frente al mismísimo ministro sin que se dé cuenta — dijo Angelina.
Fudge pareció tomárselo como un ataque personal.
— Es que había mucho ruido, ya sabéis, con tanta gente… — dijo para defenderse. — Además, habló muy bajito.
El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso algo colorada pero le devolvió la mirada con determinación. Harry comprendió qué era lo que provocaba aquella mueca de desprecio en los labios del señor Malfoy: los Malfoy se enorgullecían de ser de sangre limpia; lo que quería decir que consideraban de segunda clase a cualquiera que procediera de familia muggle, como Hermione. Sin embargo, el señor Malfoy no se atrevió a decir nada delante del ministro de Magia. Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso al señor Weasley, y continuó caminando hasta llegar a sus asientos. También Draco lanzó a Harry, Ron y Hermione una mirada de desprecio, y luego se sentó entre sus padres.
En el presente, el intercambio de miradas de desprecio también se produjo.
Curiosamente, al mismo tiempo que en el comedor se leía ese momento, una conversación tenía lugar en otra parte del castillo.
Una puerta se había abierto y había entrado por ella una figura encapuchada. Los que estaban allí la recibieron con un saludo, y alguien preguntó:
— ¿Alguna novedad?
— Sí — replicó el recién llegado. — Lucius sigue insistiendo… No sé cuánto tiempo vamos a poder ignorar su petición.
Uno de los encapuchados chasqueó la lengua en un gesto de frustración.
— Necesitamos acelerar el proceso.
— No sé cómo — intervino otro de los encapuchados. — Ya estamos haciendo todo lo que podemos.
— Pues tenemos que hacer algo — replicó el primero. — Habla con Lucius… Dile que quizá se podría hacer una excepción… Haz lo que sea para ganar tiempo.
Mientras tanto, la lectura continuaba en el comedor.
—Asquerosos —murmuró Ron cuando él, Harry y Hermione se volvieron de nuevo hacia el campo de juego.
— Aquí lo único asqueroso es tu familia, Weasley. Tu familia, Potter y la estúpida de Granger — le espetó Malfoy. Ron se llevó la mano al bolsillo donde guardaba la varita, pero Hermione lo detuvo.
— No merece la pena — dijo ella, manteniendo la muñeca de Ron firmemente agarrada.
Ron le lanzó a Malfoy la mirada más llena de odio que pudo y volvió a mirar hacia el libro. Por suerte, el insulto de Malfoy se había oído en la mesa de profesores y la profesora McGonagall declaró que Malfoy "cumpliría un castigo más, ya que no aprendía la lección". Eso pareció animar a Ron.
Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la tribuna principal como si fuera un indio lanzándose al ataque de un fuerte.
—¿Todos listos? —preguntó. Su redonda cara relucía de emoción como un queso de bola grande—. Señor ministro, ¿qué le parece si empezamos?
—Cuando tú quieras, Ludo —respondió Fudge complacido. Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la garganta y dijo:
—¡Sonorus! —Su voz se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón de las tribunas—. Damas y caballeros... ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!
Harry oyó a varias personas repetir por lo bajo "cuadringentésima vigésima segunda" una y otra vez, como si fuera un trabalenguas.
Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio (Grageas de todos los sabores de Bertie Bott: ¡un peligro en cada bocado!) y mostró a continuación:
BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.
La emoción que se había extendido por el comedor desde hacía un rato fue en aumento. Se parecía un poco al ambiente que había antes de un partido de quidditch, aunque era una versión bastante suave. Harry pensó que, por mucho que se describiera el quidditch en un libro, nada podía ser comparable a verlo y jugarlo.
—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!
Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.
—Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante—. ¡Aaah! —De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica—. ¡Son veelas!
Fleur alzó una ceja y le susurró algo a Krum. A Harry le habría gustado saber qué decían, pero no podía oír nada.
—¿Qué son vee...?
Pero un centenar de veelas acababan de salir al campo de juego, y la pregunta de Harry quedó respondida. Las veelas eran mujeres, las mujeres más hermosas que Harry hubiera visto nunca... pero no eran (no podían ser) humanas. Esto lo desconcertó por un momento, mientras trataba de averiguar qué eran realmente: qué podía hacer brillar su piel de aquel modo, con un resplandor plateado; o qué era lo que hacía que, sin que hubiera viento, el pelo dorado se les abriera en abanico detrás de la cabeza.
Si bien se escucharon algunas risitas burlonas al principio, la mayoría de gente se sentía intrigada, especialmente aquellos que nunca habían visto una veela en persona.
Pero en aquel momento comenzó la música, y Harry dejó de preguntarse sobre su carácter humano. De hecho, no se hizo ninguna pregunta en absoluto.
— Ni tú ni nadie — bufó Ron. Hermione rodó los ojos.
Las veelas se pusieron a bailar, y la mente de Harry se quedó totalmente en blanco, sólo ocupada por una suerte de dicha. En ese momento, lo único que en el mundo merecía la pena era seguir viendo a las veelas; porque, si ellas dejaban de bailar, ocurrirían cosas terribles...
— ¿Las veelas hechizan a la gente? — preguntó una chica de segundo, muy confusa.
— Tienen poderes que provocan que algunas personas reaccionen de forma imprevista — replicó Hagrid, encogiéndose de hombros.
— Dilo claro, hacen que los hombres pierdan la cabeza — resopló la profesora Trelawney.
Muchos parecieron sorprendidos al escuchar a la profesora decir algo así, pero nadie dijo nada. Fleur mantenía la cabeza bien alta y tenía una expresión de desafío, como si esperara que alguien le dijera algo por ser parte veela, cosa que nadie hizo.
A medida que las veelas aumentaban la velocidad de su danza, unos pensamientos desenfrenados, aún indefinidos, se iban apoderando de la aturdida mente de Harry.
Quería hacer algo muy impresionante, y tenía que ser en aquel mismo instante. Saltar desde la tribuna al estadio parecía una buena idea... pero ¿sería suficiente?
Se oyeron exclamaciones de alarma.
— ¿Ibas a saltar? — dijo Alicia Spinnet, horrorizada.
— Yo pensé lo mismo — intervino Wood. — Aunque yo no estaba sentado tan alto como tú…
— Aun así te habrías hecho daño — replicó Katie. Wood no lo negó.
—Harry, ¿qué haces? —le llegó la voz de Hermione desde muy lejos.
Cesó la música. Harry cerró los ojos y volvió a abrirlos. Se había levantado del asiento, y tenía un pie sobre la pared de la tribuna principal. A su lado, Ron permanecía inmóvil, en la postura que habría adoptado si hubiera pretendido saltar desde un trampolín.
Se oyeron risitas, pero la mayoría de gente parecía más impresionada que divertida. Además, los que habían estado allí aquel día conocían el poder de las veelas, por lo que no rieron.
El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran, y lo mismo le pasaba a Harry.
Dennis sonrió antes de leer:
Por supuesto, apoyaría a Bulgaria, y apenas acertaba a comprender qué hacía en su pecho aquel trébol grande y verde.
Eso sí que sacó risas a varias personas. Harry, sintiéndose avergonzado, evitó a toda costa mirar a Seamus. No sabía si el chico habría notado el poder de las veelas también aquel día y, por tanto, comprendería la traición momentánea que Harry le había hecho a Irlanda, pero no quería comprobarlo.
Ron, mientras tanto, hacía trizas, sin darse cuenta, los tréboles de su sombrero. El señor Weasley, sonriendo, se inclinó hacia él para quitárselo de las manos.
—Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las mascotas de Irlanda —le dijo.
—¿Eh? —musitó Ron, mirando con la boca abierta a las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.
— No tiene gracia — resopló Ron, viendo cómo Parvati y Lavender se deshacían en risitas.
Hermione chasqueó fuerte la lengua y tiró de Harry para que se volviera a sentar.
—¡Lo que hay que ver! —exclamó.
— Granger está celosa — dijo Romilda Vane con una sonrisita.
— Claro que no — bufó Hermione.
— No te lo crees ni tú — replicó Romilda. — Ahora la pregunta es: ¿por quién estabas celosa? ¿Por Harry o por Ron?
Hermione la miró como si estuviera totalmente loca. Harry decidió ignorarla totalmente y centrarse en escuchar la lectura.
—Y ahora —bramó la voz de Ludo Bagman— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!
En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba «¡oooooooh!» y luego «¡aaaaaaah!», como si estuviera contemplando un castillo de fuegos de artificio. A continuación se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.
— Debió ser precioso — dijo una chica de cuarto con la boca abierta.
—¡Maravilloso! —exclamó Ron cuando el trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud. Entornando los ojos para ver mejor el trébol, Harry apreció que estaba compuesto de miles de hombrecitos diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una diminuta lámpara de color oro o verde.
— ¿Le regalaron oro a los espectadores? — chilló un chico de segundo. — ¡Ojalá hubiera ido!
— No era de verdad — le informó Ernie. El chico de segundo pareció alegrarse al saberlo, y Ron lo miró muy mal.
—¡Son leprechauns! —explicó el señor Weasley, alzando la voz por encima del tumultuoso aplauso de los espectadores, muchos de los cuales estaban todavía buscando monedas de oro debajo de los asientos.
—¡Aquí tienes! —dijo Ron muy contento, poniéndole a Harry un montón de monedas de oro en la mano—. ¡Por los omniculares! ¡Ahora me tendrás que comprar un regalo de Navidad, je, je!
Ron gimió.
— Ojalá hubiera sabido…
— No te preocupes — replicó Harry, zanjando el asunto.
El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las piernas cruzadas para contemplar el partido.
—Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov!
Krum hizo una pequeña inclinación con la cabeza, mostrando respeto por su compañero de equipo.
Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.
—¡Ivanova!
Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.
—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!
Decenas de personas se giraron para mirar a Krum, quien mantuvo la vista fija en Dennis.
—¡Es él, es él! —gritó Ron, siguiendo a Krum con los omniculares. Harry se apresuró a enfocar los suyos.
Ron gimió y se encogió en el asiento. Krum no reaccionó en absoluto a la muestra de fanatismo y Harry supuso que estaba más que acostumbrado.
Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Semejaba una enorme ave de presa. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.
— ¿Un ave de presa? — repitió Krum con el ceño fruncido, lo cual le hacía parecer aún más un pájaro enorme.
— Yo no creo que lo parezcas — dijo una chica de séptimo, haciéndole ojitos. Krum no le hizo ni caso.
—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!
Krum volvió a asentir con la cabeza, mostrando por el equipo contrario el mismo respeto que había mostrado por su propio equipo.
Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Harry dio vueltas a una ruedecilla lateral de los omniculares para ralentizar el movimiento de los jugadores hasta conseguir ver la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.
—Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!
Wood casi daba saltitos en el asiento a causa de la emoción. La mayoría de gente escuchaba con entusiasmo, aunque algunos parecían aburridos. Harry supuso que el quidditch no era el deporte favorito de todo el mundo.
Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote, que no tenía nada que envidiar al de tío Vernon.
— Piensas en tu tío por los motivos más raros — rió Dean.
Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Harry volvió a poner en velocidad normal sus omniculares y observó atentamente a Mustafá mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludgers negras, y (Harry la vio sólo durante una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.
—¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman—. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!
Muchos rieron al oír el entusiasmo con el que Dennis leía. No llegaba al nivel de Lee Jordan como comentarista, pero Harry pensó que tampoco se le daría tan mal.
Aquello era quidditch como Harry no había visto nunca. Se apretaba tanto los omniculares contra los cristales de las gafas que se hacía daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres. Harry volvió a poner la ruedecilla en posición de «lento», apretó el botón de «jugada a jugada» que había en la parte de arriba y empezó a ver el juego a cámara lenta, mientras los letreros de color púrpura brillaban a través de las lentes y el griterío de la multitud le golpeaba los tímpanos.
— Me parece que ver el partido sin los omniculares es una pérdida de tiempo — comentó una chica de tercero. — La gente apenas vería nada, ¿no?
Harry no tenía ni idea. Solo sabía que él agradecía mucho haber comprado los omniculares.
Formación de ataque «cabeza de halcón», leyó en el instante en que los tres cazadores del equipo irlandés se juntaron, con Troy en el centro y ligeramente por delante de Mullet y Moran, para caer en picado sobre los búlgaros. Finta de Porskov, indicó el letrero a continuación, cuando Troy hizo como que se lanzaba hacia arriba con la quaffle, apartando a la cazadora búlgara Ivanova y entregándole la quaffle a Moran. Uno de los golpeadores búlgaros, Volkov, pegó con su pequeño bate y con todas sus fuerzas a una bludger que pasaba cerca, lanzándola hacia Moran. Moran se apartó para evitar la bludger, y la quaffle se le cayó. Levski, elevándose desde abajo, la atrapó.
Wood lo escuchaba todo con la boca abierta, y Harry estaba seguro de que estaba visualizando cada detalle en su mente. Krum, por otro lado, tenía el ceño fruncido en un gesto analítico.
—¡TROY MARCA! —bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos—. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!
—¿Qué? —gritó Harry, mirando a un lado y a otro como loco a través de los omniculares—. ¡Pero si Levski acaba de coger la quaffle!
—¡Harry, si no ves el partido a velocidad normal, te vas a perder un montón de jugadas! —le gritó Hermione, que botaba en su asiento moviendo los brazos en el aire mientras Troy daba una vuelta de honor al campo de juego.
— ¿No viste el primer gol? — exclamó Seamus. — ¡Muy mal!
— Lo vi después — se quejó Harry.
Harry miró por encima de los omniculares, y vio que los leprechauns, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado del campo, las veelas los miraban mal encaradas.
Enfadado consigo mismo, Harry volvió a poner la ruedecilla en velocidad normal antes de que el juego se reanudara.
Harry sabía lo suficiente de quidditch para darse cuenta de que los cazadores de Irlanda eran soberbios.
— El equipo irlandés es buenísimo — dijo Justin. — No solo los cazadores. Los golpeadores también son sublimes.
Muchos le dieron la razón.
Formaban un equipo perfectamente coordinado, y, por las posiciones que ocupaban, parecía como si cada uno pudiera leer la mente de los otros. La escarapela que llevaba Harry en el pecho no dejaba de gritar sus nombres: «¡Troy... Mullet... Moran!» Al cabo de diez minutos, Irlanda había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición, vestida de verde.
Seamus sonreía de oreja a oreja y, a su lado, Dean se burlaba de él. A Seamus no parecía molestarle.
El juego se tomó aún más rápido pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria.
Krum asintió dos veces, gesto que Harry interpretó como un "Bien hecho" hacia su equipo.
—¡Meteos los dedos en las orejas! —les gritó el señor Weasley cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo.
Harry además cerró los ojos: no quería que su mente se evadiera del juego. Tras unos segundos, se atrevió a echar una mirada al terreno de juego: las veelas ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posesión de la quaffle.
— Hiciste bien — dijo Fred con una mueca. — Yo mantuve los ojos abiertos y casi me pierdo.
Angelina soltó una risita al escucharlo.
—¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova... ¡eh! —bramó Bagman.
Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas. Harry siguió su descenso con los omniculares, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la snitch...
—¡Se van a estrellar! —gritó Hermione a su lado.
Los que no habían presenciado el partido parecieron horrorizados.
— No se estrellaron, ¿no? — preguntó un niño de primero con los ojos como platos.
— El buscador de Irlanda sí — replicó Wood con una mueca.
Y así parecía... hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio. Un gemido brotó de la afición irlandesa.
—¡Tonto! —se lamentó el señor Weasley—. ¡Krum lo ha engañado!
Varios miraron a Krum con reproche, pero él no pareció preocupado en absoluto.
—¡Tiempo muerto! —gritó la voz de Bagman—. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!
—Estará bien, ¡sólo ha sido un castañazo! —le dijo Charlie en tono tranquilizador a Ginny, que se asomaba por encima de la pared de la tribuna principal, horrorizada—. Que es lo que andaba buscando Krum, claro...
— Eso es cruel — se quejó Hannah Abbott.
Krum se encogió de hombros.
— Es parrte del juego — replicó. — Como buscadorr, no debes dejarrte engañarr porr el otro equipo.
Harry estaba de acuerdo con él. Sin embargo, Hannah todavía parecía disgustada y no le respondió nada a Krum.
Harry se apresuró a apretar el botón de retroceso y luego el de «jugada a jugada» en sus omniculares, giró la ruedecilla de velocidad, y se los puso otra vez en los ojos. Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y Lynch cayendo hacia el suelo.
Amago de Wronski: un desvío del buscador muy peligroso, leyó en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara.
— Es una jugada muy peligrosa — dijo la señora Hooch. — Pero he de admitir que es uno de los movimientos más impresionantes que puede hacer un buscador.
Muchos alumnos parecían maravillados ante la idea y Harry tuvo la certeza de que, cuando se retomaran las prácticas de quidditch, más de un alumno se estrellaría contra el suelo intentando imitar a Krum.
Harry no había visto nunca a nadie volar de aquella manera. Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido.
Krum le hizo a Harry un gesto de agradecimiento por el cumplido.
Harry volvió a poner sus omniculares en posición normal, y enfocó a Krum, que volaba en círculos por encima de Lynch, a quien en esos momentos los medimagos trataban de reanimar con tazas de poción. Enfocando aún más de cerca el rostro de Krum, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el terreno que había treinta metros más abajo. Estaba aprovechando el tiempo para buscar la snitch sin la interferencia de otros jugadores.
— Eso es trampa — se quejó un chico de segundo.
— No, es estrategia — replicó Wood.
Finalmente Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafá volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había visto nunca.
En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.
— El equipo de Irlanda era superior — dijo Wood. Miró de reojo a Krum antes de añadir: — Sin ofender.
— No ofende — respondió Krum.
Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.
—Y Mustafá está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento... ¡Excesivo uso de los codos! —informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor—. Y... ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!
Krum volvió a fruncir el ceño.
— Zograf no debió hacerr eso — gruñó.
A Harry le sorprendió. Había asumido que su mueca de desagrado se debía al penalti, no a la falta de su compañero.
Los leprechauns, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras: «¡JA, JA, JA!» Las veelas, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.
Todos a una, los chicos Weasley y Harry se metieron los dedos en los oídos; pero Hermione, que no se había tomado la molestia de hacerlo, no tardó en tirar a Harry del brazo. Él se volvió hacia ella, y Hermione, con un gesto de impaciencia, le quitó los dedos de las orejas.
—¡Fíjate en el árbitro! —le dijo riéndose.
Harry miró el terreno de juego. Hasán Mustafá había aterrizado justo delante de las veelas y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.
Medio comedor se echó a reír a carcajadas.
— Eso fue genial — dijo Charlie entre risas.
— Pobre hombre — añadió Percy.
— Se lo tenía que haber visto venir — replicó Wood, que también se había reído.
Percy frunció el ceño.
— ¿No es un poco cuestionable que un equipo tenga mascotas capaces de influenciar al árbitro?
— No seas aguafiestas — dijo Wood, lanzándole con fuerza un cojín a Percy a la par que sonreía. Percy bufó y lo miró con reproche.
—¡No, esto sí que no! —dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia—. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!
Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafá en la espinilla. Mustafá volvió en sí. Harry, mirando por los omniculares, advirtió que parecía muy embarazado y que les estaba gritando a las veelas, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.
— Esa patada debió doler — rió Terry Boot.
—Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! —explicó la voz de Bagman—. Esto es algo que no habíamos visto nunca... ¡Ah, la cosa podría ponerse fea...!
Hubo exclamaciones por todo el comedor por parte de aquellos que no habían estado en el partido.
Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían con él furiosamente señalando hacia los leprechauns, que acababan de formar las palabras: «¡JE, JE, JE!» Pero a Mustafá no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.
—¡Dos penaltis a favor de Irlanda! —gritó Bagman, y la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia—. Será mejor que Volkov y Vulchanov regresen a sus escobas... Sí... ahí van... Troy toma la quaffle...
Krum hizo una mueca. Parecía algo incómodo. Harry se preguntó cuál sería su relación con el resto del equipo, teniendo en cuenta que no había hecho ni un comentario para defender a ninguno de sus compañeros.
A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la quaffle, y casi la derriba de la escoba.
—¡Falta! —corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.
— ¡Falta! — exclamó Seamus, como si el partido estuviera sucediendo allí delante de ellos.
—¡Falta! —repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman—. Dimitrov pretende acabar con Moran... volando deliberadamente para chocar con ella... Eso será otro penalti... ¡Sí, ya oímos el silbato!
— Dimitrov se pasó muchísimo — se quejó Ginny. — Se notaba que estaba desesperado.
Para sorpresa de Harry, Krum asintió al escuchar eso.
Los leprechauns habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las veelas que tenían enfrente. Entonces las veelas perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego.
— ¡Vaya! — exclamaron varias voces.
— ¡Genial!
— ¿En serio pasó eso?
— ¡Qué guay!
— Qué fuerte.
A través de sus omniculares, Harry vio que su aspecto ya no era bello en absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.
Muchos se quedaron con la boca abierta al escuchar eso. Harry miró de reojo a Fleur y vio que seguía con la cabeza bien alta y aspecto orgulloso.
—¡Por eso, muchachos —gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto—, es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!
— Gran lección — sonrió Dumbledore. — Las apariencias tienden a engañar.
— Y tanto. Y si no os lo creéis, mirad a Lockhart — bufó Fred, sacándole una risita a más de uno.
Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. Harry movía los omniculares de un lado para otro sin parar porque la quaffle cambiaba de manos a la velocidad de una bala.
—Levski... Dimitrov... Moran... Troy... Mullet... Ivanova... De nuevo Moran... Moran... ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!
Varias personas aplaudieron, incluyendo por supuesto a Wood y a Seamus.
Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las veelas, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov...
Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.
Se oyeron jadeos. Casi todo el comedor se giró para mirar a Krum, quien pareció algo cohibido al notar tanta atención sobre él tan de pronto.
— ¿Porr qué me mirran? — preguntó. — Fue el año pasado. Ya no tengo herrida…
Eso hizo que varios volvieran a mirar hacia el libro, avergonzados. Otros seguían examinando las facciones de Krum, tratando de ver si le habían quedado secuelas del accidente.
La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo: una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas.
— Las veelas me dan miedo — declaró Neville.
Aunque algunos rieron al escucharlo, Harry estaba seguro de que Neville no era el único que sentía eso.
Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el partido para que pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda, Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba lo mismo.
Ron gruñó. Krum los miró a Harry y a él y les hizo un gesto de agradecimiento.
—¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo...
—¡Mira a Lynch! —le contestó Harry.
El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Harry comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de verdad.
—¡Ha visto la snitch! —gritó Harry—. ¡La ha visto! ¡Míralo!
Eso hizo que muchos recobraran la emoción por el partido. Habían estado tan enfrascados en las faltas y en las veelas que el juego en sí había quedado un poco de lado.
Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador... pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo...
—¡Van a estrellarse! —gritó Hermione.
—¡Nada de eso! —negó Ron.
—¡Lynch sí! —gritó Harry.
Y acertó. Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle patadas.
Se oyeron jadeos y exclamaciones a lo largo de todo el comedor.
— ¡Las veelas son horribles! — chilló una chica de segundo.
— ¡Lynch es un inútil!
— ¡De eso nada! ¡Es un buscador excelente!
— Pero Krum es mejor.
— ¡Claro que no! Krum hizo trampa.
— ¡No fue trampa! Ya lo has oído: fue estrategia.
— ¡Fue trampa!
—La snitch, ¿dónde está la snitch? —gritó Charlie, desde su lugar en la fila.
—¡La tiene...! ¡Krum la tiene...! ¡Ha terminado! —gritó Harry.
Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre que le caía de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto y un destello de oro dentro de la mano.
Krum sonrió durante un momento, tan corto que apenas nadie lo notó. Para cuando todos se giraron a felicitarle y darle sus muestras de admiración, Krum volvía a tener el gesto tosco de siempre.
El tablero anunció «BULGARIA: 160; IRLANDA: 170» a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido. Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta convertirse en gritos de alegría.
—¡IRLANDA HA GANADO! —voceó Bagman, que, como los mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego—. ¡KRUM HA COGIDO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO! ¡Dios Santo, no creo que nadie se lo esperara!
— Nosotros sí — dijo Fred chocando los cinco con George.
—¿Y para qué ha cogido la snitch? —exclamó Ron, al mismo tiempo que daba saltos en su asiento, aplaudiendo con las manos elevadas por encima de la cabeza—. ¡El muy idiota ha dado por finalizado el juego cuando Irlanda les sacaba ciento sesenta puntos de ventaja!
— Exacto — se quejó Demelza Robins. — Solo tenían que conseguir veinte puntos más y habrían ganado el mundial. Fue una estupidez coger la snitch tan pronto.
— Claro que no.
— De eso nada.
Wood y Ginny hablaron al mismo tiempo, pero Ginny fue más rápida en explicarse:
— Krum sabía que los irlandeses eran superiores y que no conseguiría esos veinte puntos. Coger la snitch era lo único que podía hacer si quería que el resultado no fuera peor para Bulgaria.
Varios miraron a Krum como pidiéndole que confirmara eso, cosa que hizo al asentir con la cabeza.
—Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos —le respondió Harry, gritando para hacerse oír por encima del estruendo, y aplaudiendo con todas sus fuerzas—: los cazadores del equipo de Irlanda son demasiado buenos. Quiso terminar lo mejor posible, eso es todo...
Krum volvió a asentir. Harry se sintió orgulloso de haber entendido el razonamiento detrás de las acciones de un jugador profesional.
—Ha estado magnífico, ¿verdad? —dijo Hermione, inclinándose hacia delante para verlo aterrizar, mientras un enjambre de medimagos se abría camino hacia él entre los leprechauns y las veelas, que seguían peleándose—. Está hecho una pena...
Harry volvió a mirar por los omniculares. Era difícil ver lo que ocurría en aquel momento, porque los leprechauns zumbaban de un lado para otro por el terreno de juego, pero consiguió divisar a Krum entre los medimagos. Parecía más hosco que nunca, y no les dejaba ni que le limpiaran la sangre. Sus compañeros lo rodeaban, moviendo la cabeza de un lado a otro y con aspecto abatido.
— Qué pena — dijo Astoria.
—Bueno, es lo que hay — replicó Daphne. — Irlanda era superior. No se podía hacer nada.
A poca distancia, los jugadores del equipo de Irlanda bailaban de alegría bajo una lluvia de oro que les arrojaban sus mascotas. Por todo el estadio se agitaban las banderas, y el himno nacional de Irlanda atronaba en cada rincón. Las veelas recuperaron su aspecto habitual, nuevamente hermosas, aunque tristes.
— Me habría gustado verlas — dijo un chico de segundo. — ¿De verdad son tan hermosas?
— Es mejor que nunca lo sepas — replicó un chico de séptimo. — Es escalofriante cómo hacen que se te apague el cerebro…
—«Vueno», hemos luchado «vrravamente» —dijo detrás de Harry una voz lúgubre. Miró hacia atrás: era el ministro búlgaro de Magia.
—¡Usted habla nuestro idioma! —dijo Fudge, ofendido—. ¡Y me ha tenido todo el día comunicándome por gestos!
—«Vueno», eso fue muy «divertida» —dijo el ministro búlgaro, encogiéndose de hombros.
Eso hizo que muchos se echaran a reír a carcajadas, incluido Sirius, cuya risa sonaba sobre todas las demás. Fudge se ruborizó. A su lado, Umbridge no parecía muy contenta.
—¡Y mientras la selección irlandesa da una vuelta de honor al campo, escoltada por sus mascotas, llega a la tribuna principal la Copa del Mundo de quidditch! — voceó Bagman.
A Harry lo deslumbró de repente una cegadora luz blanca que bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban, para que todo el mundo pudiera ver el interior. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada, pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que entregaron a Cornelius Fudge, el cual aún parecía muy contrariado por haberse pasado el día comunicándose por señas sin razón.
Fudge hizo una mueca.
— El ministro búlgaro no debió hacer eso…
— Al menos para él ese día será un divertido recuerdo, a pesar de haber perdido el partido — dijo Dumbledore alegremente. Fudge lo miró muy mal.
—Dediquemos un fuerte aplauso a los caballerosos perdedores: ¡la selección de Bulgaria! —gritó Bagman.
Y, subiendo por la escalera, llegaron hasta la tribuna los siete derrotados jugadores búlgaros. Abajo, la multitud aplaudía con aprecio. Harry vio miles y miles de omniculares apuntando en dirección a ellos.
Uno a uno, los búlgaros desfilaron entre las butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano de su ministro y luego la de Fudge. Krum, que estaba en último lugar, tenía realmente muy mal aspecto. Los ojos negros relucían en medio del rostro ensangrentado. Todavía agarraba la snitch. Harry percibió que en tierra sus movimientos parecían menos ágiles. Era un poco patoso y caminaba cabizbajo.
— Preferría cuando me descrribías sobrre la escoba — dijo Krum. — Parrece que el único al que considerras guay es a Bill Weasley.
Harry se atragantó con su propia saliva, a la vez que muchos se echaban a reír, incluido el propio Bill. Harry volvió a notar sus mejillas arder y deseó volver al pasado para arrancar la página en la que se describía a Bill y que nunca nadie supiera lo mucho que le había agradado al verlo.
Pero, cuando Bagman pronunció el nombre de Krum, el estadio entero le dedicó una ovación ensordecedora.
Krum, que parecía más animado después de haberse burlado un poquito de Harry, pareció agradecido al escuchar eso.
Y a continuación subió el equipo de Irlanda. Moran y Connolly llevaban a Aidan Lynch. El segundo batacazo parecía haberlo aturdido, y tenía los ojos desenfocados. Pero sonrió muy contento cuando Troy y Quigley levantaron la Copa en el aire y la multitud expresó estruendosamente su aprobación. A Harry le dolían las manos de tanto aplaudir.
— Debe ser un poco triste ganar el mundial y estar tan herido que no puedas celebrarlo bien — dijo Hannah, apenada.
Al final, cuando la selección irlandesa bajó de la tribuna para dar otra vuelta de honor sobre las escobas (Aidan Lynch montado detrás de Connolly, agarrándose con fuerza a su cintura y todavía sonriendo como aturdido), Bagman se apuntó con la varita a la garganta y susurró: ¡Quietus!
—Se hablará de esto durante años —dijo con la voz ronca—. Ha sido un giro verdaderamente inesperado. Es una pena que no haya durado más... Ah, ya... ya... ¿Cuánto os debo?
Fred y George acababan de subirse sobre los respaldos de sus butacas y permanecían frente a Ludo Bagman con una amplia sonrisa y la mano tendida hacia él.
— Qué suerte tuvisteis — dijo Alicia.
— Sí, bueno — replicó Fred. — Más o menos.
Como ni Fred y George añadieron nada más, Dennis anunció que era el final del capítulo. Sin esperar a que Dumbledore le dijera nada, añadió:
— El siguiente se llama: La Marca Tenebrosa.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
No hay comentarios:
Publicar un comentario