jueves, 29 de abril de 2021

Leyendo el prisionero de azkaban, capítulo 13

 Gryffindor contra Ravenclaw:


Ron se cambió de ropa y se metió en la cama. Seamus, Dean y Neville todavía seguían en la sala común, pero Harry supuso que Ron estaba tan agotado como él.

— ¿Qué tal todo con Hermione? — preguntó Harry desde su cama.

— Está todo bien — dijo Ron. Harry no podía ver su cara en la oscuridad, pero supo por su voz que estaba sonriendo.

— Me alegro — respondió Harry sinceramente.

Diez minutos después, ambos estaban dormidos.

Harry durmió muy bien. Muy, muy bien. Tanto, que cuando Ron abrió las cortinas para despertarlo, Harry saltó de la cama y comenzó a prepararse para el día con una sonrisa.

— ¿Por qué estás tan contento? — gruñó Ron. Tenía el pelo muy alborotado y cara de necesitar un par de horas de sueño más.

— No sé. He dormido bien, supongo — respondió Harry. A decir verdad, no sabía por qué se sentía tan bien. Tenía la sensación de haber soñado algo muy bonito… pero no era capaz de recordarlo.

Harry y Ron bajaron a desayunar al Gran Comedor, donde casi todos los Weasley se encontraban ya. Hermione y Ginny llegaron pocos minutos después, muy sonrientes.

— ¿Qué pasa? — preguntó Ron, observando a las chicas intercambiar miradas cómplices.

Hermione se inclinó hacia delante.

— Los resultados de la encuesta han salido.

Tanto Ginny como ella se deshicieron en risitas. Ron miró a Harry como diciendo "¿De qué hablan?", pero Harry entendió de pronto a qué se referían.

— Esperad… ¿qué encuesta? ¿Es la de…? — preguntó mirando fijamente a Ginny, quien soltó una risita y asintió con ganas.

— Sí, esa encuesta. ¿Quieres saber los resultados?

Harry no quería saberlos. Sin embargo, Ron parecía decidido a saber de qué iba la cosa.

— Unas chicas han hecho una encuesta sobre qué parejas tienen más posibilidades de aparecer en los libros — le explicó Hermione.

— ¿Parejas? No ha salido ninguna pareja — dijo Ron con una mueca.

— Pero es posible que haya algún romance en el futuro — respondió Hermione, encogiéndose de hombros. — No sabemos qué puede pasar en los libros que hablan del futuro.

Ron se olvidó de llevarse la tostada a la boca. Miraba a Hermione con más interés que antes.

— ¿Qué parejas han ganado? — preguntó, y Harry ahogó un gemido. Se imaginaba qué pareja había sido la más votada y no quería escucharlo.

Hermione y Ginny volvieron a intercambiar miradas antes de echarse a reír.

— Por supuesto, la ganadora ha sido Drarry — rió Ginny. — Ya sabes. Draco y Harry.

La expresión horrorizada de Ron hizo que las chicas rieran a carcajadas.

— Harry, te dejo que salgas con quien quieras, pero con Malfoy no — bufó Ron.

— ¡Eh! ¿Qué te hace pensar que yo querría…? — exclamó Harry indignado. Eso solo hizo que Hermione y Ginny rieran aún más fuerte. El resto de los Weasley los miraba con curiosidad y Harry temió que los gemelos estuvieran escuchándolo todo.

— Por si acaso — afirmó Ron.

— ¿Y qué otras parejas han votado? — preguntó Harry rápidamente, deseando cambiar de tema.

— Mmm…

Hermione se sonrojó con fuerza. Ginny la miró y soltó una risita.

— La segunda más votada ha sido Romione, por supuesto.

— ¿Romione? — repitió Ron. Dos segundos después, su cara se puso del color de su pelo. — ¿Te refieres a…?

— Tú y Hermione, claro — explicó Ginny. Harry untó su tostada con mucha mermelada y la mordió felizmente, disfrutando de ver a Ron tan ruborizado después de lo que le había dicho a él.

— Por supuesto, todos dejarán de votar eso en cuanto se lean los próximos capítulos — dijo Hermione. Seguía muy roja y tenía la vista fija en el vaso de zumo de calabaza que tenía delante. — Vamos a tener a todo el colegio intentando ponernos en contra.

Ron se bebió todo el vaso de zumo de un trago, quizá para ganar tiempo antes de contestar.

— No pasará nada — dijo tras unos momentos, dejando el vaso en la mesa. — Ya lo hemos hablado. Digan lo que digan, no hay que hacerles caso.

Hermione asintió. El resto del desayuno pasó de forma muy agradable. Harry no quiso preguntar qué otras parejas habían salido en esa dichosa encuesta, sobre todo porque, tras analizar algunos de los nombres que había escuchado el día anterior, la idea le provocaba escalofríos. ¿Harmony? ¿Sería eso la unión Harry y Hermione? ¡Pero si eran como hermanos!

Y bueno, también habían mencionado Hinny. Ese era fácil: Harry y Ginny. La idea se le hacía algo extraña, pero no le provocaba la repulsa que le había hecho sentir Harmony. Quizá se debía a que Ginny era la hermana de Ron, no la suya. Hermione era algo así como una hermana mayor, por lo que la idea de tener un romance con ella siempre le había parecido bastante ridícula, a pesar de todos los rumores que Skeeter se había esforzado por crear el año anterior.

La idea de tener algo con Ginny nunca se le había pasado por la cabeza. A decir verdad, la chica era muy guapa…

Harry frenó ese pensamiento en seco. Ginny era la hermana de Ron. La menor de los Weasley, de esa familia que lo había acogido con los brazos abiertos cada verano, que lo había defendido frente a todo y lo había apoyado cuando nadie más lo hacía. Ginny estaba totalmente fuera de su límite y lo estaría siempre.

Terminaron de desayunar y el profesor Dumbledore se puso en pie. No hizo falta que le pidiera a los alumnos e invitados que hicieran lo mismo, pues todos se sabían de memoria el protocolo. El director hizo una floritura con la varita y desaparecieron las cuatro mesas de las casas, que fueron reemplazadas por sofás, sillones, almohadas y demás parafernalia. Si bien el día anterior Dumbledore había optado por utilizar los colores de Gryffindor, hoy parecía haber decidido volverse más neutral. Casi todos los sillones eran blancos, mientras que el resto de muebles los había decorado en tonos tierra. Las almohadas eran blancas, marrones o verdosas, con motivos que recordaron a Harry al bosque prohibido.

Cuando todos se hubieron sentado, Dumbledore se acercó al atril y sonrió:

— Buenos días a todos. Damos comienzo a un nuevo día que espero que sea muy… esclarecedor.

Miró intencionadamente a Fudge y Umbridge, y a Harry le dio un vuelco el corazón. No se había parado a pensar que al fin había llegado el día: hoy leerían todo lo que había sucedido en la Casa de los Gritos. ¿Sería este el último día de Sirius como un fugitivo?

Sirius, que estaba sentado en un sofá a la izquierda de Harry, sonrió al escuchar a Dumbledore.

— Con un poco de suerte, terminaremos de leer el tercer libro hoy — siguió hablando Dumbledore. — Así que no hay tiempo que perder. ¿Quién quiere leer?

Para sorpresa de Harry, Pansy Parkinson fue la primera en levantar la mano. Dumbledore pareció dudar unos segundos antes de señalarla a ella como la elegida para dar comienzo a la lectura.

La chica subió a la tarima y cogió el libro con una sonrisa. A Harry le dio muy mala espina.

— Gryffindor contra Ravenclaw— leyó.

Parecía el fin de la amistad entre Ron y Hermione. Estaban tan enfadados que Harry no veía ninguna posibilidad de reconciliarlos.

— Bueno, sabemos que se reconciliaron — dijo Roger Davies. — Así que alguna posibilidad había.

Harry aguantó las ganas de rodar los ojos.

A Ron le enfurecía que Hermione no se hubiera tomado en ningún momento en serio los esfuerzos de Crookshanks por comerse a Scabbers, que no se hubiera preocupado por vigilarlo, y que todavía insistiera en la inocencia de Crookshanks y en que Ron tenía que buscar a Scabbers debajo de las camas.

Hermione gimió al mismo tiempo que unas diez personas exclamaban lo insensible y desconsiderada que estaba siendo.

— ¿Cómo pudiste decirle algo así a Ron? — exclamó Lavender. — ¡Había sangre en las sábanas!

— Eso no significaba nada — se defendió Hermione, pero varias personas se le echaron encima nada más oírla.

— No me lo puedo creer.

— Con lo bien que me caía…

— Menuda egoísta.

— Es una egocéntrica.

Hermione respiró hondo. Ron, con el ceño fruncido, le puso una mano en el hombro en señal de apoyo.

Pansy siguió leyendo con cara de estar pasándoselo muy bien y Harry comenzó a sospechar por qué había decidido leer ella.

Hermione, en tanto, sostenía con encono que Ron no tenía ninguna prueba de que Crookshanks se hubiera comido a Scabbers, que los pelos canela podían encontrarse allí desde Navidad y que Ron había cogido ojeriza a su gato desde el momento en que éste se le había echado a la cabeza en la tienda de animales mágicos.

— Estás ciega — le espetó Romilda Vane a Hermione, mirándola con asco.

— Eh, basta ya — se metió Ron. — Dejad a Hermione en paz.

Algunos lo miraron como si estuviera loco.

— ¿Por qué la defiendes? ¿Es que te da igual lo que le pasó a Scabbers? — lo acusó Romilda.

— Scabbers estaba vivo — soltó Ron con rabia. — Así que dejad de insultar a Hermione.

Se oyeron jadeos.

— ¿En serio? ¿Y la sangre? — preguntó Seamus con curiosidad.

— Si estaba vivo, ¿por qué no hemos vuelto a verlo? — añadió Dean.

Ron respiró hondo. Se había puesto rojo de rabia.

— Lo entenderéis todo cuando terminemos de leer esto, cosa que no pasará si no dejáis de interrumpir para insultar a la gente.

Con una mueca, Seamus y Dean volvieron a mirar a Pansy, esperando que continuara. La chica tardó unos segundos en hacerlo, como dando tiempo a que alguien le llevara la contraria a Ron. Como nadie se atrevió a hacerlo, tuvo que seguir leyendo.

En cuanto a él, Harry estaba convencido de que Crookshanks se había comido a Scabbers, y cuando intentó que Hermione comprendiera que todos los indicios parecían demostrarlo, la muchacha se enfadó con Harry también.

Harry hizo una mueca. Miró a Hermione para ver cómo se estaba tomando las cosas y le sorprendió ver que parecía mucho más relajada que antes.

¡Ya sabía que te pondrías de parte de Ron! —chilló Hermione—. Primero la Saeta de Fuego, ahora Scabbers, todo es culpa mía, ¿verdad? Lo único que te pido, Harry, es que me dejes en paz. Tengo mucho que hacer.

— Perdón por eso — dijo Hermione con tono culpable. — Fui un poco borde.

— No pasa nada — le aseguró Harry, hablando ligeramente más alto de lo normal. — Lo entiendo perfectamente.

Notó como algunos intercambiaban miradas confusas. Al mismo tiempo, le pareció que más de uno parecía frustrado y tuvo la certeza de que algunos estaban deseando que se produjera una pelea entre él, Ron y Hermione.

Ron estaba muy afectado por la pérdida de su rata.

Ron gimió. Sirius soltó un bufido.

Vamos, Ron. Siempre te quejabas de lo aburrida que era Scabbers —dijo Fred, con intención de animarlo—. Y además llevaba mucho tiempo descolorida. Se estaba consumiendo. Sin duda ha sido mejor para ella morir rápidamente. Un bocado... y no se dio ni cuenta.

¡Fred! —exclamó Ginny indignada.

Lo mismo exclamó Angelina, que cogió una almohada y la usó para darle a Fred en toda la cara.

— Eres un insensible — resopló la chica. Fred no pareció ofenderse.

Lo único que hacía era comer y dormir, Ron. Tú también lo decías —intervino George.

¡En una ocasión mordió a Goyle! —dijo Ron con tristeza—. ¿Te acuerdas, Harry?

Se oyeron risitas.

— Eso fue genial — sonrió Colin Creevey.

Muy a su pesar, Harry estaba de acuerdo.

Sí, es verdad —respondió Harry.

Fue su momento grandioso —comentó Fred, incapaz de contener una sonrisa —. La cicatriz que tiene Goyle en el dedo quedará como un último tributo a su memoria. Venga, Ron. Vete a Hogsmeade y cómprate otra rata. ¿Para qué lamentarse tanto?

Harry vio que Goyle tenía el ceño fruncido y se miraba el dedo. Malfoy también lo miraba de reojo, con cara de disgusto.

En un desesperado intento de animar a Ron, Harry lo persuadió de que acudiera al último entrenamiento del equipo de Gryffindor antes del partido contra Ravenclaw, y podría dar una vuelta en la Saeta de Fuego cuando hubieran terminado. Esto alegró a Ron durante un rato («¡Estupendo! ¿podré marcar goles montado en ella?»). Así que se encaminaron juntos hacia el campo de quidditch.

— Si yo tuviera una Saeta de Fuego nueva, ni de broma se la dejaría a alguien — dijo un chico de tercero. — ¿Y si se estrella y la destroza?

— Harry sabía que podía dejármela — dijo Ron con orgullo.

— Yo no me habría fiado — dijo Malfoy con una sonrisita. — Volar no es que sea precisamente tu fuerte, Weasley.

— Cierra la boca — replicó Ron, fulminándolo con la mirada.

Pansy siguió leyendo con aires de superioridad.

La señora Hooch, que seguía supervisando los entrenamientos de Gryffindor para cuidar de Harry, estaba tan impresionada por la Saeta de Fuego como todos los demás. La tomó en sus manos antes del comienzo y les dio su opinión profesional.

¡Mirad qué equilibrio! Si la serie Nimbus tiene un defecto, es esa tendencia a escorar hacia la cola. Cuando tienen ya unos años, desarrollan una resistencia al avance. También han actualizado el palo, que es algo más delgado que el de las Barredoras. Me recuerda el de la vieja Flecha Plateada. Es una pena que dejaran de fabricarlas. Yo aprendí a volar en una y también era una escoba excelente...

— Si dejaron de fabricarla, no sería tan excelente — dijo Ernie Macmillan. La señora Hooch le lanzó una mirada severa.

— Dejaron de fabricarla porque resultaba demasiado caro, pero era un modelo muy superior a algunos de los que salieron después al mercado — dijo con aire ofendido. — Por supuesto, las nimbus y la Saeta de Fuego son superiores, pero la Flecha Plateada era magnífica.

Wood escuchaba con tanta atención que a Harry no le habría sorprendido que se sacara una pluma del bolsillo y comenzara a tomar apuntes.

Siguió hablando de esta manera durante un rato, hasta que Wood dijo:

Señora Hooch, ¿le puede devolver a Harry la Saeta de Fuego? Tenemos que entrenar.

Se oyeron risitas y la señora Hooch pareció algo avergonzada.

Sí, claro. Toma, Potter —dijo la señora Hooch—. Me sentaré aquí con Weasley...

Ella y Ron abandonaron el campo y se sentaron en las gradas, y el equipo de Gryffindor rodeó a Wood para recibir las últimas instrucciones para el partido del día siguiente.

Harry, acabo de enterarme de quién será el buscador de Ravenclaw. Es Cho Chang.

Harry tragó saliva. Recordaba que Cho le había parecido muy guapa aquel día, pero esperaba que no se mencionara eso en el libro.

Es una alumna de cuarto y es bastante buena. Yo esperaba que no se encontrara en forma, porque ha tenido algunas lesiones. —Wood frunció el entrecejo para expresar su disgusto ante la total recuperación de Cho Chang,

— ¡Oliver! — exclamó Katie, cogiendo la misma almohada que había usado Angelina antes para pegar a Fred y golpeando con ella a Wood en la espalda.

— Lo siento, lo siento — se disculpó el chico, sintiendo el peso de varias miradas acusatorias. Marietta lo fulminaba con la mirada.

Por su parte, Cho no parecía muy ofendida, aunque sí se la veía algo cohibida al escuchar hablar de ella en el libro.

y luego dijo—: Por otra parte, monta una Cometa 260, que al lado de la Saeta de Fuego parece un juguete. —Echó a la escoba una mirada de ferviente admiración y dijo—: ¡Vamos!

— Es muy injusto — se quejó Lisa Turpin. — No podemos medir quiénes son los mejores jugadores cuando unos juegan sobre escobas viejas y destrozadas y otros sobre escobas de profesional.

— ¿No sería mejor que todo el mundo jugara con el mismo modelo de escoba? — sugirió un chico de primero. Media casa de Slytherin se le echó encima, criticando esa idea.

Y por fin Harry montó en la Saeta de Fuego y se elevó del suelo.

Era mejor de lo que había soñado. La Saeta giraba al más ligero roce. Parecía obedecer más a sus pensamientos que a sus manos.

Harry sonrió al recordarlo. Sirius también sonreía con ganas.

Corrió por el terreno de juego a tal velocidad que el estadio se convirtió en una mancha verde y gris. Harry le dio un viraje tan brusco que Alicia Spinnet profirió un grito.

Alicia soltó un bufido.

A continuación descendió en picado con perfecto control y rozó el césped con los pies antes de volver a elevarse diez, quince, veinte metros.

¡Harry, suelto la snitch! —gritó Wood.

Harry se volvió y corrió junto a una bludger hacia la portería. La adelantó con facilidad, vio la snitch que salía disparada por detrás de Wood y al cabo de diez segundos la tenía en la mano.

— Increíble — murmuró Colin, maravillado. Sus amigos se echaron a reír al verle la cara de ilusión.

El equipo lo vitoreó entusiasmado. Harry soltó la snitch, le dio un minuto de ventaja y se lanzó tras ella esquivando al resto del equipo. La localizó cerca de una rodilla de Katie Bell, dio un rodeo y volvió a atraparla.

Se oyeron murmullos de admiración, aunque todos habían visto la Saeta de Fuego en acción.

Fue la mejor sesión de entrenamiento que habían tenido nunca. El equipo, animado por la presencia de la Saeta de Fuego, realizó los mejores movimientos de forma impecable, y cuando descendieron, Wood no tenía una sola crítica que hacer, lo cual, como señaló George Weasley, era una absoluta novedad.

— Y tanto — se quejó Fred.

No sé qué problema podríamos tener mañana —dijo Wood—. Tan sólo... Harry, has resuelto tu problema con los dementores, ¿verdad?

Sí —dijo Harry, pensando en su débil patronus y lamentando que no fuera más fuerte.

— Era muy fuerte para alguien de tan solo trece años — le aseguró Lupin.

Los dementores no volverán a aparecer, Oliver. Dumbledore se irritaría —dijo Fred con total seguridad.

— Oh, no, señor Weasley — dijo Dumbledore, sorprendiendo a muchos. No solía hacer muchos comentarios. — No me irritaría. Me enfurecería.

Lo dijo en tono calmado, pero Harry sintió el peligro tras sus palabras. Durante un momento, recordó que se trataba del mago más poderoso que jamás había conocido.

No debió ser el único en pensar algo así, porque varias personas miraron al director con cautela.

Esperemos que no —dijo Wood—. En cualquier caso, todo el mundo ha hecho un buen trabajo. Ahora volvamos a la torre. Hay que acostarse temprano...

Me voy a quedar un ratito. Ron quiere probar la Saeta —comentó Harry a Wood.

Y mientras el resto del equipo se encaminaba a los vestuarios, Harry fue hacia Ron, que saltó la barrera de las tribunas y se dirigió hacia él. La señora Hooch se había quedado dormida en el asiento.

McGonagall miró a la señora Hooch con gesto indignado, pero esta evitó cruzar miradas con ella.

Ten —le dijo Harry entregándole la Saeta de Fuego.

Ron montó en la escoba con cara de emoción y salió zumbando en la noche, que empezaba a caer, mientras Harry paseaba por el extremo del campo, observándolo.

Ron sonrió.

— Fue genial — dijo, haciendo que más de uno sintiera envidia.

Cuando la señora Hooch despertó sobresaltada ya era completamente de noche. Riñó a Harry y a Ron por no despertarla y los obligó a volver al castillo.

— Tenías que haberla despertado — los regañó la señora Weasley. — No podíais estar fuera vosotros solos.

— No estábamos solos, ella estaba en las gradas — se defendió Ron, pero cerró la boca al notar la mirada de su madre.

Harry se echó al hombro la Saeta de Fuego y los dos salieron del estadio a oscuras, comentando el suave movimiento de la Saeta, su formidable aceleración y su viraje milimétrico. Estaban a mitad de camino cuando Harry, al mirar hacia la izquierda, vio algo que le hizo dar un brinco: dos ojos que brillaban en la oscuridad. Se detuvo en seco. El corazón le latía con fuerza.

Varios miraron a Sirius de reojo, pero viendo su expresión confundida, quedaba claro que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

¿Qué ocurre? —dijo Ron.

Harry señaló hacia los ojos. Ron sacó la varita y musitó:

¡Lumos!

Un rayo de luz se extendió sobre la hierba, llegó hasta la base de un árbol e iluminó sus ramas. Allí, oculto en el follaje, estaba Crookshanks.

Se escucharon suspiros de alivio. A Pansy le brillaron los ojos antes de leer:

¡Sal de ahí! —gritó Ron, agachándose y cogiendo una piedra del suelo.

Hermione jadeó.

— ¡Ron! — exclamó.

Ron, aterrado, se apresuró a decir:

— No, no. ¡No le hice nada! — Hermione lo miraba con recelo y Ron, frustrado, dijo: — ¡Parkinson, sigue leyendo!

Pero la chica parecía estar disfrutando la escena. Muchos murmuraban y miraban a Ron con asco, mientras que otros parecían estar a su favor. A Harry le pareció escuchar a alguien decir que "Ese gato se lo merecía".

— Siga leyendo, señorita Parkinson — intervino McGonagall. Pansy no tuvo más remedio que hacerle caso.

Pero antes de que pudiera hacer nada, Crookshanks se había desvanecido con un susurro de su larga cola canela.

— ¿Ves? No le hice nada — repitió Ron. Hermione chasqueó la lengua, algo molesta.

— Porque se fue, no porque no quisieras hacerle daño.

— No le habría lanzado la piedra para hacerle daño — se defendió Ron. — Solo para ahuyentarle. No le habría dado con la piedra.

Hermione lo miró unos segundos y lo que vio debió convencerla de que Ron decía la verdad, porque suspiró y asintió, dando por zanjada la discusión.

¿Lo ves? —dijo Ron furioso, tirando la piedra al suelo—. Aún le permite andar a sus anchas. Seguramente piensa acompañar los restos de Scabbers con un par de pájaros.

Ron hizo una mueca. Por suerte, Hermione ya no estaba enfadada con él y tampoco pareció ofenderse al escuchar eso.

Harry no respondió. Respiró aliviado. Durante unos segundos había creído que aquellos ojos eran los del Grim.

— Tú y todos nosotros — bufó Dean.

— Hasta yo me he quedado pensando en si vi a Harry ese día — admitió Sirius, haciendo que Lupin y Tonks rieran por lo bajo.

Siguieron hacia el castillo. Avergonzado por su instante de terror, Harry no explicó nada a su amigo. Tampoco miró a derecha ni a izquierda hasta que llegaron al bien iluminado vestíbulo.

— Podías habérmelo contado — dijo Ron en voz baja. — No me habría reído.

Harry sabía que Ron no se habría burlado de él, pero estaba convencido de que le habría asustado saberlo.

Al día siguiente, Harry bajó a desayunar con los demás chicos de su dormitorio, que por lo visto pensaban que la Saeta de Fuego era merecedora de una especie de guardia de honor.

— Lo era — sonrió Dean.

Al entrar Harry en el Gran Comedor, todos se volvieron a mirar la Saeta de Fuego, murmurando emocionados. Harry vio con satisfacción que los del equipo de Slytherin estaban atónitos.

¿Le has visto la cara? —le preguntó Ron con alegría, volviéndose para mirar a Malfoy—. ¡No se lo puede creer! ¡Es estupendo!

Malfoy los miró con desdén.

— Tener una escoba buena no te hace mejor jugador — dijo.

— No decías eso cuando te compraron la Nimbus 2001 en segundo — replicó Ron.

Se oyeron risitas a lo largo de todo el comedor y Malfoy se puso colorado.

Wood también estaba orgulloso de la Saeta de Fuego.

Déjala aquí, Harry —dijo, poniendo la escoba en el centro de la mesa y dándole la vuelta con cuidado, para que el nombre quedara visible. Los de Ravenclaw y Hufflepuff se acercaron para verla.

Pansy hizo una pequeña pausa antes de leer:

Cedric Diggory fue a felicitar a Harry por haber conseguido un sustituto tan soberbio para su Nimbus.

Harry sintió una punzada. El ambiente del comedor se ensombreció un poco. Tras unos segundos, uno de los amigos de Cedric dijo:

— Cedric realmente era una buena persona.

Algunos asintieron, pero nadie dijo nada.

Y la novia de Percy, Penelope Clearwater, de Ravenclaw, pidió permiso para cogerla.

Sin sabotajes, ¿eh, Penelope? —le dijo efusivamente Percy mientras la joven examinaba detenidamente la Saeta de Fuego—. Penelope y yo hemos hecho una apuesta —dijo al equipo—. Diez galeones a ver quién gana.

— Parece que os llevabais muy bien — comentó Charlie.

Percy se sonrojó con fuerza.

Penelope dejó la Saeta de Fuego, le dio las gracias a Harry y volvió a la mesa.

Harry, procura ganar —le dijo Percy en un susurro apremiante—, porque no tengo diez galeones. ¡Ya voy, Penelope! —Y fue con ella al terminarse la tostada.

Se oyeron risitas. Percy estaba cada vez más rojo.

¿Estás seguro de que puedes manejarla, Potter? —dijo una voz fría y arrastrada.

— Malfoy, seguro — dijo Hannah Abbott.

Draco Malfoy se había acercado para ver mejor, y Crabbe y Goyle estaban detrás de él.

Sí, creo que sí —contestó Harry.

Muchas características especiales, ¿verdad? —dijo Malfoy, con un brillo de malicia en los ojos—. Es una pena que no incluya paracaídas, por si aparece algún dementor.

— Das asco — dijo Angelina, lanzándole una mirada llena de odio. No fue la única: muchos alumnos se quejaron y alguno hasta insultó a Malfoy, quien no pudo responder porque Pansy siguió leyendo rápidamente en un intento de distraer la atención de todos.

Crabbe y Goyle se rieron.

Y es una pena que no tengas tres brazos —le contestó Harry—. De esa forma podrías coger la snitch.

Pansy hizo una mueca. Había estado tan concentrada en leer rápido que no se había dado cuenta de lo que acababa de leer. El comedor estalló en carcajadas y varias personas aplaudieron a Harry, incluyendo un par de Slytherins de primero y segundo que no parecían tener a Malfoy en mucha estima.

El equipo de Gryffindor se rió con ganas. Malfoy entornó sus ojos claros y se marchó ofendido. Lo vieron reunirse con los demás jugadores de Slytherin, que juntaron las cabezas, seguramente para preguntarle a Malfoy si la escoba de Harry era de verdad una Saeta de Fuego.

— No me marché ofendido — dijo Malfoy indignado. — Como si pudiera tomarme tus estúpidos comentarios en serio.

Harry no respondió nada, sintiendo que eso frustraría más a Malfoy que discutir con él.

A las once menos cuarto el equipo de Gryffindor se dirigió a los vestuarios. El tiempo no podía ser más distinto del que había imperado en el partido contra Hufflepuff. Hacía un día fresco y despejado, con una brisa muy ligera. Esta vez no habría problemas de visibilidad, y Harry, aunque estaba nervioso, empezaba a sentir la emoción que sólo podía producir un partido de quidditch.

En el comedor, la gente comenzaba a emocionarse. Los que no eran muy fans del quidditch, como Hermione, parecían algo aburridos.

Oían al resto del colegio que se dirigía al estadio. Harry se quitó las ropas negras del colegio, sacó del bolsillo la varita y se la metió dentro de la camiseta que iba a llevar bajo las ropas de quidditch. Esperaba no necesitarla. Se preguntó de repente si el profesor Lupin estaría entre el público viendo el partido.

Lupin sonrió al escuchar eso.

Ya sabéis lo que tenéis que hacer —dijo Wood cuando se disponían a salir del vestuario—. Si perdemos este partido, estamos eliminados. Sólo... sólo tenéis que hacerlo como en el entrenamiento de ayer y todo irá de perlas.

Los de Gryffindor estaban cada vez más emocionados, por lo que quedaba claro para los alumnos de primero y segundo qué equipo había ganado aquel partido.

Salieron al campo y fueron recibidos con un aplauso tumultuoso. El equipo de Ravenclaw, de color azul, aguardaba ya en el campo. La buscadora, Cho Chang, era la única chica del equipo y a pesar de los nervios, no pudo dejar de notar que era muy guapa.

Harry gimió. Oyó algunas risas y notó que Pansy había hecho una pequeña pausa, alargando más de lo necesario la tortura de Harry.

— Vaya, vaya… — dijo Sirius con una sonrisita. Harry lo miró mal.

Ella le sonrió cuando los equipos se alinearon uno frente al otro, detrás de sus capitanes, y sintió una ligera sacudida en el estómago que no creyó que tuviera nada que ver con los nervios.

— Venga ya — se quejó Harry. Sentía la cara arder y tuvo que usar todo su autocontrol para no taparse el rostro con las manos.

A su lado, Ron reía por lo bajo, intentando disimularlo, mientras que Hermione tenía una sonrisita en los labios. Se oyeron más risas que antes y Harry deseó que la tierra se lo tragase.

No se atrevía a mirar a Cho. Si ella también estaba riendo, se levantaría y saldría al bosque a que se lo comiera Aragog.

La miró de reojo y vio que la chica se había ruborizado, pero parecía contenta y no reía como los demás. Aliviado, Harry se obligó a escuchar la lectura.

Wood, Davies, daos la mano —ordenó la señora Hooch. Y Wood le estrechó la mano al capitán de Ravenclaw.

Montad en las escobas... Cuando suene el silbato... ¡Tres, dos, uno!

Harry despegó del suelo y la Saeta de Fuego se levantó más rápido que ninguna otra escoba.

— ¿Veis? Es injusto — volvió a quejarse Lisa Turpin. Algunos la miraron mal.

Planeó por el estadio y empezó a buscar la snitch, escuchando todo el tiempo los comentarios de Lee Jordan, el amigo de los gemelos Fred y George:

Han empezado a jugar y el objeto de expectación en este partido es la Saeta de Fuego que monta Harry Potter, del equipo de Gryffindor. Según la revista El mundo de la escoba, la Saeta es la escoba elegida por los equipos nacionales para el campeonato mundial de este año.

Jordan, ¿te importaría explicar lo que ocurre en el partido? —interrumpió la voz de la profesora McGonagall.

Algunos rieron.

— Parecía que estuvieras haciendo publicidad — dijo Alicia Spinnet. Lee Jordan se encogió de hombros.

— Es que la escoba era muy buena.

Tiene razón, profesora. Sólo daba algo de información complementaria. La Saeta de Fuego, por cierto, está dotada de frenos automáticos y...

¡Jordan!

Vale, vale. Gryffindor tiene la pelota. Katie Bell se dirige a la meta...

Varios rieron. Con algo de tristeza, Harry notó que este era el último año en el que Lee Jordan comentaría los partidos. Ya era un alumno de séptimo. ¿Quién se atrevería a tomar el relevo al año siguiente? Lee había dejado el listón muy alto.

Harry pasó como un rayo al lado de Katie y en dirección contraria, buscando a su alrededor un resplandor dorado y notando que Cho Chang le pisaba los talones. La jugadora volaba muy bien.

Volvieron a escucharse risitas y Harry deseó hacerle un maleficio a todos los que reían.

Continuamente se le cruzaba, obligándolo a cambiar de dirección.

Enséñale cómo se acelera, Harry —le gritó Fred al pasar velozmente por su lado en persecución de una bludger que se dirigía hacia Alicia.

Harry aceleró la Saeta al rodear los postes de la meta de Ravenclaw, seguido de Cho. La vio en el momento en que Katie conseguía el primer tanto del partido y las gradas ocupadas por los de Gryffindor enloquecían de entusiasmo: la snitch, muy próxima al suelo, cerca de una de las barreras.

Muchos se inclinaron hacia delante, llenos de emoción. Harry vio a Hermione rodar los ojos. Ella nunca había entendido la pasión por el quidditch y no parecía que leer los partidos en vez de verlos le hiciera más ilusión.

Harry descendió en picado; Cho lo vio y salió rápidamente tras él. Harry aumentó la velocidad. Estaba embargado de emoción. Su especialidad eran los descensos en picado. Estaba a tres metros de distancia...

Entonces, una bludger impulsada por uno de los golpeadores de Ravenclaw surgió ante Harry veloz como un rayo. Harry viró. La esquivó por un centímetro. Tras esos escasos y cruciales segundos, la snitch desapareció.

Los Ravenclaw estallaron en aplausos a la vez que varios le daban palmaditas en la espalda al golpeador, que parecía muy contento.

Los seguidores de Gryffindor dieron un grito de decepción y los de Ravenclaw aplaudieron a rabiar a su golpeador. George Weasley desfogó su rabia enviando la segunda bludger directamente contra el golpeador que había lanzado contra Harry. El golpeador tuvo que dar en el aire una vuelta de campana para esquivarla.

— Al menos conseguí esquivarla — dijo el chico en tono optimista.

¡Gryffindor gana por ochenta a cero! ¡Y miren esa Saeta de Fuego! Potter le está sacando partido. Vean cómo gira. La Cometa de Chang no está a su altura. La precisión y equilibrio de la Saeta es realmente evidente en estos largos...

¡JORDAN! ¿TE PAGAN PARA QUE HAGAS PUBLICIDAD DE LAS SAETAS DE FUEGO? ¡SIGUE COMENTANDO EL PARTIDO!

— Ojalá me hubieran pagado por hacer eso — dijo Lee. — Estaría forrado.

Ravenclaw jugaba a la defensiva. Ya habían marcado tres goles, lo cual había reducido la distancia con Gryffindor a cincuenta puntos. Si Cho atrapaba la snitch antes que él, Ravenclaw ganaría.

Eso consiguió que varios Ravenclaw recuperaran la emoción, aunque todos eran conscientes de que Gryffindor había ganado en aquella ocasión.

Harry descendió evitando por muy poco a un cazador de Ravenclaw y buscó la snitch por todo el campo, desesperadamente. Vio un destello dorado y un aleteo de pequeñas alas: la snitch rodeaba la meta de Gryffindor.

Harry aceleró con los ojos fijos en la mota de oro que tenía delante. Pero un segundo después surgió Cho, bloqueándole.

— Bien hecho — la felicitó Michael Corner. No fue el único: varios Ravenclaw la felicitaron por la jugada, haciendo que la chica se sonrojara con fuerza.

¡HARRY, NO ES MOMENTO PARA PORTARSE COMO UN CABALLERO! —gritó Wood cuando Harry viró para evitar una colisión—. ¡SI ES NECESARIO, TÍRALA DE LA ESCOBA!

— Qué cruel — dijo Marietta, mirando mal a Wood.

Harry volvió la cabeza y vio a Cho. La muchacha sonreía. La snitch había desaparecido de nuevo. Harry ascendió con la Saeta y enseguida se encontró a siete metros por encima del nivel de juego. Por el rabillo del ojo vio que Cho lo seguía...

Prefería marcarlo a buscar la snitch. Bien, pues... si quería perseguirlo, tendría que atenerse a las consecuencias...

Se oyeron murmullos de emoción y varias risitas.

Volvió a bajar en picado; Cho, creyendo que había vuelto a ver la snitch, quiso seguirle. Harry frenó muy bruscamente. Cho se precipitó hacia abajo. Harry, una vez más, ascendió veloz como un rayo y entonces la vio por tercera vez: la snitch brillaba por encima del medio campo de Ravenclaw. Aceleró; también lo hizo Cho, muchos metros por debajo. Harry iba delante, acercándose cada vez más a la snitch.

— Genial, Harry — dijo Colin, emocionado, como si no hubiera estado aquel día en el estadio y supiera exactamente lo que había sucedido.

— Suena increíble — A Sirius le brillaban los ojos tanto como a Colin.

Entonces...

¡Ah! —gritó Cho, señalando hacia abajo.

Harry se distrajo y bajó la vista. Tres dementores altos, encapuchados y vestidos de negro lo miraban.

— ¡Oh, no! — exclamó una Gryffindor de primero.

No se detuvo a pensar. Metió la mano por el cuello de la ropa, sacó la varita y gritó:

¡Expecto patronum!

Algo blanco y plateado, enorme, salió de la punta de la varita.

— ¿Blanco, plateado y enorme? — repitió Moody. — ¿Hiciste un patronus corpóreo?

— Casi — confirmó Lupin. — Fue toda una hazaña.

Harry no pudo evitar sentirse orgulloso al escuchar eso.

Sabía que había disparado hacia los dementores, pero no se entretuvo en comprobarlo. Con la mente aún despejada, miró delante de él. Ya casi estaba. Alargó la mano, con la que aún empuñaba la varita, y pudo hacerse con la pequeña y rebelde snitch.

Los Gryffindor estallaron en aplausos. También lo hicieron muchos alumnos de Hufflepuff y hasta de Ravenclaw, a pesar de que esa victoria de Gryffindor había sido a costa de su propia derrota. Incluso algunos Slytherin se unieron al aplauso. Sirius aplaudía con fuerza, tan feliz como si el partido acabara de suceder.

Se oyó el silbato de la señora Hooch. Harry dio media vuelta en el aire y vio seis borrones rojos que se le venían encima. Al momento siguiente, todo el equipo lo abrazaba tan fuerte que casi lo derribaron de la escoba. De abajo llegaba el griterío de la afición de Gryffindor.

¡Éste es mi valiente! —exclamaba Wood una y otra vez.

Harry sonreía con ganas. Wood parecía emocionarse al recordarlo. Todo el equipo de Gryffindor irradiaba felicidad con tan solo pensar en aquel glorioso partido.

Alicia, Angelina y Katie besaron a Harry, y Fred le dio un abrazo tan fuerte que Harry creyó que se le iba a salir la cabeza.

Fred soltó una risotada al escuchar eso.

En completo desorden, el equipo se las ingenió para abrirse camino y volver al terreno de juego. Harry descendió de la escoba y vio a un montón de seguidores de Gryffindor saltando al campo, con Ron en cabeza. Antes de que se diera cuenta, lo rodeaba una multitud alegre que le ovacionaba.

¡Sí! —gritó Ron, subiéndole a Harry el brazo—. ¡Sí!

En el presente, Ron también sonreía con tanta fuerza que probablemente acabarían doliéndole las mejillas.

Bien hecho, Harry —le dijo Percy muy contento—. Acabo de ganar diez galeones. Tengo que encontrar a Penelope. Disculpa.

¡Estupendo, Harry! —gritó Seamus Finnigan.

¡Muy bien! —dijo Hagrid con voz de trueno, por encima de las cabezas de los de Gryffindor.

Hagrid le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba, sonriendo ampliamente, y Harry le devolvió la sonrisa.

Fue un patronus bastante bueno —susurró una voz a Harry junto al oído. Harry se volvió y vio al profesor Lupin, que estaba encantado y sorprendido.

Los dementores no me afectaron en absoluto —dijo Harry emocionado—. No sentí nada.

— ¿Fue por el patronus? — preguntó un chico de primero. McGonagall negó con la cabeza.

Eso sería porque... porque no eran dementores —dijo el profesor Lupin—. Ven y lo verás.

Sacó a Harry de la multitud para enseñarle el borde del terreno de juego.

Le has dado un buen susto al señor Malfoy —dijo Lupin.

Pansy aceleró el ritmo de lectura.

Harry se quedó mirando. Tendidos en confuso montón estaban Malfoy, Crabbe, Goyle y Marcus Flint, el capitán del equipo de Slytherin, todos forcejeando por quitarse unas túnicas largas, negras y con capucha. Parecía como si Malfoy se hubiera puesto de pie sobre los hombros de Goyle. Delante de ellos, muy enfadada, estaba la profesora McGonagall.

Se oyeron bufidos, resoplidos y quejas por doquier.

— Sois unos tramposos — gritó Jack Sloper.

— Menudos perdedores — dijo Zacharias Smith, ganándose una mirada asesina por parte de Malfoy.

Sin embargo, ninguno de los tres dijo nada y Pansy siguió leyendo a toda velocidad. Harry se preguntó si ese había sido el plan desde el principio: alargar los momentos en los que Harry, Ron y Hermione podían pasarlo mal y pasar rápido el momento vergonzoso de Malfoy y compañía.

¡Un truco indigno! —gritaba—. ¡Un intento cobarde e innoble de sabotear al buscador de Gryffindor! ¡Castigo para todos y cincuenta puntos menos para Slytherin! Pondré esto en conocimiento del profesor Dumbledore, no os quepa la menor duda. ¡Ah, aquí llega!

Muchos rieron, disfrutando de la incomodidad de Malfoy, quien se había puesto algo rojo.

Si algo podía ponerle la guinda a la victoria de Gryffindor era aquello. Ron, que se había abierto camino para llegar junto a Harry, se partía de la risa mientras veían a Malfoy forcejeando para quitarse la túnica, con la cabeza de Goyle todavía dentro.

— Ojalá pudiéramos ver eso en vez de leerlo — dijo Bill sonriente. — Tuvo que ser genial.

— Lo fue — confirmó Ron.

¡Vamos, Harry! —dijo George, abriéndose camino—. ¡Vamos a celebrarlo ahora en la sala común de Gryffindor!

Bien —contestó Harry.

Y más contento de lo que se había sentido en mucho tiempo, acompañó al resto del equipo hacia la salida del estadio y otra vez al castillo, vestidos aún con túnica escarlata.

Era como si hubieran ganado ya la copa de quidditch; la fiesta se prolongó todo el día y hasta bien entrada la noche. Fred y George Weasley desaparecieron un par de horas y volvieron con los brazos cargados con botellas de cerveza de mantequilla, refresco de calabaza y bolsas de dulces de Honeydukes.

McGonagall jadeó.

— ¿Salisteis del colegio? — inquirió. Fred y George intercambiaron miradas.

— No lo recuerdo — dijo Fred finalmente, tratando de ganar tiempo. — Es posible.

McGonagall parecía furiosa, pero la señora Weasley era la que daba miedo.

Sin embargo, ambas callaron cuando Umbridge decidió abrir la boca:

— Si salieron del colegio sin permiso, deberán ser castigados — dijo usando su tono más dulce. Harry deseó que se callara, porque había estado disfrutando el capítulo y no tenía ganas de ponerse de mal humor.

— De eso me encargo yo — dijo la señora Weasley en un tono que hizo que Umbridge no replicara.

¿Cómo lo habéis hecho? —preguntó Angelina Johnson, mientras George arrojaba sapos de menta a todos.

Con la ayuda de Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —susurró Fred al oído de Harry.

— Ahora ya no tenéis excusa — sonrió Charlie. Fred y George lo miraron mal, pero no tan mal como Molly los miraba a ellos.

Sólo había una persona que no participaba en la fiesta. Hermione, inverosímilmente sentada en un rincón, se esforzaba por leer un libro enorme que se titulaba Vida doméstica y costumbres sociales de los muggles británicos.

— Suena a rollo — dijo Lee Jordan. Varios le dieron la razón.

Harry dejó la mesa en que Fred y George habían empezado a hacer juegos malabares con botellas de cerveza de mantequilla, y se acercó a ella.

¿No has venido al partido? —le preguntó.

Claro que sí —respondió Hermione, con voz curiosamente aguda, sin levantar la vista—. Y me alegro mucho de que ganáramos, y creo que tú lo hiciste muy bien, pero tengo que terminar esto para el lunes.

— ¿No estabais peleados? — preguntó Parvati. Harry rodó los ojos.

— No podíamos estar peleados para siempre — respondió. — Además, el problema lo tenían ellos, no yo.

Vamos, Hermione, ven a tomar algo —dijo Harry, mirando hacia Ron y preguntándose si estaría de un humor lo bastante bueno para enterrar el hacha de guerra.

No puedo, Harry, aún tengo que leer cuatrocientas veintidós páginas —contestó Hermione, que parecía un poco histérica—. Además... —también miró a Ron—, él no quiere que vaya.

Ron hizo una mueca.

No pudo negarlo, porque Ron escogió aquel preciso momento para decir en voz alta:

Si Scabbers no hubiera muerto, podría comerse ahora unas cuantas moscas de café con leche, le gustaban tanto...

Sirius volvió a bufar y Ron gimió, tapándose la cara con las manos.

— Perdón por eso.

— No pasa nada — respondió Hermione.

De nuevo, Harry notó que más de una persona parecía decepcionada. ¿Tantas ganas tenían de ver a Ron y Hermione pelear?

Hermione se echó a llorar. Antes de que Harry pudiera hacer o decir nada, se puso el mamotreto en la axila y, sin dejar de sollozar, salió corriendo hacia la escalera que conducía al dormitorio de las chicas, y se perdió de vista.

— Pobrecita — dijo Katie con una mueca.

— Se lo buscó ella solita — replicó Millicent Bulstrode, ganándose varias miradas desagradables.

¿No puedes darle una oportunidad? —preguntó Harry a Ron en voz baja.

No —respondió Ron rotundamente—. Si al menos lo lamentara, pero Hermione nunca admitirá que obró mal. Es como si Scabbers se hubiera ido de vacaciones o algo parecido.

— Bueno, técnicamente es lo que pasó — murmuró Ron. — Aunque no creo que disfrutara mucho sus vacaciones en la cabaña de Hagrid.

Harry bufó. Hermione pareció divertida al escuchar eso.

La fiesta de Gryffindor sólo terminó cuando la profesora McGonagall se presentó a la una de la madrugada, con su bata de tela escocesa y la redecilla en el pelo, para mandarles que se fueran a dormir. Harry y Ron subieron al dormitorio, todavía comentando el partido. Al final, exhausto, Harry se metió en la cama de dosel, corrió las cortinas para tapar un rayo de luna, se acostó y se durmió inmediatamente.

— Ese era un dato muy necesario — dijo Cormac McLaggen en tono irónico.

Tuvo un sueño muy raro. Caminaba por un bosque, con la Saeta de Fuego al hombro, persiguiendo algo de color blanco plateado. El ser serpenteaba por entre los árboles y Harry apenas podía vislumbrarlo entre las hojas. Con ganas de alcanzarlo, apretó el paso, pero al ir más aprisa, su presa lo imitó. Harry echó a correr y oyó un ruido de cascos que adquirían velocidad.

— En serio, tienes sueños muy raros — dijo Ginny frunciendo el ceño. Harry se encogió de hombros: estaba más que acostumbrado y al menos aquel sueño no había sido una pesadilla.

Harry corría con desesperación y oía un galope delante de él. Entró en un claro del bosque y...

Pansy rodó los ojos antes de leer:

¡AAAAAAAAAAAAGH! ¡NOOOOOOOOOOOO!

— ¿Qué pasó? — exclamó Tonks. Sirius hizo una mueca.

— Ahora lo verás…

Harry despertó tan de repente como si le hubieran golpeado en la cara. Desorientado en medio de la total oscuridad, buscó a tientas las cortinas de la cama. Oía ruidos a su alrededor, y la voz de Seamus Finnigan desde el otro extremo del dormitorio:

¿Qué ocurre?

A Harry le pareció que se cerraba la puerta del dormitorio. Tras encontrar la separación de las cortinas, las abrió al mismo tiempo que Dean Thomas encendía su lámpara.

— Lo primero que tenías que buscar era la varita, no las cortinas — dijo Sirius. — Aunque no te hacía falta, pero nunca está de más.

— Ya lo sé — se quejó Harry. Con el paso del tiempo (y con todas las situaciones peligrosas en las que solía acabar metido), sacar la varita al menor indicio de peligro se había convertido en un acto reflejo.

Ron estaba incorporado en la cama, con las cortinas echadas a un lado y una expresión de pánico en el rostro.

¡Black! ¡Sirius Black! ¡Con un cuchillo!

Se oyeron jadeos y grititos ahogados. Las miradas aterrorizadas cayeron sobre Sirius sin demora.

Por su parte, Sirius simplemente sonrió a modo de disculpa y se encogió de hombros.

— No pretendía asustar a nadie.

La confirmación de que realmente había estado en la torre de Gryffindor hizo que muchos parecieran aterrorizados.

¿Qué?

¡Aquí! ¡Ahora mismo! ¡Rasgó las cortinas! ¡Me despertó!

¿No estarías soñando, Ron? —preguntó Dean.

Ron miró mal a Dean.

¡Mirad las cortinas! ¡Os digo que estaba aquí!

Todos se levantaron de la cama; Harry fue el primero en llegar a la puerta del dormitorio. Se lanzaron por la escalera. Las puertas se abrían tras ellos y los interpelaban voces soñolientas:

¿Quién ha gritado?

¿Qué hacéis?

— ¿Gritaste tan fuerte como para despertar a la torre entera? — se burló Nott.

— Tú también gritarías si vieras a un asesino rasgarte las cortinas de la cama en plena noche — dijo Bill con frialdad.

Ron se ruborizó un poco, pero pareció muy contento de que Bill lo defendiera.

La sala común estaba iluminada por los últimos rescoldos del fuego y llena de restos de la fiesta. No había nadie allí.

¿Estás seguro de que no soñabas, Ron?

¡Os digo que lo vi!

¿Por qué armáis tanto jaleo?

¡La profesora McGonagall nos ha mandado acostarnos!

— Menuda montaste — dijo Lupin, exasperado. Sirius no parecía arrepentido.

Algunas chicas habían bajado poniéndose la bata y bostezando.

Estupendo, ¿continuamos? —preguntó Fred Weasley con animación.

¡Todo el mundo a la cama! —ordenó Percy, entrando aprisa en la sala común y poniéndose, mientras hablaba, su insignia de Premio Anual en el pijama.

Percy... ¡Sirius Black! —dijo Ron, con voz débil—. ¡En nuestro dormitorio! ¡Con un cuchillo! ¡Me despertó!

Todos contuvieron la respiración.

¡Absurdo! —dijo Percy con cara de susto—. Has comido demasiado, Ron. Has tenido una pesadilla.

Percy gimió y agachó la cabeza.

— No debí haber dudado de ti. Era mi deber como prefecto y como tu hermano mayor asegurarme de que no había ningún peligro.

— Bueno — dijo Ron — Era difícil de creer que un asesino hubiera entrado en la torre con un cuchillo y no hubiera atacado a nadie, aunque sus oponentes fueran cinco chicos dormidos.

Muchos miraron a Sirius con curiosidad al escuchar las palabras de Ron, dándose cuenta de lo extraño que era todo. Si Sirius hubiera querido hacer daño a Harry (o a cualquiera de los chicos), lo habría tenido bastante fácil.

— Creedme. Si yo fuera el asesino malvado que dice El Profeta, no habría dejado que un crío de trece años diera la voz de alarma — bufó Sirius.

Por desgracia, en vez de tranquilizar a la gente, ese comentario hizo que varias personas lo miraran con más cautela todavía. Harry contuvo las ganas de rodar los ojos.

Te digo que...

¡Venga, ya basta!

Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a su alrededor.

¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo! ¡Percy, no esperaba esto de ti!

McGonagall pareció algo incómoda.

¡Le aseguro que no he dado permiso, profesora! —dijo Percy, indignado—. ¡Precisamente les estaba diciendo a todos que regresaran a la cama! ¡Mi hermano Ron tuvo una pesadilla...!

¡NO FUE UNA PESADILLA! —gritó Ron—. PROFESORA, ME DESPERTÉ Y SIRIUS BLACK ESTABA DELANTE DE MÍ, ¡CON UN CUCHILLO EN LA MANO!

— Era como hablarle a una pared — resopló Ron. — Tuve que repetirlo veinte veces antes de que me hicieran caso.

Harry entendía ese sentimiento demasiado bien.

La profesora McGonagall lo miró fijamente.

No digas tonterías, Weasley. ¿Cómo iba a pasar por el retrato?

¡Hay que preguntarle! —dijo Ron, señalando con el dedo la parte trasera del cuadro de sir Cadogan—. Hay que preguntarle si ha visto...

Mirando a Ron con recelo, la profesora McGonagall abrió el retrato y salió. Todos los de la sala común escucharon conteniendo la respiración.

En el comedor, nadie estaba especialmente nervioso, pero sí que escuchaban con mucho interés. Tenían claro que Sirius había entrado, ahora la pregunta era: ¿cómo lo había hecho?

Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la torre de Gryffindor?

¡Sí, gentil señora! —gritó sir Cadogan.

Todos, dentro y fuera de la sala común, se quedaron callados, anonadados.

¿De... de verdad? —dijo la profesora McGonagall—. Pero ¿y la contraseña?

¡Me la dijo! —respondió altanero sir Cadogan—. Se sabía las de toda la semana, señora. ¡Las traía escritas en un papel!

Neville gimió. Durante un momento, Harry sintió mucha pena por él.

La profesora McGonagall volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza.

— Normal — resopló McGonagall. La profesora Sprout asentía de forma comprensiva.

¿Quién ha sido? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Quién ha sido el tonto que ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido?

Pansy hizo énfasis en la palabra "tonto". Neville se puso muy, muy rojo.

Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville Longbottom, temblando desde los pies calzados con zapatillas de tela hasta la cabeza, levantó la mano muy lentamente.

Se oyeron bufidos.

— Cómo no. Tenía que ser Longbottom — dijo Nott con malicia.

Neville parecía querer que la tierra se lo tragase. Sirius, por otro lado, le dedicó una sonrisa amable.

— Aquí acaba — anunció Pansy, dejando el libro en la tarima y regresando a su asiento.

— Bien, bien. — Dumbledore tomó el libro. — Continuemos. El siguiente capítulo se titula: El rencor de Snape.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 



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