El rencor de Snape:
— Cómo no. Tenía que ser Longbottom — dijo Nott con malicia.
Neville parecía querer que la tierra se lo tragase. Sirius, por otro lado, le dedicó una sonrisa amable.
— Aquí acaba — anunció Pansy, dejando el libro en la tarima y regresando a su asiento.
— Bien, bien. — Dumbledore tomó el libro. — Continuemos. El siguiente capítulo se titula: El rencor de Snape.
Muchos se giraron para mirar a Snape, quien tenía el ceño fruncido.
— Parece que Potter se ha cansado de ser el héroe de Gryffindor y vuelve a meterse en asuntos que no le conciernen — dijo, mirando a Harry con odio.
Harry le devolvió la mirada con tanta intensidad como pudo.
— ¿Quién se ofrece para leer este capítulo? — preguntó Dumbledore, evitando así que montaran una escena. Sirius ya había abierto la boca para decirle algo muy feo a Snape, pero la cerró en el instante en el que Dumbledore comenzó a hablar.
Varias manos se alzaron en el aire, y Harry notó con curiosidad que ninguna de ellas pertenecía a un alumno de Slytherin.
El profesor Dumbledore recorrió la mirada entre los voluntarios y acabó señalando a Cormac McLaggen, quien subió a la tarima (ignorando los gruñidos de los gemelos cuando pasó a su lado), cogió el libro y leyó:
En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común, esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a escapar.
— No sé si Black es muy bueno o si los profesores son unos inútiles — se quejó un chico de séptimo, ganándose varias miradas de enfado por parte del profesorado. Si McGonagall hubiera mirado a Harry con los labios tan apretados, se habría puesto a temblar.
Por su parte, Sirius sonreía con ganas, sintiéndose halagado.
Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black.
— Eso no era necesario — dijo Zacharias Smith. — Todos conocíamos bien la cara de Black, por la cantidad de veces que había salido en la primera página de El Profeta.
Flitwick frunció el ceño pero no dijo nada.
Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras.
— Sabíais que había pasadizos que Filch no conocía — dijo la profesora McGonagall, irritada. — ¿No se os ocurrió avisarnos de que Sirius Black podía estar usando uno de ellos?
Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.
— Nos lo planteamos — admitió Harry. — Pero luego pensamos que, para usar el pasadizo de Honeydukes, Sirius tendría que entrar en la tienda sin que lo vieran.
McGonagall miró a Harry, Ron y Hermione con severidad.
— Black ya había entrado en Hogwarts. Entrar en Honeydukes sería relativamente sencillo en comparación.
— No estoy de acuerdo — replicó Sirius, haciendo que más de uno jadeara. Harry no sabía si jadeaban porque el malvado fugitivo Sirius Black estaba hablando o porque le estaba llevando la contraria a McGonagall. — No entré al colegio usando el pasadizo de Honeydukes. Me habría sido difícil entrar a la tienda con tanto dementor rondando por las calles de Hogsmeade.
McGonagall no pareció muy contenta con la respuesta. McLaggen siguió leyendo cuando vio que la profesora no respondía nada.
Sir Cadogan fue despedido.
— Y menos mal — bufó Dean.
Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la señora gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección.
— Pobrecita — murmuró Luna.
Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador, hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.
Se escucharon algunas risitas.
— ¿Comparaban el tamaño de sus porras? — repitió Zacharias Smith con una ceja alzada.
— Creo que los troles no son tan diferentes de los humanos — dijo Anthony Goldstein con una sonrisita. A su lado, Lisa Turpin rodó los ojos a la vez que Marietta Edgecombe se ruborizaba.
Harry no pudo dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer piso seguía sin protección y despejada. Parecía que Fred y George estaban en lo cierto al pensar que ellos, y ahora Harry, Ron y Hermione, eran los únicos que sabían que allí estaba la entrada de un pasadizo secreto.
McGonagall volvió a fruncir el ceño. Harry hizo todo lo posible por evitar cruzar miradas con ella.
—¿Crees que deberíamos decírselo a alguien? —preguntó Harry a Ron.
—Sabemos que no entra por Honeydukes —dijo Ron—. Si hubieran forzado la entrada de la tienda, lo habríamos oído.
— A no ser que Black hubiera conseguido hacerlo sin llamar la atención — replicó Ernie Macmillan. — Si pudo entrar en Hogwarts…
— ¿Es que no lo has oído? — gruñó Ron. — Él mismo ha dicho que no usó ese pasadizo, que habría sido muy difícil.
Ernie se puso muy rojo y McLaggen siguió leyendo con aspecto de estar divirtiéndose.
Harry se alegró de que Ron lo viera así. Si la bruja tuerta se tapara también con tablas, el intruso ya no podría volver a Hogsmeade.
Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía.
McLaggen soltó una risita despectiva al leer eso. Ron lo miró muy mal y Harry notó que se le habían puesto las orejas coloradas.
Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores de lo ocurrido.
McLaggen siguió leyendo con una falsa voz aguda:
—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente... Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída... Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio... empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.
McLaggen levantó la mirada del libro con una sonrisa burlona, pero se sorprendió al ver que nadie reía. Todos estaban tan impresionados por lo que había tenido que vivir Ron (y tenían tanto miedo de Sirius) que ni siquiera el tono burlón de McLaggen había conseguido quitarle hierro al asunto y hacer quedar mal a Ron.
Por otro lado, el hecho de que Sirius tuviera el ceño fruncido y pareciera molesto tampoco ayudaba a que los estudiantes tuvieran ganas de reír.
— ¿Como un esqueleto? — dijo Sirius tras unos segundos de silencio. — ¿Toneladas de pelo sucio?
Ron se encogió de hombros.
— Lo siento, era la verdad…
Sirius hizo una mueca.
— No te preocupes — dijo Lupin. — Seguro que pronto vuelven a mencionar lo apuesto y atractivo que eras hace años.
— ¿Cómo que hace años? — jadeó Sirius, indignado. — Creo que teniendo en cuenta que he pasado doce años en Azkaban, estoy genial.
A Harry no se le escapó la sonrisita divertida que tenía Lupin.
—Pero ¿por qué se fue? —preguntó Ron a Harry cuando se marcharon las chicas de segundo que lo habían estado escuchando.
Harry se preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado de cama, no había decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la de Harry? Black había demostrado doce años antes que no le importaba matar a personas inocentes, y en aquella ocasión se enfrentaba a cinco chavales indefensos, cuatro de los cuales estaban dormidos.
Mucha gente intercambió miradas confusas y se oyeron murmullos. A Harry le alegró ver que los estudiantes comenzaban a pensar por sí mismos y a analizar la situación.
—Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando gritaste y despertaste a los demás —dijo Harry pensativamente—. Habría tenido que matar a todo el colegio para salir a través del retrato... Y entonces se habría encontrado con los profesores...
Harry hizo una mueca, dándose cuenta de que ese comentario no ayudaba mucho a Sirius.
Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar en la torre.
— Ese fue un castigo un poco exagerado, ¿no? — dijo Tonks, ganándose una mirada irritada por parte de McGonagall.
— Teniendo en cuenta que en aquel momento considerábamos a Sirius Black un asesino, no, Nymphadora. No fue un castigo exagerado.
Tonks se encogió un poco en su asiento, cohibida.
— Ejem… Si me permite…
Harry gimió. Deseó que McLaggen siguiera leyendo y no dejara a Umbridge hablar, pero el chico la miró y cerró la boca.
— Disculpe, profesora McGonagall, pero no sé si la he escuchado bien — dijo Umbridge con una sonrisa que pretendía ser amable. — ¿Ha dicho que en aquel momento considerábamos a Sirius Black un asesino?
— Así es — replicó McGonagall. A Harry le pareció más molesta que antes.
— Habla como si a día de hoy ya no se le considerara un asesino —continuó Umbridge. — Le recuerdo que Black sigue siendo un fugitivo y que está condenado al beso del dementor.
— Y yo le recuerdo, profesora, que la lectura demostrará que Sirius Black es inocente y el ministerio se verá obligado a absolverlo de todos los cargos— replicó McGonagall con frialdad. — Siga leyendo, señor McLaggen.
Antes de que Umbridge pudiera replicar, McLaggen continuó con la lectura. Harry miró a Sirius de reojo y vio que sonreía con ganas, claramente encantado de que McGonagall lo estuviera defendiendo.
El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente.
Neville estaba rojo como un tomate.
Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.
— Perdón por eso — dijo Sirius con una mueca. Neville lo miró con los ojos como platos y, tras unos segundos, contestó:
— No pasa nada. De todas formas, ya ha pasado mucho tiempo desde aquello.
Sirius le sonrió y Harry se alegró mucho al ver que Neville le devolvía la sonrisa, si bien parecía nervioso. Cuanta más gente le perdiera el miedo a Sirius, mejor.
Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor, llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Harry y Ron, que estaban sentados al otro lado de la mesa, reconocieron enseguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre.
—¡Cógelo y vete, Neville! —le aconsejó Ron.
— Aprendiste bien la lección — dijo Fred con falsa solemnidad.
— Como para no aprenderla — gruñó Ron.
Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergúenza a la familia.
Neville gimió y se tapó la cara con las manos.
— No le hagas ni caso, Neville — dijo Ginny, dándole al chico un par de palmaditas en el hombro. — Tú no tuviste la culpa de nada.
— Perdí las contraseñas — se lamentó Neville. — Confío en el criterio de Harry y ya no creo que Black sea un asesino, pero eso no cambia que perdí las contraseñas mientras pensaba que había un loco suelto.
— Eh… sobre eso… — empezó a decir Hermione. Miró con nerviosismo a Harry y Ron y, mordiéndose en labio, volvió a dirigirse a Neville. — No las perdiste.
— ¿Eh?
Hermione se inclinó para susurrar:
— El papel con las contraseñas te lo quitó Crookshanks, aunque no lo supimos hasta mucho después… Lo siento.
Neville se quedó mirándola fijamente, sorprendido.
— ¿Para qué quería Crookshanks las contraseñas?
— Lo verás cuando acabemos el libro — le prometió Hermione.
Por suerte, Neville no parecía enfadado, más bien terriblemente confundido.
La lectura continuaba con normalidad, ya que la conversación en susurros había pasado desapercibida para la gran mayoría del comedor.
Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta de que también él tenía carta.
Neville le sonrió, agradecido, aunque aún parecía algo aturdido.
Hedwig llamó su atención dándole un picotazo en la muñeca.
—¡Ay! Ah, Hedwig, gracias.
Se oyeron risas.
— Tu lechuza no acepta que la ignoren — dijo Katie, divertida.
— Es una orgullosa — bufó Harry, aunque en su tono quedaba claro el cariño que sentía por ella, a pesar de su orgullo y sus picotazos.
Harry rasgó el sobre mientras Hedwig picoteaba entre los copos de maíz de Neville.
— Pobrecito — dijo Lavender. — Encima de que le llega un Howler, una lechuza se come su desayuno.
Hasta Neville rió al escuchar eso.
La nota que había dentro decía:
Queridos Harry y Ron:
¿Os apetece tornar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iré a recogeros al castillo. ESPERADME EN EL VESTÍBULO. NO TENÉIS PERMISO PARA SALIR SOLOS.
Un saludo,
Hagrid
— Me sigue pareciendo extraño que un profesor se tome tantas confianzas con sus alumnos — dijo Umbridge. — No me parece apropiado invitar a unos alumnos a tomar el té porque sí, sin un motivo justificado.
— Había un motivo justificado —replicó Hagrid. — Hacía tiempo que no los veía y quería hablar con ellos. No necesito más motivo que ese para invitarlos a mi casa.
Umbridge le lanzó una mirada desdeñosa, pero no insistió más.
—Probablemente quiere saber los detalles de lo de Black —dijo Ron.
McLaggen rodó los ojos al leer eso y Ron se ruborizó. Sin embargo, igual que antes, nadie pareció compartir el sentimiento de McLaggen. El miedo a Sirius y el conocimiento de que, de haber sido ellos quienes se lo hubieran encontrado de noche con un cuchillo, habrían pasado tanto miedo como Ron, impedía que pudieran burlarse de él.
Así que aquella tarde, a las seis, Harry y Ron salieron de la torre de Gryffindor, pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al vestíbulo. Hagrid los aguardaba ya.
—Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche del sábado, ¿no?
—Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con ellos.
—Vaya —dijo Ron, un poco ofendido.
— No era mi intención ofenderte — se disculpó Hagrid.
— No te preocupes — respondió Ron con una mueca. Seguía muy rojo.
Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a Buckbeak, que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos.
— Puaj — se quejó Parvati.
Al apartar los ojos de la desagradable visión, Harry vio un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la puerta del armario.
Curiosamente, Parvati pareció aún más asqueada que antes.
—¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry.
—Buckbeak tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas —dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en el autobús noctámbulo...
— ¿Seguro que Buckbeak necesitará solo una cama? — dijo Seamus.
— Más bien, deberías preguntar si un hipogrifo puede viajar en el autobús noctámbulo — rió Dean.
— ¡Claro que puede! — exclamó Hagrid, sonriente. — Cualquier criatura que quepa en el autobús puede utilizarlo.
A juzgar por la expresión de Umbridge, ella no volvería a pisar el autobús nunca más.
Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de Buckbeak estaba próximo, y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él también lo había olvidado. Habían olvidado igualmente que habían prometido que lo ayudarían a preparar la defensa de Buckbeak. La llegada de la Saeta de Fuego lo había borrado de la cabeza de ambos.
Aunque sabía que al final todo había salido bien, Harry no pudo evitar sentirse un poco mal al recordar eso.
Varias personas los miraban a Ron y a él con reproche. Por suerte, Hagrid no era una de ellas.
Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los conocían demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina de Hagrid.
— Recuerdo cuando le disteis a Fang los caramelos de Hagrid para pegarle los dientes y que no ladrara — rió Angelina.
Hagrid se sonrojó levemente.
—Tengo algo que comentaros —dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con una seriedad que resultaba rara en él.
—¿Qué? —preguntó Harry.
—Hermione —dijo Hagrid.
Hermione pareció muy sorprendida. Primero miró a Hagrid y después a Harry y Ron, pidiendo respuestas con la mirada.
Harry se encogió de hombros y señaló al libro.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ron.
—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Me ha venido a visitar con mucha frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola. Primero no le hablabais por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato.
— No tenía ni idea de que Hagrid os había hablado sobre eso — admitió Hermione.
—¡Se comió a Scabbers! —exclamó Ron de malhumor.
—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —prosiguió Hagrid—. Ha llorado, ¿sabéis?
— Pues que se aguante — dijo Lavender. Parvati le lanzó una mirada de advertencia, pero Lavender la ignoró. — Dejó que su gato se comiera a Scabbers y ni siquiera le pidió perdón a Ron.
— Y dale — gruñó Ron. — Que Crookshanks no se comió a Scabbers. ¿Cuántas veces tenemos que decirlo?
— Si eso es verdad, ¿dónde está Scabbers? — insistió Lavender. — Yo creo que os lo estáis inventando para que la gente no le coja manía a Hermione.
Harry rodó los ojos.
— Claro, viene gente del futuro a traernos libros para evitar una guerra y decenas de muertes y nuestra mayor preocupación es que Hermione os caiga bien — dijo en tono irónico.
Lavender cerró la boca, mirándolo con sorpresa.
— El tema de Scabbers y Crookshanks es más complicado de lo que parece — dijo Hermione tras unos instantes. — Hoy mismo vamos a acabar el libro y se sabrá todo.
Lavender, molesta, se giró para no mirar más a Hermione, Ron y Harry.
McLaggen siguió leyendo con cara de estar decepcionado por lo poco que había durado el drama.
Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Aún encontró tiempo para ayudarme con el caso Buckbeak. Por supuesto, me ha encontrado algo muy útil... Creo que ahora va a tener bastantes posibilidades...
Hagrid le sonrió a Hermione, agradecido, y ella le devolvió la sonrisa.
—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado. Hagrid, lo siento — balbuceó Harry
—¡No os culpo! —dijo Hagrid con un movimiento de la mano—. Ya sé que habéis estado muy ocupados. Os he visto entrenar día y noche. Pero tengo que deciros que creía que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las ratas. Nada más.
Harry hizo una mueca. Aunque habían pasado años, esa frase todavía le hacía sentir una punzada. A juzgar por la expresión de Ron, él sentía lo mismo.
—Harry y Ron se miraron azorados—. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón. Y vosotros dos sin dirigirle la palabra...
— Oh, Hagrid — dijo Hermione, conmovida. — Muchas gracias por defenderme.
— No hay de qué — respondió Hagrid en tono amable.
—Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar —dijo Ron enfadado—. Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra.
Lavender miró a Ron como diciendo "¿Ves? En el libro me das la razón", pero Ron no le hizo ni caso. Harry notó que Hermione sonreía y parecía muy contenta.
—Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía —dijo Hagrid prudentemente.
Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid.
Hubo risas y caras de asco a partes iguales.
Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de Gryffindor de ganar la copa de quidditch. A las nueve en punto, Hagrid los acompañó al castillo.
Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se amontonaba delante del tablón de anuncios.
—¡Hogsmeade el próximo fin de semana! —dijo Ron, estirando el cuello para leer la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vas a hacer? —preguntó a Harry en voz baja, al sentarse.
— ¿Cómo que qué va a hacer? — exclamó Molly. — No me digas que fue a Hogsmeade otra vez. ¿Harry?
Harry tragó saliva. No quería decepcionar a la señora Weasley, pero era imposible que no leyeran lo que sucedió aquel día. Optó por parecer lo más inocente posible al tiempo que se encogía de hombros, dejando la pregunta sin responder pero dejando clara cuál era la respuesta. La señora Weasley suspiró.
—Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes — dijo Harry aún más bajo.
—Harry —dijo una voz en su oído derecho. Harry se sobresaltó. Se volvió y vio a Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás, por un hueco que había en el muro de libros que la ocultaba—, Harry, si vuelves otra vez a Hogsmeade... le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa.
— ¿Te habrías chivado? — dijo Fred, escandalizado.
— No lo hizo — respondió Harry rápidamente. No quería que la gente encontrara otro motivo para volverse contra Hermione. Ella le lanzó una mirada llena de agradecimiento.
—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione.
Ron gimió.
— Lo siento — dijo, antes de que a su madre le diera tiempo a regañarlo.
— No pasa nada — contestó Hermione rápidamente. Harry pensó que ella probablemente también había sentido el peligro de la señora Weasley y quería evitarle a Ron una buena regañina.
—Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré...
—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso?
— ¡Ron! — exclamó Molly.
— Lo siento, lo siento — repitió Ron, nervioso.
— ¿Cómo conseguiste que Hermione te perdonara después de eso? — preguntó Bill, que parecía divertirse.
Ron lo miró mal.
Hermione abrió la boca para responder, pero Crookshanks saltó sobre su regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, cogió a Crookshanks y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas.
— Qué oportuno el gato — dijo Justin Finch-Fletchley con una mueca.
—Entonces ¿qué te parece? —preguntó Ron a Harry, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera has estado todavía en Zonko!
— No lo hagáis — dijo Ron en voz baja. — Eso no va a salir bien.
Harry, que recordaba con todo lujo de detalles cómo había terminado esa excursión, no podía estar más de acuerdo. Hermione, por otro lado, pareció contenta al ver que Ron le estaba dando la razón, si bien habían pasado dos años desde aquello.
Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus palabras:
—De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible.
— Con la capa y el mapa, no hay ningún rincón del colegio al que no puedas ir — dijo Colin entusiasmado. — ¿Los usas a menudo?
— De vez en cuando — respondió Harry vagamente. No se atrevía a decir que no porque estaba seguro de que los libros lo contradirían, pero decir que sí sería visto por los profesores como una provocación.
El sábado por la mañana, Harry metió en la mochila la capa invisible, guardó en el bolsillo el mapa del merodeador y bajó a desayunar con los otros. Hermione no dejaba de mirarlo con suspicacia, pero él evitaba su mirada y se aseguró de que ella lo viera subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los demás se dirigían a las puertas principales.
— No me lo creí — dijo Hermione, aunque no hacía falta. Harry no dudaba de que la chica había sido perfectamente consciente aquel día de lo que Ron y él iban a hacer.
—¡Adiós, Harry! —le dijo en voz alta—. ¡Hasta la vuelta!
Ron se sonrió y guiñó un ojo.
Harry subió al tercer piso a toda prisa, sacando el mapa del merodeador mientras corría. Se puso en cuclillas detrás de la bruja tuerta y extendió el mapa. Un puntito diminuto se movía hacia él. Harry lo examinó entornando los ojos. La minúscula inscripción que acompañaba al puntito decía: «NEVILLE LONGBOTTOM.»
Neville se quedó pensativo un momento antes de llevarse la mano a la boca.
— Oh, no. Recuerdo eso. Perdón…
— No te preocupes — dijo Harry.
Harry sacó la varita rápidamente, musitó «Dissendio» y metió la mochila en la estatua, pero antes de que pudiera entrar por ella Neville apareció por la esquina:
—¡Harry! Había olvidado que tú tampoco ibas a Hogsmeade.
— Tienes el don de la oportunidad, Longbottom — rió Terry Boot.
—Hola, Neville —dijo Harry, separándose rápidamente de la estatua y volviendo a meterse el mapa en el bolsillo—. ¿Qué haces?
—Nada —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Te apetece una partida de snap explosivo?
—Ahora no... Iba a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para Lupin.
—¡Voy contigo! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho!
Se oyeron risas y Neville se sonrojó con fuerza.
—Eh... ¡Pero si lo terminé anoche! ¡Se me había olvidado!
—¡Estupendo, entonces podrás ayudarme! —dijo Neville—. No me entra todo eso del ajo. ¿Se lo tienen que comer o...?
— No se te da bien pillar indirectas, ¿eh? — dijo Seamus, divertido.
— No — gimió Neville. Miró a Harry como queriendo disculparse otra vez, pero incluso Harry no podía negar que, en retrospectiva, era una conversación muy divertida.
Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro de Harry.
Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Harry.
— Harry, eres gafe — declaró Angelina. — ¿De entre todos los profesores, tenía que pillarte Snape?
Harry no respondió. A decir verdad, llevaba todo el capítulo intentando no cruzar miradas con el profesor de pociones. No quería ni pensar cómo iba a reaccionar cuando se leyera frente a todos lo que había ocurrido aquel día.
—¿Qué hacéis aquí los dos? —dijo Snape, deteniéndose y mirando primero a uno y después al otro—. Un extraño lugar para reunirse...
Ante el desasosiego de Harry, los ojos negros de Snape miraron hacia las puertas que había a cada lado y luego a la bruja tuerta.
Se oyeron jadeos y grititos ahogados.
— ¡Snape lo sabe! — exclamó un chico de tercero.
— Qué fuerte, ¿por qué no le dijo al resto de profesores que había que tapiar esa entrada? — inquirió Susan Bones.
Snape se mantuvo en silencio, pero fulminó con la mirada a todo aquel que se atrevió a mirarle directamente.
—No nos hemos reunido aquí —explicó Harry—. Sólo nos hemos encontrado por casualidad.
—¿De veras? —dijo Snape—. Tienes la costumbre de aparecer en lugares inesperados, Potter, y raramente te encuentras en ellos sin motivo. Os sugiero que volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar.
Harry no sabía si McLaggen lo había hecho a propósito o no, pero su tono de voz se había vuelto más gélido mientras leía las palabras de Snape, como si lo estuviera imitando. A Snape no pareció hacerle mucha gracia.
Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar la esquina, Harry miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, examinándola detenidamente. Harry se las arregló para deshacerse de Neville en el retrato de la señora gorda, diciendo la contraseña y simulando que se había dejado el trabajo sobre los vampiros en la biblioteca y que volvía por él.
— Lo siento — se disculpó Harry, sintiendo que este capítulo no paraba de provocar que se pidieran disculpas constantemente.
— Lo entiendo, no pasa nada — le aseguró Neville, sonriente. Harry le devolvió la sonrisa.
Después de perder de vista a los troles de seguridad, volvió a sacar el mapa.
El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry examinó el mapa con detenimiento y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción «SEVERUS SNAPE» estaba otra vez en el despacho.
Snape soltó un bufido y miró mal a Harry, quien sintió sus ojos clavados en él durante varios segundos. Harry mantuvo la vista fija en el libro y agradeció mucho que McLaggen siguiera leyendo enseguida.
Echó una carrera hasta la estatua de la bruja, abrió la entrada de la joroba y se deslizó hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán de piedra. Borró el mapa del merodeador y echó a correr.
Completamente oculto por la capa invisible, Harry salió a la luz del sol por la puerta de Honeydukes y dio un codazo a Ron en la espalda.
—Soy yo —susurro.
—¿Por qué has tardado tanto? —dijo Ron entre dientes.
—Snape rondaba por allí.
Echaron a andar por High Street.
— No sé si tienes muy buena suerte o muy mala suerte — dijo Lee Jordan. — A veces tienes una suerte horrible, pero luego pasan cosas como esta y consigues ir a Hogsmeade sin que te pillen.
— No cantes victoria todavía — gruñó Harry. Lee lo miró unos momentos antes de soltar una carcajada.
— ¡Lo sabía! ¿Quién te pilló? ¿Fue Snape?
Harry volvió a gruñir a modo de respuesta.
—¿Dónde estás? —le preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la boca—. ¿Sigues ahí? Qué raro resulta esto...
— Te da la sensación de estar hablando solo — añadió Ron. — Es rarísimo.
Muchas personas lo miraron con interés. La capa de invisibilidad causaba mucha intriga entre los estudiantes.
Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry pudo hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises grandes hasta las pequeñísimas scops («Sólo entregas locales»), que cabían en la palma de la mano de Harry.
Varios alumnos de primero y segundo parecieron fascinados al escuchar eso.
Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de Hogwarts que Harry tuvo que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no provocar el pánico.
— No creo que nadie se hubiera dado cuenta — dijo George. — Con la cantidad de gente que hay siempre en Zonko, si pisaras a alguien habrían unas cinco personas alrededor a las que podrías culpar.
Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños más descabellados de Fred y George.
— No estés tan seguro — dijo Fred. Él y George intercambiaron miradas significativas.
Harry susurró a Ron lo que quería que le comprara y le pasó un poco de oro por debajo de la capa. Salieron de Zonko con los monederos bastante más vacíos que cuando entraron, pero con los bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces de hipotós, jabón de huevos de rana y una taza que mordía la nariz.
— ¿Dulces de hipo-qué? — preguntó una chica de primero. Un amigo suyo se encogió de hombros, tan confundido como ella.
El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los dos le apetecía meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña.
Sirius sonrió con ganas al escuchar eso. Lupin, por otro lado, mantuvo el semblante neutral.
Estaba un poco separada y más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza.
— Es un sitio aterrador — dijo Hannah Abbott, estremeciéndose visiblemente.
—Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyado como Harry en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado... Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas.
— ¿Que hicisteis qué? — dijo la señora Weasley con un hilo de voz. Harry pensó que, para cuando terminaran los libros, la mitad de los Weasley iban a estar castigados hasta vacaciones de verano.
Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante unos minutos cuando oyó voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la colina. Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca por Crabbe y Goyle. Malfoy decía:
—... en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve inutilizado durante tres meses...
Harry y Ron intercambiaron miradas. Ninguno de los dos pudo contener la sonrisa. Hermione, por otro lado, escuchaba con interés.
Crabbe y Goyle se rieron.
—Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo, de verdad. Ese hipogrifo es tan bueno como un...» —Malfoy vio a Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? —Levantó la vista hacia la casa en ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es cierto?
Medio comedor estalló en improperios contra Malfoy, sorprendiendo a Harry con la intensidad del ataque. Algunos defendían a Hagrid, otros a Buckbeak y otros a Ron.
Sin embargo, ninguno de los insultos fue tan efectivo como el tremendo almohadazo que Malfoy recibió en toda la cara después de que Charlie Weasley tocara una de las almohadas con su varita.
Muchos se echaron a reír, incluidos Harry, Ron y Hermione, aunque esta última trató de disimularlo. Ginny no tenía tales reparos: reía a carcajadas y, cuando pudo recuperar el aire, chocó los cinco con Charlie.
Malfoy los miraba a todos con rabia y vergüenza, aunque Harry no estaba seguro de si el tono rosado de su piel se debía a la humillación o al golpe.
— Suficiente — exclamó Snape en un tono lo suficientemente autoritario como para que todos cerraran la boca al instante. A Harry le pareció que quería decir algo más, pero finalmente solo dijo: — McLaggen, sigue leyendo.
Con una sonrisita, McLaggen le hizo caso.
Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy.
—Déjamelo a mí— le susurró al oído.
La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry se acercó sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió un puñado de barro del camino.
— Esto promete — dijo Dean. Le brillaban los ojos.
—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Malfoy a Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al hipogrifo le corten...?
¡PLAF!
Al golpearle la bola de barro en la cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. Su pelo rubio platino chorreaba barro de repente.
La mayoría de los estudiantes estallaron en carcajadas. A Harry le agradó ver que Hagrid también reía y no hacía ningún esfuerzo por esconderlo.
Por otro lado, Malfoy parecía querer que se lo tragara la tierra.
—¿Qué demo...?
Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, Crabbe y Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba el pelo.
—¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho?
—Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad? —observó Ron, como quien comenta el tiempo que hace.
— Genial, Ron — lo felicitó Fred.
— Una jugada maestra — añadió George, limpiándose una lágrima de la risa.
Ron pareció muy orgulloso de sí mismo.
Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les servían de mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como loco el desierto paraje.
— Cobarde — dijo Angelina, pero estaba tan ocupada riéndose que el insulto apenas tuvo fuerza.
Harry se acercó a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que había una capa de fango verdoso de olor nauseabundo.
—¿Metiste la mano ahí? — dijo Hermione, algo asqueada.
— Mereció la pena — le aseguró Harry.
¡PATAPLAF!
Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del sitio, intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados.
Las risas no hacían más que aumentar. Harry se fijó en que en la mesa de profesores, tan solo Hagrid, la profesora Trelawney y el profesor Flitwick reían. La profesora Sprout estaba sonriendo, aunque trataba de ocultarlo, pero McGonagall no parecía nada contenta. Y mucho menos Snape, cuya expresión estaba llena de ira.
—¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un punto que estaba unos dos metros a la izquierda de Harry
Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirando como un zombi sus largos brazos. Harry lo esquivó, cogió un palo y se lo tiró a Crabbe. Le acertó en la espalda.
— Eso es agresión y es motivo de castigo — gruñó Snape.
Harry ya había supuesto que lo castigarían por ese momento de diversión, así que decidió disfrutar al máximo revivirlo a través de la lectura.
Harry retrocedió riendo en silencio mientras Crabbe ejecutaba en el aire una especie de pirueta para ver quién lo había arrojado.
Riendo, Harry decidió que, fuera cual fuera el castigo, había merecido la pena lanzarle barro a Malfoy, Crabbe y Goyle.
Como Ron era la única persona a la que Crabbe podía ver, fue a él a quien se dirigió. Pero Harry estiró la pierna. Crabbe tropezó, trastabilló y su pie grande y plano pisó la capa de Harry, que sintió un tirón y notó que la capa le resbalaba por la cara.
La gente estaba tan ocupada riendo que tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente.
—¡AAAH! —gritó, señalando la cabeza de Harry
Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con Crabbe y Goyle detrás.
Muchos rieron aún más fuerte, pero otros miraron a Harry con alarma.
— ¡Te vio! — exclamó Colin. — ¿Cómo conseguiste que no te expulsaran?
— Con mucha suerte — replicó Harry. Ahora más que nunca evitaba la mirada de Snape.
Harry se puso bien la capa, pero ya era demasiado tarde.
—Harry —dijo Ron, avanzando a trompicones y mirando hacia el lugar en que había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy se lo cuenta a alguien... lo mejor será que regreses rápidamente al castillo...
— Corre, corre — lo animó Ginny por lo bajo. Harry le sonrió.
—¡Nos vemos más tarde! —le dijo Harry, y volvió hacia el pueblo a todo correr. ¿Creería Malfoy lo que había visto? ¿Creería alguien a Malfoy? Nadie sabía lo de la capa invisible. Nadie excepto Dumbledore. Harry sintió un retortijón en el estómago. Si Malfoy contaba algo, Dumbledore comprendería perfectamente lo ocurrido.
Dumbledore se había mantenido perfectamente neutral durante todo lo que acababan de leer. Sin embargo, Harry habría jurado que lo había visto sonreír un momento, aunque había sido tan rápido que bien podía habérselo imaginado.
Volvió a Honeydukes, volvió a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, volvió a meterse por la trampilla, se quitó la capa, se la puso debajo del brazo y corrió todo lo que pudo por el pasadizo... Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo le costaría encontrar a un profesor?
— Tan solo un minuto — dijo Malfoy, mirando a Harry con rabia suprimida. — Todavía no sé cómo pudiste librarte de aquello, Potter.
Harry no respondió. Por desgracia, también leerían eso.
Jadeando, notando un pinchazo en el costado, Harry no dejó de correr hasta que alcanzó el tobogán de piedra. Tendría que dejar la capa donde antes. Era demasiado comprometida, en caso de que Malfoy se hubiera chivado a algún profesor. La ocultó en un rincón oscuro y empezó a escalar con rapidez.
— Si yo tuviera una capa de invisibilidad, jamás me atrevería a dejarla por ahí tirada — dijo Padma Patil.
— No la dejé ahí tirada — se defendió Harry. — Tenía que esconderla o me la quitarían.
Sus manos sudorosas resbalaban en los flancos del tobogán. Llegó a la parte interior de la joroba de la bruja, le dio unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y salió. La joroba se cerró y precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyó unos pasos ligeros que se aproximaban.
Era Snape.
Se oyeron gemidos y algún que otro murmullo preocupado.
Se acercó a Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con la toga negra, y se detuvo ante él.
—¿Y..? —preguntó.
Había en el profesor un aire contenido de triunfo. Harry trató de disimular, demasiado consciente de que tenía el rostro sudoroso y las manos manchadas de barro, que se apresuró a esconder en los bolsillos.
— No tenías escapatoria — dijo Sirius con una mueca.
—Ven conmigo, Potter —dijo Snape.
Harry lo siguió escaleras abajo, limpiándose las manos en el interior de la túnica sin que Snape se diera cuenta.
— No necesitaba ver el barro para saber dónde habías estado, Potter — bufó Snape.
Harry se atrevió a mirarle por primera vez y vio que parecía incluso más enfadado que antes.
Bajaron hasta las mazmorras y entraron en el despacho de Snape. Harry sólo había entrado en aquel lugar en una ocasión y también entonces se había visto en un serio aprieto. Desde aquella vez, Snape había comprado más seres viscosos y repugnantes, y los había metido en tarros. Estaban todos en estanterías, detrás de la mesa, brillando a la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire amenazador de la situación.
Curiosamente, la ira de Snape pareció suavizarse un poco al escuchar eso. Harry contuvo las ganas de rodar los ojos. No necesitaba más pruebas de que Snape disfrutaba aterrorizando a los alumnos.
—Siéntate —dijo Snape.
Harry se sentó. Snape, sin embargo, permaneció de pie.
—El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter —dijo Snape. Harry no abrió la boca.
—Me ha contado que se encontró con Weasley junto a la Casa de los Gritos. Al parecer, Weasley estaba solo.
Harry siguió sin decir nada.
El ambiente en el comedor se tensaba con cada frase de Snape. Todos estaban esperando a que el profesor explotara, tanto en el libro como en el presente.
—El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una gran cantidad de barro le golpeó en la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo crees que pudo ocurrir?
Harry trató de parecer sorprendido:
—No lo sé, profesor.
Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un hipogrifo: Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear.
Eso provocó algunas risitas que cesaron inmediatamente cuando Snape les lanzó una mirada fulminante.
—Entonces, el señor Malfoy presenció una extraordinaria aparición. ¿Se te ocurre qué pudo ser, Potter?
—No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente.
— Ejem, ejem…
Esta vez, Harry no resistió las ganas de rodar los ojos. Umbridge miró a Dumbledore y luego a Fudge antes de decir:
— Una vez más, queda demostrado que Potter no tiene reparos en mentir a la autoridad. Creo que, sabiendo esto, es necesario…
— No, no es necesario — la cortó la profesora Trelawney. — ¿Podemos seguir leyendo?
Umbridge pareció totalmente aturdida. Harry, Ron, Hermione y Ginny intercambiaron miradas atónitas, al igual que muchos otros en el comedor. Si la situación no fuera tan delicada, Harry le habría aplaudido a Trelawney.
— No voy a tolerar que…
— Por favor, Dolores — la interrumpió Dumbledore. — El tiempo apremia.
Le hizo un gesto a McLaggen y él siguió leyendo obedientemente.
—Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire.
Hubo un silencio prolongado.
—Tal vez debería acudir a la señora Pomfrey. Si ve cosas como...
Se oyeron risitas a lo largo de todo el comedor. Harry escuchó a Hermione murmurar:
— Estás loco.
Harry se encogió de hombros. No le parecía para tanto.
—¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade, Potter? —dijo Snape con voz suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna parte de tu cuerpo, en realidad.
— ¿Es cosa mía o es como si le estuviera hablando a un niño pequeño? — dijo Dean en voz baja.
— Si hubieras escuchado el tono en el que lo dijo, no te lo parecería — le aseguró Harry.
—Lo sé —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo se reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina...
—Malfoy no tiene alucinaciones —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras quedasen a un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, también estaba el resto.
Harry miró a Malfoy y no se sorprendió al ver lo mucho que estaba disfrutando esto.
—He estado arriba, en la torre de Gryffindor —dijo Harry—. Como usted me mandó.
—¿Hay alguien que pueda testificarlo?
Harry no dijo nada. Los finos labios de Snape se torcieron en una horrible sonrisa.
A más de uno le dio un escalofrío al oír eso.
—Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de Magia para abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter. Pero el famoso Harry Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se preocupe de su seguridad! El famoso Harry Potter va donde le apetece sin pensar en las consecuencias.
— Te estás pasando un poco, ¿no? — dijo Sirius en voz alta. — Solo se ha dado un paseo por Hogsmeade. No es para tanto.
— Fue a pasearse por Hogsmeade sabiendo que un asesino iba tras él — replicó Snape en tono mordaz. Todo el comedor se quedó en silencio.
— Pero ningún asesino le perseguía — insistió Sirius.
— Potter pensaba que sí y eso es más que suficiente — dijo Snape, zanjando la discusión. Sirius rodó los ojos pero no quiso seguir llevándole la contraria a Snape, cosa que Harry agradeció internamente.
Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. Pero no iba a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas.
— Muy bien, Potter — dijo Moody. — No te dejes provocar.
—¡Cómo te pareces a tu padre! —dijo de repente Snape, con los ojos relampagueantes—. También él era muy arrogante. No era malo jugando al quidditch y eso le hacía creerse superior a los demás. Se pavoneaba por todas partes con sus amigos y admiradores. El parecido es asombroso.
— ¡Severus! — exclamó McGonagall. — ¿Es que no puedes dejar tus asuntos personales fuera del colegio? Tu deber ahí era interrogar a Harry, no insultar a James Potter.
Harry agradeció mucho que McGonagall hubiera sido tan rápida en contestar a Snape, porque Sirius se había tensado mucho y había estado a punto de ponerse en pie. Si McGonagall no hubiera dicho nada, Sirius probablemente habría lanzado un maleficio a Snape.
Por su parte, el profesor de pociones se mantuvo en silencio, ignorando tanto a McGonagall como a todos los profesores y alumnos que parecían exasperados por su conducta. Dumbledore, sin embargo, parecía algo entristecido.
—Mi padre no se pavoneaba —dijo Harry, sin poderse contener—. Y yo tampoco.
—Tu padre tampoco respetaba mucho las normas —prosiguió Snape, en sus trece, con el delgado rostro lleno de malicia—. Las normas eran para la gente que estaba por debajo, no para los ganadores de la copa de quidditch. Era tan engreído...
—¡CÁLLESE!
Se oyeron jadeos y gritos ahogados. Más de un alumno se llevó las manos a la boca y Harry casi gimió cuando oyó a Sirius soltar una carcajada.
— Genial, Harry — lo felicitó. Harry deseó que no lo hiciera, porque notaba la mirada de Snape cada vez más potente y llena de furia.
Harry se puso en pie. Lo invadía una rabia que no había sentido desde su última noche en Privet Drive. No le importaba que Snape se hubiera puesto rígido ni que sus ojos negros lo miraran con un fulgor amenazante:
—¿Qué has dicho, Potter?
— Oh, no — murmuró Hermione.
— ¿Cómo sobreviviste a eso? — susurró Ginny, con los ojos como platos.
— Ahora verás — murmuró Harry, algo nervioso.
—¡Le he dicho que deje de hablar de mi padre! Conozco la verdad. Él le salvó a usted la vida. ¡Dumbledore me lo contó! ¡Si no hubiera sido por mi padre, usted ni siquiera estaría aquí!
La piel cetrina de Snape se puso del color de la leche agria.
—¿Y el director te contó las circunstancias en que tu padre me salvó la vida? — susurró—. ¿O consideró que esos detalles eran demasiado desagradables para los delicados oídos de su estimadísimo Potter?
Todo el comedor se encontraba en el más absoluto silencio. Snape estaba furioso, al igual que Sirius, a quien Lupin había cogido del brazo para evitar que se levantara de su asiento.
Harry se mordió el labio. No sabía cómo había ocurrido y no quería admitir que no lo sabía. Pero parecía que Snape había adivinado la verdad.
— Como siempre, Potter habló sin saber — dijo Snape, rompiendo el silencio. — Las ideas que tenía sobre su padre eran totalmente equivocadas.
— No hables sobre James — saltó Sirius, librándose del agarre de Lupin y poniéndose en pie. — Fue mucho mejor persona que tú.
Snape también se levantó, varita en mano.
— James Potter fue un canalla y un cobarde — le espetó. — Y tú, su fiel perrito faldero.
Sirius también sacó la varita, pero entonces Dumbledore se puso en pie.
— No es ni el momento ni el lugar para esto — dijo lentamente. Para Harry no pasó desapercibida la advertencia que escondían sus palabras. — Por favor, bajen las varitas y tomen asiento.
Por mucho que Snape y Sirius se odiaran, ninguno de los dos estaba dispuesto a luchar contra Dumbledore, por lo que no tuvieron más remedio que hacerle caso. El ambiente en el comedor era más tenso que antes y Harry deseaba que Snape dejara de mirarlos a Sirius y a él con tanto odio.
—Lamentaría que salieras de aquí con una falsa idea de tu padre —añadió con una horrible mueca—. ¿Imaginabas algún acto glorioso de heroísmo? Pues permíteme que te desengañe. Tu santo padre y sus amigos me gastaron una broma muy divertida, que habría acabado con mi vida si tu padre no hubiera tenido miedo en el último momento y no se hubiera echado atrás. No hubo nada heroico en lo que hizo. Estaba salvando su propia piel tanto como la mía. Si su broma hubiera tenido éxito, lo habrían echado de Hogwarts.
— De hecho, ¿no deberían haberlo echado de Hogwarts por intentar gastar una broma mortal? — preguntó Umbridge inocentemente. — ¿Qué tiene que decir al respecto, profesor Dumbledore?
Umbridge había elegido el momento equivocado para molestar a Dumbledore. El director seguía muy serio tras la casi pelea de Sirius y Snape, y le lanzó una mirada tan gélida a Umbridge que la dejó sin palabras.
Al ver que nadie decía nada, McLaggen siguió leyendo con pinta de estar muy incómodo.
Snape enseñó los dientes, irregulares y amarillos.
—¡Da la vuelta a tus bolsillos, Potter! —le ordenó de repente. Harry no se movió. Oía los latidos que le retumbaban en los oídos.
—¡Da la vuelta a tus bolsillos o vamos directamente al director! ¡Dales la vuelta, Potter!
Tras lo que acababan de presenciar, la escapada de Harry a Hogsmeade ya no parecía tan seria como antes. Muchos aún miraban a Sirius y Snape con cautela.
Temblando de miedo, Harry sacó muy lentamente la bolsa de artículos de broma de Zonko y el mapa del merodeador.
Harry hizo una mueca. Esperaba que nadie le prestara mucha atención a que había temblado de miedo por culpa de Snape.
Sin embargo, la expresión burlona que cruzó el rostro de Snape durante un momento le hizo saber que él sí se había dado cuenta.
Snape cogió la bolsa de Zonko.
—Todo me lo ha dado Ron —dijo Harry, esperando tener la posibilidad de poner a Ron al corriente antes de que Snape lo viera—. Me lo trajo de Hogsmeade la última vez...
—¿De verdad? ¿Y lo llevas encima desde entonces? ¡Qué enternecedor...!
— Como excusa, es un poco pobre — murmuró Fred. — Aunque creo que da igual lo que dijeras, estabas en serios problemas.
Harry no podía estar más de acuerdo.
¿Y esto qué es?
Snape acababa de coger el mapa. Harry hizo un enorme esfuerzo por mantenerse impasible.
—Un trozo de pergamino que me sobró —dijo encogiéndose de hombros.
Snape le dio la vuelta, con los ojos puestos en Harry.
—Supongo que no necesitarás un trozo de pergamino tan viejo —dijo—. ¿Puedo tirarlo?
Acercó la mano al fuego.
Muchos jadearon. Fred y George se llevaron la mano al pecho, horrorizados.
—¡No! —exclamó Harry rápidamente.
—¿Cómo? —dijo Snape. Las aletas de la nariz le vibraban—. ¿Es otro precioso regalo del señor Weasley? ¿O es... otra cosa? ¿Quizá una carta escrita con tinta invisible? ¿O tal vez... instrucciones para llegar a Hogsmeade evitando a los dementores?
Harry parpadeó. Los ojos de Snape brillaban.
También brillaban en el presente. Harry supuso que debía ser muy satisfactorio ver cómo sus teorías sobre el pergamino se demostraban ciertas frente a todos.
—Veamos, veamos... —susurró, sacando la varita y desplegando el mapa sobre la mesa—. ¡Revela tu secreto! —dijo, tocando el pergamino con la punta de la varita.
No ocurrió nada. Harry enlazó las manos para evitar que temblaran.
— Pobrecito — oyó murmurar a Alicia Spinnet.
—¡Muéstrate! —dijo Snape, golpeando el mapa con energía. Siguió en blanco. Harry respiró aliviado.
—¡Severus Snape, profesor de este colegio, te ordena enseñar la información que ocultas! —dijo Snape, volviendo a golpear el mapa con la varita.
Harry tragó saliva. Sabía lo que venía ahora.
Como si una mano invisible escribiera sobre él, en la lisa superficie del mapa fueron apareciendo algunas palabras: «El señor Lunático presenta sus respetos al profesor Snape y le ruega que aparte la narizota de los asuntos que no le atañen.»
El comedor se sumió en un silencio estupefacto. Tras unos segundos, Sirius soltó un bufido que claramente era una risa camuflada.
Snape se quedó helado. Harry contempló el mensaje estupefacto. Pero el mapa no se detuvo allí. Aparecieron más cosas escritas debajo de las primeras líneas: «El señor Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y sólo quisiera añadir que el profesor Snape es feo e imbécil.»
Esta vez, Sirius soltó una risotada que resonó en el comedor. Snape lo fulminó con la mirada, pero no volvió a coger su varita. La amenaza encubierta de Dumbledore había surtido efecto.
Habría resultado muy gracioso en otra situación menos grave. Y había más: «El señor Canuto quisiera hacer constar su estupefacción ante el hecho de que un idiota semejante haya llegado a profesor.»
— Totalmente de acuerdo — añadió Sirius, sonriendo como si acabara de llegar la navidad.
A lo largo del comedor, cada vez más gente despertaba del shock y asimilaba lo que estaban leyendo. Harry escuchaba risas aisladas, pero todos trataban de contenerse. Nadie quería enfadar más a Snape.
Harry cerró los ojos horrorizado. Al abrirlos, el mapa había añadido las últimas palabras: «El señor Colagusano saluda al profesor Snape y le aconseja que se lave el pelo, el muy guarro.»
Eso fue demasiado. Fred, George y Ron estallaron en risas, provocando que el resto de alumnos de Gryffindor no pudieran resistirlo más y se echaran a reír también.
Fue como un efecto dominó. Al escuchar a los Gryffindor, los Hufflepuff y Ravenclaw que estaban aguantando las ganas de reír perdieron el control. Solo los Slytherin se mantuvieron serios.
— No sé quiénes son Lunático, Colanosequé y todos esos, pero son mis ídolos — exclamó Dennis Creevey.
En cuanto a los profesores, la mayoría consiguió mantener el semblante neutral, si bien Hagrid tuvo que toser dos veces para disimular una risita.
Cuando todo el mundo se hubo calmado, McLaggen siguió leyendo, tratando de no sonreír con todas sus fuerzas.
Harry aguardó el golpe.
Todo rastro de risa desapareció al instante.
— ¿Golpe? — repitió Hermione, horrorizada. Ron se había puesto blanco.
Harry tardó unos segundos en entender por qué tanta gente se había girado para mirarlo.
— ¡No! — exclamó. — No me refería a un golpe real... Es una forma de hablar.
Arthur y Molly Weasley intercambiaron miradas. Parecían consternados. Sirius abrió y cerró la boca varias veces, pasando la mirada entre Snape y Harry una y otra vez.
— Potter.
Con una mueca, deseando desaparecer del comedor, Harry levantó la cabeza para mirar a Snape, quien parecía más pálido de lo normal.
— Puede que odiara a tu padre y que crea que tú eres tan arrogante como él — dijo Snape despacio, hablando claro. El comedor al completo escuchaba con atención. — Pero jamás te he puesto un dedo encima y jamás lo haré. Ninguno de los profesores puede agredir a un alumno, bajo ninguna circunstancia.
Harry pensó en Umbridge, pero no dijo nada. Se le había formado un nudo en la garganta.
— Quiero que eso quede claro para absolutamente todos los alumnos — dijo Dumbledore. — El castigo físico está terminantemente prohibido en Hogwarts. ¿De acuerdo?
Muchos asintieron, incluido Harry, aunque sabía que era solo una verdad a medias. Ron le puso la mano en el hombro, apoyándole en silencio.
— Siga leyendo, McLaggen — gruñó Snape.
—Bueno... —dijo Snape con voz suave—. Ya veremos.
Se dirigió al fuego con paso decidido, cogió de un tarro un puñado de polvo brillante y lo arrojó a las llamas.
—¡Lupin! —gritó Snape dirigiéndose al fuego—. ¡Quiero hablar contigo!
Eso dejó confundidos a muchos, que miraron a Lupin con sorpresa. Con lo callado que había estado durante la lectura, nadie se imaginaba que había estado al corriente de lo sucedido aquel día en el despacho de Snape.
Totalmente asombrado, Harry se quedó mirando el fuego. Una gran forma apareció en él, revolviéndose muy rápido. Unos segundos más tarde, el profesor Lupin salía de la chimenea sacudiéndose las cenizas de la toga raída.
—¿Llamabas, Severus? —preguntó Lupin, amablemente.
—Sí —respondió Snape, con el rostro crispado por la furia y regresando a su mesa con amplias zancadas—. Le he dicho a Potter que vaciara los bolsillos y llevaba esto.
Snape señaló el pergamino en el que todavía brillaban las palabras de los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. En el rostro de Lupin apareció una expresión extraña y hermética.
Las miradas curiosas aumentaron, pero Lupin fingió no darse cuenta.
— Uf, eso debió ser difícil — dijo Sirius con una mueca. Lupin no respondió, pero Harry pensó que no hacía falta. Estaba claro que volver a ver el mapa no había sido precisamente agradable para Lupin.
—¿Qué te parece? —dijo Snape. Lupin siguió mirando el mapa. Harry tenía la impresión de que Lupin estaba muy concentrado—. ¿Qué te parece? —repitió Snape —. Este pergamino está claramente encantado con Artes Oscuras. Entra dentro de tu especialidad, Lupin. ¿Dónde crees que lo pudo conseguir Potter?
— ¿Artes Oscuras? — repitió McGonagall. — Lo dudo.
Snape la ignoró totalmente.
Lupin levantó la vista y con una mirada de soslayo a Harry, le advirtió que no lo interrumpiera.
—¿Con Artes Oscuras? —repitió con voz amable—. ¿De verdad lo crees, Severus? A mí me parece simplemente un pergamino que ofende al que intenta leerlo. Infantil, pero seguramente no peligroso. Supongo que Harry lo ha comprado en una tienda de artículos de broma.
Harry agradeció a Lupin con la mirada. El profesor le sonrió.
—¿De verdad? —preguntó Snape. Tenía la quijada rígida a causa del enfado—. ¿Crees que una tienda de artículos de broma le vendería algo como esto? ¿No crees que es más probable que lo consiguiera directamente de los fabricantes?
— ¿Por qué iba a conseguirlo directamente de los fabricantes? — preguntó Ernie, pero se arrepintió cuando Snape lo miró muy mal.
Harry no entendía qué quería decir Snape. Y daba la impresión de que Lupin tampoco.
— Eres muy buen actor — comentó Sirius, dándole a Lupin una palmadita en la espalda. Todos los que lo escucharon miraron a Lupin con sorpresa y algo de cautela.
Lo que faltaba, pensó Harry. Esperaba que ahora no fueran a desconfiar de Lupin también.
—¿Quieres decir del señor Colagusano o cualquiera de esas personas? — preguntó—. Harry, ¿conoces a alguno de estos señores?
—No —respondió rápidamente Harry.
Sirius soltó una risita y dijo por lo bajo:
— Bueno, eso no es del todo cierto…
Los gemelos lo miraron con suspicacia.
—¿Lo ves, Severus? —dijo Lupin, volviéndose hacia Snape—. Creo que es de Zonko.
En ese momento entró Ron en el despacho. Llegaba sin aliento. Se paró de pronto delante de la mesa de Snape, con una mano en el pecho e intentando hablar.
—Yo... le di... a Harry... ese objeto —dijo con la voz ahogada—. Lo compré en Zonko hace mucho tiempo...
— ¿Cómo supiste exactamente qué decir? — preguntó Neville, asombrado.
Ron se encogió de hombros.
— Me pareció que era lo lógico.
—Bien —dijo Lupin, dando una palmada y mirando contento a su alrededor—. ¡Parece que eso lo aclara todo! Me lo llevo, Severus, si no te importa —Plegó el mapa y se lo metió en la toga—. Harry, Ron, venid conmigo. Tengo que deciros algo relacionado con el trabajo sobre los vampiros. Discúlpanos, Severus.
— Claro. El trabajo sobre los vampiros — dijo Tonks, rodando los ojos. — Qué buena excusa.
— Funcionó y eso es lo que importa — se defendió Lupin.
Harry no se atrevió a mirar a Snape al salir del despacho. Él, Ron y Lupin hicieron todo el camino hasta el vestíbulo sin hablar. Luego Harry se volvió a Lupin.
—Señor profesor, yo...
—No quiero disculpas —dijo Lupin. Echó una mirada al vestíbulo vacío y bajó la voz—. Da la casualidad de que sé que este mapa fue confiscado por el señor Filch hace muchos años. Sí, sé que es un mapa —dijo ante los asombrados Harry y Ron—.
Ahora, todo el comedor escuchaba con mucha atención. Más de un alumno miraba a Lupin con curiosidad, como si fuera un puzzle que tuvieran que descifrar.
No quiero saber cómo ha caído en vuestras manos. Me asombra, sin embargo, que no lo entregarais, especialmente después de lo sucedido en la última ocasión en que un alumno dejó por ahí información relativa al castillo. No te lo puedo devolver, Harry.
— ¿Así que el mapa se lo quedó el profesor Lupin? — dijo Angelina. — ¿Ya no lo tienes?
Harry no supo qué responder. Con una punzada, se dio cuenta de que era cierto que ya no tenía el mapa. Y, lo peor, no tenía ni idea de quiénes eran los que se lo habían quitado.
Bueno, sí. Estaba bastante seguro de que uno de los encapuchados era George, pero incluso eso era solo una conjetura.
Harry ya lo suponía, y quería explicarse.
—¿Por qué pensó Snape que me lo habían dado los fabricantes?
—Porque... porque los fabricantes de estos mapas habrían querido sacarte del colegio. Habrían pensado que era muy divertido.
— ¿Cómo sabe eso? — preguntó Ritchie Coote, sorprendido. Lupin hizo una mueca y señaló el libro.
—¿Los conoce? —dijo Harry impresionado.
—Nos hemos visto —dijo Lupin lacónicamente.
Sirius bufó.
— Creo que no solo los has visto — dijo en voz baja. Los pocos que pudieron escucharlo parecían aún más perplejos que antes.
Miraba a Harry más serio que nunca—. No esperes que te vuelva a encubrir, Harry. No puedo conseguir que te tomes en serio a Sirius Black, pero creía que los gritos que oyes cuando se te aproximan los dementores te habían hecho algún efecto. Tus padres dieron su vida para que tú siguieras vivo, Harry. Y tú les correspondes muy mal... cambiando su sacrificio por una bolsa de artículos de broma.
El silencio volvió al comedor y Harry deseó que la tierra se lo tragase. Todos pasaban la vista entre Lupin y Harry, como esperando una pelea.
— Quizá fui un poco brusco — admitió Lupin. — Pero espero que lo entiendas, Harry.
— Lo entiendo — le aseguró Harry. Y era cierto. Puede que Sirius no hubiera sido una amenaza real, pero eso no lo sabían. Lupin había dicho algo un poco cruel pero que Harry necesitaba escuchar.
Algo decepcionado de que no hubiera habido otro enfrentamiento, McLaggen siguió leyendo.
Se marchó y Harry se sintió mucho peor que en el despacho de Snape.
—Normal, hasta yo me sentí mal — dijo Ron.
Despacio, subieron la escalera de mármol. Al pasar al lado de la estatua de la bruja tuerta, Harry se acordó de la capa invisible. Seguía allí abajo, pero no se atrevió a ir por ella.
—Es culpa mía —dijo Ron de pronto—. Yo te persuadí de que fueras. Lupin tiene razón. Fue una idiotez. No debimos hacerlo.
— Me alegra que al final lo entendierais — dijo la señora Weasley. Ya no parecía enfadada.
Dejó de hablar. Habían llegado al corredor en que los troles de seguridad estaban haciendo la ronda y por el que Hermione avanzaba hacia ellos. Al verle la cara, a Harry no le cupo ninguna duda de que estaba enterada de lo ocurrido. Sintió una enorme desazón. ¿Se lo habría contado a la profesora McGonagall?
— Ni lo sabía ni se lo conté a nadie — dijo Hermione cuando varias personas se giraron para mirarla.
—¿Has venido a darte el gusto? —le preguntó Ron cuando se detuvo la muchacha—. ¿O acabas de delatarnos?
—No —respondió Hermione. Tenía en las manos una carta y el labio le temblaba —. Sólo creí que debíais saberlo. Hagrid ha perdido el caso. Van a ejecutar a Buckbeak.
Hagrid jadeó.
— Ya está — anunció McLaggen, dejando el libro en el atril con torpeza.
— Menudo final — resopló Charlie. — Entre lo de Snape, lo de Lupin y lo de Buckbeak…
Dumbledore cogió el libro de nuevo.
— Creo que podemos leer uno más antes de hacer un pequeño descanso. El siguiente se titula: La final de quidditch, y tengo la impresión de que será más agradable que este.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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