miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta, capítulo 1

 El peor cumpleaños:


Todos se pusieron en pie y Dumbledore hizo el ya acostumbrado gesto con la varita que convertía las mesas y sillas en cómodos sillones, sofás y almohadas.

— ¿Quién quiere leer? — preguntó mientras todos tomaban asiento. Muchas manos se alzaron y Dumbledore eligió a Katie Bell.

Katie caminó hasta la tarima, cogió el libro y leyó:

— El libro se titula Harry Potter y la Cámara Secreta.

Aunque todos lo sabían ya, muchos se tensaron.

— Y el primer capítulo se titula — abrió el libro — El peor cumpleaños.

Harry gimió. Recordaba cómo había sido su cumpleaños aquel año y no tenía ningunas ganas de leerlo delante de todos. Sin pensarlo, se puso en pie.

— ¿Tenemos que leer esto? — preguntó. — ¿No podemos pasar directamente a Hogwarts?

— Si no me equivoco, tuviste un invitado muy especial el día de tu cumpleaños — le recordó el profesor Dumbledore. Muchos lo miraron con curiosidad.

— Podemos leer solo su advertencia y pasar directamente a Hogwarts — propuso Harry, aunque no tenía ninguna esperanza de que le hicieran caso.

Efectivamente, nadie quiso hacerle caso y Dumbledore, con gesto sombrío, le hizo una seña a Katie para que leyera. Ella lanzó una mirada culpable a Harry antes de comenzar a leer. El chico bufó y se sentó entre sus amigos, quienes le dieron palmadas en la espalda de apoyo.

No era la primera vez que en el número 4 de Privet Drive estallaba una discusión durante el desayuno.

— Qué sorpresa — ironizó Dean.

A primera hora de la mañana, había despertado al señor Vernon Dursley un sonoro ulular procedente del dormitorio de su sobrino Harry.

Una vez más, Harry se sorprendió de la rapidez con la que las expresiones de todos cambiaban con tan solo escuchar las palabras "Vernon Dursley".

¡Es la tercera vez esta semana! —se quejó, sentado a la mesa—. ¡Si no puedes dominar a esa lechuza, tendrá que irse a otra parte!

Harry intentó explicarse una vez más.

Es que se aburre. Está acostumbrada a dar una vuelta por ahí. Si pudiera dejarla salir aunque sólo fuera de noche…

— ¿Qué clase de monstruo mantiene una lechuza encerrada las veinticuatro horas del día? — exclamó Hannah Abbott.

— Pobre Hedwig — se lamentó Lavender. Harry le sonrió.

¿Acaso tengo cara de idiota? —gruñó tío Vernon, con restos de huevo frito en el poblado bigote—. Ya sé lo que ocurriría si saliera la lechuza.

Algunos pusieron caras de asco.

— Me parece que tu tío tampoco va a hacer muchos amigos con este libro — le dijo Ron. Harry bufó.

— Si esta conversación les enfada, cuando lean lo que pasó después van a estallar — susurró.

Cambió una mirada sombría con su esposa, Petunia.

Harry quería seguir discutiendo, pero un eructo estruendoso y prolongado de Dudley, el hijo de los Dursley, ahogó sus palabras.

— Qué asco — se quejó un Ravenclaw de segundo.

¡Quiero más beicon!

Queda más en la sartén, ricura —dijo tía Petunia,

Muchos bufaron, pero otros rieron.

— Ricura — repitió Fred con una expresión entre asqueada y divertida. — Ha llamado a esa cosa ricura.

volviendo los ojos a su robusto hijo—. Tenemos que alimentarte bien mientras podamos… No me gusta la pinta que tiene la comida del colegio…

No digas tonterías, Petunia, yo nunca pasé hambre en Smeltings —dijo con énfasis tío Vernon—. Dudley come lo suficiente, ¿verdad que sí, hijo?

— Parece que ese chico nunca tiene suficiente de nada — comentó Tonks. — Siempre quiere más regalos, más comida, más atención…

— Es un mimado — afirmó Charlie.

Dudley, que estaba tan gordo que el trasero le colgaba por los lados de la silla, hizo una mueca y se volvió hacia Harry.

Pásame la sartén.

Se te han olvidado las palabras mágicas —repuso Harry de mal talante.

Algunos rieron.

— Qué maleducado — se quejó la profesora Sprout.

El efecto que esta simple frase produjo en la familia fue increíble: Dudley ahogó un grito y se cayó de la silla con un batacazo que sacudió la cocina entera; la señora Dursley profirió un débil alarido y se tapó la boca con las manos, y el señor Dursley se puso de pie de un salto, con las venas de las sienes palpitándole.

— ¿Qué demonios? — dijo Seamus.

No fue el único. Muchos miraron a Harry con extrañeza, queriendo saber qué acababa de suceder. Confundida, Katie siguió leyendo.

¡Me refería a «por favor»! —dijo Harry inmediatamente—. No me refería a…

¿QUÉ TE TENGO DICHO —bramó el tío, rociando saliva por toda la mesa—ACERCA DE PRONUNCIAR LA PALABRA CON «M» EN ESTA CASA?

— ¡La palabra con M! — exclamó Roger Davies.

— ¿Magia? ¿Se refieren a magia? — preguntó incrédulo un chico de segundo de Hufflepuff al que Harry no conocía.

— Tiene que ser una broma— dijo Malfoy. Miraba a Harry entre sorprendido y asqueado. — No pueden ser tan estúpidos como para prohibir la palabra magia.

— Lo son — aunque le desagradaba estar de acuerdo en algo con Draco Malfoy, Harry no tenía más remedio que admitir los hechos.

Pero yo…

¡CÓMO TE ATREVES A ASUSTAR A DUDLEY! —dijo furioso tío Vernon, golpeando la mesa con el puño.

— ¡Se ha asustado él solito! — se quejó Hermione.

— Menudo cobarde — bufó Ron.

Yo sólo…

¡TE LO ADVERTÍ! ¡BAJO ESTE TECHO NO TOLERARÉ NINGUNA MENCIÓN A TU ANORMALIDAD!

— ¿Anormalidad? — repitieron varias voces, todas con el mismo tono de incredulidad.

— ¿Nos está llamando anormales? — exclamó Cormac McLaggen, muy indignado. — Pedazo de imbécil.

Los profesores no se molestaron en reprocharle sus palabras, ya que todos pensaban lo mismo. McGonagall tenía los labios tan apretados que eran solo dos líneas finas. Harry vio cómo miraba de reojo al director.

Harry miró el rostro encarnado de su tío y la cara pálida de su tía, que trataba de levantar a Dudley del suelo.

— Pues va a necesitar mucha suerte para conseguirlo — bufó Ginny.

De acuerdo —dijo Harry—, de acuerdo…

Tío Vernon volvió a sentarse, resoplando como un rinoceronte al que le faltara el aire y vigilando estrechamente a Harry por el rabillo de sus ojos pequeños y penetrantes.

Esta vez nadie rió por la comparación entre Tío Vernon y un rinoceronte sin aire, porque todos estaban demasiado indignados por sus palabras.

Desde que Harry había vuelto a casa para pasar las vacaciones de verano, tío Vernon lo había tratado como si fuera una bomba que pudiera estallar en cualquier momento; porque Harry no era un muchacho normal. De hecho, no podía ser menos normal de lo que era.

Harry bufó.

— Eh, a mí me gustaría que mi vida fuera normal — se quejó. — No es mi culpa que cada año pase algo.

— Atraes la mala suerte — le dijo Neville. — Quizá deberías comprarte un amuleto o algo.

— Pues yo creo que es al contrario — intervino Luna, quien estaba sentada junto a Ginny. — Opino que Harry tiene mucha suerte.

Hermione arqueó la ceja y Ron fingió no haber escuchado a Luna. Por su parte, Harry no daba crédito a lo que decía la chica, pero se salvó de tener que responderle cuando Katie siguió leyendo.

Harry Potter era un mago…, un mago que acababa de terminar el primer curso en el Colegio Hogwarts de Magia. Y si a los Dursley no les gustaba que Harry pasara con ellos las vacaciones, su desagrado no era nada comparado con el de su sobrino.

Harry asintió, dándole la razón al libro, y Dean le dio un par de palmadas en la espalda en señal de apoyo.

Añoraba tanto Hogwarts que estar lejos de allí era como tener un dolor de estómago permanente.

— Como para no echarlo de menos, teniendo que vivir con esa gente — dijo Parvati. Miró directamente a Harry antes de añadir: — No sé cómo los aguantas.

— Yo tampoco — dijo él.

Añoraba el castillo, con sus pasadizos secretos y sus fantasmas; las clases (aunque quizá no a Snape, el profesor de Pociones);

Snape rodó los ojos.

las lechuzas que llevaban el correo; los banquetes en el Gran Comedor; dormir en su cama con dosel en el dormitorio de la torre; visitar a Hagrid, el guardabosques, que vivía en una cabaña en las inmediaciones del bosque prohibido;

Hagrid le sonrió, feliz de que Harry hubiera pensado en el durante el verano.

y, sobre todo, añoraba el quidditch, el deporte más popular en el mundo mágico, que se jugaba con seis altos postes que hacían de porterías, cuatro balones voladores y catorce jugadores montados en escobas.

— Eso ya lo sabemos — dijo Montague, un chico de Slytherin. — ¿Por qué leemos tanta información inútil?

Muchos estaban de acuerdo con él, incluido Harry.

— ¿Veis? Sería más útil pasar directamente a mi conversación con Dobby — dijo en voz alta.

— ¿Quién es Dobby? — preguntó una chica de sexto de Hufflepuff.

— Lo siento, pero debemos leer el capítulo al completo — insistió Dumbledore. Ni siquiera se había dignado a mirar a Harry a los ojos.

De nuevo, Katie siguió leyendo con una expresión de culpabilidad, plenamente consciente de que Harry no quería leer ese capítulo.

En cuanto Harry llegó a la casa, tío Vernon le guardó en un baúl bajo llave, en la alacena que había bajo la escalera, todos sus libros de hechizos, la varita mágica, las túnicas, el caldero y la escoba de primerísima calidad, la Nimbus 2.000.

— ¡Qué cabrón! — saltó, para sorpresa de Harry, Colin Creevey. Por un instante se dio cuenta de que Colin ya no era el niño de primero que lo seguía a todas partes. Estaba en cuarto curso, tenía la misma edad que Harry cuando participó en el Torneo de los Tres Magos. De hecho, a estas alturas del curso Harry ya se había enfrentado al Colacuerno Húngaro en la primera prueba y aún le quedaban las dos más complicadas por delante. Con cierta sensación de vértigo, Harry pensó que Colin ya era mayor de lo que él había sido en aquella prueba.

¿Qué les importaba a los Dursley si Harry perdía su puesto en el equipo de quidditch de Gryffindor por no haber practicado en todo el verano? ¿Qué más les daba a los Dursley si Harry volvía al colegio sin haber hecho los deberes?

— Es intolerable — declaró Ernie Macmillan.

— ¿Cómo pudiste hacer los deberes? — le preguntó Terry Boot con curiosidad.

— Los hice al final del verano.

Los Dursley eran lo que los magos llamaban muggles, es decir, que no tenían ni una gota de sangre mágica en las venas, y para ellos tener un mago en la familia era algo completamente vergonzoso.

— Pues a mí ellos me dan vergüenza ajena — dijo Demelza Robins, obviamente enfadada.

Tío Vernon había incluso cerrado con candado la jaula de Hedwig, la lechuza de Harry, para que no pudiera llevar mensajes a nadie del mundo mágico.

— Eso es muy cruel — exclamó Susan Bones.

Harry no se parecía en nada al resto de la familia.

— Menos mal — soltó Ginny, haciendo reír a todos los que la escucharon, incluidos Harry, Ron y Hermione. A Michael Corner no pareció hacerle mucha gracia el comentario.

Tío Vernon era corpulento, carecía de cuello y llevaba un gran bigote negro; tía Petunia tenía cara de caballo y era huesuda; Dudley era rubio, sonrosado y gordo. Harry, en cambio, era pequeño y flacucho,

Harry hizo una mueca, mientras algunos reían.

con ojos de un verde brillante y un pelo negro azabache siempre alborotado. Llevaba gafas redondas y en la frente tenía una delgada cicatriz en forma de rayo.

— Ya sabemos qué cara tiene Potter — se quejó Malfoy. — Este capítulo está siendo una basura.

Crabbe y Goyle le dieron la razón, asintiendo vigorosamente con sus grandes cabezas.

Era esta cicatriz lo que convertía a Harry en alguien muy especial, incluso entre los magos.

Se escucharon algunos bufidos y risitas desde la zona en la que la mayoría de Slytherin estaban sentados.

Harry quiso que la tierra lo tragase.

La cicatriz era el único vestigio del misterioso pasado de Harry y del motivo por el que lo habían dejado, hacía once años, en la puerta de los Dursley.

— Sigo sin poder creerme que el profesor Dumbledore lo dejara allí sin más — dijo Angelina. Muchos asintieron.

— No fue su mejor decisión, desde luego — le respondió el profesor Lupin. Dumbledore no dijo nada para defenderse.

A la edad de un año, Harry había sobrevivido milagrosamente a la maldición del hechicero tenebroso más importante de todos los tiempos, lord Voldemort, cuyo nombre muchos magos y brujas aún temían pronunciar.

Katie, cuya voz había temblado ligeramente al leer el nombre de Voldemort por primera vez, pareció estar muy de acuerdo con esa afirmación.

Los padres de Harry habían muerto en el ataque de Voldemort, pero Harry se había librado, quedándole la cicatriz en forma de rayo. Por alguna razón desconocida, Voldemort había perdido sus poderes en el mismo instante en que había fracasado en su intento de matar a Harry.

— ¿Sabremos cómo sucedió durante la lectura? — preguntó una chica de sexto de Ravenclaw.

— A saber — le respondió su amiga.

— Por desgracia, los profesores tampoco tenemos ni idea del contenido de los libros, especialmente de los que hablan del futuro — le informó la profesora McGonagall. — Así que nos es imposible contestar a tu pregunta.

Sin embargo, Harry estaba seguro de que el profesor Dumbledore podría contestarla perfectamente. Seguro que se había leído todos los libros. Se imaginó al director pasando todo el domingo encerrado en su despacho, devorando los libros del futuro y haciendo planes, y sintió una oleada de rabia. Si alguien tenía el derecho a leerlos primero, era él.

De forma que Harry se había criado con sus tíos maternos. Había pasado diez años con ellos sin comprender por qué motivo sucedían cosas raras a su alrededor, sin que él hiciera nada,

— Sí que lo hacías — le recordó Hermione.

Harry rodó los ojos.

— Pero no lo sabía.

y creyendo la versión de los Dursley, que le habían dicho que la cicatriz era consecuencia del accidente de automóvil que se había llevado la vida de sus padres.

Canuto gruñó. Se encontraba acostado entre Lupin y Tonks, a tan solo un sofá de distancia de Harry.

Pero más adelante, hacía exactamente un año, Harry había recibido una carta de Hogwarts y así se había enterado de toda la verdad. Ocupó su plaza en el colegio de magia, donde tanto él como su cicatriz se hicieron famosos…

— Ya lo eran antes — dijo un chico de séptimo de Gryffindor con el que Harry nunca había hablado. — Solo que no te poníamos cara.

— ¿En serio tenemos que leer todo esto? — esta vez fue un Ravenclaw el que se quejó. — Es como un resumen del libro anterior.

— Suficiente — dijo el profesor Snape. — El libro se va a leer al completo, aunque, en mi opinión, algunas partes constituyan una pérdida de tiempo.

Harry estaba seguro de que Snape había dicho eso solo porque sabía que Harry no deseaba leer ese capítulo.

— Estoy de acuerdo con usted, profesor Snape — intervino la profesora Umbridge. Harry notó con asco que la mujer se había vuelto a poner ese lazo negro que parecía una gran mosca sobre su cabeza. — Me temo que este capítulo constituye una pérdida de tiempo. Creo que el director debería reconsiderar la idea de pasar a hechos más relevantes. Incluso, diría yo, pasar directamente al sexto libro.

— ¿El sexto, Dolores? — la interrumpió McGonagall. — En todo caso, habría que pasar al quinto. Apenas estamos en diciembre.

— No sé usted, Minerva, pero yo no creo que estemos en ningún peligro inminente — le reprochó Umbridge. Ambas mujeres se lanzaron miradas desafiantes antes de que la profesora Sprout interviniera:

— No importa lo que opinemos. El profesor Dumbledore ya ha dicho que hay que leer el capítulo al completo.

No parecía contenta, pero sí resignada. Como el director no dijo nada más, Katie se vio obligada a seguir leyendo.

pero el curso escolar había acabado y él se encontraba otra vez pasando el verano con los Dursley, quienes lo trataban como a un perro que se hubiera revolcado en estiércol.

— Pobrecito — escuchó a algunas voces murmurar.

A Harry le volvieron a dar ganas de esconderse bajo tierra.

Los Dursley ni siquiera se habían acordado de que aquel día Harry cumplía doce años.

Mientras algunos se compadecían de él, Harry notó que Hermione lo miraba de forma extraña.

— ¿Qué pasa?

— Oh, nada. Es que nunca me había parado a pensar en lo pequeño que eres.

Ante la expresión de indignado shock de Harry, Hermione se echó a reír.

— ¿Qué significa eso?

Ron, que observaba el intercambio con curiosidad, se encogió de hombros.

— Ni idea.

— Me refiero a que cumples los años muy tarde — explicó Hermione con una sonrisa divertida. — Yo los cumplo en septiembre, así que tengo casi un año más que tú. Nunca lo había pensado.

— Eres la mayor del grupo — dijo Ron como si se acabara de dar cuenta. — Tú en septiembre, yo en marzo del siguiente año, Harry en julio. ¡Es verdad que le sacas casi un año!

— Qué observador — dijo Ginny rodando los ojos.

— Tú apenas cumplías doce aquel verano y yo ya tenía casi trece — dijo Hermione.

— Bueno — dijo Harry. — La próxima vez que no sepa hacer una redacción para clase, piensa que tengo un año menos que tú y dime las respuestas.

Ron y Ginny se echaron a reír al ver la expresión indignada de Hermione.

— Eh, por esa misma regla, todos vosotros deberíais decirme las respuestas a todos los trabajos que nos mandan — comentó Ginny.

— Si quieres mis respuestas te las doy — replicó Ron. — Pero creo que estás mejor sin ellas.

Mientras tanto, Katie continuaba leyendo.

No es que él tuviera muchas esperanzas, porque nunca le habían hecho un regalo como Dios manda, y no digamos una tarta… Pero de ahí a olvidarse completamente…

Harry estaba demasiado distraído hablando con sus amigos como para notar a Arthur y Molly Weasley intercambiando miradas. Cualquiera que los viera tendría claro que Harry iba a tener una gran tarta de cumpleaños el próximo julio.

En aquel instante, tío Vernon se aclaró la garganta con afectación y dijo:

Bueno, como todos sabemos, hoy es un día muy importante.

Harry levantó la mirada, incrédulo.

Igual de incrédulos estaban todos en el comedor.

— ¿Se acordó de tu cumpleaños? — preguntó Neville, devolviendo a Harry a la lectura.

— ¿Eh? Nah, qué va.

Puede que hoy sea el día en que cierre el trato más importante de toda mi vida profesional —dijo tío Vernon.

Muchos bufaron.

— Menudo imbécil — dijo Jimmy Peakes.

Harry volvió a concentrar su atención en la tostada. Por supuesto, pensó con amargura, tío Vernon se refería a su estúpida cena.

Muchos lo miraron con pena, cosa a la que ya estaba acostumbrándose.

No había hablado de otra cosa en los últimos quince días. Un rico constructor y su esposa irían a cenar, y tío Vernon esperaba obtener un pedido descomunal. La empresa de tío Vernon fabricaba taladros.

— Se me ha olvidado lo que eran — le susurró Romilda Vane a su amiga, quien rió por lo bajo.

Creo que deberíamos repasarlo todo otra vez —dijo tío Vernon—. Tendremos que estar en nuestros puestos a las ocho en punto. Petunia, ¿tú estarás…?

En el salón —respondió enseguida tía Petunia—, esperando para darles la bienvenida a nuestra casa.

Bien, bien. ¿Y Dudley?

Estaré esperando para abrir la puerta. —Dudley esbozó una sonrisa idiota—. ¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?

Ginny fingió que le daban arcadas.

¡Les va a parecer adorable! —exclamó embelesada tía Petunia.

— Creo que ella es la única a la que le puede parecer adorable — afirmó Bill Weasley.

Excelente, Dudley —dijo tío Vernon. A continuación, se volvió hacia Harry—. ¿Y tú?

Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy — dijo Harry, con voz inexpresiva.

— Qué cruel — dijo Cho Chang. Durante unos segundos, Harry y ella se miraron. Entonces, ella le sonrió tímidamente, muy nerviosa, y Harry le devolvió la sonrisa.

Ambos volvieron a centrarse en la lectura. No habría podido explicar por qué, pero tras ese pequeño gesto, se sentía más ligero. Para ambos, esa sonrisa se había sentido como un "Lo siento".

Exacto —corroboró con crueldad tío Vernon—. Yo los haré pasar al salón, te los presentaré, Petunia, y les serviré algo de beber. A las ocho quince…

Anunciaré que está lista la cena —dijo tía Petunia—. Y tú, Dudley, dirás…

¿Me permite acompañarla al comedor, señora Mason? —dijo Dudley, ofreciendo su grueso brazo a una mujer invisible.

¡Mi caballerito ideal! —suspiró tía Petunia.

Harry aguantó las ganas de reír al ver las expresiones de asco y repelús de muchos de sus compañeros. Incluso el profesor Flitwick tenía cara de haber chupado un limón.

¿Y tú? —preguntó tío Vernon a Harry con brutalidad.

Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy — recitó Harry.

— Eso es innecesariamente cruel — resopló Hermione. — ¿Para qué te hace repetirlo?

— Para asegurarse de que mi cerebro lo ha procesado y de que no arruinaré su cena especial — dijo Harry con sarcasmo. Después, añadió por lo bajo: — Una pena que Dobby tuviera otros planes.

Ron soltó una risita.

Exacto. Bien, tendríamos que tener preparados algunos cumplidos para la cena. Petunia, ¿sugieres alguno?

Vernon me ha asegurado que es usted un jugador de golf excelente, señor Mason… Dígame dónde ha comprado ese vestido, señora Mason…

— Qué falsa — la criticó Parvati.

Perfecto… ¿Dudley?

¿Qué tal: «En el colegio nos han mandado escribir una redacción sobre nuestro héroe preferido, señor Mason, y yo la he hecho sobre usted»?

Muchos se echaron a reír.

— Se ha pasado — dijo Lee Jordan entre carcajadas.

— Qué cursi — rió Susan Bones.

— Es tan cursi que no puedo aguantarlo — dijo Justin Finch-Fletchley, quien parecía entre divertido y asqueado.

Esto fue más de lo que tía Petunia y Harry podían soportar. Tía Petunia rompió a llorar de la emoción y abrazó a su hijo, mientras Harry escondía la cabeza debajo de la mesa para que no lo vieran reírse.

Ahora podía reírse con ganas sin ningún problema.

¿Y tú, niño?

— ¿Es que nunca te llama por tu nombre? — preguntó una chica de sexto de Gryffindor.

Harry se encogió de hombros.

— A veces.

Al enderezarse, Harry hizo un esfuerzo por mantener serio el semblante.

Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy — repitió.

Eso espero —dijo el tío duramente—. Los Mason no saben nada de tu existencia y seguirán sin saber nada.

Muchos bufaron e insultaron a Vernon, sin fijarse en la risita que había soltado Harry.

— Es irónico. Creo que nunca se van a olvidar de mí — les dijo a Ron y Hermione en voz baja, haciéndolos reír.

Al terminar la cena, tú, Petunia, volverás al salón con la señora Mason para tomar el café y yo abordaré el tema de los taladros. Con un poco de suerte, cerraremos el trato, y el contrato estará firmado antes del telediario de las diez. Y mañana mismo nos iremos a comprar un apartamento en Mallorca.

— ¡Oh! Yo he estado allí, es un sitio precioso — le dijo Padma Patil a Terry Boot.

A Harry aquello no le emocionaba mucho. No creía que los Dursley fueran a quererlo más en Mallorca que en Privet Drive.

Hermione jadeó.

— Oh, Harry — dijo antes de lanzarse a abrazarlo. Con una nota de pánico, Harry notó que la chica estaba al borde de las lágrimas. Le dio unas palmaditas en la espalda mientras trataba de hacer contacto visual con Ron para pedirle auxilio, pero al chico también parecía haberle pillado por sorpresa ese pensamiento de Harry. Lo máximo que consiguió fue que Ron le pusiera una mano en el hombro (¡Como si fuera él el que necesitaba consuelo en ese momento!).

Harry estaba tan ocupado intentando consolar a Hermione (o, al menos, intentando conseguir que no llorara) que no hizo ni caso al resto del comedor, donde otras muchas personas parecían haberse entristecido al leer esa frase. Algunos murmuraban cosas como "Qué triste", "Con esa familia, mejor que no te quieran" y "Ya ves, imagina acabar como ese tal Dudley".

Canuto se levantó del sofá y se acercó a Harry, donde se dejó caer en su regazo. Le pegó un lametón a Hermione en la mano que logró que la chica se calmara. Con una sonrisa triste hacia Canuto, Hermione se separó de Harry, quien se alegró mucho al ver que sus ojos estaban secos.

Bien…, voy a ir a la ciudad a recoger los esmóquines para Dudley y para mí. Y tú —gruñó a Harry—, mantente fuera de la vista de tu tía mientras limpia.

Harry salió por la puerta de atrás. Era un día radiante, soleado. Cruzó el césped, se dejó caer en el banco del jardín y canturreó entre dientes: «Cumpleaños feliz…, cumpleaños feliz…, me deseo yo mismo…»

— Estás autocompadeciéndote —le recriminó Ginny.

— No lo niego — admitió Harry.

No había recibido postales ni regalos, y tendría que pasarse la noche fingiendo que no existía.

— Espera, ¿nadie te mandó nada? — preguntó Dean. — ¿Ni siquiera ellos?

Señaló a Ron y Hermione.

— Ahora lo verás — dijo Harry, quien no tenía muchas ganas de ponerse a explicar cosas que se iban a leer en un rato.

Abatido, fijó la vista en el seto. Nunca se había sentido tan solo. Antes que ninguna otra cosa de Hogwarts, antes incluso que jugar al quidditch, lo que de verdad echaba de menos era a sus mejores amigos, Ron Weasley y Hermione Granger.

Con alarma, Harry notó que los ojos de Hermione volvían a humedecerse. Ron sonrió ampliamente.

Pero ellos no parecían acordarse de él. Ninguno de los dos le había escrito en todo el verano, a pesar de que Ron le había dicho que lo invitaría a pasar unos días en su casa.

— ¿En serio? — dijo Lavender, incrédula. — Pensaba que os habíais hecho súper cercanos, con todo lo que os pasó…

— Y es así — le aseguró Hermione. — Todo tiene una explicación.

— ¿Qué explicación? Os olvidasteis de Potter — bufó Anthony Goldstein. — No me lo esperaba.

— ¡No nos olvidamos! — saltó Ron. — Pasaron cosas… Ahora lo veréis.

— Puedo confirmar que no se olvidaron — declaró Fred, poniéndose en pie. — Ron habló tanto de Harry ese verano que me planteé si solo eran amigos o qué.

Ron le lanzó una almohada a Fred, mientras medio comedor reía a carcajadas. Katie siguió leyendo con una gran sonrisa.

Un montón de veces había estado a punto de emplear la magia para abrir la jaula de Hedwig y enviarla a Ron y a Hermione con una carta, pero no valía la pena correr el riesgo. A los magos menores de edad no les estaba permitido emplear la magia fuera del colegio.

— Ya lo sabemos — Zabini rodó los ojos.

Harry no se lo había dicho a los Dursley; sabía que la única razón por la que no lo encerraban en la alacena debajo de la escalera junto con su varita mágica y su escoba voladora era porque temían que él pudiera convertirlos en escarabajos.

La mención de la alacena fue suficiente para que a muchos se les borraran las sonrisas.

— Deberían arrestarlos — gruñó Moody.

Durante las dos primeras semanas, Harry se había divertido murmurando entre dientes palabras sin sentido y viendo cómo Dudley escapaba de la habitación todo lo deprisa que le permitían sus gordas piernas.

— Se lo merece — dijo Alicia Spinnet. A su lado, Angelina asentía vigorosamente.

Pero el prolongado silencio de Ron y Hermione le había hecho sentirse tan apartado del mundo mágico, que incluso el burlarse de Dudley había perdido la gracia…, y ahora Ron y Hermione se habían olvidado de su cumpleaños.

Hermione volvió a abrazarlo con fuerza y, para sorpresa de Harry, Ron se unió al abrazo. Tras unos segundos (en los que Harry sintió su cara arder) se separaron, plenamente conscientes de que todo el comedor los miraba. Muchos miraban a Ron y Hermione como si fueran unos traidores, malos amigos, y a Harry le dieron ganas de estamparles el libro en toda la cara. Ron y Hermione eran lo mejor que le había pasado en toda su vida, aunque nunca lo admitiría en voz alta.

¡Lo que habría dado en aquel momento por recibir un mensaje de Hogwarts, de un mago o una bruja! Casi le habría alegrado ver a su mortal enemigo, Draco Malfoy, para convencerse de que aquello no había sido solamente un sueño…

— ¿Mortal enemigo? — saltó Malfoy. — Vaya, Potter. No sabía que me tenías tanto miedo.

— Más quisieras — bufó Harry.

Aunque no todo el curso en Hogwarts resultó divertido. Al final del último trimestre, Harry se había enfrentado cara a cara nada menos que con el mismísimo lord Voldemort. Aun cuando no fuera más que una sombra de lo que había sido en otro tiempo, Voldemort seguía resultando terrorífico, era astuto y estaba decidido a recuperar el poder perdido.

Y al final lo consiguió, pensó Harry con amargura.

Por segunda vez, Harry había logrado escapar de las garras de Voldemort, pero por los pelos, y aún ahora, semanas más tarde, continuaba despertándose en mitad de la noche, empapado en un sudor frío, preguntándose dónde estaría Voldemort, recordando su rostro lívido, sus ojos muy abiertos, furiosos…

A algunos les dieron escalofríos con solo pensarlo. Nadie se rió de Harry por tener pesadillas, si bien él estaba alerta para mandar a tomar viento a quien lo hiciera.

De pronto, Harry se irguió en el banco del jardín. Se había quedado ensimismado mirando el seto… y el seto le devolvía la mirada. Entre las hojas habían aparecido dos grandes ojos verdes.

— Cómo no — dijo Seamus. — Ya empiezan a pasar cosas raras.

— Quizá te lo imaginaste por llevar tantas horas al sol — sugirió Susan Bones.

Una voz burlona resonó detrás de él en el jardín y Harry se puso de pie de un salto.

Sé qué día es hoy —canturreó Dudley, acercándosele con andares de pato. Los ojos grandes se cerraron y desaparecieron.

¿Qué? —preguntó Harry, sin apartar la vista del lugar por donde habían desaparecido.

Sé qué día es hoy —repitió Dudley a su lado.

Enhorabuena —respondió Harry—. ¡Por fin has aprendido los días de la semana!

Medio comedor estalló en carcajadas.

— Sublime – George fingió que se limpiaba una lágrima.

De reojo, Harry vio que incluso Malfoy se había reído, aunque había intentado ocultarlo con la mano.

Hoy es tu cumpleaños —dijo con sorna—. ¿Cómo es que no has recibido postales de felicitación? ¿Ni siquiera en aquel monstruoso lugar has hecho amigos?

— Será capullo — gruñó Ron. Por suerte para él, su madre no lo escuchó.

— Quiero pegarle a tu primo — declaró Dean. Neville asintió.

— Me uno a eso.

Harry se imaginó a Neville enfrentándose sin varita contra Dudley y le dio un escalofrío. Neville acabaría muy mal parado.

Procura que tu mamá no te oiga hablar sobre mi colegio —contestó Harry con frialdad.

Dudley se subió los pantalones, que no se le sostenían en la ancha cintura.

¿Por qué miras el seto? —preguntó con recelo.

Estoy pensando cuál sería el mejor conjuro para prenderle fuego —dijo Harry.

Muchos bufaron por la impresión, otros rieron a carcajadas.

Al oírlo, Dudley trastabilló hacia atrás y el pánico se reflejó en su cara gordita.

No…, no puedes… Papá dijo que no harías ma-magia…

— ¡Ha dicho la palabra prohibida! — exclamó Dennis Creevey con una sonrisa.

Ha dicho que te echará de casa…, y no tienes otro sitio donde ir…, no tienes amigos con los que quedarte…

¡Abracadabra! —dijo Harry con voz enérgica—. ¡Pata de cabra! ¡Patatum, patatam!

¡Mamaaaaaaá! —vociferó Dudley, dando traspiés al salir a toda pastilla hacia la casa—, ¡mamaaaaaaá! ¡Harry está haciendo lo que tú sabes!

Esta vez, mucha más gente se echó a reír. Harry vio las caras de incredulidad de Malfoy y sus amigos.

— Tiene que ser broma — dijo Draco. — ¿En serio se piensa que eso es magia?

— P-pata de cabra — dijo Hannah Abbott con dificultad debido a la risa, fingiendo utilizar una varita. Justin, que estaba sentado justo enfrente, fingió que el hechizo le había dado y se tiró de espaldas sobre Ernie, quien le asestó un almohadazo en la cabeza.

Harry pagó caro aquel instante de diversión. Como Dudley y el seto estaban intactos, tía Petunia sabía que Harry no había hecho magia en realidad, pero aun así intentó pegarle en la cabeza con la sartén que tenía a medio enjabonar y Harry tuvo que esquivar el golpe.

Los que todavía habían estado riendo pararon en seco, muchos con la boca abierta en expresiones de shock. Se escucharon jadeos y exclamaciones, seguidas de un silencio intenso que a Harry se le hizo el más incómodo hasta la fecha.

— Harry… — gimió la señora Weasley, afligida. Arthur se había puesto muy blanco y parecía debatirse entre estar furioso y consternado. Por otro lado, Canuto se había puesto muy, muy tenso sobre el regazo de Harry, y miraba al chico como si lo viera por primera vez. Lupin también tenía una expresión similar.

— Qué fuerte — soltó Zacharías Smith. — No solo lo encierran, ¡le pegan!

— Calla, insensible — le espetó Susan Bones.

— No me pegan — bufó Harry. Todos se quedaron en silencio, mirándole fijamente. — Si mi tía me hubiera querido dar con la sartén, me habría dado.

— Ahí pone que esquivaste el golpe, no que ella lo desvió a propósito — dijo Lavender con voz queda.

— También pone que Malfoy es mi enemigo mortal y que yo sepa nunca hemos intentado matarnos — replicó Harry.

— Entonces… — dijo la profesora Umbridge. Con solo ver su expresión, Harry sabía que iba a decir algo que lo enfadaría. — ¿Consideras que la palabras del libro no son fiables?

— No he dicho eso — se apresuró a aclarar Harry. — Solo digo que a veces no se usan las palabras correctas.

— Pero en este caso sí — dijo Hermione en un susurro. Solo Ron y Harry la escucharon, por lo que este último no tuvo ningún problema en ignorarla.

— En cualquier caso — intervino la profesora McGonagall — el equipo directivo del colegio no va a permitir que vuelva a suceder algo similar.

Dijo eso mirando directamente a Harry, a quien le pareció una promesa muy difícil de cumplir. Sabía que Dumbledore se las ingeniaría para enviarlo de vuelta a Privet Drive, quisieran los profesores o no.

— Por favor, siga leyendo, señorita Bell — dijo el director. Su mirada estaba fija en el suelo y Harry volvió a sentir una oleada de rabia hacia él. Después de lo que habían leído, ¿ni siquiera era capaz de mirarlo a la cara? ¿Ni de dirigirle la palabra?

Luego le dio tareas que hacer, asegurándole que no comería hasta que hubiera acabado.

— Eso no puedes decir que está mal expresado — dijo Romilda Vane.

Harry rodó los ojos.

— ¿Qué más da? — dijo en voz baja.

— ¿Cómo que qué más da? — le replicó Ron, también en un susurro. Katie había comenzado a leer. — Te intentó pegar y después te dejó sin comer.

— Pero no me dio — replicó Harry. — Y comí más tarde.

— ¿Y qué? Lo que importa es la intención.

Harry bufó. Si lo importante fuera la intención, él ya estaría muerto.

— De todas formas, no vas a volver allí — le dijo Ron. — Te vienes conmigo a la Madriguera.

Aunque se sentía muy agradecido con Ron y su familia y le encantaría irse a vivir con ellos, una parte de él quería seguir argumentando que en Privet Drive estaba a salvo. No es que tuviera ningún apego por la casa ni por los Dursley. De hecho, en cuanto pudiera irse, lo haría sin dudarlo ni un segundo. Pero por algún motivo que no lograba comprender, sentía la necesidad de mostrar a los demás que los Dursley no habían sido tan malos con él, aunque fuera mentira.

Mientras Dudley no hacía otra cosa que mirarlo y comer helados, Harry limpió las ventanas, lavó el coche, cortó el césped, recortó los arriates, podó y regó los rosales y dio una capa de pintura al banco del jardín.

— Guau — dijo Colin, con los ojos muy abiertos.

El sol ardiente le abrasaba la nuca. Harry sabía que no tenía que haber picado el anzuelo de Dudley, pero éste le había dicho exactamente lo mismo que él estaba pensando…, que quizá tampoco en Hogwarts tuviera amigos.

— Oh, Harry, no — dijo Hermione con tristeza.

— No te preocupes, esa misma noche supe la verdad — le susurró Harry.

«Tendrían que ver ahora al famoso Harry Potter», pensaba sin compasión, echando abono a los arriates, con la espalda dolorida y el sudor goteándole por la cara.

No me vieron, pensó Harry abatido, pero lo están leyendo.

Eran las siete de la tarde cuando finalmente, exhausto, oyó que lo llamaba tía Petunia.

¡Entra! ¡Y pisa sobre los periódicos!

Fue un alivio para Harry entrar en la sombra de la reluciente cocina. Encima del frigorífico estaba el pudín de la cena: un montículo de nata montada con violetas de azúcar. Una pieza de cerdo asado chisporroteaba en el horno.

— Qué hambre — se escuchó decir a un Slytherin de tercero.

— Acabamos de desayunar — le recordó un chico rubio que estaba sentado a su lado. A Harry le recordaron mucho a Ron y Hermione, aunque físicamente no se parecían en nada.

¡Come deprisa! ¡Los Mason no tardarán! —le dijo con brusquedad tía Petunia, señalando dos rebanadas de pan y un pedazo de queso que había en la mesa. Ella ya llevaba puesto el vestido de noche de color salmón.

— ¿Pan y queso? ¿Qué clase de cena es esa? — exclamó la profesora Sprout.

— Ahora entiendo muchas cosas — bufó la señora Pomfrey.

— No me extraña que este tan delgado cada vez que viene después del verano — le dijo George a Fred en voz baja, aunque Harry alcanzó a oírlo. Las ganas de coger el libro y echar a correr eran cada vez más intensas. Definitivamente, los capítulos con los Dursley se le hacían los más difíciles.

Harry se lavó las manos y engulló su miserable cena. No bien hubo terminado, tía Petunia le quitó el plato.

¡Arriba! ¡Deprisa!

— Qué hija de perra.

— ¡Jordan! — gritó la profesora McGonagall.

— ¡Pero si es la verdad!

— Modera tu lenguaje.

Harry pensó que si tía Petunia estuviera en el comedor, se habría desmayado al escuchar todo lo que se estaba diciendo de ella y su familia.

Al cruzar la puerta de la sala de estar, Harry vio a su tío Vernon y a Dudley con esmoquin y pajarita. Acababa de llegar al rellano superior cuando sonó el timbre de la puerta y al pie de la escalera apareció la cara furiosa de tío Vernon.

Recuerda, muchacho: un solo ruido y…

— ¿Y qué? — preguntó un chico de primero de Hufflepuff.

— Eso es una amenaza — declaró Ernie Macmillan.

Harry rodó los ojos. ¡Claro que era una amenaza! Pero a ellos debería importarles lo más mínimo los métodos de castigo de Vernon. Parecía que todos estaban asumiendo que le pegaba palizas o algo así. Vale, no lo cuidaban, no le dejaban comer tanto como a Dudley y de vez en cuando le caía algún golpe. ¿Y qué? No era para tanto, ¿verdad?

Con solo mirar alrededor, sabía que nadie estaría de acuerdo con él si decía todo eso en voz alta.

Harry entró de puntillas en su dormitorio, cerró la puerta y se echó en la cama. El problema era que ya había alguien sentado en ella.

— ¿Qué diablos? — soltó Seamus. — ¿Quién estaba en tu cama?

— ¡Sera la cosa con ojos del seto! — exclamó una niña de primero de Ravenclaw.

— El capítulo acaba aquí — dijo Katie, marcando la página antes de bajar del atril.

— ¿Quién quiere leer el siguiente? — preguntó Dumbledore.

— Yo me ofrezco voluntaria — habló, para sorpresa de Harry, la profesora Trelawney. — Vaticino que este será un capítulo emocionante.

Se levantó, tomó el libro y leyó con un tono fantasmagórico que hizo rodar los ojos a muchos alumnos:

— El siguiente capítulo tiene por título: La advertencia de Dobby.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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