miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la cámara secreta

 Introducción:


— Es necesario que lo leamos todo cuanto antes — confirmó Dumbledore. — Pero también es necesario darnos un tiempo para comprender lo leído antes de leer más. Por lo tanto, mañana tanto alumnos como profesores tendrán el día entero para reflexionar, descansar y prepararse para el siguiente libro.

Umbridge no pudo argumentar contra eso, así que se conformó con mirar con desdén al director.

— Si nadie más tiene nada que decir — dijo Dumbledore, volviendo su mirada hacia los estudiantes — doy por finalizada esta lectura.

— Al fin — murmuró Ron, poniéndose en pie. — Vámonos de aquí.

Harry asintió con fervor y también se levantó. Prácticamente todos los estudiantes se pusieron en pie, comentando entre sí el último capítulo y decidiendo qué hacer con su día libre.

— Ron — le dijo la señora Weasley, acercándose para susurrarle de forma que solo él, Harry y Hermione la escucharan. — Hay una reunión de la Orden en el despacho del director dentro de unos minutos. Cuando acabe, quiero hablar contigo.

— Podemos hablar mañana — sugirió Ron. — Tendremos el día entero.

Aunque era obvio que el objetivo de Ron era posponer la conversación todo lo que pudiera, Molly asintió.

— De acuerdo. Pero de mañana no pasa. Y recuerda que estamos alojados aquí en Hogwarts, puedes venir a vernos cuando quieras.

Le dio un beso en la mejilla (Ron se puso muy rojo) y se giró para hablar con el señor Weasley. Harry, Ron y Hermione se despidieron de sus amigos y salieron del comedor, aunque tuvieron que pararse varias veces debido a los estudiantes que los felicitaban por haber ganado contra Quirrell.

Una vez fuera del comedor, Harry sugirió dar una vuelta por los terrenos del castillo, pero una mirada al cielo bastó para convencerlos de que era mala idea. Los nubarrones negros presagiaban una tormenta inminente.

— Vamos a la sala común — propuso Hermione.

— Buena idea. Al menos allí solo tendremos que lidiar con Gryffindors — dijo Harry. Estaba cansado de que todo el mundo lo mirara.

Los tres se encaminaron a la torre de Gryffindor, donde se sentaron en sus butacas favoritas junto al fuego. Estar en la sala común era un alivio después de pasar tantas horas en el comedor. Si bien algunas personas se les acercaban con la intención de felicitarlos o comentar partes del libro, podían librarse de ellos fácilmente con los poderes de prefectos de Ron y Hermione. Además, los gemelos estaban encantados de ahuyentar a cualquiera que intentara molestarlos, así que pasaron el resto del día de forma bastante tranquila.

Sin embargo, en el despacho del director el ambiente era justo el contrario. Tanto el ministro como todos los jefes de las casas se encontraban allí.

— ¿Es todo cierto? — inquirió Fudge, nervioso. — Me refiero a todo lo que hemos leído sobre el profesor Quirrell y la piedra.

— Así es — le confirmó Dumbledore. — Como usted sabe, Nicolás Flamel falleció hace unos años. Ya sabe por qué.

— No se lo comunicó al ministerio — le espetó Fudge. — ¿Qué le pasa por la cabeza, Dumbledore? Un profesor es poseído y ataca a unos alumnos y no lo denuncia al ministerio. Un psicópata va petrificando gente y no consigue atraparlo. Un loco asesino se cuela en el colegio y tampoco consigue atraparlo. Y todo lo del chico Diggory y El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado… ¿Acaso le gusta poner a los alumnos en peligro?

Si bien casi nadie tenía a Fudge en alta estima, no podían reprocharle sus palabras.

— Lo he hecho lo mejor que he podido, Cornelius — respondió gravemente. — Puede dudar de mis capacidades, pero no ponga en duda mis intenciones ni mis sentimientos hacia este colegio y sus alumnos.

— ¡Pues tiene una forma muy rara de demostrarlo! — exclamó Fudge. — Si tanto le importa este colegio, ¡dimita!

— Si me permite… — intervino Snape. Estaba ligeramente apartado del resto del profesorado. — No creo que esa sea la solución.

— ¡Claro que no es la solución! — exclamó la profesora Sprout. — Es un disparate.

— ¿Me va a decir que está de acuerdo con todo lo que ha hecho? — preguntó Fudge. La profesora dudó antes de contestar:

— Confío en el profesor Dumbledore.

La profesora Umbridge bufó.

— Creo que no hay forma de razonar con ellos, señor ministro.

— Estoy de acuerdo. Es hora de que el ministerio tome las riendas de Hogwarts.

De repente, se escuchó una risa que no venía de ninguno de los presentes. Todos miraron alrededor, confusos, algunos incluso con la varita en la mano.

— Es demasiado tarde para eso, ministro — dijo una voz, hechizada para que no se supiera si el que hablaba era un hombre o una mujer. Claramente la voz pertenecía a uno de los encapuchados.

— ¿Dónde está? ¡Dé la cara! — gruñó Fudge, pero la voz solo volvió a reírse.

— Le recuerdo por centésima vez que nadie puede salir ni entrar del colegio hasta que no se hayan leído los siete libros. No le sirve de nada destituir al profesor Dumbledore ahora mismo.

— Lo cual no quiere decir que no pueda hacerlo cuando acabe la lectura — le replicó el ministro, que se había ruborizado ligeramente.

— Si aún quiere hacerlo, nadie le detendrá — dijo tranquilamente la voz.

— Por supuesto que querré.

Miró alrededor, donde todas las caras eran hostiles, y pareció encogerse sobre sí mismo.

— Si no tiene nada más que decir, le sugiero que se marche al dormitorio que se le ha preparado, tome un té y se relaje un rato. Debe estar agotado.

— Estoy perfectamente — bufó Fudge.

— Nuestro invitado sorpresa tiene razón, Cornelius — le habló Dumbledore. — Le recomiendo que vaya a descansar. Los elfos de la cocina estarán encantados de servirle algo para picar.

— Ah, claro — dijo Fudge con tono irónico. — Yo me voy y todos se quedan aquí, confabulando contra mí. ¡De eso nada! No me iré hasta que la reunión acabe.

— Es una reunión de profesores. Dudo que le interese — respondió Dumbledore. — Pero si insiste, por supuesto que puede quedarse.

— ¿Empezamos, entonces? — preguntó Snape. Dumbledore asintió.

— Primer punto — dijo el director. — Fecha para la reanudación de las clases.

Los siguientes quince minutos los pasaron hablando de la necesidad de mantener la atención del alumnado no solo en la lectura, sino también en los trabajos que en teoría debían entregar antes de Navidad. Unos consideraban que la lectura era demasiado importante, otros que no era excusa para que los alumnos no pudieran dedicar un par de horas al día a repasar las materias. Algunos sugerían que solo se leyera por las tardes y se mantuvieran las clases de la mañana. McGonagall insistía en la necesidad de que sus alumnos de quinto hicieran su trabajo de transfiguración (¡Es el año de los TIMOS! Si no hacen el trabajo ahora, todo el temario se retrasará.) Snape opinaba que los alumnos con talento podrían pasar los exámenes incluso habiendo perdido unas semanas de estudio. La profesora Sprout no veía problema con que sus alumnos asistieran a clases después de cenar para cuidar de las plantas nocturnas.

Al cabo de un rato, el ministro no lo soportó más y anunció su marcha.

— Voy con usted — declaró Umbridge. — No veo el sentido a perder el tiempo con reuniones inservibles. Tengo cosas más importantes que hacer.

Y así, tanto Fudge como Umbridge salieron del despacho.

— Creí que nunca se irían — bufó la profesora McGonagall. — Empecemos la reunión de verdad.

Canuto, que había estado acostado bajo la mesa del director, salió y se transformó en Sirius. Pero lo más impresionante fueron las otras nueve personas que se materializaron detrás del escritorio del director como salidas de la nada. Moody y Kingsley salieron de debajo de la capa invisible de Moody. Lupin y Tonks habían estado bajo la mesa, escondidos mediante un encantamiento desilusionador. El mismo encantamiento escondía a Arthur y Molly Weasley, a sus hijos Bill y Charlie, y a Fleur Delacour.

— Primer punto — dijo Sirius, mirando fijamente a Dumbledore. — ¿En qué estabas pensando?

— Tendrás que especificar — bufó Molly Weasley. — ¿En qué pensaba al dejar a Harry con esa gente horrible? ¿O en qué pensaba al dejar que unos niños de primero se enfrentaran a Quien-Tú-Sabes?

Todos se quedaron mirando al director, esperando una respuesta. Parecía derrotado, mucho más viejo de lo que había parecido unos días atrás, pero ninguno de los presentes sintió lástima.

— Dejé a Harry con los Dursley — empezó lentamente — porque creí, realmente creí, que sería la mejor opción.

— ¿Nunca comprobaste si estaba bien? — replicó Sirius, furioso. — En diez años, ¿jamás se te pasó por la cabeza ver qué tal estaba?

— Tú tampoco lo hiciste — intervino Snape.

— ¡Estaba en Azkaban, como bien sabes! — le espetó Sirius. — Seguro que estás disfrutando esto, Snivellus. Odias a Harry, ¿verdad? Dime, ¿lo odias tanto como a James o todavía más?

— Suficiente — McGonagall lanzó una mirada severa a ambos antes de dirigirse de nuevo a Dumbledore. — Contesta, Albus. ¿No se supone que estaba vigilado?

— Sí — confirmó el director. — Su vecina es una squib, amiga mía. Pero me temo que nunca vio nada raro.

— ¡Nada raro! — exclamó Molly. — Recuerdo cómo era Harry cuando lo vi por primera vez. Llevaba ropa cuatro tallas más grande y estaba tan delgado que parecía que no había comido en días.

— Sabía que no lo cuidaban bien — dijo Dumbledore. — Pero jamás me imaginé que su dormitorio fuera una alacena. No era consciente de hasta qué punto Vernon y Petunia Dursley odian el mundo mágico y todo lo perteneciente a él. Cometí un error y no hay nada de lo que me arrepienta más.

— Creo que estamos todos de acuerdo en que Potter no puede regresar con sus tíos — declaró McGonagall. El discurso de Dumbledore no parecía haberla ablandado.

Muchos de los presentes asintieron, pero Dumbledore agachó la cabeza.

— Ni se te ocurra — le espetó Molly. — Ni se te ocurra pensar que vas a volver a enviarlo allí.

— ¡Albus! — exclamó McGonagall. — Por Merlín, usa el sentido común.

— El sentido común y el corazón — el profesor Flitwick estaba escandalizado. — No permitiríamos que ningún alumno regresara a una casa donde lo encierran en una alacena. ¿Por qué Harry Potter sí?

— Creo que estamos llegando a un malentendido — intervino Snape. Miraba al director con cautela e interés, como quien estudia una nueva especie. — No es posible que el director envíe a Potter de vuelta.

— De hecho, Severus — respondió Dumbledore. Parecía terriblemente triste. — No tengo opción. Harry debe regresar con sus tíos.

Para Snape, fue como si le pegaran una bofetada, pero no fue el que peor se lo tomó. Sirius estalló en gritos contra el director, a quien le lanzó un chivatoscopio que había sobre la mesa. Molly, roja de ira, también gritaba, y McGonagall parecía tener muchas ganas de volver a abofetear a Dumbledore. Incluso Lupin, quien usualmente era una persona calmada, estaba furioso.

— Ni de broma — decía Bill. — Mamá, nos lo llevamos a la madriguera, ¿verdad?

— ¡Claro que sí! — respondió ella. — No pienso dejar que vuelva a pisar Privet Drive.

— Te recuerdo que soy su padrino, Molly — Sirius dejó de gritarle al director para hablarle a ella. — Me lo llevaré a mi casa.

Era testimonio de lo enfadada que estaba Molly ante la idea de mandar a Harry a Privet Drive que ni siquiera discutió con Sirius.

— A donde sea, Sirius — dijo. — Pero que no esté con los Dursley.

Mientras tanto, Snape trataba de ordenar sus pensamientos. No podía creer lo que sucedía. ¿El director realmente quería enviar a Potter de vuelta a una casa donde lo habían tenido durmiendo en una alacena durante diez años? ¿Acaso ya no era su favorito?

— Creo que se te está yendo la cabeza, Albus — afirmó Moody. — ¿Por qué mandarías a Potter a un sitio donde no lo quieren teniendo otras opciones?

— Quiero una explicación — exigió Lupin. Eso calló a todos, que se giraron para mirar al director. No se había movido ni un centímetro mientras todos le gritaban.

— ¿Recordáis las palabras de Voldemort al final del libro? — preguntó Dumbledore. — Lily no tenía por qué morir, pero lo hizo. Y al hacerlo, protegió a Harry con una magia muy poderosa. Harry sigue teniendo esa protección, pero solo mientras viva con la sangre de su madre, es decir, con su tía. Es el único pariente vivo que le queda.

— ¿De qué sirve esa protección, Albus? — preguntó la profesora McGonagall, angustiada. — Esa protección no impidió que el año pasado Voldemort secuestrara a Potter y casi lo matara. Y tampoco impidió que su familia lo tratara como lo hizo. Como lo hace, porque dudo que las cosas hayan mejorado. ¿De verdad merece la pena?

— Mientras Harry viva con los Dursley, Voldemort no podrá acercarse a él. Es el lugar más seguro. Ni siquiera el cuartel de la Orden es más seguro para Harry.

— Sí, muy bien — replicó Sirius. — Los Dursley lo protegen de las amenazas externas, ¿pero quién lo protege a él de los Dursley?

— Podríamos organizar algo — sugirió Bill. — La Orden ya está vigilando por turnos Privet Drive durante el verano. ¿Y si, en vez de solo vigilar desde fuera, entramos dentro de la casa?

— Entramos dentro y se lo hacemos saber a los Dursley — dijo Arthur Weasley. — Así dejarán a Harry en paz.

— Dudo que los Dursley permitan algo así.

— ¡Me da igual lo que permitan, Albus! — replicó McGonagall. — Si Potter debe volver a ese sitio, lo hará con escolta.

— Aún queda otro tema por zanjar — dijo la profesora Sprout. — ¿Por qué dejaste que lucharan contra Quirrell?

— Se podría decir que fue un experimento — respondió el director. Fue lo peor que pudo decir, porque muchos volvieron a gritarle. Incluso el profesor Flitwick parecía indignado y furioso.

— ¿Qué demonios significa eso? — preguntó McGonagall con furia.

— En este colegio están todos locos — murmuró Fleur por lo bajo. Bill le sonrió.

— Lo que voy a contaros no puede salir de aquí— dijo Dumbledore. La gravedad de su tono hizo que todos callaran inmediatamente. — ¿De acuerdo?

Asintieron. Sirius todavía lo fulminaba con la mirada.

— No voy a entrar en detalles, aunque los conoceréis pronto debido a la lectura. La cuestión es que, debido a ciertos acontecimientos, llegué a la conclusión de que Harry podría beneficiarse de un encuentro cara a cara con Voldemort.

— ¿Y cómo narices llegaste a esa conclusión? — bufó Sirius.

— Por una profecía.

Se escucharon jadeos de sorpresa. Dumbledore agradeció internamente que la profesora Trelawney no se encontrara en la reunión.

— Estás de broma — dijo McGonagall.

— En absoluto, Minerva. Antes de que Harry naciera, se hizo una profecía que hablaba sobre él y Voldemort.

Todos lo escuchaban con atención, sumidos en un silencio horrorizado.

— Los detalles de la profecía los conoceréis al leer los libros, pero, en resumen, indican que Harry algún día deberá enfrentarse a él.

— Es solo un crío — dijo Molly con un hilo de voz. — Solo tiene quince años.

— Lo sé — respondió Dumbledore. Parecía muy cansado. — Por eso mismo, nunca le he dicho nada de esto a Harry y prefiero que siga sin saberlo. Al menos por ahora.

— ¿Por qué no quieres que lo sepa? — preguntó Lupin, quien se alternaba entre la consternación y la sorpresa. — Debería saberlo.

— ¿Fue por eso por lo que los mató? — dijo Sirius con gravedad. — ¿Voldemort sabe la profecía?

— Así es, aunque no la sabe al completo. Solo sabe que Harry es una amenaza para él.

— Sigo sin entender por qué permitiste que luchara contra él cuando estaba en primero — dijo McGonagall. Se había puesto muy blanca, pero seguía mirando al director de forma desafiante. — ¿Pensaste que lo derrotaría?

— No sabía lo que sucedería — confesó Dumbledore. — Pero pensé que, quizá, Harry podría vencer y ese primer encuentro sería también el último. Voldemort estaba compartiendo el cuerpo de Quirrell, sin apenas vida propia. Creí que, con un poco de suerte, Harry encontraría un modo de detenerlo. Después de todo, es el único que puede hacerlo.

— Solo tenía once años — dijo la profesora Sprout. — Es increíble que saliera vivo de eso.

— Fue por eso por lo que le diste la capa invisible a Harry — dijo Tonks. Parecía haber perdido algo del respeto que sentía por Dumbledore. — Le diste la capa, sabiendo que la usaría para salir de noche. Dejaste el espejo donde cualquiera podría encontrarlo para que él lo hiciera y se enganchara a él. Y una vez que Harry supo lo que el espejo era, lo utilizaste para proteger la piedra, sabiendo que Harry podría conseguirla.

Dumbledore no dijo nada para negar las acusaciones de Tonks.

— ¿Esa fue la única vez? — preguntó Molly, que temblaba de rabia. — Harry y Ron acabaron metidos en un buen lío en su segundo año, y Ginny también. ¿Eso también estaba planeado?

— No — respondió Dumbledore rápidamente. — Todo lo que sucedió ese año estuvo totalmente fuera de mi poder. Jamás lo habría permitido.

— Más te vale — dijo Arthur. Todos se giraron a mirarle, sorprendidos de que el usualmente tranquilo y respetuoso Arthur Weasley se atreviera a hablarle así a Dumbledore. — Si hubieras dejado que mis hijos pasaran por todo eso a propósito, no podría perdonártelo.

— Yo tampoco me lo perdonaría, Arthur. Aún no me lo perdono.

A la mañana siguiente, Harry se despertó de muy buen humor. La idea de tener un día libre le agradaba, especialmente teniendo en cuenta que al día siguiente comenzarían a leer su segundo año. Ese libro sería una tortura.

Harry y Ron bajaron a desayunar, charlando animadamente con Neville. Hermione ya estaba en la mesa, con la cara metida en El Profeta.

— ¿Algo interesante? — preguntó Ron.

— No — dijo ella con el ceño fruncido. — No hay absolutamente nada. Ni siquiera se han dado cuenta de que el ministro está en Hogwarts.

—Quizá alguien se está haciendo pasar por él — sugirió Harry mientras untaba sus tostadas con mermelada. — Ya sabéis, con poción multijugos o algo así.

— O quizá es tan inútil que ni siquiera se han dado cuenta de que no está — dijo Ron.

Dean llegó justo en ese momento, con cara de pocos amigos.

— ¿Pasa algo? — le preguntó Harry.

— No me dejan enviarle una carta a mi madre — se quejó el chico. — La lechucería está cerrada. Puede entrar correo, pero no puede salir.

— Eso ya lo sabíamos — le recordó Hermione. Dean pareció contrariado.

— Ya, pero pensé que esa regla solo se aplicaba a los Slytherin.

— Cualquiera podría contar algo que no debe en una carta — dijo Hermione. — Aunque no sé cuánto tiempo podrán evitar que escribamos a nuestras familias. Si nadie se comunica con el exterior durante varios días seguro que alguien se da cuenta de que está pasando algo raro.

En ese momento, el profesor Lupin, que había estado desayunando en la mesa de profesores, se acercó a su mesa.

— Hola, chicos. Harry, ¿tienes planes esta mañana? — preguntó. Harry, que tenía la boca llena de pan, negó con la cabeza. — ¿Quieres venir a ver las fotos que te prometí?

La cara de Harry se iluminó. Tragó con dificultad y asintió con la cabeza.

— Claro que sí.

— Genial — Lupin le sonrió. — ¿Recuerdas dónde está mi habitación?

Harry hizo memoria y volvió a asentir.

— Cuando termines de desayunar, te esperó allí.

Dicho eso, el profesor se marchó del comedor. Harry, ilusionado, se acabó el desayuno tan rápido como pudo.

— Me voy — les dijo a sus amigos. — Eh… ¿vosotros qué vais a hacer hoy?

— Yo voy a la biblioteca — le informó Hermione. — Quiero investigar la idea de Ron.

Harry tardó unos segundos en recordar de qué se trataba, pero después asintió. Él también quería saber cómo se habían escrito los libros.

— Iré después a ayudarte, ¿vale?

— Claro.

— ¿Y tú, Ron? — preguntó Harry con cautela. — ¿Irás a hablar con tus padres?

Ron suspiró.

— Sí — no parecía que le hiciera mucha ilusión. Más bien, había aceptado su destino y no tenía intención de escapar.

— Suerte — le dijo Harry antes de salir del comedor y encaminarse hacia la habitación en la que se alojaban el profesor Lupin y Sirius.

Cuando llegó allí, Sirius estaba tumbado sobre la cama, examinando varias fotos. La habitación era pequeña, con dos camas, dos mesitas de noche, dos escritorios y un gran armario. Estaba decorada con los colores de Gryffindor, por lo que Harry se sintió como en casa nada más poner un pie en ella. Cuando entraron, Sirius levantó la mirada y les sonrió.

— Buenos días — dijo alegremente. — ¿Preparado para viajar al pasado?

Harry rió. La verdad era que estaba algo nervioso, como siempre que sabía que iba a conocer algo nuevo de sus padres.

— Hay un pequeño problema — dijo Lupin. — Estamos encerrados en el castillo, así que no podemos enseñarte las fotos.

— Por eso mismo, hemos pensado algo mejor — continuó Sirius. Tenía una gran sonrisa.

El profesor Lupin fue hasta el escritorio y señaló una tela que cubría algo grande. Ante la mirada confundida de Harry, quitó la tela para mostrar el pensadero que se escondía debajo.

— Es el pensadero de Dumbledore — explicó Sirius. — Nos lo ha prestado para hacer esto.

— No podemos enseñarte las fotos, pero podemos llevarte a nuestros momentos favoritos con tus padres — sonrió Lupin. Parecía que la presencia de Sirius lo animaba.

Harry abrió y cerró la boca varias veces, sin saber qué decir.

— ¿Quieres entrar? — le invitó Sirius, señalando el pensadero.

— Claro que sí — consiguió decir Harry. Se acercó al pensadero, temblando, y puso su rostro contra la superficie. Lupin y Sirius lo siguieron.

Durante horas, Harry vio la historia de sus padres. Vio a Lily, con once años, negándose a compartir mesa con James. Vio a James, derrotado, ir a sentarse con Sirius mientras este reía y le animaba a probar una segunda vez. Vio a Lily lanzarle un vaso de agua a la cara durante el desayuno después de que James prendiera fuego por error a sus deberes (¡Solo intentaba ayudarla!). Vio a James regalarle rosas por San Valentín a su futura esposa, y a ella aceptarlas. Vio a su padre, en séptimo curso, besando a su madre mientras Sirius fingía que le daban arcadas de fondo.

También vio a los merodeadores (ignoró la presencia de Peter) deambulando por los pasillos de noche, anotando cada uno de los pasillos y pasadizos para crear el mapa. Los vio corriendo libres por el bosque; un lobo, un perro, un ciervo y una rata que iban casi en sincronía. Vio a Sirius gastarle bromas a James, y a él devolvérselas. Los vio jugando al Quidditch (¡Y ganando!) y visitando Hogsmeade. Lloró de risa al ver a su padre cubierto hasta las cejas de una sustancia azul que había salido del interior de una de las plantas del invernadero. Y después, cuando vio a su padre sostenerle por primera vez y besar su frente, volvió a llorar. Vio a su madre vestida de novia, caminando hacia el altar con una gran sonrisa. Vio a James romper a llorar al verla, sin creerse su suerte. Y los vio en su casa, preparando la comida para todos. Sirius lo tenía a él en brazos y lo lanzaba al aire, haciéndole reír, mientras Lupin charlaba con Lily y la ayudaba a cortar las verduras. James ponía la mesa con un par de movimientos de varita. Peter también estaba, pero Harry no quiso ni mirarlo. En su lugar, observaba cada movimiento de sus padres, la forma en la que su padre se echaba el pelo para atrás, la sonrisa de su madre, cómo sonaban sus risas y sus voces.

Durante horas, vio todo lo que su vida podría haber sido.

Hermione suspiró, frustrada.

— ¿Aún nada? — le preguntó Ginny.

Se encontraban en la biblioteca, buscando hechizos que pudieran haber sido utilizados para escribir los libros. Aunque habían buscado durante toda la mañana y parte de la tarde, lo más cercano que habían encontrado era un hechizo que escribía tu fecha de nacimiento y tus datos personales, pero no les servía de nada.

— No — respondió Hermione, cerrando de golpe el volumen que tenía abierto.

— Quizá no es un tipo de magia que ya exista — sugirió Luna. — Puede ser una magia del futuro.

Hermione no parecía muy convencida, pero asintió para no herir los sentimientos de la chica.

— Aun así voy a seguir buscando, por si acaso.

— ¿Por qué te importa tanto? — preguntó Ginny. Estaba apoyada sobre una pila de libros.

— Quiero saber si los libros han sido escritos por alguien en concreto o si se puede hacer con magia — dijo Hermione, volviendo a hundir la cara en un volumen diferente.

— ¿Para qué? — insistió Ginny. — Vamos a leer la vida de Harry de todas formas.

— Ya, pero… — Hermione cerró el libro y miró a Ginny directamente. Tanto ella como Luna la observaban, expectantes. — Si existe un hechizo que puede escribir esos libros, pueden haber sido escritos por cualquiera. O no, quizá el requisito para poder escribirlos es que la persona protagonista esté presente. Eso no lo sabré hasta que no encuentre más información.

— Quieres saber si Harry sigue vivo — dijo Luna. Hermione jadeó y a Ginny le dio un escalofrío.

— Sí — confesó. — Quiero saber si es necesario que uno esté presente para que el hechizo escriba su vida. Eso suponiendo que exista ese hechizo.

— ¿Y si no existe? — preguntó Ginny. Hermione se mordió el labio.

— Si no existe, Harry debe estar vivo en el futuro — afirmó. — Se cuentan cosas que solo él sabe. Pero…

— Pero también se cuentan cosas que no sabe — terminó Ginny. — Así que crees que ese hechizo debe existir.

— Ni siquiera sé si es un hechizo o no. Podría ser otra cosa.

— Seguro que lo encuentras — la animó Ginny. — Yo me tengo que ir ya, he quedado con Michael.

— Pásalo bien — le dijo Hermione. Ginny le sonrió.

— Nos vemos.

Ginny salió de la biblioteca y casi se topó con Harry al doblar por el pasillo.

— Perdón — gruñó el chico, antes de fijarse en quién era. — Ah. Hola, Ginny.

— Veo que estás de buen humor — ironizó la chica.

— Estaba de buen humor — le confesó Harry. — Pero me he encontrado al menos diez idiotas de camino a la biblioteca. Oh, Harry, lo que hiciste fue increíble. Oh, Harry, solo tenías once añitos. ¿Cómo pudiste hacerlo?

Ginny rió.

— Ahora mismo eres su héroe, el niño que se luchó contra el malo malísimo y sobrevivió. Acéptalo.

— No quiero — gruñó él. — Estoy harto de que su opinión de mí cambie todos los días. Ya verás cuando se lea lo de que hablo pársel, todos volverán a juzgarme y considerarme un loco o una amenaza.

— Sí, bueno — dijo ella. — La verdad es que va a ser un libro difícil de leer.

Eso frenó en seco la autocompasión de Harry.

— Lo siento — dijo. — Este libro va a ser más difícil para ti que para mí. No debería quejarme.

— Quéjate todo lo que quieras — dijo Ginny, encogiéndose de hombros. — Que alguien lo esté pasando peor que tú no significa que tú no lo pases mal.

— Ya, pero…

— Además — siguió Ginny. — Yo solo lo pasaré mal este libro. Tú aún tienes dos más antes de que empecemos a leer el futuro.

— Gracias por los ánimos — ironizó Harry, aunque sonreía.

— De nada — dijo ella. — La verdad es que me dan ganas de no ir al comedor mañana. No quiero revivir todo aquello — confesó.

— Yo tampoco — afirmó Harry. — No sabes las ganas que tengo de coger los libros y arrancar algunas páginas.

— ¿Qué páginas arrancarías? — preguntó Ginny. Harry dudó unos momentos antes de decidir que podía contestarle.

— Para empezar, arrancaría todo lo que tenga que ver con los Dursley. Luego quitaría las páginas que cuenten lo de la cámara. Y en el cuarto libro, arrancaría todo lo que sucedió en el cementerio.

— Si hicieras eso nadie sabría la verdad sobre lo que sucedió.

— Podría dejar que leyeran solo lo suficiente para entender lo que pasó.

— Ojalá eso fuera suficiente. Yo quitaría el segundo libro entero, explicaría lo que pasó y leería el tercero directamente.

— Eso sería genial — dijo Harry. — Podríamos hacer eso con todos los libros que hablan del pasado. Así no perderíamos tanto tiempo.

— Pues sí — miró fijamente a Harry. — Debe ser horrible leer toda tu vida de esta manera. Yo estoy de los nervios solo con saber lo que se va a leer de mí en el segundo libro. No me puedo ni imaginar cómo debes estar tú.

Harry se encogió de hombros.

— Quiera o no, se va a leer igual — dijo. — Sería más fácil de llevar si la gente no se creyera con derecho a pararme por los pasillos e interrogarme sobre mi vida.

— ¿Lo dices por mí? — bromeó Ginny. Harry jadeó.

— ¡No! No, claro que no… Me refiero a los de antes…

Ginny se echó a reír.

— Tranquilo, lo sé — le sonrió. — Si te digo la verdad, me aterra pensar cómo van a tratarme a mí cuando se termine de leer este libro. Si se atreven a pararme por los pasillos, creo que hechizaré a alguien.

— ¿Podré ver tu famoso encantamiento moco-murciélago en persona? — sonrió Harry. — Espero que te pare Malfoy.

— Oh, no te preocupes. A Malfoy le acabaré haciendo ese hechizo eventualmente. Me pone de los nervios.

— Avísame cuando lo hagas. Quiero recordarlo toda la vida.

Ginny sonrió.

— En fin, me voy. Me están esperando en el vestíbulo.

— ¿Corner?

— Sí — Ginny lo miró con severidad. — Espero que no seas como Ron. Michael no tiene nada de malo.

— No he dicho que lo tenga — se defendió Harry. — Solo me parece un poco idiota.

Ginny arqueó una ceja.

— Bueno, a mí Cho también me parece un poco idiota, pero a ti creo que te gusta.

Harry se atragantó.

— ¿Cómo lo sabes?

— Venga ya, Harry. Todo el mundo ha visto cómo os miráis en las… — miró alrededor — reuniones del ED.

— No hay nada entre nosotros — le aseguró Harry, quien se había ruborizado intensamente.

— ¿Quieres un consejo? Si quieres algo con ella, tendrás que dar el paso y acercarte tú.

— No quiero nada con ella — dijo él, y se sorprendió al darse cuenta de que era verdad. Ginny también pareció sorprendida.

— ¿No? ¿Y eso?

— Yo también creo que es un poco idiota.

Eso hizo reír a Ginny.

— ¿Qué te hace pensar eso?

— Es que… — Harry luchó para encontrar las palabras. — Solo llora.

— Tiene motivos para llorar — le recordó Ginny.

— Lo sé y créeme que lo entiendo — dijo Harry. — ¿Pero qué se supone que tengo que hacer? ¿Consolarla? ¿Cómo?

— Eres igual que Ron — bufó Ginny. — Claro que tienes que consolarla.

— ¿Y a mí quién me consuela? — soltó Harry sin pensar. Se arrepintió al instante al ver la expresión de sorpresa de Ginny. — Eh…

— Tú debes consolarla a ella y ella debe consolarte a ti — dijo Ginny al cabo de un momento, como si se tratara de lo más lógico del mundo. — Así es como funcionan las relaciones, Harry.

— Pues entonces nunca voy a tener una relación con ella.

— ¿Ella no se preocupa por ti? — aventuró Ginny. Harry, sintiéndose miserable, asintió.

— Solo quiere hablar de Cedric. Y yo no quiero hablar de Cedric.

— ¿Se lo has dicho a ella?

— ¡Sí! Claro que sí. Pero se pone a llorar. Ese es el problema: estamos bien, de pronto empieza a hablar de Cedric y se echa a llorar, y quiere que yo la consuele. Pero no puedo. Yo… Yo lo vi morir.

Sabía que estaba hablando de más, pero, aunque parte de él le gritaba que parase, otra parte necesitaba continuar.

—No quiero estar con una chica y tener que recordar todo aquello. Ya tengo bastante con revivirlo cada noche como para que también me lo recuerden mientras estoy despierto.

— Es comprensible — respondió Ginny. No parecía nada sorprendida por las palabras de Harry. — Si quieres mi opinión, creo que tanto tú como Cho tendríais que esperar a que pase un tiempo y estéis mejor antes de intentar nada.

— Creo que nunca tendremos nada — afirmó Harry. — Y la verdad, ya me da igual.

— Si te diera igual no estarías contándome todo esto.

Harry hizo una mueca.

— No sé por qué te lo estoy contando — confesó el chico, haciendo que Ginny riera.

— Porque te lo has estado guardando demasiado tiempo — le respondió ella. — Y porque necesitas consejo. Entiendo que te sientas fatal, Harry. No es justo que ella espere que la consueles y te fuerce a hablar de cosas que te hacen daño. Solo está pensando en ella misma.

— Exacto.

— Cho necesita apoyo — declaró Ginny. — Pero tú eres el peor indicado para dárselo.

— Ella cree que soy el que mejor debería entenderla — confesó Harry. — Precisamente porque lo vi todo.

Ginny bufó.

— No te agobies. Si tenéis que tener algo entre vosotros, lo tendréis. Deja que pase el tiempo y se le curen un poco las heridas. Y preocúpate de curar las tuyas, Harry.

— Lo tengo un poco difícil, teniendo en cuenta que vamos a volver a leerlo todo otra vez.

— Creo que la lectura va a reabrir muchas heridas — confesó Ginny.

— ¿Seguro que vas a estar bien? — le preguntó Harry.

— Sí, sí. No te preocupes — Ginny le sonrió, aunque fue una sonrisa algo forzada. — Si se vuelve demasiado, me levantaré y me iré. No creo que me digan nada por ello, ¿no?

— No deberían — respondió Harry. — Si alguien te dice algo grosero, le lanzaré un encantamiento de piernas de gelatina.

Ginny se echó a reír.

— Vale, y si alguien te lo dice a ti, haré que les salgan murciélagos por la nariz una semana.

Harry también rió. Ginny miró su reloj de muñeca.

— Oh, no. Tengo que irme, llego muy tarde.

— Oh, claro. Perdona por mantenerte aquí tanto rato.

— No te preocupes — le sonrió Ginny. — Nos vemos luego.

Harry echó a andar hacia la biblioteca, pero no había dado ni tres pasos cuando escuchó la voz de Ginny llamarlo.

— Eh, Harry — dijo ella. — Una última cosa. Cuando empecemos a leer el libro y todos los idiotas te juzguen porque hablas pársel, mándalos a freír espárragos.

Harry entró a la biblioteca con una gran sonrisa.

Enseguida vio a Hermione y Luna, quienes estaban rodeadas de una decena de volúmenes con pinta de ser muy antiguos. Se sentó con ellas y lo pusieron al día con sus (escasos) avances en la investigación. Se sentía muy ligero, como si se hubiese quitado un peso de encima, y al cabo de un rato se dio cuenta de que era gracias a la conversación que había tenido con Ginny. Realmente había necesitado contar todas esas cosas.

Eventualmente, Luna y Harry tuvieron que obligar a Hermione a dejar los libros para ir a cenar. En el comedor se encontraron con Ron, quien también tenía aspecto de estar mucho más tranquilo que antes. Hermione le preguntó qué tal le había ido con sus padres y él afirmó que bien, aunque no dio detalles. A juzgar por su sonrisa, la conversación sobre sus inseguridades a la que tanto temía había ido muy bien.

Esa noche, ya acostados en sus camas de la torre de Gryffindor, Harry le preguntó si estaba todo bien. Ron, ya medio dormido, le contestó que todo estaba arreglado. Harry se fue a dormir con imágenes de sus padres danzando en su mente y soñó con ellos. Fue uno de esos sueños raros, en los que las cosas se conectan de formas extrañas y nada tiene sentido. De pronto estaba en casa con sus padres, de pronto, en Hogwarts, con Ron, Hermione y Ginny. Aparecía Cho cogida de la mano de Corner y ambos se iban a lomos de Buckbeak. Él volvía al cuarto donde estaban Sirius y Remus, que le habían organizado una fiesta porque era su cumpleaños. La tarta tenía forma de libro, pero Hermione le decía que no podían comérsela porque ahí estaba oculta la respuesta.

Cuando Harry despertó al día siguiente, tardó varios minutos en volver a la realidad. Hermione, Ron y él bajaron a desayunar y Harry soportó con desánimo los comentarios de sus compañeros más jóvenes sobre lo ilusionados que estaban ante la idea de comenzar a leer el segundo libro. Los que habían estado aquel año en Hogwarts no parecían tan animados. Miró a Justin, a quien Hannah estaba obligando a comerse unas tostadas en la mesa de Hufflepuff, y vio que el chico estaba bastante pálido. Colin, por otro lado, parecía totalmente tranquilo, e incluso emocionado ante la idea de leer el libro.

Eventualmente, todos terminaron de desayunar y el director se puso en pie.

— Ahora que todos estamos llenos de energía, — empezó —, es hora de comenzar la lectura del segundo libro. En pie, por favor.

Todos se pusieron en pie y Dumbledore hizo el ya acostumbrado gesto con la varita que convertía las mesas y sillas en cómodos sillones, sofás y almohadas.

— ¿Quién quiere leer? — preguntó mientras todos tomaban asiento. Muchas manos se alzaron y Dumbledore eligió a Katie Bell.

Katie caminó hasta la tarima, cogió el libro y leyó:

— El libro se titula Harry Potter y la Cámara Secreta.

Aunque todos lo sabían ya, muchos se tensaron.

— Y el primer capítulo se titula — abrió el libro — El peor cumpleaños.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii 

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