El diario secretísimo:
—¡Pues ya verás cuando todos se enteren de que tienes cola!
Eso hizo que los que aún no estaban riendo comenzaran a hacerlo.
— Aquí termina — gruñó Hermione, cerrando el libro con ímpetu.
— Bien, bien — dijo Dumbledore, con una pequeña sonrisa.
Se acercó a la tarima y cogió el libro, volviendo a abrirlo por el capítulo que tocaba.
— El siguiente capítulo… — su expresión cambió. La sonrisa desapareció totalmente y a Harry le dio un vuelco el corazón. — El capítulo se titula: El diario secretísimo.
Ginny saltó en su asiento, a la vez que se oyeron murmullos por todo el comedor.
— ¿Potter tenía un diario secreto? — dijo McLaggen en tono burlón.
Se escucharon risas, pero Harry no les hizo ni caso. En lugar de eso, tenía la vista fija en Ginny, quien se había puesto bastante pálida.
Al fin había llegado el momento. La parte más difícil del libro estaba a punto de comenzar y pronto todos sabrían quién había abierto la cámara de los secretos.
Hermione, quien acababa de volver a su asiento, puso la mano en la espalda de Ginny en un gesto de apoyo. Harry vio que todos los Weasley parecían tensos, especialmente la señora Weasley. Bill le susurraba algo a Fleur Delacour al oído y la chica asentía cada pocos segundos, con gesto sombrío.
— ¿Quién quiere leer? — preguntó el director.
Sin embargo, su tono de voz y su expresión seria no invitaban a nadie a ofrecerse voluntario. Los pocos que habían reído al imaginar a Harry utilizando un diario secreto ya no parecían tan animados.
— ¿No hay ningún voluntario? — repitió Dumbledore, pero nadie se movió. Ni siquiera entre los profesores se ofreció nadie para leer, aunque Harry no podía culparlos por ello. Después de todo, ellos sí que sabían que el diario en cuestión había pertenecido a Voldemort y que había sido el causante de todo.
— Si nadie se ofrece voluntario, una persona será escogida al azar — gruñó el profesor Snape.
Todavía tenía cara de estar de muy mal humor, por lo que muchos evitaron cruzar miradas con él.
— Conozco el hechizo perfecto para eso — dijo Dumbledore alegremente. Sacó su varita y, tras hacer un par de florituras muy extrañas, una pequeña pluma se materializó frente a él y comenzó a sobrevolar el comedor.
Decenas de ojos siguieron la pluma, que planeaba sobre sus cabezas como si una brisa la meciera en el aire. Algunos Ravenclaw se agacharon cuando la pluma se dirigió hacia su lugar, dejando escapar risitas y grititos ahogados. La pluma siguió su curso, haciendo que muchos alumnos también se agacharan para esquivarla e incluso se cambiaran de sitio para evitar su trayectoria.
La pluma paró sobre la cabeza de un alumno, quien se agachó inmediatamente para esquivarla. Sin embargo, la pluma parecía decidida: se dejó caer sobre dicho alumno, quedando enganchada en su cabello rubio.
Draco Malfoy jadeó, quitándose la pluma del pelo.
— Ni hablar — dijo inmediatamente.
— Lo siento, señor Malfoy — respondió Dumbledore con una sonrisa. — El hechizo ha hablado. Suba a la tarima, por favor.
Horrorizado, Malfoy miró a Snape unos segundos antes de levantarse y subir a donde Dumbledore lo esperaba con el libro abierto.
— ¿Es obligatorio? — insistió una última vez, mirando directamente a Snape, quien suspiró y asintió bruscamente.
De mala gana, Malfoy tomó el libro entre sus manos y, con cara de asco, leyó:
— El diario secretísimo.
Se escucharon risitas. Algunos reían porque disfrutaban ver a Malfoy tan incómodo. Otros, reían al pensar que se iba a hablar del diario secreto de Harry Potter.
Por su parte, Harry se preguntaba si Malfoy sabía de qué diario de iba a hablar. Después de todo, había sido su padre quien se lo había colado a Ginny en el caldero, años atrás. ¿Se lo habría contado a su hijo? ¿Sabía Malfoy lo que podía hacer ese diario?
Si así era, entonces habría sabido en segundo año quién era la persona que estaba causando los ataques. Sin embargo, había dicho no saber nada cuando Harry y Ron le habían preguntado, haciéndose pasar por Crabbe y Goyle.
Harry llegó a la conclusión de que Malfoy no había sabido nada del diario aquel año. Se preguntó si Lucius Malfoy se lo habría contado después de que terminara todo.
Herm…— Malfoy puso cara de asco. — Granger pasó varias semanas en la enfermería. Corrieron rumores sobre su desaparición cuando el resto del colegio regresó a Hogwarts al final de las vacaciones de Navidad, porque naturalmente todos creyeron que la habían atacado. Ojalá.
— ¡Malfoy! — exclamó la profesora Sprout.
— Añadiremos otro día de castigo — dijo la profesora McGonagall. La mirada que le echó al Slytherin habría dejado a Harry congelado en el sitio si hubiera ido dirigida hacia él.
— Menudo imbécil — gruñó Ron en voz baja.
Hermione hizo una mueca.
— Mira el lado bueno. Si no es capaz de controlar sus palabras, para cuando termine el capítulo tendrá tantos castigos que no habrá suficientes días en el curso para que los cumpla todos — dijo Hermione.
Harry esperaba que así fuera.
Eran tantos los alumnos que se daban una vuelta por la enfermería tratando de echarle la vista encima, que la señora Pomfrey quitó las cortinas de su propia cama y las puso en la de Herm… Granger para ahorrarle la vergüenza de que la vieran con la cara peluda.
Malfoy sonrió cruelmente al leer eso.
— Le pido que no cambie las palabras del libro, señor Malfoy — intervino el profesor Dumbledore cordialmente. — Diga los nombres tal como aparecen, si no le importa.
Por su cara, era como si a Malfoy le hubieran dado una bofetada.
— Pero señor…
Sin embargo, Dumbledore no le permitió replicar.
— Tenga en cuenta que estamos confiando en la honestidad y exactitud de estos libros para aprender sobre hechos importantes.
Aunque Dumbledore se dirigía directamente a Malfoy, estaba claro que lo decía también para el resto del comedor.
— Por lo tanto — prosiguió—, debemos ceñirnos a leer lo que pone en el libro, sin cambios.
Parecía que Malfoy sabía reconocer una batalla perdida. Asintió cortamente y siguió leyendo de mal humor.
Ha… Harry y Ron iban a visitarla todas las noches.
A Harry le dio un escalofrío. Por la expresión asqueada de Ron, a él se le hacía tan incómodo que Malfoy se refiriera a él por su nombre de pila como se le hacía a Harry.
Cuando comenzó el nuevo trimestre, le llevaban cada día los deberes.
—Si a mí me hubieran salido bigotes de gato, aprovecharía para descansar —le dijo Ron una noche, dejando un montón de libros en la mesita que tenía Hermione junto a la cama.
Harry no sabía quién estaba más incómodo: Malfoy, que se veía obligado a leer frente a todo el comedor, o ellos, quienes tenían que escuchar a Malfoy llamarlos por su nombre de pila constantemente en vez de utilizar su apellido.
—No seas tonto, Ron, tengo que mantenerme al día —replicó Hermione rotundamente. Estaba de mucho mejor humor porque ya le había desaparecido el pelo de la cara, y los ojos, poco a poco, recuperaban su habitual color marrón—.
— Estás loca — dijo Parvati. — ¿A quién se le ocurre ponerse a estudiar en la enfermería?
— Pasé semanas en la enfermería — se defendió Hermione. — ¡No podía estar todo ese tiempo sin hacer nada!
¿Tenéis alguna pista nueva? —añadió en un susurro, para que la señora Pomfrey no pudiera oírla.
— Oh, ¿seguís con eso? — dijo Zacharias Smith. — ¿Es que no podéis parar de meteros donde nadie os llama?
— Cierra la boca — replicó Ginny.
Smith pareció contrariado, pero una mirada de Fred bastó para que decidiera no responderle a la chica.
—Nada —dijo Harry con tristeza.
—Estaba tan convencido de que era Malfoy… —dijo Ron por centésima vez.
Malfoy levantó la vista del libro para mirar a Ron de forma burlona. Ron gruñó por lo bajo.
—¿Qué es eso? —preguntó Harry, señalando algo dorado que sobresalía debajo de la almohada de Hermione.
—Nada, una tarjeta para desearme que me ponga bien —dijo Hermione a toda prisa, intentando esconderla, pero Ron fue más rápido que ella. La sacó, la abrió y leyó en voz alta:
— Oh, no — gimió Hermione.
Ante las miradas curiosas, ella simplemente negó con la cabeza y se tapó la cara con las manos.
A la señorita Granger deseándole que se recupere muy pronto, de su preocupado profesor Gilderoy Lockhart, Caballero de tercera clase de la Orden de Merlín, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras y cinco veces ganador del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista «Corazón de Bruja».
Ron miró a Hermione con disgusto.
—¿Duermes con esto debajo de la almohada?
Malfoy parecía divertido al leer eso, pero no más que muchos otros alumnos, quienes reían abiertamente. Harry podía ver a través de los dedos de Hermione que su cara de había puesto muy roja.
— Toda la carta es sobre él — se quejó Ginny. — Ha tardado más escribiendo todos sus títulos que deseándote que te recuperes.
Pero Hermione no necesitó responder, porque la señora Pomfrey llegó con la medicina de la noche.
—¿A que Lockhart es el tío más pelota que has conocido en tu vida? —dijo Ron a Harry al abandonar la enfermería y empezar a subir hacia la torre de Gryffindor.
Ron asintió, de acuerdo consigo mismo.
— El más pelota y el que tiene el ego más grande — añadió Seamus.
Ron, quien todavía no había perdonado del todo a Seamus por su trato hacia Harry, no le respondió.
Snape les había mandado tantos deberes, que a Harry le parecía que no los terminaría antes de llegar al sexto curso.
— Pues nunca entregué una de las redacciones que nos mandó, así que técnicamente tenía razón — confesó Harry en voz baja.
Ron soltó un bufido que escondía una risa, al tiempo que Hermione le reprochaba con la mirada.
Precisamente Ron estaba diciendo que tenía que haber preguntado a Hermione cuántas colas de rata había que echar a una poción crecepelo, cuando llegó hasta sus oídos un arranque de cólera que provenía del piso superior.
—Es Filch —susurró Harry, y subieron deprisa las escaleras y se detuvieron a escuchar donde no podía verlos.
—Espero que no hayan atacado a nadie más —dijo Ron, alarmado.
Entre los adultos de la sala, hubo muchos gestos de pena. Era muy triste que alumnos tan pequeños tuvieran que vivir con miedo de ser atacados.
Se quedaron inmóviles, con la cabeza inclinada hacia la voz de Filch, que parecía completamente histérico.
—… aún más trabajo para mí. ¡Fregar toda la noche, como si no tuviera otra cosa que hacer! No, ésta es la gota que colma el vaso, me voy a ver a Dumbledore.
Sus pasos se fueron distanciando, y oyeron un portazo a lo lejos.
Harry y Ron intercambiaron miradas. Sabían lo que iba a suceder ahora.
Asomaron la cabeza por la esquina. Evidentemente, Filch había estado cubriendo su habitual puesto de vigía; se encontraban de nuevo en el punto en que habían atacado a la Señora Norris.
— Espero que os alejarais inmediatamente — dijo la profesora McGonagall.
Sin embargo, bastaba ver las caras de Harry y Ron para saber que no lo habían hecho.
Buscaron lo que había motivado los gritos de Filch. Un charco grande de agua cubría la mitad del corredor, y parecía que continuaba saliendo agua de debajo de la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona. Ahora que los gritos de Filch habían cesado, podían oír los gemidos de Myrtle resonando a través de las paredes de los aseos.
— Pobrecita — dijo una alumna de segundo.
Muchas otras alumnas no parecían tener tanta compasión por Myrtle, a juzgar por sus caras.
—¿Qué le pasará ahora? —preguntó Ron.
—Vamos a ver —propuso Harry, y levantándose la túnica por encima de los tobillos, se metieron en el charco chapoteando, llegaron a la puerta que exhibía el letrero de «No funciona» y, haciendo caso omiso de la advertencia, como de costumbre, entraron.
Se escucharon algunos bufidos.
— ¿Y si alguien hubiera querido usar el baño? — dijo Lisa Turpin.
— Estaba roto, nadie podía usarlo de todas formas — le recordó Susan Bones. Turpin no pareció muy contenta.
Myrtle la Llorona estaba llorando, si cabía, con más ganas y más sonoramente que nunca. Parecía estar metida en su retrete habitual. Los aseos estaban a oscuras, porque las velas se habían apagado con la enorme cantidad de agua que había dejado el suelo y las paredes empapados.
— ¿Había explotado una cañería? — preguntó Dean.
— Lo que había explotado era otra cosa — murmuró Ginny, más para sí misma que para que los demás la escucharan. Sin embargo, tanto Harry como Ron, Hermione y Luna la escucharon perfectamente.
—¿Qué pasa, Myrtle? —inquirió Harry.
—¿Quién es? —preguntó Myrtle, con tristeza, como haciendo gorgoritos—. ¿Vienes a arrojarme alguna otra cosa?
Ginny hizo una mueca. Harry empezaba a volver a preocuparse por ella.
Harry fue hacia el retrete y le preguntó:
—¿Por qué tendría que hacerlo?
—No sé —gritó Myrtle, provocando al salir del retrete una nueva oleada de agua que cayó al suelo ya mojado—. Aquí estoy, intentando sobrellevar mis propios problemas, y todavía hay quien piensa que es divertido arrojarme un libro…
Ginny gimió y agachó la cabeza.
— No quise tirárselo — susurró. — Salió de la nada y me pilló por sorpresa.
— No pasa nada — le aseguró Ron en voz baja. — Se habría ofendido igual si le hubieras lanzado flores.
— A nadie le gusta que le lancen cosas — le reprochó Hermione a Ron. — Es normal que se ofendiera… No lo digo para que te sientas mal, Ginny.
— Lo sé — le aseguró ella.
—Pero si alguien te arroja algo, a ti no te puede doler —razonó Harry—. Quiero decir, que simplemente te atravesará, ¿no?
— Harry, tienes la delicadeza en el cu…
— ¡George!
— Perdona, mamá.
Harry no pudo evitar reír, igual que Ron. Hermione no parecía muy contenta, pero Harry habría jurado que Ginny había sonreído durante un momento.
— Me parece muy irónico que precisamente tú hables sobre delicadeza — intervino Bill con una sonrisa.
George fingió ofenderse y le dio la espalda a su hermano, levantando la cabeza en un gesto que a Harry le recordaba a las señoras de las películas antiguas que veía Tía Petunia los domingos por la tarde.
Acababa de meter la pata. Myrtle se sintió ofendida y chilló:
—¡Vamos a arrojarle libros a Myrtle, que no puede sentirlo! ¡Diez puntos al que se lo cuele por el estómago! ¡Cincuenta puntos al que le traspase la cabeza! ¡Bien, ja, ja, ja! ¡Qué juego tan divertido, pues para mí no lo es!
— Vaya humor — se quejó alguien de segundo de Gryffindor.
— ¡Claro que está de mal humor! — saltó Hannah Abbott. — Le han tirado un libro. Es una falta de respeto.
— Se lo merece por llorona — dijo McLaggen. Inmediatamente, una decena de personas se giraron para mirarlo.
— Es una chica que murió estando en Hogwarts — dijo Katie Bell, enfadada. — Vale que puede ser muy pesada, pero no se merece que le arrojen cosas.
Harry tenía muchas ganas de que Malfoy siguiera leyendo, porque Ginny parecía cada vez más deprimida.
—Pero ¿quién te lo arrojó? —le preguntó Harry.
—No lo sé… Estaba sentada en el sifón, pensando en la muerte, y me dio en la cabeza —dijo Myrtle, mirándoles—. Está ahí, empapado.
Aunque ya no podía evitar lo que había sucedido, parte de él deseaba que su "yo" del libro cogiera el diario y lo llevara directamente al despacho del director.
Harry y Ron miraron debajo del lavabo, donde señalaba Myrtle. Había allí un libro pequeño y delgado. Tenía las tapas muy gastadas, de color negro, y estaba tan humedecido como el resto de las cosas que había en los lavabos.
Harry notó que Hermione pasaba el brazo por detrás de Ginny, envolviéndola en un semi-abrazo. Supuso que a la chica le había dado un escalofrío.
No podía culparla.
Harry se acercó para cogerlo, pero Ron lo detuvo con el brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—¿Estás loco? —dijo Ron—. Podría resultar peligroso.
— Bien dicho — dijo Arthur Weasley inmediatamente.
Ron se sonrojó hasta las orejas.
—¿Peligroso? —dijo Harry, riendo—. Venga, ¿cómo va a resultar peligroso?
Harry gimió.
— No me lo digáis — dijo, viendo que tanto Hermione como Ron habían abierto la boca para decir algo.
—Te sorprendería saber —dijo Ron, asustado, mirando el librito— que entre los libros que el Ministerio ha confiscado había uno que les quemó los ojos. Me lo ha dicho mi padre. Y todos los que han leído Sonetos del hechicero han hablado en cuartetos y tercetos el resto de su vida. ¡Y una bruja vieja de Bath tenía un libro que no se podía parar nunca de leer! Uno tenía que andar por todas partes con el libro delante, intentando hacer las cosas con una sola mano. Y…
— He escuchado la historia de la bruja de Bath — dijo Angelina. — Pero en la versión que escuché, decía que, si dejaba de leer el libro, sufriría dolores terribles y moriría en cuestión de pocas horas.
— Creo que esa versión se la ha inventado alguien con mucho tiempo libre — dijo Kingsley amablemente.
—Vale, ya lo he entendido —dijo Harry. El librito seguía en el suelo, empapado y misterioso—. Bueno, pero si no le echamos un vistazo, no lo averiguaremos —dijo y, esquivando a Ron, lo recogió del suelo.
Sirius se echó a reír, a la vez que muchos jadeaban o soltaban exclamaciones de la sorpresa.
— No me puedo creer que lo cogieras — dijo Neville, asombrado.
— No deberías haberlo hecho — dijo Ginny al mismo tiempo. Harry se giró tan rápido para mirarla que se hizo daño en el cuello.
— ¿Cómo que no? Fue lo mejor que pude haber hecho.
Ambos se quedaron callados, envueltos en el duelo de miradas más intenso que Harry había tenido en mucho tiempo. Muchas personas los miraban con curiosidad, queriendo saber a qué se refería Harry con "lo mejor que pudo haber hecho", pero el chico no tenía ninguna intención de responder a sus preguntas.
Estaba ocupado intentando hacer entender a Ginny que encontrar el diario había sido un golpe de suerte, pero sin tener que decirlo en voz alta. Ella lo miraba con una ceja arqueada, y después hizo un gesto que claramente decía "Te podían haber matado". "¡Te podían haber matado a ti!", replicó Harry, usando solo sus facciones y su mirada para decirlo.
Mientras tanto, Ron y Hermione los miraban como si no los hubieran visto nunca, totalmente confusos.
Malfoy siguió leyendo, de mal humor.
Harry vio al instante que se trataba de un diario, y la desvaída fecha de la cubierta le indicó que tenía cincuenta años de antigüedad. Lo abrió intrigado. En la primera página podía leerse, con tinta emborronada, «T.M. Ryddle».
— Creo que he oído ese nombre antes — dijo un Slytherin de sexto. — ¿No tiene un premio en la sala de los trofeos?
— Ni idea — le contestó un amigo.
—Espera —dijo Ron, que se había acercado con cuidado y miraba por encima del hombro de Harry—, ese nombre me suena… T.M. Ryddle ganó un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio.
Ron y el Slytherin intercambiaron miradas.
—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Harry sorprendido.
—Lo sé porque Filch me hizo limpiar su placa unas cincuenta veces cuando nos castigaron —dijo Ron con resentimiento—. Precisamente fue encima de esta placa donde vomité una babosa. Si te hubieras pasado una hora limpiando un nombre, tú también te acordarías de él.
Algunos rieron.
— Qué casualidad — dijo Charlie, anonadado.
Harry no pudo evitar soltar una risotada. Ante la mirada traicionada de Ron, dijo:
— Vomitaste una babosa sobre su premio…
Tras unos segundos, a Ron se le formó una gran sonrisa.
Harry separó las páginas humedecidas. Estaban en blanco. No había en ellas el más leve resto de escritura, ni siquiera «cumpleaños de tía Mabel» o «dentista, a las tres y media».
—No llegó a escribir nada —dijo Harry, decepcionado.
— Ojalá eso fuera verdad — gruñó Hermione en voz baja.
—Me pregunto por qué querría alguien tirarlo al retrete —dijo Ron con curiosidad.
Muchos parecían preguntarse lo mismo.
— Quizá se lo regalaron y no le gustó — sugirió Cho Chang.
— ¿Por qué alguien regalaría un diario en blanco de hace cincuenta años? — preguntó Ernie Macmillan. Cho no supo cómo responder, pero Justin sí.
— A lo mejor es una reliquia — dijo. — Quizá estaba hecho de un material valioso, o perteneció a alguien importante. Si el dueño ganó un premio en el colegio fue por algo, ¿no?
— O a lo mejor un diario de hace cincuenta años está relacionado con la muerte de Myrtle en ese mismo baño hace cincuenta años — ironizó Daphne Greengrass, cerrando la boca de un plumazo a todos los demás.
Harry volvió a mirar las tapas del cuaderno y vio impreso el nombre de un quiosco de la calle Vauxhall, en Londres.
—Debió de ser de familia muggle —dijo Harry, especulando—, ya que compró el diario en la calle Vauxhall…
— Es una buena deducción — dijo Alicia Spinnet.
— No, no lo es — gruñó Moody. Muchos lo miraron con cautela.
Harry, curioso, le preguntó por qué no lo era.
— Cualquiera podría ir a la calle Vauxhall y comprar algo — replicó Moody. Todo el comedor escuchaba atentamente sus palabras. Malfoy, con el libro en las manos, no se atrevía a seguir leyendo hasta que estuviera claro que Moody no tenía nada más que decir. — Lo único que indica ese dato es que es más probable que quien lo comprara fuera de origen muggle, pero no demuestra nada. Podría haber sido cualquiera.
Harry asintió. Aunque entendía la lógica de Moody, le decepcionaba que lo hubiera corregido.
—Bueno, eso da igual —dijo Ron. Luego añadió en voz muy baja—. Cincuenta puntos si lo pasas por la nariz de Myrtle.
— ¡Ron! — exclamó la señora Weasley. Varias personas rieron, a la par que otras muchas miraban mal a Ron. Parecía que las opiniones sobre Myrtle eran muy variadas.
Harry, sin embargo, se lo guardó en el bolsillo.
— Mala idea — gruñó otra vez Moody. — Podría ser peligroso.
— Eres un aguafiestas — dijo Sirius. Algunos jadearon. — ¿El libro no explotó en tus pantalones, verdad, Harry?
— No — respondió él, divertido.
— Podría haberlo hecho — replicó Moody de mala gana.
Hermione salió de la enfermería, sin bigotes, sin cola y sin pelaje, a comienzos de febrero. La primera noche que pasó en la torre de Gryffindor, Harry le enseñó el diario de T.M. Ryddle y le contó la manera en que lo habían encontrado.
— ¿Febrero? — exclamó Bill Weasley. — ¿Estuviste más de un mes en la enfermería?
— Clago que lo estuvo — respondió Fleur a la vez que Hermione asentía con la cabeza. — Repagag el daño de una poción multijugos puede seg muy complicado.
Bill le sonrió. Malfoy siguió con la lectura antes de que el mayor de los Weasley pudiera decir nada más.
—¡Aaah, podría tener poderes ocultos! —dijo con entusiasmo Hermione, cogiendo el diario y mirándolo de cerca.
Draco imitó la voz de Hermione con un tono agudo y ridículo que hizo reír a muchos. Hermione lo miró muy mal, pero no tanto como Ron.
—Si los tiene, los oculta muy bien —repuso Ron—. A lo mejor es tímido. No sé por qué lo guardas, Harry.
— ¿El libro es tímido? — rió Lavender. Ron se sonrojó.
—Lo que me gustaría saber es por qué alguien intentó tirarlo —dijo Harry—. Y también me gustaría saber cómo consiguió Ryddle el Premio por Servicios Especiales.
— Buenas preguntas — sonrió Sirius. Se había acomodado al lado de Lupin, utilizando varios de los cojines y almohadas disponibles, y parecía estar disfrutando mucho de la lectura.
—Por cualquier cosa —dijo Ron—. A lo mejor acumuló treinta matrículas de honor en Brujería o salvó a un profesor de los tentáculos de un calamar gigante. Quizás asesinó a Myrtle, y todo el mundo lo consideró un gran servicio…
Hermione jadeó. Harry se quedó con la boca abierta.
— ¿Ves? — susurró Ginny emocionada. — ¡Siempre dices cosas como esa!
— No soy vidente — dijo Ron en apresurados susurros. — Solo son comentarios estúpidos. No soy como ella — dijo, señalando con disimulo a la profesora Trelawney.
— ¿Estás seguro? — dijo Harry. Al ver la expresión indignada de Ron, siguió hablando: — Vale, no eres vidente. Pero no puedes negar que es muy raro que hagas ese tipo de comentarios y resulten ser reales.
— No lo niego — replicó Ron. — Pero no por eso tengo que tener ojo de ese.
— Ojo interior — le recordó Hermione. — Y claro que no lo tienes. Son tonterías, de todas formas.
— Que no te oigan ellas — susurró Ginny, mirando de reojo a Parvati y Lavender.
Mientras ellos hablaban en susurros, Malfoy seguía leyendo.
Pero Harry estaba seguro, por la cara de interés que ponía Hermione, de que ella estaba pensando lo mismo que él.
—¿Qué pasa? —dijo Ron, mirando a uno y a otro.
—Bueno, la Cámara de los Secretos se abrió hace cincuenta años, ¿no? —explicó Harry—. Al menos, eso nos dijo Malfoy.
— Menos mal — dijo Daphne. — Ya empezaba a pensar que no haríais esa conexión.
Hermione le sonrió. La chica, dubitativa, le devolvió la sonrisa.
—Sí… —admitió Ron.
—Y este diario tiene cincuenta años —dijo Hermione, golpeándolo, emocionada, con el dedo.
—¿Y?
— Qué lento eres — dijo Malfoy, interrumpiéndose a sí mismo. — Y luego te quejas de Crabbe.
Ron jadeó, indignado. Antes de que pudiera replicar, Malfoy siguió leyendo con una sonrisita torcida.
—Venga, Ron, despierta ya —dijo Hermione bruscamente—. Sabemos que la persona que abrió la cámara la última vez fue expulsada hace cincuenta años. Sabemos que a T.M. Ryddle le dieron un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio. Bueno, ¿y si a Ryddle le dieron el premio por atrapar al heredero de Slytherin? En su diario seguramente estará todo explicado: dónde está la cámara, cómo se abre y qué clase de criatura vive en ella. La persona que haya cometido las agresiones en esta ocasión no querría que el diario anduviera por ahí, ¿no?
— Genial — dijo Tonks, impresionada. Hermione pareció muy contenta.
— Pero no tiene sentido — intervino Sirius en voz alta. Muchos se giraron para mirarle, mientras que otros aún parecían decididos a evitar hacer cualquier contacto no necesario con él. — ¿Cómo llegó el diario al baño de Myrtle? Si de verdad contiene esa información, el Heredero de Slytherin no lo habría dejado tirado en el suelo del baño, ¿no?
— Y no solo eso — lo interrumpió Tonks. — Si el diario es de la persona que atrapó al culpable, ¿por qué lo tenía ahora el Heredero de Slytherin? ¿Y por qué lo abandonó en el baño de Myrtle?
— Esas son excelentes preguntas— dijo Dumbledore. — Todo se responderá a su debido tiempo.
—Es una teoría brillante, Hermione —dijo Ron—, pero tiene un pequeño defecto: que no hay nada escrito en el diario.
— Tiene más que un defecto — dijo Ginny en voz baja. Ron le gruñó.
Pero Hermione sacó su varita mágica de la bolsa.
—¡Podría ser tinta invisible! —susurró.
Y dio tres golpecitos al cuaderno, diciendo:
—¡Aparecium!
— Dudo que un hechizo tan simple funcione en un objeto tan misterioso — dijo Ernie Macmillan.
Pero no ocurrió nada. Impertérrita, volvió a meter la mano en la bolsa y sacó lo que parecía una goma de borrar de color rojo.
—Es un revelador, lo compré en el callejón Diagon —dijo ella. Frotó con fuerza donde ponía «1 de enero». Siguió sin pasar nada.
— Quizá el revelador estaba roto — dijo alguien de primero. Nadie le hizo caso.
—Ya te lo decía yo; no hay nada que encontrar aquí —dijo Ron—. Simplemente, a Ryddle le regalaron un diario por Navidad, pero no se molestó en rellenarlo.
— No digáis nada — dijo Ron. — Ya sé que soy imbécil.
— No lo eres — se apresuró a decir Hermione al ver la expresión deprimida de Ron. — Yo también llegué a pensar que no había nada raro en el diario.
— Sois los dos imbéciles, entonces — dijo Ginny como si eso zanjara la situación. Hermione la miró, incrédula, pero al ver que la menor de los Weasley trataba de contener una sonrisa dejó pasar el insulto.
Harry no podría haber explicado, ni siquiera a sí mismo, por qué no tiraba a la basura el diario de Ryddle. El caso es que aunque sabía que el diario estaba en blanco, pasaba las páginas atrás y adelante, concentrado en ellas, como si contaran una historia que quisiera acabar de leer.
— Eso es raro — dijo Dean.
Nadie notó que todos los Weasley se habían tensado. Ginny miró a Harry un momento, y él supo que ella había sentido esa misma atracción extraña hacia el diario.
Y, aunque estaba seguro de no haber oído antes el nombre de T.M. Ryddle, le parecía que ese nombre le decía algo, como si se tratara de un amigo olvidado de la más remota infancia.
Ron jadeó. Hermione soltó un gritito ahogado y se llevó las manos a la boca. A su alrededor, todos los Weasley parecían horrorizados.
Harry tragó saliva. Empezaba a ponerse muy nervioso.
Miró a Dumbledore y vio que su expresión pensativa no reflejaba nada de la calidez usual.
Pero era absurdo: no había tenido amigos antes de llegar a Hogwarts, Dudley se había encargado de eso.
Se escucharon quejas e improperios contra Dudley, pero Harry estaba pensando en el diario y no se dio ni cuenta.
Sin embargo, Harry estaba determinado a averiguar algo más sobre Ryddle, así que al día siguiente, en el recreo, se dirigió a la sala de trofeos para examinar el premio especial de Ryddle, acompañado por una Hermione rebosante de interés y un Ron muy reticente, que les decía que había visto el premio lo suficiente para recordarlo toda la vida.
Algunos rieron.
La placa de oro bruñido de Ryddle estaba guardada en un armario esquinero. No decía nada de por qué se lo habían concedido.
—Menos mal —dijo Ron—, porque si lo dijera, la placa sería más grande, y en el día de hoy aún no habría acabado de sacarle brillo.
Se oyeron más risas. Ron no reía, pero nadie parecía darse cuenta de ello.
Sin embargo, encontraron el nombre de Ryddle en una vieja Medalla al Mérito Mágico y en una lista de antiguos alumnos que habían recibido el Premio Anual.
—Me recuerda a Percy —dijo Ron, arrugando con disgusto la nariz—: prefecto, Premio Anual…, supongo que sería el primero de la clase.
—Lo dices como si fuera algo vergonzoso —señaló Hermione, algo herida.
Muchos miraron mal a Ron, pero él estaba ocupado sintiéndose horrorizado por haber comparado a Percy con Tom Ryddle.
El sol había vuelto a brillar débilmente sobre Hogwarts. Dentro del castillo, la gente parecía más optimista. No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Justin y Nick Casi Decapitado, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente dejarían atrás la infancia. Una tarde, Harry oyó que la señora Pomfrey decía a Filch amablemente:
—Cuando se les haya ido el acné, estarán listas para volver a ser trasplantadas. Y entonces, las cortaremos y las coceremos inmediatamente. Dentro de poco tendrá a la Señora Norris con usted otra vez.
Neville escuchaba con interés el progreso de las mandrágoras. Harry vio a Colin y Dennis Creevey susurrar algo y sonreír.
Harry pensaba que tal vez el heredero de Slytherin se había acobardado. Cada vez debía de resultar más arriesgado abrir la Cámara de los Secretos, con el colegio tan alerta y todo el mundo tan receloso. Tal vez el monstruo, fuera lo que fuera, se disponía a hibernar durante otros cincuenta años.
— ¿Fue así? — preguntó un alumno de tercero de Hufflepuff.
— No — replicó Percy de forma cortante. A Harry le sorprendió verlo tan tenso, pero luego recordó que había sido su novia quien había sido petrificada.
Ernie Macmillan, de Hufflepuff, no era tan optimista. Seguía convencido de que Harry era el culpable y que se había delatado en el club de duelo. Peeves no era precisamente una ayuda, pues iba por los abarrotados corredores saltando y cantando:
«¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido…!», pero ahora además interpretando un baile al ritmo de la canción.
Ernie se disculpó con la mirada. Harry, harto de disculpas, lo ignoró totalmente.
Gilderoy Lockhart estaba convencido de que era él quien había puesto freno a los ataques. Harry le oyó exponerlo así ante la profesora McGonagall mientras los de Gryffindor marchaban en hilera hacia la clase de Transfiguración.
— ¿Cómo? ¡Si no ha hecho nada! — dijo la profesora Pomfrey, exasperada.
—No creo que volvamos a tener problemas, Minerva —dijo, guiñando un ojo y dándose golpecitos en la nariz con el dedo, con aire de experto—. Creo que esta vez la cámara ha quedado bien cerrada. Los culpables se han dado cuenta de que en cualquier momento yo podía pillarlos y han sido lo bastante sensatos para detenerse ahora, antes de que cayera sobre ellos… Lo que ahora necesita el colegio es una inyección de moral, ¡para barrer los recuerdos del trimestre anterior! No te digo nada más, pero creo que sé qué es exactamente lo que…
De nuevo se tocó la nariz en prueba de su buen olfato y se alejó con paso decidido.
Harry gimió, recordando la "inyección moral" que Lockhart les había dado.
Al mismo tiempo, muchos se pusieron a hablar sobre Lockhart, criticándolo y comentando lo enorme que tenía el ego.
— Si la presencia de Lockhart hubiera bastado para cerrar la cámara, directamente no se habría abierto, ¿no? — argumentó Susan Bones. — Quiero decir, Lochkart estaba en el colegio desde principio de curso…
— El tío era un imbécil — le repondió Seamus. — No tuvo nada que ver con abrir o cerrar la cámara.
Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas.
La idea que tenía Lockhart de una inyección de moral se hizo patente durante el desayuno del día 14 de febrero. Harry no había dormido mucho a causa del entrenamiento de quidditch de la noche anterior y llegó al Gran Comedor corriendo, algo retrasado. Pensó, por un momento, que se había equivocado de puerta.
Los que habían estado en Hogwarts ese año rieron o gimieron al recordar exactamente cómo había estado el comedor.
Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Y, aún peor, del techo de color azul pálido caían confetis en forma de corazones. Harry se fue a la mesa de Gryffindor, en la que estaban Ron, con aire asqueado, y Hermione, que se reía tontamente.
Malfoy hizo énfasis en la palabra "tontamente".
—¿Qué ocurre? —les preguntó Harry, sentándose y quitándose de encima el confeti.
Vagamente, Harry pensó que ya no se le hacía tan raro escuchar a Malfoy decir su nombre de pila. Lo había tenido que repetir tantas veces durante la última hora que ya se había acostumbrado.
Ron, que parecía estar demasiado enojado para hablar, señaló la mesa de los profesores. Lockhart, que llevaba una túnica de un vivo color rosa que combinaba con la decoración, reclamaba silencio con las manos. Los profesores que tenía a ambos lados lo miraban estupefactos. Desde su asiento, Harry pudo ver a la profesora McGonagall con un tic en la mejilla. Snape tenía el mismo aspecto que si se hubiera bebido un gran vaso de crecehuesos.
Muchos se echaron a reír. McGonagall miró a Harry con una ceja levantada, sorprendida de que el chico se hubiera dado cuenta de su tic. Snape, por otro lado, seguía enfadado por todo lo sucedido en el despacho de Dumbledore y tenía una expresión muy similar a la que Harry recordaba de aquel día de San Valentín.
Malfoy puso cara de asco antes de leer:
—¡Feliz día de San Valentín!
Muchos se echaron a reír. Malfoy los fulminó con la mirada y siguió leyendo rápidamente.
—gritó Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos vosotros… ¡y no acaba aquí la cosa!
Lockhart dio una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockhart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.
Las risas aumentaron. Los que no lo habían vivido escuchaban, perplejos, la descripción que parecía sacada de un chiste malo.
— ¿En Hogwarts se suele celebrar San Valentín de esa forma? — preguntó alguien de primero. Por su tono, Harry estaba seguro de que, si le decían que sí, el chico pediría el traslado a otro colegio.
— Ni de broma — respondió Zabini, asqueado. — Solo fue ese año y a nadie le gustó.
—¡Mis…
Malfoy gimió.
— ¿De verdad hace falta que lea esto? — se quejó en voz alta. Dumbledore asintió. Harry notó que había recuperado el brillo usual de sus ojos.
No podía negar que a él también lo divertía ver a Malfoy leer esas tonterías.
El Slytherin tomo aire y, de mal humor, leyó:
—¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas!
Harry no lo pudo aguantar. Soltó una carcajada que fue disimulada por las decenas de risas que inundaban el comedor. Malfoy se había puesto de un tono rosa pálido muy brillante.
—sonrió Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no pedís al profesor Snape que os enseñe a preparar un filtro amoroso?
Se escucharon jadeos, al tiempo que muchos reían.
¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!
Se oyó un "ooooooooh" colectivo, seguido de muchas risas. Flitwick parecía muy avergonzado.
El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso.
— Lo habría hecho — gruñó Snape.
Sin embargo, por una vez su mal humor solo sirvió para aumentar las risas de los demás.
—Por favor, Hermione, dime que no has sido una de las cuarenta y seis —le dijo Ron, cuando abandonaban el Gran Comedor para acudir a la primera clase. Pero a Hermione de repente le entró la urgencia de buscar el horario en la bolsa, y no respondió.
Hermione se ruborizó. Se oyeron risitas, incluidas las de aquellos que no habían parado de reír en varios minutos y que ahora luchaban para recuperar el aire perdido.
Los enanos se pasaron el día interrumpiendo las clases para repartir tarjetas, ante la irritación de los profesores, y al final de la tarde, cuando los de Gryffindor subían hacia el aula de Encantamientos, uno de ellos alcanzó a Harry.
— Ay, no — dijo Ginny, alerta.
— ¡Espera! — exclamó Harry, poniéndose en pie. Todos se giraron para mirarle. — ¡No leas eso!
— Me han dicho que debo leerlo todo, Potter — replicó Malfoy. — ¿No es así, señor director?
Se giró para mirar a Dumbledore, cuyos ojos centelleaban bajo la luz de las velas.
— Así es, señor Malfoy — concedió Dumbledore. — Siga con la lectura.
Desesperado, Harry miró a Ginny, quien parecía tan horrorizada que había entrado en shock.
—¡Eh, tú! ¡Harry Potter! —gritó un enano de aspecto particularmente malhumorado, abriéndose camino a codazos para llegar a donde estaba Harry.
Ruborizándose al pensar que le iba a ofrecer una felicitación de San Valentín delante de una fila de alumnos de primero, entre los cuales estaba Ginny Weasley, Harry intentó escabullirse.
— ¿Qué más da que Weasley estuviera allí? — preguntó una voz desde la zona de Ravenclaw. Harry pensó que había sonado como Marietta Edgecombe.
El enano, sin embargo, se abrió camino a base de patadas en las espinillas y lo alcanzó antes de que diera dos pasos.
—Tengo un mensaje musical para entregar a Harry Potter en persona —dijo, rasgando el arpa de manera pavorosa.
Se oyeron silbidos y risas. Harry gimió, escondiendo la cara entre las manos. Ginny empezaba a ruborizarse.
—¡Aquí no! —dijo Harry enfadado, tratando de escapar.
—¡Párate! —gruñó el enano, aferrando a Harry por la bolsa para detenerlo.
—¡Suéltame! —gritó Harry, tirando fuerte.
Tanto tiraron que la bolsa se partió en dos. Los libros, la varita mágica, el pergamino y la pluma se desparramaron por el suelo, y la botellita de tinta se rompió encima de todas las demás cosas.
A pesar de su vergüenza, Harry levantó la cabeza el tiempo suficiente para intercambiar miradas significativas con Ron y Hermione.
Harry intentó recogerlo todo antes de que el enano comenzara a cantar ocasionando un atasco en el corredor.
—¿Qué… eh… — Malfoy se interrumpió a sí mismo, confuso durante un momento. — Vale, esto es muy raro. —¿Qué pasa ahí? —Era la voz fría de Draco Malfoy, que hablaba arrastrando las palabras.
Flitwick asintió varias veces, comprendiendo bien lo raro que se hacía leer tus propias palabras.
Harry intentó febrilmente meterlo todo en la bolsa rota, desesperado por alejarse antes de que Malfoy pudiera oír su felicitación musical de San Valentín.
Malfoy parecía estar disfrutando leer eso.
—¿Por qué toda esta conmoción? —dijo otra voz familiar, la de Percy Weasley, que se acercaba.
— Cuánta gente — rió Parvati. A Harry no le hacía ninguna gracia.
A la desesperada, Harry intentó escapar corriendo, pero el enano se le echó a las rodillas y lo derribó.
Muchos se echaron a reír.
— ¿Todo esto pasó de verdad? — preguntó Umbridge, incrédula. — ¿En qué clase de colegio se ha convertido Hogwarts?
— Échele la culpa al profesor Lockhart, Dolores — replicó McGonagall.
—Bien —dijo, sentándose sobre los tobillos de Harry—, ésta es tu canción de San Valentín:
— Noo — gimió Ginny.
Con los ojos brillando con maldad, Malfoy empezó a leer:
Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche
Medio comedor estalló en risas. Harry quería que la tierra lo tragase, pero no más que Ginny, quien estaba tan roja que Harry pensó que podría desmayarse en cualquier momento.
y el pelo negro como una pizarra cuando anochece.
Las carcajadas aumentaron de volumen.
— ¿Quién ha escrito eso? — reía Roger Davies, agarrándose las costillas.
Quisiera que fuera… ¡No voy a leer esto! — bufó Malfoy. Harry notó que se había vuelto a ruborizar.
— Usted mismo ha dicho que hay que leerlo todo, señor Malfoy — le recordó Dumbledore.
Horrorizado, Draco escaneó la página, releyendo el poema, y negó con la cabeza.
— Me niego.
— ¿Qué pasa, Malfoy? — dijo Fred, subiendo la voz para que se oyera por encima de todas las risas. — ¿Te da miedo expresar tu amor por Harry?
— No seas tonto — le instó George. — Aprovecha que tienes la excusa de leer el libro para decirle lo que sientes.
— ¡Dejad de decir tonterías! — exclamó Malfoy.
— Yo tampoco quiero que lo lea — intervino Harry, sin poder creerse que estuviera de acuerdo en algo con Malfoy. — ¿No podemos pasar a esa tarde?
Si pasaban directamente a su conversación con Ryddle, nadie sabría que Ginny había escrito el poema.
Sin embargo, Dumbledore repitió las palabras de Malfoy de que todo debía leerse, sin obviar nada. Así que, con la cara más roja de lo que Harry jamás se la había visto, Malfoy dijo:
Quisiera que fuera mío, porque es glorioso,
El comedor estalló. La gente reía con tanta fuerza que Harry estaba seguro de que debía escucharse desde la torre de Astronomía.
Incluso Ginny, quien estaba totalmente mortificada por lo que estaban leyendo, tenía lágrimas de la risa en los ojos. Y Harry, que había vuelto a esconder la cara entre las manos y la sentía arder, tampoco pudo evitar reír. Ron y Hermione reían con tanta fuerza que se habían apoyado el uno en el otro para no volcarse y caer.
el héroe que venció al Señor Tenebroso.
Malfoy terminó el poema y muchos aplaudieron, silbando y riendo.
Harry notó que hasta los Weasley reían, si bien parecían no querer ofender a Ginny. Sin embargo, era innegable que ver a Malfoy recitar un poema de amor para Harry era divertido.
Ansioso por acabar de leer, Draco siguió con la lectura, todavía con la tez rosa.
Harry habría dado todo el oro de Gringotts por desvanecerse en aquel momento.
Lo mismo pensaban ahora tanto él como Malfoy.
Intentando reírse con todos los demás, se levantó, con los pies entumecidos por el peso del enano, mientras Percy Weasley hacía lo que podía para dispersar al montón de chavales, algunos de los cuales estaban llorando de risa.
Parecía una descripción del comedor en la actualidad. Muchos lloraban, agarrándose los costados y apoyándose en sus amigos. Harry, quien al fin se atrevió a dejar de esconder su cara, vio que Sirius reía tanto que se había escurrido de su asiento y había acabado en el suelo, con lágrimas cayéndole por las mejillas y agarrando la pierna de Lupin como soporte. Pero lo que le sorprendió fue ver al profesor Lupin, siempre serio, dejando salir una gran risotada. Su piel estaba algo ruborizada de tanto reír y parecía más feliz de lo que Harry nunca lo había visto.
—¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo —decía, empujando a algunos de los más pequeños—. Tú también, Malfoy.
Malfoy hizo una mueca antes de leer:
Harry vio que Malfoy se agachaba y cogía algo, y con una mirada burlona se lo enseñaba a Crabbe y Goyle. Harry comprendió que lo que había recogido era el diario de Ryddle.
En el comedor, la gente aún estaba recuperándose del ataque de risa colectivo y no le daba importancia al robo del diario.
—¡Devuélveme eso! —le dijo Harry en voz baja.
—¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo Malfoy, que obviamente no había visto la fecha en la cubierta y pensaba que era el diario del propio Harry. Los espectadores se quedaron en silencio. Ginny miraba alternativamente a Harry y al diario, aterrorizada.
Eso disipó toda la risa de Harry, Ron y Hermione, así como de todos los demás Weasley.
— ¿Cómo no nos dimos cuenta? — bufó Ron en voz baja.
—Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con severidad.
—Cuando le haya echado un vistazo —dijo Malfoy, burlándose de Harry. Percy dijo:
—Como prefecto del colegio…
— Tenías que haber sido más duro — le reprochó Sirius a Percy, quien volvió a sorprenderse de que le exconvicto le hablara y no supo cómo responder.
Pero Harry estaba fuera de sus casillas. Sacó su varita mágica y gritó:
—¡Expelliarmus!
Y tal como Snape había desarmado a Lockhart, así Malfoy vio que el diario se le escapaba de las manos y salía volando. Ron, sonriendo, lo atrapó.
Hubo unos segundos de atontado silencio antes de que muchos se echaran a reír, aplaudiendo. Malfoy, que tenía cara de haber chupado un limón, siguió leyendo de mala gana.
Nadie vio que, durante un segundo, Harry y Snape cruzaron miradas. Fue solo un momento, en el que Harry reconoció que Snape había sido quien le había enseñado el hechizo más útil, el hechizo que le salvaría la vida, y en el que Snape se dio cuenta de ello.
—¡Harry! —dijo Percy en voz alta—. No se puede hacer magia en los pasillos. ¡Tendré que informar de esto!
Pero Harry no se preocupó.
Malfoy miró mal a Harry antes de leer:
Le había ganado una a Malfoy, y eso bien valía cinco puntos de Gryffindor. Malfoy estaba furioso, y cuando Ginny pasó por su lado para entrar en el aula, le gritó despechado:
—¡Me parece que a Potter no le gustó mucho tu felicitación de San Valentín!
Leyó eso con tono burlón, tan despechado en el presente como lo había estado aquel día, si no más.
Se oyeron jadeos y, tras unos segundos, muchas risitas y susurros. Ginny gimió, resignada.
— Vaya, vaya — dijo McLaggen con una sonrisita. — Así que Potter, ¿eh, Weasley?
Pero Ginny, harta, volvió a girarse para encararlo.
— Dime, McLaggen, ¿has estado aquí durante el resto del día, o tu cerebro acaba de despertarse del coma eterno en el que vive? — replicó. — Porque si hubieras estado aquí, sabrías que se lleva diciendo que me gustaba Harry desde los primeros capítulos.
McLaggen abrió la boca para replicar, pero ella se le adelantó.
— No es mi culpa si tu comprensión lectora es la misma que la de un crío de seis años.
Malfoy se esperó deliberadamente para que McLaggen tuviera la oportunidad de responder algo, pero el chico se había quedado totalmente en blanco y solo acertó a decirle a Ginny un "Cierra la boca", cosa que se arrepintió de hacer en el momento en el que notó las miradas asesinas de muchos Weasleys.
Lo que ninguno de ellos estaba notando en ese momento era la mirada asesina de Corner, que no estaba centrada en McLaggen, sino en Harry.
Eventualmente, Malfoy se vio obligado a seguir leyendo.
Ginny se tapó la cara con las manos y entró en clase corriendo. Dando un gruñido, Ron sacó también su varita mágica, pero Harry se la quitó de un tirón. Ron no tenía necesidad de pasarse la clase de Encantamientos vomitando babosas.
El gesto de Ron pareció ablandar un poco la ira de Ginny, quien se lo agradeció con una sonrisa y un puñetazo en el brazo. A veces era muy obvio que había sido criada con un montón de hermanos mayores.
Harry no se dio cuenta de que algo raro había ocurrido en el diario de Ryddle hasta que llegaron a la clase del profesor Flitwick.
Eso despertó el interés de los estudiantes, que dejaron de mirar a Ginny, Harry y McLaggen y se centraron de nuevo en el libro.
Todos los demás libros estaban empapados de tinta roja. El diario, sin embargo, estaba tan limpio como antes de que la botellita de tinta se hubiera roto. Intentó hacérselo ver a Ron, pero éste volvía a tener problemas con su varita mágica: de la punta salían pompas de color púrpura, y él no prestaba atención a nada más.
Algunos rieron al escuchar eso. Sin embargo, la mayoría sentía curiosidad por lo que sucedía con el diario.
Aquella noche, Harry fue el primero de su dormitorio en irse a dormir. En parte fue porque no creía poder soportar a Fred y George cantando: «Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche» una vez más,
Eso provocó algunas risas. Ginny los miró muy mal, pero ellos fingieron no darse cuenta.
y en parte, porque quería examinar de nuevo el diario de Ryddle, y sabía que Ron opinaba que eso era una pérdida de tiempo.
— La próxima vez que vayas a examinar objetos potencialmente peligrosos, prefiero que me avises — bufó Ron.
Se sentó en la cama y hojeó las páginas en blanco; ninguna tenía la más ligera mancha de tinta roja. Luego sacó una nueva botellita de tinta del cajón de la mesita, mojó en ella su pluma y dejó caer una gota en la primera página del diario.
— Seguro que tenía un hechizo impermeable por fuera — dijo Susan Bones. — Pero no por dentro, obviamente.
La tinta brilló intensamente sobre el papel durante un segundo y luego, como si la hubieran absorbido desde el interior de la página, se desvaneció.
Susan pareció contrariada.
— Eso es raro…
Emocionado, Harry mojó de nuevo la pluma y escribió:
«Mi nombre es Harry Potter.»
— Mal hecho — lo regañó Moody. — Esa es una lección básica de seguridad: nunca hay que dar tu identidad real a un objeto potencialmente peligroso.
Harry rodó los ojos.
Las palabras brillaron un instante en la página y desaparecieron también sin dejar huella. Entonces ocurrió algo.
Varias personas se inclinaron en sus asientos con curiosidad.
Rezumando de la página, en la misma tinta que había utilizado él, aparecieron unas palabras que Harry no había escrito:
«Hola, Harry Potter. Mi nombre es Tom Ryddle. ¿Cómo ha llegado a tus manos mi diario?»
A Harry le dio un escalofrío. A jugar por la expresión de Ginny, a ella también.
Estas palabras también se desvanecieron, pero no antes de que Harry comenzara de nuevo a escribir:
«Alguien intentó tirarlo por el retrete.»
— Qué honesto — dijo Luna. — Eso no debió hacerle gracia.
A Harry le pareció muy irónico que precisamente Luna hablara de ser demasiado honesto.
Aguardó con impaciencia la respuesta de Ryddle.
«Menos mal que registré mis memorias en algo más duradero que la tinta. Siempre supe que habría gente que no querría que mi diario fuera leído.»
Eso consiguió captar la atención de todo el comedor.
«¿Qué quieres decir?», escribió Harry, emborronando la página debido a los nervios.
Algunos se rieron de él. Parecían pensar que el diario era cosa de broma.
«Quiero decir que este diario da fe de cosas horribles; cosas que fueron ocultadas; cosas que sucedieron en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.»
Se hizo el silencio absoluto.
«Es donde estoy yo ahora», escribió Harry apresuradamente. «Estoy en Hogwarts, y también suceden cosas horribles. ¿Sabes algo sobre la Cámara de los Secretos?»
El corazón le latía violentamente. La réplica de Ryddle no se hizo esperar, pero la letra se volvió menos clara, como si tuviera prisa por consignar todo cuanto sabía.
Malfoy, claramente nervioso, tomó aire antes de leer:
«¡Por supuesto que sé algo sobre la Cámara de los Secretos! En mi época, nos decían que era sólo una leyenda, que no existía realmente. Pero no era cierto. Cuando yo estaba en quinto, la cámara se abrió y el monstruo atacó a varios estudiantes y mató a uno. Yo atrapé a la persona que había abierto la cámara, y lo expulsaron. Pero el director, el profesor Dippet, avergonzado de que hubiera sucedido tal cosa en Hogwarts, me prohibió decir la verdad. Inventaron la historia de que la muchacha había muerto en un espantoso accidente. A mí me entregaron por mi actuación un trofeo muy bonito y muy brillante, con unas palabras grabadas, y me recomendaron que mantuviera la boca cerrada. Pero yo sabía que podía volver a ocurrir. El monstruo sobrevivió, y el que pudo liberarlo no fue encarcelado.»
Un silencio atónito siguió a ese fragmento.
— ¿No fue encarcelado? — preguntó Hannah Abbott con un hilo de voz. — Pero la última vez que se abrió sí que fue encarcelado, ¿no?
— No se preocupe — le respondió Dumbledore. — La cámara jamás volverá a ser abierta.
Eso pareció tranquilizar a muchos.
En su precipitación por escribir, Harry casi vuelca la botellita de la tinta.
«Ha vuelto a suceder. Ha habido tres ataques y nadie parece saber quién está detrás. ¿Quién fue en aquella ocasión?»
Se escucharon jadeos. Nerviosos, todos querían saber la respuesta.
Harry tenía muchas ganas de que no se leyera esa parte. ¿Qué pensaría Hagrid?
«Te lo puedo mostrar, si quieres», contestó Ryddle. «No necesitas leer mis palabras. Podrás ver dentro de mi memoria lo que ocurrió la noche en que lo capturé.»
Harry dudó, y la pluma se detuvo encima del diario. ¿Qué quería decir Ryddle? ¿Cómo podía alguien introducirse en la memoria de otro? Miró asustado la puerta del dormitorio; iba oscureciendo. Cuando retornó la vista al diario, vio que aparecían unas palabras nuevas:
«Deja que te lo enseñe.»
— Mejor no — dijo Sirius, para sorpresa de Harry. Parecía preocupado.
— Me sorprende que no me animes a hacerlo — confesó en voz alta.
— Una cosa es examinar el diario — dijo Sirius. — Otra es meterte dentro de un objeto que claramente utiliza magia oscura.
Harry hizo una mueca.
Harry meditó durante una fracción de segundo, y luego escribió una sola palabra: «Vale.»
Escuchó a algunas personas llamarlo idiota. Por suerte, las personas que le importaban no lo hicieron.
Las páginas del diario comenzaron a pasar, como si estuviera soplando un fuerte viento, y se detuvieron a mediados del mes de junio. Con la boca abierta, Harry vio que el pequeño cuadrado asignado al día 13 de junio se convertía en algo parecido a una minúscula pantalla de televisión. Las manos le temblaban ligeramente. Levantó el cuaderno para acercar uno de sus ojos a la ventanita, y antes de que comprendiera lo que sucedía, se estaba inclinando hacia delante. La ventana se ensanchaba, y sintió que su cuerpo dejaba la cama y era absorbido por la abertura de la página en un remolino de colores y sombras.
Todos escuchaban con atención, llenos de asombro.
— Te pasan las cosas más raras — dijo Justin.
Harry pensó que el chico no sabía lo cierto que era eso.
Notó que pisaba tierra firme y se quedó temblando, mientras las formas borrosas que lo rodeaban se iban definiendo rápidamente.
Enseguida se dio cuenta de dónde estaba. Aquella sala circular con los retratos de gente dormida era el despacho de Dumbledore, pero no era Dumbledore quien estaba sentado detrás del escritorio. Un mago de aspecto delicado, con muchas arrugas y calvo, excepto por algunos pelos blancos, leía una carta a la luz de una vela. Harry no había visto nunca a aquel hombre.
— El director Dippet… — dijo la profesora Sprout. — ¿Aspecto delicado? Más que eso. ¡Si yo podía levantarlo con una sola mano!
Eso hizo reír a algunas personas, pero la mayoría estaba demasiado intrigada por el diario como para prestarle mucha atención.
—Lo siento —dijo con voz trémula—. No quería molestarle…
Pero el mago no levantó la vista. Siguió leyendo, frunciendo el entrecejo levemente. Harry se acercó más al escritorio y balbució:
—¿Me-me voy?
El mago siguió sin prestarle atención. Ni siquiera parecía que le hubiera oído. Pensando que tal vez estuviera sordo, Harry levantó la voz.
— Que no te oye — murmuró Hermione, frustrada. Harry rodó los ojos.
—Lamento molestarle, me iré ahora mismo —dijo casi a gritos.
Con un suspiro, el mago dobló la carta, se levantó, pasó por delante de Harry sin mirarlo y fue hasta la ventana a descorrer las cortinas.
El cielo, al otro lado de la ventana, estaba de un color rojo rubí; parecía el atardecer. El mago volvió al escritorio, se sentó y, mirando a la puerta, se puso a juguetear con los pulgares.
Harry contempló el despacho. No estaba Fawkes, el fénix, ni los artilugios metálicos que hacían ruiditos. Aquello era Hogwarts tal como debía ser en los tiempos de Ryddle, y aquel mago desconocido tenía que ser el director de entonces, no Dumbledore, y él, Harry, era una especie de fantasma, completamente invisible para la gente de hacía cincuenta años.
— Te ha costado pillarlo — dijo Fred.
Aunque pretendía hablar en tono burlón, la verdad era que no parecía muy divertido con lo que se estaba leyendo.
Llamaron a la puerta.
—Entre —dijo el viejo mago con una voz débil.
Un muchacho de unos dieciséis años entró quitándose el sombrero puntiagudo. En el pecho le brillaba una insignia plateada de prefecto. Era mucho más alto que Harry pero tenía, como él, el pelo de un negro azabache.
—Ah, Ryddle —dijo el director.
Se oyeron jadeos. Los que sabían quién era Ryddle se tensaron.
—¿Quería verme, profesor Dippet? —preguntó Ryddle. Parecía azorado.
—Siéntese —indicó Dippet—. Acabo de leer la carta que me envió.
—¡Ah! —exclamó Ryddle, y se sentó, cogiéndose las manos fuertemente.
— Se me hace tan raro… — murmuró Ginny.
Harry, curioso, le preguntó a qué se refería.
— Escucharle hablar con otra gente — contestó Ginny. — Estuve tanto tiempo pensando que solo hablaba conmigo…
Harry no supo qué responder.
—Muchacho —dijo Dippet con aire bondadoso—, me temo que no puedo permitirle quedarse en el colegio durante el verano. Supongo que querrá ir a casa para pasar las vacaciones…
—No —respondió Ryddle enseguida—, preferiría quedarme en Hogwarts a regresar a ese…, a ese…
—Según creo, pasa las vacaciones en un orfanato muggle, ¿verdad? —preguntó Dippet con curiosidad.
Algunos parecieron apiadarse de Ryddle.
— Pobrecito — se escuchó decir a Lavender. — Ese orfanato debe ser horrible si no quiere volver.
—Sí, señor —respondió Ryddle, ruborizándose ligeramente.
— No me imagino a Quien-Tú-Sabes ruborizándose — dijo Ron en voz baja.
Harry, en cuya mente estaba el chico de dieciséis años y aspecto inocente que había visto en el diario, sí podía imaginárselo.
—¿Es usted de familia muggle?
—A medias, señor —respondió Ryddle—. De padre muggle y de madre bruja.
—¿Y tanto uno como otro están…?
—Mi madre murió nada más nacer yo, señor. En el orfanato me dijeron que había vivido sólo lo suficiente para ponerme nombre: Tom por mi padre, y Sorvolo por mi abuelo.
— Qué pena — dijo Katie Bell. Harry quería gritarle que no la tuviera, pero se contuvo.
Dippet chasqueó la lengua en señal de compasión.
—La cuestión es, Tom —suspiró—, que se podría haber hecho con usted una excepción, pero en las actuales circunstancias…
— ¿Se podría haber hecho una excepción? — preguntó Harry, fijándose por primera vez en esas palabras desde que las había oído, años atrás. — Entonces, ¿es posible que algún alumno se quede en Hogwarts durante el verano?
Lo dijo mirando fijamente a Dumbledore, quien tenía la vista clavada en un punto a los pies de Malfoy.
— Solo en ocasiones muy concretas — respondió el director. — Siga leyendo, señor Malfoy.
Malfoy pareció plantearse si desobedecer esa orden para permitir que Harry discutiera con el director, pero se lo pensó dos veces y siguió leyendo.
—¿Se refiere a los ataques, señor? —dijo Ryddle, y a Harry el corazón le dio un brinco. Se acercó, porque no quería perderse ni una sílaba de lo que allí se dijera.
Al igual que en la lectura, muchos parecían creer que, si se acercaban más a Malfoy, lo escucharían mejor.
—Exactamente —dijo el director—. Muchacho, tiene que darse cuenta de lo irresponsable que sería que yo le permitiera quedarse en el castillo al término del trimestre. Especialmente después de la tragedia…, la muerte de esa pobre muchacha… Usted estará muchísimo más seguro en el orfanato. De hecho, el Ministerio de Magia se está planteando cerrar el colegio. No creo que vayamos a poder localizar al…, descubrir el origen de todos estos sucesos tan desagradables…
— Pero Ryddle sabía quién era el culpable, ¿no? — dijo Angelina con los ojos muy abiertos. — Por eso le dieron el premio.
Ryddle abrió más los ojos.
—Señor, si esa persona fuera capturada… Si todo terminara…
—¿Qué quiere decir? —preguntó Dippet, soltando un gallo. Se incorporó en el asiento—. ¿Ryddle, sabe usted algo sobre esas agresiones?
—No, señor —respondió Ryddle con presteza.
— ¿Por qué miente? — preguntó Ernie. Parecía la borde de la histeria.
Pero Harry estaba seguro de que aquel «no» era del mismo tipo que el que él mismo había dado a Dumbledore.
Escuchándolo ahora, años después, no le cabía la menor duda de que así era.
Dippet volvió a hundirse en el asiento, ligeramente decepcionado.
—Puede irse, Tom.
Ryddle se levantó del asiento y salió de la habitación pisando fuerte. Harry fue tras él.
A Harry se le puso la piel de gallina al pensar en lo que estaba leyendo. Estaba persiguiendo a Voldemort, el asesino de sus padres, por los pasillos de Hogwarts.
Bajaron por la escalera de caracol que se movía sola, y salieron al corredor, que ya iba quedando en penumbra, junto a la gárgola. Ryddle se detuvo y Harry hizo lo mismo, mirándolo. Le pareció que Ryddle estaba concentrado: se mordía los labios y tenía la frente fruncida.
— Qué raro — murmuró Ron. — No me lo imagino haciendo esas cosas. Es muy…
— Humano — terminó Hermione en susurro. — Son gestos muy humanos.
Luego, como si hubiera tomado una decisión repentina, salió precipitadamente, y Harry lo siguió en silencio. No vieron a nadie hasta llegar al vestíbulo, cuando un mago de gran estatura, con el cabello largo y ondulado de color castaño rojizo y con barba, llamó a Ryddle desde la escalera de mármol.
—¿Qué hace paseando por aquí tan tarde, Tom?
Harry miró sorprendido al mago. No era otro que Dumbledore, con cincuenta años menos.
Se oyeron jadeos de sorpresa.
— ¿Castaño rojizo? — exclamó Romilda Vane, con los ojos fijos en la plateada cabellera de Dumbledore. El director le sonrió, aunque Harry notó que la sonrisa no le llegó a los ojos.
— Así es. Y, si se me permite decirlo, tenía una cabellera estupenda.
Algunos rieron, incrédulos.
—Tenía que ver al director, señor —respondió Ryddle.
—Bien, pues váyase enseguida a la cama —le dijo Dumbledore, dirigiéndole a Ryddle la misma mirada penetrante que Harry conocía tan bien—. Es mejor no andar por los pasillos durante estos días, desde que…
— Es muy raro — volvió a murmurar Ron, frustrado. — ¿Soy el único al que le está dando cosa leer esto? Dumbledore diciéndole a Quien-Tú-Sabes que se vaya a la cama, mientras Harry lo sigue por los pasillos…
— Es muy extraño — admitió Hermione.
Suspiró hondo, dio las buenas noches a Ryddle y se marchó con paso decidido. Ryddle esperó que se fuera y a continuación, con rapidez, tomó el camino de las escaleras de piedra que bajaban a las mazmorras, seguido por Harry.
Pero, para su decepción, Ryddle no lo condujo a un pasadizo oculto ni a un túnel secreto, sino a la misma mazmorra en que Snape les daba clase. Como las antorchas no estaban encendidas y Ryddle había cerrado casi completamente la puerta, lo único que Harry veía era a Ryddle, que, inmóvil tras la puerta, vigilaba el corredor que había al otro lado.
Snape se inclinó en el asiento. No hacía falta ser un genio para saber que se preguntaba qué narices habría pasado en su mazmorra.
A Harry le pareció que permanecían allí al menos una hora. Seguía viendo únicamente la figura de Ryddle en la puerta, mirando por la rendija, aguardando inmóvil. Y cuando Harry dejó de sentirse expectante y tenso, y empezaron a entrarle ganas de volver al presente, oyó que se movía algo al otro lado de la puerta.
En el comedor, la tensión aumentaba. Harry odiaba saber lo que iban a leer.
Alguien caminaba por el corredor sigilosamente. Quienquiera que fuese, pasó ante la mazmorra en la que estaban ocultos él y Ryddle. Éste, silencioso como una sombra, cruzó la puerta y lo siguió, con Harry detrás, que se ponía de puntillas, sin recordar que no le podían oír.
Moody pareció aprobar su decisión de ir de puntillas, cosa que alegró un poco a Harry.
Persiguieron los pasos del desconocido durante unos cinco minutos, cuando de improviso Ryddle se detuvo, inclinando la cabeza hacia el lugar del que provenían unos ruidos. Harry oyó el chirrido de una puerta y luego a alguien que hablaba en un ronco susurro.
—Vamos…, te voy a sacar de aquí ahora…, a la caja…
Algo le resultaba conocido en aquella voz.
Eso hizo que la gente se inquietara aún más.
De repente, Ryddle dobló la esquina de un salto. Harry lo siguió y pudo ver la silueta de un muchacho alto como un gigante que estaba en cuclillas delante de una puerta abierta, junto a una caja muy grande.
—Hola, Rubeus —dijo Ryddle con voz seria.
— ¿Rubeus?
— ¿HAGRID?
— ¡No puede ser!
Se escucharon gritos por todo el comedor. Malfoy, molesto, levantó la voz para seguir leyendo.
El muchacho cerró la puerta de golpe y se levantó.
—¿Qué haces aquí, Tom?
Ryddle se le acercó.
—Todo ha terminado —dijo—. Voy a tener que entregarte, Rubeus. Dicen que cerrarán Hogwarts si los ataques no cesan.
—¿Que vas a…?
—No creo que quisieras matar a nadie. Pero los monstruos no son buenas mascotas. Me imagino que lo dejaste salir para que le diera el aire y…
Era surrealista. Mientras Malfoy relataba la conversación entre Ryddle y Hagrid, los alumnos se dividían entre los que defendían a Hagrid a muerte y los que creían que era imposible que fuera el culpable.
— ¡Debe ser otro Rubeus! — exclamó Lee Jordan.
—¡No ha matado a nadie! —interrumpió el muchachote, retrocediendo contra la puerta cerrada. Harry oía unos curiosos chasquidos y crujidos procedentes del otro lado de la puerta.
—Vamos, Rubeus —dijo Ryddle, acercándose aún más—. Los padres de la chica muerta llegarán mañana. Lo menos que puede hacer Hogwarts es asegurarse de que lo que mató a su hija sea sacrificado…
— ¿Te das cuenta de que Voldemort está llamando a Hagrid por su nombre de pila? — le susurró Harry a Ron, a quien le dio un escalofrío.
—¡No fue él! —gritó el muchacho. Su voz resonaba en el oscuro corredor—. ¡No sería capaz! ¡Nunca!
—Hazte a un lado —dijo Ryddle, sacando su varita mágica.
Muchos soltaron gritos ahogados y exclamaciones. Miraban a Hagrid, como pidiéndole con la mirada que confirmara si era él, pero el semi-gigante mantuvo la expresión neutral tanto como pudo.
Su conjuro iluminó el corredor con un resplandor repentino. La puerta que había detrás del muchacho se abrió con tal fuerza que golpeó contra el muro que había enfrente. Por el hueco salió algo que hizo a Harry proferir un grito que nadie sino él pudo oír.
Todos se quedaron en silencio. Malfoy se calló un momento, escaneando con la mirada el párrafo siguiente, y palideció tan rápido que Harry pensó que iba a desmayarse.
Con un hilo de voz, que pudo oírse por todo el comedor debido al silencio repentino que se había generado, Draco leyó:
Un cuerpo grande, peludo, casi a ras de suelo, y una maraña de patas negras, varios ojos resplandecientes y unas pinzas afiladas como navajas… Ryddle levantó de nuevo la varita, pero fue demasiado tarde. El monstruo lo derribó al escabullirse, enfilando a toda velocidad por el corredor y perdiéndose de vista. Ryddle se incorporó, buscando la varita. Consiguió cogerla, pero el muchachón se lanzó sobre él, se la arrancó de las manos y lo tiró de espaldas contra el suelo, al tiempo que gritaba: ¡NOOOOOOOO!
Con expresiones de horror, todos miraban a Hagrid, nerviosos y asustados.
— ¿Qué era esa cosa? — bufó Seamus.
Todo empezó a dar vueltas y la oscuridad se hizo completa. Harry sintió que caía y aterrizó de golpe con los brazos y las piernas extendidos sobre su cama en el dormitorio de Gryffindor, y con el diario de Ryddle abierto sobre el abdomen.
— Menos mal — dijo la señora Weasley con un hilo de voz.
Antes de que pudiera recuperar el aliento, se abrió la puerta del dormitorio y entró Ron.
—¡Estás aquí! —dijo.
Harry se sentó. Estaba sudoroso y temblaba.
— Normal — bufó Dean.
—¿Qué pasa? —dijo Ron, preocupado.
—Fue Hagrid, Ron. Hagrid abrió la Cámara de los Secretos hace cincuenta años
Se hizo el silencio. Las miradas iban de Harry a Hagrid, buscando respuestas, pero ninguno de los dos tenía la más mínima intención de darlas.
Y entonces Umbridge se puso en pie, eufórica.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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