Cornelius Fudge:
—Fue Hagrid, Ron. Hagrid abrió la Cámara de los Secretos hace cincuenta años
Se hizo el silencio. Las miradas iban de Harry a Hagrid, buscando respuestas, pero ninguno de los dos tenía la más mínima intención de darlas.
Y entonces Umbridge se puso en pie, eufórica.
— ¡Por eso fue expulsado! — exclamó. — ¿Por qué sigue en el colegio?
Algunos miraban a Hagrid con sorpresa. Se escucharon decenas de voces murmurando cosas que Harry no llegaba a entender.
Por su parte, Hagrid parecía abochornado. Harry tenía ganas de decirle lo mucho que se arrepentía de haber dudado de él, pero la profesora Umbridge no le dio tiempo a ello.
— Creo que no cabe duda de que Hagrid es peligroso y debe ser expulsado del colegio inmediatamente — dijo con una gran sonrisa que solo hacía que su boca pareciera aún más ancha de lo que era.
Harry abrió la boca para defender a Hagrid, pero alguien se le adelantó:
— Hagrid no fue quien abrió la cámara — gruñó Fudge.
Umbridge casi saltó de la sorpresa. Confusa, tartamudeó:
— ¿Disculpe? Creo que no le he entendido bien.
— Digo — repitió Fudge subiendo la voz — que Hagrid no abrió la Cámara de los Secretos. Ese tema quedó zanjado hace años, como… como se verá al leer el final del libro, supongo.
Parecía avergonzado, pero su incomodidad no era nada comparada con la de Umbridge. La profesora seguía de pie, mirando al ministro con una expresión de perplejidad absoluta.
— Siéntese, Dolores — la invitó Dumbledore. — A no ser que se esté ofreciendo voluntaria para leer el siguiente capítulo.
La profesora jadeó.
— No tengo ninguna intención de leer ningún capítulo — resopló.
Mirándola, a Harry le pareció que la mujer estaba a punto de estallar a causa de la confusión. Miraba a Fudge, luego a Dumbledore, luego a Hagrid. Frustrada, hizo amago de sentarse, pero pareció decidir en el último momento que aún tenía cosas que decir.
— Ministro. Como Suma Inquisidora de Hogwarts, creo que tengo el derecho de conocer el historial criminal de todo el profesorado.
Entre los alumnos se hizo el silencio total. Aguzando el oído e inclinándose en sus asientos, los alumnos trataban de no perderse ni una sola palabra de esa conversación.
— Su historial es muy simple — replicó Fudge. — Fue expulsado porque, en su día, se le consideró culpable de liberar al monstruo. Dumbledore intervino para que… bueno, para que se quedara como guardabosques.
— Por supuesto, yo siempre consideré que Hagrid era inocente — añadió Dumbledore.
Sin embargo, a Umbridge no parecía importarle nada lo que Dumbledore tuviera que decir. Su atención estaba fija única y exclusivamente en el ministro, quien, todavía sentado en su silla y con expresión de querer que la tierra se lo tragase, parecía mucho más patético de lo que Harry lo había visto en mucho tiempo.
— Pero los recuerdos de ese diario demuestran que fue su culpa — dijo Umbridge, ansiosa. — Ese chico, Tom Ryddle, dejó las pruebas que lo confirman.
— Ese diario no demuestra nada — intervino McGonagall. — Se trataba de un objeto peligroso que ofrecía información inexacta para manipular a sus víctimas.
Los murmullos entre los alumnos aumentaron.
— Espero que consigan convencerla de que deje en paz a Hagrid — susurró Ron. — Porque si no, creo que alguien le va a echar un maleficio.
Señaló con el dedo a Sirius, quien, de haber sido un perro, estaría gruñendo. Como humano, tenía los ojos fijos en Umbridge y apretaba mucho los dientes.
— ¿Cómo sabe que es información manipulada? — insistió Umbridge. — ¿Por qué un estudiante ejemplar, ganador del Premio por Servicios Especiales al Colegio, dejaría atrás un diario con información falsa?
— Puede que fuera un estudiante ejemplar — replicó Harry en voz alta. Muchos se giraron para mirarle. — ¿Sabe qué mas era? Un asesino.
Se oyeron jadeos y los murmullos aumentaron.
— ¡Fue Ryddle! — exclamó un chico de segundo de Ravenclaw. — ¡Seguro que abrió la cámara y le echó la culpa a Hagrid!
— Y Dumbledore lo sospechaba, así que dejó que Hagrid se quedara en el colegio — le siguió una amiga suya, también de segundo de Ravenclaw.
— Tiene sentido — dijo Ernie en voz alta. — Por eso dejó el diario manipulado: para que quien lo encontrara creyera su versión de los hechos y no supiera que había sido él quien abrió la cámara y provocó la muerte de Myrtle la Llorona.
Los estudiantes se dividieron en decenas de conversaciones. Unos creían en la teoría de Ernie y de los Ravenclaw, mientras que otros parecían dudar. Pero, para alivio de Harry, casi nadie parecía creer que Hagrid fuera un asesino.
Harry aprovechó el barullo para ponerse en pie y acercarse a la mesa de profesores, donde Fudge y Umbridge hablaban en rápidos susurros. Le agradó ver que la profesora parecía extremadamente contrariada.
Pero su objetivo no era hablar con ellos. Centró su atención en Hagrid, quien lo observaba acercarse con expresión bondadosa.
— Espero que no vengas a hacer lo que creo que vas a hacer — le dijo Hagrid.
— Tengo que hacerlo — respondió Harry. — Lo siento mucho, Hagrid. Por haber dudado de ti aquella vez.
Hagrid, azorado, hizo un gesto con la mano como queriendo decir "No importa", pero acabó tirando una vela al suelo de un golpe.
Sonriendo, Harry regresó a su lugar, donde Ron, Hermione, Ginny y Luna murmuraban por lo bajo, con los ojos fijos en Fudge y Umbridge.
— Creo que va a explotar — dijo Ginny cuando Harry se sentó. Harry miró a la profesora y vio que, efectivamente, su cara de sapo parecía temblar a causa de la ira contenida.
— ¿Creéis que va a insultar a Fudge? — preguntó Harry. — Lo digo por pedirle a Colin que eche una foto de este momento histórico.
Ron y Ginny rieron, pero Hermione seguía mirando a los dos políticos.
— Me encantaría saber lo que están diciendo — dijo finalmente. — Ninguno de los dos parece muy contento.
— Solo espero que dejen en paz a Hagrid — replicó Ron.
Pasaron los minutos. Harry, Ron y Hermione se sumergieron en una conversación con los gemelos Weasley, que, por algún motivo, hacían preguntas muy raras sobre los palitos de juguete que los niños muggle usan para hacer burbujas de jabón. Ginny, Luna y Neville conversaban sobre algo que Harry no llegaba a escuchar, aunque supuso que sería más interesante que hablar sobre juguetes.
Aburrido, volvió a centrar su atención en la mesa de profesores, donde Umbridge, Fudge y Dumbledore discutían sobre algo que no podía oír. Percy no parecía interesado en la conversación: al contrario, se encontraba sentado en una silla ligeramente apartada del ministro y no ponía ningún interés por acercarse a escuchar lo que se estaba discutiendo. Mientras tanto, Hagrid, unos metros más allá, miraba de reojo la reunión y parecía ansioso.
Finalmente, para su gran alivio, los profesores parecieron dar por zanjada la conversación. El director se puso en pie y tomó el libro que Malfoy había dejado sobre la tarima antes de regresar casi corriendo a su sitio con los Slytherin.
— Os pido una disculpa por esta pequeña pausa inesperada — dijo en voz alta, haciendo que todo el mundo callara al instante. — Es hora de continuar la lectura.
Muchos estudiantes, que se habían levantado para hablar con sus amigos, regresaron a sus lugares inmediatamente.
— Ejem, ejem…
Se escucharon gemidos. Harry vio a Lee Jordan dejar la cabeza caer sobre una gran almohada en un gesto de desesperación.
— ¿Sí, Dolores? — dijo Dumbledore educadamente.
La profesora Umbridge se había vuelto a poner en pie. No sonreía y parecía haber perdido algo de la altanería que tenía tan solo unos minutos atrás.
— Quisiera decir unas palabras antes de continuar — dijo. — Si bien la información proporcionada por ese diario no era correcta, mantengo mi postura de que Hagrid no es un buen profesor y de que, por lo tanto, debería ser reemplazado en su puesto a la mayor brevedad posible.
Se oyeron quejas, pero muchos alumnos estaban de acuerdo con ella. Harry maldijo internamente a las clases de la profesora Grubbly-Plank, que habían provocado que, por comparación, las de Hagrid parecieran peores.
— No estamos aquí para discutir la capacidad del cuerpo docente — replicó Dumbledore. — Tome asiento y sigamos con la lectura.
Pero Umbridge se quedó en pie, mirando de forma desafiante al director.
— Este no es un asunto en el que pueda permitir que se me ignore, señor director. Hagrid no está capacitado para cumplir su función como docente, cosa que yo ya pensaba mucho antes de empezar a leer estos libros.
Hagrid estaba tan rojo que se podría haber frito un huevo en su cara.
— Nadie la está ignorando, profesora — respondió el director, cuyos ojos estaban ocupados escaneando el libro para encontrar la página adecuada. — Tome, toca leer el capítulo catorce.
— No voy a leer — protestó Umbridge, apartando el libro que Dumbledore le tendía.
— Insisto.
Dumbledore sonreía. Harry esperaba que Umbridge se negara, porque, de lo contrario, tendría que aguantar mirándola y escuchando su voz durante un buen rato.
— No insista. No voy a hacerlo.
Sin embargo, antes de sentarse, sus ojos se dirigieron de forma casi inconsciente a las páginas abiertas frente a ella. Sus ojos se abrieron en una expresión de sorpresa.
— Creo que este capítulo arrojará mucha luz sobre los temas que acabamos de discutir — dijo Dumbledore, inclinando el libro aún más hacia ella.
Umbridge miró al ministro, quien tenía un aire cansado, y después al libro.
— De acuerdo — dijo, mordiéndose el labio.
Harry maldijo a Dumbledore internamente. Por las caras de los demás, estaba claro que a nadie le hacía especial ilusión escuchar leer a Umbridge.
La profesora de defensa tomó el libro entre sus manos y lo apoyó en el atril. Se aclaró la garganta un par de veces, sonido que Harry ya había llegado a odiar, y entonces leyó:
— El capítulo número catorce se titula: Cornelius Fudge.
Se oyeron murmullos de interés. El ministro saltó en su asiento y todo su cansancio fue reemplazado por nerviosismo.
— ¿Por qué salgo yo? — farfulló. — No hablé con Potter hasta mucho después.
Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas. Los tres se preguntaban lo mismo: ¿se les añadiría algún castigo más por visitar a Hagrid después del toque de queda y escuchar una conversación privada con el mismísimo Ministro de Magia?
Al menos lo de Aragog ya lo saben, pensó Harry.
Con una mueca de desagrado, Umbridge leyó:
Harry, Ron y Hermione siempre habían sabido que Hagrid sentía una desgraciada afición por las criaturas grandes y monstruosas.
Pronunciar tantos nombres de gente a la que despreciaba en una sola frase parecía haberle provocado un escalofrío.
Por su parte, Harry consideraba que, después de escuchar a Umbridge decir su nombre de pila durante todo el capítulo, acabaría odiando su propio nombre.
Durante el curso anterior en Hogwarts había intentado criar un dragón en su pequeña cabaña de madera, y pasaría mucho tiempo antes de que pudieran olvidar al perro gigante de tres cabezas al que había puesto por nombre Fluffy.
Umbridge leyó todo eso haciendo mucho énfasis, con tono reprobatorio. Hagrid seguía muy rojo.
Harry estaba seguro de que si, de niño, Hagrid se enteró de que había un monstruo oculto en algún lugar del castillo, hizo lo imposible por echarle un vistazo. Seguro que le parecía inhumano haber tenido encerrado al monstruo tanto tiempo y debía de pensar que el pobre tenía derecho a estirar un poco sus numerosas piernas.
— Qué irónico, ni siquiera tenía piernas — murmuró Ron. Harry soltó un bufido involuntario.
Podía imaginarse perfectamente a Hagrid, con trece años, intentando ponerle un collar y una correa.
Esa imagen mental hizo reír a varios alumnos.
Pero también estaba seguro de que él nunca había tenido intención de matar a nadie.
— Claro que no — dijo Angelina. — Hagrid es una buena persona.
El guardabosques le sonrió, y Umbridge siguió leyendo rápidamente.
Harry casi habría preferido no haber averiguado el funcionamiento del diario de Ryddle. Ron y Hermione le pedían constantemente que les contase una y otra vez todo lo que había visto, hasta que se cansaba de tanto hablar y de las largas conversaciones que seguían a su relato y que no conducían a ninguna parte.
—A lo mejor Ryddle se equivocó de culpable —decía Hermione—. A lo mejor el que atacaba a la gente era otro monstruo…
El trío intercambió miradas.
— ¿Quién es vidente ahora, eh? — les susurró Ron.
— No es clarividencia, es lógica — se defendió Hermione. — Además, yo no creo que seas vidente.
— Yo sí — intervino Ginny, ganándose un gruñido de parte de su hermano.
—¿Cuántos monstruos crees que puede albergar este castillo? —le preguntó Ron, aburrido.
— Más de los que pensábamos — murmuró esta vez Harry.
— ¿Crees que haya más monstruos que aún no hemos descubierto? — preguntó Ron.
Tras pensarlo unos instantes, Harry asintió.
— Seguro que sí.
—Ya sabíamos que a Hagrid lo habían expulsado —dijo Harry, apenado—. Y supongo que entonces los ataques cesaron. Si no hubiera sido así, a Ryddle no le habrían dado ningún premio.
— Eso encaja con lo que hemos dicho antes — dijo Ernie. Parecía muy emocionado con su teoría. — Si Ryddle era quien provocaba los ataques, ¡claro que cesaron cuando le convenía!
Se oyeron murmullos. Cada vez más gente parecía estar de acuerdo con él.
Ron intentó verlo de otro modo.
—Ryddle me recuerda a Percy. Pero ¿por qué tuvo que delatar a Hagrid?
— ¿Qué tiene que ver Percy? — bufó Fred.
Percy ignoró el comentario de su hermano.
—El monstruo había matado a una persona, Ron —contestó Hermione.
—Y Ryddle habría tenido que volver al orfanato muggle si hubieran cerrado Hogwarts —dijo Harry—. No lo culpo por querer quedarse aquí.
A Harry le pillaron por sorpresa las miradas de pena que cayeron sobre él.
Ron se mordió un labio y luego vaciló al decir:
—Tú te encontraste a Hagrid en el callejón Knockturn, ¿verdad, Harry?
Ron gimió.
— Perdona, Hagrid — dijo en voz alta.
Pero Hagrid no parecía ofendido.
—Dijo que había ido a comprar un repelente contra las babosas carnívoras —dijo Harry con presteza.
Se quedaron en silencio. Tras una pausa prolongada, Hermione tuvo una idea elemental.
—¿Por qué no vamos y le preguntamos a Hagrid?
Se escucharon bufidos.
— Mala idea — dijo Seamus. Hermione hizo una mueca.
—Sería una visita muy cortés —dijo Ron—. Hola, Hagrid, dinos, ¿has estado últimamente dejando en libertad por el castillo a una cosa furiosa y peluda?
Muchos se echaron a reír. Sin embargo, Harry notó que la mayoría de los que reían eran alumnos de los primeros años, los que no habían estado en Hogwarts el año que se abrió la cámara. Supuso que, aun con el paso del tiempo, el miedo que habían pasado a muchos les impedía bromear abiertamente sobre el monstruo de la cámara.
Al final, decidieron no decir nada a Hagrid si no había otro ataque, y como los días se sucedieron sin siquiera un susurro de la voz que no salía de ningún sitio, albergaban la esperanza de no tener que hablar con él sobre el motivo de su expulsión.
— ¿No habría sido más sencillo decirle a un profesor lo que habíais descubierto? — bufó la profesora Sprout.
— Eso nunca había funcionado — replicó Harry. Al instante, vio cómo la profesora McGonagall se erguía, herida en su orgullo, y cómo el profesor Snape rechinaba los dientes.
Ya habían pasado casi cuatro meses desde que petrificaron a Justin y a Nick Casi Decapitado, y parecía que todo el mundo creía que el agresor, quienquiera que fuese, se había retirado, afortunadamente.
— ¿Cuatro meses? — exclamó un alumno de tercero. Miraba a Justin con reverencia, como si fuera un zombie que hubiera regresado a la vida.
Peeves se había cansado por fin de su canción ¡Oh, Potter, eres un zote!;
Escuchar a Umbridge decir esa frase hizo crecer dentro de Harry una ira repentina que apenas duró unos momentos.
Ernie Macmillan, un día, en la clase de Herbología, le pidió cortésmente a Harry que le pasara un cubo de hongos saltarines,
Algunos miraron a Ernie con aprobación.
y en marzo algunas mandrágoras montaron una escandalosa fiesta en el Invernadero 3. Esto puso muy contenta a la profesora Sprout.
—En cuanto empiecen a querer cambiarse unas a las macetas de otras, sabremos que han alcanzado la madurez —dijo a Harry—. Entonces podremos revivir a esos pobrecillos de la enfermería.
— ¿Las mandrágoras montan fiestas? — preguntó un chico de sexto. — No lo sabía.
— Viven mejor que nosotros — se quejó un Ravenclaw, amigo suyo.
Durante las vacaciones de Semana Santa, los de segundo tuvieron algo nuevo en que pensar. Había llegado el momento de elegir optativas para el curso siguiente, decisión que al menos Hermione se tomó muy en serio.
— Demasiado en serio — bufó Ron. — ¿Y de qué te sirvió pensarlo tanto? Si al final…
— Shhh — lo mandó a callar ella.
—Podría afectar a todo nuestro futuro —dijo a Harry y Ron, mientras repasaban minuciosamente la lista de las nuevas materias, señalándolas.
—Lo único que quiero es no tener Pociones —dijo Harry.
— Ojalá — dijo el Harry del presente.
— Yo también me la habría quitado — asintió Dean. — Qué ganas de que llegue el año que viene y no tener Pociones.
Snape los fulminaba con la mirada. Harry mantuvo la cabeza bien alta, desafiante, mientras que Dean miró al suelo y fingió no haberse dado cuenta de la reacción del profesor.
—Imposible —dijo Ron con tristeza—. Seguiremos con todas las materias que tenemos ahora. Si no, yo me libraría de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¡Pero si ésa es muy importante! —dijo Hermione, sorprendida.
—No tal como la imparte Lockhart —repuso Ron—. Lo único que me ha enseñado es que no hay que dejar sueltos a los duendecillos.
Muchos rieron.
— Menos mal que no podía quitármela — dijo Ron. — Me habría perdido las clases del profesor Lupin.
— Para un año en el que tenemos un buen profesor, te lo habrías perdido — dijo Hermione. — Imagina no estar en esa clase y tener que escuchar a los demás hablar de lo buena que ha sido.
Harry miró a Lupin y le hizo gracia ver que se había ruborizado. Tonks se reía de él, mientras que Sirius sonreía, claramente orgulloso.
— ¿Tan buenas fueron las clases del profesor Lupin? — preguntó un alumno de segundo.
Neville Longbottom había recibido carta de todos los magos y brujas de su familia, y cada uno le aconsejaba materias distintas.
— Sí, sí que lo fueron — respondió Hermione, ignorando a la profesora Umbridge, que había seguido leyendo con voz chillona.
— Ha sido el mejor profesor de defensa que hemos tenido — dijo Harry en voz bien alta.
Confundido y preocupado, se sentó a leer la lista de las materias y les preguntaba a todos si pensaban que Aritmancia era más difícil que Adivinación Antigua.
— ¿De verdad? — dijo el mismo chico.
— No os creáis todo lo que dice Potter — intervino Malfoy. A Harry le pareció que el chico aún no se había recuperado del mal trago de tener que leer el capítulo anterior. — Es amigo del profesor Lupin, por eso lo defiende.
— Lo defiende porque es el único profesor de defensa que nos ha enseñado algo útil — se metió Ginny.
Umbridge siguió leyendo, elevando la voz.
Dean Thomas, que, como Harry, se había criado con muggles, terminó cerrando los ojos y apuntando a la lista con la varita mágica, y escogió las materias que había tocado al azar.
— ¿En serio las escogiste al azar? — le preguntó Hermione a Dean. El chico se encogió de hombros.
— No había ninguna que me llamara mucho la atención. Además, es difícil elegir basándote solo en el nombre.
— Nadie se basa solo en el nombre — replicó Pansy Parkinson en tono impertinente. — Hay que usar el sentido común. No es lo mismo coger Adivinación que Aritmancia.
— En ese momento yo ni siquiera sabía qué demonios es la Aritmancia — bufó Dean. — ¿Cómo iba a saber si era mejor o peor que Adivinación?
— Ah, cierto — dijo Pansy. — Que eres hijo de muggles, ¿no?
A Harry no le gustó nada el tono burlón que había usado. Sin embargo, antes de que un muy enfadado Dean pudiera contestar, Seamus intervino:
— Si no tienes nada interesante que decir, cierra la boca, Parkinson.
Se escucharon jadeos y más de una risita.
— Qué maleducado —dijo Pansy con desdén. — Solo lo he preguntado porque cualquiera que provenga de una familia mágica sabe perfectamente qué es la Aritmancia.
— No estés tan segura… — murmuró Neville.
De un instante para otro, el comedor se llenó de conversaciones entre los estudiantes. Muchos no tenían ni idea de lo que era la Aritmancia, mientras que otros sentían curiosidad por saber cuáles eran las optativas que tendrían en tercer año.
Frustrada, la profesora Umbridge los mandó a callar de un chillido.
Hermione no siguió el consejo de nadie y las escogió todas.
— Loca — dijo Fred en voz alta.
Indignada, Hermione abrió la boca para discutir, pero entonces decidió tomar un enfoque más eficaz y le lanzó un cojín a Fred que le impactó en toda la cara.
Harry sonrió tristemente al imaginar lo que habrían dicho tío Vernon y tía Petunia si les consultara sobre su futuro de mago.
Se escucharon varios bufidos.
— Eso es muy triste — gimió Lavender.
Harry quería que la tierra se lo tragase.
Pero alguien lo ayudó: Percy Weasley se desvivía por hacerle partícipe de su experiencia.
— ¿Percy lo ayudó? — preguntó Charlie, sorprendido. — Creía que no se caían bien.
— Solían llevarse bien — respondió Ron. Tenía los ojos fijos en Percy mientras hablaba. — No ha pasado mucho tiempo desde que las cosas se torcieron.
Con eso, parecía estar queriéndole decir algo a Percy, quien solo pudo mantenerle la mirada a su hermano durante unos momentos antes de volver a bajarla.
—Depende de adónde quieras llegar, Harry —le dijo—. Nunca es demasiado pronto para pensar en el futuro, así que yo te recomendaría Adivinación.
Hermione bufó.
La gente dice que los estudios muggles son la salida más fácil, pero personalmente creo que los magos deberíamos tener completos conocimientos de la comunidad no mágica, especialmente si queremos trabajar en estrecho contacto con ellos. Mira a mi padre, tiene que tratar todo el tiempo con muggles.
Arthur asintió. Aunque su semblante era serio, Harry estaba seguro de que se enorgullecía de su hijo.
A mi hermano Charlie siempre le gustó el trabajo al aire libre, así que escogió Cuidado de Criaturas Mágicas. Escoge aquello para lo que valgas, Harry.
— Es un buen consejo — admitió Hermione. Inmediatamente, Fred, George y Ginny la fulminaron con la mirada.
— Me da igual que lo sea, sigue siendo un imbécil — dijo George.
— ¡George!
— Lo siento, mamá.
Mientras la señora Weasley le hablaba a los gemelos en susurros rápidos y furiosos, Harry miró directamente a Percy y se sorprendió al ver que éste le devolvía la mirada. Quiso identificar la emoción en los ojos de Percy, pero fue incapaz de hacerlo antes de que Umbridge siguiera leyendo y Percy se centrara en la lectura.
Pero lo único que a Harry le parecía que se le daba realmente bien era el quidditch.
— Eso no es cierto — le regañó Hermione. — También se te da muy bien Defensa contra las Artes Oscuras.
Al oír eso, la profesora Umbridge levantó la mirada tan rápido como si la hubieran insultado.
— Como profesora de Defensa, me temo que no estoy de acuerdo con esa afirmación, señorita Granger — dijo con tono meloso.
Sirius soltó una palabrota que, por suerte, Umbridge no llegó a oír porque el profesor Lupin consiguió taparle la boca a Sirius al escuchar la primera sílaba.
A decir verdad, Harry no se sentía ofendido por las palabras de la profesora. Si había alguien en ese castillo que no sabía de Defensa, era ella.
Umbridge siguió leyendo con una sonrisita.
Terminó eligiendo las mismas optativas que Ron, pensando que si era muy malo en ellas, al menos contaría con alguien que podría ayudarle.
— Esa idea habría funcionado si yo fuera bueno en esas asignaturas — dijo Ron. Con una sonrisa, Harry murmuró:
— Al menos es divertido inventarnos sueños y predicciones para Trelawney.
Ron soltó una risa que consiguió camuflar como una tos, aunque algunos lo miraron raro.
A Gryffindor le tocaba jugar el siguiente partido de quidditch contra Hufflepuff. Wood los machacaba con entrenamientos en equipo cada noche después de cenar, de forma que Harry no tenía tiempo para nada más que para el quidditch y para hacer los deberes. Sin embargo, los entrenamientos iban mejor, y la noche anterior al partido del sábado se fue a la cama pensando que Gryffindor nunca había tenido más posibilidades de ganar la copa.
— ¿Cada noche? — repitió Justin Finch-Fletchley. — Caray, teníais muchas ganas de ganar.
Wood pareció muy orgulloso de sí mismo. El resto del equipo, no tanto.
Pero su alegría no duró mucho. Al final de las escaleras que conducían al dormitorio se encontró con Neville Longbottom, que lo miraba desesperado.
Sorprendidos, muchos miraban a Neville como si esperaran que les explicara la situación.
—Harry, no sé quién lo hizo. Yo me lo encontré…
Mirando a Harry aterrorizado, Neville abrió la puerta.
El contenido del baúl de Harry estaba esparcido por todas partes. Su capa estaba en el suelo, rasgada. Le habían levantado las sábanas y las mantas de la cama, y habían sacado el cajón de la mesita y el contenido estaba desparramado sobre el colchón.
Se escucharon jadeos de sorpresa.
— ¿Te robaron? — exclamó Cho Chang. Harry asintió.
— Qué fuerte, nunca me enteré de eso — se escuchó decir a Parvati, que parecía indignada.
— Hay que ser muy rastrero para destrozarlo todo de esa forma — dijo Tonks.
Por el rabillo del ojo, Harry vio a Ginny hacer una mueca. Durante unos momentos, cruzaron miradas. Él le sonrió, esperando que la chica entendiera que no le guardaba rencor por lo que había hecho, pero ella se mordía el labio y, durante un segundo, Harry temió que se pusiera a llorar. Sin embargo, tras unos momentos Ginny, sin poder aguantarlo más, se inclinó para susurrarle:
— No me arrepiento. Si volviera a estar en esa posición, haría lo mismo. Aunque siento haber roto tu capa.
A Harry le pilló totalmente por sorpresa esa confesión. No era la disculpa llena de lágrimas que había temido durante un instante, y eso le hacía sentirse tan aliviado que ni siquiera sabía cómo responderle a Ginny.
— No te preocupes — dijo finalmente. — Solo era una capa vieja.
Ginny le sonrió.
— Algún día, cuando salga de Hogwarts y tenga trabajo, te compraré una capa nueva — prometió la chica. Harry no sabía si iba en serio o no, pero viendo la mirada decidida de Ginny, supuso que no merecía la pena protestar. Aun así, ese impulso interior que había tenido toda la vida, ese impulso que los Dursley le habían inculcado desde pequeño, salió a flote antes de que pudiera hacer nada.
— No hace falta, puedo comprarme una yo — dijo, maldiciendo mentalmente un segundo después. Lo último que necesitaba era ofender a Ginny.
Pero ella no se ofendió. Al contrario, le dedicó una sonrisa divertida antes de decir:
— Solo por eso, la capa será verde Slytherin.
— Tendré que pedirle a Madam Malkin que la cambie de color — dijo Harry sonriendo.
Mientras tanto, la profesora Umbridge seguía leyendo. Parecía estar ansiosa por llegar a donde fuera que se hablara del ministro.
Harry fue hacia la cama, pisando algunas páginas sueltas de Recorridos con los trols. No podía creer lo que había sucedido.
En el momento en que Neville y él hacían la cama, entraron Ron, Dean y Seamus. Dean gritó:
—¿Qué ha sucedido, Harry?
—No tengo ni idea —contestó. Ron examinaba la túnica de Harry. Habían dado la vuelta a todos los bolsillos.
— Eso es que alguien buscaba algo — dijo Terry Boot rápidamente.
—Alguien ha estado buscando algo —dijo Ron—. ¿Qué te falta?
Terry y Ron sonrieron.
Harry empezó a coger sus cosas y a dejarlas en el baúl. Hasta que hubo separado el último libro de Lockhart, no se dio cuenta de qué era lo que faltaba.
—Se han llevado el diario de Ryddle —dijo a Ron en voz baja.
— Lo sabía — dijo un Slytherin de tercero. Muchos asintieron y comentaron lo mismo.
—¿Qué?
Harry señaló con la cabeza hacia la puerta del dormitorio, y Ron lo siguió. Bajaron corriendo hasta la sala común de Gryffindor, que estaba medio vacía, y encontraron a Hermione, sentada, sola, leyendo un libro titulado La adivinación antigua al alcance de todos.
Hermione hizo una mueca.
— Leer ese libro fue una pérdida de tiempo.
Por otro lado, la profesora Trelawney parecía sorprendida.
A Hermione la noticia la dejó aterrorizada.
—Pero… sólo puede haber sido alguien de Gryffindor. Nadie más conoce la contraseña.
—En efecto —confirmó Harry.
— En efecto — murmuró Ginny.
A lo largo del comedor, decenas de personas comenzaron a acusar a ciertos miembros de Gryffindor de ser los culpables.
— Seguro que fueron los gemelos Weasley — dijo un chico de segundo de Hufflepuff.
— ¿Por qué íbamos a robarle a Harry? — se quejó Fred.
— No fueron ellos — dijo rápidamente Harry, a quien no le daba tiempo a defender a todo el mundo. Algunos acusaron a alumnos de séptimo de Gryffindor, quienes se tomaron la ofensa muy a pecho, y otros, a Neville, por ser el primero que lo había visto.
— Dejad de decir tonterías — dijo Hermione irritada cuando dos chicas de cuarto de Hufflepuff acusaron a Lee Jordan.
Subiendo la voz sobre el barullo, la profesora siguió leyendo, cada vez más alterada.
Despertaron al día siguiente con un sol intenso y una brisa ligera y refrescante.
—¡Perfectas condiciones para jugar al quidditch! —dijo Wood emocionado a los de la mesa de Gryffindor, llevando los platos con los huevos revueltos—. ¡Harry, levanta el ánimo, necesitas un buen desayuno!
— Oh, no — dijo Ron. — Es el día del partido.
Muchos lo miraron con curiosidad. Los que recordaban aquel día, sabían que no había habido partido que celebrar.
Harry había estado observando la mesa abarrotada de Gryffindor, preguntándose si tendría delante de las narices al nuevo poseedor del diario de Ryddle.
Ginny hizo una mueca.
— Quizá tú también eres vidente — le dijo Ron a Harry, haciéndole rodar los ojos.
Hermione lo intentaba convencer de que notificara el robo, pero a Harry no le gustaba la idea. Tendría que contar todo lo referente al diario a algún profesor, ¿y cuánta gente sabía por qué habían expulsado a Hagrid hacía cincuenta años? No quería ser él quien lo sacara de nuevo a la luz.
— Ah, Harry — exclamó Hagrid, emocionado. — Gracias.
Harry le sonrió.
Al abandonar el Gran Comedor con Ron y Hermione para ir a recoger su equipo de quidditch, otro motivo de preocupación se añadió a la creciente lista de Harry. Acababa de poner los pies en la escalera de mármol cuando oyó de nuevo aquella voz:
La voz de Umbridge subió una octava antes de leer:
—Matar esta vez… Déjame desgarrar… Despedazar…
Se hizo el silencio absoluto durante unos momentos. Después, el silencio fue roto por Lee Jordan:
— ¡Qué mal rollo!
Muchos asintieron. Algunos alumnos habían palidecido mucho, mientras que otros parecían haberse encogido en sus asientos.
Harry dio un grito, y Ron y Hermione se separaron de él asustados.
— Cobardes — gruñó Malfoy. Todavía seguía de muy mal humor, cosa que a Harry le agradaba saber.
—¡La voz! —dijo Harry, mirando a un lado—. Acabo de oírla de nuevo, ¿vosotros no?
Ron, con los ojos muy abiertos, negó con la cabeza. Hermione, sin embargo, se llevó una mano a la frente.
Umbridge utilizó un tono burlón al leer:
—¡Harry, creo que acabo de comprender algo! ¡Tengo que ir a la biblioteca!
Y se fue corriendo por las escaleras.
— Al menos podrías explicar qué has comprendido — se quejó Parvati.
— Sí, que ahora nos dejas con la intriga — dijo Charlie, aunque él sonreía.
—¿Qué habrá comprendido? —dijo Harry distraídamente, mirando alrededor, intentando averiguar de dónde podía provenir la voz.
—Muchas más cosas que yo —respondió Ron, negando con la cabeza.
— Eso no es difícil, Weasley — dijo Cormac McLaggen.
Ron le lanzó una almohada especialmente dura.
—Pero ¿por qué habrá tenido que irse a la biblioteca?
—Porque eso es lo que Hermione hace siempre —contestó Ron, encogiéndose de hombros—. Cuando le entra alguna duda, ¡a la biblioteca!
Algunos rieron, sabiendo por lo que habían leído hasta ahora que, efectivamente, así era Hermione.
Harry se quedó indeciso, intentando volver a captar la voz, pero los alumnos empezaron a salir del Gran Comedor hablando alto, hacia la puerta principal. Iban al campo de quidditch.
—Será mejor que te muevas —dijo Ron—. Son casi las once…, el partido.
— ¿Quién puede concentrarse en el quidditch habiendo oído algo así? — dijo Katie Bell con una mueca. — Es espeluznante.
Espeluznante… De golpe, Harry recordó lo que había leído en el despacho de Dumbledore acerca de Katie Bell y le dio un escalofrío. Por suerte, todo el mundo a su alrededor pensó que se debía a la voz siniestra.
Harry subió a la carrera la torre de Gryffindor, cogió su Nimbus 2.000 y se mezcló con la gente que se dirigía hacia el campo de juego. Pero su mente se había quedado en el castillo, donde sonaba la voz que no salía de ningún sitio, y mientras se ponía su túnica de juego en los vestuarios, su único consuelo era saber que todos estaban allí para ver el partido.
— No todos — resopló Ron. Harry asintió solemnemente.
Por su parte, Hermione parecía totalmente tranquila.
Los equipos saltaron al campo de juego en medio del clamor del público. Oliver Wood despegó para hacer un vuelo de calentamiento alrededor de los postes, y la señora Hooch sacó las bolas. Los de Hufflepuff, que jugaban de color amarillo canario, se habían reunido para repasar la táctica en el último minuto.
— ¡Vamos, Hufflepuff! — gritó un chico de segundo. Muchos alumnos de primero, segundo y tercero vitorearon, pero nadie de los cursos superiores lo hizo.
Harry acababa de montarse en la escoba cuando la profesora McGonagall llegó corriendo al campo, llevando consigo un megáfono de color púrpura.
—El partido acaba de ser suspendido —gritó por el megáfono la profesora, dirigiéndose al estadio abarrotado.
Muchos jadearon.
— No puede ser— dijo alguien de Slytherin, de primero. — ¡Si nunca cancelan el quidditch!
— ¿Atacaron a alguien más? — preguntó un chico de primero, esta vez de Gryffindor.
Nadie quiso responder.
Hubo gritos y silbidos. Oliver Wood, con aspecto desolado, aterrizó y fue corriendo a donde estaba la profesora McGonagall sin desmontar de la escoba.
—¡Pero profesora! —gritó—. Tenemos que jugar… la Copa… Gryffindor…
Angelina le dio un par de palmaditas en la espalda a Wood.
La profesora McGonagall no le hizo caso y continuó gritando por el megáfono:
—Todos los estudiantes tienen que volver a sus respectivas salas comunes, donde les informarán los jefes de sus casas. ¡Id lo más deprisa que podáis, por favor!
Luego bajó el megáfono e hizo una seña a Harry para que se acercara.
—Potter, creo que será mejor que vengas conmigo.
— Esta vez no le pueden echar la culpa — resopló Sirius. — ¡Ni siquiera estaba en el castillo!
— Nadie culpó a Potter — replicó la profesora McGonagall.
Preguntándose por qué sospecharía de él en aquella ocasión, Harry vio que Ron se separaba de la multitud descontenta y se unía a ellos corriendo para volver al castillo. Para sorpresa de Harry, la profesora McGonagall no se opuso.
—Sí, quizá sea mejor que tú también vengas, Weasley.
— Oh, no…
Muchas personas miraron directamente a Hermione, atando los cabos. La chica hizo todo lo posible por mantener la cara de póker.
Algunos de los estudiantes que había a su alrededor rezongaban por la suspensión del partido y otros parecían preocupados. Harry y Ron siguieron a la profesora McGonagall y, al llegar al castillo, subieron con ella la escalera de mármol. Pero esta vez no se dirigían a ningún despacho.
—Esto os resultará un poco sorprendente —dijo la profesora McGonagall con voz amable cuando se acercaban a la enfermería—. Ha habido otro ataque… Un ataque doble.
Aunque era lo que ya suponían todos, se oyeron jadeos y murmullos. Los alumnos más jóvenes parecían entre intrigados y aterrorizados.
A Harry le dio un brinco el corazón. La profesora McGonagall abrió la puerta y entraron en la enfermería.
La señora Pomfrey atendía a una muchacha de quinto curso con el pelo largo y rizado. Harry reconoció en ella a la chica de Ravenclaw a la que por error habían preguntado cómo se iba a la sala común de Slytherin.
Percy hizo una mueca. Parecía que ese recuerdo aún le causaba dolor.
Y en la cama de al lado estaba…
—¡Hermione! —gimió Ron.
Hermione yacía completamente inmóvil, con los ojos abiertos y vidriosos.
Hermione tomó la mano de Ron, quien se había puesto muy pálido. Harry no podía verse a sí mismo, pero estaba seguro de que él también había palidecido.
—Las encontraron junto a la biblioteca —dijo la profesora McGonagall—. Supongo que no podéis explicarlo. Esto estaba en el suelo, junto a ellas…
Levantó un pequeño espejo redondo.
— Lo que nos salvó la vida — murmuró Hermione.
Harry y Ron negaron con la cabeza, mirando a Hermione.
—Os acompañaré a la torre de Gryffindor —dijo con seriedad la profesora McGonagall—. De cualquier manera, tengo que hablar a los estudiantes.
En el comedor, el ambiente era de funeral. Aunque la mayoría sabía que todo había salido bien al final, recordar aquellos momentos en los que temían por su vida y no se atrevían ni a caminar solos por los pasillos resultaba duro.
—Todos los alumnos estarán de vuelta en sus respectivas salas comunes a las seis en punto de la tarde. Ningún alumno podrá dejar los dormitorios después de esa hora. Un profesor os acompañará siempre al aula. Ningún alumno podrá entrar en los servicios sin ir acompañado por un profesor. Se posponen todos los partidos y entrenamientos de quidditch. No habrá más actividades extraescolares.
— Como me alegro de no haber estado en Hogwarts ese año — dijo un alumno de tercero.
Los alumnos de Gryffindor, que abarrotaban la sala común, escuchaban en silencio a la profesora McGonagall, quien al final enrolló el pergamino que había estado leyendo y dijo con la voz entrecortada por la impresión:
—No necesito añadir que rara vez me he sentido tan consternada. Es probable que se cierre el colegio si no se captura al agresor. Si alguno de vosotros sabe de alguien que pueda tener una pista, le ruego que lo diga.
Muchos miraron a Harry y Ron con reproche. Harry contuvo las ganas de rodar los ojos.
La profesora salió por el agujero del retrato con cierta torpeza, e inmediatamente los alumnos de Gryffindor rompieron el silencio.
—Han caído dos de Gryffindor, sin contar al fantasma, que también es de Gryffindor, uno de Ravenclaw y otro de Hufflepuff —dijo Lee Jordan, el amigo de los gemelos Weasley, contando con los dedos—. ¿No se ha dado cuenta ningún profesor de que los de Slytherin parecen estar a salvo? ¿No es evidente que todo esto proviene de Slytherin? El heredero de Slytherin, el monstruo de Slytherin… ¿Por qué no expulsan a todos los de Slytherin? —preguntó con fiereza. Hubo alumnos que asintieron y se oyeron algunos aplausos aislados.
En el comedor, los Slytherin protestaron, a la vez que gente de otras casas apoyaba la idea de Lee Jordan. McGonagall tuvo que llamar al silencio, porque a nadie le importaba interrumpir a Umbridge cada vez que la profesora intentaba seguir leyendo.
Percy Weasley estaba sentado en una silla, detrás de Lee, pero por una vez no parecía interesado en exponer sus puntos de vista. Estaba pálido y parecía ausente.
Percy pareció sorprendido de que Harry hubiera notado eso.
—Percy está asustado —dijo George a Harry en voz baja—. Esa chica de Ravenclaw…, Penélope Clearwater…, es prefecta. Supongo que Percy creía que el monstruo no se atrevería a atacar a un prefecto.
Se oyeron algunos resoplidos y risitas aisladas.
— No era eso — bufó Percy, para sorpresa de todos los Weasley. — Penélope era mi novia.
Eso hizo que las risitas pararan inmediatamente. George incluso pareció arrepentirse de lo que había dicho en el libro, aunque no dijo nada al respecto en el presente.
El que sí que lo hizo fue Fred.
— Te recuerdo que no lo sabíamos. Si nos contaras las cosas, te entenderíamos mejor, ¿sabes?
Percy estuvo a punto de replicar algo, pero en el último segundo pareció decidir que no merecía la pena. Fred, de mal humor, murmuró algo que solo George escuchó.
Pero Harry sólo escuchaba a medias. No parecía poder olvidar la imagen de Hermione, inmóvil sobre la cama de la enfermería, como esculpida en piedra.
— Oh, Harry — dijo Hermione, apoyándose en su brazo durante unos momentos a modo de semi-abrazo. Todavía sostenía la mano de Ron, y en ese momento cogió también la de Harry.
Y si no pillaban pronto al culpable, él tendría que pasar el resto de su vida con los Dursley. Tom Ryddle había delatado a Hagrid ante la perspectiva del orfanato muggle si se cerraba el colegio. Harry entendía perfectamente cómo se había sentido.
Harry hizo una mueca. Odiaba entender algo sobre los sentimientos de Voldemort. Era más fácil pensar que no los tenía y que eran totalmente opuestos.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ron a Harry al oído—. ¿Crees que sospechan de Hagrid?
—Tenemos que ir a hablar con él —dijo Harry, decidido—. No creo que esta vez sea él, pero si fue el que lo liberó la última vez, también sabrá llegar hasta la Cámara de los Secretos, y algo es algo.
— Lo que teníais que hacer era decirle todo lo que sabíais a un profesor — los regañó McGonagall. Sin embargo, como ella sabía cómo había acabado esa historia, no parecía especialmente enfadada. Harry supuso que la reprimenda era más que nada para que el resto de alumnos supieran que lo que Harry y Ron habían hecho no estaba permitido.
—Pero McGonagall nos ha dicho que tenemos que permanecer en nuestras torres cuando no estemos en clase…
—Creo —dijo Harry, en voz todavía más baja— que ha llegado ya el momento de volver a sacar la vieja capa de mi padre.
Muchos se inclinaron en el asiento. La capa de invisibilidad despertaba mucho interés entre los alumnos.
Harry sólo había heredado una cosa de su padre: una capa larga y plateada para hacerse invisible. Era su única posibilidad para salir a hurtadillas del colegio y visitar a Hagrid sin que nadie se enterara. Fueron a la cama a la hora habitual, esperaron a que Neville, Dean y Seamus hubieran dejado de hablar sobre la Cámara de los Secretos y se durmieran, y entonces se levantaron, volvieron a vestirse y se cubrieron con la capa.
— Si nos lo hubierais contado, os habríamos apoyado — dijo Dean.
El recorrido por los corredores oscuros del castillo no fue en absoluto agradable. Harry, que ya en ocasiones anteriores había caminado por allí de noche, no lo había visto nunca, después de la puesta del sol, tan lleno de gente: profesores, prefectos y fantasmas circulaban por los corredores en parejas, buscando cualquier detalle sospechoso. Como, a pesar de llevar la capa invisible, hacían el mismo ruido de siempre, hubo un instante especialmente tenso cuando Ron se dio un golpe en un dedo del pie, y estaban muy cerca del lugar en que Snape montaba guardia. Afortunadamente, Snape estornudó en el momento preciso en que Ron gritó.
Se oyeron risas.
— Qué suerte — dijo Luna. Ron asintió con fervor.
Por su parte, Snape parecía muy enfadado.
Cuando finalmente alcanzaron la puerta principal de roble y la abrieron con cuidado, suspiraron aliviados.
— A veces me sorprende la suerte que tenéis — dijo Bill.
Era una noche clara y estrellada. Avanzaron con rapidez guiándose por la luz de las ventanas de la cabaña de Hagrid, y no se desprendieron de la capa hasta que hubieron llegado ante la puerta.
Unos segundos después de llamar, Hagrid les abrió. Les…
Con una expresión triunfal, Umbridge leyó:
Les apuntaba con una ballesta, y Fang, el perro jabalinero, ladraba furiosamente detrás de él.
Se escucharon jadeos y murmullos.
Umbridge, sonriente, se giró para mirar al ministro.
— ¿Lo ha escuchado, señor ministro? Hagrid ha apuntado a dos alumnos de segundo con una ballesta.
— No sabía que eran alumnos — se defendió Hagrid.
— ¿Por qué es su primer instinto el apuntar con un arma a alguien que llama a su puerta? — preguntó Umbridge inocentemente.
— Porque, como leerá a continuación, estaba esperando algo — gruñó Hagrid. A Harry le sorprendió el tono en el que le habló a la profesora. Hagrid, que siempre se había mantenido educado, parecía estar al borde de perder la paciencia.
— Suficiente — intervino Dumbledore cuando vio que Umbridge volvía a abrir la boca. — Siga leyendo, por favor.
— Pero…
— Ahora se explicará todo — dijo Fudge.
Como no podía ir contra el ministro, Umbridge siguió leyendo de mala gana.
—¡Ah! —dijo, bajando el arma y mirándolos—. ¿Qué hacéis aquí los dos?
—¿Para qué es eso? —preguntó Harry, señalando la ballesta al entrar.
—Nada, nada… —susurró Hagrid—. Estaba esperando… No importa… Sentaos, prepararé té.
— Esto es una irresponsabilidad — se interrumpió Umbridge a sí misma. Se oyeron varios gemidos y quejas a lo largo y ancho del comedor. — ¿Cómo van a respetar las normas los alumnos si ni siquiera los profesores no son capaces de cumplirlas? El toque de queda era una medida de seguridad necesaria.
— Ya estaban allí — dijo Hagrid. A Harry le gustó ver que empezaba a defenderse a sí mismo. — ¿Qué iba a hacer, echarlos? Estaban más seguros conmigo que solos.
— Lo que yo no entiendo… — intervino una chica de Slytherin a la que Harry no conocía. — ¿Por qué fuisteis a la cabaña de Hagrid si pensabais que él había abierto la cámara años atrás? ¿Tanto confiáis en él?
— Por supuesto — dijo Harry.
— Claro que sí — dijo Ron al mismo tiempo.
La chica pareció sorprendida. Hagrid, henchido de orgullo, miraba a Umbridge como si esas palabras fueran suficientes para rebatir todos sus argumentos.
La profesora, frustrada, siguió leyendo en un tono muy agudo.
Parecía que apenas sabía lo que hacía. Casi apagó el fuego al derramar agua de la tetera metálica, y luego rompió la de cerámica de puros nervios al golpearla con la mano.
—¿Estás bien, Hagrid? —dijo Harry—. ¿Has oído lo de Hermione?
—¡Ah, sí, claro que lo he oído! —dijo Hagrid con la voz entrecortada.
Hermione escuchaba cada detalle de esa visita con ansias. Harry supuso que, como ella no había estado en ese momento, todo le parecía nuevo y relevante. ¿Se sentiría él así cuando empezaran a leer el futuro?
Miró por la ventana, nervioso. Les sirvió sendas jarritas llenas sólo de agua hirviendo (se le había olvidado poner las bolsitas de té).
Umbridge leyó eso en tono burlón, como si pusiera en duda las capacidades de Hagrid.
Cuando les estaba poniendo en un plato un trozo de pastel de frutas, aporrearon la puerta.
Se le cayó el pastel. Harry y Ron intercambiaron miradas de pánico, se echaron encima la capa para hacerse invisibles y se retiraron a un rincón oculto. Tras asegurarse de que no se les veía, Hagrid cogió la ballesta y fue otra vez a abrir la puerta.
— Esto va a ser interesante — murmuró Ron.
—Buenas noches, Hagrid.
Era Dumbledore. Entró, muy serio, seguido por otro individuo de aspecto muy raro.
El desconocido era un hombre bajo y corpulento, con el pelo gris alborotado y expresión nerviosa. Llevaba una extraña combinación de ropas: traje de raya diplomática, corbata roja, capa negra larga y botas púrpura acabadas en punta. Sujetaba bajo el brazo un sombrero hongo verde lima.
Umbridge paró un momento, procesando lo que acababa de leer, y miró de reojo al ministro. Fudge asintió, con aire cansado.
—¡Es el jefe de mi padre! —musitó Ron—. ¡Cornelius Fudge, el ministro de Magia!
Se oyeron murmullos. Fudge parecía sumamente incómodo.
Harry dio un codazo a Ron para que se callara.
Hagrid estaba pálido y sudoroso. Se dejó caer abatido en una de las sillas y miró a Dumbledore y luego a Cornelius Fudge.
—¡Feo asunto, Hagrid! —dijo Fudge, telegráficamente—. Muy feo. He tenido que venir. Cuatro ataques contra hijos de muggles. El Ministerio tiene que intervenir.
— Porque — interrumpió Fudge, — el Ministerio se toma muy en serio la seguridad del alumnado. De eso que no quepa la menor duda.
Harry abrió la boca para replicar, pero sus palabras fueron ahogadas por las de una decena de personas que habían saltado a replicarle al ministro. La mitad de los Weasley, varios alumnos del ED y prácticamente toda la Orden habían reaccionado al mismo tiempo, diciendo cosas como "Sí, claro" y "Pues empiece a demostrarlo".
Abatido, Fudge pareció desinflarse en su asiento. Umbridge siguió leyendo rápidamente para acallar todas las críticas.
—Yo nunca… —dijo Hagrid, mirando implorante a Dumbledore—. Usted sabe que yo nunca, profesor Dumbledore, señor…
—Quiero que quede claro, Cornelius, que Hagrid cuenta con mi plena confianza—dijo Dumbledore, mirando a Fudge con el entrecejo fruncido.
— Y así será siempre — dijo Dumbledore. Hagrid, claramente emocionado, le hizo un gesto de agradecimiento.
—Mira, Albus —dijo Fudge, incómodo—. Hagrid tiene antecedentes. El Ministerio tiene que hacer algo… El consejo escolar se ha puesto en contacto…
—Aun así, Cornelius, insisto en que echar a Hagrid no va a solucionar nada — dijo Dumbledore. Los ojos azules le brillaban de una manera que Harry no había visto nunca.
— Creo que nunca lo había visto tan enfadado — susurró Harry.
—Míralo desde mi punto de vista —dijo Fudge, cogiendo el sombrero y haciéndolo girar entre las manos—. Me están presionando. Tengo que acreditar que hacemos algo. Si se demuestra que no fue Hagrid, regresará y no habrá más que decir. Pero tengo que llevármelo. Tengo que hacerlo. Si no, no estaría cumpliendo con mi deber…
— Así que se lo llevaron únicamente para aparentar que hacían algo — dijo Moody, antes de añadir en tono irónico: — Qué sorpresa.
— Cumplí con mi deber — se defendió Fudge. — Hagrid era el único sospechoso y lo saqué del colegio.
—¿Llevarme? —dijo Hagrid, temblando—. ¿Llevarme adónde?
—Sólo por poco tiempo —dijo Fudge, evitando los ojos de Hagrid—. No se trata de un castigo, Hagrid, sino más bien de una precaución. Si atrapamos al culpable, a usted se le dejará salir con una disculpa en toda regla.
—¿No será a Azkaban? —preguntó Hagrid con voz ronca.
Muchos exclamaron por la sorpresa, especialmente los alumnos más jóvenes.
Antes de que Fudge pudiera responder, llamaron con fuerza a la puerta.
Abrió Dumbledore. Ahora fue Harry quien recibió un codazo en las costillas, porque había dejado escapar un grito ahogado bien audible.
— Oh, venga ya — dijo Sirius. — ¿Y ahora quién es?
El señor Lucius Malfoy entró en la cabaña de Hagrid con paso decidido, envuelto en una capa de viaje negra y con una gélida sonrisa de satisfacción. Fang se puso a aullar.
Malfoy se atragantó con su propia saliva. Goyle le dio un par de golpes en la espalda que casi lo tiran al suelo.
—¡Ah, ya está aquí, Fudge! —dijo complacido al entrar—. Bien, bien…
—¿Qué hace usted aquí? —le dijo Hagrid furioso—. ¡Salga de mi casa!
—Créame, buen hombre, que no me produce ningún placer entrar en esta… ¿la ha llamado casa? —repuso Lucius Malfoy contemplando la cabaña con desprecio—. Simplemente, he ido al colegio y me han dicho que el director estaba aquí.
— No sé cómo lo hacéis, pero siempre estáis en el sitio indicado para enteraros de todo — dijo Sirius. Parecía impresionado.
— No sé si es un don o una maldición — dijo Remus.
—¿Y qué es lo que quiere de mí, exactamente, Lucius? —dijo Dumbledore. Hablaba cortésmente, pero aún tenía los ojos azules llenos de furia.
—Es lamentable, Dumbledore —dijo perezosamente el señor Malfoy, sacando un rollo de pergamino—, pero el consejo escolar ha pensado que es hora de que usted abandone. Aquí traigo una orden de cese, y aquí están las doce firmas. Me temo que este asunto se le ha escapado de las manos.
— ¿Qué? — bufó Tonks. No fue la única.
Los alumnos que no habían estado en Hogwarts aquel año parecían estar en shock.
¿Cuántos ataques ha habido ya? Otros dos esta tarde, ¿no es cierto? A este ritmo, no quedarán en Hogwarts alumnos de familia muggle, y todos sabemos el gran perjuicio que ello supondría para el colegio.
—¿Qué? ¡Vaya, Lucius! —dijo Fudge, alarmado—, Dumbledore cesado… No, no…, lo último que querría, precisamente ahora…
— Cómo cambian las cosas, ¿verdad, Cornelius? — le sonrió Dumbledore.
Fudge gimió.
—El nombramiento y el cese del director son competencia del consejo escolar, Fudge —dijo con suavidad el señor Malfoy—. Y como Dumbledore no ha logrado detener las agresiones…
—Pero, Lucius, si Dumbledore no ha logrado detenerlas —dijo Fudge, que tenía el labio superior empapado en sudor—, ¿quién va a poder?
—Ya se verá —respondió el señor Malfoy con una desagradable sonrisa—. Pero como los doce hemos votado…
— Menudo imbécil — dijo Angelina, ganándose una mirada envenenada por parte de Malfoy.
Hagrid se levantó de un salto, y su enredada cabellera negra rozó el techo.
—¿Y a cuántos ha tenido que amenazar y chantajear para que accedieran, eh, Malfoy? —preguntó.
— A los doce — respondió Harry en voz bien alta, asegurándose de que se le oía en todo el comedor.
Malfoy estaba lívido de ira.
—Muchacho, muchacho, por Dios, este temperamento suyo le dará un disgusto un día de éstos —dijo Malfoy—. Me permito aconsejarle que no grite de esta manera a los carceleros de Azkaban. No creo que se lo tomen a bien.
—¡Puede quitar a Dumbledore! —chilló Hagrid, y Fang, el perro jabalinero, se encogió y gimoteó en su cesta—. ¡Lléveselo, y los alumnos de familia muggle no tendrán ni una oportunidad! ¡Y habrá más asesinatos!
— No entiendo nada — dijo Fleur Delacour. — ¿Pog qué quitaguían del puesto al único diguegtog que podía deteneg los ataques? No tiene sentido.
— Nada tiene sentido cuando se involucra el ministerio — respondió Charlie. Fudge lo miró muy mal.
—Cálmate, Hagrid —le dijo bruscamente Dumbledore. Luego se dirigió a Lucius Malfoy—. Si el consejo escolar quiere mi renuncia, Lucius, me iré.
—Pero… —tartamudeó Fudge.
—¡No! —gimió Hagrid.
— Qué raro es ver a Fudge queriendo que Dumbledore se quede como director — dijo Hermione. — Han cambiado tantas cosas…
Harry asintió. Ojalá en el presente, Fudge también apoyara de esa forma a Dumbledore.
Dumbledore no había apartado sus vivos ojos azules de los ojos fríos y grises de Malfoy.
—Sin embargo —dijo Dumbledore, hablando muy claro y despacio, para que todos entendieran cada una de sus palabras—, sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.
Durante un instante, Harry estuvo convencido de que Dumbledore les había guiñado un ojo, mirando hacia el rincón donde Ron y él estaban ocultos.
Se escucharon jadeos.
— ¿¡Lo sabía!? — farfulló Fudge. — ¿Cómo…?
Dumbledore sonrió enigmáticamente. Umbridge, furiosa, siguió leyendo a toda velocidad.
—Admirables sentimientos —dijo Malfoy, haciendo una inclinación—. Todos echaremos de menos su personalísima forma de dirigir el centro, Albus, y sólo espero que su sucesor consiga evitar los… asesinatos.
— Malfoy estaba seguro de que iban a matar a varias personas y quería que sucediera— dijo Fred, asqueado.
— No tienes pruebas — le espetó Draco.
La expresión de Fred se tornó sombría antes de decir:
— ¿Estás seguro? Espera a leer el último capítulo.
Ese comentario provocó que muchos alumnos susurraran entre sí, curiosos.
Harry habría sentido pena por Malfoy, que parecía muy nervioso, si no fuera porque revivir todos los malos momentos con él a lo largo de los años le estaba haciendo ver lo mala persona que había sido Malfoy desde el principio.
Se dirigió con paso decidido a la puerta de la cabaña, la abrió, saludó a Dumbledore con una inclinación y le indicó que saliera. Fudge esperaba, sin dejar de manosear su sombrero, a que Hagrid pasara delante, pero Hagrid no se movió, sino que respiró hondo y dijo pausadamente:
—Si alguien quisiera desentrañar este embrollo, lo único que tendría que hacer es seguir a las arañas. Ellas lo conducirían. Eso es todo lo que tengo que decir.
— ¿Qué? — exclamaron algunas voces al mismo tiempo.
— ¿Seguir a las arañas? — dijo Hannah, visiblemente pálida. — ¿Eso es literal?
Ron asintió solemnemente.
—Fudge lo miró extrañado—. De acuerdo, ya voy —añadió, poniéndose el abrigo de piel de topo. Cuando estaba a punto de seguir a Fudge por la puerta, se detuvo y dijo en voz alta—: Y alguien tendrá que darle de comer a Fang mientras estoy fuera.
— Por favor — bufó Romilda Vane. — Es muy obvio que le está hablando a alguien oculto en la cabaña.
Fudge se ruborizó, comprendiendo que él y Lucius habían sido los únicos ciegos que no se habían dado cuenta.
La puerta se cerró de un golpe y Ron se quitó la capa invisible.
—En menudo embrollo estamos metidos —dijo con voz ronca—. Sin Dumbledore. Podrían cerrar el colegio esta misma noche. Sin él, habrá un ataque cada día.
Fang se puso a aullar, arañando la puerta.
Umbridge cerró el libro de un golpe, soltando un suspiro de alivio.
Dumbledore se puso en pie de nuevo, pero, en vez de tomar el libro, dijo en voz alta:
— Creo que es hora de comer. Nos merecemos un descanso.
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
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