Las cartas de nadie:
—Tomaremos un descanso antes de seguir leyendo— anunció el profesor Dumbledore, levantándose de su lugar. —En media hora retomaremos la lectura.
Muchos alumnos y profesores se levantaron a la vez, comentando entre ellos los capítulos que habían leído. Algunos fueron al baño, mientras que otros aprovecharon para comer algo.
—¿Os venís a dar una vuelta? Hemos estado tanto tiempo sentados que ya me duele el…
—¡Ronald Weasley! ¡Cuida ese lenguaje! —le regañó su madre.
—¿Venís? —repitió Ron con las orejas algo rojas. Harry y Hermione asintieron, tras lo que se levantaron y se encaminaron los tres hacia la puerta, no sin antes despedirse de Canuto y los demás. Salieron del castillo y, sin siquiera darse cuenta, comenzaron a andar hacia la cabaña de Hagrid mientras conversaban.
—¿Cómo estás? —le preguntó Hermione a Harry, quien notó su preocupación.
—Mejor de lo que esperaba ayer que estaría —respondió Harry con honestidad. —Sigue sin gustarme que se tenga que leer todo esto frente a todos, pero si sirve para salvar a alguien, supongo que puedo soportarlo.
Ron no dijo nada, pero le dio una palmadita en la espalda que Harry sabía que debía interpretar como un "gracias". Su amigo no le había comentado nada, pero no necesitaba que lo hiciera para saber que no se había tomado muy bien la futura muerte de Fred. Nadie se lo había tomado bien, en realidad. Harry había visto cómo George miraba de reojo a su gemelo más que de costumbre, como si temiera que en cualquier momento desapareciera. Si leer estos libros iba a salvar su vida (y a saber la de cuantos más), entonces definitivamente merecía la pena. Sintió que debía tener esto muy presente, porque había habido momentos cuando estaban leyendo en los que había querido parar la lectura, llevarse los libros y no dejar que nadie aparte de él los leyera. Si el encapuchado del futuro consideraba que era mejor que se leyeran en público, no tenía más remedio que hacerle caso. Y eso le llevaba a otra cuestión, ¿quién era el encapuchado? ¿Sería alguien a quien conocía? Había algo que lo había estado molestando todo el día: los libros estaban escritos desde su perspectiva, en ellos se contaban cosas que nunca le había dicho a nadie. ¿Significaba eso que él había escrito los libros? El encapuchado… ¿sería él?
—Vamos a tardar una eternidad en leer todos esos libros—dijo Hermione con un suspiro.
—Por lo menos en todo este tiempo no vamos a tener clases. Y nos vamos a cargar a Quien-Vosotros-Sabéis—añadió Ron.
—¿Quién creéis que ha escrito esos libros? Yo…. tengo una teoría—preguntó Hermione, mirando a Harry fijamente. El chico sonrió. Debía haber supuesto que, si él estaba dándole vueltas al asunto, Hermione ya casi tendría la respuesta.
—¿Cuál es tu teoría? —preguntó Harry, sacando una rana de chocolate del bolsillo de su túnica y abriéndola.
—Bueno… están escritos desde tu punto de vista —dijo Hermione, aunque parecía algo dubitativa.
—¿Crees que Harry escribiría sobre su vida con los Dursley? —preguntó Ron, quien también estaba abriendo una rana de chocolate. Hermione era la única que no parecía interesada en comer nada.
—Admito que no le pega mucho, pero ¿quién más iba a saber todas esas cosas? —inquirió la chica. Los tres amigos ya habían llegado casi a la puerta de la cabaña de Hagrid. Pasaron de largo y se sentaron detrás del huerto de las calabazas, donde no había ni un alma.
—He estado pensando en eso —dijo Harry, metiéndole el último trozo de chocolate a la boca. Cuando se lo hubo tragado añadió — Lo más lógico es pensar que los he escrito yo, pero ¿por qué escribiría sobre los Dursley? ¿Para qué dar tantos detalles? ¿Y por qué escribir sobre los cuatro primeros años en Hogwarts si ya sé perfectamente lo que ha pasado en todos ellos? Creo que si hubiera sido yo quien hubiera ideado todo este asunto del viaje al pasado, habría ido directamente al grano para tratar de acabar con Voldemort cuanto antes. Definitivamente no habría sugerido la idea de leer mi vida delante de todo el Gran Comedor.
—Mmm… sí, todo eso tiene sentido —dijo Hermione. Por su expresión, Harry deducía que se había tomado esto como un acertijo que debía resolver.
—Entonces está claro que no eres tú—dijo Ron mientras abría la segunda rana de chocolate. —O quizá en el futuro te volverás un engreído como Lockhart y querrás que todos lean tu vida para que te adoren.
Harry bufó.
—Me inclino más hacia la primera opción—siguió Ron, sonriendo. —Pero en serio, ¿a quién se le habrá ocurrido todo esto? Es lo más raro que he visto nunca, y mira que hemos visto cosas raras.
—No lo sé, pero sea quien sea, solo espero que sus intenciones sean buenas—dijo Hermione, sorprendiendo a los otros dos.
—¡Claro que son buenas! ¿Cómo no iban a serlo, si lo que buscan es matar a Quien-Tú-Sabes y salvar vidas de inocentes? —replicó Ron, mirando a Hermione con los ojos como platos.
—Dicho así suena muy bien, pero… no sé, es todo muy raro— respondió la chica, todavía pensativa.
Lo que los tres amigos no sabían era que, cerca de ellos, un grupo de personas los espiaban.
—Sabía que no se lo iban a creer todo tan fácil—dijo una voz de chica.
—¿Pero qué podemos hacer? Ya se darán cuenta de que todo esto es verdad, solo hay que darles tiempo —respondió un chico que hablaba apresuradamente.
—Tengo una idea—dijo otro chico. —Tienes que hablar con ellos.
Se dirigió a una cuarta persona que estaba, como ellos, escondida tras los árboles del límite del Bosque Prohibido, lo suficientemente cerca de Harry, Ron y Hermione como para escuchar toda su conversación.
—¿Hablar con ellos? ¿De verdad crees que sirva de algo? Ya les explicaste todo ayer, ¿qué les puedo decir yo que no les hayas dicho tú ya? Además, ¿por qué tengo que ir yo y no uno de vosotros? —esa persona sonaba nerviosa.
—Puedes decirles esto…
Varios minutos después, Harry, Ron y Hermione seguían en el huerto de las calabazas, charlando animadamente.
—Pues yo creo que Fudge se irá primero— dijo Hermione, sonriendo. —No va a soportar ver la cantidad de burradas que ha hecho, como cuando metió a Hagrid en Azkaban.
—No, no. Umbridge se largará primero— dijo Ron, completamente convencido. —Probablemente le estallará la cabeza cuando se entere de que Fudge fue a buscar a Harry en persona cuando infló a su tía, y no para castigarlo.
—Espero que aguanten hasta el final del tercer libro, por lo menos. Quiero que lean lo de Sirius —dijo Harry.
—Oh, eso lo leerán. Aunque para entonces a Umbridge se le habrá fundido lo poco que tiene de cerebro —aseguró Ron. Los otros dos rieron.
—¿Cerebro, esa mujer? Creo que dentro de su cabeza no tiene absolutamente nada. ¿Cómo se puede ser tan… tan…? —Hermione luchaba por encontrar el término adecuado.
—¿Despreciable? ¿Inhumana? ¿Imbécil? —sugirió Ron. Los tres amigos seguían riendo y criticando a Umbridge cuando alguien carraspeó a sus espaldas. Durante un segundo se congelaron, temiendo que fuera ella, pero cuando se dieron la vuelta vieron que la persona que los miraba fijamente llevaba puesta la misma túnica con capucha que el desconocido del futuro.
Los tres se quedaron inmóviles, sin saber qué hacer ni decir.
—Eh… —empezó a hablar el encapuchado, rascándose la oreja en un gesto nervioso. —Hola.
—Hola—respondió Harry, perplejo. El encapuchado había vuelto a hablar con la misma voz encantada que la primera vez, de forma que no sabía si era un chico o una chica, ni mucho menos podía reconocer su voz.
—Eh… os estaréis preguntando qué hago aquí —empezó el desconocido, que parecía claramente incómodo. —La verdad es que ni yo lo sé muy bien.
Los cuatro se quedaron en un silencio incómodo, mirándose con nerviosismo. Bajo la túnica, Harry tenía preparada su varita. De pronto, se escuchó un susurro venir de entre los árboles.
—¡Háblales ya! Por Merlín, ¿tan difícil es? —era una voz de chica. A Harry le era extrañamente familiar.
—Ya voy, ya voy —dijo el encapuchado con hastío. —El caso es que os hemos oído decir que quizá nuestras intenciones no sean buenas.
Hermione se sonrojó.
—Y por eso me han hecho salir aquí para deciros que… pues eso, que nuestras intenciones son buenas— terminó el encapuchado, encogiéndose de hombros. —Sé que todo esto es difícil de creer. Sé que hay cosas que os pueden parecer estúpidas, y otras cosas que ni siquiera tienen sentido para vosotros, pero creedme, todo tiene un motivo.
—¿Por qué deberíamos creerte? —preguntó Harry. Sabía que decir algo así era un tanto maleducado, pero no veía cómo podía esperar que confiaran en él simplemente por sus promesas.
—Porque si no lo hacéis, Fred morirá— dijo el encapuchado con tanto ímpetu que los tres se quedaron de piedra. —Y no sólo él, sino muchos más. Remus….
El corazón de Harry dio un vuelco. Hermione se llevó las manos a la boca y Ron se puso tan blanco como el papel.
—No os voy a dar más ejemplos porque saldrá todo en los libros, pero es necesario que comprendáis que todo lo que se dice en ellos es cierto. Leerlos va a salvar vidas. ¿Por qué íbamos a explicaros cómo derrotar a Voldemort si fuéramos mortífagos? Si no tuviéramos buenas intenciones, si de verdad estuviéramos de parte de Voldemort, ¿no creéis que os habríamos atacado cuando estabais ahí sentados, hablando sin saber que os estábamos escuchando?
Harry no podía negar que ahí el desconocido tenía algo de razón. Podían haberlos atacado en cualquier momento, pero no lo habían hecho. Además, el encapuchado utilizaba el nombre de Voldemort, algo que ningún mortífago jamás haría.
—¿Quién eres? —preguntó Ron de repente. —No eres el mismo tipo de ayer.
—¿Cómo lo sabes? — contestó el desconocido, sorprendido.
—El de ayer era más alto— Ron se encogió de hombros a la vez que Hermione le daba un codazo.
—Ah, gracias por llamarme bajito — gruñó el encapuchado. Se escucharon risas entre los árboles. Harry miró hacia allí, pero no conseguía ver a nadie.
—No me has contestado—dijo Ron. —¿Quién eres? ¿Quiénes sois? —Dijo señalando a los árboles.
—No creo que sea lo mejor decíroslo ahora. Lo sabréis eventualmente, supongo, pero hay que esperar a que llegue el momento indicado. Hasta entonces… solo sabed que somos gente de confianza.
Harry no sabía por qué, pero sentía que lo que el encapuchado estaba diciendo era verdad. Sentía que era alguien en quien podía confiar.
—En fin, me voy— se despidió con gesto incómodo. Antes de que ninguno de los tres hubiera podido hacer ni decir nada, el desconocido echó a correr hacia los árboles. Harry, Ron y Hermione se miraron, dudando de si debían seguirlo o no, aunque era obvio que el encapuchado y sus aliados desaparecerían inmediatamente.
—No pueden aparecerse en Hogwarts—susurró Hermione. Harry tomó eso como un "vamos a por ellos".
Sin embargo, cuando llegaron a los árboles que lindaban con el Bosque Prohibido, no había nadie allí.
Minutos después, se encontraban de vuelta al castillo, con más preguntas que antes. Cuando llegaron, vieron que el Gran Comedor estaba ya casi lleno.
—¿Dónde os habíais metido? —les preguntó Fred nada más llegar. Los otros tres lo miraron, sin saber bien qué decir. Las palabras "Fred morirá" resonaban en sus cabezas.
—Estábamos dando un paseo— respondió Hermione, algo temblorosa. Fred los miró raro, pero decidió aceptar la respuesta. Los tres se sentaron en los mismos lugares de antes, junto a Canuto, Neville, Dean, Seamus y los Weasley al completo (excepto Percy). Cuando todo el mundo volvió a estar sentado, Dumbledore se levantó.
—Ahora que estamos todos, ¿quién quiere leer el siguiente capítulo?
—Yo lo haré— se ofreció la profesora Sprout. Se levantó y tomó el libro, tras lo que Dumbledore se sentó de nuevo. Había un aura de expectación en todo el comedor. —El siguiente capítulo se titula: "Las cartas de nadie".
Harry suspiró de alivio, agradecido de que los libros pasaran directamente a su primer año en Hogwarts. Eso significaba que dentro de poco ya apenas se mencionaría a los Dursley.
La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más largo de su vida. Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano
Hubo gruñidos a lo largo de todo el Gran Comedor.
y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.
—Pobre mujer—dijo Hermione con cara de pena. Harry no sabía muy bien qué sentir hacia la señora Figg. Por un lado, siempre había sido esa anciana que lo cuidaba de niño cuando los Dursley se iban a algún sitio. Por otro lado, descubrir que en realidad era una squib no le había sentado muy bien. ¿Qué más cosas le habría ocultado? ¿Y qué más cosas le estaría ocultando Dumbledore? Pensar en ello lo ponía nervioso.
Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado,
Hermione lo miró mal y Ron le sonrió.
pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era el jefe.
Se escucharon risas.
—Tiene lógica—rió Dean.
Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte favorito de Dudley: cazar a Harry.
Las risas se convirtieron en gruñidos.
—Menuda panda de brutos— resopló Hermione.
Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible fuera de la casa, dando vueltas por ahí
—Eso no es seguro para un niño de diez años — dijo la señora Weasley.
—Casi once— volvió a corregir Harry. Ella fingió que no lo había oído.
y pensando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a la escuela secundaria Stonewall, de la zona.
—No, irá a Hogwarts, como debe ser —dijo Seamus Finnigan, mirando a Harry a los ojos. Harry no sabía muy bien cómo reaccionar, ¿estaba Seamus disculpándose de forma indirecta? Tardó tanto tiempo en pensar cómo responderle que, para cuando se le ocurrió algo, la lectura ya había continuado y Seamus, que tenía cara de preocupado y disgustado, ya no lo miraba.
Dudley encontraba eso muy divertido.
—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día — dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar?
—Ese crío es asqueroso—se quejó Lavender con una mueca.
—No, gracias —respondió Harry—. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse. —Luego salió corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho.
El comedor estalló en carcajadas.
—Parece que no exagerabas cuando decías que era idiota — dijo Hermione con una risita.
—Eso no es nada —rió Harry. —Ya verás cuando leas lo que Hagrid le hizo.
Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes.
Hermione hizo una mueca.
Dejó que Harry viera la televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años.
Ahora fue el turno de Harry de hacer una mueca, acordándose del sabor del pastel.
Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano.
Hubo algunas risas.
—Suena ridículo —rió Angelina Johnson.
—Y hortera —añadió Parvati con una mueca de asco.
Harry sonrió, recordando claramente la imagen de Dudley vestido de esa forma.
También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura.
—¿A quién se le ocurrió la brillante idea de darle a los alumnos esos bastones con nudos? —resopló McGonagall, exasperada.
Algunos profesores asintieron.
Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y crecido.
Ginny volvió a fingir que vomitaba. Los que estaban a su alrededor se echaron a reír por lo bajo.
Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.
—No me extraña —dijo Fred, quien había sacado una pluma y un pergamino y se había puesto a dibujar algo. A su lado, George miraba la hoja y reía por lo bajo.
—¿Qué es eso? — Harry no pudo evitar preguntarlo. Los gemelos lo miraron con un destello diabólico en los ojos y sonrisas que prometían que, fuera lo que fuera, sería épico.
A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el desayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.
—¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los labios, como hacía siempre que Harry se atrevía a preguntar algo.
—Ugh, ¿cómo esperan que aprendas cosas si nunca haces preguntas? —saltó Hermione, exasperada. Parecía que era una emoción que los Dursley provocaban fácilmente en los demás.
—Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.
—¿Qué coj…?
—¡Ron! —lo regañó su madre antes de que pudiera terminar de hablar, aunque ella también tenía cara de querer decir alguna que otra palabrota.
Harry volvió a mirar en el recipiente.
—Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado.
Algunas personas rieron, las que podían mirar más allá del hecho de que los Dursley ni siquiera se dignaran a comprarle un uniforme decente a Harry.
—No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—.
—Estúpida será ella— murmuró Harry.
Estoy tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los demás.
—Y una mie…
—Shh— le interrumpió Ron a Dean Thomas, que lo miró con cara de sorprendido. Ron solo se encogió de hombros. —Si yo no puedo decir palabrotas, tú tampoco.
Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo.
Algunos miraron con pena a Harry, quien ya se estaba acostumbrando a ese tipo de miradas. Estaba deseando que llegara Hogwarts, donde probablemente podrían leer momentos más felices y la gente ya no lo miraría con tanta pena. Una vocecita en su cabeza le recordó lo de Cedric, pero él se esforzó en dejar eso a un lado. Faltaban muchos libros para llegar a esa maldita noche, no iba a dejar que le preocupara ya.
Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.
Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.
Harry notó que algunos sonreían, probablemente pensando que ahí fue cuando recibió su carta de Hogwarts, lo que era verdad en cierto modo.
—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, detrás de su periódico.
—¿Le ha dicho que haga algo? — dijo George con una expresión de exagerado asombro.
—Debe estar delirando o algo — respondió Fred, imitando la expresión de su gemelo.
—Que vaya Harry
—Trae las cartas, Harry.
—Que lo haga Dudley.
—Pégale con tu bastón, Dudley.
—Era demasiado bueno para ser verdad— dijo George, negando con la cabeza.
Harry esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry.
—¡Hogwarts! —saltó un alumno de primero de Hufflepuff, emocionado. El número de personas sonriendo aumentó. Harry presentía que algunos no se iban a tomar muy bien todo el asunto de las cartas.
Harry la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda elástica.
—Vaya comparación— rió Lupin.
Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a él. ¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes.
—Ahora sí que los tienes— escuchó que murmuraba Ron, para sorpresa de Harry. A Ron se le pusieron las orejas coloradas al darse cuenta de que Harry lo había escuchado, pero Harry no estaba en mucho mejor estado: sentía que se estaba poniendo del color del pelo de Ron. Sabía que era verdad lo que había dicho: ahora tenía amigos, los mejores amigos que podía tener alguien. Sin embargo, que lo supiera no hacía menos embarazoso que se dijera en voz alta. Ron y él nunca habían sido del tipo de personas que hablan de sentimientos y se dicen lo amigos que son constantemente. Que Ron hubiera dicho algo así en voz alta, aunque fuera un comentario tan pequeño, era algo raro. Por suerte para ambos, nadie se había dado cuenta de lo sucedido.
Ni siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.
Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey
—¿Cómo? —saltó Bill, haciendo saltar a algunos. —¿La alacena salía en la carta? ¿Sabíais que Harry dormía en un maldito armario bajo las escaleras y no hicisteis nada?
Miraba directamente a Dumbledore, quien esta vez sí que contestó.
—Las cartas se escriben y se envían de forma automática. No ponemos la dirección de puño y letra —afirmó el director, sin ningún brillo en sus ojos. Bill gruñó, pero se dio por satisfecho con la respuesta.
El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.
Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.
Se escucharon murmullos de excitación por todo el Gran Comedor. La gente estaba emocionada de que al fin fueran a salir cosas que conocían. Otras personas comentaban con los demás cómo había sido el momento de recibir sus cartas, algunos con orgullo, otros con nostalgia. La profesora Sprout decidió seguir leyendo.
—¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la cocina—. ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? —Se rió de su propio chiste.
Harry no pudo evitar soltar una risita al darse cuenta del panorama en el Gran Comedor: ni una sola persona, ni estudiante ni profesor, se había reído del chiste de tío Vernon. Es más, algunos miraban al libro con cara de estar pensando "¿Eso era un chiste?". Ron y Hermione lo miraron con caras de shock.
—Si me dices que te ha hecho gracia, te pego—dijo Ron. Harry negó con la cabeza, sonriendo todavía.
Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo.
Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a la postal.
—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al parecer comió algo en mal estado.
—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry ha recibido algo!
—Chivato— soltó Dean por lo bajo.
Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.
—No tiene ningún derecho a hacer eso—dijo Padma Patil desde la mesa de Ravenclaw. La chica tenía el ceño fruncido y parecía que ya comprendía mucho mejor por qué Harry no tenía en mucha estima a los Dursley.
—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.
—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la carta con una mano y echándole una mirada.
—Que ganas tengo de pegarle un buen golpe —gruñó Ron. Fred y George asintieron, mientras Bill fulminaba al libro con la mirada. Charlie los miraba a todos con una pequeña sonrisa, dándose cuenta de lo mucho que todos sus hermanos se preocupaban por Harry. Hizo una nota mental de conocer más al chico.
Su rostro pasó del rojo al verde con la misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.
—Eso no puede ser normal —dijo Katie Bell, sorprendida con la facilidad con la que tío Vernon cambiaba de color cual camaleón.
—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.
Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta, fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con curiosidad y leyó la primera línea.
Durante un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!
—¿Cómo pueden ser tan dramáticos? —se quejó Pansy Parkinson con una mueca.
—Tan ridículos, querrás decir —dijo Malfoy, rodando los ojos.
Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y Dudley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smelting.
—¿Le ha pegado a su padre? —dijo Molly, indignada. En momentos así, se daba cuenta de lo buenos que eran sus hijos, aunque algunos (cofcoffredygeorgecofcof) fueran tan revoltosos.
—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.
—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.
—Así se habla —rió Dean.
—Fuera de aquí, los dos —graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre.
Harry no se movió.
—Uh… seguro que ahora explota —dijo Ron, sonriendo. Algunos lo miraron con caras de extrañeza.
—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.
Las caras de extrañeza se convirtieron en expresiones de comprensión.
—¡Déjame verla! —exigió Dudley
—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el suelo.
—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo es posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?
—Hablan de los magos como si fueran una mafia —murmuró Hermione, enfadada.
—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío Vernon, agitado.
—Ese tío está paranoico —dijo Seamus. A su lado, Dean asintió.
—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no queremos...
—No tiene ningún sentido— dijo Hermione, llamando la atención de todos. —Tienen la oportunidad de mandarte a un colegio donde te puedes quedar casi todo el año y solo tendrán que verte los meses de verano. Si tanto odian que vivas con ellos, ¿por qué se niegan a mandarte lejos?
Se vieron caras pensativas por el comedor. Harry nunca había pensado en ello desde ese punto de vista. Por un lado, Hermione tenía razón. Mandarlo a Hogwarts significaba no tener que verlo más que unos meses al año, lo cual debía haber sido una buena noticia para los Dursley. Sin embargo, su odio hacia todo lo mágico hacía que prefirieran que Harry viviera con ellos antes que mandarlo a Hogwarts.
—Odian más la magia que a mí —declaró Harry, haciendo que todos lo miraran. —Odian más que sea un mago y que vaya a entrar al mundo mágico de lo que me odian a mí. Por eso preferían que me quedara e Privet Drive, supongo.
Aunque tenía sentido, resultaba un pensamiento bastante triste. La profesora Sprout decidió seguir leyendo.
Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la cocina.
—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...
—Pero...
—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos cuando recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?
—"Uno de ellos", pfff—bufó Ernie Macmillan.
—¿Por qué nos odiará tanto? —preguntó Susan Bones con curiosidad. Harry se encogió de hombros.
—Ni idea— dijo. Y era verdad. Sabía que tía Petunia nunca había aprobado que su hermana Lily fuera maga, pero no sabía el motivo de ello. ¿Por qué la consideraba un monstruo? Nunca le había preguntado (y dudaba que jamás fuera a hacerlo porque, de todas formas, ella no le iba a contestar).
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.
—¿Cabía en la alacena? —preguntó Fred con una fingida expresión de sorpresa.
—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento en que tío Vernon pasaba con dificultad por la puerta—. ¿Quién me escribió?
—Hogwarts— dijo con ilusión una alumna de primero. Parecía tan pequeña e ilusionada que a Harry le dio ternura.
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío Vernon con tono cortante—. La quemé.
—¡Cómo se atreve!
—¡Será cabrón!
Los gritos no se hicieron esperar. A lo largo de todo el comedor, muchos alumnos gruñían e insultaban a tío Vernon. Viendo la cara de sorpresa de Harry, Ron le dijo:
—La primera carta de Hogwarts es la más importante. Mucha gente suele guardarla como recuerdo.
—Yo todavía tengo la mía —confesó Hermione. —Fue la carta que me permitió conocer este mundo… conoceros a vosotros.
Dijo eso último en voz muy baja, tanto que Harry no estaba seguro de si lo había oído de verdad o no, pero el rubor en las mejillas de Hermione lo confirmaba. Ambos chicos sonrieron.
—Yo también tengo la mía— dijo Ron, todavía con la sonrisa tonta en la cara. —Mamá guarda todas las primeras cartas de Hogwarts de cada uno de nosotros.
—Yo también la tengo— dijo Harry, sorprendiendo a los otros dos y a las personas alrededor que lo habían escuchado.
—Pero si acaban de decir que tu tío la quemó —dijo Ron.
—Ya, pero me llegaron más… supongo que lo leeremos ahora.
Alguien carraspeó.
—¿Puedo continuar con la lectura? —preguntó la profesora Sprout. Cuando todos se callaron, siguió leyendo.
—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba mi alacena en el sobre.
—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo.
Ron se estremeció y esta vez fue Harry quien rodó los ojos.
Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.
—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría bien que te mudes al segundo dormitorio de Dudley.
—¿SEGUNDO DORMITORIO? —bramó Molly Weasley. Harry hizo una mueca: le había dicho a Sirius y a Bill lo del segundo dormitorio, pero todos los demás todavía no lo sabían. El caos volvió a desatarse en el comedor.
—¿Tenían dos dormitorios y tú tenías que dormir en una alacena? ¡Injusticia! —dijo Angelina, que parecía furiosa. No era la única en ese estado. Harry vio con alarma cómo McGonagall fulminaba a Dumbledore con la mirada, como si estuviera deseando pegarle otra bofetada.
—SILENCIO—gritó Harry, haciendo que todos se callaran. —¿Recordáis lo que os he dicho antes? Si vais a reaccionar así a todo lo que leáis de los Dursley, no vamos a acabar de leer nunca.
La gente se quedó callada, pero las miradas de indignación hacia los Dursley no se perdieron. La profesora Sprout siguió leyendo con tono de estar muy enfadada.
—¿Por qué? —dijo Harry
—¡No hagas preguntas! —exclamó—. Lleva tus cosas arriba ahora mismo.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél.
Hubo gruñidos en el comedor, entre ellos los de Canuto, que tenía aspecto de perro asesino.
En un solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. Se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino,
—Qué cruel —se quejó Hannah Abbott.
y en un rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron de emitir su programa favorito.
—Menudo malcriado —dijo esta vez Justin Finch-Fletchey. A Harry le sorprendía ver el odio que se estaba formando contra su primo.
También había una gran jaula que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida, porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.
Hermione parecía indignada.
Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
—No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...
Harry suspiró y se estiró en la cama. El día anterior habría dado cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación.
—Al menos todo esto va a tener algo bueno. Ese crío va a aprender que no siempre puede tener todo lo que pide —dijo Katie Bell con un optimismo que Harry no podía compartir, ya que sabía que Dudley seguía siendo un malcriado.
Harry estaba pensando en el día anterior, y con amargura pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo.
—Te habrías ahorrado muchos problemas—dijo Ron, sonriendo.
—No me digas, no me había dado cuenta—Harry rodó los ojos.
Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.
Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.
—¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4...
Las expresiones de los alumnos indicaban que creían que esta vez Harry sí podría leer la carta.
Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello.
Algunos le sonrieron a Harry.
Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la respiración.
—¿Pelear con dos críos le deja sin aire? Menudo inútil —gruñó Moody.
—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio —dijo a Harry sin dejar de jadear—. Y Dudley... Vete... Vete de aquí.
Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera carta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima vez se aseguraría de que no fallaran. Tenía un plan.
—Seguro que no funciona —dijo Ron, haciendo que Harry lo fulminara con la mirada.
—¿Por qué? —preguntó Parvati con curiosidad.
—Los planes de Harry tienden a fallar estrepitosamente —corroboró Hermione, ganándose ella también una mirada fulminante.
—No es mi culpa— se quejó Harry. —Mis planes son buenos, pero siempre pasa algo que no estaba planeado.
—Eso también es verdad—rió Hermione.
Muchos los miraban con curiosidad, incluida la profesora, que siguió leyendo.
El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los Dursley. Se deslizó por la escalera sin encender ninguna luz.
Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas.
—Es un buen plan —dijo Dean, sonriendo. —¿Falló algo?
Harry gruñó.
El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.
—¡AAAUUUGGG!
Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo!
—¿Qué coj…?
—¡Shh! —volvió a silenciar Ron, esta vez a Seamus. Molly estaba entre orgullosa y exasperada, porque sabía que Ron solo lo estaba haciendo porque él no podía decir palabrotas sin que ella lo regañara.
Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer.
—¿Veis? Siempre falla algo — rió Ron.
—Pero es lo que he dicho antes, yo no tengo la culpa de que siempre pasen cosas como esta —Harry intentó defenderse. Ron y Hermione solo rieron, haciendo que Harry rodara los ojos.
Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té. Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.
—Quiero... —comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus ojos.
—¿Cómo se puede ser tan cruel? —se quejó Lavender, mirando a Harry con pena. Él ignoró completamente a la chica.
Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.
—¿Necesitaba todo el día para tapiarlo? —dijo Hermione, escéptica.
—Y no solo eso, ¿de verdad pensaba que por tapiar el buzón las cartas dejarían de llegar? —añadió Terry Boot desde la mesa de Ravenclaw.
—¿Te das cuenta? —explicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.
—Se ve que sí, de verdad pensaba que funcionaría —contestó Padma Patil, rodando los ojos.
—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.
—Vaya, parece que ella tiene más luces que él —comentó Tonks.
—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.
—Se le ha ido la cabeza —dijo Dean con una mueca.
El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.
Nadie vio la sonrisita que dejó escapar Hagrid. Nadie excepto Harry, quien sabía que Hagrid estaba deseando que se leyera su entrada triunfal a la cabaña de los Dursley.
Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.
—Ese tío está loco —repitió Dean.
—Oh, eso no es nada. Espera a que se arranque el bigote —dijo Harry, haciendo que muchos lo miraran, escandalizados.
El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.
—Oh, vamos. Esto ya es absurdo —dijo Malfoy, rodando los ojos. —Esos muggles son unos idiotas.
—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? — preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...
Harry soltó una risita al recordar lo que había pasado justo después.
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas.
Se escucharon risas entre los estudiantes.
Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.
—¿En serio, Harry? ¿Tienes el suelo lleno de cartas y vas y tratas de coger una en el aire? —dijo Hermione, exasperada.
—Ese es nuestro buscador —dijeron Angelina y Fred al unísono. Ambos se miraron, sorprendidos, hasta que Fred le guiñó un ojo a Angelina y ella le sacó la lengua.
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor.
Canuto gruñó fuertemente.
Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—.
—Oh — dejó escapar Dean con cara de comprensión.
Quiero que estéis aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo.
Parecía peligroso y lo era, pensaban muchos en el comedor. Lupin sintió una punzada de remordimiento al pensar que Harry había tenido que pasar su infancia con ese hombre. Una parte de él era consciente de que Harry habría tenido una mejor infancia si él lo hubiera sacado de Privet Drive y alejado de los Dursley. Pero otra parte de él, la que siempre acababa ganando, le decía que había sido mejor que Harry se hubiera criado lejos de él, lejos de alguien que podía matarlo sin siquiera darse cuenta, lejos de alguien que se convertía en un monstruo cada mes.
Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.
Arthur frunció el ceño. Sabía que Vernon Dursley nunca había sido tan estricto con su hijo y que el hecho de que lo hubiera hecho ahora se debía a las circunstancias tan extrañas en las que se encontraban. Además, sabía que, en realidad, Dudley necesitaba disciplina, pero el hecho de que su padre le hubiera pegado en la cabeza reflejaba muy bien la clase de persona que era Vernon Dursley. No pudo evitar pensar en lo que ese hombre le habría podido hacer a Harry cuando era un niño. Le daban escalofríos solo de pensarlo.
Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle adónde iban.
Ahora fue el turno de Molly de fruncir el ceño. No le agradaba que una mujer tuviera tanto miedo de su marido como para dejar que la llevara a cualquier lugar sin atreverse siquiera a preguntar a dónde iban. ¿Qué clase de matrimonio era ese?
—Harry, querido — lo llamó ella, tratando de hacerlo con disimulo. Aun así, las personas que estaban sentadas cerca de Harry también se giraron.
—¿Sí, señora Weasley?
Ella no sabía muy bien cómo preguntar lo que quería sin ofender al chico.
—Tu tía no se atrevía a preguntar a dónde os llevaba tu tío —empezó, hablando con cautela. Toda su familia, así como Hermione, Seamus, Dean Neville y Canuto, estaban escuchando. —A ella le daba miedo preguntarle. Es… bueno, ¿es eso algo normal en esa casa? ¿Tiene motivos para temer a su marido?
Las caras de comprensión entre todos los que estaban escuchando no se hicieron esperar. Todos entendieron a la vez lo que Molly estaba insinuando.
—No —dijo Harry, quien también entendía perfectamente por dónde iban los tiros. —Puede que tío Vernon no sea la mejor persona del mundo, pero nunca, jamás le ha levantado la mano a mi tía, ni a mi primo. A ellos nunca les haría daño, de ningún modo.
Molly se dio por satisfecha con la respuesta, así que todos volvieron a centrarse en la lectura, que ya había avanzado un poco.
De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —murmuraba cada vez que lo hacía.
—Cada vez parece más loco —se escuchó decir a Ernie Macmillan, aunque los que estaban murmurando sobre los Dursley en la mesa de Gryffindor no le hicieron ni caso.
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador.
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...
—Yo me habría vuelto loca —confesó una chica de Hufflepuff a su amiga.
—Yo también —respondió la otra. —Creo que la curiosidad me habría podido.
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:
Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
—Oh, venga ya —dijo Michael Corner desde la mesa de Ravenclaw. —¿Cien cartas? No pueden seguir ignorando eso.
Ginny le sonrió.
Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano.
Canuto volvió a gruñir. Harry le dio unas palmaditas para que se tranquilizara.
La mujer los miró asombrada.
—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.
—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches.
—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde.
—Al fin dice algo con sentido —dijo Seamus, rodando los ojos.
Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.
Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.
—Llorica —le insultó Fred por lo bajo.
—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.
Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Harry.
Muchos le sonrieron a Harry.
Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon.
La cara de horror de Ron hizo que a Harry le diera la risa.
—¿Cómo puedes reírte? ¡Te regalaron una percha! —dijo Dean, sorprendido. Ron seguía demasiado horrorizado para hablar, aparentemente.
—¿Y qué? Eso me da igual —dijo Harry, todavía sonriendo al ver la expresión de Ron. Sabía lo mucho que a su amigo le gustaban los regalos, tanto en Navidad como en los cumpleaños, y aunque Ron sabía perfectamente que los Dursley nunca le regalaban nada bueno a Harry, leer lo de la percha había sido todo un shock para el chico.
Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.
Muchos le sonrieron a Harry, quien les devolvió la sonrisa. El cumpleaños número once era el más especial para el mundo mágico.
Tío Vernon regresó sonriente.
—Eso no puede ser bueno —dijo Fred. George asintió.
Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!
Hacia mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.
A Harry le dio un escalofrío al recordar aquella cabaña. Realmente había hecho mucho frío aquella noche.
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente tío Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro.
Harry vio cómo algunos alumnos se estremecían y hacían muecas. Resultaba inquietante la forma en la que eran capaces de meterse en la historia, hasta el punto de casi sentir el frío que se describía. Pensó con preocupación en lo que pasaría cuando se leyera lo de los dementores, lo que le hizo recordar lo que él solía escuchar cada vez que se acercaba uno… ¿Saldría eso también en los libros? ¿Sabrían todos lo que Harry escuchaba cada vez que tenía cerca un dementor? No quería ni pensarlo.
Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.
El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.
—Qué acogedor —ironizó Pansy Parkinson.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.
Harry sonrió al darse cuenta de lo equivocado que había estado. Al ver su sonrisa, Parvati lo miró como si se estuviera volviendo loco.
—¿Por qué sonríes? —preguntó la chica sin poder contenerse. —Estabas en una cabaña pequeña y horrible, en medio de una roca sobre el mar con una tormenta a punto de estallar. No le veo la gracia.
—Ya lo verás—contestó él, todavía sonriendo. En la mesa de profesores, Hagrid estaba teniendo problemas para ocultar su propia sonrisa. Harry le guiñó un ojo.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.
Hubo otra oleada de insultos hacia los Dursley. La señora Weasley parecía más que preparada para levantarse e irse a Privet Drive a dejarles las cosas claras a sus tíos. Sin embargo, lo que más le sorprendió a Harry fue la cantidad de miradas femeninas que cayeron sobre él, todas ellas mirándolo con indignación, rabia y, para su sorpresa, ternura. No sabía si eso era algo bueno o malo.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre.
Esas miradas femeninas se intensificaron. Escuchó algunos susurros de "Pobrecito", "¿Cómo puede ser tan buena persona habiendo crecido con esa gente horrible?" y "Me dan ganas de abrazarlo". Harry no sabía dónde meterse.
Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.
Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera.
Harry le lanzó una mirada furtiva a Hagrid, quien cada vez sonreía más.
Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría.
—Joder, Harry —se quejó Dean. —Vaya cosas piensas.
—Hacía frío y tenía once años —se excusó Harry.
Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una.
Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?
Hagrid estaba prácticamente saltando de la emoción en su asiento. Para su suerte, nadie le estaba prestando atención.
Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo...
—Hazlo —pidió Fred.
tres... dos... uno...
BUM.
—¿Bum?
—¿Qué?
—¿Se cayó el techo?
—¡Feliz cumpleaños! —se escuchó la voz soñadora de Luna entre la multitud de quejas confusas de los estudiantes. Harry le sonrió a la chica, dándole las gracias.
—Feliz cumpleaños, Harry —dijo Cho con voz dulce, haciendo que el chico se sonrojara. Para su suerte, la gente estaba tan centrada en pensar qué podría haber provocado el "bum" que nadie aparte de Cho lo notó.
—Si me dejáis seguir leyendo, lo sabréis enseguida—dijo la profesora Sprout en voz alta, haciendo que todos se callaran al instante.
Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a la puerta.
Alguien estaba fuera, llamando.
—¿Cómo?
—¿Quién?
—¿Qué hacía alguien en ese sitio horrible?
Las voces subieron y subieron de volumen, hasta el punto en el que la profesora tuvo que gritar que ese era el final del capítulo.
—¿Quién era? —le preguntó Katie Bell a Harry con curiosidad. Él solo sonrió y le dijo que en el siguiente capítulo lo sabría.
—¿Quién quiere leer el siguiente? —preguntó Dumbledore en voz alta. Para sorpresa de Harry, esta vez mucha gente levantó la mano. Estaban tan intrigados por saber quién había llegado a la cabaña que les daba igual tener que leer en voz alta frente a todo el comedor. Dumbledore eligió a una chica de tercero de Hufflepuff, quien se levantó apresuradamente y cogió el libro.
—El siguiente capítulo se llama: "El guardián de las llaves".
●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii
No hay comentarios:
Publicar un comentario