miércoles, 28 de abril de 2021

Leyendo la piedra filosofal, capítulo 5

 El Callejón Diagón:


¿Quién quiere leer el siguiente?

Yo lo haré —se ofreció Ernie Macmillan, de Hufflepuff. El chico caminó hacia la tarima y cogió el libro.

El siguiente capítulo se titula: El callejón Diagón.

Hubo muchos murmullos de emoción cuando los estudiantes se dieron cuenta de que, a partir de ahora, cualquiera de ellos podría salir en los libros.

Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.

«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—.

Ginny bufó, mientras Hermione rodaba los ojos.

Soñé que un gigante llamado Hagrid vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi alacena.»

—Qué optimista —ironizó Hermione.

—¿Qué te esperabas? Es Harry, es todo suerte y optimismo —dijo Ron con una sonrisita. Harry bufó.

—Un gigante me acababa de decir que era un mago y le había puesto una cola de cerdo a Dudley. ¿Cómo no iba a pensar que todo había sido un sueño? —gruñó Harry. Sus amigos solo rieron.

Se produjo un súbito golpeteo.

«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó Harry con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito...

—Aww —se escucharon algunas voces femeninas, de todas aquellas que se imaginaban a un Harry de once años acurrucadito entre el enorme abrigo de Hagrid, negándose a abrir los ojos por miedo a que todo hubiera sido solo un bonito sueño.

Toc. Toc. Toc.

Está bien —rezongó Harry—. Ya me levanto.

Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid.

Harry no pudo evitar sonreír al recordar aquel momento. Ver el abrigo de Hagrid y el sitio en el que estaba hizo que todas sus dudas se disiparan, que comprendiera que todo había sido real, que era un mago, que se iría lejos de los Dursley… Había sido uno de esos momentos que podría utilizar para crear un patronus.

La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.

Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior.

Muchos le sonrieron a Harry, quien les devolvió la sonrisa. Se dio cuenta en ese momento de que no le importaba que los demás le sonrieran cuando era por un motivo así, cuando era porque se alegraban por él. Eran las miradas de pena y las sonrisas de compasión las que tenía problemas para tolerar.

Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid.

No hagas eso.

—Quiere que pagues el periódico —dijo Hermione.

—¡No me digas! — ironizó Ron. —Seguro que cinco años después todavía no lo sabía, gracias por la información.

—No hace falta que seas tan borde —respondió Hermione, mirando mal a Ron.

—Y no hace falta que tú seas tan…

—Callaos ya —interrumpió Harry, tratando de evitar la pelea que se avecinaba. —Centraos en la lectura.

Los otros dos se callaron por un momento antes de lanzarse miradas de desafío.

—¿Tan qué? —susurró Hermione con rabia, intentando que solo Ron la escuchara.

—Tan… tan… sabelotodo —farfulló Ron, tratando de mantener el volumen bajo.

—¿Piensas que soy una sabelotodo?

—Todo el mundo lo piensa.

Al momento de decir eso, Ron supo que había metido la pata hasta el fondo. Hermione le lanzó una mirada de furia antes de girarse e ignorarle, centrándose en la lectura. Por suerte para los dos, Harry no se había dado cuenta de nada, excepto del súbito mal humor de Hermione. La lectura seguía su curso.

Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo.

¡Hagrid! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza...

Págala —gruñó Hagrid desde el sofá.

¿Qué?

—Pff, es por esto por lo que los nacidos de muggles no deberían ser aceptados en nuestro mundo —dijo Pansy Parkinson con desprecio desde la mesa de Slytherin. —No saben nada de nuestras costumbres.

—Harry no es un nacido de muggles —replicó Parvati Patil, mirando mal a la otra chica.

—Pero fue criado por ellos —respondió Pansy tranquilamente. —En mi opinión, nadie criado por muggles tiene derecho a entrar a nuestro mundo.

Le lanzó una mirada despectiva a Hermione.

—Eso es una chorrada —bufó Ron. —Son magos como nosotros, ¿qué más da que sus padres no lo sean?

—No saben nada de nuestro mundo —repitió Pansy, mirando también a Ron con asco. —Aunque qué vas a entender tú, Weasley. Es por familias como la tuya que la sangre mágica pura está en peligro.

—La sangre de los Weasley es tan pura como la tuya —replicó la Hufflepuff que había estado leyendo antes.

—Pero son unos traidores a la sangre que aceptan a los muggles como si nada—respondió Zabini con frialdad. —Solo mira a Weasley y a Granger, ningún sangre limpia que se precie se juntaría con semejante chusma.

—¡Repite eso! —Ron se levantó del asiento, seguido de Harry, Dean y Seamus.

—Lo repetiré tantas veces como quieras, Weasley —replicó Zabini. —Tu familia es tan desagradable como la de Granger. Por mucha sangre limpia que tengas, no sirve de nada si no la aprecias como debes.

En la mesa de Slytherin, Pansy y Zabini sonreían con suficiencia. A su lado, Crabbe y Goyle reían como idiotas, mientras Malfoy lo miraba todo con una sonrisita que Harry tenía muchas ganas de borrar.

—Por mucha cabeza que tengas, no sirve de nada si no la usas—contestó Ron, rojo de furia. Harry tuvo que evitar soltar una risita al darse cuenta de que Ron acababa de llamar cabezón a Zabini. —No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que Hermione es la bruja más inteligente de toda nuestra generación.

—Tienen tanta envidia que no pueden ni darse cuenta de lo obvio —le apoyó Harry.

—¿Envidia? ¿De la sangre sucia? Creo que esa maldición imperdonable en la cabeza te dejó más tocado de lo que creía — replicó Malfoy con malicia.

—¡Eso es cruel! —se metió Angelina, mirando a Malfoy con desprecio. —Aprende a usar el cerebro antes de hablar, niñato malcriado.

Harry disfrutó mucho al ver que las mejillas de Malfoy se tornaban de un rosa pálido.

—Tranquilizaos, no les hagáis caso —intentó calmarlos a todos Hermione, pero los demás estaban furiosos.

—Lo diremos tantas veces como haga falta para que lo entiendas, Weasley —dijo Malfoy arrastrando la voz. —No se trata de envidia. Simplemente es que los sangre sucia no merecen estar aquí. La gente como tu familia, que los acepta como si fuera bueno que existieran, es la gente que está echando a perder el mundo mágico. La sangre limpia debe protegerse.

—Si los magos no se hubieran casado con hijos de muggles, hace mucho que se habrían extinguido —contestó Seamus, mirando a Malfoy con rabia.

—En mi familia no hay ni una gota de sangre muggle y aquí estoy, tan vivo como tú —respondió Draco. Su sonrisa se ensanchaba por momentos. —No necesitamos a los muggles para nada.

—Sí, claro —no pudo evitar contestar Ron. —Es mucho mejor casarse entre primos para mantener la sangre limpia. Eso explica por qué Crabbe y Goyle son como son.

—Repite eso, Weasley —dijo Malfoy con furia. A su lado, Crabbe y Goyle se crujían los nudillos, aunque Harry dudaba de que hubieran entendido lo que Ron había querido decir.

—Ya es suficiente —dijo la profesora McGonagall, levantándose ella también del asiento. —20 puntos menos para Slytherin.

—No puede quitarnos puntos por expresar nuestra opinión —replicó Malfoy, mirando a McGonagall con rabia. La profesora se mostró impasible.

—Nadie os está quitando puntos por pensar de forma diferente. Se os están quitando por faltar al respeto a otros alumnos y por causar un alboroto.

Los Gryffindor eran los que sonreían ahora con suficiencia.

—Y otros 20 puntos menos para Gryffindor, por el mismo motivo —intervino Snape, mirando directamente a Harry con desprecio. Los cinco chicos gruñeron pero no replicaron nada, decidiendo volver a sentarse.

Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca en los bolsillos.

El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo: manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té...

—Y lechuzas —rió por lo bajo una niña de primero.

Finalmente Harry sacó un puñado de monedas de aspecto extraño.

—No tienen aspecto extraño —se quejó una chica de Hufflepuff. —Las monedas de los muggles son mucho más raras.

Dale cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.

¿Knuts?

Esas pequeñas de bronce.

Pansy bufó, mientras Malfoy le hacía una mueca a Harry. Ron les devolvió el gesto desde la mesa de Gryffindor, aunque por suerte ningún profesor se dio cuenta.

Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.

Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.

Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.

Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su interior acababa de pincharse.

—Pff, cómo no —dijo Dean con una sonrisa. —Ya está aquí el optimismo de Harry.

El chico solo bufó por toda respuesta.

Mm... ¿Hagrid?

¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.

Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vaya a aprender magia.

—Esto ya es absurdo —se quejó Daphne Greengrass, de Slytherin. —Los Potter son una de las familias mágicas más ricas de todas. Es ridículo que lo sepa todo el mundo menos tú.

Harry solo se encogió de hombros, no sabiendo qué contestarle a la chica, con la que por cierto no recordaba haber hablado nunca. No era una de las amiguitas de Malfoy.

No te preocupes por eso —dijo Hagrid, poniéndose de pie y golpeándose la cabeza—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?

Pero si su casa fue destruida...

—Nadie guarda el oro en casa, Harry —contestó Ron. Esta vez fue Hermione la que lo miró con burla y le dijo:

—¿No crees que después de cinco años ya lo sabe?

A Ron se le pusieron rojas hasta las orejas, pero Harry se dio cuenta de que Hermione ya no parecía enfadada.

¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera parada para nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Come una salchicha, frías no están mal, y no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños.

¿Los magos tienen bancos?

Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos.

Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba.

Los nacidos de muggles se echaron a reír mientras los demás los miraban con perplejidad.

¿Gnomos?

Ahora lo entendieron todos (algunos más que otros).

Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos, puedo decírtelo. Nunca te metas con los gnomos, Harry.

Se escuchó una risita desde el fondo del Gran Comedor. Harry se giró para ver quién había sido y vio que uno de los encapuchados estaba de pie junto a la puerta, apoyado en la pared de forma casual. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Harry no fue el único que se dio cuenta, pues muchos más se giraron. Al ver que muchos lo miraban, el encapuchado se llevó a la garganta la varita, de la cual salió un haz de luz. Cuando habló, volvió a sonar con aquella voz extraña que no parecía ni de hombre ni de mujer.

—Ay, Harry… deberías escuchar a Hagrid — sonrió el encapuchado, o al menos Harry creía que sonreía, porque no podía verle la cara.

—¿Disculpa? ¿Qué quieres decir? —preguntó el chico, perplejo. A su lado, la cara de Ron era la misma que la que ponía en clase cuando no comprendía algo.

—Oh, nada, nada. No os quiero chafar la historia. Mejor seguid leyendo.

Dicho eso, el encapuchado salió del comedor. Por la forma de moverse, Harry estaba casi seguro de que era una chica.

—¿Qué diantres significa eso? —dijo Seamus, mirando a Harry con perplejidad.

—Ni idea —respondió el chico, tomando unos segundos para asimilar que estaba hablando con Seamus sin peleas.

—No querrá decir…. que algún día tratarás de robar en Gringotts, ¿no? —susurró Hermione. Para desgracia de Harry, muchos en el Gran Comedor, sobre todo los profesores, habían llegado a esa misma conclusión.

—¿Potter es un ladrón? —dijo Malfoy en voz alta. —Vaya, yo que pensaba que Weasley era el que necesitaría robar para mantenerse.

—¡Retira eso! —gritó Fred, furioso.

—10 puntos menos para Slytherin —intervino la profesora Sprout, mirando a Malfoy con reprobación.

—No puede ser, tiene que haber querido decir otra cosa —dijo Parvati Patil, volviendo al tema de Gringotts. —¿Por qué iba Harry a intentar robar nada?

—Eso digo yo —se quejó el chico. —Pero en fin, creo que es mejor que sigamos leyendo.

Todos estaban de acuerdo, así que Ernie Macmillan siguió con la lectura.

Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez Hogwarts.

Harry no pudo evitar pensar en lo útil que le había sido esa frase durante su primer curso.

Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—. En general, me utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti... sacar cosas de Gringotts... él sabe que puede confiar en mí.

Algunos rieron y Hagrid se puso rojo.

¿Lo tienes todo? Pues vamos.

Harry siguió a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía estaba allí, con el fondo lleno de agua después de la tormenta.

¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando alrededor, buscando otro bote.

Volando —dijo Hagrid.

—No me puedo imaginar a Hagrid volando —rió Lavender por lo bajo.

¿Volando?

Sí... pero vamos a regresar en esto. No debo utilizar la magia, ahora que ya te encontré.

Subieron al bote.

—¿Cómo regresaron tus tíos, entonces? —preguntó Neville. Harry se dio cuenta de que no tenía ni idea.

—Supongo que llamarían a alguien para que les enviaran otro bote —se encogió de hombros. Era la opción más lógica, aunque no estaba muy seguro de que en esa cabaña hubiera cobertura.

Harry todavía miraba a Hagrid, tratando de imaginárselo volando.

Más risas. Incluso Harry no pudo evitar una sonrisita al recordarlo.

Sin embargo, me parece una lástima tener que remar —dijo Hagrid, dirigiendo a Harry una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las cosas un poquito, ¿te importaría no mencionarlo en Hogwarts?

—¡Más magia ilegal! —saltó Umbridge. A Harry se le había vuelto a olvidar que la cara-sapo seguía ahí.

Por supuesto que no —respondió Harry, deseoso de ver más magia.

—Y eso demuestra que Potter es su cómplice —sonrió Umbridge, triunfante. Muchos la miraron mal.

—Sí, claro. Échale la culpa a un niño de once años que nunca ha visto magia por querer ver un poco más —ironizó McGonagall. Las dos mujeres se miraron con rabia.

Hagrid sacó otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el borde del bote y salieron a toda velocidad hacia la orilla.

—¡Deberían quitarle ese paraguas! —siguió Umbridge, apartando la mirada de McGonagall y dirigiéndola al ministro.

—No lo harán —se levantó Harry. —Lo explicaré una vez más para que usted pueda comprenderlo: Hagrid es inocente. Lo expulsaron injustamente. Todo se explicará en el segundo libro. ¿Lo comprende ya o se lo explico otra vez?

Umbridge estaba roja de ira.

—20 puntos….

—No —la interrumpió el ministro, para sorpresa de todos. —No quite puntos a nadie, Dolores. Siéntese y sigamos con la lectura.

Umbridge, consternada, se sentó sin decir una sola palabra más. Aprovechando el silencio que se había formado, Ernie siguió leyendo.

¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en Gringotts? — preguntó Harry.

Con una punzada, Harry recordó lo que había dicho el encapuchado. Decidió apartarlo a un rincón de su mente, ya que de todas formas no podía hacer nada sobre ello.

Hechizos... encantamientos —dijo Hagrid, desdoblando su periódico mientras hablaba—... Dicen que hay dragones custodiando las cámaras de máxima seguridad.

Charlie gruñó.

—Espero que eso sea mentira —dijo, malhumorado. —Sería una crueldad tenerlos ahí.

Y además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos de kilómetros por debajo de Londres, ¿sabes? Muy por debajo del metro. Te morirías de hambre tratando de salir, aunque hubieras podido robar algo.

Harry permaneció sentado pensando en aquello,

—Se ve que no lo pensaste lo suficiente —susurró Hermione. Parecía consternada.

—Hermione, eso no ha pasado todavía. Y además, no sabemos si lo que decía el encapuchado era verdad o no, o si se refería a que robé algo… lo que me extraña mucho porque, ¿para qué iba yo a robar algo en Gringotts? No soy estúpido, Hermione.

Después de ese pequeño estallido, que se había producido en susurros rápidos, Harry volvió a centrarse en la lectura.

mientras Hagrid leía su periódico, El Profeta. Harry había aprendido de su tío Vernon que a las personas les gustaba que las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había tenido tantas preguntas que hacer en su vida.

—Podías haberme preguntado lo que quisieras, Harry— respondió Hagrid con una sonrisa amable que Harry devolvió con ganas.

El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de costumbre — murmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.

¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Harry, sin poder contenerse.

Por supuesto —respondió Hagrid—. Querían que Dumbledore fuera el ministro, claro, pero él nunca dejará Hogwarts,

El ministro pareció sorprendido. A Harry le dieron muchas ganas de rodar los ojos, pero se contuvo.

así que el viejo Cornelius Fudge consiguió el trabajo. Nunca ha existido nadie tan chapucero. Así que envía lechuzas a Dumbledore cada mañana, pidiendo consejos.

Ahora Fudge se había puesto completamente rojo. Muchos alumnos y profesores lo miraban con burla, mientras Dumbledore se mantenía impasible, sin desmentir lo que había dicho Hagrid en el libro. A Harry le pareció ver una pequeña sonrisita en sus labios, pero fue solo un instante.

Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?

Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.

¿Por qué?

—Eres más tonto de lo que creía, Potter —dijo Zabini con una mueca. Harry prefirió ignorarlo, sobre todo porque veía a algunos Gryffindors, entre ellos Ron, dispuestos a volver a levantarse para enfrentarse a los Slytherin.

¿Por qué? Vaya, Harry, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.

En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del muelle. Hagrid dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la calle.

Los transeúntes miraban mucho a Hagrid, mientras recorrían el pueblecito camino de la estación, y Harry no se lo podía reprochar: Hagrid no sólo era el doble de alto que cualquiera, sino que señalaba cosas totalmente corrientes, como los parquímetros, diciendo en voz alta:

¿Ves eso, Harry? Las cosas que esos muggles inventan, ¿verdad?

Arthur sonrió ampliamente, mientras Molly negaba con la cabeza, divertida al darse cuenta de que su marido no era el único que hacía ese tipo de comentarios.

Hagrid —dijo Harry, jadeando un poco mientras correteaba para seguirlo—, ¿no dijiste que había dragones en Gringotts?

Bueno, eso dicen —respondió Hagrid—. Me gustaría tener un dragón.

Harry, Ron y Hermione intercambiaron miradas cómplices sin que nadie se diera cuenta.

¿Te gustaría tener uno?

Quiero uno desde que era niño... Ya estamos.

Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde. Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las monedas a Harry para que comprara los billetes.

Harry escuchó cómo el señor Weasley le susurraba a su mujer algo de que el dinero muggle era fascinante.

La gente los miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos asientos y comenzó a tejer lo que parecía una carpa de circo color amarillo canario.

¿Todavía tienes la carta, Harry? —preguntó, mientras contaba los puntos. Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.

—¿Veis? Aún la tengo —dijo Harry a sus amigos, que asintieron.

Bien —dijo Hagrid—. Hay una lista con todo lo que necesitas.

Harry desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

UNIFORME

Los alumnos de primer año necesitarán:

Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).

Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.

Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).

Una capa de invierno (negra, con broches plateados).

(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)

LIBROS

Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:

El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.

Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.

Teoría mágica, Adalbert Waffling.

Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.

Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.

Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.

Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.

—Ese es mi favorito —dijo Luna con tono soñador. —Aunque hay muchas criaturas de las que no habla, como los Snorkack de cuernos arrugados.

Hermione rodó los ojos.

Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.

RESTO DEL EQUIPO

1 varita.

1 caldero (peltre, medida 2).

1 juego de redomas de vidrio o cristal.

1 telescopio.

1 balanza de latón.

Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.

SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.

—Excepto si eres Harry Potter —dijo Lee Jordan con una sonrisa.

—Sí, en ese caso te la regalan —siguió Fred.

¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se preguntó Harry en voz alta.

Sí, si sabes dónde ir —respondió Hagrid.

Harry no había estado antes en Londres. Aunque Hagrid parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria. Se quedó atascado en el torniquete de entrada al metro y se quejó en voz alta porque los asientos eran muy pequeños y los trenes muy lentos.

Algunos rieron y Hagrid se sonrojó.

No sé cómo los muggles se las arreglan sin magia —comentó, mientras subían por una escalera mecánica estropeada que los condujo a una calle llena de tiendas.

—Odio cuando las escaleras mecánicas se rompen —dijo una chica de segundo de Hufflepuff a su amiga. —Nunca sé si están paradas porque están rotas o porque no se activan hasta que alguien se sube. Me he llevado un par de sustos por eso…

—¿Qué son las escaleras mecánicas? —preguntó otro Hufflepuff que estaba sentado cerca.

—Son escaleras… mecánicas —la Hufflepuff rió al ver la cara de desconcierto del chico. —Son escaleras hechas de metal que suben y bajan solas gracias a ciertos mecanismos y cosas muggle. Solo te tienes que subir y ellas hacen todo el trabajo.

—Las de aquí también se mueven solas —intervino otro chico de Hufflepuff.

—Ya, pero las de aquí tenemos que subirlas nosotros —siguió la primera chica. —Las de aquí solo se mueven para fastidiarnos. Las escaleras mecánicas son mucho menos peligrosas.

—¿Por qué no ponemos escaleras mecánicas en Hogwarts? —preguntó una chica de primero. Harry escuchó a Hermione susurrar "¿Pero es que nadie se ha leído Historia de Hogwarts?"

—No funcionarían —respondió un chico de Ravenclaw que a Harry le sonaba de algo, quizá de algún partido de Quidditch. — Las cosas muggle no funcionan dentro de Hogwarts, hay demasiada magia en el ambiente para que funcionen bien.

—Qué pena —se lamentó la chica de primero, así como muchos otros que estaban siguiendo la conversación.

—¿Os importa? Me gustaría seguir leyendo —dijo Ernie en su tono pomposo de siempre. Todos se callaron.

Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a la muchedumbre. Lo único que Harry tenía que hacer era mantenerse detrás de él.

—Es un método efectivo para andar sin problemas —se rió Ron. Ante la mirada severa de Ernie, cerró la boca, no sin antes hacer una mueca de exasperación.

Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De verdad habría cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos?

—Sí —respondieron Dean y Seamus a la vez.

¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y escobas?

—Sí —se unieron Ron, Hermione y Ginny.

¿No sería una broma pesada preparada por los Dursley?

—Pff, ¿en serio? —dijo Fred.

—¿Crees que serían capaces de gastar una broma? —siguió George, incrédulo.

Si Harry no hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor, podría haberlo pensado.

—Ahí tenéis la respuesta —dijo Harry, rodando los ojos.

Sin embargo, aunque todo lo que le había dicho Hagrid era increíble, Harry no podía dejar de confiar en él.

La sonrisa de Hagrid fue tan grande en ese momento que Harry sintió que había merecido la pena leer todos los capítulos que llevaban solo por ver a Hagrid tan feliz.

Es aquí —dijo Hagrid deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso.

Era un bar diminuto y de aspecto mugriento.

Algunos, sobre todo los nacidos de muggles, rieron por lo bajo, sabiendo lo raro que era en el mundo muggle que un sitio famoso fuera tan poco glamuroso.

Si Hagrid no lo hubiera señalado, Harry no lo habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, Harry tuvo la extraña sensación de que sólo él y Hagrid lo veían.

—Así es —confirmó el profesor Flitwick. —El Caldero Chorreante está bajo algunos de los hechizos más potentes que conocemos para evitar que los muggles lo vean.

Antes de que pudiera decirlo, Hagrid lo hizo entrar.

Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado.

Exactamente lo que muchos habían pensado al entrar por primera vez.

Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron. Todos parecían conocer a Hagrid.

—¿Quién no conoce a Hagrid? —dijo Seamus, riendo.

—Malfoy no lo conocía —dijo Harry, sorprendiendo a todos. —Sabía que existía, pero no lo reconoció al verlo.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Lavender, confusa.

—Saldrá pronto, supongo —dijo Harry por toda respuesta.

Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:

¿Lo de siempre, Hagrid?

No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Hagrid, poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a doblar las rodillas.

—Lo siento —dijo Hagrid apenado mientras algunos reían.

Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—. ¿Es éste... puede ser...?

El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.

—Y ahora veremos cómo Potter disfruta de su fama —dijo Umbridge con malicia. —Estoy segura de que a partir de ahora se demostrará que todo lo que he repetido una y otra vez acerca del comportamiento de Potter es cierto. Solo desea llamar la atención.

Para sorpresa de la profesora, muchos alumnos, sobre todo Gryffindors, se echaron a reír.

—¿Harry, queriendo llamar la atención? No sabe lo que dice —dijo Hermione, todavía riendo.

Mientras Umbridge se ponía roja de furia otra vez, Snape trataba de mantener el rostro impasible. Él siempre había pensado que Potter era exactamente igual que su padre, un arrogante y ególatra inútil que se aprovechaba de su fama para conseguir todo lo que quería. Una parte de él estaba de acuerdo con Umbridge en que ahora se demostraría la arrogancia de Potter, pero otra parte estaba completamente asqueada por estar de acuerdo en algo con Dolores.

Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter... todo un honor.

Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.

Harry rodó los ojos.

Bienvenido, Harry, bienvenido.

Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban.

Como ahora en el comedor, donde todos lo miraban para ver su reacción a esta parte del capítulo. Automáticamente se encogió en el asiento.

La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba radiante.

Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harry se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.

La cara de asco de Snape y la de triunfo de Umbridge hicieron que a Harry le ardieran las entrañas, pero decidió que lo mejor era calmarse y dejar que los libros hablaran por él, lo cual no era tarea fácil.

Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.

Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.

Las expresiones de Snape y Umbridge solo se intensificaron.

Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.

—Encantado, Harry. Es todo un honor verte —de pronto Fred le estrechó la mano, dejándole perplejo.

—¡Increíble! ¡Es Harry Potter! —George le tomó la otra mano e hizo el amago de besarla, pero Harry la quitó rápidamente.

—¡Harry Potter! Por Merlín, ¡dame un autógrafo! —se unió Dean, llegando incluso a sacar una pluma y un trozo de pergamino del bolsillo de su túnica.

—¡Es Potter! ¡Yo quiero una foto! —habló esta vez Neville, para sorpresa de Harry.

—¡Yo os la echo! Siempre que luego me la firmes, Harry —sonrió Colin Creevey, guiñándole el ojo. Harry, comprendiendo lo que sus amigos estaban haciendo, se echó a reír.

—Cuidado, las fotos firmadas de Harry me las tenéis que pedir a mí primero, que para algo soy su manager —intervino Hermione con una sonrisa traviesa.

—¿A cuánto las vendes? Podemos hacer un buen trato—dijo Fred, poniendo su mejor expresión de negocios.

—Depende de cómo las quieras—intervino Ron. —Son diez galeones sin firma. Si la quieres firmada, serán quince, y si además quieres una dedicatoria personalizada tendrás que pagar veinte galeones.

—Si lo que quieres es tener una cita con Harry en persona, el precio sube a cincuenta galeones —añadió Hermione, haciendo que Harry bufara.

—Si le caes bien a Harry en la primera cita, en la segunda solo tendrás que pagar 25 galeones, gastos de cerveza de mantequilla incluidos —dijo Ron, quien ya no se aguantaba la risa.

—Y si lo que quieres es tener una noche loca con Harry, ¿cuánto hay que pagar? —preguntó Fred, haciendo que Harry se atragantara con su propia saliva. Neville se estiró para darle unos golpes en la espalda, disfrutando tanto de la situación como los demás. A sus pies, Canuto movía la cola, divertido.

—¡Oh! Esa clase de servicios requieren haber utilizado el servicio de citas primero —respondió Hermione con su mejor voz de negocios. —Es necesario cumplir un cupo de cinco citas antes de que el servicio nocturno esté disponible.

—Siempre puedes comprar un bono de citas —añadió Ron, completamente rojo de aguantarse la risa. —La primera son 50 galeones, la segunda depende de cómo le hayas caído a Harry. Pero si compras el bono, Harry estará obligado a ir a las cinco citas, y todo por el módico precio de 150 galeones.

—Es una ganga, os recomiendo que os decidáis pronto. Es un servicio muy solicitado —añadió Hermione. Harry ya no sabía dónde meterse.

—¿Podéis parar ya? —dijo con voz débil. Todos lo ignoraron.

—Es un precio razonable, pero… —intervino Angelina, fingiendo que pensaba. —¿Se puede pagar entre dos personas?

—¡Eso, eso! ¿Los "servicios nocturnos" están disponibles para más de una persona… al mismo tiempo? —preguntó Ginny con su voz y su sonrisa más inocentes (que cualquiera que la conociera sabría que eran totalmente falsas). Cerca de ellos, Molly no sabía si pararle los pies a sus hijos o dejarles, sabiendo que todo este show lo estaban armando para ayudar a Harry (y para reírse un rato).

—Sí, algo así puede arreglarse —respondió Ron, fingiendo que pensaba seriamente en el asunto. —Aunque al final todo depende de si Harry Potter está disponible o si está demasiado ocupado luchando contra magos tenebrosos, dragones y serpientes gigantes y asquerosas.

—Si reserváis una cita y Harry no puede asistir por estar en la enfermería, se os reembolsará todo el importe y se os enviará una tarjeta de disculpa firmada por el mismísimo Harry en persona— dijo Hermione.

—Siempre que esté consciente —añadió Ron.

—Vale, ya, venga, sí, ¿está bien ya? ¿Podemos seguir leyendo? —intervino Harry, sabiendo que estaba tartamudeando y que probablemente estaba tan rojo como el pelo de Ron. Todos los demás se echaron a reír, incluso gente de otras mesas que había estado escuchando la conversación atentamente. Lo que él no sabía, era que muchas chicas (incluyendo a cierta Ravenclaw que no le quitaba ojo) estarían más que dispuestas a pagar los 150 galeones por las citas y lo que surja.

Ernie decidió seguir leyendo y ahorrarle más vergüenza a Harry.

Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.

¡Yo lo he visto antes! —dijo Harry, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción—.

Algunos rieron, lo cual no era difícil teniendo en cuenta que el ambiente, después de todo lo anterior, estaba todavía bastante animado.

Usted me saludó una vez en una tienda.

¡Me recuerda! —gritó Dedalus Diggle, mirando a todos—. ¿Habéis oído eso? ¡Se acuerda de mí!

—¿Cómo puedes acordarte? —le preguntó Ron. Harry se encogió de hombros.

Harry estrechó manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo.

Harry escuchó unas risitas desde la mesa de Ravenclaw y vio que unas chicas de cuarto estaban cuchicheando. Cuando se dieron cuenta de que Harry las miraba, una de ellas le sonrió y le dijo:

—Seguramente no lo sabes, pero yo soy Amanda Crockford. La señora que te saludó con tanto entusiasmo era mi abuela.

—Ah —dijo Harry, sin saber muy bien qué responder. —Mándale recuerdos de mi parte.

—Seguro que le hace mucha ilusión —sonrió la chica y Harry se sorprendió pensando que no estaba nada mal.

—También podrías mandarle una de esas fotos firmadas, por el módico precio de 15 galeones. Te la dejamos a 10 por ser para tu abuela —se metió Ron, haciendo que las risas volvieran a la mesa de Gryffindor. Amanda también se echó a reír, sabiendo que su abuela probablemente enmarcaría cualquier papel en el que Harry firmara.

Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.

¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Harry, el profesor Quirrell te dará clases en Hogwarts.

El buen humor de Harry, Ron y Hermione se disipó tan rápido como la espuma. Algunos alumnos, los que no estaban al corriente de lo que había sucedido con Quirrell, los miraron con extrañeza.

P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry—. N-no pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.

—Contentísimo —Harry rodó los ojos. Hermione tenía una expresión pensativa.

—Harry…. estrechaste su mano —dijo la chica lentamente.

—Sí, no sabía que detrás de su cabeza…. —pero Harry se interrumpió a sí mismo, dándose cuenta de lo que Hermione estaba queriendo decir. Si le había podido dar la mano sin destrozársela, significaba que Voldemort todavía no había poseído a Quirrell.

—Debió ser después de ese día—terminó diciendo Harry. Hermione asintió. Muchos los miraron con más curiosidad que antes.

¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?

D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, PPotter?

—Todos los alumnos la necesitan —gruñó la profesora McGonagall. —Y últimamente no han tenido muy buenos profesores, precisamente.

Ante la mirada de odio de Umbridge, McGonagall añadió.

—Exceptuando, obviamente, al profesor Lupin, quien jamás debería haberse marchado de Hogwarts —Umbridge la miró con más odio todavía.

—Le recuerdo, Minerva, que ese hombre es un licántropo.

—No me diga. No tenía ni idea.

Ante el tono frío y sarcástico de McGonagall, Umbridge se enfureció aún más.

—Los licántropos están reconocidos en el ministerio como criaturas extremadamente peligrosas. No es seguro que semejante bestia esté cerca de los alumnos.

En la mesa de Gryffindor, Lupin estaba cabizbajo y no hizo amago de decir ni una palabra para defenderse.

—El profesor Lupin fue el mejor profesor de defensa que he tenido en todos los años que llevo en Hogwarts —intervino Harry.

Ante eso, Lupin levantó la cabeza, mirando a Harry con sorpresa y afecto.

—El hecho de que sea un hombre lobo no significa que no sepa dar clases de forma más eficiente de lo que usted jamás podrá hacer, profesora —dijo esa última palabra con tanto sarcasmo en ella y tanto odio que Umbridge volvió a ponerse roja de ira. A Harry le habría hecho gracia la forma en la que cambiaba de color tan rápidamente si no estuviera él mismo tan cabreado.

—En realidad—siguió diciendo Harry, girándose esta vez para mirar a Lupin directamente. —Creo que deberías volver, profesor.

Ante eso, montones de alumnos de todas las casas trataron de intervenir al mismo tiempo, todos pidiéndole a Lupin que volviera.

—¡Sus clases eran geniales!

—¿Os acordáis de los boggarts?

—¡Hizo que Snape se pusiera vestido!

—¡Y los hinkypunks!

—¡Dumbledore tiene que contratarlo otra vez!

—¡Snape con vestido!

—¡No fue justo que se fuera!

—¡Y los kappas!

—¡Tiene que volver!

—¡Silencio! —intervino esta vez Dumbledore, aunque lo hizo con una sonrisa. —Me temo que el regreso o no del profesor Lupin a este colegio depende única y exclusivamente de él.

—¿Disculpe? —intervino Umbridge, pero Dumbledore no le permitió continuar.

—Sin embargo, lo primero es lo primero. Que siga la lectura, por favor —le hizo un gesto a Ernie para que siguiera leyendo.

Todo el mundo se calmó y Harry vio que Lupin parecía mucho más contento que antes, si bien algo avergonzado. A su lado, Tonks sonreía ampliamente.

Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros. —Pareció aterrorizado ante la simple mención.

Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a Harry. Éste tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Hagrid se hizo oír.

Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry.

Doris Crockford estrechó la mano de Harry una última vez

Amanda Crockford sonrió a Harry una vez más, quien devolvió la sonrisa. Fred le susurró:

—Aprovecha, seguro que te compra una foto.

Todos los que estaban cerca rieron mientras Fred trataba de esquivar el golpe que Harry había tratado de asestarle.

y Hagrid se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.

Hagrid miró sonriente a Harry

Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famoso. Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla.

¿Está siempre tan nervioso?

Harry bufó, pensando que no siempre estaba tan nervioso.

Oh, sí. Pobre hombre.

—De eso nada—gruñó Ron. Las miradas de curiosidad volvieron.

Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces cogió un año de vacaciones, para tener experiencias directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera... Y desde entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura... Ahora ¿adónde vamos, paraguas?

¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harry era un torbellino.

—Como la de todos cuando entramos por primera vez al mundo mágico —le aseguró Hermione.

Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.

Tres arriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Un paso atrás, Harry.

Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.

El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

Bienvenido —dijo Hagrid— al callejón Diagon.


El Gran Comedor al completo se echó a aplaudir, felices de estar por fin en un lugar que ellos conocían.

Sonrió ante el asombro de Harry. Entraron en el pasaje. Harry miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.

Sí, vas a necesitar uno —dijo Hagrid— pero mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.

Harry deseó tener ocho ojos más.

A Ron le dio un escalofrío, algo que hizo reír a Hermione. Entonces Ron se dio cuenta de lo que Harry había notado hacía un buen rato: que Hermione ya no estaba enfadada con él.

—¿Todo bien? —preguntó con cautela. Hermione lo miró con confusión antes de comprender súbitamente por qué Ron le preguntaba eso.

—Sí, todo bien —suspiró ella, aunque no estaba muy segura de si era verdad o no.

—Esto… lo que dije antes…. —Ron se frotó la nuca, incómodo. —Lo siento.

La chica pareció muy sorprendida, antes de sonreír y contestar.

—Disculpas aceptadas.

Ambos se sonrieron y siguieron atentos a la lectura. Harry, que era el único que había escuchado la conversación, le susurró a Hermione.

—¿Pero no le habías perdonado ya?

—Eh… bueno, sí. Me defendió de los Slytherin —dijo ella, mordiéndose el labio. —Y dijo que soy la bruja más inteligente de nuestra generación.

Harry tuvo que contenerse para no rodar los ojos. Los dos volvieron a centrarse en la lectura.

Movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos...».

Cuando algunas personas miraron a Molly, ella se sonrojó, a pesar de saber que no era probable que fuera ella la que habían mencionado en el libro.

Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco».

Harry sonrió al recordar a Hedwig. Tendría que acordarse de ir a la lechucería al terminar el capítulo a ver cómo estaba.

Varios chicos de la edad de Harry pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Mirad —oyó Harry que decía uno—,

Muchos chicos del año de Harry se inclinaron un poco en el asiento, ansiosos por saber si habían sido ellos. Todos tenían ganas de salir en la historia.

la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.»

Mientras esos chicos suspiraban de decepción porque no se mencionara quien estaba hablando, Harry sonrió con tristeza al recordar su Nimbus 2000. Aunque la Saeta era muy buena, no podía evitar echar de menos su primera escoba.

Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca había visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna...

La gente casi podía visualizar perfectamente el callejón Diagón.

Gringotts —dijo Hagrid.

Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había...

Sí, eso es un gnomo —dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que Harry.

—¿Solo? Caray, Harry. Eras muy bajito —dijo Ron, riendo. Harry gruñó, sin ver la expresión pensativa que de pronto había aparecido en la cara de Hermione.

Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harry pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.

Entra, desconocido, pero ten cuidado

Con lo que le espera al pecado de la codicia,

Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

Deberán pagar en cambio mucho más,

Así que si buscas por debajo de nuestro suelo

Un tesoro que nunca fue tuyo,

Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

De encontrar aquí algo más que un tesoro.

Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí —dijo Hagrid.

—Ya sabemos que Harry no está muy cuerdo —dijo Fred con una sonrisa. A Harry le dio un escalofrío. ¿En serio iba a intentar robar en Gringotts? ¿Por qué?

Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes.

Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y salir. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.

Buenos días —dijo Hagrid a un gnomo desocupado—. Hemos venido a sacar algún dinero de la caja de seguridad del señor Harry Potter.

¿Tiene su llave, señor?

La tengo por aquí —dijo Hagrid, y comenzó a vaciar sus bolsillos sobre el mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro sobre el libro de cuentas del gnomo.

Los alumnos se echaron a reír e incluso Hagrid lo hizo, a pesar de estar algo avergonzado.

Éste frunció la nariz. Harry observó al gnomo que tenía a la derecha, que pesaba unos rubíes tan grandes como carbones brillantes.

Aquí está —dijo finalmente Hagrid, enseñando una pequeña llave dorada.

El gnomo la examinó de cerca.

Parece estar todo en orden.

Y también tengo una carta del profesor Dumbledore —dijo Hagrid, dándose importancia.

Muchos rieron y Hagrid se avergonzó aún más. Dumbledore solo sonrió, con sus ojos brillando fuertemente.

Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.

—¿Cómo? — preguntó Terry Boot, confundido.

Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.

Volvió a leer Ernie, encogiéndose de hombros.

—Eventualmente sabréis lo que es —dijo Hermione enigmáticamente. Nadie se fijó en que Hagrid ahora parecía incluso más avergonzado que antes.

El gnomo leyó la carta cuidadosamente.

Muy bien —dijo, devolviéndosela a Hagrid—. Voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!

Griphook era otro gnomo.

—No me digas—dijo Malfoy arrastrando las palabras. Tenía cara de aburrido, pero Harry lo había visto reírse hacía un rato con los demás.

Cuando Hagrid guardó todas las galletas de perro en sus bolsillos, él y Harry siguieron a Griphook hacia una de las puertas de salida del vestíbulo.

¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? —preguntó Harry.

—Eso queremos saber todos —dijo Padma Patil, sentada en la mesa de Ravenclaw junto a Terry, quien asintió.

No te lo puedo decir —dijo misteriosamente Hagrid—. Es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.

—Claro, eso es lo mejor que se le puede decir a un niño de once años para que deje de meterse en asuntos que no le convienen —dijo la profesora McGonagall rodando los ojos, aunque Harry vio que sonreía.

Griphook les abrió la puerta. Harry, que había esperado más mármoles, se sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas. Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subieron (Hagrid con cierta dificultad) y se pusieron en marcha.

—Odio esos cacharros —se quejó Zacharias Smith desde la mesa de Hufflepuff.

—Creo que a la mayoría de gente no le gustan —respondió Hannah Abbott con compasión. En la mesa de Gryffindor, Neville asintió con ganas.

Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía.

A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos.

—Eso no es bueno para tus ojos —le reprochó la señora Weasley.

—No importa, mamá —dijo Ron. —De todas formas ya apenas ve nada.

—¡Hey! —se quejó Harry. —Mi vista no es tan mala.

—Nooo, que vaaa —Ron rodó los ojos. —Por eso aquella vez que no encontrabas tus gafas acabaste poniéndote la túnica del revés y metiéndote al baño de las chicas.

—Solo fue una vez—se quejó Harry mientras todos se reían.

En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde.

Charlie volvió a fruncir el ceño.

Iban cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.

Nunca lo he sabido —gritó Harry a Hagrid, para hacerse oír sobre el estruendo del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?

—De todas las preguntas que podías hacer, ¿le preguntas eso? —dijo Ginny, incrédula.

—Las estalactitas se forman por el goteo de agua desde el techo hacia el suelo —contestó Hermione rápidamente. —Las estalagmitas aparecen al revés: crecen desde el suelo hacia el techo debido al agua que cae de las estalactitas.

—La respuesta de Hagrid fue más divertida—informó Harry con una sonrisa. —Pero gracias de todas formas, seguía sin saberlo.

Hermione le sonrió.

Las estalagmitas tienen una eme —dijo Hagrid—. Y no me hagas preguntas ahora, creo que voy a marearme.

Las risas no se hicieron esperar.

—Sí que es verdad que la suya fue más divertida —rió Hermione.

Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para que dejaran de temblarle las rodillas.

—Pobrecito —dijo Luna, mirando a Hagrid con compasión.

Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.

Todo tuyo —dijo Hagrid sonriendo.

En el Gran Comedor, muchos miraban a Harry con la boca abierta. Una cosa era ser conscientes de que Harry tenía mucho dinero, y otra muy distinta era leer sobre las montañas de monedas que tenía.

Harry no pudo evitar sentirse incómodo, sobre todo al saber que los Weasley estaban escuchando todo eso.

Todo de Harry, era increíble. Los Dursley no debían saberlo, o se abrían apoderado de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían quejado de lo que les costaba mantener a Harry?

—Pero si ni siquiera le dan de comer lo suficiente, ni le compran ropa —gimió Molly Weasley, consternada.

Y durante todo aquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada debajo de Londres le pertenecía.

Harry miró de reojo a Ron, queriendo saber su reacción, pero el chico no parecía afectado para nada. A Harry le tranquilizó pensar que Ron había madurado y que no le tendría tanta envidia por tener todo ese oro.

Hagrid ayudó a Harry a poner una cantidad en una bolsa.

Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil. Bueno, esto será suficiente para un curso o dos, dejaremos el resto guardado para ti. —Se volvió hacia Griphook—. Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?

Una sola velocidad —contestó Griphook.

Fueron más abajo y a mayor velocidad.

Muchos rieron, habiendo sentido lo mismo que Hagrid cuando habían ido a sacar dinero.

El aire se volvió cada vez más frío, mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al otro lado de una hondonada subterránea, y Harry se inclinó hacia un lado para ver qué había en el fondo oscuro, pero Hagrid gruñó y lo enderezó, cogiéndolo del cuello.

—Eso es peligroso—le regañó Hermione.

—Um… ¿lo siento? —se medio disculpó Harry con una sonrisa tímida.

Hermione solo rodó los ojos.

La cámara setecientos trece no tenía cerradura.

Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la puerta con uno de sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que no sea un gnomo de Gringotts lo intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapado —añadió.

—Ugh, qué desagradable —se quejó Alicia Spinnet.

¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie dentro? — quiso saber Harry.

Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa maligna.

A Harry le hicieron mucha gracia las caras de horror que se formaron a lo largo de todo el comedor, pero contuvo la risa para evitar parecer un psicópata.

Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de máxima seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó anhelante, esperando ver por lo menos joyas fabulosas,

En el comedor, también estaban muchos inclinándose hacia delante, ansiosos por saber qué era ese asunto tan secreto de Hogwarts.

pero la primera impresión era que estaba vacía.

—¿Cómo? —dijeron muchos.

Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo.

La confusión ahora fue incluso mayor. Muchos miraron a Harry, Ron y Hermione, quienes pusieron sus mejores caras de póker.

Hagrid lo cogió y lo guardó en las profundidades de su abrigo. A Harry le hubiera gustado conocer su contenido, pero sabía que era mejor no preguntar.

Hagrid le guiñó un ojo, sabiendo la cantidad de cosas que averiguó después.

Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el camino; será mejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.

Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.

—Ni se te ocurra gastártelo todo —le advirtió Hermione.

—¿Te das cuenta de que, si lo hubiera hecho, daría igual lo que me digas ahora porque ya habría pasado? —respondió Harry. La única respuesta que recibió fue un gruñido.

Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid, señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry; ¿te importa que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts. —Todavía parecía mareado, así que Harry entró solo en la tienda de Madame Malkin, sintiéndose algo nervioso.

La señora Weasley parecía dividida entre regañar a Hagrid por dejar solo a Harry o compadecerse del semi-gigante.

Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.

¿Hogwarts, guapo? —dijo, cuando Harry empezó a hablar—.

—Esa mujer está ciega —dijo Pansy con malicia. La cantidad de miradas asesinas del género femenino estudiantil que le cayeron encima hicieron que se le quitaran las ganas de volver a abrir la boca en un rato.

Tengo muchos aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.

Harry y Draco intercambiaron miradas por un instante, sin que nadie lo notara.

En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra.

—¿Rostro pálido y puntiagudo? Suena a Malfoy —dijo Angelina. Harry asintió.

Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.

Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?

Sí —respondió Harry.

Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico.

—No puede ser —dijo Ginny con sorpresa. —¿Estás teniendo una conversación civilizada con Malfoy?

—Bueno, no es que saliera muy bien —admitió Harry. Lo que ninguno de los dos sabía es que en la mesa de Slytherin se estaba teniendo la misma conversación.

—¿Estás teniendo una conversación con Potter? —dijo Pansy con incredulidad, mirando a Draco como si nunca lo hubiera visto bien. Draco bufó.

—Todavía no sabía quién era, Pansy— respondió él, tranquilizando a la chica. —No voy por ahí mirando a ver quién tiene una asquerosa cicatriz en la frente para saber su identidad.

Tanto ella como Crabbe y Goyle se echaron a reír.

Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.

Algunos profesores miraron mal a Malfoy, quien los ignoró completamente.

Harry recordaba a Dudley

—¿QUÉ? —esto no podía ignorarlo. Malfoy se levantó de su asiento, hecho una furia. —¡Potter! ¿Me estás comparando con ese muggle asqueroso?

—Te estabas portando como un niño mimado, Malfoy —respondió Harry tranquilamente, disfrutando de la cara de furia de Draco. —No es mi culpa que tengáis tanto en común.

—¿Cómo te atreves? —saltó Pansy a defender a Draco, quien le hizo un gesto para que se callara.

—Al menos yo tengo padres que me den caprichos, Potter —dijo con malicia, haciendo que muchas personas a lo largo del comedor resoplaran con indignación.

—¿Por qué siempre tienes que acabar con el mismo tema, Malfoy? —dijo Dean. —Ya sabemos que tienes poca imaginación, no necesitas seguir demostrándolo.

—Suficiente —intervino Snape antes de que Malfoy pudiera contestar. —10 puntos menos para Gryffindor por insultar a un alumno.

—Y 10 puntos menos para Slytherin por lo mismo —añadió McGonagall.

—Si esto sigue así, nos vamos a quedar todos sin puntos —se quejó Ron. Ernie decidió seguir leyendo.

¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.

No —dijo Harry.

¿Juegas al menos al quidditch?

No —dijo de nuevo Harry, preguntándose qué diablos sería el quidditch.

Las caras de horror volvieron de nuevo, esta vez dirigidas a Harry.

—No me puedo creer…

—Que no supieras lo que es el quidditch —dijeron Fred y George con fingido dolor.

—Para los muggles el mejor deporte es el fútbol —sonrió Dean.

—Sigo sin entender por qué les gusta. Solo son unos cuantos tíos corriendo detrás de una pelota que ni siquiera vuela. ¡Y no hay escobas! —se quejó Seamus.

—Es mucho más interesante de lo que crees —protestó el chico.

Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a estar?

No —dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto.

Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no te parece?

Hubo una oleada de miradas asesinas desde la mesa de Hufflepuff, todas ellas dirigidas a Malfoy, quien sonrió y las ignoró completamente.

Mmm —contestó Harry, deseando poder decir algo más interesante.

Algunos rieron, los que no estaban ocupados mirando mal a Malfoy.

¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el chico, señalando hacia la vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a Harry y señalando dos grandes helados, para que viera por qué no entraba.

Ése es Hagrid —dijo Harry, contento de saber algo que el otro no sabía—. Trabaja en Hogwarts.

Oh —dijo el muchacho—, he oído hablar de él. Es una especie de sirviente, ¿no?

—Te estás luciendo, Malfoy —dijo Fred con sorna.

Es el guardabosques —dijo Harry. Cada vez le gustaba menos aquel chico.

Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su cama.

Yo creo que es estupendo —dijo Harry con frialdad.

—Así que así empezó todo —suspiró Hermione. —Si creyera en esas chorradas de la adivinación y del destino, diría que estabais destinados a odiaros. En serio, ¿qué probabilidades había de que fuerais al callejón Diagón justo el mismo día?

¿Eso crees? —preguntó el chico en tono burlón—. ¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?

—Madre mía, no podríais haber empezado con peor pie —dijo Hannah Abbott, sorprendida de la cantidad de cosas que estaban yendo mal en esa primera conversación.

Están muertos —respondió en pocas palabras. No tenía ganas de hablar de ese tema con él.

"Ni con él ni con nadie", pensó Harry.

Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que le importara—. Pero eran de nuestra clase, ¿no?

—¿En serio? Eres idiota —dijo, para sorpresa de Harry, una chica de Slytherin. No había hablado nunca con ella, pero sabía que era hermana de Daphne Greengrass. Malfoy hizo que la ignoraba, pero Harry vio que sus mejillas se habían tornado algo rosas.

Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres

Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te parece? No son como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo que debería quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a propósito, ¿cuál es tu apellido?

Pero antes de que Harry pudiera contestar, Madame Malkin dijo:

Ya está listo lo tuyo, guapo.

—Oh, justo en el mejor momento—se lamentó Seamus, sonriendo con sorna.

Y Harry, sin lamentar tener que dejar de hablar con el chico, bajó del escabel.

Bien, te veré en Hogwarts, supongo —dijo el muchacho.

—Por desgracia —dijeron los dos al mismo tiempo. Harry y Draco se miraron con horror antes de mirar cada uno a un extremo del comedor, evitando mirarse a toda costa. Algunos soltaron risitas.

Harry estaba muy silencioso, mientras comía el helado que Hagrid le había comprado (chocolate y frambuesa con trozos de nueces).

—Mmm… qué hambre —se quejó Ron. Harry se empezaba a preguntar si a Ron le iba a dar hambre cada vez que se mencionara algo de comer. Al pobre probablemente le daría algo cuando llegara el banquete de Halloween.

¿Qué sucede? —preguntó Hagrid.

Nada —mintió Harry.

—No tienes por qué mentir, Harry —dijo Hagrid amablemente. —Si algo te molesta o necesitas hablar sobre lo que sea, no dudes en decírmelo.

—Gracias—dijo Harry con honestidad.

Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Harry se animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de color al escribir. Cuando salieron de la tienda, preguntó:

Hagrid, ¿qué es el quidditch?

Vaya, Harry; sigo olvidando lo poco que sabes... ¡No saber qué es el quidditch!

No me hagas sentir peor —dijo Harry. Le contó a Hagrid lo del chico pálido de la tienda de Madame Malkin.

... y dijo que la gente de familia de muggles no deberían poder ir...

—Chivato —murmuró Malfoy por lo bajo, pero nadie lo oyó.

Tú no eres de una familia muggle. Si hubiera sabido quién eres... Él ha crecido conociendo tu nombre, si sus padres son magos. Ya lo has visto en el Caldero Chorreante. De todos modos, qué sabe él, algunos de los mejores que he conocido eran los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Mira tu madre! ¡Y mira la hermana que tuvo!

Entonces ¿qué es el quidditch?

Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es...

—El mejor deporte del mundo —terminó Lee Jordan con entusiasmo.

—Vaya, acabas de sonar como Wood—le dijo George.

—Hablando de Wood, ¿dónde estará? —se preguntó Fred.

—¿No estaba con ese equipo de quidditch profesional? —dijo Angelina.

—Sí, pero seguro que sale en este libro y en los siguientes —dijo Fred. —¿No debería estar aquí también?

—Pero ya no estudia aquí —respondió Alicia Spinnet.

—Yo también creo que debería estar aquí — dijo Katie Bell. —Seguro que sale mucho cada vez que haya un partido de quidditch. ¿Tú qué opinas, Harry?

Harry lo pensó un momento. No le hacía gracia que más gente viniera a escuchar su vida, pero era Oliver Wood, iba a salir bastantes veces y seguro que le hacía ilusión leer los partidos (porque Harry estaba seguro que, en un libro sobre su vida, era imposible que hubieran dejado los partidos de quidditch fuera).

—Sí, yo también creo que debería estar aquí — dijo Harry finalmente.

—Me alegra oír eso —dijo la voz extraña del encapuchado. Al oírla, todo el comedor se giró al mismo tiempo hacia la puerta, donde estaba el encapuchado de antes, y a su lado…

—¡Oliver! —dijo Katie Bell con una gran sonrisa. Ciertamente, ahí estaba, de pie junto al desconocido. El tiempo fuera le había sentado muy bien a Oliver, quien estaba más bronceado que antes y parecía más fuerte de lo que estaba antes de irse de Hogwarts.

—Muy buenas a todos —saludó el ex-alumno, devolviendo la sonrisa. El encapuchado le hizo un gesto y Oliver se dirigió hacia la mesa de Gryffindor, donde se sentó entre Alicia Spinnet y Katie Bell. Aprovechando la distracción, el encapuchado salió del comedor otra vez.

—Vaya, Harry. Tienes el poder de hacer que venga cualquiera —dijo George medio en broma. En realidad, todos estaban algo perplejos por lo que acababa de pasar.

—Oliver, ¿sabes lo que estamos haciendo aquí? —le preguntó Angelina.

—Leer la vida de Harry —respondió él simplemente. —Ayer un desconocido vino a mi entrenamiento de quidditch y me dijo que… bueno, que estabais todos leyendo unos libros para derrotar A-Quien-No-Debe-Ser-Nombrado. Que los libros eran sobre la vida de Harry, que yo también tenía que leerlos… en fin, el caso es que me llevaron a una habitación en nosedonde y esta mañana me he leído unos cuantos capítulos.

Se giró para mirar a Harry.

—No me puedo creer que vivieras sin saber lo que es el quidditch —dijo con cara de dolor. Parecía que le dolía incluso pensar en la posibilidad de vivir sin quidditch.

—¿Dices que te llevaron a esa habitación ayer? —preguntó Harry, tratando de comprender lo que estaba pasando.

—Sí, ayer por la tarde —añadió Oliver, encogiéndose de hombros.

—¿Había más gente en esa habitación? —siguió preguntando Harry.

—No, estaba yo solo — Oliver parecía algo confundido. —¿Por qué?

—Porque dijimos que estaría bien que estuvieras aquí, y de pronto apareciste —contestó Harry, antes de decir en voz más alta. —Estaría bien que Viktor Krum estuviera aquí también.

—¡Hey! ¿Por qué él? —se quejó Ron, aunque fue una queja inútil, ya que no apareció ningún encapuchado con Viktor de la mano. Harry se encogió de hombros.

—Merecía la pena intentarlo —dijo simplemente, ignorando las quejas de Ron. Vio a Hermione rodar los ojos y decidió volver a centrarse en la lectura, aunque el comedor al completo estaba algo confundido con eso de que se hubiera añadido una persona más así de la nada.

como el fútbol en el mundo muggle, todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro pelotas... Es difícil explicarte las reglas.

—No es tan difícil —se quejó Oliver por lo bajo.

¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?

Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son todos inútiles, pero...

—¡Hey! —se quejaron algunos, mirando a Hagrid con caras de incredulidad, como si los hubiera traicionado.

—Iba a decir "pero no lo son" —se excusó Hagrid. Todos sabían que probablemente así era, así que dejaron de mirarlo mal.

Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harry desanimado.

—Oh, venga ya —se quejó Harry cuando todas las miradas de los Hufflepuff ofendidos se trasladaron a él. —¿No estáis escuchando? De Hufflepuff solo había escuchado que "algunos dicen que son unos inútiles", ¡no sabía nada!

—Y si tuvieras que elegir estar en otra casa aparte de Gryffindor, ¿cuál elegirías? —preguntó Zacharias Smith.

Harry lo pensó detenidamente unos segundos.

—Ni idea— acabó confesando. —Me gusta Gryffindor.

Los leones aplaudieron, mientras que el resto de las casas (excepto Slytherin) miraban a Harry con comprensión. Ellos tampoco tenían muy claro a dónde irían de no estar en sus propias casas.

Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con tono lúgubre—.

Las serpientes sisearon.

—Eso nunca—se quejó Nott.

Las brujas y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin. Quien-tú-sabes fue uno.

—Pff— bufó Hermione. Harry la miró con curiosidad.

—¿Qué pasa?

—No me extraña que le tuvieras tanta rabia a Slytherin antes incluso de venir a Hogwarts —dijo la chica, que dirigió entonces su mirada hacia Hagrid. —Si Hagrid no te hubiera dicho eso, quizá no habrías odiado tanto a Slytherin.

—Lo habría acabado averiguando de todas formas—dijo Ron, pero Harry se quedó pensativo. Hermione tenía razón: si Hagrid nunca le hubiera dicho eso sobre Slytherin, él no habría tenido motivos para odiar esa casa. Y en esa situación… no le habría pedido al sombrero que no le pusiera allí. Con una punzada de pánico, se dio cuenta más que nunca de lo cerca que había estado de ser un Slytherin.

—Pues me alegro de que Hagrid me dijera eso —dijo por lo bajo, de forma que solo los que estaban más cerca lo escucharon. Dichas personas lo miraron con curiosidad, pero él les hizo un gesto de que luego se enterarían. Algo que, por otra parte, también le ponía nervioso. ¿Cómo reaccionarían todos al saber que podría haber ido a Slytherin? Harry suspiró al darse cuenta de la cantidad de cosas incómodas que iba a tener que leer frente a todo el mundo.

¿Vol... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?

Hace muchos años —respondió Hagrid.

Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno de aquellos libros.

Hermione asintió varias veces, pensando con afecto en la primera vez que había visitado esa tienda.

Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que dejara Hechizos y contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a susenemigos con las más recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas deMantequilla, Lengua Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.

Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley.

Muchos rieron.

No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales —dijo Hagrid—. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.

Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido caldero de oro (en la lista decía de peltre)

—¡Ala! —saltó Hermione. —Tienes dinero por primera vez y lo primero que haces es querer comprar un caldero de oro.

—Tenía once años —se excusó Harry mientras Fred, George, Ginny y Ron se reían.

pero consiguieron una bonita balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitaron la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo podrido.

Algunos hicieron muecas de asco.

En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre que estaba detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, Harry examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada).

Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry.

Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de cumpleaños.

Harry sintió que se ruborizaba.

No tienes que...

—Aww, qué adorable —dijo Romilda Vane, haciéndole ojitos a Harry, quien trató de ignorarla tanto a ella como a las risitas mal disimuladas de Ron.

Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán...

Neville hizo una mueca y sonrió tímidamente.

y no me gustan los gatos, me hacen estornudar.

Hermione bufó.

Te voy a regalar una lechuza. Todos los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.

Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala.

—Esa lechuza es preciosa —escuchó que Parvati le susurraba a Lavender. Harry sonrió, estaba completamente de acuerdo con ellas.

Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como el profesor Quirrell.

Los "awws" de muchas chicas no se hicieron esperar, haciendo que Harry tuviera que luchar contra sí mismo para no sonrojarse.

Ni lo menciones —dijo Hagrid con aspereza—. No creo que los Dursley te hagan muchos regalos.

Muchos gruñeron. Cualquiera que hubiera mirado en los ojos de Molly en aquel momento, se habría dado cuenta de que la mujer se había propuesto hacerle el suéter más suave y bonito del universo para la próxima Navidad.

Ahora nos queda solamente Ollivander, el único lugar donde venden varitas, y tendrás la mejor.

Una varita mágica... Eso era lo que Harry realmente había estado esperando.

—Como todos— sonrió Colin, emocionado al recordar el momento en el que él fue a comprarla.

La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C.». En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita.

Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha donde Hagrid se sentó a esperar.

Harry se sentía algo extraño, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por alguna magia secreta.

—Yo también me sentí así en esa tienda—confesó Ron. Inmediatamente todos alrededor confesaron haber sentido lo mismo.

Buenas tardes —dijo una voz amable.

Harry dio un salto. Hagrid también debió de sobresaltarse porque se oyó un crujido y se levantó rápidamente de la silla.

Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.

—"Brillaban como lunas"… qué descripción tan bonita para algo tan siniestro —rió Ginny.

Hola —dijo Harry con torpeza.

Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter.

Snape rodó los ojos. Por supuesto que hasta Ollivander iba a caer rendido ante los arrogantes pies de Potter.

No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre.

—Ya van dos personas que te lo dicen y aún no has entrado a Hogwarts —dijo Ron.

Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.

Los recuerdos le impactaron a Snape como si un tren atropellara su alma. Lily, levitando una caja de plumas de azúcar para que él cogiera una. Lily, sonriendo la primera vez que consiguió hacer el encantamiento aguamenti. Lily, mirándole con odio aquel día en el que la perdió…

Respiró profundamente para calmarse. Si alguien podía controlar sus sentimientos, ese era él. Definitivamente no iba a perder los papeles delante de todo el comedor solo por una estúpida frase de un libro estúpido sobre un estúpido y arrogante muchacho que no se parecía en nada a su madre.

"Excepto en sus ojos", le dijo una pequeña voz en su mente, esa voz que él siempre intentaba acallar. Se forzó a sí mismo a seguir escuchando la lectura.

El señor Ollivander se acercó a Harry. El muchacho deseó que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.

Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones.

McGonagall asintió, orgullosa de su alumno.

Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.

El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry casi estaban nariz contra nariz. Harry podía ver su reflejo en aquellos ojos velados.

Y aquí es donde...

El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco.

—Qué maleducado —se quejó Alicia Spinnet.

Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...

A algunos les dieron escalofríos. Harry se empezó a poner nervioso. ¿Qué pasaría cuando supieran que su varita y la de Voldemort eran hermanas?

Negó con la cabeza y entonces, para alivio de Harry, fijó su atención en Hagrid.

¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra vez... Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible... ¿Era así?

Así era, sí, señor —dijo Hagrid.

Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando lo expulsaron — dijo el señor Ollivander, súbitamente severo.

Eh..., sí, eso hicieron, sí —respondió Hagrid, arrastrando los pies—. Sin embargo, todavía tengo los pedazos —añadió con vivacidad.

Pero no los utiliza, ¿verdad? —preguntó en tono severo.

—No, qué va —dijo Hermione con una sonrisa irónica.

Oh, no, señor —dijo Hagrid rápidamente. Harry se dio cuenta de que sujetaba con fuerza su paraguas rosado.

Umbridge abrió la boca para volver a señalar la ilegalidad de todo el asunto, pero pareció decidir que ya la habían mandado a callar suficientes veces por ese tema.

Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a Hagrid—. Bueno, ahora, Harry... Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?

Eh... bien, soy diestro —respondió Harry.

Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.

De pronto, Harry se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel momento le medía entre las fosas nasales, lo hacía sola.

—¿Entre las fosas nasales? Ew —dijo Parvati, aunque soltó una risita.

El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.

Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry. Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Cógela y agítala.

Harry cogió la varita y (sintiéndose tonto) la agitó a su alrededor,

—Creo que todos nos sentimos algo tontos al probar varitas —le sonrió Tonks. —Yo tuve que probar muchísimas antes de conseguir la mía. Encima me tropecé con una de las estanterías y… bueno, el caso es que no fue muy agradable.

Todos los que la habían oído se echaron a reír, incluso ella misma.

pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.

Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba...

Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.

No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.

Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.

—Le gustan los retos —dijo Hagrid con una sonrisa.

Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.

Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes.

—¡Gryffindor! —gritaron algunos al darse cuenta de los colores de las chispas.

Hagrid lo vitoreó y aplaudió y el señor Ollivander dijo:

¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso...

A Harry se le formó un nudo en el estómago.

Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso... muy curioso».

Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?

El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.

Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.

El silencio en el comedor fue absoluto. Nadie dijo nada, ni siquiera parecía que estuvieran respirando.

—¿Cómo? —acabó preguntando ni más ni menos que Draco Malfoy, quien miraba a Harry con sorpresa.

—Eh… sigue leyendo, Ernie —dijo Harry. No sabía qué podía decirles a todos los demás.

Harry tragó, sin poder hablar.

Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.

El comedor seguía en shock. Poco a poco, se empezaron a escuchar algunos murmullos, hasta que de pronto Umbridge se levantó de su asiento y lo señaló con un dedo acusador.

—¿¡Ven lo que digo!? ¿¡Lo ven!? ¡Potter es peligroso! —parecía eufórica. —Su varita es la hermana de la de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado. ¡Tienen casi la misma varita! ¡¿No se da cuenta, señor ministro, de que eso es una señal clarísima de que Potter es el siguiente…?

—¿El siguiente qué? —interrumpió Harry, poniéndose en pie. Estaba harto. —¿El siguiente mago oscuro? ¿El siguiente Voldemort?

Todo el mundo se estremeció al oír ese nombre.

—Te atreves a decir su nombre… porque no le temes, porque tú vas a ser su sucesor —aventuró Fudge, triunfante. Parecía al borde de la histeria. —Todas las mentiras que has contado… son todas para tu propio beneficio. ¡Pretendes seguir lo que Quien-Tú-Sabes no pudo terminar!

—Claro, soy el heredero de Voldemort—dijo Harry con tanto sarcasmo como pudo. —Me hago amigo de nacidos de muggles para que no sospechéis que en realidad os odio a todos y os quiero aniquilar.

—¡Él no pudo matarte! —exclamó Fudge. —¿¡Qué clase de bebé es capaz de derrotar al mago más oscuro de todos los tiempos?! Eres.. eres… has sido su sucesor desde el principio.

—Señor ministro, los hechos son innegables. Tendríamos que mandar que arresten a Potter.

Para desgracia de Harry, algunos alumnos parecían estar encontrándole sentido a todas las chorradas que Umbridge y Fudge estaban diciendo. Harry rodó los ojos.

—Bueno, no es que nunca lo haya ocultado, ¿no? —intervino Ron, poniéndose en pie también. —Obviamente es un mago oscuro en prácticas. Solo le falta el apodo terrorífico para convertirse en el mago más malo de todos los magos malos del mundo.

—Sí, habrá que pensar algo bueno... —dijo Fred, con cara pensativa. —¿Qué os parece… El-Niño-Que-Vivió-Para-Matarnos-A-Todos?

—No, no. Demasiado largo —dijo George. —Mejor El-Niño-Que-Nos-Odia-A-Todos.

—Es tan largo como el otro —dijo Angelina. —Si lo queréis acortar, ¿por qué no "El Niño Oscuro"?

—¡Basta! ¡Este es un asunto muy serio! —gritó Umbridge, pero los Gryffindor no le hacían ni caso.

—Es mi apodo, ¿no debería decidirlo yo? —se unió Harry, aliviado de que las personas que le importaban se lo estuvieran tomando a broma.

—No te ofendas, pero no creo que tu gusto en nombres sea el más… acertado —dijo Hermione.

—¿Por qué? —dijo Harry, indignado.

—Llamaste "Pelirrosa" a ese micropuff que te encontraste en la sala común de Gryffindor.

—¡Tiene el pelo rosa!

—Entonces tendremos que llamarte El-Niño-Que-Tiene-El-Pelo-Oscuro —dijo George. Toda la mesa de Gryffindor estalló en risas.

—Oscuro… ¿como una pizarra cuando anochece? —añadió Fred. Ginny soltó un gritito ahogado antes de pegarle una patada a su hermano por debajo de la mesa.

—Mejor te ponemos otro nombre —dijo Ginny rápidamente. —Podrías ser…

—¡No! —la interrumpió Ron. —Ni se te ocurra ponerle tú el nombre, Ginny. Eres incluso peor que Harry para eso.

—¿Disculpa? —dijo ella, ofendida.

—¡Llamaste Pig a Pig! —se excusó él.

—¡Se llama Pigwigdeon, idiota!

—¡Basta ya! —se metió Molly. —Ginny, no llames idiota a tu hermano. Y Ron, no te metas con ella.

—¡Si yo no he hecho nada! —se quejó Ron. Harry no pudo evitar reírse.

—En serio, imagina si Harry y Ginny tuvieran que ponerle nombre a algo juntos —dijo Fred. —Entre los dos crearían el nombre más feo de la historia.

Harry y Ginny bufaron, indignados.

—Ya es suficiente —chilló Umbridge, harta de que todos hubieran dejado de hacerle caso.

—Sí, Dolores. Ya es suficiente —intervino Dumbledore seriamente. —Así que le ruego que se siente de nuevo y deje que la lectura continúe. Lo mismo le digo a usted, Cornelius.

—Pero… —la profesora quería seguir insistiendo en su teoría del mago tenebroso Harry Potter, pero los pocos que antes parecían estar encontrándole lógica a sus argumentos ahora ya no parecían interesados. Harry inmediatamente sintió una oleada de afecto hacia todos sus amigos. Ernie, viendo que todo el mundo había vuelto a su sitio, siguió leyendo.

Harry se estremeció. No estaba seguro de que el señor Ollivander le gustara mucho. Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.

Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry y Hagrid emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Harry no habló mientras salían a la calle y ni siquiera notó la cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con una serie de paquetes de formas raras y con la lechuza dormida en el regazo de Harry.

—Qué monada—dijo Lavender, sonriendo a Harry, quien le devolvió la sonrisa. Le gustaba que adularan a Hedwig.

Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington. Harry acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Hagrid le golpeó el hombro.

Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren —dijo.

Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a comer en unas sillas de plástico.

Harry no lo vio, pero Molly le envió a Hagrid una mirada que claramente le agradecía por asegurarse de que Harry comía bien ese día. Hagrid asintió levemente, de forma que solo ella podría haberse dado cuenta de que era una respuesta.

Harry miró a su alrededor. De alguna manera, todo le parecía muy extraño.

—Normal —dijo Hermione con comprensión.

¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo Hagrid. Harry no estaba seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su vida y, sin embargo, masticó su hamburguesa, intentando encontrar las palabras.

Todos creen que soy especial —dijo finalmente—. Toda esa gente del Caldero Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander... Pero yo no sé nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famoso y ni siquiera puedo recordar por qué soy famoso. No sé qué sucedió cuando Vol... Perdón, quiero decir, la noche en que mis padres murieron.

La mayoría de personas no se sorprendió mucho al leer eso, ya que habían llegado a comprender que a Harry no le gustaba ser famoso. Sin embargo, algunas personas entraron en un completo shock, entre ellas Snape, quien no podía dar crédito a lo que oía. ¿Potter era inseguro? ¿Potter no se creía especial? Le parecía una idea tan absurda que inmediatamente decidió rechazarla. Seguro que cuando llegó a Hogwarts se volvió un arrogante como su padre.

Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y las espesas cejas había una sonrisa muy bondadosa.

No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido. Todos son principiantes cuando empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú mismo. Sé que es difícil. Has estado lejos y eso siempre es duro. Pero vas a pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.

—Gracias, Hagrid—dijo Harry con honestidad, sonriendo al guardabosques, quien le devolvió la sonrisa.

Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo llevaría hasta la casa de los Dursley y luego le entregó un sobre.

Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en King's Cross. Está todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envías una carta con tu lechuza, ella sabrá encontrarme...

—¡Al fin! —saltó Molly. —Al fin algún adulto le ofrece algo de ayuda. Gracias, Hagrid.

—No hay de qué —dijo Hagrid, sonriendo con orgullo y afecto.

Te veré pronto, Harry.

El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a Hagrid hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla, pero parpadeó y Hagrid ya no estaba.

—Aquí termina el capítulo —dijo Ernie Macmillan, dejando el libro en la tarima con un suspiro. Había sido un capítulo eterno.

—¿Qué os parece si hacemos una pausa para estirar las piernas y descansar la mente? —dijo Dumbledore con una sonrisa.


●LA HISTORIA NO ES MÍA, LA PUEDEN ENCONTRAR ORIGINALMENTE EN FANFICTION AUTORA REAL: Luxerii






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